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𝟎𝟐; 𝐏𝐫𝐞𝐬𝐚

Na JaeMin había sido siempre un niño que prefería la calma, el silencio y la introspección, características que lo diferenciaban desde una edad temprana. Mientras otros niños corrían, gritaban y se enredaban en juegos bulliciosos, él se mantenía al margen, observando con ojos curiosos pero tímidos. No es que no quisiera unirse, sino que no sabía cómo. Le costaba encontrar las palabras, siempre sintiéndose fuera de lugar, como si hubiera algo en él que no encajaba con el mundo que lo rodeaba. Por ello, constantemente se encontraba apartado de los demás, leyendo en algún rincón un par de cuentos con dibujos llamativos, pintando las florecillas del jardín en su libreta color rojo que más tarde mostraría a su madre para que esta le alagara.

Su familia vivía en un barrio tranquilo a las afueras de Seúl, cerca de un pequeño bosque. Era una zona donde los niños jugaban hasta el anochecer, y los adultos se conocían desde siempre. JaeMin, sin embargo, prefería pasar las tardes bajo la sombra de los árboles en lugar de en los patios bulliciosos llenos de risas y voces. Su madre, preocupada por su introversión, lo animaba constantemente a salir más, a interactuar con los demás, pero JaeMin encontraba refugio en la naturaleza. Los árboles, las hojas caídas y el canto de los pájaros le ofrecían una paz que rara vez encontraba en la compañía humana.

—Nana, deberías salir con DongHyuck —le había dicho su madre en una ocasión cuando aún tenía escasos diez años.

En su casa, JaeMin era muy cercano a su madre. Ella, siendo una mujer paciente y cariñosa, entendía mejor que nadie la sensibilidad de su hijo. Sabía que forzarlo a participar en actividades sociales no sería la solución, y en su lugar, lo alentaba a explorar sus intereses a su manera. Le compraba libros, materiales de arte y lo llevaba de paseo por el bosque cercano. Allí, bajo la densa sombra de los árboles, JaeMin se sentía más libre que en cualquier otro lugar.

Mientras los otros niños de la edad del pequeño formaban vínculos, se volvían extrovertidos y alegres, él permanecía en su propio mundo. A menudo lo encontraban mirando por la ventana, siguiendo el vuelo de los pájaros o el susurro del viento entre las hojas, como si estuviera en otro lugar, uno que solo él podía ver.

El inicio de la escuela fue un reto particular para JaeMin. La atmósfera de las aulas abarrotadas y los patios de recreo ruidosos lo abrumaba. Los maestros, aunque amables, no sabían cómo manejar su introversión, y sus compañeros de clase pronto se dieron cuenta de que él era diferente. Aunque no lo molestaban abiertamente, su exclusión era evidente. Mientras los demás niños se agrupaban y formaban amistades, el pelinegro solía pasar los recreos solo, sentado en un rincón de la biblioteca o en los jardines de la escuela, inmerso en sus pensamientos o en un libro.

A pesar de su timidez, JaeMin era un niño increíblemente observador. Mientras los otros chicos corrían de un lado a otro, JaeMin notaba los detalles que pasaban desapercibidos para los demás: la forma en que una hoja caía lentamente de una rama, cómo una nube en particular parecía moverse a cámara lenta a través del cielo, o el ligero cambio en el tono de voz de sus compañeros cuando se sentían incómodos. Estas pequeñas observaciones se convirtieron en su forma de comprender el mundo. Sabía leer los estados de ánimo de las personas sin necesidad de que hablaran, y esto le permitió desarrollar una empatía profunda por aquellos que, como él, también se sentían perdidos o fuera de lugar.

A medida que crecía y se adentraba en la adolescencia, la timidez de JaeMin se volvió más marcada. Si la infancia había sido un reto, la adolescencia fue aún más dura. La escuela secundaria trajo consigo una nueva ola de presión social. Todos a su alrededor parecían encontrar su lugar en el mundo, formando grupos, creando vínculos, mientras que JaeMin se sentía atrapado en su propia piel. Su naturaleza reservada lo hacía destacar, pero no de la manera que él quería.

Sin embargo, había una parte de JaeMin que seguía luchando en silencio. En medio de su confusión adolescente, comenzó a darse cuenta de que no solo era diferente en cuanto a su carácter, sino también en sus deseos. Mientras sus compañeros hablaban de chicas y compartían historias de enamoramientos, JaeMin se daba cuenta de que su atención estaba en otra parte. No era algo que comprendiera al principio, y mucho menos algo que estuviera dispuesto a aceptar. Su primer enamoramiento fue hacia un compañero de clase, un chico que era todo lo que JaeMin no era: extrovertido, seguro de sí mismo y popular.

Este descubrimiento lo llenó de miedo y vergüenza. En una sociedad que valoraba tanto la homogeneidad y el cumplimiento de las normas, JaeMin sentía que su diferencia lo aislaba aún más. La idea de que alguien descubriera sus sentimientos lo aterrorizaba. Así que, como hacía con tantas otras emociones, los reprimió. Enterró sus sentimientos profundamente, convencido de que nadie podría jamás entender lo que pasaba por su mente.

Con el tiempo, JaeMin se sumergió aún más en su arte. A través de sus dibujos, podía explorar sus emociones sin miedo al juicio. Sus ilustraciones se volvieron más complejas, llenas de simbolismos que solo él entendía. Las sombras y la luz se convirtieron en temas recurrentes en su obra, una representación de su lucha interna entre lo que sentía y lo que estaba dispuesto a mostrar al mundo.

A través del arte, también encontró una forma de lidiar con su creciente interés por lo sobrenatural y lo místico. Se sintió atraído por leyendas antiguas, historias de seres que vivían en los márgenes, en la oscuridad, como él. Le fascinaban los cuentos de espíritus y criaturas que habitaban los bosques cercanos a su hogar. Comenzó a dibujar figuras fantásticas: almas perdidas, cazadores de sombras, reinos ocultos en la penumbra. A través de estos personajes, JaeMin proyectaba sus propios miedos y deseos, explorando la idea de que la oscuridad no siempre era algo malo, sino una parte inherente de la vida.

Con el paso del tiempo, y a medida que se adentraba en su última etapa de la adolescencia, JaeMin empezó a cuestionar su soledad y sus miedos. Aunque seguía siendo reservado, comenzó a preguntarse si realmente estaba condenado a vivir en las sombras para siempre. A través del arte, había encontrado una forma de comunicarse con el mundo, pero seguía sintiendo que había una parte de él que estaba incompleta. Fue entonces cuando decidió que, aunque su timidez seguía siendo una barrera, no permitiría que lo definiera por completo.

Poco a poco, JaeMin comenzó a abrirse, aunque de manera muy gradual. Encontró en la amistad, aunque rara, un pequeño consuelo, personas que, como él, también sentían que no encajaban del todo en los moldes de la sociedad. Y aunque aún le costaba compartir sus emociones más profundas, empezó a descubrir que no estaba solo en su lucha interna. Las pocas personas que se acercaron a él lo hicieron con paciencia, sin intentar cambiarlo o empujarlo fuera de su zona de confort, algo que JaeMin apreciaba profundamente. Sin embargo, las paredes que había construido a lo largo de los años seguían siendo altas, y le costaba derribarlas por completo.

En medio de esta búsqueda de aceptación, tanto de los demás como de sí mismo, JaeMin comenzó a explorar más activamente su identidad. Sabía que su atracción por otros chicos era algo que debía aceptar, aunque hacerlo era una lucha diaria contra el miedo al rechazo. En una sociedad donde las expectativas familiares y culturales eran estrictas, sentía que sus deseos lo marcaban como un extraño, alguien que nunca podría encajar en los moldes que se le habían impuesto.

Con el tiempo, JaeMin aprendió a vivir con más apertura, aunque seguía siendo el mismo chico introspectivo y tímido que siempre había sido. Lo que cambió fue su percepción de sí mismo. A través de su relación con JeNo y el arte, comenzó a ver su sensibilidad no como una debilidad, sino como una fortaleza. Su capacidad para observar y entender las emociones de los demás le permitía ver el mundo con una profundidad que pocos podían alcanzar.

Sin embargo, este nuevo sentido de aceptación no significaba que todos los problemas de JaeMin se hubieran resuelto. Seguía enfrentando el juicio de la sociedad, el miedo al rechazo y la presión de cumplir con las expectativas de quienes lo rodeaban. Pero, ahora, tenía algo que antes no tenía: la certeza de que no estaba solo, y la convicción de que merecía ser amado tal como era.

A medida que avanzaba hacia la adultez, Na comprendió que la vida no sería fácil, pero había aprendido una lección valiosa: que la oscuridad y la luz coexistían, no solo en el mundo que lo rodeaba, sino también dentro de él. Y con esa aceptación vino una paz que siempre había anhelado.

[...]

La tienda de conveniencia estaba sumida en un silencio inquietante cuando JaeMin entró. Era pasada la medianoche, y como tantas otras veces, había salido de su casa en busca de una excusa para no quedarse atrapado en sus propios pensamientos que le llenaban como agua hasta el cuello. La quietud de las calles vacías le brindaba una sensación de paz que rara vez encontraba en otros lugares. Había algo en la tienda iluminada con luces fluorescentes que le hacía sentir como si estuviera en un espacio aparte del mundo real, un refugio donde podía esconderse sin ser notado.

Llevaba la capucha de su sudadera puesta, cubriendo la mayor parte de su rostro. No quería que nadie lo viera, no quería llamar la atención. Caminó lentamente hacia los refrigeradores, como siempre lo hacía, buscando algo para beber sin tener en realidad una preferencia en mente. Su atención estaba en su propio reflejo distorsionado en la puerta de vidrio, mientras sus dedos alcanzaban una lata de café frío, el mismo que compraba cada vez que visitaba ese lugar.

Pero esa noche no estaba solo.

No lo notó al principio, demasiado sumido en sus propios pensamientos, pero mientras cerraba la puerta del refrigerador, una sensación extraña recorrió su espalda. El tipo de sensación que te hace sentir observado. Se quedó quieto, tratando de calmar el repentino latido acelerado de su corazón, y fue entonces cuando lo vio. En el reflejo del cristal, una figura se movía entre los estantes, acercándose lentamente.

JaeMin no giró la cabeza, pero sus ojos siguieron el movimiento en el reflejo. Era un chico más o menos de su edad, alto y vestido completamente de negro. Lo que más le llamó la atención, sin embargo, no fue su apariencia, sino la mirada fría y calculadora que proyectaba, como si estuviera midiendo cada paso, como si todo estuviera bajo su control.

El chico se detuvo justo detrás de él, a una distancia lo suficientemente cercana como para que JaeMin pudiera sentir su presencia, pero no lo suficiente como para considerarlo una amenaza directa. Una tensión eléctrica llenó el aire, y el momento se prolongó demasiado para ser cómodo.

—Café a estas horas... —murmuró el extraño, su voz baja y carente de emoción. No había ni una pizca de amabilidad en su tono, solo algo que no terminaba de definir: una mezcla de curiosidad y desapego.

JaeMin tragó saliva, sin girarse. Sus dedos apretaron la lata fría con más fuerza de la necesaria, el metal presionando contra su piel. No sabía por qué, pero la voz de ese chico lo inquietaba. Era como si no estuviera acostumbrado a interactuar con la gente de manera normal, como si cada palabra que saliera de su boca estuviera cargada de una intención oculta.

—No podía dormir —respondió JaeMin, más como un reflejo que por deseo de iniciar una conversación. Su voz sonó más débil de lo que hubiera querido, pero no podía evitarlo. Había algo en el chico que lo descolocaba profundamente, aunque no pudiera explicarlo.

El extraño se quedó en silencio durante unos segundos que parecieron eternos. Finalmente, se movió, caminando con pasos tranquilos hasta el estante más cercano. JaeMin lo observó por el rabillo del ojo mientras él elegía un paquete de ramen sin demasiado interés, como si fuera un acto mecánico. No dijo nada más, pero su presencia seguía siendo opresiva, como si la tienda se hubiera vuelto más pequeña solo por el hecho de que él estaba allí, era como estar en una pequeña caja de zapatos.

JaeMin intentó calmarse. No quería parecer nervioso, pero todo en esa interacción le hacía sentir fuera de lugar, como si algo estuviera a punto de suceder, algo que no podía prever. Se dirigió hacia la caja con su café, queriendo terminar cuanto antes y salir de allí, para poder evitar seguir viendo a aquel extraño que llamaba más su atención de lo que debería. Mientras pagaba, pudo sentir que el extraño lo seguía con la mirada, aunque no levantó la vista para comprobarlo.

Cuando el cajero finalmente le entregó el cambio, JaeMin respiró hondo, listo para salir de la tienda. Pero justo en ese momento, el chico misterioso se acercó a la caja también, quedando demasiado cerca de él, invadiendo su espacio personal de una manera sutil pero intimidante. Lee JeNo, como descubriría más tarde que se llamaba, dejó su ramen sobre el mostrador con una calma inquietante.

—¿Vienes aquí a menudo? —preguntó de repente, su voz sonando de nuevo, pero esta vez más baja, como si quisiera que solo JaeMin lo escuchara.

JaeMin sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo entero. La pregunta no era del todo inocente. Había algo en la manera en que lo decía, en la forma en que sus palabras parecían tener un doble significado que no alcanzaba a comprender. ¿Estaba siendo amigable? ¿O había algo más detrás de esa pregunta?

—A veces —respondió Na, su voz apenas un murmullo. No sabía cómo reaccionar ante alguien como JeNo, alguien que parecía tan seguro de sí mismo y, al mismo tiempo, tan desconectado de lo que lo rodeaba.

JeNo lo observó con una sonrisa leve, pero no era una sonrisa cálida. Era más bien como si estuviera estudiándolo, analizando cada reacción que JaeMin tenía. Sin decir nada más, recogió su ramen y pagó. El cajero, ajeno a la tensión en el aire, les cobró a ambos sin levantar la vista de su teléfono, indiferente a lo que estaba sucediendo entre los dos jóvenes.

Cuando Lee terminó, se volvió hacia JaeMin una última vez antes de salir de la tienda.

—Nos veremos por aquí de nuevo, entonces —dijo, como si fuera más una afirmación que una posibilidad.

Y con eso, salió de la tienda, dejándolo con una mezcla de emociones que no podía descifrar. JaeMin permaneció inmóvil por unos segundos, el café todavía en su mano, sintiendo que acababa de ser envuelto en algo más grande de lo que podía entender. Había algo inquietante en ese chico, algo que no podía ignorar. Pero al mismo tiempo, una parte de él —una parte que no podía controlar— estaba intrigada.

Salió de la tienda momentos después, mirando a su alrededor como si esperara ver a JeNo nuevamente en la oscuridad de las calles. Pero él ya se había desvanecido, como si nunca hubiera estado allí y el viento helado fuera su única compañía. Mientras caminaba de regreso a su casa, con el corazón aun latiendo rápidamente, no podía dejar de pensar en lo que había sucedido. Y aunque sabía que debería estar aliviado de que el encuentro hubiera terminado, una parte de él no podía evitar desear volver a verlo.

A partir de aquella primera noche, los encuentros entre JeNo y JaeMin en la tienda de conveniencia se volvieron más frecuentes. Al principio, sus interacciones fueron breves, casi imperceptibles. JeNo aparecía en el mismo pasillo, o en la caja justo cuando JaeMin se disponía a pagar, como si el destino los empujara constantemente a cruzarse. Aunque las palabras entre ellos eran pocas, el silencio cargado que se formaba entre ambos decía mucho más de lo que podían expresar. El —en ese momento— pelinegro no sabía si los encuentros eran mera coincidencia o si JeNo lo hacía a propósito, pero cada vez que lo veía, algo en su interior se revolvía, entre la anticipación y el nerviosismo.

Con el tiempo, esas interacciones superficiales comenzaron a volverse un poco más prolongadas, pero no necesariamente más cómodas para JaeMin. JeNo siempre mantenía ese aire de misterio, como si disfrutara de mantener a JaeMin en la incertidumbre. Hacía comentarios casuales sobre lo que compraba JaeMin o sobre el clima, pero siempre con ese tono ligeramente burlón y una sonrisa ladina que nunca alcanzaba sus ojos. JaeMin no podía evitar sentirse expuesto bajo la mirada de JeNo, como si lo estuviera escudriñando sin necesidad de hacer preguntas directas.

Cada vez que JaeMin salía de su casa por las noches, una parte de él empezaba a esperar encontrarse con JeNo, aunque no quisiera admitirlo. Había algo en esos encuentros que lo hacía sentir vulnerable, pero al mismo tiempo, lo mantenía entretenido. JeNo, en cambio, parecía siempre relajado, como si no tuviera ningún tipo de prisa o preocupación. No hablaba mucho, pero cuando lo hacía, era imposible no notar cómo estudiaba cada una de las reacciones de Na. Parecía estar jugando un juego que solo él entendía, y eso mantenía a JaeMin en una constante sensación de incomodidad.

En una de esas noches, mientras ambos estaban en la caja, JeNo rompió el silencio con una frase que a JaeMin le resultó desconcertante. —Sabes, siempre te encuentro aquí a estas horas... parece que también estás huyendo de algo.

JaeMin se quedó helado por un momento, sin saber cómo responder. La observación fue directa, casi desafiante, como si JeNo estuviera probándolo, queriendo ver si le revelaría algo más. Pero JaeMin, como era su costumbre, se limitó a apartar la mirada y murmurar algo ininteligible, evitando caer en la trampa.

A pesar de la tensión constante entre ellos, JeNo nunca cruzaba un límite explícito, aunque siempre parecía estar bordeándolo. JaeMin, por su parte, empezó a notar que había una atracción creciente, aunque no sabía si era hacia JeNo como persona o hacia la sensación de peligro que siempre lo acompañaba. Las noches siguieron su curso, y aunque los encuentros parecían superficiales, JaeMin no podía negar que algo mucho más profundo se estaba gestando entre ambos, algo que, de alguna manera, sabía que terminaría cambiando sus vidas.

Con el paso de las semanas, los encuentros entre JeNo y JaeMin se volvieron más que simples coincidencias en la tienda de conveniencia. Al principio, se encontraban sin planearlo, pero poco a poco fue evidente que ambos esperaban esos momentos. Aunque no lo hablaban, sus caminos comenzaron a cruzarse a propósito. JaeMin empezaba a salir a la misma hora cada noche, sabiendo en el fondo que JeNo estaría allí, esperándolo. Al principio, estos encuentros aún tenían una barrera invisible: El mayor seguía siendo distante, con ese aire de misterio que nunca lo abandonaba, y JaeMin aún sentía cierta incomodidad. Sin embargo, una tensión diferente comenzó a formarse entre ellos, algo más profundo y peligroso.

Los comentarios casuales de JeNo se transformaron en insinuaciones sutiles. Sus miradas, que antes eran frías y calculadoras, ahora tenían un tinte de curiosidad, como si estuviera descubriendo algo nuevo en JaeMin cada vez que lo veía. Los silencios entre ellos se hicieron más largos, pero ya no eran incómodos. Había algo latente en el aire, algo que ambos podían sentir pero que ninguno estaba dispuesto a admitir abiertamente. Un día, mientras caminaban juntos por las calles vacías después de salir de la tienda, JeNo rozó intencionadamente el brazo de JaeMin. Fue un gesto pequeño, casi insignificante, pero para JaeMin fue un choque eléctrico. A partir de ahí, los encuentros comenzaron a volverse más cercanos, más personales.

Empezaron a encontrarse fuera de la tienda de conveniencia, quedando en lugares oscuros y apartados de la ciudad. JaeMin se encontraba a sí mismo deseando esos momentos más de lo que le gustaba admitir, aunque no comprendía del todo por qué. JeNo seguía siendo cortante, sus respuestas a menudo breves y evasivas, como si no quisiera revelar más de lo necesario sobre sí mismo. Pero a pesar de esa frialdad, había una conexión física y emocional que no podían negar. Sus encuentros empezaron a trascender lo platónico, pasando a un terreno que ambos exploraban sin palabras. Lo físico era fácil, algo que no necesitaba explicaciones, pero la barrera emocional que JeNo mantenía erguida entre ellos seguía firme, impenetrable. Pero eso no importaba para Na JaeMin, no cuando tenía el musculoso cuerpo de JeNo sobre él besándolo hasta quitarle el aire, no cuando las grandes manos de su mayor le acariciaban debajo de la ropa haciéndole estremecer por el frio contacto, y mucho menos cuando lo acorralaba contra la pared de algún callejón cerca de la tienda para saciarse de besos y caricias, frotando sus miembros y haciéndolo correr en sus propios pantalones.

Cada noche, después de esos encuentros llenos de pasión, JaeMin se sentía dividido. Por un lado, estaba atraído por la intensidad de JeNo, por su manera de mantenerlo a la distancia y al mismo tiempo de acercarlo más de lo que cualquiera había hecho antes. Pero por otro, comenzaba a frustrarse. Aunque estaban más unidos que nunca, Lee JeNo seguía manteniendo esa fachada de indiferencia, rara vez hablando sobre sí mismo o sus verdaderas intenciones. Para JaeMin, era como si JeNo siempre tuviera un pie fuera, preparado para alejarse en cualquier momento. Y, sin embargo, cada noche volvía, como si también estuviera atrapado en esa conexión inexplicable.

[...]

El sol aún brillaba esa tarde cuando JeNo se encontró con Na en las puertas de su tan frecuentada tienda de conveniencia, no se habían visto durante las ultimas dos semanas a causa de los exámenes que JaeMin había presentado durante ese periodo. Nana, no podía negar lo mucho que extrañaba tener la compañía del mayor, por ello no dudo ni un segundo en invitarlo a su casa, ese día, su madre había viajado a Busan para visitar a su hermana menor, la tía favorita de JaeMin. JeNo aceptó luego de pensarlo, el también había extrañado al menor, pues aún no estaban en los mejores términos luego de tener su primera pelea hace un mes atrás.

El cielo comenzaba a oscurecerse cuando JaeMin y JeNo llegaron a la casa de los Na. El lugar estaba en completo silencio, solo ellos dos, con el eco suave de sus pasos mientras cruzaban el umbral. JaeMin encendió la televisión, buscando una película que les permitiera relajarse después de un largo día.

Ambos se sentaron en la cama del Na, algo separados al principio, pero la tensión en el aire era innegable. JaeMin miraba la pantalla, pero no parecía estar realmente interesado en lo que sucedía en la película. JeNo, con su postura siempre firme, estaba concentrado, aunque era evidente que sentía la misma incomodidad creciente.

Poco a poco, JaeMin se movió más cerca, fingiendo ajustar una almohada detrás de él. Sin decir una palabra, tomó la mano de JeNo, cálida y firme, y lentamente la guió hasta su pierna. La piel de su muslo estaba descubierta, suave al tacto, y la acción hizo que JeNo sonriera con suficiencia. JeNo dejó su mano sobre la pierna de JaeMin, aplicando una presión ligera, como si respondiera al gesto sin palabras. Ambos continuaron viendo la película, pero sabían que algo había cambiado entre ellos. El silencio en la habitación ya no era incómodo, sino cargado de posibilidades.

JeNo no tardó en captar la intención de JaeMin. La suavidad del toque inicial fue suficiente para encender un fuego que había estado latiendo bajo la superficie. Con una decisión que no necesitaba palabras, sus manos fuertes tomaron las caderas de JaeMin, con una firmeza que no permitía lugar a dudas.

En un movimiento fluido, JeNo lo giró con destreza, colocándolo sobre él, haciendo que JaeMin se sentara a horcajadas en su regazo. El menor, sorprendido, pero claramente excitado por la acción, dejó escapar un jadeo suave, sintiendo la cercanía de JeNo de una manera más profunda y con ello, el miembro de JeNo debajo de su trasero.

El contacto de sus cuerpos se intensificó. JeNo lo atrajo más cerca, y sus labios, firmes y decididos, encontraron los de JaeMin sin demora. El beso fue inmediato, ardiente, lleno de una urgencia contenida durante mucho tiempo. JaeMin respondió con igual fervor, sus manos descansaban en los hombros de JeNo, deslizándose por su pecho mientras el beso se profundizaba, lento al principio, pero rápidamente se volvía más intenso.

El corazón de JaeMin latía frenéticamente, mientras los dedos de JeNo se apretaban un poco más en sus caderas, manteniéndolo firmemente en su lugar, pues el inquieto Jae movía con lujuria su culo, creando una fricción demandante. El tiempo parecía haberse detenido para ellos; la película ya no importaba, el mundo exterior no existía. Era solo el deseo entre ambos, el tacto de sus cuerpos acercándose más, la conexión palpable en cada suspiro compartido.

El beso entre JaeMin y JeNo rápidamente dejó de ser suave. JeNo, ahora completamente consciente de lo que JaeMin quería, tomó el control con firmeza. Sus manos en las caderas de JaeMin ejercían presión, muestra de lo mucho que se estaba conteniendo. JaeMin apenas tuvo tiempo para reaccionar antes de que los labios de Lee volvieran a encontrar los suyos, esta vez con una intensidad mucho mayor.

JaeMin soltó un leve gemido entre los besos, sorprendido por lo rápido que todo se descontrolaba, pero sin intención de detenerlo. Las manos de JeNo subieron rápidamente por su espalda, recorriendo su cuerpo, mientras el ritmo entre ellos se aceleraba. Sin perder tiempo, JeNo deslizó sus dedos bajo la camiseta de JaeMin, quitándosela en un solo movimiento y lanzándola a un lado sin siquiera mirar.

JaeMin, con la respiración agitada, respondió de inmediato. Sus manos, temblorosas por la excitación, comenzaron a desabotonar la camisa de JeNo con una prisa desesperada, pero JeNo no esperó. Él mismo se la quitó, tirando de la tela con rapidez, dejando sus torsos desnudos, el contacto piel con piel intensificando el calor entre ellos. Sus dedos fríos rozaron ambos pezones, Na tembló, y de su boca salieron incoherencias cuando la lengua del mayor se enfocaba en lamer uno de sus botones, mientras que con su mano derecha apretaba el voluminoso trasero de su amante.

Con un movimiento decidido, JeNo giró a JaeMin, tumbándolo en el sofá sin más preámbulos. JaeMin jadeó, sintiendo cómo el cuerpo de JeNo se cernía sobre él, su peso firme pero controlado. JeNo lo besó nuevamente, con urgencia, mientras sus manos ya bajaban por su cintura, deslizándose hasta el borde de los pantalones de JaeMin. Sin dudarlo, comenzó a desabrocharlos, el sonido del metal rompiendo el silencio que había sido llenado solo por sus respiraciones entrecortadas.

JaeMin, completamente entregado al momento, levantó las caderas, permitiendo que JeNo le quitara los pantalones rápidamente, dejándolo expuesto bajo él. La mirada de JeNo estaba cargada de deseo, sin perder tiempo en contemplaciones. Sus manos, hábiles y fuertes, recorrieron el cuerpo de JaeMin, provocando escalofríos en su piel con cada roce. Dos dedos de Lee fueron a parar a la boca del contrario, quien pronto comenzó a chuparlos y llenarlos de saliva, sus ojos estaban cerrados mientras disfrutaba de las caricias que le proporcionaba JeNo, imaginando que el pene de Lee era el que estaba en su boca, se dedicó en alma a succionarlos y ensalivarlos, sintiendo la mirada penetrante de su compañero de cama.

JeNo sacó sus dedos de los rosados labios del menor, dirigiéndolos rápidamente hasta la pequeña entrada de JaeMin, que gimió cuando sintió el par de dígitos rozar, y luego entrar sin dudar en su interior, su carne caliente los apresaba y sus labios soltaban gemidos en cada estocada.

La tensión en el aire era palpable. Todo sucedía rápidamente, el deseo tomando el control sobre cualquier pensamiento racional. Ambos sabían lo que querían, y ninguno de los dos estaba dispuesto a detenerse ahora. Desabrochó sus propios pantalones negros, y de la bolsa trasera extrajo un sobre metálico, lo abrió y sacó su contenido. Colocó el condón sobre su miembro, cubriéndolo por completo, y penetrándolo una vez sus dedos estaban fuera.

JeNo se inclinó sobre JaeMin nuevamente, sus labios rozando su cuello, bajando por su pecho, sin detenerse, mientras las manos de JaeMin se aferraban a los hombros de JeNo, arrastrándolo más cerca, exigiendo más contacto, más intensidad.

Lee JeNo, era el concepto vivo de masculinidad, su miembro era grande y grueso, su cuerpo tonificado le hacía verse más atractivo, y ni hablar de como era en la cama, sus penetraciones eran duras, con un ritmo delirante que hacía que Na cerrara los ojos con fuerza y mordiera sus labios para evitar que algun sonido saliera de sus labios, sus caderas eran tomadas con un toque de rudeza pero sin lastimarle, algo en su corazón le decía, que, a pesar de JeNo ser tan serio y frío, en el fondo lo quería y lo demostraba al momento de tener sexo.

Sus caderas chocaban tan fuerte que provocaba el sonido de los golpeteos por toda la habitación siendo acompañados de los agudos gemidos del menor. Su rostro estaba rojo debido al cansancioy la falta de aire que llegaba a tener durante minutos, pues JeNo se encargaba de besarle como si quisiera devorarle el alma a través de sus gruesos labios y su dulce boca.

El tiempo pareció detenerse, pero sus movimientos eran rápidos, casi urgentes, como si el mundo a su alrededor no existiera. El deseo latente entre ellos, finalmente liberado, los consumía por completo.

—JeNo... Basta — Lee recibió la señal, y es que, cada que Na estaba por llegar a su tan anhelado orgasmo lo único que hacía era pedirle que parara, pues, el pequeño Nana se creía incapaz de soportar tal placer, y menos si el gran pene del pelinegro estaba tan adentro de él que podía tocar su próstata a su antojo.

JeNo obedeció saliendo de su interior mientras su gran mano izquierda se dirigía al miembro de su pequeño amante, acariciándolo de arriba abajo para después enfocarse en en la cabeza, dio círculos, y un último apretón logrando que Jae se corriera en sus manos soltando un largo y extendido gemido desde el fondo de su garganta. Tomó su propia erección, llevando un ritmo más duro que con JaeMin, suspirando al tener la imagen del menor delante de él, rojo, sudado gimiendo, hecho completamente un desastre, su desastre, porque sabía que solo él, Lee JeNo podía ver de aquella manera Na JaeMin, el menor se acomodó mejor, dejando su cara cerca del pene de JeNo, sacó la lengua y comenzó a lamer, chupaba y succionaba soltando la saliva suficiente para facilitar el proceso, retiró las manos de Lee y las suplió por las propias metiendo solo la punta de aquel miembro a su caliente boca, succionó lo más que pudo, y JeNo amó aquella inexperiencia, la ternura y devoción con la que realizaba una mamada lo hizo venirse, derramando su semen en el rostro angelical de su pequeña presa.

La luz de la luna filtraba suavemente a través de las cortinas, proyectando un brillo plateado sobre las sábanas arrugadas donde JeNo y JaeMin yacían juntos, envueltos en un abrazo tierno. El aroma a piel cálida y sudor aún impregnaba el aire, recordando la pasión que había desbordado entre ellos. JaeMin, aún con una sonrisa de satisfacción en el rostro, acariciaba el costado de JeNo, sintiéndose completamente a gusto.

Sin embargo, la calma se rompió cuando JeNo, en un repentino cambio de humor, se incorporó en la cama, su mirada oscureciéndose mientras su mente se dirigía a la próxima fiesta en el bosque.

El ambiente en la habitación se siente pesado, la pasión que compartieron hace solo unos momentos ha dejado en el aire una energía cargada de tensión. Ambos están acostados en la cama, pero el calor de sus cuerpos ya no es suficiente para suavizar el frío que se instala entre ellos. JeNo permanece inmóvil, su expresión endurecida, los ojos fijos en el techo, mientras JaeMin, más frágil, se remueve a su lado, consciente de que ha despertado algo oscuro en él.

JaeMin, con la mirada baja, apenas puede soportar el peso de lo que está a punto de decir. Sabe que JeNo está molesto, lo siente en cada fibra de su ser, pero tiene que intentarlo.

—JeNo... —murmura, su voz temblorosa, tratando de encontrar el valor para hablar—. Sobre la fiesta... no es gran cosa, de verdad. Solo quiero ir con mis amigos. JeNo ni siquiera lo mira. Su mandíbula está apretada, los músculos tensos. El silencio que le devuelve es más aterrador que cualquier grito. A él no le importa lo que JaeMin tenga que decir.

JaeMin se muerde el labio, los nervios a flor de piel. Se gira hacia JeNo, su mano temblorosa alcanza el brazo de su depredador, buscando algún tipo de contacto que lo calme, pero el cuerpo de JeNo sigue rígido, como una estatua de pura rabia contenida. —Yo... —comienza de nuevo, con voz más suave—. Yo pensé que estaría bien. Solo es una fiesta en el bosque, no estaré solo... y si no te gusta, podría cambiarme el disfraz, tal vez algo menos...

Lee JeNo finalmente gira la cabeza hacia él, pero su mirada no es la que JaeMin esperaba. Hay algo oscuro en sus ojos, algo salvaje que hace que el corazón de JaeMin se acelere. El depredador en JeNo se muestra de una manera fría, calculadora, como si las palabras de JaeMin no significaran nada para él.

—¿Crees que me importa lo que digas? —la voz de JeNo sale baja, cortante, llena de una agresividad contenida—. No me importa si es solo una fiesta. No me importa qué te pongas. Lo que me importa es que vas a estar ahí, rodeado de gente que no piensa como yo. Gente que no sabe que eres mío.

JaeMin se encoge ante la dureza de esas palabras. En el fondo sabe que JeNo siempre ha sido así, posesivo, intenso, pero algo en la forma en que habla esta vez le da miedo.

—Pero yo... —JaeMin apenas susurra, sus palabras casi una súplica—. Yo solo quiero ir, JeNo. No pasará nada. Estaré bien, de verdad.

El mayor se incorpora de repente, moviéndose con una rapidez que hace que Na se tense. Agarra la muñeca de JaeMin con fuerza, lo suficientemente fuerte como para hacerle daño, pero no tanto como para lastimarlo de verdad. Sus ojos se clavan en los de JaeMin, su mirada oscura y amenazante. —Te estoy diciendo que no vas a ir, JaeMin —gruñe JeNo, sus dedos apretándose alrededor de la muñeca del chico con una fuerza controlada—. No me importa lo que tú quieras. No tienes derecho a decidir en esto.

JaeMin baja la mirada al escuchar las palabras de JeNo, como si cada una fuera un peso aplastante sobre sus frágiles hombros. No se atreve a contradecirlo, no después de haber visto esa chispa de peligro. Se siente pequeño, insignificante en comparación con la abrumadora presencia de JeNo, y aunque una parte de él quiere resistir, sabe que no puede.

—Lo siento... —susurra JaeMin, apenas audible—. No quería molestarte...

El mayor lo suelta bruscamente, como si tocarlo le hubiera molestado aún más. Se pone de pie, cruzando la habitación con pasos decididos, como si tuviera que distanciarse de JaeMin para no perder el control por completo .—No te disculpes —dice con frialdad, sin mirarlo—. Solo haz lo que te digo. JaeMin, todavía en la cama, siente un nudo en la garganta. Se ha sometido una vez más, porque no puede luchar contra lo que es JeNo. Él es la presa en esta relación, y JeNo, el depredador implacable, nunca le permitirá olvidarlo.

Los ojos de JaeMin se llenan de lágrimas, pero no las deja caer. No tiene derecho a llorar, no frente a JeNo, quien lo ve como alguien débil y sumiso. Se muerde el labio para contener el llanto, pero por dentro, el dolor de no poder ser él mismo lo devora lentamente. JeNo, aún de espaldas a él, suspira con una mezcla de cansancio y control, como si la discusión fuera algo menor para él, algo que no merecía ni su atención.

—Puedes vestirte como quieras, JaeMin, puedes intentar ser libre, pero siempre volverás a mí —dice finalmente JeNo, con una sonrisa fría que JaeMin no puede ver—. Porque sabes que soy lo único que necesitas.

Jae no responde, solo se queda allí, con la mirada perdida en las sábanas arrugadas, consciente de que, aunque no puede decirlo en voz alta, JeNo tiene razón. Por más que quiera ser libre, siempre acaba volviendo a él, siempre termina atrapado en el ciclo inquebrantable de su posesión. Y en ese momento, entiende que la fiesta en el bosque no es lo que realmente le asusta. Lo que le aterra es lo mucho que pertenece a JeNo, aunque ambos fingen que no es así.

En la oscuridad de su habitación, la frustración se mezcló con un profundo sentido de pérdida. JaeMin sintió que todo lo que había construido con JeNo estaba al borde del colapso. Mientras las lágrimas caían, se dio cuenta de que la decisión de ir a la fiesta no solo lo afectaría a él, sino que también pondría en peligro su relación con JeNo.

Sin saber si alguna vez se reconciliarían, JaeMin se dejó caer sobre la cama, sintiendo que el vacío se expandía a su alrededor. La noche había comenzado con promesas de libertad y emoción, pero ahora estaba plagada de dudas y arrepentimientos. La lucha interna entre su deseo de independencia y su conexión con JeNo se sentía más pesada que nunca, y la incertidumbre lo acompañó mientras la luna brillaba con frialdad en el cielo.

La tensión en la habitación se intensifica, como si el aire se volviera un campo de batalla en el que cada palabra lanzada podría ser una bala. Nana siente que el coraje que había reunido se disipa con cada latido de su corazón, pero ya no puede dar marcha atrás. No puede permitir que JeNo controle su vida ni sus decisiones.

—No quiero vivir con miedo a tu ira —replica JaeMin, su voz más fuerte, pero aún temblorosa—. ¡No es justo, JeNo! ¿Por qué no puedes entender que necesito tomar mis propias decisiones? JeNo se ríe con desdén, un sonido que resuena como una burla en la habitación. Sus ojos oscuros brillan con una mezcla de furia y diversión.

—¿Decisiones? —replica, avanzando un paso hacia él, su postura amenazante—. ¿Te refieres a ir a una fiesta en el bosque con un grupo de idiotas? ¿Eso es lo que consideras "decisiones"? No eres más que un niño que no sabe lo que quiere.

JaeMin siente que las palabras de JeNo son como un golpe en el estómago. No le gusta la forma en que lo despoja de su dignidad, pero no se deja amedrentar. Él también tiene algo que decir. —No me trates como si fuera un niño. ¡Soy un adulto, JeNo! Puedo cuidar de mí mismo. No necesito que me digas lo que debo hacer o cómo debo vivir. 

La rabia de JeNo se intensifica, su voz sube un tono, resonando en la habitación. —¿Cuidarte? —se burla, acercándose aún más, como si quisiera intimidarlo—. ¿Cómo planeas cuidarte tú solo? ¿Con tus amistades que no te tienen en cuenta? Te engañas a ti mismo. No tienes ni idea de lo que está en juego.

—No me engaño. Sé perfectamente lo que está en juego —responde JaeMin, su voz temblorosa pero decidida—. No soy tu posesión, no soy tu juguete. Estoy cansado de que me trates como si no fuera capaz de pensar por mí mismo.

Lee lo observa, su expresión se vuelve cada vez más oscura, como si la ira pudiera consumirlo por completo. —¿Juguete? ¿Eso es lo que crees que eres para mí? —pregunta, su tono cargado de desdén—. Eres un niño que se cree más de lo que es. No eres nada sin mí, JaeMin. Las palabras de JeNo son como cuchillos afilados, atravesando el corazón de JaeMin. Esa afirmación lo hiere más de lo que puede expresar.

—No digas eso... —murmura, sintiendo que sus fuerzas se desvanecen—. Siempre he sido alguien. Siempre he tenido mis propios sueños y deseos. JeNo da un paso más hacia él, como si quisiera cerrarle el paso, acorralarlo.

—¿Sueños? ¿Deseos? —su voz se vuelve amenazante, casi burlona—. Tu único deseo ha sido estar conmigo. No puedes negar lo que sientes. Te aferras a mí porque tienes miedo de quedarte solo.

JaeMin siente que el aire se le escapa. ¿Es eso lo que realmente piensa?

 Por un momento, duda de sí mismo, pero recuerda que no puede ceder a la oscuridad que JeNo le ofrece.—No te necesito para ser feliz. Nunca te he necesitado así. Solo pensé que podría haber algo más entre nosotros, pero tú solo ves a un objeto. Nunca me has mirado como una persona. 

El pelinegro lo observa, su mirada es intensa y penetrante, y JaeMin se da cuenta de que ha tocado un punto sensible. Aun así, JeNo no se detiene. —La verdad duele, ¿verdad? —dice, su voz fría y cortante—. La realidad es que estoy aquí, en tu cama, porque no puedes resistirte, porque me lo has rogado. Eres débil, JaeMin. Siempre lo has sido.

Esas palabras atraviesan a JaeMin como balas, dejándolo sin aliento. Se siente completamente despojado, como si JeNo hubiera desnudado su alma y expuesto todas sus inseguridades. Las lágrimas comienzan a acumularse en sus ojos, pero no se atreve a dejar que caigan.

—Soy débil... —repite, su voz quebrándose—. ¿Eso es lo que piensas de mí?

JeNo no se detiene, como si disfrutara de la forma en que sus palabras lo hieren.— Eres un cobarde. Siempre has sido un cobarde, y eso te mantiene aquí, conmigo. Tienes miedo de perderme, pero el verdadero miedo debería ser no perderte a ti mismo. JaeMin siente que la furia se apodera de él, un fuego que se enciende en su interior. 

Aunque le duele cada palabra, no puede dejar que JeNo lo destruya así

Con un grito ahogado, deja que su ira lo consuma.—¡No soy un cobarde! No quiero que me veas así. Quiero que veas quién soy realmente.

—¿Quién eres? —pregunta JeNo, su voz baja y sarcástica—. Eres solo un niño perdido en un mundo que no comprendes. Siempre a la sombra de otros, siempre buscando un lugar en el que encajar. Pero no encajas aquí, JaeMin. Las palabras de JeNo lo atraviesan, y el pobre Na siente que su corazón se rompe.

 ¿Era todo lo que había sido, un niño perdido? ¿Realmente nunca lo había visto?

—Quizás... —susurra, sintiendo cómo la rabia se apaga, dejándolo vulnerable—. Quizás no encajo aquí. Pero tampoco creo que tú encajes en mi vida.

Lee JeNo, al escuchar esas palabras, se detiene. Su mirada se endurece, y por un momento, la rabia y la confusión luchan por un lugar en su rostro. Su voz es ahora fría y distante.

—Si eso es lo que realmente piensas, entonces tal vez sea mejor que me vaya —dice JeNo, su tono definitivo, como un juez que ha dictado sentencia.

Nana siente que el suelo se desploma bajo él. No puede creer que esto esté sucediendo, que sus palabras hayan llevado a esta ruptura.

—JeNo, espera... —intenta decir, pero JeNo levanta la mano, interrumpiéndolo.— No, ya he tenido suficiente de esto. Si no valoras lo que tenemos, entonces no hay nada que discutir. Quizás deberías ir a la fiesta y quedarte allí. Las palabras son como un golpe mortal, y JaeMin siente que su corazón se quiebra en mil pedazos. Sin poder evitarlo, las lágrimas caen por su rostro, pero JeNo se da la vuelta, dejando a JaeMin solo en la habitación.—¡JeNo! —grita, pero su voz se ahoga en el silencio. No puede seguir, no puede luchar más. La soledad se cierne sobre él, y siente que su vida se desmorona a su alrededor. En ese instante, sabe que ha perdido algo precioso, y aunque la tristeza lo ahoga, también siente una chispa de resolución. No puede seguir así, no puede ser un juguete en las manos de JeNo. Pero ahora, el vacío que deja JeNo es insuperable, y JaeMin se queda solo en la habitación, enfrentándose a la realidad de que a veces, la lucha por ser uno mismo puede costar más de lo que está dispuesto a pagar.

La habitación del pequeño JaeMin era un torbellino de emociones. Desde que JeNo se había ido, había sentido un vacío abrumador, como si una parte de él hubiera sido arrancada. Se había esforzado por ignorar el dolor en su pecho, pero cuanto más pasaban las horas, más insoportable se hacía. Intentó llamarlo varias veces, pero cada vez que la llamada se iba directamente al buzón de voz, su frustración crecía.

—¿Por qué tiene que ser tan difícil? —murmuró JaeMin, dejando caer el teléfono sobre la cama. La rabia y el deseo se entrelazaban en su interior, y en ese momento, algo en él cambió. La idea de ir a la fiesta ya no parecía solo un simple deseo de salir; era un desafío. Quería que JeNo sintiera lo que estaba perdiendo.

Con una determinación nueva, JaeMin se dirigió a su armario. Miró las opciones que tenía, cada atuendo parecía demasiado simple, demasiado conservador. No, esta noche necesitaba algo que llamara la atención, algo que dejara claro que no iba a ser un muñeco más en la vida de JeNo. Así que optó por el atuendo más atrevido que tenía.

JaeMin se dirige hacia su armario, el corazón latiendo con fuerza mientras sus dedos recorren la tela de su disfraz. Su mirada se detiene en el conjunto que había elegido para la fiesta de Halloween: una mezcla de colores vibrantes, con detalles que reflejan su verdadero yo, uno que ha mantenido oculto por demasiado tiempo. Al contemplar el atuendo, siente una oleada de confianza que lo envuelve; en ese momento, decide que no se ocultará más detrás de la sombra de JeNo.

—Voy a ser yo mismo, le demostraré que soy más que un muñeco —se susurra, casi como un mantra. No será fácil, pero está listo para ser egoísta, para dejar de lado su papel de presa y reclamar su lugar en el mundo. Con cada prenda que toca, se imagina despojándose de las expectativas ajenas, abandonando el miedo que siempre lo ha mantenido a la defensiva. La fiesta se acerca, y por primera vez, está decidido a asistir no como un niño perdido, sino como un hombre que busca su propia libertad. La transformación comienza ahora, y siente que el futuro tiene un sabor diferente, uno que finalmente podría ser dulce.

O tal vez el más agrio que pueda existir.

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