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೫I. La sanación de un corazón perdido.

Durante mucho tiempo, Jungkook se había cuestionado si realmente valía la pena seguir esforzándose por un futuro incierto, uno que parecía más un espejismo que una meta alcanzable. Había sido infeliz durante tanto tiempo que la idea de merecer felicidad alguna vez le parecía un sueño lejano, algo que no estaba hecho para él.

Sus padres, con sus palabras y miradas frías, le recordaban cada día que su vida había sido una cadena de errores, empezando por él mismo. Nunca dejaron que olvidara que su llegada fue el resultado de un descuido, un accidente que selló el destino de sus padres en un matrimonio obligado y carente de amor. Desde que tuvo memoria, Jungkook entendió que su existencia había traído consigo el peso de un compromiso indeseado, una carga que sus padres nunca intentaron ocultar. Así, creció bajo una sombra de resentimiento y reproches, viviendo en un hogar donde la felicidad era un desconocido extraño y la miseria se sentía como un hábito imposible de romper.

Nunca le faltó nada material, pero las cicatrices invisibles que cargaba pesaban más que cualquier posesión. Los malos tratos, las miradas cargadas de desdén y el aislamiento impuesto por su propia familia se convirtieron en una prisión sin barrotes, que, de algún modo, lo marcó profundamente. Cada día se preguntaba si alguna vez lograría escapar de aquella casa que, aunque le brindaba refugio, lo hacía sentir como un intruso no deseado.

¿Y si lo lograba? ¿Qué le esperaba allá afuera? Aquella pregunta le llenaba de una mezcla de anhelo y temor. Era paradójico: anhelaba la libertad, la posibilidad de un futuro, pero cuando intentaba imaginarlo, su mente se quedaba en blanco. Ese futuro que tanto deseaba y que a la vez no sabía cómo llenar, era como una hoja vacía esperando que él, con sus manos temblorosas y su espíritu cansado, la transformara en algo real.

El momento de ingresar a la universidad había llegado, y Jungkook se encontraba sumido en una incertidumbre abrumadora. Nunca había tenido la oportunidad de decidir nada para su propia vida; cada elección, cada paso, había sido dictado por sus padres, como si él no fuera más que una pieza en su tablero. Sin embargo, esta vez, sus padres guardaron silencio respecto a su futuro académico, como si su interés en controlar hasta el último detalle de su vida se hubiera desvanecido repentinamente.

Esa falta de dirección lo dejaba inquieto, pero también le despertaba un pequeño resquicio de esperanza, un anhelo de poder elegir por sí mismo. Aun así, jamás podría haber imaginado lo que el destino tenía preparado para él. Aquello que llegó sin aviso fue un giro desafortunado, una tormenta que habría destruido a cualquiera, pero para Jungkook, en medio de esa oscuridad, fue el primer rayo de luz que sintió en mucho tiempo. Un impulso inesperado, que él entendió como una salvación oculta, una oportunidad para escapar y, quizás, por fin, empezar a construir un destino propio.

—¿Qué dijeron? —preguntó perplejo, sin estar seguro de haber escuchado bien. Aunque, en el fondo, no sabía por qué le sorprendía. La crueldad de sus padres nunca había conocido límites.

—¿Eres sordo o qué? —replicó su madre con desdén, cruzándose de brazos y soltando un suspiro impaciente—. Ya eres mayor de edad, así que ya no tenemos ninguna responsabilidad contigo. Llevamos años esperando este momento; por fin podremos empezar los trámites de divorcio.

Jungkook sintió que algo en su interior se rompía y al mismo tiempo, liberaba una mezcla de alivio y vacío. Sabía que la mayoría de edad no les daba derecho a desecharlo de esta forma, pero después de años de frialdad, ¿realmente tenía sentido esperar un mínimo de consideración de ellos? Ahora que le estaban entregando esa "libertad" de la manera más cruel posible, ¿de qué serviría quejarse?

—Ya hemos transferido algo de dinero a tu cuenta —intervino su padre con frialdad, sin levantar siquiera la vista de su celular—. Es lo último que recibirás de nosotros, así que lo que hagas con eso es tu maldito problema.

—Si ya lo has entendido, toma tus cosas y vete —dijo su madre con un gesto impaciente—. La casa se venderá, así que mañana espero que ya no estés aquí.

Esas palabras sellaron lo que siempre había sido evidente: para ellos, él nunca fue más que una carga, algo que deseaban quitarse de encima.

No le dieron ni un segundo para responder o intentar refutar; aunque, si lo pensaba, realmente no tenía nada que decir. Sus padres siempre habían sido como extraños, opresores sin una pizca de compasión. Al darse la vuelta y dejarlo solo, supo que ese era el adiós definitivo, un final tan frío y distante como lo había sido toda su relación.

Con la mente en blanco, subió las escaleras hasta su habitación, el único espacio que alguna vez había sentido como suyo. Trató de encontrar sentido a lo que sentía, pero dentro de él solo había un vacío, una especie de calma desgastada. Miró alrededor, recorriendo con la vista cada rincón de ese pequeño refugio, el único testigo silencioso de sus días más oscuros y sus momentos de soledad. Pronto, tendría que dejarlo atrás también.

Por un instante, imaginó que su habitación entendía su partida, que comprendía el peso que él había soportado y le daba su silenciosa bendición. Había sido el lugar que había guardado sus secretos, sus lágrimas y su dolor, el espacio donde se fue perdiendo poco a poco. Sabía que, de alguna manera, ese rincón callado, que había soportado la carga junto a él, se alegraría de que por fin tuviera una oportunidad de encontrar algo más allá de esas paredes.

Sin embargo, una pregunta inevitable surgió en su mente: ¿qué haría ahora? No tenía la menor idea de por dónde empezar. Había pasado toda su vida siguiendo decisiones ajenas, moldeado bajo la voluntad de sus padres, hasta el punto de volverse incapaz de pensar con independencia. Ahora, por primera vez, se enfrentaba a un abismo de posibilidades... y ninguna parecía clara.

Con una mezcla de ansiedad y resignación, tomó su celular y abrió la aplicación bancaria, esperando ver cuánto dinero le habían depositado sus padres. Al ver la cifra, se quedó inmóvil, sorprendido por la generosidad inesperada. El monto era mucho mayor de lo que habría imaginado, suficiente para vivir sin preocupaciones el resto de su vida si lo administraba bien. Pero lejos de interpretarlo como un acto de bondad, entendió el verdadero mensaje: sus padres deseaban, en todos los sentidos, cortar cualquier lazo que quedara entre ellos. Esta suma desorbitada no era un último gesto de apoyo, sino un recordatorio de que no querían volver a saber de él nunca más.

Ese dinero, en lugar de traerle alivio, lo dejó con una sensación de soledad aún más profunda.

Fue hasta su armario y sacó un par de maletas, comenzando a empacar en silencio. Dobló cada prenda sin prisa, una a una, como si se estuviera despidiendo de cada pequeño recuerdo, cada retazo de su vida en esa casa. La ropa fue a una maleta, mientras que en la otra guardaba sus pocas pertenencias personales: algunos libros, fotos y aquellos objetos que, a pesar de todo, había logrado atesorar. No había mucho que llevar, y terminó antes de lo que esperaba.

Al dar el último vistazo a su habitación, una leve sonrisa de nostalgia asomó en sus labios. Todo parecía pequeño y ajeno, y a la vez, familiar. Lentamente, se sentó en su cama, acurrucándose entre las sábanas una última vez, sintiendo la quietud que tantas veces le había brindado consuelo en medio de la tormenta. Por un breve instante, cerró los ojos y permitió que el silencio lo envolviera, guardando ese último momento de calma en su memoria.

Pero sabía que no podía quedarse. Después de un rato, tomó una respiración profunda y, con un poco de esfuerzo, se puso de pie. Levantó las maletas, con la carga de su vida pasada entre sus manos, y salió de la habitación sin volver la vista atrás. Sin una palabra, sin un último adiós, dejó aquella casa que nunca lo había recibido realmente como su hogar.

Al llegar a la entrada, se encontró con Namjoon, quien lo esperaba en silencio. Era uno de los pocos en esa casa que siempre lo había tratado con amabilidad y respeto, casi como un amigo en un lugar donde la indiferencia y la frialdad reinaban. Namjoon había sido su chofer durante años, aunque Jungkook sabía que no era por una genuina preocupación de sus padres, sino más bien para sostener una fachada, una ilusión de familia ideal que contrastaba con la realidad amarga y tensa en la que vivían.

Namjoon, como siempre, lo observó con una expresión tranquila, aunque había un leve destello de preocupación en sus ojos. Jungkook sintió una gratitud inexplicable hacia él, un pilar de humanidad en medio de tanto vacío. Sin decir nada, el moreno tomó una de las maletas, como había hecho cientos de veces antes, pero esta vez la situación era distinta. Ambos sabían que ese viaje no sería como los otros, que esta era la despedida de una vida, el primer paso hacia algo desconocido.

—No es necesario que me lleves —dijo Jungkook, esforzándose por mantener su tono firme, aunque su voz se quebró ligeramente al final—. Ya has de estar enterado de la situación, así que...

—Lo sé —respondió Namjoon, con una calidez en sus ojos que Jungkook rara vez veía en alguien más—. Pero, por favor, joven Jungkook, permítame llevarlo en un último viaje.

La sinceridad de sus palabras lo hizo dudar, y por un momento, se sintió tentado a rechazarlo. Sin embargo, al mirar a Namjoon, notó el gesto suave y lleno de respeto con el que siempre lo había tratado, una diferencia abismal en comparación con el desdén de sus padres. Este hombre había sido más una figura de apoyo que cualquiera de su propia familia, alguien que estaba dispuesto a ofrecerle un último acto de bondad sin pedir nada a cambio.

Jungkook asintió, bajando la vista para ocultar el leve temblor en sus manos. Sabía que aceptar ese viaje no era solo una despedida de la casa, sino un cierre simbólico de todo lo que había soportado en ella. Con una pequeña sonrisa triste, dejó que Namjoon tomara la maleta, y juntos caminaron hacia el automóvil, donde el motor ronroneaba suavemente en el silencio de la tarde.

—¿Hacia dónde lo llevo? —preguntó Namjoon, su voz tan suave como siempre, pero con un tono de discreta preocupación.

El castaño permaneció en silencio, mirando hacia la ventanilla. La verdad era que no tenía idea de adónde ir ni de qué hacer. Todo lo que le esperaba al salir de esa casa era un vacío incierto. Sin embargo, al girarse, pudo ver el reflejo de la mirada de Namjoon en el espejo retrovisor lo que le hizo titubear; esos ojos transmitían una preocupación genuina, como si pudiera ver más allá de su silencio. Jungkook no quería añadirle más peso a su consciencia, así que dijo lo primero que se le vino a la mente.

—A la estación de trenes.

Namjoon asintió en silencio, sin cuestionarlo, y volvió la vista al camino. El auto se puso en marcha y, mientras avanzaban por las calles de la ciudad, Jungkook sintió que dejaba atrás no solo aquella casa, sino también una parte de sí mismo. El destino era incierto, pero en ese momento, mientras la tarde envolvía el vehículo en una calma pesada, encontró algo de alivio en no tener todas las respuestas.

Sentado en el asiento trasero, se permitió observar el trayecto como si fuera la primera vez. Namjoon conducía con la misma precisión de siempre, pero había una serenidad casi solemne en el ambiente, una especie de despedida silenciosa que no necesitaba palabras. La estación de trenes... quizás no era el destino final, pero al menos era un comienzo.

El trayecto se le hizo más breve de lo que hubiera deseado, como si el tiempo avanzara con una prisa cruel, negándole el momento de procesar todo lo que estaba dejando atrás. Extrañamente, en lugar de la ansiedad que cualquiera podría esperar en una situación así, Jungkook experimentaba una calma desconcertante. Había un vacío dentro de él, una paz aparente que solo aquellos acostumbrados a la desdicha pueden llegar a comprender.

Quizás era porque, con los años, había aprendido que sus preocupaciones nunca habían importado realmente. Había crecido bajo la sombra de decisiones que no le pertenecían, de expectativas que nunca tuvo oportunidad de cuestionar. Su mente, ahora, parecía incapaz de formular un plan, de idear un futuro; se encontraba en blanco, como si aún esperara alguna orden externa que le diera una dirección.

Mientras observaba la ciudad pasar en destellos fugaces a través de la ventanilla, se permitió simplemente existir, sin cargar con el peso de lo que estaba por venir.

Al llegar, el mayor descendió primero del vehículo y, casi por inercia, Jungkook permaneció en su lugar, esperando a que le abriera la puerta, tal como estaba acostumbrado. Una vez que Namjoon la abrió, se bajó, encontrándose de frente con la estación de trenes, con su estructura imponente y la marea de personas que iban y venían, ajenas a su historia y a todo lo que dejaba atrás.

Se quedó inmerso en sus pensamientos hasta que notó que Namjoon colocaba las maletas junto a él. Sus miradas se encontraron en un instante cargado de significados no dichos, de un adiós que ninguno de los dos parecía querer expresar del todo.

—¿Quiere que lo ayude a llevarlas adentro? —ofreció el chofer, con esa calma y amabilidad que siempre lo habían caracterizado.

—No será necesario, ya has hecho mucho solo con traerme aquí. Te lo agradezco —respondió Jungkook, esbozando una leve sonrisa. Agradecía que Namjoon lo acompañara hasta el final de este tramo de su vida, aunque, por algún motivo, no encontraba palabras suficientes para decirle cuánto significaba.

Un breve silencio envolvió a ambos, ajeno al bullicio que resonaba a su alrededor. Entonces, sin previo aviso, Namjoon hizo una profunda reverencia, una formalidad que lo tomó completamente por sorpresa.

—Ha sido un honor haber sido su chofer durante todo este tiempo. Le deseo felicidad, joven Jungkook, a donde sea que el camino lo lleve —dijo con firmeza, alzándose para sacar una pequeña tarjeta de su saco y extenderla hacia él—. Siempre que me necesite, puede llamarme, y sin dudar iré hasta usted.

Jungkook tomó la tarjeta, sintiendo un nudo en la garganta. Había pocas personas en su vida que le habían mostrado una bondad sincera, y Namjoon era una de ellas. No necesitaba decir nada más; ese gesto, esa promesa implícita, bastaba para darle un sentido de seguridad en medio de la incertidumbre. Con una última mirada de gratitud, se despidió de su amigo, sabiendo que había encontrado en él algo más que un simple conductor, sino alguien que genuinamente lo apreciaba.

Sin atreverse a mirar atrás, Jungkook tomó un respiro profundo y avanzó hacia el interior de la estación. Al cruzar las puertas, se encontró rodeado por la vasta arquitectura del lugar, que parecía tener vida propia. La inmensa cúpula se alzaba sobre él, dejando pasar la luz en líneas tenues que iluminaban los pasillos llenos de desconocidos. Su mirada se perdió en el ir y venir de los pasajeros, en el eco de sus pasos y en las despedidas apresuradas que ocurrían a su alrededor.

Ahora que se encontraba allí, en medio de la estación, la misma sensación de no saber qué hacer volvió a asentarse en su interior, como un peso invisible que no lograba sacudir. Caminó sin prisa hacia una banca vacía, y se sentó, no por cansancio, sino porque simplemente era lo que parecía adecuado en ese momento.

La estación a su alrededor seguía su curso sin detenerse, pero él permanecía inmóvil, observando sin realmente ver. La multitud de personas, con sus rostros desconocidos y sus destinos inciertos, lo rodeaba, pero no había nada en ello que lograra conmoverlo. No sentía miedo, ni ansiedad, ni alivio. Solo una calma extraña, como si hubiera perdido todo sentido de urgencia, como si no hubiera nada que fuera realmente importante ahora. Su mente estaba en blanco, no vacía, sino simplemente desprovista de cualquier pensamiento concreto.

No supo cuánto tiempo transcurrió de esa manera, absorto en su propio vacío, pero cuando finalmente levantó la vista, notó que la noche había caído y el bullicio en la estación había disminuido considerablemente. Había pasado más tiempo del que pensaba, y aunque se sentía atrapado en un limbo extraño, sabía que no podía quedarse allí toda la noche. Tenía que moverse, hacer algo.

La idea de comprar un boleto para el próximo tren que partiera le pasó por la cabeza. Empezar de nuevo en un lugar desconocido le sonaba bien, incluso reconfortante. No tenía ningún lugar especial al que quisiera ir, así que cualquier destino le parecía suficiente.

Sin embargo, justo cuando estaba por ponerse de pie, el sonido de su celular rompió el silencio en su mente. Se detuvo y sacó el aparato de su bolsillo, observando la pantalla con una mezcla de sorpresa e incredulidad.

—Abuelo... —murmuró Jungkook al aceptar la llamada, sin saber qué esperar de ese hombre al que quizá había visto solo un par de veces en toda su vida.

—Me acabo de enterar lo de tus padres. Lo siento mucho. —La voz del anciano llevaba una carga de pesar que Jungkook percibió de inmediato. No era solo empatía; parecía el eco de algo profundo y casi olvidado.

—Está bien. —Fue todo lo que Jungkook pudo responder. No podía compartir el pesar de su abuelo, pues para él la situación no se sentía como una pérdida—. ¿Necesitas algo?

Un silencio breve cruzó la línea antes de que la voz del abuelo se suavizara aún más.

—Puedes venir aquí conmigo. Yo cuidaré de ti.

Jungkook se quedó en silencio, intentando comprender la intención detrás de aquellas palabras. Durante toda su vida, su abuelo había sido casi una sombra, una figura distante y ausente. Sabía que su padre guardaba resentimiento hacia él por haberlo presionado a un matrimonio indeseado, razón por la cual se había mantenido apartado de sus padres y así, indirectamente, Jungkook también de ellos.

Pero ahora, a través de la línea telefónica, había algo distinto, algo que parecía una mezcla de arrepentimiento y anhelo de enmendar el pasado.

Quizás esta era la oportunidad que había estado esperando, un escape hacia algo más que ese vacío sin rumbo. No necesitó pensarlo mucho más; cualquier cosa que su abuelo quisiera redimir, cualquier promesa o deuda de su pasado, Jungkook estaba dispuesto a descubrirla en el proceso.

—De acuerdo, tomaré un tren hacia allá.

Las tres horas y media de viaje en tren transcurrieron en un suspiro. Jungkook casi ni las notó, pues había dormido gran parte del trayecto, el ritmo constante del tren y la quietud del vagón lo habían arrullado en un descanso profundo. Sin embargo, aunque su cuerpo descansaba, su mente estaba agotada. Lo curioso era que, a pesar de que esta se mantenía en blanco, el vacío en su cabeza le pesaba más de lo que imaginaba. La quietud era solo una ilusión de calma; el ruido interno, aunque callado, seguía ahí, persistente.

Al abrir los ojos, el suave traqueteo del tren se desvaneció, y Jungkook se dio cuenta de que ya habían llegado a Suncheon. Desde allí, tendría que tomar un autobús local que lo llevara a la casa de su abuelo, en Boseong. Tras la muerte de su abuela, todo había cambiado para su abuelo. La ciudad que una vez fue su hogar quedó atrás, reemplazada por un pueblo rodeado de colinas y campos interminables, donde la naturaleza dominaba el paisaje. Allí, había encontrado un nuevo propósito, dedicándose al cultivo de sandías.

No lo hacía por necesidad; su fortuna, fruto de años de trabajo, ya le aseguraba una vida cómoda. Más bien, parecía que esta nueva vida representaban su forma de encontrar paz, un modo de llenar el vacío que dejó su esposa.

Jungkook no conocía realmente a su abuelo. Para él, era solo un desconocido que nunca se había interesado por su vida ni mostrado el más mínimo gesto de preocupación. El hecho de que ahora quisiera hacer las paces le resultaba extraño, casi incomprensible. Sin embargo, algo dentro de él, quizás la esperanza de entender la situación, lo impulsaba a darle una oportunidad.

Una vez arriba del autobús, Jungkook se tomó su tiempo para detallar el paisaje que pasaba frente a él. Cada curva y cada rincón parecía ofrecer un contraste enorme con la ostentosa ciudad de Seúl de la que provenía. En lugar de los rascacielos imponentes y las calles saturadas de gente, Boseong se desplegaba ante él como un remanso de tranquilidad. Las montañas, cubiertas de un verde vibrante, se alzaban majestuosas a lo lejos, y los campos de té se extendían como un tapiz esmeralda que se perdía en el horizonte. El aire, más fresco y limpio, tenía una calidez suave que invitaba a la calma, algo que Jungkook no estaba acostumbrado. En Seúl, siempre había habido ruido, movimiento, una sensación constante de estar rodeado por la urgencia del mundo. Aquí, en cambio, el tiempo parecía ralentizarse, y el ritmo de la vida se marcaba por el susurro de los árboles y el canto lejano de los pájaros.

El pueblo, con sus casas de techos bajos y calles estrechas, parecía detenido en el tiempo, como si el bullicio de la modernidad nunca hubiera llegado. Jungkook observó todo esto en silencio, sin saber exactamente qué pensar. No era un lugar que pudiera imaginarse como su hogar, pero la serenidad de la escena lo atrajo de alguna manera, como si el lugar mismo estuviera invitándolo a dejar atrás todo lo que conocía. A pesar de la incomodidad que sentía al estar tan lejos de todo lo familiar, un pequeño atisbo de curiosidad se despertó dentro de él. Tal vez, solo tal vez, este lugar podría enseñarle algo que la ciudad nunca le había mostrado.

Después de treinta minutos de viaje, el autobús finalmente se detuvo en el pequeño pueblo. Jungkook bajó, respirando profundamente el aire fresco y dejando que su vista recorriera el entorno. Frente a él se extendía un paisaje tranquilo, pero no tenía claro qué hacer a continuación. No conocía la casa de su abuelo y las indicaciones que le habían dado terminaban justo allí, en ese punto. Se quedó unos segundos parado, sin saber hacia dónde ir, mientras la gente del pueblo continuaba su rutina diaria alrededor de él.

Sin embargo, antes de que pudiera tomar una decisión, una camioneta se detuvo justo frente a él, sacudiendo ligeramente el aire al frenar. Al principio, Jungkook no prestó demasiada atención. El vehículo parecía uno de esos que se usan para transportar mercancías, de aspecto simple y envejecido. Pero cuando el conductor bajó de la camioneta, una extraña sensación recorrió su cuerpo. Un hombre mayor, con la espalda ligeramente encorvada pero con una energía sorprendentemente firme, apareció ante él.

Jungkook lo miró con algo de incredulidad. No importaba que solo lo hubiera visto dos veces en su vida, ni que su rostro, en su memoria, siempre hubiese sido algo borroso. El hombre que tenía delante era igual a su padre, solo que con los años reflejados en su rostro. Cada arruga, cada línea de su expresión, parecía una versión envejecida de su padre, como si el tiempo hubiera ido pasando por él, llevando consigo la misma esencia.

Cuando sus miradas se cruzaron, un silencio profundo se instaló entre ellos. Ninguno de los dos habló, pero el aire parecía cargado de una extraña sensación, como si las palabras no fueran necesarias para comprender lo que ocurría. Jungkook lo observaba con cautela, sus ojos fijándose en los detalles que, por alguna razón, lo desconcertaban. Había algo en la manera en que su abuelo lo miraba que le causaba una intriga inexplicable, algo que no lograba identificar con claridad.

Fue entonces cuando notó algo que nunca antes había experimentado. Los ojos de su abuelo, arrugados por el paso del tiempo, comenzaron a humedecerse lentamente, como si una emoción tan profunda estuviera aflorando desde lo más hondo de su ser. A pesar de la distancia que había existido entre ellos durante toda su vida, había algo en ese gesto que no podía ignorar. A la par, una pequeña sonrisa se dibujó en el rostro del hombre, suave, casi imperceptible, pero suficiente para hacer que el corazón de Jungkook se acelerara.

Era una sonrisa llena de algo que Jungkook no había recibido de nadie, no de esa manera. No de alguien que había sido tan ajeno a él, ni de alguien que jamás le había mostrado el más mínimo interés en su vida. Esa sonrisa, esa mirada, eran algo que él nunca había conocido en su propia familia. Y, por primera vez en mucho tiempo, un sentimiento extraño —mezcla de confusión y curiosidad— se despertó en su pecho.

No tuvo tiempo de decir nada cuando el hombre frente a él dio un paso adelante y lo envolvió en un abrazo firme. La calidez del gesto, tan inesperada, hizo que Jungkook se tensara de inmediato. Aquella cercanía era algo a lo que no estaba acostumbrado; lo había tomado completamente por sorpresa, y por unos segundos no supo cómo reaccionar. Se sentía desconcertado, sin saber qué hacer con sus manos, con sus propios pensamientos, como si de repente estuviera fuera de lugar en su propio cuerpo.

Las muestras de afecto no eran comunes en su vida. La única persona que había sido tan efusiva con él era su amigo Hoseok. Pero esto... esto era distinto. Nunca había imaginado recibir algo así de alguien como su abuelo, ese hombre que, en su mente, siempre había sido una figura lejana e inalcanzable. En su incomodidad, Jungkook consideró quedarse inmóvil, esperando que el abrazo terminara por sí solo. Era, después de todo, lo que solía hacer cuando recibía un abrazo. Sin embargo, esta vez fue diferente.

Mientras permanecía en aquel abrazo, sintió algo peculiar en el cuerpo de su abuelo: un ligero temblor, como si el hombre estuviera intentando contener una emoción profunda. Esa vulnerabilidad —tan sutil, tan inesperada— lo conmovió de una manera que no lograba explicar. Era como si, en ese temblor, pudiera sentir el peso de los años y de los silencios, una vida de cosas no dichas. Y antes de poder analizarlo demasiado, algo dentro de él cedió.

Con algo de torpeza, casi de manera tímida, levantó los brazos y correspondió el abrazo. Sus manos se posaron en la espalda de su abuelo, sin fuerza pero con la intención de ofrecer un mínimo consuelo. Por primera vez, dejó de pensar en lo extraño que era ese momento y simplemente se permitió estar ahí, en silencio, compartiendo un instante que, aunque incomprensible, parecía llevar consigo la promesa de algo más profundo.

—Has crecido tanto —murmuró Jeon Seokjin, separándose de su nieto solo lo suficiente para verlo a los ojos. Su mirada reflejaba una mezcla de asombro y nostalgia, como si intentara encontrar al niño que alguna vez conoció en el joven que ahora tenía enfrente.

—Bueno, no recuerdo cuándo fue la última vez que te vi —respondió Jungkook, con un toque de ironía y una sonrisa nerviosa—. Pero supongo que ha pasado bastante tiempo, así que sí, he crecido.

La sonrisa de su abuelo se desvaneció un poco, y sus ojos volvieron a reflejar esa tristeza que había visto antes.

—Lo siento tanto, Kook. Nunca fue nuestra intención mantenernos alejados de tu vida, pero... —su voz se quebró un momento antes de recomponerse—, tu padre no nos permitió acercarnos a ti. A tu abuela y a mí... nos lo prohibió.

Jungkook lo miró, sin saber bien qué sentir. Había tantas preguntas acumuladas en su interior, tantas dudas que jamás había querido expresar en voz alta. Finalmente, se atrevió a hacer la que más lo inquietaba.

—¿Fue porque... los obligaron a casarse?

Su abuelo lo miró con un pesar indescriptible. Había dolor en su mirada, una historia que parecía llevar guardada en silencio por demasiado tiempo.

—Esa es una conversación que debemos tener con calma, en un lugar más apropiado —respondió, posando una mano cálida y firme en el hombro de Jungkook—. Vamos a casa. Allí te contaré todo lo que quieras saber, te lo prometo. ¿Te parece bien?

Jungkook asintió, con un nudo en la garganta y el corazón latiendo con fuerza. Por primera vez, sentía que alguien estaba dispuesto a darle las respuestas que tanto había anhelado, y esa sensación, aunque aún incierta, lo llenaba de una extraña paz.

—Ayúdame a subir tus maletas a la camioneta —pidió el mayor, inclinándose para tomar una de las maletas y arrastrarla hacia la parte trasera del vehículo.

Jungkook, todavía un poco desconcertado por la situación, tomó la otra maleta y lo siguió, considerando por un momento ofrecerse a cargar ambas. Después de todo, su abuelo ya no era joven, y el esfuerzo parecía innecesario. Pero sus pensamientos se detuvieron al verlo levantar la maleta sin ningún esfuerzo visible, como si el peso fuera insignificante. Observó, un poco sorprendido, cómo su abuelo la subía a la camioneta con la misma facilidad con la que alguien arroja una bolsa ligera.

Era evidente que el hombre estaba acostumbrado al trabajo físico, probablemente por el tiempo que llevaba cultivando sandías en aquella tierra. Jungkook intentó imaginarlo cargando aquellas frutas grandes y pesadas día tras día, y se percató que no conocía a su abuelo en absoluto.

Le pasó la otra maleta cuando su abuelo extendió las manos, pidiéndosela con un gesto tranquilo. Observó en silencio mientras el hombre se inclinaba para asegurarlas con un lazo firme, sus movimientos precisos y experimentados, como si lo hubiera hecho cientos de veces.

El viejo lazo se ajustó en un solo tirón, y Jungkook notó la destreza de sus manos arrugadas, que no temblaban pese a la edad. Era un hombre acostumbrado al trabajo, a hacer las cosas de manera práctica y segura, sin prisas ni dudas. Aquel detalle le hizo darse cuenta de lo distinto que era este hombre de todo lo que su padre alguna vez le había dicho.

Cuando su abuelo finalmente terminó, dio un paso atrás, bajándose de la góndola con agilidad, y le hizo un gesto para que lo siguiera. Jungkook obedeció, subiendo al interior del vehículo y acomodándose en el asiento del copiloto.

Emprendieron el trayecto, y Jungkook se dejó llevar por el paisaje que desfilaba ante él a través de la ventanilla. Aquel pueblo era completamente distinto a todo lo que conocía: los edificios bajos, los campos extensos y los caminos bordeados de árboles se oponían a la jungla de cemento de Seúl, con sus luces vibrantes y ritmo incansable. Aquí, cada cosa parecía tener su propio tiempo, pausado, como si el mundo respirara de otra forma. Y, para su sorpresa, esa diferencia le parecía... buena. Era casi como si la tranquilidad del entorno le ofreciera un respiro que no sabía que necesitaba.

—Puede ser extraño al principio, pero uno se acostumbra a la calma —comentó de pronto su abuelo, rompiendo el silencio con una voz suave y comprensiva, como si hubiera leído sus pensamientos.

Jungkook apartó la mirada del paisaje para verlo, encontrando en su rostro una expresión tranquila, llena de una especie de paz que no había visto antes en ningún adulto de su vida. Su abuelo no estaba solo acostumbrado a esa calma; parecía llevarla en los ojos, en el tono pausado de su voz, como si el lugar y él fueran uno mismo.

—¿No te cansas de lo... lento que es todo aquí? —preguntó Jungkook, sin poder evitar la curiosidad. La vida frenética de la ciudad siempre había sido su único referente; allí todo era rápido, urgente.

—Al contrario —respondió su abuelo, con una sonrisa leve—. Cuando todo alrededor va despacio, uno aprende a escuchar más y a pensar en lo que realmente importa. Es fácil perderse en el ruido, ¿sabes? Aquí... uno encuentra cosas que ni siquiera sabía que estaba buscando.

Jungkook asintió levemente, aún procesando sus palabras, y volvió a observar el paisaje. Por primera vez, sintió una curiosa apertura en su interior, como si el silencio y la calma de aquel lugar fueran una invitación a explorar más allá de lo conocido.

No les tomó mucho tiempo llegar a la casa, aunque estaba un poco apartada del pueblo. Y cuando finalmente la vio, Jungkook no pudo evitar quedarse sin palabras. La casa era mucho más grande de lo que había imaginado, imponente a su manera, aunque sin ostentación. Su diseño era sencillo, con líneas elegantes y un revestimiento de madera fina que le confería una calidez natural y sofisticada al mismo tiempo, como si se integrara sin esfuerzo al paisaje que la rodeaba.

El jardín, en cambio, era lo que realmente le impresionó. Era inmenso, extendiéndose en verdes ondulaciones que se fusionaban con los campos de sandías, los cuales se perdían en la distancia hasta alcanzar las montañas que circundaban el lugar. Desde su posición, podía ver los surcos de la tierra cultivada y las pequeñas flores que asomaban entre las hojas de las plantas de sandía, dando un toque de vida y color al terreno.

Era un espacio vasto y abierto, que transmitía una libertad que contrastaba con las paredes estrechas de la ciudad. Jungkook se sintió abrumado, como si de repente todo el aire fresco y la amplitud del lugar le mostraran un mundo completamente nuevo.

—Es hermoso, ¿cierto? —preguntó su abuelo, mientras descendía del vehículo, su mirada fija en la casa que parecía fusionarse con el paisaje—. Los del pueblo siempre dicen que es un lugar demasiado grande para mí. Pero ahora que estarás conmigo, tal vez ya no se sienta tan vacío.

Jungkook se volvió para mirarlo, un poco sorprendido por la sinceridad en las palabras del hombre. Había algo casi vulnerable en su expresión, y por primera vez sintió que tal vez su abuelo llevaba mucho tiempo esperando que alguien estuviera a su lado.

—¿No has pensado en mudarte al pueblo? —preguntó Jungkook, en un intento por comprender cómo alguien podría elegir vivir tan apartado, tan lejos de todo.

Su abuelo lo miró por un instante, como si pensara en cómo explicarlo. Finalmente, suspiró, un gesto que parecía más resignación que alivio.

—No. —La respuesta fue firme, aunque suave—. Esta casa fue mi refugio después de que tu abuela se fuera. Aquí, siento que parte de ella sigue conmigo. Además, los chicos del pueblo me visitan de vez en cuando, así que no me siento tan solo. Y aunque a veces el silencio aquí es pesado, me he acostumbrado.

Jungkook asintió lentamente, reconociendo en su interior una sensación familiar. Él también había llegado a ver su habitación en Seúl como un refugio, un pequeño rincón donde, entre las paredes frías de la ciudad, encontraba algo de paz. Por eso, ahora entendía, aunque de manera distinta, la conexión de su abuelo con este lugar.

—Entonces... —dijo él, tratando de aliviar un poco la melancolía que percibía—, supongo que ahora tendré que ayudarte a cuidar todo esto, ¿no?

Su abuelo lo miró con una sonrisa genuina, casi sorprendida.

—Así es. Si estás dispuesto a hacerlo, claro —respondió, con un brillo en los ojos que Jungkook no había visto en ningún momento antes.

—Supongo que puedo intentarlo —dijo, contagiado por el entusiasmo inesperado de su abuelo—. Nunca he trabajado en un campo, pero... aprenderé.

—Estoy seguro de que lo harás bien. —Le aseguró el mayor, dándole una palmadita en el hombro—. Además, no se trata solo de trabajo. Hay algo en la tierra, en ver crecer algo con tus propias manos, que te cambia.

Jungkook sonrió suavemente, sintiendo que tal vez había mucho más que descubrir en aquel lugar y, quizás, en él mismo.

—Vamos te mostraré la casa y tu habitación.

Después de recorrer toda la casa junto a su abuelo, ahora se encontraban en el salón principal, sentados uno frente al otro, con un par de tazas de té humeantes en la mesa entre ellos. El silencio se sentía denso, casi tangible, llenando el espacio con una incomodidad que ninguno parecía saber cómo romper. Jungkook tenía una infinidad de preguntas acumuladas en su mente, todas esperando salir a la luz, pero la magnitud del momento lo dejaba sin saber por dónde comenzar.

Con un movimiento casi involuntario, desvió la mirada y recorrió con la vista el salón. Al igual que el resto de la casa, era un espacio despojado de adornos innecesarios, sobrio hasta rozar lo austero. Las paredes eran apenas ocupadas, y los pocos muebles, aunque bien cuidados, parecían casi olvidados en su lugar. Todo tenía un aire de funcionalidad y sencillez, como si su propósito no fuera impresionar sino simplemente existir en calma, vacío de los lujos que Jungkook estaba acostumbrado a ver en otros lugares.

Volvió a fijar la mirada en su abuelo, quien, inmóvil, no había dejado de observarlo ni un instante. La expresión del hombre frente a él era tensa, casi tan perdida como la suya, como si ambos estuvieran buscando en el otro la manera de encontrar un inicio a una conversación que los liberara de aquella incomodidad que compartían. Tras unos momentos de vacilación, Jungkook decidió finalmente romper el silencio.

—¿Cómo supiste que mis padres me habían echado?

El rostro del abuelo se alteró apenas un poco, con una sorpresa discreta por la voz repentina de su nieto. Sin embargo, la dureza en sus facciones se deshizo, dejando paso a una mirada de profundo pesar.

—Tu padre me llamó —murmuró con un tono apagado, casi cansado—. Al parecer, tenía muchas cosas que aún quería decirme. —«O gritarme», pensó con amargura, recordando cada palabra hiriente de aquella llamada inesperada—. Él fue quien me lo dijo.

Jungkook frunció ligeramente el ceño, sin apartar la vista del hombre que tenía enfrente.

—¿Por qué me pediste venir aquí? Pensé que no te importaba.

Su abuelo suspiró, y en su expresión apareció una tristeza acumulada durante años.

—Sé que durante todo este tiempo estuvimos fuera de tu vida... y entiendo que pienses que nunca nos importaste —dijo con voz entrecortada—. Tus padres no querían que nos acercáramos a ti, y con el tiempo simplemente dejamos de intentar. Después de todo lo que les hicimos, del sufrimiento que causamos, sentimos que nuestra presencia solo empeoraría las cosas. No es una justificación, lo sé... jamás imaginamos el tipo de vida que te darían, el tipo de soledad al que te verías condenado. No puedo decir que entiendo por completo por todo lo que pasaste, pero las cosas que tu padre me dijo... son suficientes para hacerme una idea. Lamento profundamente no haber hecho nada antes, por no haber intentado siquiera...

El silencio regresó al salón, esta vez más denso, como si las palabras del abuelo hubieran dejado una carga aún mayor entre ambos. Jungkook bajó la mirada hacia su taza de té, observando el vapor que se elevaba en delicadas espirales, perdiéndose en el aire frío de la habitación. Las palabras de su abuelo, llenas de un arrepentimiento tan palpable, revolvían algo en su interior. Por años, había guardado ese resentimiento hacia su familia, un peso oscuro que le resultaba casi imposible soltar, y sin embargo, frente a él estaba este hombre, tratando de abrirse camino hacia un entendimiento que ambos sabían que no sería fácil.

Finalmente, Jungkook habló, su voz apenas un murmullo.

—Siempre pensé... que simplemente no les importaba lo que me pasara. Que, al final, ustedes solo eran otra parte de todo aquello de lo que tenía que alejarme.

Su abuelo asintió lentamente, sus ojos fijos en él con una mezcla de tristeza y determinación.

—Comprendo que sientas eso —respondió, su voz temblando levemente—. Sé que te fallamos de una forma que no tiene perdón. Tal vez sea tarde para que esto signifique algo, pero quiero que sepas que, al menos para mí, has sido importante desde el primer momento. La distancia entre nosotros no fue por falta de amor, sino... por el orgullo y las heridas que se acumularon en nuestra familia, cosas que debimos haber dejado atrás hace mucho.

Jungkook levantó la mirada y lo observó detenidamente, buscando en el rostro de su abuelo alguna señal de engaño, algún rastro de insinceridad, pero no encontró nada más que honestidad cruda. Respiró hondo y dejó salir el aire en un suspiro, sintiendo que el peso en su pecho no había desaparecido, pero tal vez había cedido un poco, como si una grieta en el muro que había construido empezara a formarse.

—¿Por qué los obligaron a casarse? —preguntó finalmente, dándole voz a una duda que lo había acompañado toda su vida. Se preguntaba si las cosas habrían sido distintas, si habría conocido el tipo de amor y afecto que siempre sintió como algo distante e inalcanzable.

Su abuelo suspiró, y en su mirada apareció una sombra de remordimiento.

—No los obligamos directamente... pero debo admitir que no les dimos muchas opciones. Así que, en cierta forma, puede decirse que sí lo hicimos. Tus padres eran apenas unos jóvenes cuando supieron de tu llegada, y tanto nosotros como tus abuelos maternos habíamos sido criados en un mundo rígido y severo. Temíamos el escándalo, las habladurías que podían surgir si no hacíamos algo. Creímos que lo mejor era que se casaran. —Hizo una pausa, recordando esos tiempos lejanos con una mezcla de nostalgia y arrepentimiento—. Su amor era joven, impulsivo, y pensábamos que con el tiempo se fortalecería, que crecería con ellos. Pero fuimos necios al pensar así.

Su voz se volvió más grave, como si cada palabra pesara más en su conciencia.

—Conforme tus padres se fueron conociendo, se dieron cuenta de lo incompatibles que eran, de las diferencias insalvables entre ellos. Pero, por nuestro deseo de proteger el nombre de la familia, los condenamos a esa infelicidad, sin considerar el precio que pagarían. Y cuando finalmente tuvieron su propio lugar en el mundo y se distanciaron de nosotros, se dieron cuenta de lo que nosotros siempre temimos, que en un mundo como el nuestro, la imagen y las apariencias lo son todo.

Jungkook mantuvo la mirada fija en su abuelo, procesando en silencio cada palabra. Las revelaciones caían sobre él con la contundencia de una verdad que, en el fondo, siempre había intuido, pero que hasta ahora nadie había tenido el valor de decir en voz alta. Conocía la historia desde la perspectiva de sus padres: le habían dejado claro que seguían juntos únicamente por los negocios, por la conveniencia de mantener esa fachada de familia unida y perfecta que les daba poder e influencia.

La imagen de un hogar feliz, una ilusión cuidadosamente construida, resultaba ser el cimiento de cada transacción, de cada acuerdo. Aquella máscara que llevaban, tan meticulosamente pulida, les aseguraba respeto y prestigio en un mundo donde las apariencias lo significaban todo. Jungkook entendía ahora que sus padres habían sido piezas en un juego que no habían elegido, sacrificados en nombre de esa imagen, y que él, de algún modo, también había sido moldeado por esa farsa.

—Para cuando nos dimos cuenta de nuestro error, ya era demasiado tarde —murmuró el abuelo, con una tristeza que parecía pesarle en cada palabra—. Tus padres habían marcado sus límites, y se habían alejado de nosotros. Ni siquiera cuando tu abuela falleció tu padre se presentó. Lo entiendo, sé que sus resentimientos los llevaron lejos de nosotros.

Tomó aire profundamente, y sus ojos, velados por los años y el arrepentimiento, buscaron los de Jungkook, como si intentara aferrarse a una oportunidad que temía perder.

—Sé que no tengo derecho a pedirte esto, pero... quiero intentarlo. Deseo empezar de nuevo contigo, conocerte realmente. Esta vez quiero ser alguien presente en tu vida, alguien en quien puedas confiar y que esté dispuesto a apoyarte en lo que decidas. Incluso si solo planeas quedarte hasta que decidas qué hacer con tu vida, permíteme estar a tu lado, ser un apoyo. Ese era mi mayor anhelo, y también el de tu abuela. Pero, sin importar lo que elijas, lo respetaré.

Jungkook dejó que sus palabras flotaran en el aire, procesándolas en silencio. Miró a su abuelo, estudiando el cansancio en sus rasgos y el peso de años de decisiones equivocadas reflejados en cada arruga de su rostro. Parte de él deseaba aceptar aquella oferta, encontrar ese refugio que tanto anhelaba desde niño, la oportunidad de sentir que alguien a su alrededor se preocupaba realmente por él.

Después de un momento, respiró hondo y respondió, su voz baja, pero firme.

—La vida que tuve... no me enseñó a entender mis propias emociones —dijo Jungkook, eligiendo cada palabra con cuidado, como si desenterrara algo profundo dentro de sí mismo—. No sé cómo debería sentirme por tu ausencia, y tal vez por eso no puedo decir que esté molesto. La verdad, estoy un poco perdido. Tiene poco tiempo que mi vida fue entregada en mis manos y que me encuentro solo, y ahora tengo que aprender a valerme por mí mismo, a descubrir lo que quiero y quién soy sin depender de nadie.

Hizo una pausa, sus ojos desviándose hacia la ventana como si buscara respuestas en el horizonte lejano.

—No sé si puedo decir que te perdono, porque realmente no siento que haya algo específico que perdonar. Pero... me gustaría explorar lo que siento, intentar entender si hay algo más allá de esta confusión. Así que, si estás dispuesto, podemos hacer esto juntos, paso a paso, sin apresurarnos.

El silencio que siguió estaba cargado de significado, pero esta vez no era incómodo. Su abuelo lo miraba con una mezcla de alivio y respeto, comprendiendo que, aunque no había una respuesta clara, había una apertura sincera.

—Por supuesto, hagámoslo juntos... y hagámoslo bien —respondió su abuelo, su voz temblando apenas, cargada de una emoción contenida que lo hacía sonar más vulnerable de lo que Jungkook había imaginado alguna vez—. Gracias por darme esta oportunidad, Kook. Esta vez, no voy a dejarla pasar, te lo prometo.

Jungkook asintió, sin poder evitar una pequeña sonrisa que asomó en su rostro. No había certeza de lo que el futuro les depararía, pero por primera vez sentía que quizás, en esa casa que se había sentido ajena, podría empezar a construir algo suyo.

Los días siguientes transcurrieron en una paz inesperada mientras Jungkook intentaba adaptarse a su nueva vida. Pasar de una existencia marcada por el lujo y la opulencia a una vida sencilla resultó, al principio, desconcertante. Las grandes comodidades que había tenido siempre a su disposición ahora le parecían tan ajenas como irrelevantes, y aunque fue difícil al comienzo, pronto empezó a ver la belleza en esa simplicidad. Sabía que su abuelo podía permitirse una vida más extravagante si así lo quisiera; sin embargo, una de las lecciones más valiosas que estaba aprendiendo de él era el poder de la humildad y la satisfacción en lo esencial.

Ambos, tal como habían prometido, se esforzaban en construir un vínculo sincero y profundo. Jungkook no entendía del todo cómo lograrlo ni cuál era su rol en ese proceso, pero había algo en la presencia de su abuelo que le brindaba una paz inexplicable. Era una calma que no había sentido en ninguna ocasión de la vida que había conocido, una sensación de pertenencia que resonaba en cada gesto y en cada silencio compartido.

Los días tomaron un ritmo sencillo, y Jungkook pasaba cada mañana al lado de su abuelo, aprendiendo todo lo necesario sobre el cultivo de sandías. Con paciencia, el hombre le enseñaba desde cómo plantar las semillas hasta cómo sentir la tierra para saber si estaba lista. Era un mundo nuevo para él, lleno de detalles que nunca había considerado antes.

Juntos recorrían los campos al amanecer, donde solo se oía el canto de las aves y el suave murmullo del viento. Poco a poco, Jungkook empezó a notar la importancia de cada pequeño paso: cuánta agua usar, cómo la tierra cambiaba bajo el sol y cómo una planta podía dar señales de lo que necesitaba. Su abuelo le enseñaba no solo el trabajo en sí, sino también el respeto por la tierra y el valor de la paciencia.

Con el tiempo, Jungkook comenzó a encontrar paz en aquella rutina. Entendió que el cultivo no era solo una tarea más, sino una forma de conectar con lo que les rodeaba, y de valorar cada esfuerzo que hacía posible la vida en el campo.

—Hoy también has vuelto —comentó Jungkook de repente, al ver aparecer en el salón al chico que, sin falta, había estado viniendo a la casa todos los días. Al principio, Jungkook había pensado que exageraba cuando su abuelo le contó que la gente del pueblo solía visitarlo con frecuencia. Pero, al parecer, aquello parecía ser algo literal—. ¿No te resulta complicado venir hasta aquí todos los días, Yoongi? —preguntó, con una mezcla de curiosidad y sorpresa.

El contrario sonrió ligeramente, como si la pregunta le pareciera divertida, y se dejó caer en suelo sentado a su lado.

—No tanto como podrías pensar —respondió Yoongi con tranquilidad, encogiéndose de hombros—. Me gusta la caminata, además... —sus ojos vagaron un momento, observando de manera discreta al castaño a su lado—, tu abuelo siempre me recibe con té y buenas historias. Es difícil resistirse.

—Ya, seguro que sí. El abuelo no está, así que déjame preparar el té a mí y buscar algunas galletas. Lo de las historias... tendré que debértelo.

—Descuida, supongo que tendré que volver mañana por ellas. Por ahora, me conformaré con el té y las galletas. Además de tu compañía, por supuesto —agregó con un tono tranquilo, dejando escapar una sonrisa ligera que, de alguna manera, hacía la atmósfera más relajada.

Jungkook lo miró por un momento, reconociendo en su tono algo más que simple cortesía. Sin decir nada más, se encogió de hombros, avanzando hacia la cocina con una ligera sonrisa. Abrió los cajones con calma, sacando las tazas y las hoja de té. Mientras preparaba la infusión, un aroma cálido se fue esparciendo por la casa, llenando el ambiente con una sensación reconfortante.

Al menos, había algo que empezaba a disfrutar de aquella vida tranquila: las conversaciones simples y la compañía que, aunque inesperada, comenzaba a sentirse familiar. Mientras el agua comenzaba a hervir, Jungkook se dio cuenta de que las visitas diarias de Yoongi ya no le resultaban tan extrañas. Algo en ese pequeño gesto de compartir un té y unas galletas le daba un sentido de normalidad que no había conocido antes.

Cuando todo estuvo listo, Jungkook regresó al salón, y Yoongi se levantó al instante para ofrecerle su ayuda. Juntos, colocaron todo sobre la pequeña mesa en el centro de la habitación y se sentaron alrededor de ella. Jungkook tomó su taza, elevándola lentamente hacia sus labios, saboreando el dulce toque del té y la calidez que descendía suavemente por su garganta.

—Luces más adecuado al lugar —murmuró Yoongi, haciendo que Jungkook alzara la vista, sorprendido por la ligereza de la frase que, sin embargo, llevaba un peso implícito. Yoongi lo miró por encima de la taza, tratando de ocultar la preocupación que asomaba en su mirada tras un leve resoplido—. ¿Sigues dudando si quedarte aquí?

Jungkook permaneció en silencio por un momento, dejando que las palabras de Yoongi se asentaran en su mente. Era raro que se detuviera a pensar en su futuro, porque cada vez que lo hacía, se encontraba atrapado en un vacío, sin saber qué camino seguir. La verdad era que no deseaba nada en particular para su vida, y aunque su abuelo y ahora Yoongi parecían aliviados por su aparente indecisión, él sabía que para ellos eso significaba que su presencia aquí podría alargarse, lo que de algún modo los tranquilizaba.

—No es que tenga planes de irme —respondió finalmente, su voz un tanto vacía, como si estuviera tomando forma de algo que aún no entendía del todo—. Pero sigo sin saber qué quiero hacer con mi vida. Sé que apenas tengo dieciocho años, pero después de todo lo que he vivido, me siento agotado, no solo físicamente, sino de una manera que no puedo explicar. Estar aquí, en este lugar, me ha dado espacio para respirar, para relajarme y, de alguna manera, sanar. Mis padres siempre tuvieron expectativas tan altas para mí, y ahora, que por fin tengo la oportunidad de decidir por mí mismo, me doy cuenta de que, tal vez, llevar una vida tranquila como la que tengo ahora no está tan mal.

Las palabras de Jungkook parecieron calar hondo en el otro, quien, al escucharlas, no pudo evitar que una amplia sonrisa se dibujara en su rostro. La expresión de Yoongi, normalmente seria y reservada, se suavizó en un brillo cálido, como si, por un instante, el peso de la preocupación se hubiera levantado de sus hombros.

—Este pueblo tiene su propia esencia. Quizás no sea tan imponente como la ciudad, pero cada rincón tiene algo especial, algo que no encontrarás en ningún otro lugar. Aquí todo parece latir con un ritmo propio: la calma que se respira en cada calle, el aire limpio y fresco, y la gente... siempre amable y dispuesta a ayudar. Incluso la naturaleza parece distinta, como si estuviera viva. Y, en lo alto de las montañas, tenemos un santuario.

—¿Un santuario? —repitió Jungkook, intrigado. No recordaba haber oído hablar de él.

—Sí, uno antiguo cerca de aquí, algo olvidado, pero aún importante para quienes lo conocemos. Hay quienes suben para pedir prosperidad, o simplemente para encontrar un momento de paz entre los árboles y el silencio.

—Nunca he estado en un santuario —admitió Jungkook, su voz cargada de una sinceridad algo nostálgica—. Ni siquiera cuando vivía en la ciudad. Mis padres apenas me dejaban salir; siempre tenían algún plan o algo en lo que debía ocuparme.

Yoongi asintió con comprensión, captando el trasfondo de aquellas palabras. Jungkook, aunque rodeado de lujos, parecía haber crecido en una jaula de compromisos y expectativas, sin oportunidad de descubrir esas cosas simples que daban sentido a la vida.

—Entonces deberíamos ir algún día —sugirió Yoongi, con una sonrisa cálida.

—Claro, eso me gustaría.

Charlaron un rato más, hasta que Yoongi miró el reloj y se dio cuenta de que debía irse. Había prometido ayudar a su madre con un cargamento importante, así que, no sin algo de pesar, se levantó para despedirse. Antes de salir, le aseguró a Jungkook que volvería al día siguiente.

Una vez en la soledad de la sala principal, Jungkook se dejó caer sobre el suelo de madera, permitiéndose por fin descansar. Ya no había obligaciones ni deberes que cumplir; podía simplemente quedarse allí, sin hacer nada, sumido en el suave letargo de la tarde. El aire fresco se filtraba por las puertas abiertas, trayendo consigo el susurro de los árboles y el canto lejano de algunos pájaros, sonidos simples pero llenos de vida, el tipo de detalles que nunca había notado en la agitación constante de su vida anterior.

Su abuelo no volvería hasta la cena, pues había salido temprano en dirección a la ciudad para conseguir algunas herramientas que necesitaba para el cultivo. Pensando en el hombre que lo había recibido con los brazos abiertos, Jungkook sonrió. Había algo en esa vida sencilla que comenzaba a fascinarlo, como si en cada pequeño gesto y en cada rincón del pueblo se escondiera un tipo de riqueza que nunca antes había podido ver.

Se encontró pensando en el santuario que Yoongi había mencionado, y no podía negar la profunda curiosidad que aquello despertaba en él. Aunque el azabache no le había dado una fecha exacta para visitarlo, la sola idea de recorrer un lugar así lo mantenía extrañamente intrigado. Jamás había puesto pie en un santuario, a pesar de que Hoseok le había extendido la invitación en varias ocasiones; sin embargo, siempre parecía que sus padres encontraban la forma de mantenerlo ocupado con tareas y compromisos, impidiéndole cualquier escapada que lo apartara de su rutina.

Yoongi le había dado las indicaciones con suficiente claridad, y eso le permitió considerar la posibilidad de ir por su cuenta. Sabía que debía estar en casa para la cena, pero ese detalle no era un obstáculo. De hecho, le daba el tiempo suficiente para ir, explorar un poco y regresar sin contratiempos. La idea de salir y hacer algo por sí mismo, de descubrir un nuevo lugar sin depender de nadie más, lo animaba de una manera que no podía ignorar. No necesitaba pensar demasiado para convencerse; la decisión se fue formando en su mente con una certeza que rara vez sentía, y cuando se dio cuenta, ya había tomado la decisión.

Con una determinación inusual, se preparó rápidamente. No podía permitirse perder ni un minuto más, así que, tan pronto como terminó de alistarse, salió de la casa.

Mientras caminaba por el camino que Yoongi le había indicado, se permitió disfrutar del entorno. El sonido suave de los árboles movidos por el viento lo rodeaba, y el aroma a tierra mojada y hojas frescas llenaba el aire. Todo era tan diferente de la ciudad, tan sereno y apacible. Los pequeños detalles que normalmente pasaría por alto en su vida ajetreada en Seúl ahora cobraban vida frente a él: el canto de un pájaro que cruzaba el cielo, el brillo dorado del sol filtrándose entre las ramas, las flores que, con tímidos colores, se asomaban entre la maleza.

El camino de tierra bajo sus pies se extendía con una tranquilidad que parecía ajena al caos al que estaba acostumbrado. A medida que avanzaba, la curiosidad creció en su pecho. No sabía exactamente qué encontraría, pero había algo fascinante en este lugar que lo atraía, algo que lo empujaba a seguir adelante.

Llegar resultó más sencillo de lo que había imaginado. Yoongi, en efecto, tenía razón al afirmar que el santuario se encontraba cerca de su casa. Al llegar, Jungkook quedó maravillado ante la estructura que, a pesar de mostrar signos de abandono, aún irradiaba una innegable majestuosidad.

El santuario estaba semiescondido por los árboles altos y las enredaderas que se entrelazaban en sus paredes. La fachada principal, construida de bloques de piedra, mostraba manchas de humedad y fisuras por las que sobresalían raíces finas, dándole un aspecto envejecido y frágil, aunque aún sólido.

Jungkook observó los arcos que sostenían la entrada; su forma era sencilla pero imponente, dejando ver partes de lo que alguna vez fue un intrincado diseño. Restos de antiguos relieves en piedra podían vislumbrarse en el marco de las puertas, casi borrados por el tiempo y la intemperie. A sus pies, el suelo estaba cubierto de hojas secas que crujían bajo sus pasos, y el aire tenía un olor a tierra mojada y madera.

Miró hacia el interior, donde los rayos de luz se filtraban tímidamente a través de las grietas del techo. Había un silencio profundo, roto solo por el eco suave de sus movimientos y el canto distante de algún pájaro. Todo le parecía inusualmente quieto, como si el santuario hubiera estado esperando en soledad la llegada de alguien.

Al estar ahí, no pudo evitar imaginar cómo habría sido visitar un santuario en Seúl junto a Hoseok. Seguramente, el ambiente habría sido completamente distinto: lleno de risas, con el bullicio de un festival en el aire y con su amigo animando cada rincón que exploraran. Se imaginaba al pelirrojo señalando cada detalle con entusiasmo, fascinado por los colores vibrantes de las linternas colgantes y los puestos de comida, haciendo que el lugar se sintiera aún más vivo y festivo.

Sin embargo, debía admitir que la tranquilidad de este santuario vacío tenía un encanto propio. La soledad, lejos de ser triste o incómoda, le ofrecía un espacio donde sus pensamientos se acomodaban lentamente. Era un tipo de paz que lo invitaba a observar el lugar con calma, a percibir los sonidos sutiles y a apreciar la belleza discreta de los muros antiguos.

De repente, su atención se dirigió hacia un sendero a la derecha, marcado por una serie de marcos rojos de madera altos y oscuros, que parecían haber sido colocados allí hace años y ahora estaban cubiertos de musgo y hiedra. Los marcos formaban una especie de pasaje, un túnel natural que desaparecía entre los árboles más adelante. Su curiosidad se encendió; ya había llegado hasta allí y no quería dejar nada sin explorar. Sin dudarlo, avanzó hacia los marcos y comenzó a caminar bajo ellos, sintiendo cómo cada paso lo alejaba más del santuario.

A medida que avanzaba, el bosque a su alrededor se volvía más denso y el aire, cada vez más fresco y cargado del aroma de la tierra húmeda. La luz se filtraba débilmente entre las copas de los árboles, y los sonidos de pájaros y ramas crujientes bajo sus pies se volvían más evidentes en el silencio que lo rodeaba. Había algo en el ambiente que le transmitía una calma inquietante, un misterio que solo aumentaba su deseo de seguir adelante.

Absorto en la calma de la naturaleza, Jungkook no notó cuándo había pasado el último arco. Solo al detenerse un momento y mirar hacia atrás, se dio cuenta de que los marcos habían quedado muy atrás, apenas visibles entre las sombras de los árboles. Continuó avanzando confiando en el sendero bajo sus pies, pero pronto descubrió que este se había desdibujado entre la vegetación. La tierra firme comenzaba a entremezclarse con raíces, ramas caídas y un enredo de plantas bajas. Miró a su alrededor, buscando algún punto de referencia, pero todo lo que veía era un mar de troncos altos y ramas que se extendían en todas direcciones.

Un ligero escalofrío recorrió su espalda al comprender que ya no podía ver el camino de regreso.

Entrar en pánico parecía ser lo más fácil en ese momento. Nadie sabía que había decidido aventurarse hacia el santuario, lo que significaba que, si lo buscaban, probablemente no lo encontrarían pronto. La idea de estar solo, atrapado en medio de ese bosque cada vez más oscuro, comenzó a presionarlo, pero Jungkook sabía que desesperarse solo empeoraría la situación. Intentar volver por el mismo camino no era una opción viable; había perdido por completo el rastro, y los marcos que antes lo guiaban ya no eran visibles entre la maraña de árboles. La vegetación lo rodeaba por todos lados, y cualquier referencia al santuario había desaparecido.

Miró hacia el cielo y notó que el sol ya estaba comenzando a ponerse, tiñendo el horizonte con tonos anaranjados y rosados que pronto darían paso a la oscuridad. Tratar de salir del bosque en esas condiciones sería imprudente; moverse sin visibilidad aumentaba el riesgo de perderse aún más o, peor, de lastimarse entre las raíces y piedras que cubrían el suelo. Jungkook respiró profundamente, tratando de calmar la creciente ansiedad que amenazaba con apoderarse de él.

Consciente de que necesitaba tiempo para pensar y reevaluar su situación, decidió buscar un lugar donde pudiera descansar y aclarar su mente. Encontró un árbol robusto, cuyas raíces sobresalían del suelo formando un pequeño refugio natural. Se sentó bajo su sombra, apoyando la espalda contra el tronco, y trató de pensar con claridad.

No sabía cuánto tiempo había pasado, pero el cielo que comenzaba a teñirse de un azul profundo le daba una idea de que los minutos habían transcurrido sin que se diera cuenta. La oscuridad avanzaba lentamente, llenando el bosque con sombras que parecían moverse con el viento, y Jungkook se daba cuenta de que pronto estaría completamente sumido en la penumbra. Un nudo de preocupación crecía en su estómago; la sola idea de asustar a su abuelo lo inquietaba profundamente. No quería imaginarlo preocupándose y buscándolo sin saber dónde había ido.

Cerró los ojos un momento, tratando de calmarse, pero la sensación de impotencia seguía creciendo. Era como si cada intento de encontrar una solución solo le recordara la complejidad de su situación.

Jungkook soltó un suspiro largo y pesado, rindiéndose por completo. Encogió las piernas hasta su pecho y escondió el rostro entre las rodillas, buscando un breve refugio en el aislamiento. De repente, la atmósfera cambió: el aire pareció volverse denso y frío, como si de repente hubiese descendido una capa de niebla invisible que filtraba los sonidos, ahogando cualquier eco de vida en el bosque. El silencio, que antes le había parecido reconfortante, ahora pesaba como una sombra, envolviéndolo en una sensación de alerta y expectación, hasta que, en medio de aquella calma inquietante, una voz profunda rompió la quietud.

—¿Te has perdido?

Jungkook alzó la cabeza de inmediato, buscando de dónde provenía aquella voz. Miró a su alrededor, pero no encontró a nadie. Estaba muy seguro de que aún era muy pronto para perder la cordura, así que suspiró, intentando calmarse. Justo entonces, al girar el rostro, sus ojos se toparon con una figura que no había visto antes. Permaneció inmóvil, desconcertado por la repentina aparición.

Ante él, se encontraba un chico que, quizás por estar Jungkook en el suelo, parecía considerablemente más alto. Vestía de manera sencilla, con unos jeans y una camiseta negra, pero lo que capturó su atención fue la máscara de Kitsune que cubría su rostro, dejando a la vista mechones de un cabello plateado que caían a ambos lados. La misteriosa figura irradiaba una presencia intrigante, y Jungkook no supo cómo reaccionar ante su inesperada aparición.

Tras un momento en silencio, el castaño finalmente se levantó del suelo, observando al chico desconocido con creciente curiosidad. Lentamente comenzó a acercarse, pero cada vez que daba un paso hacia él, el otro retrocedía dos, manteniendo la distancia con una precisión casi calculada.

—No me has respondido, ¿te has...? ¿Podrías dejar de acercarte? —replicó el extraño, con una frustración apenas contenida al ver que Jungkook persistía en reducir el espacio entre ambos.

—Lo siento, quería asegurarme de que eras real y no una alucinación —respondió Jungkook, finalmente deteniéndose, aunque su mirada seguía fija en la figura frente a él.

El desconocido exhaló en un tono que mezclaba incredulidad y paciencia.

—No llevas ni dos horas aquí, es imposible que te vuelvas loco tan pronto. Entonces... ¿te perdiste?

Jungkook suspiró, pasándose una mano por el cabello antes de responder con sarcasmo.

—¿Te parece que vendría aquí, al medio de la nada, casi al caer la noche, solo por gusto? Además, ¿cómo es que sabes cuánto tiempo llevo aquí?

El chico encogió los hombros, como si fuera obvio.

—Bueno, no voy a juzgar tus decisiones; la gente hace cosas extrañas a veces. Pero... sobre lo otro, pude sentir tu presencia desde que cruzaste el último arco.

Jungkook lo miró, tratando de descifrar el enigma que tenía ante él. Aquel chico parecía inusualmente seguro, como si sus palabras fueran tan naturales como respirar. La máscara de Kitsune ocultaba su expresión, pero su postura y voz transmitían una confianza inquietante, dejándolo aún más intrigado.

—¿Pudiste... sentir mi presencia? —replicó Jungkook, claramente desconcertado, tratando de captar alguna señal en la voz del desconocido que delatara si estaba bromeando o no.

El chico inclinó ligeramente la cabeza, y aunque no podía ver su expresión, Jungkook percibió un destello de diversión en su tono.

—Supongo que para ti luzco bastante normal —respondió el extraño—, pero en realidad, no soy alguien común.

—¿Qué quieres decir con eso? —insistió Jungkook, cada vez más intrigado. Había algo en la serenidad con la que el chico hablaba que lo descolocaba.

—Soy un fantasma.

Jungkook se quedó mirándolo, en un intento de procesar aquellas palabras absurdas. Después de un par de segundos, parpadeó un par de veces, incrédulo.

—Entonces... ¿sí me volví loco?

La risa del desconocido resonó en el aire, tan inesperada como encantadora, y dejó a Jungkook absorto por un instante. Jamás había escuchado una risa como esa, ligera y misteriosa, como el eco de una melodía lejana. Cuando el silencio volvió a envolverlos, Jungkook parpadeó un par de veces, sacudiéndose el trance y decidido a acercarse al otro para comprobar la extraña declaración de que era un fantasma.

—¿Es realmente necesario que hagas eso? ¿No conoces el concepto de espacio personal? —Se quejó el chico de cabello platinado, retrocediendo con una agilidad sorprendente cada vez que Jungkook extendía la mano en su dirección.

—Si en verdad eres un fantasma, seguramente te voy a atravesar, ¿no? —replicó Jungkook, sonriendo con escepticismo.

El otro chico soltó un suspiro teatral.

—¿Ves demasiada televisión o qué? No soy un fantasma común. Si un humano llegara a tocarme, desaparecería para siempre.

Antes de que Jungkook pudiera procesar la advertencia, sintió un dolor agudo en la frente.

—¡Auch! —Se quejó, retrocediendo y mirando incrédulo a su alrededor—. ¿Realmente acabas de golpearme con una rama?

El desconocido sostenía una pequeña rama en su mano, y una chispa de impaciencia podía percibirse de él.

—No me dejaste opción. Te dije que no me tocaras —respondió con un tono seco—. Mira, puedo ayudarte a salir del bosque si quieres, cuando cae la noche este lugar se vuelve mucho más tenebroso. No te recomendaría quedarte aquí. —Jungkook lo miró, considerando la oferta—. Sin embargo —continuó el otro, levantando un dedo en señal de advertencia—, si quieres mi ayuda, debes mantenerte a una distancia prudente. ¿Trato hecho?

A pesar de lo absurdo de la situación, Jungkook asintió lentamente, dándose cuenta de que, aunque no entendía lo que estaba sucediendo, sentía un extraño impulso de confiar en él.

El chico de cabello platinado observó la respuesta de Jungkook y, al ver que no intentaba acercarse más, asintió brevemente.

—Bien, sigue mis pasos y, por favor, evita hacer preguntas innecesarias. Ya estamos perdiendo suficiente luz.

Con eso, el extraño comenzó a caminar por el sendero con una seguridad desconcertante, deslizándose con ligereza entre las ramas y el suelo cubierto de hojas. Jungkook, aunque aún receloso, se apresuró a seguirlo, notando que la oscuridad del bosque parecía espesarse rápidamente alrededor de ellos. Caminaban en silencio, y cada tanto el chico de la máscara miraba hacia atrás, como para asegurarse de que Jungkook mantenía la distancia acordada.

—Entonces, ¿qué eres, si no eres un fantasma común? —preguntó Jungkook, incapaz de contener la curiosidad que crecía dentro de él con cada paso.

El chico enmascarado se detuvo, suspirando con una mezcla de resignación y paciencia antes de girarse levemente hacia él. Su silueta se recortaba contra las sombras del bosque, y aunque su rostro estaba oculto, la inclinación de su cabeza reflejaba una leve exasperación.

—Te dije que evitaras hacer preguntas —respondió, pero su voz tenía un matiz entretenido, como si encontrara cierto encanto en la insistencia de Jungkook—. No tiene sentido que lo sepas, así que no necesitas una respuesta de mi parte.

Jungkook frunció el ceño, sintiéndose aún más intrigado. Cada respuesta vaga solo alimentaba su interés. Sin pensarlo, lanzó otra pregunta:

—¿Y la máscara? ¿Para qué la usas?

El desconocido lo observó en silencio por un momento, su postura relajada pero impenetrable. Finalmente, se encogió de hombros con indiferencia.

—Por nada en especial.

Sin darse cuenta, finalmente llegaron al sendero de arcos, y el chico enmascarado se detuvo, girándose hacia Jungkook con calma. El aire parecía haberse enfriado un poco, como si su sola presencia hubiera alterado la atmósfera. En medio de la quietud del bosque, con los árboles que se alzaban en sombras y el murmullo lejano del viento, el chico habló.

—Desde aquí puedes volver por tu cuenta. Si sigues los arcos, volverás al santuario.

El silencio se instaló entre ellos, pesado y denso, mientras Jungkook observaba los arcos con una mezcla de duda y alivio. Aun había cosas que deseaba conocer.

—Si vuelvo otro día... ¿podré verte? —preguntó, la curiosidad palpable en su tono.

—Este bosque... —comenzó, su voz cargada de un matiz más serio—, aquí vive el Dios de la montaña y muchos fantasmas, como yo. Si vuelves, te perderás de nuevo. El camino cambiará, y serás incapaz de orientarte. No deberías regresar.

Eso tenía mucho más sentido. Jungkook aún era incapaz de creer que realmente se había perdido. Ya que, a pesar de lo distraído que estaba, estaba seguro de no haberse alejado tanto del camino. Había sido un paseo corto, o al menos así lo había sentido.

—Mi nombre es Jeon Jungkook, ¿cuál es el tuyo? —preguntó con un tono directo y curioso, pero el otro en frente de él permaneció completamente en silencio. Jungkook, algo frustrado, deseó poder ver la expresión oculta tras la máscara, pero no hubo forma. La ausencia de respuesta lo hizo suspirar con pesadez, una mezcla de resignación y curiosidad sin resolver—. Volveré otro día, así que, si llegas a sentir que paso por el arco, ven por mí.

Sin esperar más, dio la vuelta, listo para tomar el camino de regreso por entre los arcos. Pero, apenas había avanzado un par de pasos, cuando un susurro llegó hasta sus oídos, suave como el viento que pasaba entre las estructuras.

—Taehyung...

Se detuvo en seco. Al girarse de inmediato, no encontró a nadie. Solo el eco de su propio aliento y el vacío detrás de él.

AMANDO MUCHO ESTE ENCUENTROOOO😍

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