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003.┊ UN GRAN PODER...
¿QUIÉN ERES TÚ? 

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—BUENO, HA SIDO un placer conocerte, chica.

Thea puso los ojos en blanco ante el suspiro de Bex y apretó con más fuerza el asa de su mochila.

—Estás siendo dramática.

—No, no lo estoy siendo y lo niegas porque tienes miedo —reflexionó Bex mientras buscaba a tientas la llave de su casa en el llavero. La brisa otoñal pellizcaba las manos desnudas de las chicas, tornando más pálida su piel clara. Thea se apartó repetidamente los mechones de pelo oscuro que le caían sobre la cara mientras Bex abría la puerta de su casa.

—Mira, no puedo dejar colgado al equipo —explicó—. Tenemos una oportunidad real de ganar los nacionales si...

—Si su arma secreta no corre el riesgo cada día de ser asesinada por Dios sabe qué —interrumpió Bex, dándose la vuelta. Tenía las cejas fruncidas y había perdido el brillo danzante de sus ojos—. Thea, no sé cuál es el problema de Peter, pero no creo que su excusa se acerque a la tuya. Literalmente, ¡que te quedes aquí probablemente hará que te maten!

Thea la miró sin expresión.

—¿Así que soy yo yendo a D.C. la que va a atraer a los mercenarios, y no tus odiosos gritos? —Sonrió inocentemente cuando Bex la fulminó con la mirada.

La casa de los Ortega era sin duda el lugar favorito del mundo de Thea. No estaba segura de si eran las lámparas antiguas o la lámpara de Goodwill que hacía juego con la de su casa. La decoración era ecléctica pero corriente. Siempre había música en español sonando tranquilamente en algún lugar del cálido espacio y el dulce olor de las gardenias que a Abuela le gustaba cultivar junto a la ventana. Cuando se acercaba la hora del almuerzo o el desayuno, los aromas de lo que se estaba cocinando llenaban la cocina y, eventualmente, cada habitación.

Pero a quien realmente buscaba era...

—¡Theadora, linda!

La abuela de Bex se acercó a Thea con los brazos abiertos. Era delgada, diminuta. Su falda de flores fluía por el suelo y sus collares tintineaban a cada zancada. Su pequeño corte bob castaño enmarcaba un rostro vivo decorado con maquillaje.

—¿Cómo estás, nena? —preguntó Imelda Riera, sosteniendo el rostro de la muchacha entre sus frágiles manos. Su piel era fina como el papel, pero regordeta al mismo tiempo.

—Estoy bien, señora —respondió Thea con la sonrisa más grande y natural en la cara—. El insti ha ido genial. Saqué un sobresaliente en el examen de historia.

—¡Oh, muy bien hecho! —Hizo un lindo movimiento con los brazos y se rió, echándose dramáticamente el pañuelo estampado de flores por encima del hombro.

Thea sentía miedo cuando veía a Abuela Imelda pasear a veces por el apartamento. Tenía 74 años. Sentarse a su lado era duro; Thea quería atraerla a su regazo y abrazarla para que supiera que la quería y todo lo que había hecho por ella. Cuando los tiempos eran difíciles y necesitaba a alguien en quien confiar aparte de Bex, Abuela Imelda siempre estaba justo al lado. La madre de Bex trabajaba largos turnos como enfermera, su padre desapareció del mapa en cuanto descubrió la sexualidad de su hija, y como Serafina sólo tenía la responsabilidad de mantener a Thea con vida, le tocó a Abuela ser algo más para la chica: un abrazo cálido, una palabra amable y comida reconfortante.

Abuelita, voy a agarrar comida —dijo Bex con fluidez. Fue directa a la pequeña cocina eléctrica, donde una olla tapada de algo sorprendente atrajo las narices de ambas. Se marchó a su dormitorio, presumiblemente para ponerse algo más cómodo.

Thea se acercó a la cocina y el calor instantáneo la envolvió en un abrazo familiar. Tal vez fuera por la estufa que aún estaba caliente, enfriándose por la olla de comida que cocinaba... o tal vez fuera la propia casa. Sus manos se acercaron lentamente a las bobinas, las ondas de calor se enroscaron alrededor de sus manos. Sintió un cosquilleo calmante que le recorría los dedos.

Bex volvió y, con la ayuda de Abuela, reunió algunos platos de cerámica.

—Rebeca, el arroz y los frijoles están en lo de la mantequilla. Y toma estos tostones —le dio a Thea un pequeño tupper repleto de rodajas de plátano fritas. Tuvo la tentación de comérselas allí mismo.

Bex suspiró y aceptó el recipiente.

Abuelita, no tenemos tanta hambre.

—Sí que la tenemos —siseó Thea entre dientes y le quitó el tupper de un tirón.

—Ay, es una cosita —razonó Imelda, agitando las manos en el aire—. ¡Por el amor de dios, coman algo! Se pasan el día y la noche estudiando. Se merecen un descanso.

—Sí. Estudiando —murmuró Thea en voz baja, metiéndose en la boca una de las sabrosas rodajas de plátano. Abuela no necesitaba saber que Bex dedicaba las horas nocturnas a leer fanfics de Doctor Who.

Bex abrió la tapa de la olla y sus hombros se relajaron ante el humeante aroma de la ropa vieja de Imelda. Thea casi la apartó de un empujón para olerla, y vaya si olía. Carne de vaca desmenuzada y sazonada, cebollas caramelizadas, coloridas rodajas de pimientos rojos y amarillos, todo ello cocinado en una espesa salsa de caldo y especias. Si Thea tuviera que elegir una cosa para comer antes de morir, sería esta obra maestra.

—¿Existen de verdad los dragones o es que Cómo entrenar a tu dragón ha jugado con mis sentimientos?

Thea suspiró, doliéndole la idea de no poder sentir el cielo corriendo por su pelo a lomos de un gran dragón. Metió unas tenazas en la olla humeante y sacó una porción de ropa vieja.

—Sera me dijo que existieron hace mucho tiempo pero no sabe más allá de eso, Bex. Fueron domesticados con hechicería Sovraniana y utilizados en batalla hasta que se convirtieron en mascotas en Ivorstone.

—¿Mascotas? —preguntó Bex, arrugando la nariz en señal de confusión.

—Sí, estoy bastante segura de que el último tenía el tamaño de un beagle —Thea se echó a reír—. Murió en Dragonfort allá por... —se chupó la mejilla, los hechos acudían a su mente como agua corriente—. Quiero decir en 1785. De eso hace ya cientos de años, así que nadie cree que existan, ni que los hayan visto. Mi familia intentó codificar genéticamente nuevos dragones a partir de huesos, pero la ciencia no era la respuesta.

—Alucinante —Bex jadeó, sonriendo—. Como el dragón de Frankenstein.

—Lo único que tenemos son cráneos de dragones y huevos de piedra, pero fueron destruidos o encerrados tras la Purga —añadió Thea, con la mandíbula apretada—. Ya no hay más dragones.

Bex tenía los labios entreabiertos y los ojos fijos en Thea.

Abuelita, ¿adivina qué? —gritó de repente como una niña que acaba de conocer a Papá Noel—. ¡Los dragones existieron!

—Ah, sí, sí... —La voz de Imelda sonó distante, si no quebrada. Estaba sentada frente a la pequeña pantalla de televisión, con sus pequeñas manos entrelazadas juntas.

—El querido establecimiento de Queens, Delmar's Sandwiches, quedó destruído anoche por una explosión, después de que un intento de robo a un cajero resultara desbaratado...

Confundidas, Bex y Thea se dirigieron al salón con sus platos calientes de comida cubana. Normalmente, comían en la mesa, pero la emisión del canal NY1 que estaba viendo Abuela las pilló por sorpresa.

—...por el colorido justiciero local de Queens: Spider-Man.

Thea entrecerró los ojos ante la extraña imagen del superhéroe arácnido saliendo de un baño portátil de todos los lugares.

—Mientras Spider-Man intentaba frustrar el atraco, se disparó una poderosa ráfaga que partió en dos la bodega al otro lado de la calle. Milagrosamente, nadie resultó herido.

Thea entrecerró los ojos al ver las imágenes borrosas de la cámara de seguridad y reconoció el logotipo del edificio sobre una pancarta verde lima: era el banco comunitario de Queens, justo enfrente de la Tienda de comestibles de Delmar y Bodega. Solía ir allí después de clase para recoger la carne del almuerzo cuando Serafina estaba atrapada en su oscuro lugar. Justo enfrente de la bodega estaba la cafetería que ella y Bex habían "reclamado", el pequeño y dulce Café Haus. El titular de la noticia estaba escrito en grandes letras blancas, «SPIDER-MAN: ¿HÉROE DE QUEENS O DESTRUCTOR?».

Observó una pelea entre el héroe arácnido y unos atracadores cuyos rostros estaban protegidos por las máscaras de los Vengadores que se venden en las tiendas de disfraces. Lo primero que llamó la atención de Thea fue la ráfaga de luz cegadora que atravesó la pared del banco y destruyó la cámara de seguridad. Sintió que el corazón le latía con fuerza en el pecho mientras reproducía en su cabeza el sonido de la explosión de energía.

—¿Cuándo pasó esto?

—Parece que hace unas horas —murmuró Bex. La luz de la pantalla de su móvil iluminaba su rostro, presumiblemente cualquier teoría sobre las armas extrañamente potentes que empuñaban los atracadores—. Hostia puta, esa explosión destrozó la bodega. Gracias a Dios que el señor Delmar y su gato están bien.

—Cuida tu lenguaje —dijo Imelda con un tono serio, extendiendo la mano para golpear a su nieta en la muñeca—. Qué horror —Sacudió la cabeza y señaló con el dedo la pantalla que mostraba los daños sufridos en la Tienda de comestibles de Delmar—. Rebeca, Thea, no quiero que se queden fuera hasta muy tarde nunca más.

Abuelita, está bien. Los Vengadores se ocuparán de... sea lo que sea esto —explicó Bex. También había duda en sus ojos, desafiando sus propias palabras.

—Rebeca, no —declaró Imelda, con su fuerte acento marcando sus palabras—. Vine de Cuba para dar a mis hijos y a sus nietos una vida mejor, una vida segura. ¡Esto es peor! ¡Peor de lo que pueda pensar!

Thea, se quedó en blanco durante la conversación, acercándose el plato lleno al estómago para intentar conservar el calor reconfortante. Oyó el estallido en su cabeza y sintió que se le crispaban los nervios.

—...nada de esto pasará en la fiesta, Abuelita, lo prometo.

—¿Fiesta? —interrumpió Thea, confusa. Recordaba a Abe y a Charles del Decatlón hablando de una especie de fiesta mañana.

Bex la miró, con una ceja levantada.

—Sí... en casa de Liz Toomes mañana por la noche, ¿recuerdas?

—Ah, no, no, no voy a ir —se burló Thea, su voz se superponía a la de Bex, que sonaba más fuerte que la suya.

—Thea, Thea, ¡vamos! —suplicó—. ¡No habrá alcohol ni drogas ni-ni asesinos!

—¿Asesinos? —Imelda jadeó, llevándose la mano al pecho.

Thea lanzó una mirada fulminante a Bex, masticando una cucharada de arroz con judías. La boca de Bex se movía arriba y abajo como si fuera un pez bajo el agua.

—E-Es un juego de rol online, Abuelita.

—Ustedes los niños y sus juegos —se burló Imelda y se levantó, con su colección de collares tintineando mientras llevaba el plato vacío de Bex a la cocina.

—Thea, Spider-Man va a estar allí, Peter Parker lo dijo —siseó Bex, con los ojos inundados de una ternura de cachorrito—. ¡Puedo averiguar quién es, pero te necesito a ti! Vamos, ¡no querrás ser esa solitaria rarita que no va a fiestas!

—Bueno, esta solitaria rarita se va a quedar en casa —Thea resopló indignada.

—¡Por favoooor! —exclamó Bex de forma dramática arrastrando las palabras, tirándose al suelo como si se estuviera derritiendo. Se arrastró hasta Thea, rodeándole las piernas con los brazos.

—Oh... ¡bien! —Thea gimió. Sacudió la cabeza, sonriendo con suavidad mientras a Bex se le dibujaba una sonrisa jovial. Pensó en cómo Peter Parker, de entre todas las personas, podía confirmar la presencia de Spider-Man en la fiesta.

Debía de ser para impresionar a Liz o algo así, la idea le produjo un extraño retorcimiento en el estómago.

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ESA NOCHE, THEA daba vueltas de un lado a otro en la cama. La ventana estaba cerrada y las persianas bajadas a cal y canto. Serafina se aseguró de ello. Por la noche era cuando eran más vulnerables. A veces, era tan desalentador que Thea permanecía despierta durante horas sin descansar, vigilando por la ventana por si alguien acechaba en las sombras negras. Sus ojos permanecían fijos en los huevos de dragón, acurrucados en sus acogedoras mantas mientras ellos también dormían. La tenue y distante luz de las farolas brillaba a través de las rendijas de las persianas, haciendo relucir las escamas de ébano.

Sintió que sus párpados se agitaban, la fatiga apoderándose de su mente.

—Ya no hay más dragones —susurró para sí misma.

Sin embargo, esa noche soñó con uno y la alejó de las sombras y la emisión que la perseguían hasta el sueño.

Serafina estaba furiosa, la casa repentinamente fría como si una espada de hielo hubiera atravesado la chimenea. Thea huyó de ella, pero su cuerpo parecía atascado en algo espeso y sus músculos ardían. Algo la golpeó de nuevo, un destello de armadura de acero acechando en la negrura que consumía la pequeña chimenea. Ella tropezó y cayó.

—Tú no eres el último dragón —oyó gritar a Serafina, con los ojos inundados de lágrimas negras que caían como ascuas y las manos temblorosas—. ¡El último dragón! ¡El último dragón!

De repente, sus brazos estaban manchados de sangre, que le goteaba por los dedos. Cerró los ojos y gimoteó. Como en respuesta, se oyó un horrible sonido de desgarro y el crepitar de un gran fuego que estalló de repente en la chimenea. Cuando volvió a mirar, Sera había desaparecido, grandes columnas de fuego se alzaban a su alrededor y en medio de ellas había un dragón negro como la noche. El dragón giró lentamente su cabeza de serpiente.

Cuando sus ojos fundidos encontraron los suyos, y ella miró fijamente la negra hendidura de magma, se despertó de golpe, temblorosa y cubierta de una fina capa de sudor. Le temblaban las manos y aferraba con los dedos las finas sábanas beige que la envolvían en un calor incómodo. El móvil brilló con intensidad en la oscura habitación; apenas eran más de las diez. Se quitó las mantas y se levantó de la cama. Tenía la nuca sudorosa y se quitó el suave jersey de punto con el que accidentalmente se había quedado dormida.

La temperatura fresca del exterior era tentadora. A Serafina le habría dado un aneurisma si se hubiera enterado de que Thea había salido de casa para vagar por las calles al amparo de la oscuridad. No había forma de que volviera a dormirse, no con la imagen de aquel dragón fundido grabada en su mente.

Thea exhaló suavemente y bajó los ojos hacia el suelo de madera. Calculó los pasos que daría hasta su armario, teniendo en cuenta las partes en las que la madera crujiría y chirriaría, delatando su situación. Abrió en silencio las puertas del armario y sacó una fina gabardina negra. No era nada especial, reducida pero cálida. En la fina tela había un broche plateado con forma de cabeza de dragón. Thea pasó la yema del pulgar por la cabeza fría y lisa. Era lo último que había pertenecido a su madre. Todo lo demás —sus collares y anillos— tuvo que ser vendido para superar aquellos primeros meses difíciles.

Escondida en lo más profundo de la pequeña estantería repleta de pequeños trofeos y desastres que siempre olvidaba limpiar, había una máscara negra. No tenía nada de superhéroe, aunque ocultaba su identidad. Serafina la había diseñado para cubrirle la nariz y la boca con un tejido transpirable en caso de que viajara sola. Thea suspiró y tiró de las solapas del sencillo abrigo negro. Se arregló el pelo con los dedos para eliminar los enredos de un sueño intranquilo y se ató las ondas encrespadas en una trenza suelta que le caía por la espalda.

Deslizándose sobre sus botas de combate negras, Thea abrió silenciosamente la ventana de su habitación y bajó a la chirriante terraza de madera blanca. Era una salida más fácil y tranquila al callejón torcido justo detrás del bloque, aunque el salto resultaba un poco desalentador.

Los ojos de Thea se desviaron cautelosamente hacia el callejón de hormigón que había debajo de ella, a casi cuatro metros del suelo.

—Por favor, que no haya un asesino del hacha ahí abajo...

Algunos ruidos de las casas vecinas le llegaban al oído, desde gritos y peleas hasta equipos de música y televisores a todo volumen. Finalmente, saltó de la terraza, aterrizando con cuidado y en silencio.

Algunos ruidos de las casas vecinas le llegaban al oído, desde gritos y peleas hasta equipos de música y televisores a todo volumen. Finalmente, saltó de la terraza, aterrizando con cuidado y en silencio.

Las calles de Queens son mucho más peligrosas de noche para los que no están preparados. Las farolas parpadeaban y su tenue resplandor vacilaba sobre los baches y las grietas del pavimento. Una brisa inusualmente helada mordía los pantalones de Thea mientras caminaba por la acera. Parecía que cada día hacía más frío, a pesar de que sólo era septiembre. Aún así, se sentía mejor después de dar aquel paseo.

Los más leves sonidos y cambios en las sombras hacían que Thea se subiera la máscara. Sus dedos rozaron sus costados y pudo sentir un poco de calor irradiar de ellos. Conocía las consecuencias de salir sola y desarmada, pero estaba dispuesta a asumirlas.

Thea se miró la mano, frotándose los dedos contra el talón de la palma para hacer correr las pequeñas sacudidas de energía. Si era capaz de provocar el mayor apagón de la historia de Midtown High, podría intentar defenderse. Sintió que una oleada de emoción la recorría y, por un segundo, la idea de utilizar esos pequeños dones para algo más que la venganza jugó con su mente.

Estirando las manos delante de ella, Thea cerró los ojos con fuerza y, justo en el momento de concentrar cada centímetro de su fuerza para poner en práctica sus poderes, oyó un ruido elástico detrás de ella.

—¡Oye, sólo hay sitio para un héroe superpoderoso en Queens!

El miedo le arañó el corazón y se vio obligada a darse la vuelta con las manos en alto de no ser por la voz extrañamente familiar y jovial que la llamó. Era incuestionablemente la voz de Peter Parker.

El Peter Parker que acaba de ver sus manos brillar.

Al darse la vuelta lentamente, Thea esperó de todo corazón que la máscara fuera suficiente para ocultar su identidad. De repente, su preocupación se convirtió en consternación al ver a la figura enmascarada frente a ella. Mono rojo y azul, lentes blancos y ovalados, el símbolo de la araña. Cualquier réplica ingeniosa o sensata se desvaneció en su mente, pues sólo había una palabra que se repetía una y otra vez: «¡Joder, joder, joder!»

La figura que estaba de pie frente a ella no era Peter Parker. Era Spiderman.

No era posible. Su cerebro, en medio de la estupefacción, empezó inmediatamente a intentar racionalizar el espectáculo. Debía de haber oído mal. O podría tratarse de una voz totalmente similar, pero apenas tuvo tiempo de procesar la verosimilitud de la idea antes de que un destello metálico se abalanzara sobre ella. Thea dio un grito ahogado y saltó rápidamente hacia un lado, un cuchillo se incrustó en el ladrillo detrás de su cabeza. Sus sentidos se pusieron en alerta y sus músculos se tensaron al darse cuenta de que debía hacer algo con las técnicas de supervivencia que le había enseñado Sera.

—¡¿Whoa, qué ha sido eso?!

No, no escuchó mal. Era la voz aguda e hiperexcitada de Peter Parker.

De repente, se abalanzó sobre ella, derribándola a un lado de la carretera mientras otra cuchilla volaba con un afilado silbido vibrando en el aire. Ella gimió y giró sobre su costado, con el bordillo de hormigón clavándose incómodamente en la carne de su espalda. La fuerza del empujón hizo que su peso cayera sobre el brazo, que ahora le palpitaba de dolor; sin duda, mañana vería algo morado allí. Sintió que la ira la invadía, si era quien creía que era, Spider-Man no podía salvarlos.

—¡Vamos, sal de aquí! ¡Yo me ocupo! —animó Spider-Man, Peter. No tartamudeaba como ella había visto millones de veces. Sonaba frío, tranquilo y sereno, completamente seguro de lo que hacía. Ella se sintió desconcertada por lo seguro que estaba, aferrándose a la idea de un chico callado y tímido al que estaba acostumbrada.

Entonces, notó que los hombros de Peter se tensaban y éste se dio la vuelta, extendiendo el brazo hacia algo que Thea no podía ver. Sin palabras, observó cómo el cuerpo de Peter se balanceaba grácilmente por el cielo. Era una persona completamente distinta, no sólo por sus movimientos, sino por todo su comportamiento. Era imposible que el Spider-Man ágil, confiado y heroico que Bex se hartó de ver en YouTube fuera el puñetero Peter Parker.

Ella apenas alcanzó a ver el resplandor de una ráfaga de energía azul brillante antes de rodar para apartarse, estirando la mano por el súbito fuego, que consumió el arbusto hacia el que apuntó. Sintió el calor correr por sus venas, enriqueciéndola y abrasándola mientras las llamas se disolvían en brasas rojas.

—¡Whoa! —exclamó Peter con asombro, dirigiendo su atención hacia ella. Las lentes blancas de su máscara se abrieron de par en par y señaló emocionado hacia el arbusto que estaba ardiendo y echando humo—. ¡Eso ha sido flipante! ¿Tú también tienes superpoderes, lady enmascarada?

La figura que lanzó los cuchillos se reveló, oculta en las sombras justo al lado de Peter. Era alto y corpulento, vestido con una túnica utilitaria. Thea entrecerró los ojos y vislumbró unas runas en el dobladillo de la túnica: glifos Kree. Bajo la capucha púrpura había un rostro azul zafiro y unos brillantes ojos violetas que se entrecerraron al mirarla.

Thea de pronto se olvidó del gran secreto de Peter.

Iksā tolmiot hen lenton. (*Estás lejos de casa.) —La voz del mercenario era como la grava, difícil de oír, pero era inconfundible que hablaba en sovraniano con un fuerte acento kree. Miró con avidez su broche con forma de cabeza de dragón.

Se emā māzigon iā bōsa ñuhoso naejot mortojhagon... hae iā jaos. (*Y tú has recorrido un largo camino para morir como un perro.) —Thea se rió.

Se preguntó de dónde había sacado el coraje para hablarle con tanta franqueza.

El agarre de sus armas se tensó ante su burla y Thea enarcó una ceja pensativa, metiendo las manos en los bolsillos de su largo abrigo.

Skoryoso olvie issi ao addemagon ondoso se Vehso Āeksion? (*¿Cuánto os ha prometido el Titán Loco?)

—¿Qué-Qué demonios es eso? ¿Klingon? —preguntó Peter, mirando rápidamente entre los dos. Las lentes blancas de su máscara estaban ensanchadas, el borde negro no era más que una fina línea.

Se mōrī cruos hen uēpa Sovhranyzos. (*La Última Sangre de la Vieja Sovranys.) —se mofó, haciendo girar su lanza frente a él—. Daorun yn iā gevie riñītsos. (*Nada más que una guapa chiquilla.)

Thea quería vomitar. O darle un fuerte puñetazo. En lugar de eso, sonrió tímidamente, acomodándose un mechón de pelo detrás de la oreja.

Ao pendagon iksan gevie? (*¿Crees que soy guapa?)

¡Zer seva! —bramó de repente el cabecilla de los mercenarios.

Eso fue todo. El comando "atrapar". Normalmente, Thea no sabía si la querían viva o muerta, pero no solía esperar a averiguarlo. Había oído historias de niños a los que robaban, a los que sacaban de la red y vendían como ganado a los submundos criminales o al mercado negro.

De repente, más asesinos a sueldo saltaron hacia ellos desde la retaguardia, pero Peter no tardó en imponerse. Dos telas de telaraña salieron disparadas y él se lanzó hacia atrás. Los ojos de Thea se dispararon cuando oyó su voz extasiada ante los asesinos de apoyo. Se balanceó sobre una viga suspendida de uno de los altísimos edificios que había sobre ellos y su muñeca volvió a dispararse. Oyó el mismo thwip a su alrededor y, de repente, uno de los tipos estaba inmovilizado en el suelo, cubierto por una gran trampa de telaraña que se parecía mucho a una gasa cuando ella se asomó por el parachoques del coche.

Peter seguía luchando lo mejor que podía contra uno de los asesinos en otro lugar. Podía distinguir fácilmente las grandes diferencias entre él y el altamente entrenado mercenario Kree. Sus movimientos eran, en el mejor de los casos, de aficionado, pero le funcionaban.

Thea supuso que estaba acostumbrado a defenderse de ladrones de bicicletas o de bancos. Los mercenarios eran inhumanos por la forma en que luchaban. No era una completa experta en el espectro de estilos de artes marciales, pero su versión era de otro mundo, imitando las maniobras y las elegantes flexiones de las que ella era plenamente capaz. Se movieron con astucia alrededor de la rápida figura de Peter y asestaron unos cuantos tajos cercanos con sus lanzas de doble punta.

Vio que el brazo del primer mercenario se alzaba y, de repente, todo lo que se le había infundido entró en acción. Abrió la palma de la mano y un chorro de fuego salió disparado hacia Gruff, haciéndole retroceder y convirtiendo su lanza en chamusquina. Calculó que su siguiente instinto sería agarrarla del brazo, pero ella se apresuró a obligarle a girar la muñeca de una forma que no debía. Su cara quedó expuesta para que él la viera y ella vio un destello de miedo cruzar sus ojos detrás de su máscara. Rápidamente lo distrajo con un gancho de derecha que le hizo retroceder la mandíbula con un crujido y se inclinó, pasando el pie por encima del suyo propio, aprovechando la postura para girar el cuerpo de Thea hacia delante y esquivar el puñetazo que le hubiera lanzado ella. Este tipo estaba entrenado en un estilo de lucha totalmente diferente y estaba peligrosamente dos pasos por delante de ella.

Se suponía que debía saltar, dar puñetazos y desviarse. En lugar de eso, levantó los brazos. Fue entonces cuando sintió un chasquido en el interior de su cuerpo y, en un instante, una explosión de luz con toques de fuego surgió de ella, venciendo la oscuridad de la esquina.

Ya no era una pequeña esfera inofensiva abrazada por sus dedos. Era el fuego crudo e indomable que corría a través de ella. Era el fuego del dragón.

Thea sabía que no era el momento de sucumbir al dolor palpitante... no cuando sentía puras náuseas gestándose en su estómago. Los mercenarios no eran más que cenizas, de sus cuerpos quemados emanaba un olor pútrido. Acero, carne, fuego, sangre... quizá incluso un poco de hueso. Se miró las manos temblorosas, raspadas e incrustadas con pequeños trozos de grava. Entonces otro pensamiento la golpeó.

«Peter.»

Thea se incorporó de inmediato, con los ojos desorbitados buscando un atisbo de rojo y azul. Le temblaban las rodillas mientras corría por todo aquel pequeño rincón, desde el salón hasta el Café Haus, buscando desesperadamente a Spider-Peter. Por alguna razón, esperaba no verle. Aquella explosión tenía un diámetro de al menos seis metros, según sus cálculos, con el anillo negro quemado en el ladrillo, el pavimento e incluso la corteza de un árbol decorativo. Sin duda habría sido incinerado.

Finalmente, lo oyó. Un lejano y agudo thwip que apenas resonó en el vasto cielo de Queens. Spider-Man aterrizó de repente frente a ella, con una pose; flexionando las rodillas y usando una mano como apoyo extra. Mantuvo la distancia, probablemente tenía miedo y tenía una razón legítima para hacerlo. Si viera a una chica enmascarada cualquiera hablando una lengua muerta a un puñado de asesinos de piel azul y de repente soltara una ráfaga de fuego con el potencial de un AN602... se cagaría de miedo.

Thea lo examinó con el rabillo del ojo, grabando aquella imagen en su espléndida memoria. Intentó evocar la imagen de un chico manso y casi invisible al que apenas había conocido bajo el glamour de aquel extraordinario traje. Mirándolo más de cerca, era sorprendentemente de alta tecnología en comparación con el viejo chándal que hace un tiempo era Tendencia en YouTube. El tejido en relieve, escarlata y azul marino destacaba a pesar de la oscuridad que se cernía sobre él. Los parches blancos sobre sus ojos casi se movían como un par de lentes de cámara sensibles pero receptivas, acercándose y alejándose a medida que la observaba.

—¿Quién eres tú? —Seguía siendo la asombrada y aguda voz de Peter.

Su primer instinto, por extraño que parezca, fue revelar su identidad. Qué importaba, ella sabía quién era él. En lugar de eso, apretó la máscara contra su rostro y sus ojos se llenaron de un fuego que coincidía con el que corría por su sangre. En realidad, Thea estaba a segundos de temblar como una hoja.

—Eh, Illyris —exhaló, su voz más suave y un poco más acentuada de lo habitual.

«La Dragonborn.»

—Bueno, Illyris —Su pronunciación no es la mejor, pero Thea sonrió bajo su máscara—, me hiciste un favor. Nos vemos por ahí.

Dio un respingo cuando una telaraña salió disparada aparentemente de la nada, enganchándose en un poste de la luz alejado de la esquina. Se quedó inmóvil antes de balancearse, echándole un vistazo.

—Perdona... tengo que decir que eres muy gua... —de repente sacudió la cabeza—. Muy, como... muy malota. Pero eres muy guapa.

Sí. Ese definitivamente era Peter Parker.

Con eso, se fue, surcando el vasto y oscuro cielo como si le perteneciera y él fuera una mancha que se alejaba.

Permaneció en silencio mientras su cerebro fallaba en conectar los puntos. El Intensivo Stark nunca fue real, era una tapadera. Cada vez que miraba el reloj, se excusaba temprano, dejó la banda y la robótica, dejó el decatlón. Todo encajaba en un lío que ella no podía descifrar. Era desconcertante. Fue capaz de descubrir su identidad antes que muchos fans acérrimos o aficionados al crimen... todo porque él estaba demasiado ocupado ocultando su cara que disfrazando su voz.

«Hasta luego, Spider-Man», pensó Thea, sonriendo suavemente mientras una brisa fría le golpeaba la cara. «Nos vemos en el instituto.»


NOTA DE LA ESCRITORA ( danysclouds )

peter, por favor, sé inteligente

además, esta es la primera vez real que vemos a thea en combate pero wow escribir escenas de lucha es innecesariamente agotador

y no thea involuntariamente convirtiendose en una justiciera con un NOMBRE cuando hay una recompensa por su cabeza

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