| Risa de un solo caparazón
𝓡isa de un solo caparazón
El caparazón de tonos marrones
danzó entre los polvos de arena,
la violencia gruñó,
pidiendo salir,
escapar para arrasar con ella.
El vacío se desplegó en compás azul,
envolviendo la ira que estaba atorada
en su garganta moribunda.
Vio a la mujer, pequeña y terca,
aquella que era odiada por los vientos
y por la tierra,
la vio arder en fuego lento,
gritos de agonía,
desesperación definía su dicha.
Aquella rata se retorcía en su jaula
de lamentos sollozados en cielo,
un ardiente infierno,
un doliente tormento.
Las risas envolvieron al fuego,
las penumbras lloraron de cariño,
el sol envolvió a la luna
y el caparazón rio como un encantador
zafiro en penumbras.
El caparazón de, ahora tonos rojizos,
danzó entre lagunas de sangre,
aunque no hubiera nada más que él esa tarde.
Presenciando la muerte
de la peor humana que alas ha tenido,
condenando a mortales, alabando deidades.
Y cuando por fin las cenizas
volaron por el aire,
las carcajadas fueron pasando
a un segundo plano.
Se escucharon voces,
un conjunto de susurros:
"Maldito".
El caparazón jamás dejo de reír,
de danzar,
de disfrutar.
Las leyendas cuentan que aquella mujer
aun habita con él,
que el sol no lo acompaña,
que la luna no lo alumbra,
que los ángeles no lo ayudan.
Al desquiciado caparazón
que firmó él mismo en la tabla
de su tumba.
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