002.
❛ 002. perro en el campamento ❜
Luego de darse una rápida ducha, Olympe buscó a Annabeth y Percy, aunque no le costó mucho encontrarlos.
—...Somos anuales.—fue lo primero que escuchó cuando estaba llegando—En el mundo mortal atraemos monstruos; nos presienten, se acercan para desafiarnos. En la mayoría de los casos nos ignoran hasta que somos lo bastante mayores para crear problemas, ya sabes, a partir de los diez u once años. Pero después de esa edad, la mayoría de los semidioses vienen aquí si no quieren acabar muertos. Algunos consiguen sobrevivir en el mundo exterior y se convierten en famosos. Créeme, si te dijera sus nombres los reconocerías. Algunos ni siquiera saben que son semidioses. Pero, en fin, son muy pocos.
— Volví.
Dieron un respingo al no haber notada a la de orbes azules llegar, tenía el cabello mojado y llevaba puesta una remera rosa del campamento y unos shorts celestes, con unas converse blancas.
Percy recién caía en cuenta que Olympe era la única en no usar una remera naranja como todos los demás, y es que Olympe a los días de haber llegado al campamento se las arreglo para volver rosa todas sus remeras, ella se negaba a usar algo naranja, lo odiaba al igual que sus hermanos.
Claramente eso le causó problemas con Quiron, que le insistió que utilizara la remera normal, pero como siempre Olympe no le hizo caso.
Al final, Quiron terminó cediendo con la condición de que el rosa sea uno fuerte para diferenciarla en caso de salir.
Volviendo al tema inicial.
— Hola — saludaron ambos con rapidez, percy desvío la mirada al darse cuenta que llevaba mirándola más tiempo del necesario.
— ¿Así que los monstruos no pueden entrar aquí?
Olympe meneó la cabeza.
— No a menos que se los utilice intencionadamente para surtir los bosques o sean invocados por alguien de dentro.
— ¿Por qué querría nadie invocar a un monstruo?
— Para combates de entrenamiento. Para hacer chistes prácticos, aunque eso normalmente lo hacen los de la cabaña 11. — respondió Olympe pensativa.
— ¿Chistes prácticos? Y Olympe ¿de quien eres hija?
— Afrodita, Diosa del amor y la belleza —respondió con orgullo.
Claro, ¿porque no? Eso responde mucho. Pensó Percy.
— Lo importante es que los límites están sellados para mantener fuera a los mortales y los monstruos.— rápidamente volvió al tema, Annabeth— Desde fuera, los mortales miran el valle y no ven nada raro, sólo una granja de fresas.
— ¿Así que ustedes son anuales?
Las dos asintieron. Por el cuello de la camiseta se sacaron un collar de cuero con cinco cuentas de arcilla de distintos colores. Eran igual que el de Luke, pero el de Annabeth también llevaba un grueso anillo de oro, como un sello. Olympe también llevaba un anillo en el dedo anular, era de oro y tenía un rubí en forma de corazón, Percy estaba seguro que debía valer más que el auto de Gabe, mucho más.
— Estamos aquí desde que teníamos siete años—dijo—. Cada agosto, el último día de la sesión estival, te otorgan una cuenta por sobrevivir un año más. Llevamos más tiempo aquí que la mayoría de los consejeros, y ellos están todos en la universidad.
— ¿Cómo llegaron tan pronto?
Hizo girar el anillo de su collar.
— Eso no es asunto tuyo.
— Ya. -Guardó un incómodo silencio-. Bueno, y... ¿podría marcharme de aquí si quisiera?
— Sería un suicidio, pero podrías, con el permiso del señor D o de Quirón.—respondió, la peli blanca— Por supuesto, no dan ningún permiso hasta el final del verano a menos que...
— ¿A menos qué?
— Que te asignen una misión. Pero eso casi nunca ocurre. La última vez... — Annabeth dejó la frase a medias; su tono sugería que la última vez no había ido bien.
— En la enfermería -dijo-, cuando Olympe me daba aquella cosa...
— Ambrosía.
— Sí. Me preguntaron algo del solsticio de verano.
Los hombros de ambas se tensaron.
— ¿Así que sabes algo?
— Bueno... no. En mi antigua escuela oí hablar a Grover y Quirón acerca de ello. Grover mencionó el solsticio de verano. Dijo algo como que no nos quedaba demasiado tiempo para la fecha límite. ¿A qué se refería?
— Ojalá lo supiera. Quirón y los sátiros lo saben, pero no tienen intención de contarnos. Algo va mal en el Olimpo, algo importante. La última vez que estuvimos allí todo parecía tan normal...
— ¿Han estado en el Olimpo?
— Algunos de los anuales (Luke, Clarisse, Olympe, yo y otros) hicimos una excursión durante el solsticio de invierno. Es entonces cuando los dioses celebran su gran consejo anual.
— Pero... ¿cómo llegaron hasta allí?
— En el ferrocarril de Long Island, claro. Bajas en la estación Penn. Edificio Empire State, ascensor especial hasta el piso seiscientos. —Olympe lo miró como si estuviera segura de que eso ya tenía que saberlo-. Eres de Nueva York, ¿no?
— Sí, desde luego. -Lo era, pero por lo que sabía sólo había ciento dos pisos en el Empire State.
— Justo después de la visita —prosiguió Annabeth—, el tiempo comenzó a cambiar, como si hubiera estallado una trifulca entre los dioses. Desde entonces, hemos estado escuchado a escondidas a los sátiros un par de veces. Lo máximo que llegamos a colegir es que han robado algo importante. Y si no lo devuelven antes del solsticio de verano, se va a liar. Cuando llegaste, esperábamos... Quiero decir... Atenea se lleva bien con todo el mundo, menos con Ares. Bueno, claro, y está la rivalidad con Poseidón. Pero, aparte de eso, creí que podríamos trabajar juntos. Pensaba que sabrías algo.
— Pero por lo que vimos no lo sabes.
— Tengo que conseguir una misión —murmuró Annabeth para sí—. Ya no soy una niña. Si sólo me contaran el problema...
— Annabeth — le susurró Olympe— conseguiremos una misión, te lo aseguro.
Annabeth debió de escuchar los rugidos del estómago de Percy, pues le dijo que se adelantara, ellas lo alcanzarían después. Las dejó en el embarcadero, Annabeth recorriendo la barandilla con un dedo como si trazara un plan de batalla, y Olympe jugueteando con su anillo de forma pensativa.
Los siguientes días pasaron tranquilos, Olympe no tenía nada que hacer al estar Annabeth ocupada, por lo que se la pasaba en su cabaña hablando con Silena Beauregard, su hermana favorita.
Mientras que Percy cada mañana recibía clases de griego clásico de Annabeth. Descubrió que las chicas tenían razón con su dislexia: el griego clásico no le resultaba tan difícil de leer. Al menos no más que el inglés. Tras un par de mañanas, podía recorrer a trompicones unas cuantas frases de Homero sin que le diera demasiado dolor de cabeza.
El resto del día probaba todas las actividades al aire libre, buscando algo en lo que fuera bueno. Quirón intentó enseñarle tiro con arco, pero pronto descubrieron que no era ningún as con las flechas. No se quejó, ni siquiera cuando tuvo que desenmarañarse una flecha perdida de la cola.
¿Carreras? Tampoco. Las instructoras, unas ninfas del bosque, lo hacían morder el polvo. Le dijeron a Percy que no se preocupara, que ellas tenían siglos de práctica de tanto huir de dioses enamorados. Pero, aun así, era un poco humillante ser más lento que un árbol.
¿Y la lucha libre? Olvídalo. Cada vez que se acercaba a la colchoneta, Clarisse le daba para el pelo. «Tengo más de esto, si quieres otra ración, pringado», le murmuraba al oído. Y cuando no era Clarisse, era Olympe que lograba derribarlo con rapidez y antes de irse le daba un puntapié.
En lo único en que Percy sobresalía era la canoa, que desde luego no era la clase de habilidad heroica que la gente esperaba descubrir en el chico que había derrotado al Minotauro.
Los campistas mayores y los consejeros lo observaban, entre ellos Olympe que tenía una vaga idea, intentando decidir quién era su padre, pero no les estaba resultando fácil. El no era fuerte como los hijos de Ares, ni tan bueno en el arco como los de Apolo, tampoco parecía encantar a las personas con solo respirar como los de Afrodita. No tenía la habilidad con el metal de Hefesto ni -no lo permitieran los dioses- la habilidad de Dioniso con las vides. Luke le había dicho que tal vez fuera hijo de Hermes, una especie de comodín para todos los oficios, maestro de ninguno. Pero tuvo la impresión de que sólo intentaba hacer que se sintiera mejor. Él tampoco sabía a quién adscribirlo.
El martes por la tarde, tres días después de la llegada de Percy al Campamento Mestizo, tuvo su primera lección de combate con espada. Todos los de la cabaña 11 se reunieron, Olympe igual con tal de ver como humillaban Percy, en el enorme ruedo donde Luke los instruiría.
Empezaro con los tajos y las estocadas básicas, practicando con muñecos de paja con armadura griega. Luego de un tiempo empezaron a enfrentarse en parejas. Luke anunció que sería el compañero de Percy, dado que era la primera vez.
— Buena suerte — le deseó Olympe—. Luke es el mejor espadachín de los últimos trescientos años.
— A lo mejor afloja un poco conmigo —dijo.
— Si eso te deja vivir. —Olympe se encogió de hombros, restándole importancia.
Luke le enseñó los ataques, las paradas y los bloqueos de escudo a la manera dura. Con cada golpe, acababa un poco más machacado y magullado.
— Mantén la guardia alta, Percy —decía, y le asestaba un cintarazo en las costillas—. ¡No, no tan alta! -¡Zaca!-. ¡Ataca! -¡Zaca!-. ¡Ahora retrocede! -¡Zaca!
Cuando pararon para el descanso chorreaba sudor. Todo el mundo se apiñó junto al refrigerador de bebidas. Luke se echó agua helada sobre la cabeza, y a Percy le pareció tan buena idea que lo imitó. Al instante se sintió mejor. Sus brazos recuperaron fuerzas. La espada no le parecía tan extraña.
— ¡Vale, todo el mundo en círculo, arriba! —ordenó Luke—. Si a Percy no le importa, quiero hacerles una pequeña demostración.
«Vale -pensó Percy-, vamos a ver cómo humillan a percy.»
Todos se reunieron alrededor de Percy. Se aguantaban las risitas. Supuso que antes habían estado en su lugar y se morían de impaciencia por ver cómo Luke lo usaba como saco de boxeo. Le dijo a todo el mundo que iba a hacerles una demostración de una técnica de desarme: cómo girar el arma enemiga asestándole un golpe con la espada de plano para que no tuviera más opción que soltarla.
Olympe sabía lo que se venía, era la razón por la que fue al ruedo, ella misma pasó por la vergüenza que estaba por pasar Percy. Luke ni siquiera tuvo compasión con ella, claro que él luego se disculpó.
— Esto es difícil —remarcó—. A mí me lo han hecho. No se rían de Percy. La mayoría de los guerreros trabajan años antes de dominar esta técnica.
Hizo una demostración del movimiento a cámara lenta. Desde luego, la espada cayó de la mano de Percy con bastante estrépito.
— Ahora en tiempo real —dijo en cuanto hube recuperado el arma—. Atacamos y paramos hasta que uno le quite el arma al otro. ¿Listo, Percy?
Asintió, y Luke fue por el. De algún modo consiguió evitar que le diera a la empuñadura de su espada. Sus sentidos estaban alerta. Veía venir sus ataques. Contó. Dio un paso adelante e intentó imitar la técnica. Luke la desvió con facilidad, pero se detectó el cambio en su cara. Aguzó la mirada y empezó a presionar con más fuerza.
A Percy le pesaba la espada. No estaba bien equilibrada. Sólo era cuestión de segundos que Luke lo derrotara, así que se dijo: «¡Qué demonios, al menos inténtalo!» Intentó la maniobra de desarme. Su hoja dio en la base de la de Luke y la giro, lanzando todo su peso en una estocada hacia delante. La espada de Luke repiqueteó en las piedras. La punta de su espada estaba a tres dedos de su pecho indefenso.
Los demás campistas quedaron en silencio. Olympe estaba boquiabierta, nadie había derrotado a Luke. Nunca.
Bajó la espada.
— Lo siento... Perdona.
Por un momento Luke se quedó demasiado aturdido para hablar.
— ¿Perdona? —Su rostro marcado se ensanchó en una sonrisa—. Por los dioses, Percy, ¿por qué lo sientes? ¡Vuelve a enseñarme eso!
Percy no quería. El breve ataque de energía frenética lo había abandonado por completo. Pero Luke insistió. Esta vez no hubo competición. En cuanto sus espadas entraron en contacto, Luke golpeó su empuñadura y su arma acabó en el suelo.
Tras una larga pausa, Olympe preguntó:
— ¿La suerte del principiante?
Luke se secó el sudor de la frente. Observó a Percy con un interés absolutamente renovado.
— Puede —dijo—. Pero me gustaría saber qué es capaz de hacer Percy con una espada bien
equilibrada...
El viernes a la noche, después de la cena hubo más ajetreo que de costumbre.
Por fin había llegado el momento de capturar la bandera.
Cuando retiraron los platos, la caracola sonó y todos se pusieron en pie.
Los campistas gritaron y vitorearon cuando Annabeth y dos de sus hermanos entraron en el pabellón portando un estandarte de seda. Medía unos tres metros de largo, era de un gris reluciente y tenía pintada una lechuza encima de un olivo. Olympe saludo con un guiño al, como ella lo llamaba, amor de su vida, Malcom Pace, hijo de Athenea y co-capitán. Malcom, sonrojado y embobado, le devolvió el saludo. Olympe recordaba que cuando lo vio por primera vez tuvo un inmediato crush con él, algo que no ponía muy feliz que digamos a Annabeth.
Por el lado contrario del pabellón, Clarisse y sus colegas entraron con otro estandarte, de tamaño idéntico pero rojo fuego, pintado con una lanza ensangrentada y una cabeza de jabalí...
Olympe se estaba por encontrar con Annabeth en el bosque, una "trampita" que hicieron juntas, sin que nadie las viera. Llevaba en mano su cuchillo de bronce celestial.
La "trampita" se trataba de que la cabaña de Afrodita se "aliaría" con el equipo rojo, cuando realmente lucharía para el equipo azul, tomándolos así desprevenidos. Un juego sucio, si, pero ¿Quien juega limpio en captura la bandera?.
De un momento a otro Percy apareció mientras Olympe se unía a la caminata de Annabeth.
— ¡Eh! -Ellas siguieron marchando-. Bueno, ¿y cuál es el plan? —preguntó—. ¿Tienes algún artilugio mágico que puedas prestarme? ¿Olympe, tu no eres de otro equipo?
Se metió la mano en el bolsillo, como si temiera que Percy le hubiese robado algo. Olympe solo se encogió de hombros a su pregunta.
— Ojo con la lanza de Clarisse -dijo-. Te aseguro que no te conviene que esa cosa te toque. Por lo demás, no te preocupes. Conseguiremos el estandarte de Ares. ¿Te ha dado Luke tu trabajo?
— Patrulla de frontera, sea lo que sea.
— Es fácil.—respondió esta vez Olympe—Quédate junto al arroyo y mantén a los rojos apartados.
—Déjame el resto a mí. Atenea siempre tiene un plan.
Apretaron el paso, dejándolo en la inopia.
— Vale —murmuró—. Me alegro de que me quisieras en tu equipo.
Era una noche cálida y pegajosa. Los bosques estaban oscuros, las luciérnagas parpadeaban.
Las chicas lo habían ubicado junto a un pequeño arroyo que borboteaba por encima de unas rocas, mientras ellas, Percy todavía no entendía porqué Olympe estaba con ellos, y el resto del equipo se dispersaba entre los árboles...
— No está mal, héroe. —Miró, pero Olympe no estaba allí—. ¿Dónde demonios has aprendido a luchar así? —le preguntó.
El aire se estremeció y Annabeth se materializó al lado de Percy quitándose una gorra de los Yankees, al mismo tiempo que Olympe solo que ella soltando la mano de la rubia.
Percy se enfadó. Ni siquiera le alucinó el hecho de que acabaran de volverse invisible.
— Me has usado como cebo -le dijo-. Me has puesto aquí porque sabías que Clarisse vendría por mí, mientras enviabas a Luke por el otro flanco. Lo habías planeado todo.
Annabeth se encogió de hombros.
— Ya te lo he dicho. Atenea siempre tiene un plan. Además, lo de ser un cebo fue idea de Olympe.
— Un plan para que me pulvericen.
— Terminamos ganando que eso es bueno— Olympe se encogió de hombros restándole importancia.
— Además vinimos tan rápido como pudimos. Estábamos a punto de saltar para defenderte, pero... —Se encogió de hombros, Annabeth—. No necesitabas nuestra ayuda.—Entonces se fijó en su brazo herido—. ¿Cómo te has hecho eso?
— Es una herida de espada. ¿Qué pensabas?
— No. Era una herida de espada.— respondió obvia la de orbes azules— Fíjate bien.
La sangre había desaparecido. Donde había estado el corte, ahora había un largo rasguño, y también estaba desapareciendo. Ante los ojo de Percy, se convirtió en una pequeña cicatriz y finalmente se desvaneció.
— ¿Cómo han hecho eso? -dijo alelado.
Annabeth reflexionó con repentina concentración. Casi veía girar los engranajes en su cabeza. Olympe miró a Annabeth con interrogación, como si le preguntara si habían llegado a la misma conclusión.
Lo miró a los pies, después la lanza rota de Clarisse, y por fin dijo:
— Sal del agua, Percy.
— ¿Qué...?
— Hazlo y calla.— dijo esta vez Olympe.
Lo hizo e inmediatamente volvió a sentir los brazos entumecidos. El subidón de adrenalina remitió y casi lo derrumba, pero Annabeth y Olympe lo sujetaron.
— Oh, Estige -maldijo-. Esto no es bueno. Yo no quería... Supuse que habría sido Zeus.
— Lo sabia. Sabia que podría ser él su padre.
Antes de que Percy pudiera preguntar qué querían decir, volvió a oír el gruñido canino de antes, pero esta vez mucho más cerca. Un gruñido que pareció abrir en dos el bosque.
Los vítores de los campistas cesaron al instante. Quirón gritó algo en griego clásico, y sólo más tarde advirtió que lo había entendido a la perfección:
— ¡Apártense! ¡Mi arco!
Annabeth desenvainó su espada. Y Olympe desenvaino su largo cuchillo.
En las rocas situadas encima de nosotros había un enorme perro negro, con ojos rojos como la lava y colmillos que parecían dagas.
Lo miraba fijamente.
Nadie se movió, y Annabeth gritó:
— ¡Percy, corre!
Intentó interponerse entre el bicho y él, pero el perro era muy rápido. Le saltó por encima -una
sombra con dientes- y se abalanzó sobre Percy. De pronto cayo hacia atrás y sintió que sus garras afiladas perforaban su armadura. Olympe al ver que nadie reaccionaba de la estupefacción, lanzó su cuchillo hacia el perro del infierno, sonó como si cortara el aire, y de pronto Percy vio que el bicho tenía un cuchillo clavado en el cuello. Cayó muerto a sus pies.
Por algún milagro, Percy seguía vivo. No quiso mirar debajo de su armadura despedazada. Sentía el pecho caliente y húmedo, sin duda tenía cortes muy feos.
Un segundo más y el animal lo habría convertido en picadillo fino.
Quirón trotó hasta nosotros, con un arco en la mano y el rostro sombrío.
— Di immortales! —exclamó Annabeth—. Eso era un perro del infierno de los Campos de Castigo. No están... se supone que no...
— Alguien lo ha invocado —dijo Quirón—. Alguien del campamento.
Luke se acercó. Había olvidado el estandarte y su momento de gloria se había esfumado.
— ¡Percy tiene la culpa de todo! —vociferó Clarisse—. ¡Percy lo ha invocado!
— Cállate, Clarisse.—le espetó Olympe. De pronto Clarisse ya no podía abrir la boca. Si, embrujohabla. Sabía que no podía usarlo pero esto era otro caso.
Observaron el cadáver del perro del infierno derretirse en una sombra, fundirse con el suelo hasta desaparecer.
— Estás herido —le dijo Annabeth—. Rápido, Percy, métete en el agua.
— Estoy bien.
— No, no lo estás —replicó, Olympe—. Quirón, mira esto.
Estaba demasiado cansado para discutir.
Regresó al arroyo, y todo el campamento se congregó en torno a él. Al instante se sintió mejor y las heridas de su pecho empezaron a cerrarse. Algunos campistas se quedaron boquiabiertos.
— Bueno, yo... la verdad es que no sé cómo...—intentó disculparse—. Perdón...
Pero no estaban mirando cómo sanaban sus heridas. Miraban algo encima de su cabeza.
— Percy —dijo Olympe, señalando.
Cuando alzo la mirada, la señal empezaba a desvanecerse, pero aún se distinguía el holograma de
luz verde, girando y brillando. Una lanza de tres puntas: un tridente.
— Tu padre —murmuró Annabeth—. Esto no es nada bueno.
— Ya está determinado —anunció Quirón.
Todos empezaron a arrodillarse, incluso los campistas de la cabaña de Ares, aunque no parecían nada contentos. A Olympe no le gustaba arrodillarse ante nadie pero no le quedaba de otra, antes de poder hacerlo Percy como reflejo le agarró la muñeca y la miró.
— ¿Mi padre? —preguntó perplejo.
— Te reconocieron.—le susurró.
— Poseidón —repuso Quirón—. Sacudidor de tierras, portador de tormentas, padre de los caballos. Salve, Perseus Jackson, hijo del dios del mar.
n/a: Bueno, listo. Lo sé, me demore una banda en subirlo pero bueno el tema es que lo subí. Ahora si se viene lo bueno. La misión. Que es la que parte que más quería escribir, me daba un poco de paja escribir lo que todos nos sabíamos. O bueno la mayoría.
No sé si me explique bien, de seguro no, pero este es el anillo de Olympe. Luego se explicará su procedencia.
los reales sabrán que antes era otro anillo pero me dejo de gustar y lo cambié por este q es más lindo además de que se me ocurrieron otras ideas para darle al anillos besos
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