006.
❛ 006. hola al caniche rosa ❜
Esa noche Olympe se sentía bastante desgraciada.
Acamparon en el bosque, a unos cien metros de la carretera principal, en un claro que los chicos de la zona al parecer utilizaban para sus fiestas.
El suelo estaba lleno de latas aplastadas, envoltorios de comida rápida y otros desechos.
Habían sacado algo de comida y unas mantas de casa de la tía Eme, pero no se atrevieron a dejar que Olympe encendiera una hoguera para que secaran su ropa. Las Furias y la Medusa le habían proporcionado suficientes emociones por un día. No querían atraer nada más.
Olympe sacó un poco de ambrosía de su mochila para que mejorara el aspecto su rasguño. Al tragar el pedacito de ambrosía sintió el sabor de unos brownies que preparaba el mayordomo de su antiguo hogar.
Decidieron dormir por turnos. Percy se ofreció voluntario para hacer la primera guardia.
Annabeth se acurrucó entre las mantas y empezó a roncar en cuanto su cabeza tocó el suelo. Olympe acomodo las mantas para poder usarlas y además taparse—ella enserio odia dormir destapada—, se puso de lado para que pensaran que estaba dormida. Grover revoloteó con sus zapatos voladores hasta la rama más baja de un árbol, se recostó contra el tronco y observó el cielo nocturno.
— Duerme —le dijo Percy—. Te despertaré si surge algún problema.
Asintió, pero siguió con los ojos abiertos.
— Me pone triste, Percy.
— ¿El qué? ¿Haberte apuntado a esta estúpida misión?
— No. Esto es lo que me entristece. —Señaló toda la basura del suelo—. Y el cielo. Ni siquiera se pueden ver las estrellas. Han contaminado el cielo. Es una época terrible para ser sátiro.
— Ya. Debería haber supuesto que eres ecologista.
Olympe tuvo ganas de golpearlo por haber dicho eso.
Grover le lanzó una mirada iracunda.
— Sólo un humano no lo sería. Tu especie está obstruyendo tan rápidamente el mundo... Bueno, no importa. Es inútil darle lecciones a un humano. Al ritmo que van las cosas, jamás encontraré a Pan.
— ¿Pan? ¿En barra?
— ¡Pan! -exclamó airado-. P-a-n. ¡El gran dios Pan! ¿Para qué crees que quiero la licencia de
buscador?
Una brisa extraña atravesó el claro, anulando temporalmente el olor de basura y porquería. Trajo el aroma de bayas, flores silvestres y agua de lluvia limpia, cosas que en algún momento hubo en aquellos bosques. De repente, Olympe y Percy sentían nostalgia de algo que nunca habían conocido.
— Háblame de la búsqueda —le pidió Percy.
Grover lo miró con cautela, como temiendo que pudiera estar gastándole una broma.
— El dios de los lugares vírgenes desapareció hace dos mil años —le contó—. Un marinero junto a la costa de Éfeso oyó una voz misteriosa que gritaba desde la orilla: «¡Diles que el gran dios Pan ha muerto!» Cuando los humanos oyeron la noticia, la creyeron. Desde entonces no han parado de saquear el reino de Pan. Pero, para los sátiros, Pan era nuestro señor y amo. Nos protegía a nosotros y a los lugares vírgenes de la tierra. Nos negamos a creer que haya muerto. En todas las generaciones, los sátiros más valientes consagran su vida a buscar a Pan. Lo buscan por todo el mundo y exploran la naturaleza virgen, confiando en encontrar su escondite y despertarlo de su sueño.
— Y tú quieres ser un buscador de ésos.
— Es el sueño de mi vida. Mi padre era buscador. Y mi tío Ferdinand, la estatua que has visto ahí atrás...
— Ah, sí. Lo siento.
Grover sacudió la cabeza.
— El tío Ferdinand conocía los riesgos, como mi padre. Pero yo lo conseguiré. Seré el primer
buscador que regrese vivo.
— Espera, espera... ¿El primero?
Grover sacó la flauta del bolsillo.
— Ningún buscador ha regresado jamás. En cuanto son enviados, desaparecen. Nunca vuelven a verlos vivos.
— ¿Ni uno en dos mil años?
— No.
— ¿Y tu padre? ¿Sabes qué le ocurrió?
— Lo ignoro.
— Pero aun así quieres ir —dijo asombrado—. Me refiero a que... ¿en serio crees que serás el que encuentre a Pan?
— Tengo que creerlo, Percy. Todos los buscadores lo creen. Es lo único que mantiene la esperanza cuando observamos lo que han hecho los humanos con el mundo. Tengo que creer que Pan aún puede despertar.
La esperanza es lo último que se pierde
Percy se asombró de que Grover persiguiese un sueño que a simple vista parecía un imposible.
— ¿Cómo vamos a entrar en el inframundo? —le preguntó—. Quiero decir, ¿qué oportunidades tenemos contra un dios?
Olympe se estaba sintiendo algo culpable de escuchar su conversación, claro, hasta que tomó otro rumbo. Uno que haría que su relación con Percy no mejorará tanto.
— No lo sé. Pero en casa de Medusa, mientras tú rebuscabas en el despacho, las chicas me dijeron...
— Oh, se me había olvidado, claro. Annabeth ya debe de tener un plan y Olympe de seguro la ayudará.
Si Olympe no estuviera tan cansada físicamente y sin ganas de pelear, se hubiera levantado a insultar a Percy. Ella nunca lo admitiría en voz alta, pero le dolió el que la vieran como una "ayudante" de Annabeth.
— No seas tan duro con ellas, Percy. Han tenido una vida difícil, pero son buenas personas. Después de todo, me han perdonado... —Le falló la voz.
— ¿Qué quieres decir? Te han perdonado ¿qué?
De repente, Grover pareció muy interesado en tocar la flauta.
— Un momento —insistió—. Tu primer trabajo de guardián fue hace cinco años. Y las chicas llevan en el campamento también cinco años. ¿No serían ellas... tu primer encargo que fue mal...?
— No puedo hablar de eso —repuso él, y el temblor de su labio inferior le indicó que se echaría a llorar si lo presionaba-. Pero como iba diciendo, en casa de Medusa, las chicas y yo coincidimos en que está pasando algo raro en esta misión. Hay algo que no es lo que aparenta.
— Vale, lumbrera. Me culpan por robar un rayo que se llevó Hades, ¿recuerdas?
¿Ego? ¿Donde?. Pensó Olympe mientras rodaba los ojos.
— No me refiero a eso. Las Fur... las Benévolas parecían contenerse. Igual que la señora Dodds en la academia Yancy... ¿Por qué esperó tanto para matarte? Y después, en el autobús, no estaban tan agresivas como suelen ponerse.
— A mí me parecieron agresivas de sobra.
Grover meneó la cabeza.
— Nos gritaban: «¿Dónde está? ¿Dónde?»
— Les preguntaban por mí —le dijo.
— Puede... pero tanto Annabeth y Olympe como yo tuvimos la sensación de que no preguntaban por una persona. Cuando preguntaron dónde está, parecían referirse a un objeto.
— Eso es absurdo.
— Ya lo sé. Pero si hemos pasado por alto algo importante, y sólo tenemos nueve días para encontrar el rayo maestro... —Miró a Percy como si esperara respuestas, pero el no las tenía.
Percy pensó en las palabras de Medusa: estaba siendo utilizado por los dioses. Lo que tenía ante el era peor que la petrificación.
— No he sido sincero contigo —admitió—. No me importa nada el rayo maestro. Accedí a ir al inframundo para rescatar a mi madre.
Olympe pensó que eso era algo demasiado obvió.
Grover hizo sonar una nota suave en la flauta.
— Ya lo sé, Percy, pero ¿estás seguro de que es el único motivo?
— No lo hago por ayudar a mi padre. No le importo, y a mí él tampoco me importa.
Grover lo miró desde su rama.
— Oye, Percy, no soy tan listo como Annabeth, o tan ágil y fuerte como Olympe ni tan valiente como tú, pero soy muy bueno en analizar emociones. Te alegras de que tu padre esté vivo. Te hace sentir bien que te haya reclamado, y parte de ti quiere que se sienta orgulloso. Por eso enviaste la cabeza de Medusa al Olimpo. Querías que se enterara de lo que has hecho.
La parte donde le decía ágil y fuerte a Olympe, hizo que a ella le dieran ganas de abrazar a Grover. Él era muy poderoso pero lastimosamente lo hicieron muy inseguro, al igual que a alguien.
— ¿Sí? A lo mejor las emociones de los sátiros no funcionan como las de los humanos. Porque estás equivocado. No me importa lo que él piense.
Grover subió los pies a la rama.
— Vale, Percy. Lo que tú digas.
— Además, no he hecho nada meritorio. Apenas hemos salido de Nueva York y ya estamos aquí atrapados, sin dinero ni posibilidad de ir al oeste.
Grover miró el cielo nocturno, como meditando en nuestros problemas.
— ¿Qué tal si yo hago el primer turno?—propuso—. Duerme un poco.
Percy quería protestar, pero comenzó a tocar Mozart, muy suavemente, y se dio la vuelta. Olympe sinceramente luego tendría que agradecerle a Grover por darle una ayudita a que se duerma. Los ojos le escocían. A los pocos compases del Concierto para piano n.° 12, se quedó dormida.
En sus sueños, se encontraba en un oscuro pero elegante salón. En el medio había una larga mesa de madera oscura, con una silla, más parecida a un trono, en un extremo, y cuatro en cada lado, pero en uno de los extremos no había nada. Cada trono era diferente como si fueran personalizados para personas con distintas personalidades, pero todos manteniendo un aspecto tétrico y oscuro.
El salón estaba totalmente vacío, y cada vez que Olympe suspiraba le salía vapor por la boca, a causa del frío. Tardo en darse cuenta que llevaba un vestido gris que iba desapareciendo en la parte inferior por lo que no se veían sus piernas.
Era como una sala grande con una hermosa chimenea de mármol trasmontada por una ventana dorada y sobre la que hay un espejo con marco dorado. El suelo de la habitación está pulido y cubierto en parte por una alfombra; una lámpara de araña cuelga del techo. Hay retratos colgados, pero tapados con una tela negra, en las paredes de un color morado oscuro y varias sillas y sillones, todo pero dejando un gran espacio para caminar. También había una pesada puerta de madera con manilla de bronce.
Olympe no tenía ni idea de que hacía en ese lugar o donde estaba, pero de lo que estaba segura era de que no era un sueño mestizó, los había tenido tantas veces que sabia diferenciarlos.
Antes de poder ir hasta la puerta algo sucedió. La temperatura bajó aún más si eso era posible, empezó a escuchar pasos al igual que voces lejanas como si discutieran o eso parecia, lo que si sabía es que había alguien en ese lugar. La chimenea se prendió por si sola, al igual que las luces empezaron a parpadear y a Olympe le empezó a invadir el pánico.
Miraba desesperadamente el lugar, quería despertar.
Los pasos y las voces se hacían más cercanas.
No había salida. Sean lo que sean quienes estuvieran fuera del salón, la estaban por descubrir.
De pronto las voces y los pasos se silenciaron, pero Olympe tenía el presentimiento que estaban al otro lado de la puerta. Vio como la manilla giraba lentamente y antes de que la descubrieran ocurrió lo que tanto quería. Se despertó.
Estaba totalmente agitada al igual que asustada, y luego ocurrió lo peor, se dio cuenta que estaba en medio de la carretera. Olympe asustada soltó un pequeño grito, mirando a los lados para darse cuenta que estaba cerca del negocio de Medusa, lo que le decía que no estaba muy lejos de sus amigos, para su suerte.
Se dio cuenta que recién estaba amaneciendo, lo que quería decir que eran como las seis de la mañana.
Empezó a caminar a paso lento y distraído hacia donde estaban los demás. Todavía pensado en el sueño y en la extraña sensación que tenía.
Cuando estaba llegando ya había amanecido por completo y escuchó unas voces muy familiares. Grover y Annabeth.
— Tenemos que buscarla.
— ¿A quien tienen que buscar? —preguntó Olympe sabiendo que hablaban de ella, pero solo quería asustarlos. Annabeth y Grover dieron un respingo por el susto. Miró hacia un costado dándose cuenta que Percy seguía dormido.
— ¡Por los Dioses! ¿Donde estabas? —dijo la rubia mientras se acercaba e inspeccionaba a Olympe—. Nos tenías preocupados.
— Es cierto, Olympe. ¿Donde estabas?
Por un momento Olympe pensó en decírselos, pero tenían suficientes problemas como para preocuparse en su sueño y el regreso de su sonambulismo.
— Tranquilos, simplemente fui a caminar, necesitaba pensar.
— ¿Pensar en qué?
— En como será mi vestido para la boda con tu hermano.—Annabeth rodó los ojos.
Al parecer eso fue suficiente para que Annabeth olvidara el tema, pero no para Grover que la miraba como si supiera que mintiera. Al final no dijo nada.
En ese momento Olympe notó que al lado de Grover había un perro, pero no un simple perro. Era un caniche y era rosa.
— ¡Y esta hermosura!—chillo mientras lo cargaba.
— Olympe, este es Gladiolus. Gladiolus, ella es Olympe.
— Hola, Gladiolus. ¡Que hermoso eres!
— Olympe —interrumpió Annabeth—. Despiértalo.
Señaló a Percy causado que Olympe lo mirara, por la expresión parecía que tenía un sueño mestizo además de que se estaba babeando.
— Claro que no. ¿Porqué no lo haces tú?
— Porque yo fui a buscar comida en la tienda de medusa.
— Tengo un poco de comida en mi mochila.
— Hay que guardar ese poco. Vamos, hazlo.
Olympe hizo una cara de querer hacer un berrinche.
— Que difícil es ser yo.
Se acercó a Percy y se agachó a su lado y lo empezó a sacudir. Lo primero que Percy vio al abrir los ojos fueron los azulados ojos de Olympe.
— Vaya —dijo Olympe—. El zombie vive.
— ¿Cuánto he dormido?
— Suficiente para darle tiempo a Annabeth de preparar un desayuno. —Le lanzó un paquete de cortezas de maíz del bar de la tía Eme—. Y Grover ha salido a explorar. Mira, ha encontrado un amigo.
Tenía problemas para enfocar la vista.
Grover, sentado con las piernas cruzadas encima de una manta, tenía algo peludo en el regazo, un animal disecado, sucio y de un rosa artificial. No, no se trataba de un animal disecado. Era un caniche rosa.
El chucho le ladró, cauteloso. Grover dijo:
— No, qué va.
Parpadeó.
— ¿Estás hablando con... eso?
El caniche gruñó.
— Eso —le avisó Grover— es nuestro billete al oeste. Sé amable con él.
— ¿Sabes hablar con los animales?
Grover no le hizo caso.
— Percy, éste es Gladiolus. Gladiolus, Percy.
Miró a Olympe y a Annabeth, convencido de que empezarían a reírse con la broma que le estaban gastando, pero Annabeth estaba muy seria y Olympe lo miraba aburrida.
— No voy a decirle hola a un caniche rosa—dijo Percy—. Olvídenlo.
— Percy —intervino Annabeth—. Yo le he dicho hola al caniche. Olympe le ha dicho hola al caniche. Tú le dices hola al caniche.
El caniche gruñó.
Le dijo hola al caniche.
Grover le explicó a Percy, y de paso a Olympe, que había encontrado a Gladiolus en los bosques y habían iniciado una conversación. El caniche se había fugado de una rica familia local, que ofrecía una recompensa de doscientos dólares a quien lo devolviera. No tenía muchas ganas de volver con su familia, pero estaba dispuesto a hacerlo para ayudar a Grover.
— ¿Cómo sabe Gladiolus lo de la recompensa?—preguntó Percy.
— Ha leído los carteles, genio —contestó Grover.
— Claro —respondió—. Cómo he podido ser tan tonto.
— ¿Sabes? Desde que te conozco me hago la misma pregunta.
— Así que devolvemos a Gladiolus —explicó Annabeth con su mejor voz de estratega—, conseguimos el dinero y compramos unos billetes a Los Ángeles. Es fácil.
— Otro autobús no —dijo con recelo.
— No —lo tranquilizó Olympe.
Señaló colina abajo, hacia unas vías de tren que no había visto por la noche en la oscuridad.
— Hay una estación de trenes Amtrak a ochocientos metros. Según Gladiolus, el que va al oeste sale a mediodía.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro