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𝘋𝘢𝘺 3: 𝘗𝘳𝘪𝘮𝘦𝘳𝘢 𝘷𝘦𝘻

Temática: Primera vez

Palabras: 5400

Advertencias: Temas religiosos, abuso, sangre, violencia, +18

Sinopsis: Takemichi es un fiel creyente de su religión sin embargo, vive en falsedad. La llegada de un nuevo diácono pondrá su vida de cabeza cuando cae en cuenta que lo empezó a ver de otra forma.

"Mientras hayas decidido creer en mí, ningún mal te haya daño mi niño."


La familia Hanagaki era muy respetada dentro de la congregación y de la comunidad, no solo eran una familia muy adinerada sino que hacían actos de caridad que los hacía bastante queridos por todos.

Aunque quizás lo único malo de ellos era su alta religiosidad y su devoción a la parroquia. Una familia de cristianos ortodoxos y muy apegados a sus tradiciones familiares.

En la familia había un total de seis miembros, la abuela paterna y la actual presidenta de la iglesia, el padre quien cada domingo iba a los refugios de las personas en situación de calle para donar cualquier tipo de comida o ropa, la madre, una dama de alto respeto que asistía sin falta a las reuniones del consejo pastoral y era la encargada de los festivales en honor a sus tradiciones religiosas, el hijo mayor, Wakasa que hasta ese entonces se encontraba comprometido con la hija de una de las amigas de su madre, el hijo del medio, Inui, quien participaba activamente en la santa misa como monaguillo y el último hijo, Takemichi. Un chico que cumplió hace poco sus 18 años y era el más cuidado de la casa.

Aparentemente una familia modelo y bendecida por la mano de Dios por todos sus bienes materiales y su devoción a una sola religión. Pero así como una sonrisa bonita puede ser expuesta y llevada por horas para luego mostrar una mueca al regresar a casa, esa familia lo es. Falsa.

Cada miembro de los Hanagaki pecaba duramente con algo. Todos sin excepciones cargaba con su propia cruz y tenía cola que pisar, ya que la perfección nunca ha existido como tal ni habrá alguien capaz de no cometer un error ni caer en la tentación del pecado.

Un nuevo domingo de comunión llegaba y sin falta alguna la familia se preparaba para recibir la bendición de Dios en su día, cada uno alistaba sus mejores ropas y peinaba correctamente sus cabellos.

Con una aparente tranquilidad estuvieron temprano en la iglesia que por obra suya hoy en día lucia un decorado mucho más cuidado y con una mejor infraestructura. Fue renovada gracias al apoyo financiero de los Hanagaki y como parte de un regalo dado que fue la primera comunión de su hijo más pequeño.

Al llegar saludaron con unos conocidos y empezaron a charlar los adultos dejando a los hijos a un lado, Wakasa por su parte decidió ir a saludar su prometida y sus suegros, se despidió de sus hermanos para ir hasta la puerta cercana a la iglesia, su hermano Inui tuvo que irse también debido a que al ser su último año como monaguillo tenía muchas más responsabilidades antes de tomar un camino bajo el mandato de Dios.

Dejando solo a Takemichi que acostumbrado a ser dejado al último decidió ir a pasear por los jardines que afortunadamente era de los lugares más hermosos y que en cada ceremonia religiosa como un matrimonio era el centro de atención para unas magníficas fotografías para la posteridad.

Admirando como las flores empezaban a florecer debido a la temporada de primavera, un ambiente tranquilo sin ruidos molestos o esas ridículas oraciones por parte de las señoras más criticonas de la comunidad.

Porque así es, a pesar de haber crecido en una familia tan tradicional como esa su pensamiento era mucho más crítico de lo que aparentaba, y no era el único que creía en que era tonto apegarse tanto a una religión que no siempre llenaba las expectativas. Sus hermanos mayores creían algo así, Wakasa solamente seguía las órdenes porque una vez se casé y salga de casa será totalmente libre de tomar sus decisiones como un adulto y no como el hijo de tal e Inui que cuando supo que la universidad a la que tanto anhela ir acepto su cupo no dudo en empezar a empacar para de una vez por todas deslindarse de esa farsa que llevaban por vida.

Todo se trataba de una mentira bien hecha, una mentira que pronto caerá y dejará a la vista de todos lo doble cara que son y que sus supuestas obras de caridad no son más que simples construcciones para tapar su lavado de dinero.

Takemichi sabía que la máscara y el telón pronto no soportaría el peso de sus mentiras y solo deseaba que cuando eso pasará él ya esté muy lejos como para recibir el señalamiento público de un montón de falsos como ellos.

Estando perdido un poco en su mente no pudo reaccionar al próximo golpe que lo dejó en el suelo boca arriba.

─Dios mío. Fue culpa mía jovencito.─ una voz nueva lo hace mirar arriba.

Lo primero que sus ojos ven son un oscuro infinito, o eso parecía. Al enfocar mejor su vista puede reconocer un rostro.

─No, no se preocupe...─ informa el chico levantándose a la vez que acomoda su ropa.

Sus ojos azules no pueden retirarse de la figura que tenía delante, dándose cuenta de que tenía cierta particularidad que no había notado. Su vestimenta no era otra que la típica que llevaría una persona de un seminario.

Ahí cayó en cuenta de la situación.

─Usted, discúlpeme no me había acordado de su llegada.─ baja la cabeza avergonzado.

─Eh, no pasa nada. Estaba...─ el joven esconde su mano detrás de su espalda.

Takemichi eleva la mirada y se percata de algo extraño en el rostro del joven diácono como migas de pan entre sus labios.

─Tenga.─ le ofrece su pañuelo para que se limpie. No podría juzgar nunca el actuar de un futuro sacerdote además a ojos de Dios un acto sin malas intenciones como tomar un pan no haría nada diferente en su formación.

─Gracias, te lo devolvere.─ agradece y se retira no sin antes regalarle una sonrisa.

El muchacho suspiro sin saber como sentirse. Normalmente el obispo, una persona mayor, mandaba con regularidad a sacerdotes ya adultos y con preparación para que pasen el año de practica. Además era la primera vez que veía de cuenta propia a un seminarista joven y alguien bien parecido. Se bochorno al darse cuenta de sus pensamientos no moderados, acostumbrado a la formación de su hogar no tardo en hacer persignarse buscando el perdón de Dios.

Decidió volver hasta la entrada principal donde se encontró con unos amigos de su secundaria y amigos de su vecindario con sus mismas creencias. Saludo y cuando tocó ingresar a misa prefirió ir con sus amigos, afortunadamente su familia no impedía sus lazos de amistad.

La ceremonia inició sin mayor problema lo que si fue diferente fue la presencia del joven de antes, ahora vestido con una sotana en blanco lo que hacía resaltar su cabello negro en un corte cortina. Atento a las palabras del padre que oficiaba la misa con voz altiva pero que generaba confianza.

─¿Y quién es la persona que acompaña al padre Gabriel?─ dice con curiosidad Hinata.

Al estar atrás de todos los chicos podían hablar sin que los demás oyeran, una cosa que todos agradecían.

─¿No lo sabes? Es el nuevo diácono, mi madre me lo dijo la semana pasada.─ responde Kisaki, acomodó sus lentes luego de hablar.

─Realmente no lo supe, mamá ha estado ocupada con la cena de acción de gracias para la comunidad y no tiene mucho tiempo.─ la fémina luce apenada y un poco decaída.

─No te agobies Hinata, es normal que en la parroquia tengamos nuevos diáconos acompañándonos. Somos una comunidad que apoya cualquier instrucción del obispo.─ asegura con confianza Yuzuha que llevaba consigo una biblia y su rosario. Una enseñanza de su casa que era muy, quizás mucho más religiosa que la familia de Takemichi.

─Es bastante joven, estaba acostumbrado a los sacerdotes más adultos.─ declara Hakkai a un lado de su hermana. Ella le da la razón.

─Según supe fue una decisión unánime del consejo, además un cambio dentro de la comunidad nos caería bien a todos.─ añade con felicidad Chifuyu un chico un año más joven que todos ellos.

Takemichi a su izquierda sonríe al caer en cuenta de que su madre fue la responsable de que aquello se haya llevado sin problemas. Fue una opinión que dio sin mayor importancia pero que fue escuchada.

─Mi madre cree que un nuevo sacerdote y además joven sería beneficioso para los jóvenes. En total somos como 20.

─Quiere que podamos entrar en confianza con una persona que ya pasó por ese camino del crecimiento y sepa escuchar nuestras voces.─ expone Kisaki una vez más con sabiduría.

─Así es, con esta nueva etapa de nuestras vidas es fundamental que hablemos con Dios sobre nuestras dudas y encontremos el camino en su palabra.─ lleva sus manos a su pecho la castaña, es decir, Yuzuha.

Todos optan por guardar silencio y seguir escuchando la palabra de Dios.


Al finalizar la misa la gran mayoría de las personas salía a los jardines para un picnic, era muy normal tomar ese descanso de sus rutinas para relajarse. En esta ocasión su familia iría directamente a su hogar, Wakasa a su vez saldría a un almuerzo con sus futuros suegros e Inui tendría que quedarse un poco más en la iglesia para confirmar unos asuntos.

Takemichi conversaba con sus amigos sobre el día de mañana que había clases, mientras ellos charlaban los adultos en especial los involucrados en el consejo se acercaron al nuevo diácono, las señoras parecen muy interesadas en el chico que solo puede asentir entre cada halago disimulado.

Sin querer su mirada no se apartaba del joven que al sentirse observando decidió mirar a donde Takemichi que al verse descubierto volteó la mirada y habló con su amiga Hinata que le ayudó a disimular. Aunque el muchacho solo pudo sonreír ante la inocencia del menor.

Un mes había pasado desde la llegada del nuevo sacerdote en formación, la mayoría de las personas que asisten a la iglesia estaba encantada en especial las damas que frecuentaban con mayor devoción a confesarse sin falta.

Desde hace unos días tenía una extraña sensación de sentirse observado, antes pasaba con las personas que lo saludaban al ser conocido pero de un día al otro esa mirada era muy pesada y cuando estaba en su casa era peor. Hasta creía que en algún momento esa presencia lo atacaría.

No había dicho nada sobre lo que pasaba dado que en su casa normalmente se hablaba de temas religiosos y no sobre algo sin tanta importancia como sentirse hostigado. Tampoco podía tratar el tema con sus hermanos dado que ellos ya tenían sus propios problemas a los cuales darles valor, la boda de Wakasa sería en tres meses más y su mente estaba concentrada en los preparativos de la recepción. Con Inui pasaba algo distinto, lamentablemente sus padres se opusieron a que vaya a la universidad en otro estado, no podían permitir que su hijo salga al mundo y aprenda de los horrores de los mortales que no creían en algo como ellos. Hubo una fuerte discusión cuando el hermano del medio les reprocho que a Wakasa si se le dio ese derecho pero a él no, una cosa llevo a la otra y ahora Inui no hablaba con nadie.

Miles de cosas pequeñas que arruinan sus vidas.

Había salido temprano del colegio por una reunión de los profesores y ahora se dirigía a casa, no pudo avisar antes en casa dado que su teléfono se quedó sin batería y no llevo un cargador. Pero no le dio valor a algo tan insignificante, además la única persona en casa a esa hora era su madre que a las doce salía a comer con sus amigas de la cuadra y tardaba horas en llegar.

Paso la reja que protegía su casa y se detuvo a acariciar a su vieja mascota, Ruffo. Un gran danés que llevaba en su familia hace 14 años, ya era todo un abuelito pero que aún podía defender su hogar. Entro con la llave que tenía y al entrar sacó sus zapatos, cambio a unas pantuflas de casa y emprendió camino a su habitación que quedaba en el tercer piso, un largo recorrido a su criterio pero su casa era enorme y tenían muchas habitaciones tanto de estudio como cuartos para meditar.

Cuando iba pasando por el segundo piso un ruido en peculiar llamo su atención, normalmente su madre se la vivía en su jardín que se ubicaba detrás de la casa. Curioso y también un poco miedoso, empezó a caminar lento y controlando su respiración en caso de que haya un intruso.

A paso lento llego hasta la habitación de sus padres y pudo ver como la puerta estaba un poco abierta cosa que nunca pasaba. La habitación de sus progenitores era sagrada y nunca había entrado, inseguro no supo si mirar o alejarse. El sonido fue más fuerte algo que lo hizo saltar. Con decisión y ya frustrado de no haber corrido antes se acerca a mirar por la pequeña apertura de la puerta, con su ojo derecho mira dentro de la habitación y lo que mira es simplemente humillante.

Su madre, la mujer que consideraba la más santa se hallaba a cuatro patas sobre la cama sin ropa siendo... bueno estando junto a un hombre, un hombre que conocía muy bien. Ambos en una escena íntima, la mujer no callaba sus jadeos y sus sonidos obscenos mientras el varón daba sin piedad alguna similares a unos animales en celo.

Le resultó asqueroso todo y no tardo en salir corriendo, afortunadamente la pareja de amantes estaba tan ensimismada en sus porquerías que no escucho el ruido de los pasos huyendo.

Salió despavorido y casi cayéndose al piso, sus ojos habían cedido al sentimiento y no dejaban de llorar. Su pecho se sentía apretado tanto como esa falta de respiración. Llegó hasta la calle para caer de bruces al pavimento, nadie lo ayudó en ese lugar. Pero no le importo no tener una mano que lo levante de su agonía simplemente estar en el suelo y pensar en esa humillante realidad que ahora lo atormentaba era más que suficiente como para desear ser castigado.

Unos minutos de reflexión hizo que finalmente se ponga erguido, sentía sus ojos arder y el sentimiento de enojo crecía en su interior sin medida. Amaba a su madre a pesar de ser muy estricta pero luego de ver ese engaño no solo a su padre sino a sus creencias lo hacían repudiar todo lo relacionado con ella.

Prefirió ir hasta un lugar donde pueda reflexionar y escuchar el consejo de alguien sabio, su única opción es acudir al lugar que cree ser el más seguro de todos.

Afortunadamente en esas horas de la mañana las señoras pasaban más tiempo en sus bonitos jardines, entro en la sagrada casa del señor. Pero aún así no sintió lo que muchos decían sobre encontrar paz o cosas tan fantásticas que siendo un niño creyó sin cuestionarse ni un poco. No hubo tal paz, solo que el peso de sus creencias empezaba a carcomer su mente. Las imagines de su madre y ese hombre eran más fuertes, no lograba sacar de su cabeza esa horrible imagen que solo lo dañaba.

Sin otra opción en mente fue hasta los confesionarios, entre al primero que tiene cerca. Simplemente quiere sacar de su boca toda esa suciedad que está marchitando sus creencias.

─Padre por favor escuche mis pecados.

─Dios está contigo hijo. Habla sin guárdate nada.─ dice la voz a través de la rendija, el ojiazul abre su boca en sorpresa. No esperaba que el joven seminarista sea quien oiga sus sentimientos más profundos.

Mordió su labio inseguro de si hablar, pero por algo había ido en primer lugar a ese sitio. Solo soltando todo lo que vivía podría encontrar paz o eso deseaba.

─Es sobre mi madre, yo... no sé cómo ocurrió ni como ella cayó bajo el pecado de la lujuria pero la vi. Fui testigo de como mi propia madre fornicaba con un hombre ajeno.─ confiesa con tristeza pero cierta rabia acompañaba su relato.

─Hay algo más, ¿no es así hijo?─ pregunta el sacerdote, en sus palabras había consuelo.

Takemichi en silencio procede a seguir con su confesión.

─Ese hombre es alguien muy cercano, no solo esta dañando a mi familia con su traición, también lo hace con su familia que conozco desde niño. Estoy molesto con su actuar padre, quise entrar en ese mismo momento a desenmascarar a esas dos personas que lastiman a sus familias pero... tuve miedo. Fui cobarde en huir.

Dice entre lágrimas amargas, su cuerpo temblaba y sus manos se hacían puños. El dolor físico era una solución para su salud mental, a ese tiempo sus manos sangraban.

─Hijo, realmente estoy muy triste por tu situación y esos sentimientos que abordan tu corazón. Pero hiciste bien en acudir a la casa de Dios, lo único que te puedo recomendar es hablar con tu madre respecto a su situación y si puede que venga hasta aquí para que pueda confesar sus pecados y así pueda purificar su alma. En tu caso hijo mío, reza diez padres nuestros, cinco credos y azota tu espalda. Solo así la paz entrara en tu corazón.

─Muchas gracias padre, haré lo encomendado.

Sale y suspira para ir hasta las sillas de la iglesia para cumplir con su penitencia. Al mismo tiempo el diácono deja el confesionario para mirar desde una esquina al chico que acudió a sus consejos.

Una sutil sonrisa se plasma en sus labios, peina sus cabellos azabache y mira a la imagen de Jesús en el altar, con una reverencia de cabeza regresa sus labores religiosos. En poco las damas de alta sociedad acudirán a sus consejos y como tal debe tener las palabras ideales o lo que ellas esperan escuchar.

Termino en su penitencia y sale de la iglesia, ya era tarde. Su tiempo dentro del templo fue tanto que ya el cielo se oscurecía, pero no le importo mucho las consecuencias que traería su escapada.

Rumbo a su casa encontró a unos amigos que con poco ánimo devolvió el saludo. No entendía que era lo que lo hizo ir más rápido pero una necesidad creció en él cuando miro como su hermano mayor, Inui se hallaba fuera de la casa.

─¿Qué pasa?─ dijo apenas llego.

El rubio lo miro con pena y luego lo tomo del brazo para llevarlo hasta un lado de la vivienda.

─Padre pidió que nadie entre, al parecer mamá hizo algo que lo molestó. No sé que era solo que no podemos entrar hasta que él salga a vernos.─ expone el muchacho con pesar, cuando él llegó vio solo a su madre de rodillas en el suelo y a su padre sosteniendo un sobre amarillo en sus manos.

Pero sospechaba de que sería, él también había visto lo que Takemichi vio ese día. Sin embargo, guardo silencio y optó por olvidar el asunto.

Los gritos de su madre los hizo verse entre sí, sabían lo que venía a continuación. Su padre podría ser el hombre más tranquilo de todos pero tenía un carácter muy fuerte, era un hombre muy violento aunque nunca les puso una mano a ellos solo a su madre. Los lloriqueos fue lo siguiente que se escuchó, luego las duras palabras del hombre.

Takemichi no pudo más y entro, aunque fue parado por la imagen. Su padre sostenía una fotografía frente a su madre bañada en sangre, el cabello enmarañado y la ropa puesta mal.

─Eres una maldita perra, engañarme en mi propia casa mientras tus hijos, los que pariste van a la escuela. Eres repugnante y me das asco.─ la abofetea, y ella no dice nada solo aguanta el maltrato.

─Papá...

─Te dije que esperen afuera, pero ya que estas aquí dime Takemichi, ¿porqué llegas a esta hora?

El hombre lo mira con sus ojos azules oscurecidos, no tardo en sentir la frialdad en el ambiente. No mentiría, no cuando la verdad fue descubierta.

─La vi, vi como mamá dañaba a nuestra familia.─ suelta sus lágrimas y reprime un grito.─ No quería quedarme en un lugar que fue manchado por su pecado y fui a la iglesia para purificar mi alma.

─Hiciste lo correcto hijo, lamento que tengas que ser testigo de las porquerías de tu madre.─ se acerca a su hijo y lo abraza, peina sus cabellos dorados y besa su frente. Inui no entro pero si vio todo.

No quiso involucrarse porque no lo sintió necesario, no cuando él se iría pronto.

─Estamos manchados por el pecado de tu madre y nos faltara muchas penitencias para limpiar nuestras almas.

El menor de los Hanagaki miro a su madre que también le observaba, sus ojos verdosos similares al de su hermano mayor Inui, no había pena u odio, solo un vacío... un vacío que siente haber visto antes.

¿Cómo su madre cayó en pecado?

Sus idas a la iglesia se multiplicaron, su padre lo sacó de la secundaria por precaución. Dada su situación y los comentarios de los demás decidieron confabular una supuesta salida de aniversario de sus padres, y al recibir educación privada dependiendo de como querían los padres no había inconvenientes.



Llego temprano a la iglesia para ayudar a limpiar y ordenar los sagrados libros, con una reverencia de cabeza paso hasta la pequeña habitación ubicada a un lado de la capilla donde normalmente pasaban los sacerdotes en sus ratos libres, usualmente leían los libros o escribían en sus diarios.

El día de ayer hubo un bautizo y debido al apuro no se arregló las ropas de los monaguillos y había cosas tiradas. Con una bolsa de basura empezó a limpiar el suelo y a recoger las cosas de valor.

─Llegas temprano, Takemichi.─ aparece el padre joven con ropajes sencillos pero sin perder su esencia de sacerdote. El cuello blanco era clave.

─Buenos días, Padre Manjiro.─ saluda con respeto.

El otro hace una mueca y luego vuelve a su habitual sonrisa.

─Ya te dije que no me digas Manjiro, es muy formal. Solo Mikey está bien.─ deja su Biblia en una mesa cercana y recoje una flores sin marchitar.

─De verdad lo intento, Padre Manjiro.─ el mencionado bufa y da dos pasos más cercanos al menor.

Sobre la mesa había una jarra de agua, pone el vaso y lo llena con agua pura. Ofrece la bebida que el chico acepta sin preocuparse de las consecuencias. Confiaba ciegamente en esta persona que se encontraba tan cercana a su Dios. Lo más cercano a estar en paz.

─Eso me pone feliz.─ toca la mejilla del blondo con suavidad. Takemichi no se opone ya que cree que es lindo recibir el cariño de una persona tan importante como lo es Manjiro.

─Me alegra oírlo.─ se separa y deja el vaso vacío en la mesa, va a recoger las ropas sueltas para que no se doblen mucho más.

Mikey suspira y medita unos segundos antes de también ayudar al chico que ofrece su ayuda sin otro interés.

─¿Y que a sido de tus padres?─ pregunta mientras guarda unos libros en un cajón.

─Están mejor, su retiro espiritual creo arreglo los malos entendidos.─ muestra una sonrisa, aunque ni él se creía ese cuento. Según su padre su madre se volvió otra persona.

─Eso es bueno, cuando una relación se ve fracturada encontrar a Dios es el mejor camino para la reconciliación.─ limpia el polvo de un libro, un libro que guarda en un cajón diferente.

─Así es... estaremos bien.─ no suena seguro. Detiene su mano al encontrar un cuadro muy extraño.

─En el templo de Dios cualquier pecado será perdonado mientras exista arrepentimiento. ¿Tu tienes algo de que arrepentirte?

Sacude el trapo con el que limpio el libro, posa sus ojos ónix en el varón de cabellos oro que se detuvo. Una sonrisa crece en su rostro. Deja lo que esté haciendo para acercarse a Takemichi, que a ese minuto se sostenía de un mueble.

─¿Estás bien?─ pregunta el pelinegro con inocencia.

─Si solo... es raro.

─¿Raro? No entiendo de que hablas.─ el ojiazul agarra el cuadro y se lo muestra al padre que cambia su habitual sonrisa por una cara seria y una mirada fría... vacía.

─Se parece a usted. Pero este cuadro... ¿quién es usted?

Traga duro al sentirse más caliente. Por alguna razón desconocida esa situación se le hacia familiar.

En su mente se recreó esa misma escena pero salía su... No puede ser, su madre.

Su respiración se acortó, sus piernas temblaban sin querer. Y su vista se nubló, por alguna razón oía la voz de su madre que decía entre gritos que se alejará.

Cayó de rodillas y jadeante tocó su pecho. Su piel ardía y la ropa ya estorbaba.

Mikey se puso de rodillas y tomó con cuidado el rostro del chico que incapaz de tener control de su cuerpo. El azabache metió sus dos dedos en la boca del pelirubio que gimio sin querer.

─Si que eres difícil Takemichi, mira que hacerme esperar tanto.─ movió sus dedos en el interior de la boca del chico que jadeo. Sus mejillas rojas por el calor interno.─ Usualmente mis gustos son variados y no me gusta mucho la carne vieja pero cuando vi a tu madre no dude en hacerla mía. Luego con tu hermano que fue exquisito y me dio un placer que solo alguien de su edad puede ofrecer.

─No...

─¿No qué? Fuiste el más difícil de conseguir pero necesitaba que buscaras mi ayuda antes de caer bajo mi hechizo, déjame decirte que tienes uno de los espíritus más puros. Y eso me gusta.─ saco sus dedos y se los llevo a su propia boca para saborear la saliva ajena, con su lengua degusto los fluidos de la boca de Takemichi eso mientras lo miraba.

El menor jadeante e incómodo trató de escapar pero solo pudo caer al suelo, boca arriba así como al primera vez que ambos se vieron.

Un recuerdo fugaz lo aborda. La primera vez que se vieron, Mikey venía saliendo de la capilla y su boca llena de migas... ¿eran migas?

Además esos ojos... Esa mirada que su madre tuvo cuando su padre la enfrentó. ¿Todo fue orquestado por Mikey? ¿Con qué fin?

─¿Por qué lo haces?─ su saliva escurría de sus comisuras.

─Simple diversión, además con mis hermanos tenemos una competencia interna. Y voy ganando, me he cogido a tantos humanos tan virginales que perdí la cuenta.

─¿Qué?─ empezó a acariciar su pecho, la ansia de ser tocado era muy fuerte y solo así podía aliviar el malestar.

─Soy un demonio Takemichi, el demonio de la Lujuria y mi deber como alguien que vive de eso es encontrar al mejor virgen para robarle su primera vez y así renovar mi vida.─ su ropa iba desapareciendo de a poco.

─No...─ en gatas el rubio da huida, no podía faltar de esa forma a sus creencias. Su Dios lo auxiliaria.

Caer bajo el pecado de la lujuria, caer a manos de un demonio le pesaba.

─Huir no hará que mi deseo de buscarte y corromperte desaparezca.─ lo agarro de los cabeza y alzo su cara junto a la suya. Con sus ojos oscuros lo miro y luego sonrió.─ Por favor Takemichi necesito de ti para sobrevivir.

Él solo pudo gemir y caer finalmente bajo el hechizo.

Sintió como su cuerpo era cargado y llevado hasta un sitio cómodo, sus ojos nublados por el placer no le daban un contexto claro de la situación. Pero su piel caliente y esa resbaladiza lengua recorriendo cada rincón de su cuerpo era suficiente para darse cuenta de su existencia como humano.

Esos ojos negros como dos universos inexplorados por el humano, esa pecaminosa boca que tomaba su miembro con mucho afán y dedicaba a saborear sus pliegues, o esos dedos que expandían su agujero.

El sabor de su boca en sus labios lo hizo desear de un dulce que resultaba demasiado delicioso como para querer soltarlo. Manos recorriendo su piel con tanto tacto lo mataba. Luego estaba montando con tanta desesperación el falo del que juró seria su salvación. Saltaba y movía sus caderas para sentir con mejor ímpetu el trozo de carne que volvía loco a sus sentidos.

Su boca ahora saboreaba con deleite el sabor de su propia esencia, ojos casi en blanco y saliva escurriendo. Todo fue hasta que el color rojo entre sus piernas lo hizo volver a su realidad, pero el deseo ardiente de querer más lo empezaba a ahogar.

La habitación cambió a una muy oscura y fría, estaba desnudo y con muchas marcas. Un espejo frente a él lo dejó atónito, una marca de mano en su cuello lo asusto pero no fue más aterrador que la silueta detrás suyo que saltó.

Takemichi despertó asustado y lleno de sudor. Su habitación estaba en completa oscuridad y su cuerpo temblaba. Lo raro era su entrepierna despierta, sin esperar mucho decidió tomar un baño de agua fría y calmar sus locas hormonas. No pudo entender nada de ese sueño, no recordaba nada más que esa sensación extraña en su cuerpo algo como experimentar su primera vez... así fue como lo describió su hermano mayor al momento de perder su virginidad.

Con una última mirada a su silueta en el espejo entro a la ducha a calmarse.

Al día siguiente tenía que asistir a misa por obligación de sus padres, pronto entraría a la mayoría de edad y normalmente en su comunidad hacían una celebración por llegar a la adultez. Bajo la bendición del padre de la comunidad se llevaría la celebración.

Culminando la santa misa sus padres lo llevaron a rastras hasta el sacerdote que parecía hablar con alguien pero que lamentablemente se hallaba de espaldas y no se podía ver su rostro.

El primero en saludar fue su padre y luego su madre que lucía muy animada. Él sin embargo, no sentía tal emoción al cumplir los 18 años, mirando al pasado sus hermanos pasaron por lo mismo y hacerlo ahora con él, era sumamente ridículo a su criterio.

─Padre Gabriel nos da mucha pena que tenga que ir a otra parroquia, esta comunidad extrañará sus misas tan únicas.─ oye decir a su madre, sus ojos brotaban lágrimas. Solo así Takemichi presto atención, no lograba entender que paso.

─He cumplido con mi deber con ustedes, es hora de dejarle el nuevo deber a alguien joven que pueda difundir la palabra de Dios desde su juventud.─ expresa el padre.

Takemichi no podía mirar a la persona detrás del padre, solo podía ver su cabellera negra y su habitual vestimenta formal.

─Eso es seguro, muchas gracias por estar con nosotros tanto tiempo.─ dice el padre estrechando la mano del sacerdote de cabellos grises y besando el dorso.

─Estoy seguro que mi sucesor haya su deber con toda la sabiduría de Dios.

─Me alegra la idea de que el nuevo padre sea quien oficie la ceremonia de mi hijo.─ toma del hombro al menor que se deja manipular. Es empujado al frente.

─Takemichi ha crecido bajo la palabra de nuestro señor y ahora será un adulto, por favor déjenme presentarlos.─ el padre permite la vista del nuevo párroco que deja sin aliento a Takemichi.

Sus ojos se sienten nublados y su cuerpo siente calor. Empieza a salivar ansioso.

¿Qué estaba pasando con él?

─Takemichi, este joven será el nuevo sacerdote de la parroquia, su nombre es Manjiro. El Padre Manjiro.

─Es un gusto conocerte Takemichi.─ ladea su cabeza y sus cabellos caen al costado.

─Mikey...

La sonrisa del nuevo párroco crece y la incredulidad de los otros nos para.

Un encuentro que llevará al menos pecador a ceder ante los siete pecados mortales.

El paraíso no está asegurado para alguien que ahora mismo está deseando ser tocado por la mano de alguien bendecido.

Sus ojos se encuentran y la chispa electrizante hace que el nuevo pecado aparezca. La lujuria fue la primera parte del castigo que Takemichi tendrá que recibir, ahora es la gula quien dicta de querer más y ser ese más en la vida del hombre tocado por Dios.

Así todos y cada uno de sus pecados serán espiados una vez la hora cero llegue y del cielo los jinetes bajo el mandato de su rey hagan caer todo el peso de las malas decisiones de los mortales.

¿Qué sigue luego de caer en la gula? ¿Ira? ¿Avaricia?

Eso se sabrá solo cuando Takemichi pueda despertar.







Nota autora

Por si no se entendió desde el primero momento que Takemichi pensó de forma diferente con el padre su destino se selló. Y ahora tiene que pagar en carne propia el peso de su pecado.

En si la temática se cumplió de alguna forma porque Takemichi era re virgen(?

Si vale o no? :(

Me tardé en subir dado que tuve un bloqueo y apenas lo acabé, la idea era otra pero al final me decidí por algo menos convencional pero si más criticado, no soy religiosa por lo que puede que algunas de las cosas que puse ni siquiera pasa en ese tipo de situaciones. Así que sorry desde ya.

Todo es ficción y yo soy muy mala para escribir finales felices.

Ahora tendré que dibujar a un sacerdote con la cara de Mikey jaja, y si lo haré pronto.

Nos leemos mañana.

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