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9.

Jennie sentía su ira salirse por cada poro de su piel cada vez que pensaba en regresar a aquel prostíbulo. Si ese día no hubiera sido tan estúpida como para dejar escapar a Rosé por una mamada... Se le revolvían las entrañas de sólo pensarlo. No era propio de ella ser tan descuidada, pero una semana después del rapto de Naeun y JeongYeon, y tras recibir el alta médica (se había sometido a un rápido tratamiento para palear el esguince del hombro), allí estaba de nuevo con un propósito muy distinto del anterior. Estaba harta de que Rosé siempre le agarrara desprevenida, harta de quedar ella como la estúpida.

Cuando aún no había caído la noche, Jennie irrumpió en el prostíbulo con un séquito de guardias detrás suyo. No estaba abierto al público todavía. Las omegas se apiñaron en grupo, pero Madame Kang permaneció inexpresiva. Era una alfa regordeta y de rostro duro, con el cabello negro y con pocas canas siempre atado en un moño que, a primera vista, parecía doloroso. Vestía con ropas caras y con estolas oscuras para cubrir sus hombros.

Los guardias, siguiendo órdenes de Jennie, se apostaron en cada salida, armados y con aspecto intimidante. Con otro gesto de mano, la alfa ordenó algo a otros tres guardias, que rápidamente se adelantaron y agarraron de los brazos a Madame Kang. La alfa lucía serena, caminando hacia Jennie sin oponer resistencia a pesar de notarse visiblemente tensa en sus facciones.

—No parece muy sorprendida pese a no haber anunciado mi visita con antelación. Si me lo permite, nos saltaremos los formalismos —dijo Jennie con frialdad.

Madame Kang no agachó la mirada. Ambas se miraron detenidamente hasta que la mayor inspiró hondo y dijo:

—Por favor, no haga daño a mis omegas.

Jennie encaró una ceja.

—Eso dependerá de usted y de cuán valioso sea su testimonio.

Sin necesidad de decir nada, los guardias la arrastraron hasta un cuarto de malas formas pese a que ella no se resistiera. Los y las demás omegas observaron la escena con expresiones de susto, pero ninguno fue lo bastante insensato como para intervenir. Jennie iba detrás de la comitiva, cerrando la puerta del cuarto de limpieza, donde habían llevado una silla con rapidez y la mujer se encontraba sentada.

Había realizado multitud de interrogatorios a lo largo de toda su carrera militar, y casi todos habían resultado ser satisfactorios. No le gustaba torturar sin razón aparente, pero cuando tenía un motivo de peso, se convertía en una alfa sin escrúpulos. Quiénes le conocían, sabían a ciencia cierta hasta qué punto era capaz de llegar con tal de sonsacar información, y con Madame Kang no iba a ser diferente.

Jennie se paseó en círculos mientras la alfa permanecía sentada, rodeada de los mismos guardias y sin posibilidad de huir, pues la única ventana era apenas un pequeño rectángulo en lo alto de una pared.

Jennie no hizo nada durante los primeros minutos, escuchándose únicamente sus pisadas. Sin previo aviso, golpeó a Madame Kang en el rostro, descargando su ira contra ella. Un grito de dolor escapó de su garganta, escuchándose un crack muy desagradable. Jennie no se contentó con eso. La volvió a golpear, sin importarle que el procedimiento fuera al revés: primero preguntar y luego golpear.

—Nos tomaste por idiotas, no es así, ¿Madame Kang? —inquirió, haciendo crujir los nudillos, pero con la voz extrañamente serena—. En Inopia todo tiene que seguir un orden establecido: control, seguridad y orden. Solo así se consigue la verdadera paz —explicó, deteniéndose delante de ella—. Las leyes son claras y contundentes. Redactadas tan simple y llanamente para que incluso los omegas las entiendan —hizo otra pausa—. Lamentablemente, el delito de traición es el más común en Inopia, delito que no contempla otro castigo que no sea la pena de muerte.

La horca era el castigo para todo aquel que conspirara contra la monarquía. Jennie había visto sentenciadas a muerte a muchas personas y ninguna le causó la más mínima compasión. Era muy sencillo atenerse a las leyes, cumplirlas rigurosamente y, por ende, llevar una vida tranquila en Inopia. Jennie no entendía por qué todavía había gente que arriesgaba sus vidas aun conociendo las consecuencias de sus actos.

Sacó un pañuelo y se limpió los nudillos de sangre. La nariz de Kang sangraba un poco.

—Afortunadamente para ti, nadie sabe que estamos aquí —prosiguió la castaña, esbozando una sonrisa retorcida—. Mis guardias me son leales. De mí depende que esto salga a la luz o no. ¿Entiendes por dónde va la cosa?

Madame Kang asintió una vez. A pesar de los golpes, la mujer no se había inmutado.

—Habla —ordenó con crudeza—. ¿Hace cuánto tiempo ocultas a Roseanne en este burdel? ¿Qué sabes de ella? Di todo lo que sepas o este antro se convertirá en un infierno para ti y tus omegas.

Hubo un largo instante de silencio, con la mujer observándola a través de la mala iluminación del cuarto. Finalmente, Kang Inna inspiró hondo otra vez, agachando la cabeza en señal de resignación.

—La primera vez que vi a Roseanne, fue cuando estaba a punto de cumplir los diecisiete años —empezó a decir con tono pausado, lento, como si lo estuviera pensando bien. Kim estrechó sus ojos—. La alfa de Roseanne, Kim JiSoo, era una vieja conocida mía. No, fue más que eso: fue mi mejor amiga hasta su muerte.

Si le provocó sorpresa, Jennie no lo demostró. Sólo miraba a Inna con gesto tranquilo, en una clara señal de que siguiera hablando.

—JiSoo me invitó un día a su casa y me la presentó para que la conociera —prosiguió—, fue la única vez que la vi y apenas intercambiamos alguna palabra. Me percaté que era... era una omega muy nerviosa y asustadiza, como se esperaba de ella —a pesar de que su nariz seguía goteando sangre, esbozó una sonrisa ligera—. Cuando mi visita estaba terminando, JiSoo me hizo prometerle que yo iba a cuidar de Roseanne si es que algo llegaba a pasarle. Ella parecía muy preocupada por la omega.

Ahora no pudo evitar que su ceño se frunciera ante esas palabras, tratando de comparar esa nueva información con la que ya tenía. Había revisado los archivos varias veces, incluso lo hizo el día anterior, para tener todos los detalles bien frescos.

Kim JiSoo fue una renombrada científica que participó activamente en perfeccionar la dosis de jechul para hacerla más duradera y fuerte. Sus logros provocaron que se acercara a la monarquía de manera inevitable, escalando puestos sin mucho esfuerzo y, por lo mismo, gracias a sus servicios se le premió con la omega perfecta que era Rosé cuando la menor cumplió los dieciséis años. Según los documentos, a la semana la omega obtuvo su marca, lo que no fue ninguna sorpresa.

Y, sin embargo, un año y once meses después, JiSoo fue asesinada por Rosé y la omega desapareció de la faz de la tierra.

—¿Cuidar de Roseanne? —preguntó Jennie—. ¿Por qué te hizo prometer eso?

—No lo sé —admitió Inna—, también le pregunté a qué se refería, pero JiSoo solamente me insistió hasta que se lo prometí. Creí que, quizás, se encontraba enferma de gravedad, por lo que no quise presionar demasiado. Yo sabía que JiSoo estaba encariñada con Roseanne.

—Encariñada —repitió Jennie, apretando su mandíbula—. ¿Enamorada, tal vez?

Terreno peligroso, Inna pareció darse cuenta. La alfa entornó los ojos en claro gesto amenazante, como esperando que la dueña del burdel rectificara sus palabras, pues lo que estaba diciendo era considerado algo imposible. ¿Una alfa del calibre de Kim JiSoo se enamoraría de la omega que le asignaron? Si hubiera sido así, esa información estaría en los archivos. Era información vital.

—No sabría si decir enamorada —respondió la mujer con dureza—, no vi suficiente para saberlo. Ella era amable y buena con su omega, sabía también que la consentía con regalos e incluso cenas costosas —alzó su cabeza sin lucir amedrentada—. ¿Por qué, general Kim? ¿Acaso se está dando cuenta de que algunas cosas no calzan? —una sonrisa retorcida curvó los labios ensangrentados de la alfa mayor—. No sabía que los militares tenían la capacidad de razonar.

Jennie no cambió su expresión cuando su puño cayó contra la mejilla de Kang, que por el impacto cayó al suelo con un estrepitoso sonido. Kim chasqueó la lengua y uno de sus hombres, Dongho, se adelantó a patear a la mujer en el estómago dos veces, haciéndola gritar por el dolor.

—Realmente eres una alfa estúpida —espetó Jennie, acuclillándose y agarrándola de los cabellos desordenados. La obligó a enderezarse—, traicionando a tu patria... Si le cuento a la monarquía, no van a dudar en cerrar tu burdel y mandar a tus omegas a las granjas de cría, Inna.

No le sorprendió que el miedo brillara en los ojos de la mujer ante la mención de lo último. No había pasado por alto lo mucho que se preocupaba ella por sus prostitutas y prostitutos.

La obligó a sentarse de nuevo, agarrándole las mejillas con agresión.

—Sigue hablando, pedazo de mierda, antes de que decida quitarte los dientes de un puñetazo —gruñó antes de soltarla, con sus dedos manchados por la sangre de los labios partidos de Inna.

—Hace casi tres años —masculló ella—, dos semanas después de que saliera a la luz la muerte de JiSoo, una omega apareció en el callejón del burdel, donde botamos la basura. Estaba hurgando en los tachos, buscando algo para comer, cuando salí a ver de quién se trataba. Estaba flacucha y apenas se veía capaz de sostenerse, con las ropas sucias y rotas, pero aun así, reconocí ese bonito rostro a pesar de haberlo visto una sola vez frente a mí... Ya sabes, es fácil memorizar esa cara por los carteles de la policía que la declaraban prófuga.

—Y recordaste tu promesa —masculló Jennie—, la acogiste.

—Por supuesto —a pesar de la sangre, de los golpes, Inna se veía orgullosa de sí misma—, se lo prometí a mi mejor amiga, así que no faltaría a mi palabra. Roseanne se derrumbó apenas la hice entrar y la mandé a ocultar al ático, donde estuvo hasta que logró recuperarse. Fue alrededor de un mes que estuvo aquí.

—¿Qué te dijo? —exigió saber—. ¿Por qué mató a su alfa?

—¿Matarla? —Madame Kang la observó y, otra vez, esa sonrisa retorcida—. Oh, General Kim, ¿todavía no lo ve? Roseanne no habría matado jamás a la alfa de la que se enamoró. Puede ser muchas cosas, pero no una asesina... por ahora.

Jennie volvió a golpearla, aunque sólo para esconder la sorpresa y pasmo por la declaración que le había dado la alfa. ¿Qué demonios estaba hablando? ¿Acaso estaba negando lo que era parte de los documentos oficiales del gobierno? ¿Estaba diciendo que los informes que le mandaron a leer tenían información falsa?

No. No. Eso era imposible.

—Estás balbuceando pura mierda —habló Jennie con frialdad.

—Claro que no —Inna acarició su mejilla hinchada—, es lo que Roseanne me contó y sé con claridad. Ella no mató a JiSoo, por el contrario, me dijo que la mataron y la inculparon a ella. Dijo que, lo último que le ordenó JiSoo, fue que huyera. También me dijo cómo murió...

Apuñalada diez veces, pensó Jennie.

—Con tres disparos, uno en el costado, otro en el pecho y uno en la cabeza —siguió hablando Inna—. Roseanne, entre llantos, me dijo que esa noche ella estaba esperando a JiSoo con la cena preparada cuando la alfa llegó sangrando por el disparo del costado. Trató de socorrerla, pero JiSoo le dijo que debía huir, que debía irse de allí enseguida, y fue cuando unas personas entraron a su casa, derribando la puerta y con armas. Le dispararon a JiSoo otra vez, ahora en el pecho, y Roseanne salió por la ventana. Ni siquiera pudo ver el momento de la muerte de su alfa.

Falso. Falso. Eso no ocurrió así, esa no era la información que ella manejaba, la versión oficial que el gobierno tenía. Todo eso se lo debía estar inventando Inna, a pesar de que su gesto era serio y sin nervio alguno, sin indicio de que estuviera mintiendo.

La mano de Jennie tembló.

—¿Qué más sabes? —gruñó la castaña.

—Roseanne no me contó más —admitió—, y vivió conmigo ese mes hasta que decidió irse. Después de eso no volví a saber de ella hasta hace unos meses, cuando su nombre apareció en los titulares de la prensa.

Probablemente con el episodio de las ovejas que liberó en la ciudad. El escándalo fue demasiado grande e imposible de ocultar, así que se habló por primera vez de una omega defectuosa que estaba provocando desorden y que pronto sería capturada por la milicia. Coincidiría con el ascenso de Jennie, dos semanas antes de ese hecho.

Aquel sería el primer encuentro: la alfa llegó en su caballo, seguida de un pelotón, mientras que Rosé se despedía de ella, desde el último vagón de un tren andando, con esa sonrisa traviesa y ojos brillantes. Le lanzó un pañuelo suyo, el primer pañuelo que le dejó.

—Pero regresó aquí —puntualizó Jennie, sintiendo su voz como si le fuera ajena.

—Nunca me contó nada que pudiera poner en peligro su rebelión —aceptó Kang con tono delicado—. Desconozco en qué lugar de la Subterránea se esconde, también desconozco quiénes le ayudan allá abajo. Ella solo acudía a mí cuando las cosas en la Subterránea se ponían feas, pero jamás me decía cuáles eran sus planes, ni antes ni ahora. A veces —añadió—, se ofrecía a bailar sólo para ganarse algunas monedas, supongo que para poder mantenerse y comprar cosas, pero nada más —afirmó sin vacilación. Madame Kang esperaba parecer lo suficientemente creíble para que Jennie decidiera creerle, pues había dicho todo lo que sabía acerca de Rosé—. La última vez que le vi fue hace diez días, cuando me vino a visitar. Dijo que este lugar ya no era seguro para ella pues te había visto por aquí.

Una sonrisa oscura extendió el rostro de Jennie. ¿Visto por aquí? Pobre Rosé, debía estar avergonzada y humillada por el encuentro que tuvieron, por el hecho de que le chupó la polla como la zorra que era, pero fingía no ser.

Hubo otro instante de silencio en el cuarto. La castaña se tomó su tiempo para valorar su testimonio: en su experiencia como interrogadora, sabía quienes mentían u ocultaban información, pero el relato de Madame Kang no parecía tener incoherencias, si es que ignoraba el tema de la muerte de JiSoo. Sin embargo, eso podía empezar a averiguarlo y desentrañarlo por su cuenta. Si había algo que Jennie detestaba era no tener toda la información completa para poder hacerse un panorama de cómo proceder.

—Está bien. Daré tu testimonio por válido, pero... —añadió con todo duro—, la próxima vez que Roseanne pise este burdel, seré informada de inmediato. ¿Entendido?

Madame Kang asintió con la cabeza. Con parsimonia, la alfa volvió a limpiar sus nudillos.

—Como vea que no lo hagas, ordenaré a mis hombres que vengan a este lugar y lo quemen contigo dentro y tus omegas —terminó de decir, haciéndole un gesto a los soldados para que se retiraran y, como ocurrió antes, salir de última.

Inna se quedó sola tres segundos. Hyunah, su omega predilecta, entró con expresión de espanto.

—Señora —susurró, aterrada—, señora, esos hombres...

—Envíale un mensaje a Roseanne —masculló Inna y, a pesar de sus ojos lagrimosos, Hyunah asintió—, dile que no puede volver por aquí nunca más, pues la General Kim me hizo una visita.

—Sí, señora.

Inna suspiró, sabiendo que se venían días muy oscuros para el país y, en especial, para los omegas.

[•••]

Rosé ordenó que tanto Naeun como JeongYeon ayudaran en los quehaceres de la cueva. No especificó cuáles y comenzaron con cosas sencillas, como ayudar con la comida. Al menos, fue así con JeongYeon, pues decidieron volver a atar a Naeun cuando trató de escapar al tercer día. Luego de que pasara una semana, Yena les asignó recoger agua del río en los viejos baldes de metal que poseían.

JeongYeon apenas pegó ojo los primeros días, llorando en silencio para que nadie le oyera. Se sintió aterrada, perdida y desesperada sin su dosis habitual de jechul. Solo quiso desaparecer de allí, cayendo en un sueño intranquilo que no le permitió descansar por las noches.

A la mañana del octavo día, un domingo brillante por el sol, la beta que había estado atenta a ella la despertó. JeongYeon se levantó cansada, hambrienta y oliendo mal. El bajo de su vestido estaba manchado de tierra y barro. Le dieron un trozo de pan duro para desayunar y un vaso de leche después de acostarse en un lecho de paja durante toda la noche.

—Si lo mojas en la leche se ablanda —le dijo JiHyo, quien parecía especialmente pendiente de ella. La alfa no había pasado por alto los ojos rojos e hinchados de la omega.

JeongYeon miró su cacho de pan, pequeño y sucio. Lo mojó en la leche, llevándose un bocado y comprobando que tenía razón. No tenía apenas sabor, pero JeongYeon tenía tanta hambre que no le importó.

—Antes teníamos más comida —explicó, a pesar de que JeongYeon no hubiera preguntado—. Pero con las redadas se nos ha hecho más difícil conseguir alimentos. Intentamos que los niños en la Subterránea coman huevos casi cada semana, es el mejor sustituto de la carne, ¿lo sabías? —hizo una pausa, removiendo su pan dentro del vaso—. Ya casi olvidé el sabor de la carne.

JeongYeon pensó en las cantidades inmensas de comida que se prepararon para la boda, todas esas toneladas de carne, pescado, frutas, dulces... Los platos elaborados con alto detalle y precisión, tan costosos y reservados exclusivamente para la nobleza. Mentiría si dijera que no hubiera querido probar toda esa comida.

—A mi alfa le gusta la carne de buey. Un día se me quemó la carne por accidente y me castigó con diez azotes —murmuró JeongYeon, recordando aquel momento con un estremecimiento—. Desde entonces odié esa carne.

JiHyo le dirigió una mirada compasiva, sin embargo, JeongYeon se mordió el labio, nerviosa. Era la primera vez que compartía detalles de su vida privada con otra persona. Era extraño, como si no pudiera controlar sus impulsos. Abrió la boca para seguir hablando, no obstante, la voz cargante de Naeun la cortó, escuchándose de nuevo, a pesar de que no tan estridente como la noche anterior.

—¡No me toques! Ya llevo suficiente mierda encima —espetó la omega, furiosa.

Iba acompañada por la alfa a la que llamó defectuosa, quien parecía más bien su escolta. Rosé le había encargado la tarea de vigilarla y de matarla de hambre si era necesario.

—Puedes limpiarte luego, en el río, pero está un poco lejos de aquí. Si quieres...

Naeun miró a la alfa con profunda antipatía.

—No quiero nada de ustedes, escoria. Son peores que las ratas, ojalá se mueran de hambre —rabiaba.

—Tu amiga siempre tiene unas lindas palabras que decirnos —comentó JiHyo, nada afectada por esos insultos.

—No es mi amiga —replicó JeongYeon—, sólo es la hermana de mi alfa.

Naeun alcanzó a escuchar lo dicho por JeongYeon, dirigiendo su furia ahora hacia ella. Ignoró a la alfa, observando a JeongYeon con una mueca de desprecio y odio. Su actitud pasiva con esa gente le sacaba de quicio.

—¿Y tú? ¿Qué eres tú? —preguntó, tratando de verse digna a pesar de su aspecto sucio—. Nada. Cuando regresemos, mi hermana te reemplazará por otro omega y te convertirán en una omega de cría, porque eso es lo que mereces.

—Cierra la boca —dijo JiHyo, cuyo rostro no tenía nada de amabilidad.

Naeun miró ahora con desprecio a JiHyo, soltando una risa fría y sin gracia.

—Una beta no tiene que decirme qué hacer.

—¿Una beta? —repitió JiHyo, esbozando una sonrisa burlona—. Siéntate y cállate. Ahora.

Ambas, JeongYeon y Naeun, se congelaron en su sitio al oír esas palabras, dominantes e inflexibles. Pese a no estar dirigidas a ella, JeongYeon se encogió de miedo, tomando realidad de que esa linda y amable chica era una alfa. Naeun apretó los dientes, tomando asiento en contra de su voluntad, fulminando a JiHyo, que siguió comiendo como si nada. La omega trató de no demostrarlo, pero realmente tenía mucha hambre: apenas le daban algo de comida, con suerte un pan diario y su estómago sonaba cada día con más fuerza.

Ninguna de las cuatro dijo nada durante unos minutos, desayunando en silencio y escuchando las conversaciones de las otras personas que estaban en ese lugar. Rosé había desaparecido más temprano y los ánimos estaban bastante tensos en general. JeongYeon, por otra parte, se sentía curiosa de que esa alfa no tuviera olor, pero sí pudiera usar su voz alfa. Jamás pensó que algo así pudiera ocurrir. Además, no era sólo eso, sino que era una persona... Era alguien muy amable...

Cuando terminaron el desayuno, les dieron un cubo y marcharon hacia el exterior, con JeongYeon lanzando alguna que otra mirada a JiHyo, quien siempre le devolvía una sonrisa. La omega agachaba la cabeza, avergonzada.

Naeun sentía ganas de desmayarse por el hambre y la frustración. Si aquella otra chica también era una alfa, y no una beta como había creído, su huida iba a ser más difícil de lo que pensaba, por no decir casi imposible. Ella no lo demostraba porque no quería dar esa imagen de debilidad, sin embargo, estaba aterrada. Se encontraba en una posición en la que jamás había estado, sin alguien conocido y rodeada de... de personas defectuosas. La omega sólo quería que le fueran a rescatar, era lo que rezaba todas las noches.

La cueva se encontraba oculta detrás de una abundante y gran cascada. Para llegar allí se debía cruzar una zona estrecha y rocosa, por un angosto sendero, si es podía llamarse así, en el que cabía una sola persona. Había que tener mucho cuidado para no resbalar y caer, caminando por sobre las piedras húmedas para bajar hacia la zona boscosa. Si uno caía, corría el peligro de golpearse con las rocas y así perder el conocimiento, muriendo ahogado.

Una vez estuvieron abajo, les hicieron llenar las cubetas con agua a orillas de la piscina natural que se formaba. Tardaron cerca de diez minutos en que los cubos se colmaron de agua y ahora el regreso fue de veinte minutos, subiendo la cuesta rocosa con el peso en sus manos. Así, repetidas veces, iban y volvían llevando nuevos cubos. JeongYeon, que nunca había realizado ningún trabajo pesado, se sentó en una roca a mitad de camino, dejando el cubo lleno de agua a sus pies. Era un trabajo agotador, sobre todo para alguien tan pequeña y enjuta como ella.

JiHyo le indicó a Yena que siguiera.

—Yo me quedo con ella.

Yena asintió, siguiendo con Naeun, que no se encontraba en mejores condiciones. Sin embargo, por orgullo o terquedad, no se quejó. La alfa apreció que los brazos de la omega temblaban ligeramente, cargando el agua con dificultad. Para Yena no suponía ningún esfuerzo, pero entendió lo duro que le estaba resultando a Naeun.

Tras recorrer lo que les quedaba de camino, Yena y Naeun depositaron el último de los cubos delante de varias personas, que se apresuraron en llevarlo junto a los otros. Rosé estaba en ese momento con una expresión de piedra, observando a Naeun apáticamente.

—Tu principito no ha enviado ningún mensaje —le comunicó con tono frío, y Naeun se encogió en su lugar—. Tal vez nos equivocamos al secuestrarte, al parecer no eres tan importante.

Le pegó en el ego, pero Naeun trató de no demostrarlo, desviando la vista. Sus manos estaban en carne viva por haber llevado tantos cubos y dolían demasiado, sus piernas temblaban y sus brazos se sentían como bloques. De pronto, unas ganas terribles de llorar la inundaron.

Fue mucho peor cuando olisqueó lo que, suponía, debía ser el almuerzo. No había ignorado que allí se alimentaban principalmente de sopas y si bien ella nunca fue fanática de ninguna, en ese preciso instante realmente quería comer algo, como si así pudiera encontrar un poco de consuelo en aquello.

Mordió su labio inferior.

JeongYeon, mientras tanto, se sentía de la misma forma que Naeun, aunque más mareada y adolorida. Esa mañana había despertado con los músculos gritándole y no quería pensar en que se debía a la falta de jechul en su organismo, pero... pero probablemente era así. Se iban a cumplir diez días y...

Se puso de pie, pero casi se dio de bruces si no hubiera sido por la alfa, JiHyo, que seguía a su lado.

—Wooh, cuidado —dijo con clara preocupación—. JeongYeon, ¿te sientes bien?

—No —jadeó, sus ojos poniéndose llorosos, la marca en su cuello palpitando—, yo... yo ne-necesito... Necesito jechul...

—No digas tonterías —exclamó—, esa mierda que te inyectaban... Es horrible...

¿Horrible? ¡Claro que no! Era lo que los volvía puros e ideales para cumplir su propósito, que era hacer felices a sus alfas. Sin eso estaban más propensos al pecado, a ser infelices y siempre ser una decepción.

—Vamos —suspiró JiHyo—, yo llevaré este balde, ya debes estar agotada.

JeongYeon murmuró un gracias tembloroso, caminando con la cabeza gacha y aspecto derrotado. Lo único bueno fue que, cuando llegaron, el almuerzo ya estaba listo.

Rosé no había pasado por alto el aspecto de la omega de la Clínica. El proceso de desintoxicación se volvería más fuerte esos días, lo sabía, y había decidido volver para estar allí de alguna forma para ella. La omega podía recordar muy bien lo mal que lo pasó esas primeras semanas sin jechul, sentir que iba a enloquecer, la picazón en sus manos, la sensación de que ibas a morir...

Le hizo un gesto a sus amigas, que dejaron a las omegas acurrucadas en una esquina. JeongYeon estaba bebiendo de la sopa, mientras que Naeun ocultaba su rostro entre sus piernas. Sabía que JiHyo les ofreció cambiarse de ropa por algo más cómodo, pero quizás por la desesperada necesidad de sentirse normales, se negaron a ello.

JiHyo y Yena se acercaron a ella y fueron a la entrada de la cueva.

—¿Cómo están las cosas en la Subterránea? —preguntó Yena.

—Muy mal —Rosé suspiró—, hay militares por todas partes haciendo redadas y allanando casas. Tuve que entrar y salir enseguida, y la vieja Kyuwon me ha dicho que no puedo volver al burdel. Inna recibió la visita de la General Kim.

No quería pensar demasiado en lo que podía implicar, pero era inevitable. Rosé tenía muy claro que era probable que la dueña del prostíbulo hubiera sido torturada y no podía evitar sentirse mal, casi deseando hacerle una visita. Sin embargo, quizás eso era lo que quería la alfa: sacarla de su escondite para atraparla.

La omega se imaginaba que Jennie debía estar muriéndose de la rabia. Si bien una parte se sentía orgullosa por lo que había logrado, otra estaba un poco asustada por lo que pudiera pasar. Por otro lado, tampoco quería pensar demasiado en el burdel y lo que había pasado ahí. Cada vez que recordaba la polla de Jennie en su garganta... un estremecimiento la sacudía, y lo peor es que no sabía si era por el desagrado o ese estúpido deseo sin sentido que le atacaba. Estaba perdiendo la razón.

—Me preocupa no estar recibiendo ningún mensaje del rey —prosiguió Rosé—, si realmente no quiere negociar... Si no dará su brazo a torcer...

Habían enviado un mensaje tres días atrás, un panfleto que pegaron en una de las murallas que protegían el palacio real donde declaraban que buscaban iniciar una mesa de negociaciones para devolver a Naeun y JeongYeon. No obstante, hasta ese momento no habían obtenido respuesta alguna.

—No debes pensar así, Rosie —dijo JiHyo, aunque debía estar tan preocupada como ella—, tendremos que buscar otra opción, pero al menos ya sabrán que vamos en serio.

—Eso es lo que más me preocupa —confesó—, si debemos tomar otras opciones... No sé que tan preparados estemos para una guerra civil y sin que salgamos perdiendo... No tenemos armas ni la logística necesaria... —mordió su labio inferior—. He pensado en algo que, quizás, podría servirnos, pero es demasiado arriesgado, demasiado peligroso... JiSoo estuvo trabajando...

Se vio interrumpida cuando una voz habló.

—Rosie —dijo Somi con gesto precavido—, es la prometida del príncipe, ha dicho que quiere decirte algo.

Rosé suspiró, inclinando su cabeza hacia sus amigas en señal de que seguirían conversando después, y volvió al interior de la cueva. JeongYeon miraba a Naeun de reojo, que estaba de pie y con la cabeza baja.

—¿Qué quieres? —preguntó Rosé hostilmente.

No podía evitar que su voz saliera así, y es que la actitud de Naeun le sacaba totalmente de quicio. Sabía que no era culpa de la muchacha pues fue criada de esa manera, pero le provocaba más ira el saber eso: que los omegas de elite nunca hubieran estado en el Clínica, nunca hubieran tenido una inyección de jechul y, aun así, aceptar ser sometidos por los alfas. Omegas como JeongYeon y Rosé nunca tuvieron otra opción, pero ¿omegas como Naeun, Baekhyun o Lia? De sólo pensar en esos omegas, Rosé sentía su sangre hervir.

—Yo... —Naeun se veía humillada a más no poder—, que-quería pedir algo para comer.

Rosé enarcó una ceja.

—¿De verdad? —dijo, y su tono desbordaba ironía—. ¿No habías dicho que no comerías de nuestras asquerosidades, Naeun?

La omega se encogió en su lugar, aunque Rosé no pasó por alto su mandíbula apretada y el brillo en sus ojos, quizás a punto de estallar en llanto.

—Sólo...

—Ruégalo, Naeun —siseó Rosé—. Pídeselo y ruégaselo a esta omega defectuosa. Arrodíllate.

Los labios de la otra omega temblaron. Rosé realmente creyó que no lo iba a hacer, por lo que no pudo evitar la sorpresa cuando Naeun se dejó caer en sus rodillas, sin levantar la cabeza. Al parecer no era tan idiota como lo demostraba.

—Por favor... —sollozó.

La mirada de desprecio no cambió en la muchacha de cabello negro, sin embargo, sólo resopló y le hizo una señal a Yena, que asintió con la cabeza.

—No vuelvas a provocarme —espetó Rosé, antes de voltearse—. Hyo, revisa las heridas de JeongYeon y Naeun. Y llévalas a darse un baño más tarde.

—Sí, Rosie.

Fue a sentarse al lado de una fogata, entre Somi y MinJeong, y sacó el tabaco junto con los papelillos que se había conseguido cuando bajó a la Subterránea. Armó uno con rapidez, suspirando cuando lo encendió y caló, como si así pudiera relajarse.

Aunque ese relajo poco duró, cuando escucharon a alguien llamándola de pronto. JiMin apareció, respirando aceleradamente.

—¡Rosé! Santo Dios, ¡Rosé! —dijo, deteniéndose cuando la vio. En sus manos, llevaba un papel—. ¡La... la monarquía ha respondido, Rosé!

La omega le alcanzó en dos zancadas, agarrando el papel que lucía como un panfleto también.

—¿Dónde estaba? —preguntó, con su corazón acelerado.

—En la pared donde dejamos el otro —dijo con la respiración entrecortada—, hoy en la mañana.

Era un mensaje escueto y corto.

El miércoles a las diez de la mañana.

Audiencia con el rey.

Bufó y lo arrugó.

—No vas a ir, ¿cierto? —preguntó Yena, preocupada ante lo obvio: era una trampa.

—No —negó Rosé—, pero enviaré otro mensaje. El viernes a medianoche, en la iglesia del barrio obrero. Irán algunos conmigo, sin embargo, tengo otra idea para que aprovechemos esa noche —una sonrisa lenta curvó su rostro, sintiendo esa emoción rebelde que le atacaba cuando las cosas estaban yendo por mejor camino.

Así que aprovecharía esa rebeldía para arriesgarse más de lo que hubiera hecho años atrás.








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