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Capítulo 20

Lovely Walker.

Los párpados me pesan me duele la cabeza y el cuello. Tengo un sabor dulce en la boca cuando intento hablar. Trato de moverme y no puedo... las imágenes estallan contra mi mente como un tsunami; sus manos, besos, mis gemidos, nuestros cuerpos chocando y el ardor de piel.

«¿Qué hice? —me reclamo—. ¡Lo jodiste!»

Abro los ojos tratando de ubicar adónde estoy, veo un cristal siendo acribillado por la lluvia y las luces de los autos estrellan contra mis ojos mientras mis músculos cansados tratan de moverse, pero no puedo mover las piernas, muevo la cabeza y la ventanilla está cubierta de la noche con una cortina de lluvia...

—¿Cómo te sientes? —inquiere una voz que me endereza en menos de nada.

«Diablo»

Giro regañándome y lo veo como si nada mientras conduce en la maldita niebla de agua qué hay. Trae la camisa y los pantalones de vestir así como el cinturón de armas pero no tiene saco. Está... inusualmente calmado.

—¿Adónde vamos? —inquiero tratando de abrir la puerta y no abre—. Déjame ir.

—No puedo —simplifica—, nos vamos y ya.

—¡No, no quiero! —grito golpeando el cristal—. ¡Ayuda!

Los autos pasan a un lado pero no me ven debido a la lluvia.

—Son a prueba de balas, mocosa —me mira con una sonrisa y odio decir que me gusta—. Te dije que te daba una semana. Tu semana expiró justo a las 12 de la madrugada. Soy un hombre de palabra. —me guiña en ojo y las mejillas me arden.

—No hagas una estupidez —trato de persuadirlo—, Selinne está herida y... Matthew. Necesito hablar con él.

—Hace dos horas no pensabas en ellos —dice y a mí se me cae la mandíbula.

—¿¡Dos horas!?

—Selinne está viva, el bufón se encargó.

—¡Es tu novia! —le reclame—. Deberías estar con ella y no raptandome.

—No me interesa —simbólica y se sale de la carretera—, no hay mujer en la vida que me interese más que tú. Si se muere pues muerta.

—¿¡Muerto es muerto!? —me mofo—. No tiene vergüenza, pero yo sí, así que regrésame que debo hablar con alguien.

—Que mal —sonríe mirándome las piernas temblar y me agarro las rodillas—. porque no vas a ir a ningún jodido lado y es mejor que dejes de pelear porque no vas a solucionar nada queriendo arrancar la manija de mi auto —dice como si nada y le sube a la música—. ¿No te encanta?

Frunzo el ceño.

—¿Qué?

Maldito loco de mierda.

—Esto. —la lluvia va a mermando poco a poco y veo el bosque espeso cubriéndonos—. Esto debimos hacer hace tres años. Largarnos de una jodida vez. Siempre tengo que secuestrarte al parecer —me mira mal. «Pero maldito loco»

—Nada es como hace tres años, Tayler —trato de que entre en razón—, nosotros somos pasado, y no debe de cambiar.

—¿Crees que somos pasado? —rueda los ojos—. Te creería si no me hubieses dejado follarrte afuera de un club Yakuza.

—Fue un desliz, y no me interesa.

No sé qué hacer y no sé qué hice. No debí. «A la menor oportunidad vas y te revuelcas con otro», me regaño. Matthew tenía razón, y sólo cree una maldita pelea para quitarme las ganas las cuales no han desaparecido si no al contrario porque aún tengo sus manos y besos en todo mi cuerpo.

—De todas maneras tenemos todo el fin de semana —se recarga del asiento y aprieta el botón de automático para mirarme—, como ya lo dice el contrato que firmaste, me debes complacer, yo te necesito. No me importa que el mundo se esté cayendo ahora.

—Tienes a miles de mujeres... —peleo luchando inútilmente con la puerta.

—No eres mil mujeres, mocosa —sus palabras me erizan la piel—, eres la mía, y no te dejaré ir.

Ruedo los ojos y aparto la mano que quiere tocar mi hombro, simplemente se ríe e inclina los asientos volviéndolos cama mientras el auto nos lleva a no sé dónde. El cansancio me toma mientras veo su sonrisa y se acomoda boca arriba dejándome ver su manzana de Adán. «Es hermoso»

Y sus ojos perturbadores me azotan cuando se gira a mirarme.

—¿Algo que te guste? —desliza su mano hacia su polla y trago grueso.

Ruedo los ojos y me doy la vuelta.

—Si tu idea era impedirlo te advierto que fracasaste.

—Ya cierra la boca. —suelta una carcajada y el vapor de su mano deslizándose por la piel de mi muslo me eriza la piel.

Aprieto mis manos en puños y me agarro el vestido dándome cuenta de que llevo una camisa negra de algodón. ¿Cuando diablos fuimos por ropa?

—Dejaré que se te pase la histeria —dice somnoliento.

Giro la cabeza y miro la parte de atrás, notando qué hay dos maletas.

—¿Qué diablos, Tayler?

—Déjame dormir —gruñe—, no he dormido en casi dos años.

Su mano aterriza en la mía, lo golpeo pero la toma con fuerza y gimo ante el dolor.

—No te voy a soltar.

Lo dejo porque el sueño me atrapa ya que yo no he dormido bien él estos últimos dos meses y ahora siento que tengo los fluidos de un idiota que no puedo olvidar. Así como las piernas que no me responden bien. Si en la cena tenía nervios por conocer al papá de Matthew ahora quiero vomitar las tripas por este imbécil.

Si alguien sabe que estoy con él me van a crucificar. Y con alguien me refiero a Barrow. Se supone que se lo voy a entregar pero se va a quedar sentado esperando.

El pecho me tiembla mientras me zangoloteo y a lo lejos capto el crujido de grava en las llantas... «¿Qué?»

Salto cuando recuerdo que diablos sucedió, busco la manera de ubicarme y lo único que hago es abrir la puerta...

—Corre, bambi —se burla de mí pero salto del auto.

No siento las piernas, me tiemblan, voy a dar al suelo, pero lucho gritando de dolor y sigo con la adrenalina calentándome. La luz me lastima los ojos con una pinzada en las sienes, así como los latidos de mi pecho y cada maldita bocata fría que raspa mi tráquea.

Trato de correr pero no veo más que árboles, grava, todo es borroso y... determino una cabaña con luz encendida en el pórtico, corro hacia ella lo más rápido que puedo. Las piernas me duelen como si hubiese recibido una paliza pero me enderezo con un jadeo.

—¡Ayuda! —las zapatillas se me entierran y el pasto se rompe cuando atravieso la tierra—. ¡Ayuda, por favor!

El corazón me late en la garganta y no sé porque tengo un jodido miedo de volver a caer. Nadie abre, miro las ventanas de cristal que son gigantes, pero están cubiertas por cortinas grises... «Mierda»

Giro tratando de correr pero choco con un torso que me estrella contra la puerta. Trato de huir y me azota contra ella.

«No mires sus ojos», me digo pero no puedo evitar ver sus labios...

—Estás a kilómetros de la vida humana —me aclara—, así que acostúmbrate a que estarás aquí, mocosa cardiaca.

—Estás loco si crees... —No termino de decir la palabra cuando estrella su boca contra la mía arrancándome la rabia.

«Dios», caigo a sus pies como idiota.

Mis manos merman la lucha y envuelvo su cuello en lo que una de sus manos abre la puerta y la otra me aprieta contra él. Sabe a licor, pasta dental y tabaco. Tengo el sabor a cereza en la boca pero no me interesa.

«Es suave y delicioso», gimo de placer mientras me derrito.

La puerta se abre y brinco para adueñarme de sus caderas. Gruñe y desliza su lengua térmica por mi cuello mientras cierra la puerta, hundo mis manos en su suave cabello, es el cabello más suave de todos.

—Te extrañé —suspira oliéndome mientras a mí las llamas me queman la piel, dejando el rastro ardiente cuando las desliza debajo de la camisa.

—¿Qué diablos me hiciste? —suspiro recibiendo el beso hambriento que me deja ciega.

Sus manos aprietan mis caderas y de la nada estoy arriba de una superficie que me hace jadear por el frío.

—Te folle cómo jamás nadie lo hizo y lo hará —susurra contra mi oído.

Abro los ojos topándome con los suyos, brillantes y ardientes. La sonrisa se me expande con el cinismo y lo aparto de un empujón que lo hace carcajear de manera tan sadica que es hermoso.

—Idiota.

Quedo perpleja apreciando lo que nos rodea. Estamos en una casa o mas bien una cabaña con madera pulida y embarnizada. Hay una chimenea donde aparentemente es la sala de estar con sofás amplios y grises, parpadeo apreciando el lugar donde estamos, y... miro que estoy arriba de una barra con una isla sobre mi cabeza, la cocina hasta justo a mi espalda y al fondo se ve un pasillo donde lleva a otro lugar y unas escaleras gigantes en forma de caracol al lado de la chimenea. La puerta cubre mi panorama pero lo compensa la pared de cristal que está por la chimenea donde los sofás se encuentran. Hay candelabros, cómo siempre un tono oscuro y definitivamente espeluznante como es de esperarse.

—¿Te gusta? —su pregunta estúpida me hace reír.

—Un poco, creí que me meterían a un oscuro sótano —le empujo el hombro y me acorrala con sus brazos recargados de la isla—. Me encanta.

—La compré antes de la boda de sangre —me cuenta y rodea la isla mientras lo sigo con la mirada—, no había venido hasta ahora.

La punzada de culpa me abruma porque Matthew dijo exactamente lo que haría y lo hice, y no tengo idea que le sucedió al teléfono que tenía en la pierna.

—Esto no está bien, Tayler —lo aparto y me bajo de la barra—. Matthew no merece esto, merece saber...

Lanza un teléfono deslizándolo sobre la barra.

—Llámalo y dile que estás viva —asiente hacia el teléfono y se da la vuelta rebuscando en las gavetas—. Ve mientras hago el desayuno.

Tomo el teléfono con la duda y la boca del estómago retorciéndoseme. No sé qué mosca le pico a Tayler o si me oculta algo porque sin duda no me daría el teléfono para hablarle a mi ex novio.

—¿Estás bien? —murmuro.

—Tienes tres minutos y si no lo haces dejaré que crean que caíste por alguna zanja —espeta—, pero no importa porque no se requiere demasiada inteligencia para darse cuenta que estás con tu esposo.

La última palabra truena haciendo que es cuchillo suene en el mármol.

—Procura no apuñalarte en los tres minutos que no estoy —ruedo los ojos. «Está actuando como una persona normal.»

Pero ahora no quiero preguntarme, estoy feliz aquí. Sabía que si lo hacía iba a caer y con todo el peso de lo que siento por él.

Deslizo el ventanal de cristal que está al lado de la chimenea y cierro notando que él no voltea. Respiro armándome de valor mientras el pecho me retumba, porque Dios, Matthew es bueno aunque un idiota.

Quizá es verdad que su testosterona lo traicionó, supongo que competir con Tayler los vuelve locos. Espero que no sea cómo Damon.

Marco el número y me muerdo las yemas caminando en círculos sobre el pórtico. Hasta ahora me doy cuenta de que sigo con las zapatillas. Me las quito a puntapié y...

—¿Hola? —contesta y a mí se me cierra la garganta—. ¿Quién habla?

Me pica la piel, quisiera decirle que lo siento pero no debería.

—¿Love? —su voz confundida me golpea la culpa.

No es como que le diga. «Hey, tenías razón. Salté a la polla de Tayler y ahora estamos en una cabaña listos para follar»

—Sólo quería decirte que estoy bien, y que no se preocupen, volveré...

—¿Estás con él? —pregunta tajante.

El pecho se me comprime y las lágrimas pican detrás de mis ojos. Matthew fue lindo, soy una zorra.

—Matthew...

No —dice amargamente—, espero que te sirva para saber si es sólo sexo. Porque sólo es así te darás cuenta de lo que perdiste.

—Por favor... Matthew... yo —paso la mano por mi cara—, estoy confundida.

Me parece que la confusión es algo muy distinto a huir con el hombre que te desgració la vida —replica—, pero no me intensa. No cuando soy un maldito agente del FBI con más doctorados de los que alguien normal tendrá en toda su vida.

—Matt...

—¡Doctor Matthew Reid, Agente Walker! —corrige—. Me alegra que haya escuchado mis consejos sobre saltar a la que quisiera.

—Lo siento —suspiro—, pero no tienes que hablarme así.

—Te dije que me lo dijeras —se le quiebra la voz—, pero preferiste mentirte a ti, porque al menos yo ya lo sabía...

Trato de decir algo pero cuando quiero hacerlo ya colgó y con ello la culpa me golpea el pecho. «Lo arruinaste», me regaño.

Mis planes están en picada y sólo por ese maldito hombre.

Quito el teléfono de mi oído y veo el fondo de pantalla... las lágrimas me atraviesan temblando cuando veo una foto mía y de Eliot arriba de flika. Observo por el cristal y lo veo haciendo el desayuno, pareciendo otra persona. Cómo si estuviésemos de vuelta en el acantilado.

Respiro hondo. «Sólo un fin de semana», me convenzo. Deslizo el ventanal y me mira como si nada.

—¿Qué dijo? —inquiere poniendo un café sobre la barra y el olor a vainilla y grano me relajan la espalda.

—Me odia —se me quiebra la voz—, ¿qué diablos hice?

Dejo el teléfono en la barra y cubro mis ojos con las palmas tratando de mermar el dolor de mi pecho. Sus brazos me rodean haciéndome odiar que me sienta tan bien.

—No llores por ese maldito o le voy a cortar la garganta —besa mi cabello—, date un baño caliente, y después te sentirás mejor.

—¿Cómo? —me frustro—. Era importante salir con él y lo jodi. Si su padre no hubiese dicho nada y si él hubiese dicho algo... me hizo sentir culpable, cómo si tuviera la razón.

—¿Qué dijo? —besa mi cabello—. Cuéntame, mocosa. Sabes que me tienes a mí.

«¿Me está manipulando?»

Lo dejaré pasar.

Tomo un respiro y me calmo limpiando mis ojos. Me toma de la cintura subiéndome a la barra. Pongo mis manos en puños a mi regazo y suspiro antes de comenzar.

—Dijo que estaba familiarizada con el estocolmo, y básicamente diciendo que estaba enferma —sollozo suspirando sin mirarlo. Sólo veo mis manos jugar con el hilo de la camisa—, pero me dolió que minimizara mi dolor, que creyera que todo fue una historia de amor y que no sufrí porque me acosté contigo. Todos... todos creen eso, creen que fue fácil, pero la verdad es que fue más difícil cuando... —me detiene alzandome la barbilla.

—¿Cuándo...? —mira mis ojos y siento que la piel me hierve.

—Cuando... —trago saliva y niego—, nada. Sólo creen que no me dolió, e incluso creen que lo que me hizo Andersson lo merecía, que yo lo quise. —se me quiebra la voz—. No lo quise, se lo rogué, Tay... yo... le supliqué que no.

—Está bien —asiente—, déjalo ir.

El pecho se me comprime y la piel me arde.

—¡Le pedí que parara, y que no lo hiciera! —le golpeo el pecho—. ¡Dolía, dolía mucho! Me maltrató y me hizo creer que estaba enferma por querer a alguien más... pero no llegabas. —lo vuelvo a empujar una y otra vez. Mi mano impacta contra su mejilla y se acerca más—. ¿Adónde estabas, joder? ¿Adónde estabas cuando me violaron? ¿Adónde?

—Lo sé, mi hearz —deja que siga golpeándolo—, déjalo ir.

—Me dolían las piernas —recuerdo—, me arrastraba en la nieve. ¡Angela y Greta me sostuvieron mientras me drogaba para follarme en la nieve! —lo golpeo—. Ella era tu "esposa" y yo era tu amante, tú confiaste en ella, y no en mí. ¿Por qué? ¡Todo lo hice por ti! Por Eliot... por nosotros...

—Lo sé, y lo siento —me aprieta contra su pecho mientras la rabia me recorre—. Voy a odiarme el resto de mi vida. Soy un idiota, no volveré a desconfiar de ti. Es mi palabra. Jamás voy a compensarlo pero lo haré, te juro que no dejare que te lastimen. —acaricia mi cabello mientras sollozo y reparte besos en mi coronilla—. Soy un idiota, un imbécil arrogante, y joder. Jamás en la vida me arrepentiré tanto de algo. Incluso más que marcarte.

Los recuerdos suprimidos, la botella, Jade siendo embestida, yo temblando, el vikingo recogiéndome de la nieve llena de sangre llena de orines y sangre. La piel me arde y lo odio, odio que él no se sienta como un pulpo.

—¡Te odio! —grito entre llantos—. Me duele, me duele.

La respiración se me entrecorta, me aniquila, me tiembla la barbilla, el aire me falta, el mundo comienza a desaparecer, me arde la garganta, su agarre se vuelve más fuerte y trato de no llorar pero sólo puedo gritar evocando cada castigo y regaño.

Las veces que me apagaban los cigarros en las palmas, cuando Andersson me culpaba porque no podía concentrarse conmigo pasándome con ropa interior y me follaba frente a todos sin importar nada para después salirse de mí y dejarme tirada con una ataque.

La droga haciéndome gritar por la ansiedad de no tenerla en la sangre. Todo me recuerda a la mierda que viví, y al final sigo siendo la puta, la zorra que se lo busco.

Sabía que ceder a Tayler me volvería débil, lo sabía y aún así me dejé envolver.

«Maldita tonta»





Tayler Aragon.





La garganta me pesa y trago más de tres veces para poder articular palabra. No ha dejado de hablar de todo lo que le pasa por la cabeza, está teniendo un colapso mental, deja ir los recuerdos reprimidos y la están matando pero me está matando a mí, porque lo salado recorre mi garganta y no puedo hacer nada más que abrazarla mientras grita y llora.

Nunca sentí tanto maldito dolor. «Soy una basura» Ella sufrió y luchó, mi pequeña mocosa sobrevivió a las torturas y humillaciones...

—Se siente como pulpo —solloza berreando—, estaba en todas partes. Me odio, porque lo disfruté. Me obligaba a terminar o me cortaría una extremidad, me golpeaba hasta casi matarme. Pero luchaba...

—¿Qué te mantenía fuerte, mocosa? —acaricio su cabello para cambiar el tema.

Si sigue va a volverse loca.

—Mi bebé —solloza—. Nuestro bebé, y... el vikingo —sus palabras me atraviesan como dagas llenas de ácido la garganta—. Me salvó muchas veces, me alimentó y ayudó, por eso lo dejé vivir. Porque incluso cuando perdí la fe trató de hacerlo. Me dejó ir, pero nadie fue por mí. Me quedaba horas esperando afueras pero el final volvía a llevarme adentro para que no le congelara, y un día simplemente me dió un lugar en la mesa en lugar de comer en el suelo. —me rodea con los brazos.

—¿Qué tanto te hicieron? —suspiro tragándome la rabia.

Quiere que la escuche, y lo haré porque no merezco a mi mujer.

—Me lo hice yo —ríe amargamente—, maté a un socio suyo y creí que me mataría pero dijo que no importaba si él me había lastimado. Me drogué y cuando recobré la conciencia me estaban embistiendo en un baño. Le grité que se detuviera y no lo hizo, lo maté y me sentí bien.

—¿Todos están muertos? —inquiero.

—El primero fue un pez pequeño, alguien sin peso pero no sin menos culpa, pero el que más disfruté fue el que me violó con una botella mientras me aplastaban —se aprieta contra mí y hago lo mismo. Se acurruca contra mi cuello y abre las piernas para que entre—. Su muerte fue la mejor, y maté a todos los que me tocaron, me usaron de cenicero o me golpearon y se rieron mientras Andersson me maltrataba. Incluso Blair el maldito de los diamantes.

Asiento y noto que ya no llora. Me separo de ella.

—¿Te recuerdo yo a alguno? —acaricio su rostro.

Abre los ojos con la barbilla temblando y me preparo para irme si dice que sí.

—No, y por eso te odio —solloza.

—Joder.

La beso tragándome su saliva y en aroma a cereza con alcohol que tiene. Sus labios masajean suaves los míos mientras sus manos aprietan mi cinturón. «Es jugosa»

Me aparto de ella, jadeando. Voy a borrar cada marca de ellos. Todos ellos, pero primero le haré el desayunado.

—¿Este fin de semana somos pareja? —inquiere tímidamente.

—Llevamos veinte años casados —le informo y asiente dulcemente.

Cada que asiente es como si me inyectaran criptonita. Es mi debilidad pero es que ella lo es, y lo sabe. Pero también es criptonita roja y estoy seguro que perderé la cabeza con ella.

—¿Tragiste mi ropa? —talla sus ojos.

Tiene el maquillaje regado y se ve jodidamente hermosa. Es como un maldito ángel infernal.

—Mi ropa te queda bien —beso su cuello arrancándole un suspiro.

Me envenena que le dañan esa cabecita haciéndola creer que está enferma por desearme. Están locos si creen que permitiré que se sienta así.

—Date una ducha —le ordeno y asiente sollozando—, sube las escaleras y donde vayas encontrarás una habitación, elige la que más te guste, hay ropa en todas.

—¿Hiciste las compras? —sonríe pero no llega a sus ojos.

—Todas mis casas tienen tu ropa —no miento.

El brillo de sus ojos no se niega y se que mi misión está hecha. Sé que soy un hijo de perra pero a ella le gustan las palabras y las acciones, le daré eso y la arrebataré del mundo entero para llevármela al final de la tierra.

Necesito que esté feliz y distraída porque si sabe lo que pasa querrá lanzarse y yo no lo permitiré.

—Oki —sonríe dulcemente y la bajo.

Sin zapatillas se ve perfecta, su estatura me enloquece porque puedo moverla como me plazca y con zapatillas puedo besar su frente sin esfuerzo pero nada se compara con ver al medio metro que se aleja tocándome el torso. La polla se me pone rígida de las ganas que tengo de azotarla pero no lo haré, primero necesito que coma y que se distraiga.

Esto para ella es como estar en la mansión del acantilado. Así se sentirá libre de hacer lo que quiera.

Me apresuro a hacer el desayuno y guardo el café para cuando salga de ducharse. Entro al baño de abajo para darle privacidad y enciendo las cámaras de mi teléfono viendo cómo se viste, y huele mis camisas.

La sonrisa se me expande cuando huele una y la aprieta contra su pecho, el tórax se me comprime y un latido atraviesa mi garganta haciéndome suspirar. Mi mujer es jodidamente catastrófica.

Este sentimiento es frustrante y sólo sucede con ella. Quiero negarme a ello per no quiero hacerlo.

Me cambio y salgo a la sala de estar rodeando el despacho ya que el baño de visitas está detrás de él.

Me pongo pongo solo la parte del traje y dejo el saco para no verme formal. Necesito que se sienta relajada. Planeé esto desde que supe que ese bufón le haría una fiesta, yo no quería fiesta sólo quería ir por ella. Tengo todo lo necesario para atenderla, le haré una transfusión de sangre y pondré el suero en sus bebidas para que no lo note.

Enciendo la chimenea cruzando a la sala comedor y la veo bajar de las escaleras con un short y una camisa de tirantes que es cubierta por un albornoz de algodón.

—Huele bien —saborea—. ¿Qué hizo mi chef?

Lleva su pequeño y delicioso trasero hasta las cacerolas y sonríe perpleja cuando destapa una.

Me acomodo para que la erección se acomode. Me duele como si acabara de darme un azote en la polla.

—¿Cómo hiciste lasaña en menos de una hora? —dice perpleja.

—Sé hacer una lasaña de sartén —me encojo de hombros. Me mira la camisa entre abierta y niega.

Revisa el otro encontrando chilaquiles y niega divertida. Toma la taza de café que había dejado y la huele como siempre lo hace con todo lo que se lleva a la boca.

—¿Quieres ver algo? —pregunta—. Una película... estás en tu casa pero...

—Claro —acepto aunque no tengo una jodida idea de qué sucede en Hollywood—, y es nuestra. Está a nombre de ambos.

Enarca la ceja dudosa. Es muy inteligente y sabe que algo no está bien pero lo dejará pasar.

—¿Otro regalo? —suspira—. Me encantan los regalos.

De bodas pero...

—¿Sabías que los libros que me enviabas...? —deja la pregunta en el aire y me mira confundida—. ¿Me enviabas libros?

—¿Por qué tan preguntona? —enarca la ceja y se pone los puños en la cadera. Asiento guardando las ganas que tengo que apretarle el cuello por llamarle a ese maldito pero sonrío—. Me acuerdo porque no parabas de llamar.

Me mira mal pero se da la vuelta.

—La mamá de Matthew es la escritora —dice con ironía. «Lo que me faltaba, ese Jesucristo irrumpiendo en lo mío desde siempre»—. Mi libro favorito, con edición limitada y también la dedicatorio.

—¿Las cadenas del infierno? —yo puse dedicatoria y firme el libro.

—Sí, lo recibí y fue cuando te llamé.

Recuerdo un libro de edifico limitada que compré para ella. Dijo que lo quería en un ataque de frustración y se lo hice llegar.

—Sí —enciende la televisión y espera a que se conecte el Wifi—, sobre la chica que iba a la biblioteca y el hombre era su acosador.

—Resultó ser un asesino en serie —termino por ella y llevo los platos a la mesa de cristal que esta sobre la alfrombra.

—Iba a leerlo a la biblioteca pera no leer el de casa —suelta en un suspiro. «No quería amar mi regalo»

La chimenea calienta mi piel enviando escalofrío y mi televisión va hacia una plataforma al azar, ya que, dicha persona no sabe que poner.

—¿Sabes lo que Andersson hacía conmigo para hacerme sentir bien? —dejo que hable mientras voy por el tarro jugo que preparé.

Dejaron todo lo que pedí y por eso es que agradezco ser tan rico. Incluso la comida en el refrigerador.

—¿Te gusta algo? —inquiere mientras pasa películas y niego—. En la mansión no teníamos que ver películas... en fin —aclara la garganta y me burlo. Sé adónde va, pero tengo que dejarla fluir—. ¿Y... qué hiciste este tiempo? —niega con la cabeza cuando abro la boca pero me frena como si fuese cualquiera—. Olvídalo, ya sé lo que hiciste.

—¿Te molestó? —me acomodo en el sofá y sus ojos van a la erección palpitante que tengo.

—No —rueda los ojos para dirigirse a la televisión y no puedo evitar ver esas mejillas rosas.

Suspira. No parece que vaya a terapia, tiene mucho que decir mi mocosa, pero sigue y yo escucho:

—Andersson me dejaba ver American Horror Story —ríe amargamente—, era el único momento de mi vida que no era una miseria. Los días de películas. Fingía que... nada, pero eran los únicos días buenos.

Me acerco a su lado y parto la comida mientras habla perdida eligiendo el episodio.

Recojo en el tenedor la lasaña y pongo mi mano debajo de su barbilla mientras balanceo el tenedor como si fuese una niña. Abre la boca devorando todo en un gemido que me hace palpitar.

—Estás comportándote como un padre protector —saborea y aparto la salsa de la comisura de sus labios con mi lengua—. Si sigues así voy a abrirme de piernas y tenemos mucho de que hablar.

—Que yo sepa la boca la tiene arriba —digo y vuelvo a atravesar la lasaña.

—Probablemente esté ocupada succionando tu polla —saborea y no puedo evitar carcajearme.

—Primero usare tus demás agujeros, si uso tu boca ahora podría romperte la tráquea.

Giro a mirar sus ojos y están ardiendo bajo el mercurio. Traga pesado y se remueve en el sofá.

—No lo creo —me aparta la mirada y sigue en el televisor—. Supe que te revolcaste hasta con el diablo. También supe que una de ellas murió. Pobre. Era joven.

Entrecierro los ojos mirándola a la descarada de mi mujer y me dan ganas de comérmela para no compartirla jamás. Mi encantadora es magnífica y ese cabello que acaricia sus labios carnosos, esos que muerde tratando de no mirarme. Sus tetas se elevan mientras respira, puedo ver mis chupetones y marcas.

«Ella quiere una respuesta.»

—Folle, maté y azote a muchas —digo sin mirarla—, pero no dejaría que me tocaran. No hace falta decirte lo que sabes porque sólo te crecería el ego, nunca he sido un hombre que oculte de lo que siente, y habría dado mi alma porque fueses tú la que estuve en mi cama cada día como hace tres años antes de que todo se fuese a la mierda, y lo digo ahora porque quiero que te quedes.

La volteo a ver y aprieta los puños mientras me mira. El agua salada corre por sus mejillas rojas.

—No fuiste —susurra.

Me maldito una y otra vez por no haberla buscado cuando salí. Estuve un maldito mes encerrado y tardé dos semanas en poder dar con ella, y si no habría pasado si hubiese dicho lo que estoy diciendo ahora.

—Pero me recuperé —comienza y abro los brazos para que se deja caer en mi pecho—. Me fortalecí después de esos seis meses, y no lo cambiaría. —acaricio su cabello porque no sé de qué seis meses habla, su olor me tiene mal—. Pero si hubieses llegado me habría derrumbado y huido contigo donde quiera que quisieras llevarme.

Acaricio su dedo anular y respiro hondo pero antes de que pueda decirlo se levanta dándome un beso lleno de lágrimas que saboreo y dice:

—Veamos algo y después me muestras que ocultas en el sótano —ronronea y sonrío ante el descaro de husmear.

Lo que no sabe es que es su prisión si llega a decidir irse de aquí. Mientras tanto, comienzo a darle de nuevo la comida, no quiero que deje de comer como antes lo ha hecho, no quiero que piense que es una enferma. Es una maldita loca, pero es mi mujer, es valiente y fuerte. Lo he sabido desde que la vi.

—¿Quieres ver algo que me gusta? —inquiero no sé porque.

Ella me mira mientras mastica y asiente. Le quito el control y elijo la película. Es una en grabación de hace casi dos años. Elijo la sección de archivos y dejo que comience la grabación.

He visto la película más veces de las que quisiera y en todas ellas imaginé que estaba conmigo, disfrutando de lo que sucede.

Sus ojos brillan en la pantalla y me mira, pero se devuelve con una sonrisa en el rostro. Se acerca a mí y deja caer de cabeza en mi brazo.

—¿Lo quieres conocer? —mi voz se escucha y ella aprieta mi mano.

Sigue mirando desde el momento en que saco al feto a la preparación de comida y se lo doy de comer. Sus lágrimas caen en mi mano y la dejo.

Entonces cambió la siguiente grabación, se endereza viendo lo tanto quería que viera.

—¿Qué hiciste? —me mira—. Era hija de tu socio.

Me gustan esos ojos grandes que me envenenan, pero aunque fuese hija del diablo lo habría hecho.

—No hay nada que no haría por ti —le digo y le devuelvo la cara hacia la pantalla donde se encuentra Greta y Angela.

Ambas están siendo torturadas cómo lo fue mi desquiciada mujer. De violaciones hasta golpes, humilladas, y muertas en vida por un parásito sintético en el que he experimentado.

Porque van a respirar hasta el último día, recordando que jamás debieron tocarla.

Sus lenguas no existen porque no las usaron como debieron. Y por eso dejo que aprecie todo lo que les hacen, aprieta mi mano mientras sus lágrimas de rabia la hacen temblar.

Los gritos de Angela truenan así como los de Greta. Tengo a hombres también, es una cámara de tortura donde todo aquel que la ha dañado está probando todo lo que le hicieron.

Mi mocosa no necesita a un maldito payaso para cubrir sus homicidios, me tiene a mí y soy lo único que siempre va a necesitar. Me voy a encargar de que así sea.

Antes era capaz de soltarla, ahora no, porque si no está conmigo no va a estar con absolutamente nadie, estoy completamente desquiciado y me da exactamente lo mismo, porque este juego de poder lo quiero perder sólo para que se quede.

Ella no me necesita, pero, la quiero conmigo.

Sigue comiendo ahora por ella misma y bebe del vino sin poner peros. Puede recaer fácilmente si está ebria así que cuídare de que no suceda mientras yo esté.

Se carcajea, aparta las lágrimas mientras escucha sus gritos y estoy completamente obsesionado con la mujer que debía matar.

Su sonrisa me alimenta y no se despega de la vista mas que para beber y preguntarme algo... sonríe con los ojos y las lágrimas recorren sus mejillas con el final. Hasta el día de hoy están encerrados, viviendo el infierno que ella vivió.

—¿Te gustó? —inquiero.

Sonríe mordaz y niega.

—Me encantó —se sube a horcajadas sobre mi regazo y aprieto su trasero para que sienta mi erección—, pero la próxima vez quiero ver más sangre, quiero que tú lo hagas.

La electricidad viaja por todos los nervios de mi pecho me enciende de una manera que no sentía desde hace dos años.

—La próxima vez —susurro besando su cuello para robarle un gemido—. No planeo que suceda, pero juro que haré más que cocinar a un feto bastardo.

Entierra sus manos con agresividad en mi cabello, comienza a cabalgar y muerde mi barbilla. Necesito control.

Se separa y me mira a los ojos, le tiembla el labio mientras mira los míos.

—¿Qué tiene mi mercurio?

—¿Crees que soy una cobarde? —le tiembla la barbilla.

La tomo suavemente de la mandíbula.

—Jamás he creído eso, tú eres valiente y fuerte —junto su nariz con la mía—, siempre supe que saldrías sana de la cacería, supe que te enfrentarías a mí, también que huirías de mí, y supe que luchaste por no quedarte, pero joder... me jodio tanto que te fueras, porque la adición de ti no tiene cura.

—Tay... —susurra contra mis labios—, es sólo un fin de semana.

—No me importa —beso sus labios y jadea—, te quiero todo el fin de semana para mí.

Me rodea el cuello con los brazos y me deshago del albornoz mientras me hundo en su boca saboreando el vino que acaba de terminarse. Es fresca, así como una maldita menta.

—Hazme el amor —susurra.

Miro sus ojos y me carcajeo haciendo que tiemble. Beso su cuello y pecho dejando ligeros mordiscos. No tengo afán, la acaricio y beso su rostro precioso de porcelana. Quito su camisa mientras beso sus pechos preciosos. Oprimo el botón del sofá para convertirlo en cama.

Chupo los pezones rosas mientras dejo mordiscos, convirtiéndolos como rocas, gime con temblores que la hacen aplastarme la polla y el autocontrol se me destruye.

Sus manos tiemblan y dejo que quite el botón de mi pantalón mientras masajeo su boca con mi lengua, aprieto sus tetas haciendo que su gemido retumbe en mi boca, provocando que muerda su labio inferior y lo chupe. Pelea con mis caderas por bajar el pantalón así que lo hago por ella para liberarme el miembro que llora por ella mientras bajo besando su abdomen. Acaricio su piel y... arranco el parche que tiene arrebatándole un grito.

Beso el tatuaje con la rosa que está siendo atravesada por una daga, así como su nuevo apodo y sé que somos nosotros, es esa insignia que cargan sus hombros en honor a ambos.

La cicatriz de mi daga está debajo y beso con delicadeza provocando que eleve la pelvis.

—Tranquila —susurro contra su abdomen poniéndola peor.

Meto su mano en mi cabello y sus uñas envían una onda de calor a mi columna vertebral que revienta en caliente con mis testículos.

—¿Te sigo gustando? —no sé porque acaba de preguntar semejante estupidez cuando la respuesta es obvia.

Jamás me dejó de gustar, incluso diría que ahora es peor que antes. Es asfixiante, casi necesario. No. Es necesario.

—No preguntes estupideces, mocosa —le quito los shorts y me doy cuenta de que no tiene bragas.

Beso su pelvis y gime, inhalo el dulce néctar. Huele delicioso, y debo apretar el sofá para no romperle un maldito hueso. Beso el botón hinchado de necesidad y arquea la espalda con frustración.

—Por favor —chilla.

Hundo mi lengua probando ese sabor que me enloquece. Aprieto sus muslos deleitándome con los gemidos y el sabor. No la había probado hace tanto, gimo de placer y hundo mi lengua en ella arrebatándole temblores que me ponen a alucinar.

Masajeo mi polla después de pasar los dedos por su coño y embarrarlos en mí. Me hundo cual niño sediento a la fuente más dulce, pongo sus piernas en mis hombros, y aprieto sus caderas para que no me deje respirar, palmeo con mi lengua el botón palpitante de mi mujer y muerdo con delicadeza los labios. Chupo el botón hasta que truena mi lengua con sus gemidos. Sus caderas se balancean a mí y me levanto encontrando su cara roja de la necesidad. Remoja sus labios, mostrándome esos dientes perfectos.

Me devoro sus labios repartiendo lenguatajoz que no me dan fuerza para dejarla ir. Jadea diciendo mi nombre, necesitando de mí, porque no hay hombre como yo para ella, ni otra mujer para mí. Estoy volviéndome loco, tengo la cabeza llena de pensamientos intrusivos.

—La voy a meter —advierto y asiente con la respiración entrecortada.

Anteriormente la lastimé porque perdió la práctica, pero ya está preparada.

—Yo puedo —se atraganta.

—¿Segura? —me burlo y gruñe.

Asiente y coloca sus manos en mis hombros con la respiración acelerada mientras a mí el corazón me late en la garganta. Una vez que mi punta resbaladiza se establece en su entrada casi gemidos casi en agonía. Respira entrecortada y acaricia mis labios con su lengua, entonces su coño se aprieta y abre en anticipación. Casi me derrito.

«Tres latidos», me hundo en su cuello como ella en el mío y gime enterrando sus uñas cuando me dejo ir, «Mierda», aprieto el sofá haciendo que cruja. Esta jodidamente caliente, jugosa, deliciosa. Siempre.

Salgo preparándola para la otra mitad y busca mis labios desesperada.

—Te odio —susurra algo apenas audible y algo se me atraviesa empujándolo por completo.

La rabia habla por mí, porque no creo que me odie, pero aún así no quiere estar conmigo.

Me prendo de su boca sedienta; aprieto sus  piernas, el sudor se me resbala y su rostro comienza a calentarse mientras aprecio sus mercurios y labios rojo. Sus tetas se sacuden, le rasgo la blusa dejando una marca roja que la hace gemir y apretarme más.

Embisto y golpeo con fuerza, mi corazón vibra al grado de arrebatárme la respiración con jadeos, me tiemblan el pecho, y envuelvo su cabello en mi puño para atraer hacia mí. La saliva se me convierte en agua cuando el orgasmo se va  acumulando en lo más profundo de mi estómago.

—Que rico me follas —gime y muerdo su labio inferior sacando sangre que ella chupa mientras se refriega contra mí, balanceando su cadera en sincronización.

Sus manos tiemblan por tocarme y arranca la camisa dejando el rastro ardiente de sus uñas, chupa mi piel pero parecen brasas en lugar de saliva y muerde mi hombro en cada estocada.

—Di que me odias —Embisto y eleva la pelvis—, ¿me odias, mocosa?

—Te odio —gime y sus cejas se fruncen, junta su boca a la mía para ahogar un grito.

Chupo sus pechos, muerdo su cuello, y aprieto sus caderas para que no se mueva mientras entro y salgo de ella sin frenos, entiendo que todo se me va a la desmoronar porque siempre pasa cuando ella se me pone como estampa en la cabeza. Pero siempre obtengo lo que quiero, y no hay nada que quiera más. Debería pegarme un tiro pero prefiero hundirme en ella.

—Por Dios —lloriquea dejando el ardor de su uñas en mis brazos, espalda y caderas—. Sí, sí, sí...

Sus gemidos me parten en dos queriendo no acabar jamás, su piel hace un sonido melodioso cuando choco con ella haciéndola gemir mi nombre mientras su espiral amenaza con bombearme la polla cuando se refriega contra mí desatando espasmos que me toman con la electricidad recorriéndome el cuerpo.

Las raíces de mi espalda se envuelven en mi cuerpo así como en el de ella. Mi alma se ancla al veneno que tengo como mujer, es mi necesidad.

—Joder... joder —jadeo intensificando los movientos que me atrapan con ella mirándome a los ojos—. Voy a ponerte un maldito templo.

Le brillan los mercurios que se derriten bajo el fuego y sonríe mientras se mueve sin control. Se que le encanta mi Alemán. Dice algo con la mirada pero... su boca atrapa la mía antes de que lo diga.

El extasis me atrapa cuando su coño se calienta apretando, sacando y succionandome. La descarga eléctrica me atropella mientras empujo con fuerza sacudiéndola, grita y no me suelta, se balancea más apretando mi cuello.

—Dios... Tay... —gime y muerde mi labio inferior hasta que la sangre brota y empujo haciéndola gritar mientras lo chupa—. Que buen aniversario de veinte años... —sonrío contra su boca dando el embate que la hace apretarme de nuevo—. Malditasea —lloriquea y empujo una y otra vez—, joder... ¡joder, maldita sea! ¡Ya... sí!

No sé porque pero comienzo a calentarme de nuevo y me descargo dentro de ella sacudiéndola y... caemos al suelo cuando empujo con demasiada fuerza.

La tomo de la cabeza y está en silencio pero está roja de la carcajada que está ahogándola. Le soplo la cara...

—No puede ser —se burla—, imagina que hubiéramos estado en el techo.

—¿Quieres en el techo? —reparto beso por su cara.

—Supongo que sí —se encoge de hombros.

Me salgo de ella y jamás me había corrido así en mucho tiempo. Jadea dejándome ver a mis chicas llenas de mis chupetones.

Llevo mis dedos a sus pliegues.

—Prueba —le pongo los dedo en la cara y me toma la mano quitando los jugos como un maldito néctar que le levanta el miembro—. Joder..., mereces un regalo.

—Me encantan los regalos —cierra los ojos agitada.

Trato de levantarme para limpiarla pero no me deja, tiene moretones de ayer y mordidas. Su piel estuvo limpia por mucho, ya era hora de pintarla. Me arranca la camisa del todo que no sabía que conservaba y besa mi piel.

—¿Quieres nadar? —inquiero.

—¿Quieres que muera? —entrecierra los ojos.

—Aguas termales —beso su cuello luego de meterle la polla que late cuando sus pechos tocan mis pectorales.

—Entonces sí —sonríe besando mis labios. Acaricia el tatuaje y sé que sabe que es por ella.

Espero convencerla. Quiero que se quede conmigo en lugar de obligarla aunque me interesa muy poco encerrarla para que no se vaya.

—Toma un respiro que lo haré duro —le advierte y se ríe ansiosa.

—Aún tienes voltaje, anciano... —el ronroneo se le corta cuando me salgo de ella, la pongo contra su estómago y la penetro con fuerza.

Arquea la espalda y aplasto su cara contra la alfombra mientras gime y babea dándome la vista más deliciosa de su culo rojo. Mis manos están en todas partes, estampadas como sellos.

—Mía —suelto mi palma contra su trasero provocando una armonía.

—¡Te odio!

—Ich gehöre dir




Traducción: Soy tuyo.




Nota:

Somos inmortales juntos.

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