𝟎𝟏𝟒. intimate
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𝟎𝟏𝟒. intimate
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𝐔𝐍𝐀 𝐒𝐎𝐍𝐑𝐈𝐒𝐀 𝐂𝐎́𝐌𝐏𝐋𝐈𝐂𝐄 𝐑𝐄𝐏𝐎𝐒𝐀𝐁𝐀 𝐄𝐍 los labios de Nora.
Una curvatura discreta, pequeña y casi imperceptible.
Lo veía allí, a lo lejos, con el bañador colgándole peligrosamente de las caderas mientras señalaba con la cabeza hacia un sector particular de la playa. Faltaban las velas, la manta, la luna y la tarta de cumpleaños, pero aun así lo recordaba a la perfección, y el canario—quien la observaba con la misma expresión—era el único que también lo hacía.
La sensación era estremecedora—como compartir un secreto en medio de una multitud de miradas expectantes. Era emocionante, refrescante, íntimo.
Y por fin sentía que volvía a respirar con normalidad.
Había pasado más de una semana desde el cumpleaños de Pedri. El empate de España contra Alemania y la derrota frente a Japón había generado un ambiente de tensión en el equipo; estuvieron a punto de quedar descalificados del Mundial, y las críticas del público español habían crecido como la espuma. Luis Enrique ocultaba su preocupación, pero se había vuelto más duro con los chicos; a pesar de ello, el entrenador sabía que necesitaban un descanso, por lo que les había dejado el día libre antes del partido contra Marruecos.
Desde su posición en la arena, Nora no pudo evitar sonreír mientras distinguía a algunos miembros de la Selección nadando en el mar. No era capaz de localizarlos a todos, mas sabía que seguramente estaban disfrutando del cielo despejado.
Sus ojos, sin embargo, volvieron a posarse sobre el canario.
Le tranquilizaba verlo feliz, tan sonriente como siempre, sobre todo después de lo frustrado que había estado ante los resultados de los últimos partidos. Siempre hacía todo lo posible por ayudar al equipo; él más que nadie merecía despejarse, al menos por unas horas.
Vio llegar a Gavi antes de que Pedri pudiera notarlo. Cualquiera lo hubiera confundido con una bola de fuego, competitivo hasta la médula, con un balón debajo del brazo y la frente empapada de sudor. No podía escucharlo desde su posición, pero intuía que el sevillano estaba reclamándole a su amigo por haberse distraído a mitad de la intensa partida de vóley que habían estado jugando desde hacía algunos minutos; Eric y Ferran—quienes jugaban como el equipo contrario—llevaban la ventaja, y Pablo se hallaba claramente indispuesto a perder por el despiste de su compañero.
Nora apenas fue capaz de contener una carcajada. Lo último que captaron sus ojos antes de apartar la mirada fue el semblante divertido de Pedri, quien le revolvía el cabello a su amigo con la intención de molestarlo; aunque la tentaba la opción de seguir observándolo, sabía bien que tenía que concentrarse en la pequeña libreta que reposaba en su regazo.
Nunca pensó que la playa podría llegar a ser un buen sitio para escribir; sin embargo, y para su sorpresa, el vaivén de las olas estaba siendo una excelente compañía.
Debía aprovechar cada segundo si quería terminar las canciones que la disquera quería para finales de diciembre. Al menos le habían dado libertad para crear, sin requisitos ni limitaciones, pero no le habían garantizado nada: si su trabajo no les convencía, no contarían con ella para ningún proyecto. Así pues, la tarea era clara, la presión era cada vez más palpable y, tomando en cuenta lo perfeccionista que podía llegar a ser con su música—y que últimamente sentía que el tiempo se le escapaba de las manos—, no quería perder ni un minuto.
Ya tenía demasiadas distracciones—distracciones con nombre, apellido, y un irresistible acento canario. Y no, no estaba preparada para deshacerse de ellas, mas sabía que tampoco podía descuidarse.
Además, escribir la relajaba.
Acariciar el papel con el lápiz, hincar la punta con más fuerza cuando sentía que estaba obteniendo un buen resultado; prueba tras prueba, error tras error, y la satisfacción de componer un verso que verdaderamente le llegara al alma. Sin importar dónde se encontrara, el resto del mundo desaparecía—su mente entraba a otra realidad, un plano abstracto donde las preocupaciones no existían. A pesar de los diminutos granos de arena que se empeñaban en adherirse a su piel, el súbito torrente de inspiración que le recorría la sangre desde hacía ya varios días no le permitía descansar.
Tal vez más tarde podría empezar a componer la melodía, con el teclado o la guitarra que se había visto forzada a llevar consigo a Catar. Tenía algo en mente para la canción en la que estaba trabajando, y quizás podía funcionar si...
—Te está comiendo con la mirada.
No le sorprendió que Vera, quien tomaba el sol a su lado derecho, fuera la encargada de interrumpirla.
Nora consideró la posibilidad de hacer caso omiso a sus palabras. Mantuvo la mirada fija en el papel de la libreta, pero los ojos de su hermana se mostraban tan insistentes como siempre, taladrándole el perfil.
Sospechaba exactamente a quién se refería. Sin embargo, mientras la mayor la estuviera observando, no quería levantar la cabeza para comprobarlo.
—¿Gavi a Ana? —cuestionó en un intento por desviar la atención de Vera, enarcando una ceja en su dirección antes de volver a centrarse en el papel. Fingió escribir un par de palabras, luchando por aparentar indiferencia—. Lo he pillado varias veces, si es que no sabe disimular...
No pudo resistir la tentación de echarle un breve vistazo a su izquierda, donde Ana se encontraba. La chica se hallaba tumbada de espaldas y, aunque Nora no podía leer su expresión—pues las gafas de sol que la rubia llevaba puestas se entrometían en su camino—, estaba prácticamente segura de que el tono rojizo que se extendía hasta la punta de sus orejas no era producto de una quemadura.
Lo cierto era que sí había visto a Pablo girando a verla en más de una ocasión; después de todo, Nora era una observadora nata, y no le había costado percatarse de aquel detalle. Quizás era Gavi quien reñía a Pedri por distraerse en mitad de una partida, pero, aunque lo ocultara mejor que el canario, él era tan culpable como su amigo.
Aun así, sabía bien que su hermana no estaba hablando del sevillano.
Ni siquiera tenía que levantar la cabeza para notar que el par de ojos marrones con los que se había topado hacía algunos minutos seguían puestos sobre ella. Había aprendido a detectar su mirada hacía ya un tiempo, y sentía que nunca llegaría a acostumbrarse al calor que emanaban sus pupilas.
—Me refería a Pedri, —enfatizó la mayor. Se incorporó ligeramente, apoyando los codos en la toalla para poder dirigirse a Ana desde su sitio—, aunque lo de Gavi también es verdad; tú tampoco te salvas, Anita.
—Que no es por lo que creéis —farfulló Ana, quien no podía lucir más avergonzada—. Se enteró de que Marcos es mi hermano y... y también de que ya me conoció cuando éramos niños.
Optando por guardar silencio, Nora torció los labios en una pequeña mueca. La rubia ya le había contado lo que había pasado cuando Pablo descubrió que uno de sus amigos más cercanos era su hermano, y sentía que no le correspondía intervenir en un tema tan delicado como ese.
—Hostia, es verdad. —La expresión de Vera adquirió un matiz más empático, mas su curiosidad permaneció intacta—. Tu hermano y Gavi iban juntos a La Masia, ¿no?
—Sí, antes de que Marcos se lesionara. —Ana suspiró con pesadez. Se tomó unos cuantos segundos, como si le costase hablar del tema, pero finalmente se dio la vuelta sobre la toalla, copiando la posición de Vera—. Han mantenido el contacto durante varios años, aunque... obviamente no era lo mismo. Marcos la pasó bastante mal, así que se alejó de todos por un tiempo.
—¿Y se puede saber por qué no le habías dicho a Pablo que eras su hermana?
—Porque me daba vergüenza. —La rubia mordisqueó el interior de su mejilla, ocultando una mueca. Nora, sin embargo, pudo notar que sus palabras se hallaban cargadas de impotencia—. Ahora sabe que yo soy la hermanita de Marcos... la que estaba enamorada de él.
Nora no pudo evitar compadecer a su amiga. Lucía claramente incómoda, por no mencionar que verla sin una sonrisa en el rostro se sentía casi bizarro. Ana era un rayo de luz, pero estaba claro que el sevillano tenía todas las papeletas para convertirse en su sombra.
Ya habían tenido la misma conversación en varias ocasiones, desde que Marcos y Gavi se reencontraron. Nora no había estado presente cuando Pablo descubrió la verdadera identidad de la rubia; a pesar de ello, sí había podido presenciar los rastros de tensión que los rodeaba desde entonces. Tomando en cuenta que su amiga todavía se hallaba pillada por Gavi—y que el chico parecía cerca de estarlo, pero no terminaba de dar el siguiente paso—, no era capaz de imaginar lo frustrada que debía sentirse.
La rubia se había sincerado con ella hacía algunos días, cuando fueron juntas a pasear por Catar: llevaba ya un tiempo tratando de superar a Pablo, y lo único que Nora podía hacer era apoyarla. Si Gavi no reaccionaba pronto, perdería la oportunidad de estar con la chica más dulce y genuina que ella jamás había conocido; deseaba lo mejor para su amiga y, si finalmente su camino no terminaba entrelazado con el de Pablo, quería que siguiera adelante.
Claro que le agradaba la idea de que dos de las personas que más había llegado a apreciar en los últimos meses—por no decir años—acabasen juntos, pero, ¿quién era ella para controlar esas cosas?
Ni siquiera quería enfrentar sus propios sentimientos; por supuesto que no pensaba entrometerse en los de otras personas.
—Pero te sigue gustando —refutó Vera.
Ana bajó la mirada, enterrando los dedos en la arena para jugar con ella: —Estoy trabajando en ello.
Nora titubeó.
Se preguntó si realmente debía actuar, si quizás lo mejor sería permanecer impasible, pero acabó escurriendo una mano en dirección a su amiga. Cogió la de la rubia y le dio un suave apretón, en aquel gesto de apoyo tan típico que Ana solía dedicarle; con lo que seguramente eran un par de ojos cansados escondidos detrás del oscuro cristal de sus gafas, la chica giró a verla, pero sus labios no tardaron en curvarse en una pequeña sonrisa.
—Es Pablo Gavi. Le gusta a toda España —continuó entonces, en un claro intento por aligerar el ambiente. Ana dejó la amargura atrás, adoptando una expresión divertida—. Igual que Pedri.
Nora bufó indignada, apartando su mano de la de la rubia: —No cambies de tema, cabrona.
Tanto Vera como Ana acabaron riendo. La morena quiso tragarse sus propias carcajadas, pero no fue capaz de ocultar la tenue curvatura de sus labios.
Creyó que tal vez se había salvado cuando un silencio cómodo volvió a instalarse en el aire. Dio pequeños golpes con el lápiz sobre el papel de la libreta, releyendo lo último que había escrito para tratar de volver a concentrarse.
—Es por el color.
Se quedó quieta, parpadeando con confusión. Tuvo que voltear nuevamente hacia Vera, quien volvía a analizarla con la mirada, para comprender a qué se refería.
—Negro; el color del bikini —explicó entonces—. Escuché a los chicos hablar de ese tema el otro día... Bueno, en realidad yo llevaba cascos puestos, pero apagué la música para poder escucharlos. —Se encogió de hombros sin una pizca de vergüenza—. Demasiado típico para mi gusto, pero se ve que a Pedri le mola el negro.
Nora tan solo pudo enarcar las cejas, luchando por ocultar su reacción.
Lo cierto, sin embargo, era que se le había secado la boca ante una estremecedora sensación de déjà vu.
Recordó aquel día en la piscina, cuando Pedri la besó. Cuando jugó con las tiras de su bikini azul, cuando la subió sobre su regazo y le dijo que...
«Céntrate, Nora».
—El azul es su color favorito —sentenció tras unos cuantos segundos, con el ceño ligeramente fruncido. Se aclaró la garganta al notar que hablaba con demasiada convicción, que la piel se le erizaba ante los recuerdos—. O al menos eso me ha dicho —añadió en voz baja.
—No en general, tonta. Me refiero a la ropa interior. De chicas. —Vera se acercó un poco más, como si fuera a contarle un secreto—. Para follar.
Su corazón dio un salto involuntario.
Sintió que un nudo le apretaba el estómago, la necesidad de cruzar las piernas.
—Oh.
—Sí, oh. —rio la mayor—. Tú solita decidiste matarlo cuado escogiste ese bikini y por eso Pedri lleva babeando toda la tarde. Bien hecho, hermanita.
—Un bikini no es lo mismo que llevar ropa interior, Vera.
—No, pero casi. Yo digo que le has dado todas las excusas que necesitaba para fantasear.
La morena se negó a contestar, demasiado ocupada tratando de apaciguar su sonrojo como para pensar en una respuesta ocurrente. Vera, por su parte, lucía satisfecha con su victoria, sonriendo para sí.
Decidió que lo mejor sería no darle vueltas al asunto.
Era un tema complicado—un tema que no solía tratar en voz alta. Lo que estaba experimentado junto a Pedri en los últimos días era... era absolutamente nuevo, y rozaba un terreno que había permanecido intocable durante toda su vida.
¿Hablar de lencería cuando su principal preocupación era llegar a fin de mes? Ni de coña; aquella nunca había sido una opción para ella.
—¿Eres virgen, Nora?
La pregunta de Vera la dejó congelada.
El tono de su hermana parecía más suave; su expresión revelaba que no tenía intenciones de vacilarla, pues la pequeña sonrisa que llevaba en el rostro era completamente diferente a las curvaturas burlonas que solía dedicarle. Sin embargo, su hermana nunca había sido una experta en el arte de disimular, y su rostro reflejaba curiosidad pura.
Estaba convencida de que su silencio ya la había delatado. Sabía que debía responder, pero se le hizo más fácil apartar la mirada.
Nota asintió, enderezando la espalda en un intento por ganar confianza: —Tengo cosas más importantes por las que preocuparme. —Se encogió de hombros—. Supongo que no ha llegado el momento.
—Quizás porque tampoco había llegado la persona correcta, —Ana le dedicó una mirada cómplice—, pero yo creo que ahora sí.
La rubia giró la cabeza, llevando la vista hacia adelante, y los ojos de Nora acabaron siguiendo el mismo recorrido.
Tan pronto como se topó con la silueta de Pedri, quien golpeaba con maestría el balón que le había arrojado Ferran, se le cerró la garganta. Sintió los labios secos, la súbita necesidad de beber agua antes de que su estómago se encendiera en llamas.
No pudo evitar fijarse en la forma en la que sus músculos se tensaban mientras flexionaba ligeramente las rodillas, preparado para darle una vez más al balón. Las líneas de su abdomen, las de sus brazos, la expresión concentrada de su rostro. Nora no sabía cómo, pero, justo cuando creía que no podía lucir más atractivo, el canario se las arreglaba para estremecerla con más fuerza.
Sí, había afirmado que no tenía tiempo para pensar en la mínima posibilidad de sobrepasar todas sus barreras junto a Pedri, pero su mente era creativa, y había pasado las últimas noches fabricando diversos escenarios.
¿Qué pasaría si, en vez de dejar que las manos de Pedri bajaran hasta sus caderas, fueran más allá? ¿Y si el canario no se detuviera cuando la fricción entre sus cuerpos rozara aquel límite que parecía haberse puesto? Si los besos de Pedri ya eran suficientes para hacer que las piernas le temblaran, ¿cómo reaccionaría su cuerpo si algún día exploraba más allá?
Claro que había imaginado ciertas cosas—más que solo besos, caricias o uno que otro comentario sugerente. No obstante, siempre se forzaba a parar antes de ir demasiado lejos.
Ni siquiera sabía cómo proseguir, cómo actuar dentro de sus propias fantasías.
Se sentía profundamente insegura sobre aquel, y eso la frustraba. La hacía sentir vulnerable, pues estaba segura de que Pedri le llevaba ventaja y experiencia y, por alguna razón... aquello le revolvía el estómago.
El sexo, la intimidad, desnudarse ante alguien tanto literal como figuradamente... todo era un enigma para Nora. Conocía la teoría, las bases, los pasos a seguir, las instrucciones de manual; la práctica, sin embargo, era un obstáculo que nunca había pensado en enfrentar. Era perfeccionista desde la cuna: necesitaba planear antes de ejecutar—aunque su carácter explosivo denotara lo contrario—, y lo único que sabía era que aquello era precisamente lo que no debía hacer.
Y, con solo un par de palabras, Vera había despertado cientos de dudas más.
—Ya os he dicho que lo mío con Pedri termina con el Mundial —se limitó a decir; voz cortante, defensiva, pero con claros rastros de inseguridad.
—¿Y? —cuestionó Vera—. En eso ya no me meto, pero la realidad es que confías en él, y os tenéis unas ganas que os están matando desde hace meses; desde que os conocisteis, diría yo.
Nora bufó con ironía: —Tardamos semanas en siquiera soportarnos.
—Porque queríais comeros desde el principio y tratabais de evitarlo. Además, habríais tardado menos si tú no se lo hubieras puesto tan difícil.
La morena apretó la mandíbula, rehusándose a enfrentar la mirada acusadora de Vera.
No sabía cómo rebatir aquello.
—No sé, Vera... Él tiene cosas que hacer, y yo también. —Se llevó una mano a la sien, masajeando la zona al sentir una molesta punzada taladrándole el cráneo; no estaba segura de si el calor era el culpable, o si simplemente estaba volviendo a pensar demasiado—. Ni siquiera sé si estoy preparada para eso —confesó en un murmullo.
«Ni siquiera sabes si Pedri quiere», terminó la molesta voz de su cabeza.
Y es que la oportunidad no había surgido.
Llevaban dando vueltas en el mismo limbo durante varias noches y, aunque la tensión era cada vez más sofocante, Pedri jamás había intentado sobrepasar ningún límite. La besaba como si sus labios tuvieran vida propia, rozaba su abdomen por debajo de la ropa, la provocaba, pero siempre acaba allí—en provocación pura.
Parecía tener todo el control del mundo, pero nunca iba más allá. Encendía el fuego, más no lo apagaba.
¿Y si realmente no tenía ganas de más? ¿Y si tan solo buscaba distraerse, pasar el rato? Quizás pensaba que ella no era suficiente para satisfacerlo de verdad; quizás la veía como una niña inexperta, sobre todo considerando el arsenal de mujeres que alguien como él tenía a su disposición.
Se sintió como una tonta, pensando de aquella manera. Una parte de ella sabía que era ilógico, que ni siquiera debía preocuparse por eso cuando tenía tantas cosas que hacer.
Para su mala suerte, había arrojado la razón por la ventana hacía ya un tiempo.
—A ver, que no quiero presionarte... —La voz de su hermana la sacó de sus pensamientos. Tomó una profunda bocana de aire, tratando de despejarse, y, cuando por fin pudo aclarar su mente, giró a verla—... pero más te vale acompañarme esta tarde al centro comercial.
—¿Por qué?
—Porque te voy a comprar lencería. —Nora abrió la boca al instante, preparada para refutar, pero Vera ni siquiera le dio tiempo—. Ni se te ocurra quejarte, que me lo agradecerás.
Suspiró, maquinando su respuesta. Cambió de ruta varias veces, y finalmente perdió el duelo de miradas que su hermana había empezado.
—Vale —soltó entonces.
Asintió sin decir nada más, de forma casi imperceptible.
—¿Perdona? ¿Qué has dicho?
—Vale —sentenció con más fuerza. Se mordió la lengua durante un par de segundos, tratando de controlar su frustración ante la sonrisa satisfecha de Vera, quien claramente la había obligado a repetir su respuesta con el único fin de molestarla—. Iré contigo.
La mayor sacudió la cabeza, sin molestarse en ocultar sus carcajadas: —No me esperaba eso.
—La verdad es que yo tampoco —intervino Ana, quien le dedicó una sonrisa de apoyo.
«Ni yo».
Suspiró con pesadez, mordiéndose el interior de la mejilla. Se planteó si realmente estaba haciendo lo correcto, si quizás se estaba comportando como una idiota, pero decidió que era momento de mandarlo todo a la mierda.
Pensó que la conversación por fin había acabado. No obstante, una pregunta seguía palpitando en su cabeza, sacudiendo sus pensamientos. Los segundos pasaban, las punzadas eran cada vez más fuertes, y su corazón no tardó en unirse, nervioso ante la duda.
Sus ojos volvieron a buscar la silueta del canario antes de que pudiera darse cuenta.
Y no aguantó más.
—Vera... —Siguió mirando al frente, demasiado avergonzada como para enfrentar directamente a su hermana—. ¿Pedri ha estado con muchas chicas?
Sintió la mirada de Vera en su perfil.
Escuchó su silencio. La vio de reojo, notando que su ceño se había fruncido—que dudaba, separando los labios como si quisiera hablar, pero sin haber encontrado las palabras.
Vera por fin iba a responder justo cuando fueron bombardeadas por una nueva presencia.
Marcos, el hermano mayor de Ana, se sacudió el pelo como si fuera un perro. Sus mechones dorados esparcieron gotas de agua salada sobre las chicas, y no tuvo ningún tipo de cuidado mientras tomaba asiento en el hueco libre que había en la toalla de su hermana. Parecía no importarle en lo más mínimo que parte de su cuerpo estuviera cubierto de arena, ni mucho menos que Ana se hubiera lanzado al ataque, reclamándole por su imprudencia; el chico la ignoró, ganándose un bufido frustrado por parte de la rubia.
—¿Qué hacéis? —preguntó el muchacho, acompañado de una de esas carismáticas sonrisas que compartía con su hermana; la suya, sin embargo, mostraba un aire de confianza y una pizca de burla—. Parecéis un trío de marujas aquí apartadas.
—Y orgullosas. —Vera elevó el mentón, enseñándole su dedo corazón; ambos habían congeniado desde el principio, pero Nora sabía que a su hermana no le gustaban las interrupciones—. Para tu información, estábamos teniendo una importantísima conversación, así que puedes irte.
—Pues la tendréis luego.
Marcos se encogió de hombros, como si su respuesta fuera obvia. Ana se cubrió el rostro, maldiciendo a su hermano por lo bajo mientras Vera ponía los ojos en blanco.
Nora, por su parte, sacudió disimuladamente la cabeza, tratando de concentrarse—su hermana no había podido responder a su pregunta, y quizás aquella era una buena señal. Mientras el resto conversaba, decidió volver a concentrarse en la libreta que permanecía abierta sobre su regazo.
Después de todo, socializar no era uno de sus talentos, y mucho menos cuando tenía la mente revuelta.
—¿Y tú qué tanto escribes?
Cerró el cuadernillo tan rápido como escuchó la pregunta de Marcos.
Notó entonces que los cristalinos ojos del chico se habían posado sobre ella.
Se aclaró la garganta con incomodidad, pues el interior de su libreta era intocable. No lo había compartido con nadie, y planeaba que las cosas siguieran de aquella manera.
—Nada importante —respondió finalmente, fingiendo indiferencia.
—Hombre, llevas escribiendo desde que llegamos a la playa —insistió Marcos. Se inclinó ligeramente hacia adelante, acercándose un poco más—. Tiene que ser importante, ¿no?
La morena puso los ojos en blanco, preparada para contraatacar. Sin embargo, Vera se le adelantó: —¿Y tú qué? ¿Has estado mirando a mi hermanita?
—¿Cuánto me pagáis si lo admito?
Tan pronto como Marcos soltó aquellas palabras, Nora no pudo contener una carcajada incrédula. Cruzó las piernas en un gesto involuntario ante su sonrisa ladeada y la intensidad de su mirada, tratando de ocultar su incomodidad.
Normalmente era capaz de evadir comentarios como aquellos—se había convertido en toda una experta tras haber tenido que lidiar con decenas de pervertidos durante aquellos meses en los que trabajó en un bar. No obstante, el hermano de Ana la había tomado por sorpresa.
—¡Marcos! —exclamó Ana. La rubia frunció el ceño, dándole un manotazo en el brazo—. No te pases, gilipollas.
—Te recuerdo que Nora tiene novio. —El rostro de Vera relucía con burla y, cuando llevó la mirada hacia adelante, su sonrisa se ensanchó aún más—. Vaya, hablando del rey de Roma...
El corazón de Nora dio un vuelco. Levantó la cabeza con rapidez, de manera casi instintiva, y no tardó en toparse con Pedri, quien se acercaba con confianza.
Las comisuras del canario se extendieron en cuanto sus ojos se encontraron, en una de aquellas atractivas sonrisas de labios sellados. Caminaba con confianza, luciendo como una escultura, y finalmente se detuvo a los pies de su toalla, pasándose una mano por el pelo. Su silueta tapaba el sol, pero los rayos de luz no estaban dispuestos a desaparecer, creando un halo dorado a su alrededor.
Justo entonces, Nora notó que sus pupilas se centraban momentáneamente en Marcos. Su expresión apenas cambió, pero, aunque cualquiera lo hubiera pasado por alto, la morena pudo detectar la forma en la que sus comisuras se tensaban ligeramente. A pesar de ello, el canario volvió a centrarse en ella tras un par de segundos; extendió su brazo en su dirección, invitándola a coger su mano con nada más que una mirada y un discreto gesto de su cabeza.
Nora enarcó una ceja, echándole un último vistazo a su mano antes de subir nuevamente a sus ojos.
«¿Qué planeas esta vez?», le preguntaba sin necesidad de palabras. Pedri pareció comprenderla, mas tan solo se limitó a dedicarle una sonrisa retadora, negándose a apartar el brazo.
Quizás cedió demasiado fácil, pero optó por no pensar en ello mientras aceptaba su mano.
El canario la levantó con facilidad, como si no pesara nada. Tan pronto como estuvo de pie, la atrajo hacia él, dejando un pico en sus labios; sus manos, por otro lado, permanecieron ancladas a sus caderas. Nora acabó posando sus manos sobre su pecho con la intención de alejarse, notando las miradas de Vera, Marcos y Ana puestas sobre ellos. No fue capaz, sin embargo, pues el maldito magnetismo que la mantenía atada a él le impidió separarse.
Ni siquiera podía reclamarle nada ante aquella muestra de afecto, pues el hermano de Ana pensaba que realmente eran pareja, y las otras dos chicas eran las únicas que conocían la verdad sobre su enrevesada relación. Además, todos los miembros de la Selección se hallaban presentes en la playa, así que podría excusarse diciendo que tan solo estaba haciendo su trabajo.
Sí, otra vez se había salido con la suya.
—Madre mía, ya empezaron...
Sus oídos filtraron el comentario de Vera, pero decidió ignorarlo por el bien de sus mejillas sonrojadas. Pedri, por su parte, ni siquiera le prestó atención.
—Si solo querías hacer eso podrías haberte agachado tú, ¿no? —murmuró Nora.
El canario encogió los hombros con fingida inocencia: —No me apetecía.
—¿Que no te apetecía? —Se acercó un poco más, bajando la voz para evitar que alguien más que él la escuchara. Continuó con sarcasmo, dedicándole una mirada acusadora—. ¿O sea que no estás celoso?
Pedri chasqueó la lengua, sacudiendo la cabeza mientras su sonrisa se ensanchaba. Sus dedos se aferraron con más fuerza a las caderas de la morena, como si quisiera enfatizar sus siguientes palabras.
—¿Por qué estaría celoso si llevas toda la tarde viéndome a mí?
Un suspiro tembloroso escapó de los labios de Nora, quien trató de mantener la compostura; no obstante, la tarea era especialmente complicada cuando la veía de aquella manera: como si quisiera comerle la boca, o como si tuviera la certeza de que ella era suya.
Quiso objetar, pero Marcos se le adelantó antes de que siquiera pudiera empezar a ordenar sus pensamientos.
—Ey, —comenzó el chico entre risas. No se cortó un pelo, centrando la vista en Pedri—, que tenéis público.
Nora notó que el canario tensaba la mandíbula, que sus oscuras cejas se elevaban mientras le devolvía la mirada a Marcos. Apartó una de sus manos de su cadera, pero la acercó hacia él con la otra, pegándola a su costado.
—Ya, una pena.
Casi se ahogó con su propia saliva ante la respuesta del castaño.
Tuvo que toser disimuladamente, dedicándole una sonrisa forzada al hermano de Ana. Tan pronto como logró estabilizarse, giró hacia Pedri, tratando de desviar su atención de Marcos, cuya expresión se había tornado seria.
—No estás celoso, no —le recalcó en voz baja, recurriendo otra vez al sarcasmo—. Para nada.
—¿Se me nota mucho? —preguntó él con el mismo tono. La respuesta estaba más que clara, así Nora se limitó a poner los ojos en blanco, sacudiendo la cabeza con incredulidad; Pedri, por su parte, soltó una carcajada baja—. Mala mía, —continuó—, pero te estaba incomodando.
—Pedri...
—¿Qué? ¿Vas a decirme que no es verdad? —Su sonrisa adquirió un matiz más suave, más dulce. Su mano se sintió como un ancla mientras dejaba una caricia en su cintura, sus iris lucían como la miel más exquisita—. Te conozco, Nora —le recordó en un susurro.
La morena apretó los labios en una fina línea, luchando por mantenerse impasible. Comprendió, sin embargo, que era tarde; Pedri sí la conocía, y sabía perfectamente que se había quedado sin palabras.
—Llegas, nos interrumpes, y ni siquiera saludas. —Fue Vera quien se encargó de interrumpirlos, señalando al castaño de forma acusadora—. ¿Tú también vienes a meterte en nuestra conversación?
Él tan solo rio, y Vera se vio obligada a perdonarlo.
Resultaba que Pedri no solo se había acercado para montar su escenita de celos, sino que había venido a invitar a las chicas a participar de aquella partida de vóley que Ferran, Eric, Gavi y él habían estado jugando. El canario tuvo que insistirle a Vera para obligarla a separarse de la comodidad de su toalla, y Nora—quien siempre había sido un desastre en los deportes—trató de decirle que aquella no era buena idea, pero a él no le importó. Eventualmente, Pablo acabó acercándose para apoyar a su amigo y, cuando Marcos preguntó si podía unirse—pues lo cierto era que Pedri no lo había invitado—, Gavi fue el encargado de decirle que ya tenían a todos los participantes.
Estaba de más decir que el canario se encontró más que satisfecho con las palabras del sevillano.
A partir de ahí, se dirigieron juntos hacia donde los chicos habían estado jugando. Ferran y Eric ya estaban allí, junto a Sira y el balón de vóley.
—Vale, repartiros —sentenció Ferran, quien sujetaba la mano de su novia—. Cada una de vosotras tiene que ir con uno de nosotros.
—¡Decido yo! —exclamó Vera, aplaudiendo con emoción. Giró hacia Ana, cogiéndole la mano para acercarla a Pablo—. Tú con Gavi. —La rubia tragó en seco, separando los labios en un intento por rechistar, pero la mayor no se lo permitió, volteando hacia Pedri—. Y yo contigo.
Incapaz de controlar su reacción, Nora frunció el ceño; el canario ya había puesto una mano en su espalda baja, reclamándola como su pareja tan pronto como Ferran había explicado las indicaciones.
Vera, por su parte, estalló en carcajadas.
—Es coña, es coña. —La mayor levantó los brazos con fingida inocencia, notando que Pedri también estaba preparado para intervenir—. No me matéis. Iré con Eric.
La morena escuchó la risa del canario. Ella se limitó a poner los ojos en blanco, sin poder esconder una sonrisa.
Una vez las parejas estuvieron formadas, Ferran y Sira fueron los primeros en actuar. El chico flexionó las rodillas, bajando hasta la altura necesaria para permitir que su novia pudiera subirse a sus hombros. Una vez Sira se acomodó en su lugar, Ferran se incorporó, sujetando sus piernas para estabilizarla.
Nora escuchó el chillido de Sira, quien estiraba los brazos en un intento por mantener el equilibrio; escuchó también las carcajadas de Ferran, y a Vera diciéndole a Eric que le cortaría las pelotas si no la sujetaba con fuerzas.
¿Se suponía que ella también tenía que hacer eso?
En cuanto volteó la cabeza, se percató de que Pedri ya estaba flexionando las rodillas, tal y como lo había hecho Ferran.
—Súbete, anda —le indicó. Sonrió con burla ante la expresión asustada de la morena, mas no se movió de su lugar.
—Creo que paso...
Tras aquellas palabras, el canario se puso de pie, dándose la vuelta para poder posicionarse frente a ella. Seguidamente, envolvió las manos de la morena con las suyas, tirando con suavidad para acercarla más a él.
—Venga, Nora. —Acarició el dorso de sus manos con sus pulgares. Le dedicó una de esas irresistibles miradas; de aquellas a las que Nora no era capaz de negarse, las que podían derretir un bloque de hielo—. Será divertido.
Intentó mantenerse firme, seguir con su decisión inicial. Incluso sacudió la cabeza, preparada para negarse una vez más, pero los ojos de Pedri acabaron ganando la batalla.
En cuanto estuvo en posición, la levantó como si no pesara nada.
Sabía que Pedri era fuerte—era un jodido deportista de élite; por supuesto que era fuerte—, pero no sabía que tanto.
Fueron las manos del chico sobre sus muslos lo que llamó su atención mientras luchaba por mantener el equilibrio. Los sujetaba con firmeza, incendiándola sin siquiera intentarlo. Aunque el gesto era inocente, Nora tuvo que aguantar la respiración durante unos segundos, tratando de disipar el ardiente nudo que comenzaba a formarse en su estómago.
—¿Todo bien?
—Como me dejes caer...
El chico rio. Le dio un apretón a sus muslos, y ella juró que, si seguía así, su tacto empezaría a dejar marcas en su piel.
—Eso nunca.
Detectando la extraña chispa que brillaba en sus ojos, Nora no supo si solo se refería a aquel momento, o si también se refería a algo más.
—¡Vale, a ver! —exclamó Eric, captando la atención de todos los presentes—. Esto va así: nosotros nos movemos y vosotras solo tenéis que darle a la pelota. Como vóley de toda la vida.
Mientras los demás se dedicaban a aclarar los últimos detalles, explicando una que otra regla, Pedri le dio un par de toques al interior del muslo de Nora, forzándola a mirarlo.
—¿Qué me das si perdemos? —preguntó entonces; labios curvados en un gesto travieso, pupilas centellando con un brillo sugerente.
Nora mordisqueó el interior de su mejilla, tratando de formular una respuesta. Finalmente, le respondió con una sonrisa sarcástica: —Una palmadita en la espalda.
El canario soltó una carcajada. La sujetó con más fuerza, arrancándole un jadeo involuntario.
—Ni de coña.
—Pues te jodes —se forzó a responder, indispuesta a que Pedri notara lo acelerado que estaba su pulso—. Es tu culpa por aceptarme como compañera en algo que se me da fatal.
—Bueno, ha valido la pena. —Notó que el canario trataba de contener otra sonrisa, pero sus comisuras acabaron traicionándolo—. Al menos te tengo encima de mí con ese bikini puesto.
La voz de Pedri se había tornado más grave, más ronca, y Nora pensó que acabaría perdiendo el equilibrio si volvía a hablarle de aquella manera.
Acabó llevándole las manos a los ojos, tapándolos en un intento por molestarlo. El chico volvió a reír ante su reacción, pero al menos no alcanzó a ver el tono rojizo acumulado en sus mejillas.
Recordando la pregunta sin respuesta que le había hecho a Vera hacía unos minutos atrás, Nora no pudo evitar preguntarse si Pedri alguna vez había jugado a lo mismo con alguna otra chica.
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Aún no comprendía cómo era que Pedri se las había arreglado para arrastrarla consigo a su entrevista con los hermanos Buyer, quienes tenían un importantísimo canal de YouTube. Tan solo le había bastado con irrumpir en su habitación, poner cara de niño bueno y darle un par de besos para convencerla.
No, no estaba orgullosa de haber caído con tanta facilidad, pero al menos nadie tenía por qué enterarse.
—Podría estar echándome una siesta ahora mismo —farfulló de brazos cruzados.
Se encontraba junto a Pedri en el campo de entrenamiento de la Selección, esperando a la llegada de Javi y Eric Buyer. Estaba agotada, pues había pasado toda la noche en vela, terminando la canción que había comenzado a escribir en la playa mientras el canario dormía a su lado. Apenas había recolectado las fuerzas suficientes para taparse las ojeras con un poco de corrector, acabando con máscara de pestañas y un ligero toque de rubor; después de todo, la familia de Pedri llegaría a Catar aquella noche, tendría que asistir a una cena con ellos, y no quería causar una mala impresión con su cara de cansancio.
Sería la primera vez que veía a los padres de Pedri desde aquella ocasión en la que ayudó a Rosy a cocinar; a Fer lo había visto en algún que otro partido del Barça, pero poco más. Aunque ante los ojos de los González todo seguía exactamente igual, Nora sabía que las cosas habían cambiado—y mucho.
El castaño posó un brazo sobre sus hombros tras escuchar su queja, atrayéndola hacia él: —Te prometo que será rápido —Plantó un pequeño beso en su sien antes de continuar—. Si quieres nos echamos una antes de ir a cenar, ¿vale?
Nora no respondió. Simplemente soltó un suspiro, demasiado cansada como para percatarse de que su cuerpo se había dejado caer, apoyando todo su peso en el costado del canario. Pedri mantuvo su brazo en la misma posición, jugando distraídamente con un mechón de su pelo mientras sacaba su móvil para mandarle un mensaje a los Buyer, con quienes tenía buena relación.
Apenas pasaron cinco minutos cuando Javi y Eric por fin llegaron al campo tras un exhaustivo control de seguridad. Nora—quien se quedó dormida en el hombro de Pedri—los saludó con dos besos y una pequeña sonrisa.
Parecía, sin embargo, que los Buyer ya habían escuchado sobre ella.
—Hombre, pero si ya sabemos quién eres —habló Javi en cuanto la morena terminó de presentarse—. Pedri y tú habéis protagonizado las noticias durante meses.
—Bueno, eso y que nuestra sobrina está obsesionada contigo —continuó Eric—. Lleva diciendo que eres su cantante favorita desde antes de que saliera lo tuyo con Pedri.
El pecho de Nora se encogió al instante. Sintió que su corazón latía con más fuerza, que bombeaba la sangre hasta sus mejillas y le curvaba los labios en una sonrisa inamovible.
Nunca le habían dicho nada sobre su música, al menos no a la cara.
Hacía ya bastante tiempo desde que había decidido evitar los comentarios de sus redes sociales, demasiado asustada como para enfrentar las opiniones de los fans de su novio falso. El cambio no le había afectado en un principio—estaba ocupada pensando en las opiniones de la prensa—, pero, a medida que seguía subiendo contenido, incapaz de interactuar con aquellas personas que se tomaban el tiempo de apoyarla, empezaba a sentirse... desconectada.
El comentario de Eric era simple, insignificante, pero tocó una fibra sensible de su alma.
Y, al mirar a su derecha, se topó con el semblante orgulloso de Pedri.
No supo cómo se las arregló para responder sin demostrar su emoción, pero, finalmente, los Buyer empezaron a preparar su equipo de grabación. Le pidieron el favor de encargarse de la cámara, asegurando que sabían que aquel era su trabajo en el Barça. Mientras Nora ajustaba el trípode a su gusto, los tres chicos tomaron asiento en las butacas que el personal de la Selección había preparado para el vídeo.
La entrevista empezó con naturalidad. Los Buyer eran carismáticos, llevando la conversación con maestría sin caer en las típicas preguntas que siempre hacía la prensa. Pedri, por su parte, se desenvolvía con absoluta naturalidad; llevaba bastante tiempo jugando como futbolista profesional, sabía manejarse en una entrevista, pero siempre usaba una fachada concreta—con Eric y Javi, sin embargo, era el mismo chico vacilón que Nora conocía.
Tuvo que aguantar sus carcajadas en varias ocasiones, luchando por no interrumpir la grabación. El canario la había pillado más de una vez, sin ocultar su propia sonrisa cada vez que la veía cubriéndose la boca del otro lado de la cámara.
Ella tan solo podía esperar que nadie pudiera notar la expresión divertida del chico cuando el vídeo fuera publicado en YouTube.
—¿Y en la habitación duermes solo o con algún compañero? —le preguntó Eric al canario tras varios minutos de entrevista.
La chica se mordió la lengua de manera instintiva. Se escondió detrás de la cámara, rogando que ninguno de los chicos pudiera fijarse en su sonrojo.
No, Pedri no dormía precisamente solo.
—Solo —aseguró el chico con aparente naturalidad; aun así, Nora pudo detectar el deje de sorna en su sonrisa.
—¿Solo?
—Sí, sí. Pero todos dormimos solos.
—Hostia. —Las comisuras de Javi se ensancharon. Subió y bajó las cejas de manera sugerente—. Entonces lo que dice Luis Enrique en sus directos...
Los tres chicos estallaron en carcajadas, y Nora no pudo evitar llevarse una mano a la frente al recordar lo que el míster había dicho en uno de sus directos, cuando le preguntaron si dejaba que sus jugadores tuvieron relaciones antes de un partido. Aquel fragmento se había vitalizado por todas las redes sociales, así que la plantilla entera de la Selección la había visto—Nora incluida.
—Claro, se puede hacer. —El canario miró hacia adelante; sus ojos, sin embargo, fueron más allá de la cámara, posándose en Nora—. Se puede hacer tranquilamente.
La morena apretó los labios en una fina línea, resistiendo las ganas de matarlo. La chispa de picardía que brillaba en los iris de Pedri no hacía más que avivarse mientras la veía moverse nerviosamente en su lugar, alternando su peso de un pie al otro en un intento por distraerse.
Los recuerdos volaban por su mente—imágenes dispersas en las que los labios del canario siempre eran los protagonistas.
Y entonces pensó en la conversación que había tenido con Vera y Ana la tarde anterior.
En que quizás sí tenían la oportunidad de hacer lo que decía Luis Enrique, pero no aun así no habían llegado a nada más que unos cuantos besos.
—Pues ya ves tú, Eric. —Javi enarcó una ceja, dedicándole un codazo amistoso al canario—. Qué no habrá hecho este.
—¡De todo! —aseguró el menor de los Buyer—. Si es que este tío es un folleti.
Nora no supo por qué, pero sintió que todos sus músculos se tensaban.
No se atrevió a mirar a los Buyers, ni mucho menos a Pedri. Se quedó quieta, observando a través de la pantalla de la cámara, como si aquello fuera suficiente para ocultar su reacción.
Joder—si es que ni siquiera tenía que haber reacción alguna. Eric solo estaba bromeando.
Y, si no era broma, tampoco debía importarle.
—Menuda famita tienes —continuó Javi—, tu hermano nos ha contado ya.
—Qué va, qué va. —El canario soltó una carcajada; parecía forzada, como si quisiera cambiar de tema—. Fer lo exagera todo.
—No sé yo... Entre las influencers esas que nos enseñó, Tania, la otra de Canarias...
Aunque la lista continuara, Nora no pensaba oír más.
Sintió una punzada en su estómago. Un nudo en su garganta, un extraño hormigueo en las palmas de sus manos. No sabía si lo que escuchaba de fondo era un pitido imaginario o quizás el retumbar de sus latidos, pero no le importó. Simplemente se limitó a tragar con fuerzas, repitiéndose que nada de aquello le incumbía.
Ya sabía que el canario había estado con varias mujeres—aún sin tener nada serio—, y también sabía que aquello era absolutamente normal; a pesar de ello, no pudo evitar sentirse diminuta, como una mota de polvo dentro de una caja de diamantes. El pasado de Pedri era irrelevante dentro de la tarea de actuar como su novia falsa, mas no pudo evitar preguntarse si aquellas chicas fueron un juego para él, si ella caía dentro de la misma categoría.
«No», se dijo, tratando de mantener el mentón elevado. «Él no es así. Te estás montando una película, Nora».
—Eso era antes —sentenció Pedri, interrumpiendo a Eric.
—Bueno, claro, ahora tienes novia. —Cuando Javi le dirigió la mirada, Nora se apresuró en recuperar su fachada. El chico no tardó en volver a centrarse en la cámara, dirigiéndose a sus seguidores—. Chavales, que sepáis que la novia de Pedri nos está ayudando a grabar este vídeo. Seguidla en redes sociales, que va a ser la próxima gran cantante de España.
Seguidamente, Eric la invitó a acercarse con un gesto de su mano: —Ven a saludar, Nora.
—No hace falta...
—Ven, ven. No seas tímida.
Cuando Eric se levantó de su butaca, sentándose en el asiento consiguiente para dejarle un hueco al lado de Pedri, supo que no tenía alternativa.
Tomó una profunda bocanada de aire antes de acercarse. Se sentía completamente rígida mientras tomaba asiento, haciendo un esfuerzo inconsciente por evitar rozar a Pedri. Saludó a la cámara, recordándose que llevaba meses actuando precisamente para saber cómo reaccionar en situaciones como aquella.
Aun así, apenas participaba en la conversación.
Reía solo cuando era necesario, y únicamente respondía cuando alguno de los Buyer le hablaba de manera directa. Tampoco prestaba mucha atención, enfocada en evadir la mirada del canario para evitar que se percatara de su estado. Pedri la conocía—la conocía muy bien—, y había aprendido a leerla a la perfección; Nora sospechaba que, tarde o temprano, acabaría percatándose de que algo la estaba molestando.
Fue entonces cuando sintió la mano del canario en su espalda.
Pedri se había acercado con discreción, pero Nora sospechaba que la cámara podría captar el gesto de todas maneras. Aun así, a él no le importó, aprovechando que Eric y Javi seguían hablando entre ellos para acercarse a su oído.
—¿Estás bien? —le preguntó en un susurro.
Claro; por supuesto que se había dado cuenta.
Se limitó a apretar los labios en una fina línea, girando ligeramente la cabeza para poder verlo mientras asentía. Le dedicó una pequeña sonrisa, y esperó que aquello fuera suficiente para mantenerlo tranquilo por un rato.
Notó su mirada escéptica clavada en cada una de sus facciones.
Los chicos rieron una vez más, pero ella no fue capaz de seguirles el ritmo. Sintió que la mano de Pedri—la cual seguía adherida a su espalda—subía y bajaba por encima de la tela de su top, pero prefirió de enfocarse en la forma en que su móvil vibraba en su bolsillo.
Lo sacó de su sitio, topándose con un mensaje de Fer, quien le avisaba que ya había llegado junto a sus padres al hotel; Nora había quedado con ellos para llevarlos a sus respectivas habitaciones y enseñarles las instalaciones, pues sabían que Pedri estaría ocupado acabando la entrevista con los Buyer.
Era la excusa perfecta para huir—para alejarse y tratar de despejar su cabeza.
—Chicos, me tengo que ir —anunció entonces—. Perdonad, cortad esta parte del vídeo... —Le dedicó una mirada a Pedri, enseñándole brevemente el mensaje—. Me ha escrito Fer. Ya está en el hotel con tus padres.
—No te preocupes, Nora. —Javi le sonrió—. Encantados de conocerte.
Se despidió de los Buyer. Compartieron unas últimas palabras, y entonces se preparó para largarse.
Pedri atrapó su muñeca antes de que pudiera levantarse.
La observó por un par de segundos, con el mismo escepticismo que había visto en sus ojos cuando le preguntó si se encontraba bien; aun así, decidió ignorarlo, hasta que el chico habló finalmente.
—Nos vemos allí, ¿vale? —le murmuró. Le dio un suave apretón a su muñeca, como si no quisiera soltarla—. En mi habitación.
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Un amargo sentimiento de culpa escalaba como una maldita araña por su garganta.
Se lo pensó una, dos, tres veces mientras caminaba de un lado a otro de la habitación de Pedri, sujetando su móvil como si fuera un arma de doble filo. Titubeó, se negó a ceder varias veces, pero finalmente acabó cayendo en la tentación, desbloqueando el aparato y yendo directamente al buscador.
Sus dedos actuaron de manera automática. Marcó las letras con rapidez, mordisqueó su labio inferior mientras esperaba impacientemente a que el resultado apareciera en la pantalla. Ni siquiera sabía con qué iba a encontrarse, pero su corazón iba a mil por hora.
Leyó los primeros titulares con un nudo en la garganta.
Los detalles de la noche de pasión de Pedri con Tania.
Samu Chávez cuenta cómo pilló a su exnovia Tania Déniz con Pedri.
Pillan a Pedri con una conocida participante de 'La Isla de las Tentaciones'.
Las noticias eran de principios de verano, un par de meses antes de que Nora conociera al canario. A pesar de ello, no pudo evitar detenerse a leer el primer artículo con el que se había topado. Al parecer, Pedri había pasado una noche con aquella chica—quien ahora reconocía como una famosa influencer—, pero poco más.
Los datos realmente no eran relevantes. Por experiencia, sabía que la prensa siempre exponía todos y cada uno de los enredos de las celebridades del momento, sin importar qué tan pocos detalles tuvieran. No obstante, las ganas de seguir indagando terminaron apoderándose de Nora.
Finalmente, acabó deteniéndose en una de las imágenes que se encontraban anexadas al artículo.
Era una foto de Tania.
No fue difícil darse cuenta de que era tremendamente guapa.
Era toda una mujer, con un rostro precioso y una larga melena de pelo liso que le llegaba a la altura de la cadera. Su cuerpo era igual de despampanante, lleno de curvas y líneas que el de Nora carecía. Quizás lo único en lo que se parecían era en el hecho de que ambas tenían un tono de piel parecido, y entonces recordó aquella ocasión en la que Ferran le dijo que las chicas morenas eran el prototipo de Pedri.
Compararse... compararse era inevitable.
Se preguntó cuál habría sido la respuesta de Vera si Marcos no la hubiera interrumpido la tarde anterior.
Los celos eran agrios; se extendían como una presión en su pecho, y no le gustaba admitirlo. Bajaban lentamente hasta su estómago y se asentaban ahí, retorciéndolo a su gusto. Tal vez lo peor de todo era que sabía que no debía sentirlos—que seguramente lucía patética con las manos aferradas al móvil, la mandíbula apretada y la garganta cerrada.
Ni siquiera notó que la puerta de la habitación se abría. Estaba demasiado ensimismada, con los dedos congelados sobre la pantalla. Tampoco escuchó los pasos, y no se percató de la presencia de Pedri hasta que lo tuvo delante.
Cuando finalmente levantó la mirada, encontrándose frente a frente con el rostro del canario, notó que sus ojos se habían centrado en su móvil, donde la imagen de Tania era claramente distinguible.
—¿Quién está celosa ahora?
El tono de Pedro era ligero, vacilón. Nora pensó que quizás podía aferrarse a ello para intentar evadir el tema; si se inventaba alguna y excusa y le seguía el juego, tal vez podría convencerlo de que no se estaba comiendo la cabeza por aquella estupidez.
Soltó un bufido forzado, poniendo los ojos en blanco tal y como lo haría en cualquier otro momento: —Ya quisieras.
Su fallo, sin embargo, fue que se le quebró la voz mientras apagaba la pantalla.
Fue casi imperceptible, pero supo de inmediato que el castaño había podido notarlo.
La expresión de Pedri dio un giro de ciento ochenta grados. Sus comisuras cayeron casi al instante, su ceño se frunció, y un destello diferente apareció en su mirada mientras paseaba sus ojos por el rostro de la chica.
—¿Qué pasa, Nora?
La morena apartó la mirada, fijándola en un punto indefinido de la habitación. Se concentró en la presión acumulada en su mandíbula, tratando de concentrarse en cualquier otra cosa menos los ojos de Pedri.
—¿Es por lo que dijeron los Buyer? —continuó él—. Eso no tiene nada que ver contigo.
—Lo sé.
—Tampoco tiene nada que ver con nosotros.
—Lo sé.
Una súbita oleada de impotencia se apoderó del cuerpo de Nora, impulsándola a enfrentarlo. No obstante, en cuanto se topó con sus cálidos iris, sintió que la rabia era reemplazada por una insoportable sensación de inseguridad.
Lo sabía, sí, pero la lógica no le estaba haciendo ningún favor en aquel instante.
—Me da igual lo que hayas hecho en el pasado, Pedri. Ni siquiera me incumbe. —Luchó por refugiarse detrás de una máscara de indiferencia, pero su sonrisa falsa acabó esfumándose en cuestión de segundos—. Solo quiero saber una cosa. —Se cruzó de brazos, como si aquello fuera suficiente para reponer sus barreras. Titubeó antes de continuar, y entonces supo que la había cagado—. ¿Esto... esto es un juego?
—Joder, Nora. —El canario soltó un suspiro pesado, dedicándole una mirada incrédula—. Sabes que, si por mí fuera, esto no acabaría después del Mundial.
Pedri señaló el espacio vacío entre ambos, luciendo tan frustrado como ella. La presión acumulada en su entrecejo era cada vez más palpable. Si respiración se había adaptado a la de Nora, haciendo que su pecho subiera y bajara con la misma intensidad.
Ella apenas pudo registrar sus palabras. La rabia, los celos y el maldito cúmulo de dudas que le nublaban la mente solo le permitían pensar en el hecho de que decenas de personas le habían mentido a lo largo de su vida, en que quizás el canario no era la excepción.
En que, si aquello le importaba, entonces estaba realmente jodida.
—¿Sabes qué? Hagamos como que no ha pasado nada. —Forzó otra sonrisa. Acabó soltando una pequeña carcajada, nerviosa e impotente—. No tienes que explicármelo, ni siquiera tendríamos que estar teniendo esta conversación. Después de todo, solo somos...
—¿Amigos? ¿Desconocidos?
El chico ni siquiera la dejó terminar.
Acortó la distancia con tortuosa lentitud. De repente, estaba tan cerca que Nora se vio forzada a elevar el mentón para poder mirarlo a los ojos—ojos punzantes, envueltos por aquella capa de fuego que solo aparecía cuando el aire se hacía pesado, cuando la tensión aumentaba y el magnetismo entre ambos se tornaba casi insoportable.
—Venga, dilo. —Se acercó poco a poco a su oído, como un lobo acechando a su presa. Permaneció allí, esperando, pero las cuerdas vocales de Nora se negaron a funcionar—. No puedes, ¿verdad?
La morena escuchó su ronca carcajada al ras de sus tímpanos, sintió sus labios rozándole la oreja. Sabía bien que era él quien había ganado, que no podría hacer ni decir nada mientras lo tuviera tan cerca; aun así, trató de permanecer firme, inmutable, pegando los brazos a sus costados y concentrándose en el ritmo de su propia respiración.
Los labios de Pedri dejaron un pequeño beso justo debajo de su lóbulo, en aquel punto sensible que el canario había descubierto hacía algunos días. Nora tan solo pudo fijar la mirada en el techo, mordiéndose el interior de la mejilla para evitar soltar un suspiro.
—Ya te he dicho que antes no quería nada serio —susurró contra su piel—. Antes —recalcó con otro beso.
La morena se separó ligeramente, buscando sus ojos: —Pues ahora tampoco deberías.
Él no respondió.
Y ella tan solo pudo centrarse en sus pupilas dilatadas, en el tenue rastro de marrón que apenas podía percibir en sus iris—en sus labios entreabiertos, en el perfecto ángulo de su mandíbula.
No supo cómo ni cuándo acabó besándolo. Tampoco supo quién empezó, ni quién de los dos llevaba las riendas.
Solo pudo aferrarse a su cuello mientras Pedri exploraba su boca.
Se permitió descargar aquel cúmulo de emociones con el que llevaba cargando desde la tarde anterior; sacó toda la frustración, la impotencia, las dudas. Sabía, sin embargo, que aquella solo era una solución temporal, y que las voces de su cabeza no iban a parar hasta que expresara todo lo que llevaba dentro.
Sus movimientos comenzaron a volverse más torpes. El placer fue reemplazado por una molesta presión en la boca de su estómago. Sus manos quedaron congeladas en la nuca de Pedri, como si no supieran qué hacer.
Fue él quien se alejó primero. El chico subió una mano hasta su mejilla, acariciando su pómulo con delicadeza. Se sintió cuidada, protegida, y, ante la mirada inquisitiva que el castaño le dedicaba, observándola como si supiera perfectamente que algo andaba mal, no pudo hacer nada más que soltar un suspiro tembloroso.
—Quiero estar contigo —murmuró el chico. Saboreó cada palabra, haciendo especial énfasis en la última.
Y entonces Nora habló sin pensarlo.
—¿Entonces por qué no me has tocado?
Se le detuvo el corazón tan pronto como procesó lo que sus labios habían soltado. Los apretó en una fina línea, preguntándose si aquello sería suficiente para poder retroceder el tiempo.
No. Efectivamente, no fue suficiente.
El rostro de Pedri se había congelado. Sus músculos parecían rígidos, y sus cejas se habían elevado ligeramente, en una expresión que Nora no era capaz de codificar.
Bueno, ya la había cagado.
No tenía otra opción más que continuar, así que se armó de coraje.
—Tocar de verdad, Pedri.
En cuanto soltó aquellas palabras, sintió que la boca se le secaba.
Solo pudo quedarse ahí, con la garganta cerrada mientras esperaba la reacción del canario. La tentación de cerrar los ojos era cada vez más fuerte, e incluso empezó a plantearse si contaba con la posibilidad de abandonar la habitación antes de que él pudiera responder.
—¿Quieres que lo haga?
El silencio sonaba más fuerte que cualquier palabra.
Nora no era capaz de describir su expresión. Solo podía fijarse en la manera en que sus ojos se oscurecían, en la forma en la que sus cejas los enmarcaba, en el subir y bajar de su manzana de Adán; en su mano bajando desde su mejilla hasta su cuello, acariciándolo con una perfecta fusión entre firmeza y cuidado.
—Dilo en voz alta, cariño.
La voz de Pedri retumbó contra las paredes de su mente.
Le sacudió el mundo con nada más que su acento y su colonia y, aunque en cualquier otro momento se hubiera negado a hablar, demasiado orgullosa como para caer ante sus encantos, terminó sucumbiendo en tan solo un par de segundos.
—Tócame.
Aquello fue todo lo que Pedri necesitó para volver a atrapar su boca.
El beso era fogoso, cargado de pasión y emociones silenciosas—emociones que Nora no era capaz de explicar con palabras, que ni siquiera podía expresar en voz alta. Sus manos, aquellas que usualmente se limitaban a pasearse por la nuca o los hombros del chico, fueron bajando lentamente por su pecho; sus labios respondían ardientemente a los de Pedri, pero sus dedos exploraban con precaución, como si creyeran que cualquier movimiento brusco podía llegar a romper el momento.
Se detuvo en la zona de su estómago, sin atreverse a bajar más. Se limitó a sentir las duras líneas de su cuerpo sobre la tela de su camiseta, preguntándose cómo se sentiría el contacto directo de sus yemas con su abdomen.
De pronto, la parte trasera de sus rodillas entró en contacto con el colchón. El canario la mantuvo ahí, atrapada entre su cuerpo y la cama mientras dibujaba un camino de besos desde su pómulo hasta su mandíbula. En algún punto, Pedri acabó tomando sus manos, guiándolas poco a poco hasta llevarlas hacia el borde inferior de su camiseta, invitándola a explorar más allá de la tela.
Nora titubeó, abriendo los ojos momentáneamente. Sin embargo, el chico se encargó de distraerla, trazando una línea desde su mandíbula hasta su cuello con nada más que su lengua.
La morena sintió que sus rodillas temblaban, que sus labios caían entreabiertos mientras intentaba contener un jadeo. A pesar de ello, se atrevió a colar sus manos por debajo de la camiseta del chico, soltando un suspiro cuando sus dedos se toparon con la ardiente superficie de su piel.
Él no tardó en hacer lo mismo, abrazando su cintura desnuda.
No supo cuánto tiempo había pasado cuando sus piernas finalmente acabaron cediendo, forzándola a tomar asiento en el borde de la cama. Aquello no supuso un obstáculo para Pedri, quien subió una mano hasta la nuca de la chica para inclinar su cabeza hacia atrás, de modo que pudiera acceder a sus labios aún estando de pie.
—¿Sabes por qué no lo había hecho antes? —susurró el chico contra su boca. Ella negó, tratando de alcanzar nuevamente sus labios, pero él no se lo permitió—. Porque eres diferente —continuó. Plantó un beso en su comisura, otro en su barbilla, uno más en su mandíbula—. Porque no quería hacer algo que tú no quisieras. —Volvió a sus labios, rozando su nariz con la de la morena—. Porque me importas.
El recuerdo de aquel día en la playa, cuando se permitió ser vulnerable delante suya y él le dedicó aquellas mismas palabras, atacó el pecho de Nora como un huracán.
No pudo resistirlo más. Se aferró al cuello de la camiseta de Pedri, tirando de él para poder besarlo una vez más.
El castaño respondió con el mismo ímpetu.
Entre besos, roces y caricias, Nora acabó tumbada en el colchón. Uno de los muslos de Pedri—quien se había posicionado sobre ella—reposaba peligrosamente entre sus piernas; la mano izquierda del chico se encontraba apoyada en la cama, al costado de su rostro, mientras la otra se paseaba libremente por su cuerpo. El calor se había vuelto insufrible, y solo podía pensar en la presión acumulada en la parte baja de su estómago.
Pensar en que aquello era real, no una fantasía.
En que, por primera vez, estaba abriéndole sus puertas a alguien más.
—¿Quieres que pare?
Nora no se había percatado de que las dudas habían vuelto a atacarla hasta que escuchó la pregunta del canario.
Levantó los párpados, con los ojos cristalizados por el placer y los labios hinchados, y entonces se topó con el rostro preocupado del castaño. Trató de esbozar una sonrisa, pero sus comisuras le fallaron, cayendo tan pronto como intentó levantarlas.
—No —murmuró finalmente, enredando sus dedos en el cabello de Pedri—. Es que... —Tragó en seco, preparándose para admitir lo que realmente estaba comiéndole la cabeza. Le tomó unos cuantos segundos, pero la mirada del chico la incitó a hablar—. Nunca he hecho... nunca he hecho nada de esto.
Él pareció entenderlo al instante.
Se quedó quieto por unos cuantos segundos; mientras tanto, su mano trazaba patrones abstractos en la piel de su estómago.
Fue entonces, tras dedicarle una sonrisa casi imperceptible, cuando el chico acabó enterrando su rostro en el cuello de Nora, dejando un beso en su clavícula.
—Iremos lento —susurró contra su piel.
Con solo aquellas palabras, la chica sintió que los nervios se disipaban.
Sabía que Pedri estaba haciendo todo lo posible por despejarle la mente, pues no le dio ni un solo segundo para pensar. Se apropiaba de sus labios cuando llevaban demasiado tiempo solos, recorría cada zona de su piel con las yemas de sus dedos, le apartaba el cabello del rostro. La miró en busca de aprobación antes de quitarle el top que llevaba puesto, y volvió a hacerlo antes de deshacerse de sus pantalones.
Cuando los ojos de Pedri empezaron a barrer su silueta, la morena por fin recordó exactamente lo que llevaba debajo de la ropa.
—Ha sido Vera —soltó sin pensarlo, con las mejillas sonrojadas por la vergüenza.
Sí, su hermana había cumplido la promesa de llevarla al centro comercial tan pronto como abandonaron la playa la tarde anterior. Nora todavía no sabía exactamente cuál había sido el impulso que la llevó a ponerse el sujetador y las bragas de encaje negro que Vera había escogido para ella, pero ya no podía arrepentirse.
Los labios de Pedri se estiraron en una sonrisa coqueta. Tardó unos cuantos segundos más en volver a centrarse en sus ojos, relamiéndose los labios con una ceja enarcada.
—Recuérdame darle las gracias.
Tras pronunciar aquellas palabras, el canario no dudó en acariciar el borde de sus bragas con su dedo índice, tomándose todo el tiempo del mundo. Finalmente—y después de provocarla durante un rato más, apretando el interior de sus muslos y paseando sus manos cerca de su centro—, se quitó la camiseta.
—Separa las piernas, guapa —le pidió con firmeza; su voz era ronca, grave, y enviaba vibraciones por todo el cuerpo de Nora. Le hizo caso tras soltar un suspiro tembloroso, cerrando los ojos en un intento por escapar de su mirada—. Muy bien, así...
Sus manos continuaron subiendo por sus muslos; alternaba entre caricias y masajes, roces casi imperceptibles y apretones más sólidos.
Fue entonces cuando Nora sintió que los dedos de Pedri rozaban su centro, por encima de la tela de las bragas.
Cerró las piernas de manera instintiva, sorprendida ante la sensación. Sí, se había tocado en el pasado, sabía cómo se sentía, pero el efecto nunca había sido tan... intenso.
Y mucho menos con un simple roce.
Se disponía a tragar en seco cuando la mano libre del canario atrapó su mentón, obligándola a mirarlo.
—¿Confías en mí? —preguntó en un susurro.
Nora asintió tan rápido que, por un pequeñísimo instante, no pudo evitar asustarse.
Aun así, no tuvo tiempo para pensar, pues Pedri posó sus manos sobre sus rodillas, abriendo lentamente sus piernas. Le dedicó una última mirada antes de volver a rozar su centro, repitiendo el mismo movimiento que la había sorprendido; la acarició tentativamente sobre la tela, arrancándole pequeños suspiros cada vez que la presión de sus dedos aumentaba.
La morena volvió a cerrar los ojos, concentrándose en el delicioso cosquilleo que subía desde su parte más íntima hasta la boca de su estómago. Apenas sintió los labios del canario cerca de su oreja, y no se percató de su cercanía hasta que escuchó sus palabras, concretas pero estremecedoras.
—¿Cómo se siente?
—Increíble —se las arregló para responder, cegada por el deseo—. Joder... Se siente increíble.
Ni siquiera tuvo que verlo a la cara para saber qué estaba sonriendo.
—Bueno, yo creo que si todavía puedes hablar entonces no estoy haciendo bien mi trabajo.
En aquel instante, sus dedos se colaron por debajo de la tela.
El simple roce de su dedo corazón sobre su botón de placer fue suficiente para arrancarle el primer gemido.
Trató de llevarse una mano a la boca, intentando contener los sonidos que el tacto de Pedri le estaba provocando. Sin embargo, él fue más hábil, atrapándole la muñeca con su mano libre antes de que pudiera alcanzar sus labios. La devolvió a su posición con firmeza, dejándola completamente expuesta, y Nora no pudo hacer nada más que echar la cabeza hacia atrás cuando el canario introdujo el primer dedo en su interior, sumergida en el placer del momento.
Pedri la llevó al cielo en tan solo unos minutos, moviendo sus dedos de manera experta.
No tardó en encontrar el ritmo perfecto, dejando besos aleatorios en diferentes partes de su cuerpo cada vez que soltaba un jadeo. Introdujo un segundo dedo cuando lo creyó necesario, y la sensación fue tan explosiva, tan abrumadora, que ella tan solo pudo arquear la espalda, pidiéndole más sin necesidad de palabras.
—Eso es, Nora —murmuró el chico contra su estómago, continuando con el camino de besos que iba trazando desde su vientre hasta sus costillas—. Estás perfecta así. —Su pulgar se unió al juego, dibujando pequeños círculos en su clítoris mientras sus otros dedos continuaban moviéndose en su interior—. Venga, guapa... No tienes que aguantarlo.
La respiración de Nora se aceleró. Diminutas gotas de sudor comenzaron a acumularse en su frente mientras hacía todo lo posible por evitar retorcerse. Pedri, por su parte, pareció leer cada una de sus reacciones, aumentando el ritmo de sus embestidas.
Y sucedió de repente.
Un último roce de su pulgar fue lo que finalmente la ayudó a llegar al clímax. Sus piernas temblaron a la par que un gemido roto escapaba de sus labios; el mundo se tornó negro por unos instantes, el nudo de su estómago se deshizo con tal fuerza que no pudo reaccionar hasta dentro de unos segundos, luchando por recuperar el aliento.
Si lo que algunas veces había experimentado por su cuenta realmente eran orgasmos, no sabía cómo cojones describir lo que Pedri le había provocado.
Nunca se había sentido tan jodidamente bien.
Finalmente, fue la risa de Pedri lo que la ayudó a volver a la realidad. Sentía que le pesaban los párpados, que sus piernas se habían convertido en gelatina, pero, incluso así, se forzó a buscar al canario con la mirada.
Se lo encontró allí, incorporado de rodillas sobre el colchón. Se metió los dedos a la boca, limpiando los restos de ella que habían quedado en su piel. Le dedicó una sonrisa gatuna, acercándose una vez más para dejar un último pico en sus labios.
—¿Era eso lo que querías?
Nora no pudo responderle. Tan solo conjuró las fuerzas suficientes para cubrirle los ojos con una mano, avergonzada por su estado.
—Suficiente por hoy —murmuró el chico, todavía sonriente. Le apartó la mano de su rostro, llevándosela a los labios—, pero que sepas que solo pienso hacer esto contigo, ¿vale?
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oo. ▇ ‧‧ . ༉‧₊˚ 𝒂𝒖𝒕𝒉𝒐𝒓'𝒔 𝒏𝒐𝒕𝒆 ... ❜
la madre que me parió.
pido perdón porque no me ha dado tiempo de editar el capítulo como me gustaría, pero es que es una monstruosidad JAJJAJA.
siempre que creo que no puedo llegar a escribir un capítulo más largo termino superándome. última vez que me presto a esta tortura, creo que no sobreviviré si hago otro capítulo tan extenso. solo digamos que este era especial jiji.
tengo que decir que estoy muy contenta con el resultado de la primera parte, donde intenté expresar los sentimientos e inseguridades de Nora. hay que recordar que es una chica que ha crecido con muchísimos problemas y con la ausencia de figuras que pudieran guiarla a lo largo de su vida, así que es completamente normal que llegue a ser insegura, que le cueste confiar o que tenga dudas sobre lo suyo con Pedri. me gusta indagar en la psicología de los personajes y espero que puedan entender a mi niña; la pobrecilla comienza a darse cuenta de que se ha metido en un lío, pero todo valdrá la pena (:
y no hablemos de la escenita de la última parte JAJAJAJJAA apenas pude releerla porque es la primera vez que escribo escenas subidas de todo y ME DA UNA VERGÜENZA TREMENDA. de todas maneras, espero que la hayan disfrutado porque habrá algunas escenas más de este tipo en la historia, así que estoy abierta a cualquier sugerencia, idea o recomendación para futuros capítulos. ♡
nuevamente, quiero agradecerles por todo su apoyo y comentarios. aunque no pueda responder a todos, les aseguro que los leo y que ya estoy familiarizada con cada uno de ustedes JAJJAJAJ juro que ya los reconozco por su foto de perfil y me hace una ilusión tremenda el hecho de tener lectores tan fieles. los adoro, y espero de corazón que lleguen hasta el final de esta historia.
por último, quiero aclarar que esta historia sí va a tener un final feliz (para aquellos lectores que están preocupados por ello lmao). aunque haya algún inconveniente, la historia de Pedri y Nora acabará bien, así que no dejen de leer si se topan con algo de drama en un futuro jsjsjs. por otro lado, quiero añadir que no tengo pensado que esta historia sea muy larga; como mucho la veo llegando al capítulo treinta, y eso ya me parece una barbaridad tomando en cuenta lo largos que son los capítulos y la cantidad de contenido y escenas que aparecen en cada uno.
eso es todo. les mando un beso enorme. espero con ansias sus comentarios ¡!
¡dejen un comentario, voten y compartan! ♡
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