034
“No fue fácil criarnos, pero sí es fácil quererte cada día”
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1993
En aquellos días de dolor, algo que creía no volver a sentir, en los oscuros pasillos de la mansión Black, Regulus solía observar a su hermano mayor, Sirius, con una mezcla de admiración y envidia. Aunque apenas dos años los separaba, Sirius siempre había sido el favorito de sus padres. La madre de ambos, Walburga, lo trataba como si fuera un príncipe destinado a grandes hazañas, a ser un maldito Rey. Regulus, en cambio, se sentía como una sombra que se desvanecía en los rincones de la casa ancestral.
Sirius era el hijo prodigio, el heredero que continuaría con el legado de los Black. Su madre presumía de él frente a los demás miembros de la alta sociedad mágica. En las fiestas de la nobleza, Walburga exhibía a Sirius como si fuera un trofeo, mientras Regulus permanecía en segundo plano, invisible para todos. Siendo el ridículo hermano menor que solo quería ser una copia de su hermano.
La envidia carcomía el corazón de Regulus. ¿Por qué siempre Sirius? ¿Por qué no él? Ambos habían crecido bajo la misma sombría influencia de los Black, pero mientras Sirius desafiaba las normas y se revelaba contra sus padres, Regulus se aferraba a las tradiciones familiares. A veces, en su habitación, se preguntaba si había algo mal en él. ¿Por qué no podía ser como su hermano?
Incluso después de Hogwarts, la sombra de Sirius seguía persiguiendo a Regulus. Los logros de su hermano mayor resonaban en los pasillos de la escuela. Era el chico guapo que todas las chicas admiraban. Regulus, en cambio, se sumergía en los libros de magia oscura, buscando respuestas en los pergaminos polvorientos de la biblioteca.
Pero había algo más en la relación entre los hermanos Black. Una conexión profunda y compleja que trascendía la rivalidad. Regulus admiraba la valentía de Sirius, su deseo de luchar contra las injusticias. A veces, se preguntaba si podría seguir los pasos de su hermano, si podría liberarse de las cadenas que lo ataban al apellido Black.
A medida que los años pasaban en Hogwarts, Regulus observaba a Sirius, con una mezcla de admiración y amargura. La separación de las casas solo había intensificado la rivalidad entre ellos. Sirius, el valiente león de Gryffindor, y Regulus, la astuta y arrogante serpiente de Slytherin, se encontraban en lados opuestos del tablero mágico.
Regulus había esperado que la distancia entre ellos en la escuela significara que finalmente sería el centro de atención en la mansión Black. Pero la sombra de Sirius seguía persiguiéndolo. Walburga, su madre, no dejaba de mencionar los logros de su primogénito. Cada carta que llegaba de Hogwarts estaba llena de noticias sobre el intrépido Sirius: sus aventuras con los Merodeadores y su desafío constante a las normas establecidas.
Regulus, en cambio, se sumía en la oscuridad de la biblioteca. Estudiaba los pergaminos antiguos, buscando respuestas sobre la magia prohibida y los secretos de los Black. Pero incluso allí, en la soledad de los estantes polvorientos, no podía escapar del eco de su hermano. ¿Por qué siempre Sirius? ¿Por qué no él?
Walburga era una maestra en el arte del favoritismo sutil. Aunque nunca lo admitiría abiertamente, Regulus sabía que su madre seguía considerando a Sirius como el hijo prodigio. Las miradas de desaprobación cuando Regulus no alcanzaba sus expectativas eran suficientes para recordarle su lugar en la jerarquía familiar.
La presión aumentaba. Regulus debía demostrar su valía, no solo como un Black, sino como el heredero de la nobleza oscura. Las expectativas eran aplastantes. Pero incluso en los momentos más oscuros, Regulus no podía evitar observar a su hermano. Sirius, con su cabello rebelde y su sonrisa insolente, parecía vivir sin restricciones. ¿Cómo lo hacía?
En una fría tarde de invierno, los hermanos Black se encontraron en la biblioteca, aunque por distintos motivos. Regulus, con su uniforme impecable y su cabello oscuro peinado hacia atrás, estaba absorto en un antiguo libro de pociones. Sirius, por otro lado, irrumpió su silencio con su capa roja ondeando detrás de él, como un torbellino de rebeldía, esperando a que James terminará de pedirle salir a Lily Evans.
—¿Qué haces aquí, Regulus?—preguntó Sirius, con una sonrisa burlona. —¿Estudiando para convertirte en el próximo Señor Oscuro?
Regulus apretó los puños. No podía soportar la superioridad de su hermano.
—No necesito tu sarcasmo, Sirius. Al menos yo no me meto en problemas constantemente y se lo que es usar el cerebro de manera correcta y no desperdiciandolo en estupideces.
Sirius se acercó, sus ojos grises chispeando.
—¿Problemas? Prefiero vivir mi vida en libertad, no como un títere de nuestra madre y sus ideales.
Regulus quería demostrar que era más que un simple seguidor de las tradiciones familiares. Pero Sirius, con su insolencia y su desprecio por las normas, parecía siempre estar un paso adelante.
Regulus luchaba por la lealtad a su sangre, mientras Sirius defendía la libertad y la igualdad.
—¡¿Por qué no puedes ser como yo?!—gritó Regulus. —¿Por qué siempre tienes que arruinar todo para mi?
—Porque no quiero ser como tú, Regulus. No quiero vivir siendo un títere viviendo el mismo patrón todos los días. Quiero ser libre.
Al final, Regulus se retiró, su orgullo herido. Pero en el reflejo de un espejo , vio algo más, algo que rompió algo más su corazón. Vio a dos hermanos, distinta sangre, distintas familias. Observo a Sirius y James, siendo aquellos hermanos que Sirius y el nunca podrían ser. Ni en todos los universos posibles.
Ese momento marcó un quiebre en su relación. Regulus siguió el camino oscuro, mientras Sirius escapaba de la mansión Black. Pero en el fondo, ambos sabían que eran dos caras de la misma moneda, reflejándose el uno en el otro.
La partida de Sirius dejó un vacío en la mansión Black. Regulus, atrapado entre la lealtad a su familia y el anhelo de libertad, se encontraba en una encrucijada. La soledad se apoderó de él, como un manto oscuro que lo envolvía.
Walburga, su madre, se retiró a su habitación. Regulus la observó desde la distancia, sus ojos enrojecidos por el llanto. Aunque ella nunca lo admitiría, Regulus podía ver el dolor en sus ojos. El dolor de perder a su primogénito, el hijo que había sido su orgullo y su esperanza.
Regulus se preguntaba si su madre lamentaba su decisión. ¿Había sido demasiado dura con Sirius? ¿O simplemente seguía viendo en él al niño travieso que una vez llenó los pasillos de risas y travesuras?
Las noches eran las peores. Regulus se acurrucaba en su cama, escuchando los sollozos apagados de su madre. ¿Cómo podía consolarla cuando él mismo estaba atrapado en una red de expectativas y tradiciones? ¿Cómo podía ser el consuelo de alguien cuando su propio corazón estaba en pedazos?
Solo podía observar a Walburga, su madre afligida, y preguntarse si algún día encontraría la paz en medio de la tormenta.
Pero eso ya eran cosas del pasado.
Regulus salió de sus pensamientos lastimeros cuando Eva le habló. Ella le dijo que volvería a casa con Harry y Luna para que pudieran descansar un poco. Además, le informó que dejaría a los niños con la familia Weasley y ella volvería.
Regulus se sentía exhausto, pero no se alejaría de ahí, ni por un momento, esperando noticias de su hijo. Cuando Eva se fue con sus hijos, Regulus caminó hacia la habitación de su hijo, esperando encontrarlo mejor. Lamentablemente, solo vio los mismos resultados: ninguna mejora.
Regulus se sentó junto a la cama de Rigel, observando su rostro pálido y los tubos que lo conectaban a las máquinas. La habitación estaba impregnada de un aroma a desinfectante y tristeza. Eva había intentado ser fuerte, pero Regulus podía ver el miedo en sus ojos cuando se despidió de su hijo.
Rigel yacía allí, inconsciente, atrapado en un mundo entre la vida y la muerte.
—¿Por qué, Rigel?—murmuró Regulus, acariciando su cabello. —¿Por qué de esta manera?
Rigel no respondió. Su respiración era tenue, como una vela a punto de extinguirse. Regulus recordó los momentos felices: las risas en el jardín, las tardes de lectura en la biblioteca y las noches estrelladas en el campo. Pero ahora, todo parecía oscuro y desesperanzador.
El reloj en la pared marcaba las horas con crueldad. Regulus pensó en Eva, y en cómo ella también estaba luchando. Habían compartido tantos sueños, pero ahora esos sueños parecían frágiles como cristal.
—¿Por qué no puedes despertar, Rigel?—susurró Regulus. —¿Por qué no puedes volver a nosotros?
No hubo respuesta. Solo el silencio opresivo y el sonido constante de los aparatos médicos. Regulus tomó la mano de Rigel, sintiendo la fría piel bajo sus dedos. Recordó los días en que esa mano había sido pequeña y cálida, cuando Rigel lo miraba con ojos llenos de asombro y confianza.
—Te necesitamos, Rigel— continuó Regulus. —Tu madre, tus hermanos, yo... todos te necesitamos. No puedo soportar verte así. No puedo soportar la idea de perderte.
Las lágrimas amenazaron con caer, pero Regulus las contuvo. No podía permitirse debilidad ahora. Tenía que ser fuerte por su prometida y por sus hijos. Pero su corazón estaba hecho pedazos.
El tiempo pareció detenerse mientras Regulus hablaba. Las palabras fluyeron de su corazón, una súplica desesperada en busca de una respuesta. Pero Rigel permanecía inmóvil, su respiración apenas perceptible.
Regulus se inclinó más cerca de Rigel, sus ojos llenos de dolor y amor. La habitación parecía encogerse a su alrededor, como si el peso de la incertidumbre fuera demasiado para soportar.
—Rigel—susurró Regulus, su voz temblorosa. —Mi hijo valiente. ¿Por qué? ¿Por qué no confiaste en nosotros? ¿En mí?
Rigel no respondió, pero su respiración agitada era suficiente para romper el corazón de Regulus. Eva había llorado en silencio, y Regulus había luchado contra la ira y la desesperación. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Cómo había perdido la conexión con su propio hijo?
—¿Era un mal padre?— se preguntó Regulus en voz alta. —¿No te di suficiente? ¿No te mostré cuánto te amaba?
No pudo aguantar más. Las lágrimas se deslizaron por las mejillas de Regulus mientras acariciaba el cabello de Rigel.
—Te amamos, Rigel—continuó Regulus. —Tu madre, tus hermanos, yo... todos. No importa lo que hayas hecho, siempre serás nuestro hijo. No puedes dejarnos así.
El silencio se prolongó, y Regulus sintió que su corazón se rompía en mil pedazos. ¿Cómo podía expresar todo lo que sentía? El miedo, la tristeza, la rabia. Pero también el amor inquebrantable.
—Prométeme que lucharás—susurró Regulus. —Prométeme que volverás a nosotros. No importa lo que hayas hecho, siempre habrá una puerta abierta para ti en nuestro corazón.
Y entonces, como si el universo hubiera escuchado su súplica, Rigel abrió los ojos. La mirada de su hijo se encontró con la suya, y Regulus vio la confusión y el arrepentimiento en ellos.
—P-Padre...— murmuró Rigel. —Lo siento.
Regulus lo abrazó con fuerza, sintiendo la vida en su hijo.
—Estamos juntos en esto, Rigel. Siempre.
Rigel cerró los ojos nuevamente, pero esta vez parecía más tranquilo. Regulus sintió una oleada de felicidad, una mezcla de alivio y gratitud. Su hijo estaba de vuelta, aunque fuera en un hilo frágil de conciencia.
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