10. Emociones contradictorias
Im Youso
Corro descalza por toda la extensión del terreno baldío. He perdido la noción del tiempo, mis ojos desenfocados y el dolor en cada extensión de mi cuerpo son palpables, palpitan en cada poro de mi ser, pero no me importa. A mi mente llegan las palabras de mi padre siendo repetidas una y otra vez como si se tratase de un vídeo reproduciendo en automático. El dolor en mi pecho, más precisamente en el costado izquierdo, incrementa con cada nueva vuelta que doy.
Mis pasos empiezan a detenerse lentamente, lo que era una carrera por la supervivencia de mi estabilidad emocional termina convirtiéndose en una marcha a pasos cortos que trae consigo una lluvia de lágrimas proveniente de mis cuencas. El nudo en mi garganta se aprieta con más fuerza y, sin verlo venir, la cascada de agua salada que brota de mi interior se hace cada vez más fuerte.
No puedo. Siento que no puedo más. Odio esto. Odio mi vida. Odio ser yo. Pero lo que más me duele, es que a pesar de todo el dolor, sigo guardando la esperanza de que todo un día cambiará, cuando una voz en mi cabeza me grita con desesperación que no va a ser así y nada nunca va a mejorar.
Llego a la cafetería y me pido un frapucchino con doble de azúcar, una tarta de limón y la especialidad de mi querido amigo Hoseok: bizcochuelos. No, en realidad esa no es su especialidad ya que su talento en la repostería es excelente, pero de entre los postres y dulces que he ido probando durante este tiempo, siento que esos son los predilectos para mi por más simples que estos se vean.
Mientras ingiero todo el azúcar que me he pedido, noto a la distancia cómo Jung le dice algo a su compañero de turno -de quien siempre olvido el nombre porque es un chico nuevo- para luego acercarse con pasos cortos a mí.
—¿Y entonces? —pregunta tomando asiento frente a mí.
Echo un vistazo a cada extensión de la cafetería, apreciando con mucho gusto una vez más lo perfecta que ha quedado la extensión de la misma. La señora Kang, dueña de este local, hizo un gran trabajo con la elección de muebles y decorativos. Tiene un aire retro con una mezcla contemporáneo que, lejos de resultar desagradable, es bastante llamativo a simple vista. No sabría cómo explicarlo, ya que en cuestión de diseño de interior tengo nulo conocimiento -incluso mi habitación solo son paredes pintadas de un bajo color verde con afiches de béisbol adheridos a ellas-, así que solo me conformo con observar y disfrutar del ambiente tranquilo que se respira aquí.
—¿Entonces qué? —decido decir al fin, tomando una nueva rebanada de la tarta, sin mirar sus curiosos e inquisitivos ojos.
—¿Qué haces aquí, noona? —Me quejo al escucharle llamarme así, a lo que él ríe pidiendo perdón—. Se me ha pegado de Namjoon, lo siento.
Escuchar la mención de ese nombre consigue remover algo en mi interior. Una inquietud que llevo sintiendo desde hace tiempo y que no me agrada para nada me invade. Mis manos comienzan a sudar con levedad mientras intento disimular el repentino temblor en mis manos.
—Qué mala costumbre —es lo único que puedo decir sin que la voz me tiemble tanto, sin embargo parece que fracaso puesto que el rubio no tarda en mirarme a profundidad—. ¿Qué pasa?
—Eso mismo quiero saber yo, ¿qué pasa? —mi entrecejo se arruga ante su pregunta—. Reaccionas casi de la misma manera en que Namjoon lo hace cada que te menciono.
—¿Hablas de mí con él?
—Siempre que recuerdo algo gracioso, sí.
—¿Te burlas de mí con tus amigos? —chillo en un reclamo, en una medida desesperada por cambiar de tema.
—Sí, sí, pero eso no es lo importante ahora. Responde mi pregunta y ya.
Bufo y un mechón de mi cabello se alza en el aire producto de mi acción. Con este chico no se puede.
—No sucede nada —mezclo la bebida volviendo a desviar la mirada—. Al menos, no nada que merezca la pena ser mencionado.
Está claro que si su amigo no ha mencionado nada al respecto, es porque no significa nada para él; así que debería de ser lo mismo para mí. Aunque no sea así.
—Ustedes dos son todo un caso.
No entiendo a lo que se refiere, pero prefiero no preguntar. Miro la hora en el teléfono y me pongo de pie cuando me doy cuenta que voy a llegar tarde a clases si me quedo un minuto más aquí.
—¿Mañana es tu día libre, cierto? —le pregunto poniéndome de pie y tomando mis cosas, él asiente—. Entonces nos vemos después, voy llegando tarde.
Hoseok rueda los ojos y me hace un gesto con la mano para que me vaya ya justo cuando la persona que menos desearía ver aparece. Sin embargo sigo de largo, ignorando por completo su sola existencia, y camino a paso apresurado para no perder el autobús que alcanzo ver a la distancia. Acelero y subo al trote al transporte, marco con la tarjeta y busco un asiento libre en el cual poderme acomodar.
Una mano agitandose en el aire capta mi atención y no dudo en acercarme cuando veo de quién se trata.
—Al parecer no soy el único que llegará tarde —comenta en broma cuando me ubico a su lado.
—No es gracioso —me quejo.
Dong-chae me mira a través de sus lentes antes de responder mi pregunta acerca de su retraso. Empezamos a conversar acerca de las clases que cada uno tiene a esta hora y de cómo mágicamente nuestros horarios parecen coincidir un poco. El resto de camino hablamos solo del equipo de béisbol y de cómo los menores del grupo van mejorando, lo que nos pone contentos a ambos.
Y así es como mi mente termina alejando todos los pensamientos negativos y las emociones contradictorias que palpitan con fuerza en mi interior.
*Total de palabras: 997.
Buenooo, otro capítulo medio dramático. 🫠
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