🦋𝟐𝟑🦋
El caos estalló en el momento en que Seongjin y sus hombres atacaron, pero lo que el grupo no esperaba era la llegada de los freaks evolucionados. Criaturas retorcidas, que antes habían sido vampiros y ahora eran mutaciones inhumanas, surgieron de las sombras, imponentes y letales. Su presencia era una visión aterradora: cuerpos descomunales, con extremidades alargadas y torsos torcidos, cubiertos por piel grisácea que parecía estar siempre en un estado de putrefacción. Los ojos sin vida brillaban en la oscuridad, y sus mandíbulas desencajadas goteaban saliva corrosiva, añadiendo un elemento aún más grotesco a su apariencia. Cada paso que daban resonaba como un golpe de tambor, llenando el aire con una sensación de desesperanza, como si el ambiente mismo reaccionara a la llegada de aquellos horrores.
Un olor nauseabundo impregnó el aire, haciendo que algunos contuvieran la respiración. El suelo temblaba con el peso de las criaturas, y cada uno de sus pasos era como un presagio de muerte. Los murmullos nerviosos y las respiraciones tensas de los soldados aliados se apagaron ante la brutal aparición de los freaks.
—¡Están usando freaks! —gritó Yoongi, al ver cómo esos monstruos avanzaban con una fuerza descomunal, sus gruñidos reverberando en los pasillos estrechos.
La presión sobre el grupo aumentó de inmediato, envolviéndolos en una atmósfera de pura desesperación. A pesar de su agotamiento, la adrenalina forzó a cada uno de ellos a entrar en acción. El miedo flotaba en el aire, palpable, pero no tenían tiempo para dejarse consumir por él. Los ojos de Jimin brillaron con una intensidad feroz, sus instintos vampíricos activados al máximo, pero lo que más lo inquietaba era que los freaks no mostraban miedo ni fatiga. Eran máquinas de destrucción, moviéndose sin descanso hacia ellos, imparables.
Jungkook, ahora humano y vulnerable, observó con rapidez cómo los freaks destruían cualquier cosa en su camino. El latido de su corazón era ensordecedor en sus oídos, cada pulso un recordatorio de su nueva fragilidad. La sensación de vulnerabilidad era desgarradora, pero no se dejó intimidar. Aunque su cuerpo ya no tenía las mismas capacidades sobrehumanas, su mente y entrenamiento seguían intactos. Con un coraje impresionante, se lanzó al combate cuerpo a cuerpo contra los hombres de Seongjin, desarmando a varios con agilidad y usando sus propias armas para defenderse. Cada movimiento era preciso, y cada ataque dirigido hacia puntos estratégicos para maximizar el daño. Pero aunque lograba derribar a los soldados humanos, los freaks eran una amenaza que requería más que simple habilidad física.
Uno de los freaks, un monstruo de músculos hinchados y piel podrida, se abalanzó hacia Jungkook con garras que parecían cuchillas forjadas en la oscuridad. Su rugido gutural resonó en el pasillo, haciendo temblar el suelo bajo los pies de Jungkook. Con el tiempo ralentizado por el terror, él rodó hacia un lado, apenas evitando el ataque, y usó la fuerza de su cuerpo para desviar una lanza que había recogido del suelo hacia el costado de la criatura. El impacto fue brutal, el sonido sordo de la carne desgarrada llenando el aire, pero no fue suficiente para detener al monstruo.
—¡No podemos enfrentarlos de frente! —jadeó Jungkook, retrocediendo mientras esquivaba otro ataque, sintiendo cómo su respiración se aceleraba. Recordaba lo que era sentir miedo físico real. Cada vez que esquivaba una garra, sentía la fragilidad de su nuevo cuerpo. Ya no era la fuerza indomable que había sido, y eso lo enfurecía más de lo que quería admitir. Pero el miedo... ese era un lujo que no podía permitirse. No ahora.
A unos metros de él, Jimin, en su forma vampírica máxima, se movía con una rapidez y fuerza que apenas podía controlar. Era una furia oscura, sus movimientos tan veloces que lo hacían parecer una sombra entre las criaturas, golpeando con la fuerza de un huracán. Pero los freaks, a diferencia de los humanos, no caían fácilmente. Sus cuerpos grotescos regeneraban las heridas con una velocidad aterradora, sus músculos retorciéndose y cerrándose incluso después de recibir golpes devastadores. Era como pelear contra algo inmortal.
El eco de antiguas batallas resonaba en la mente de Jimin, confundiéndolo por un instante. ¿Eran estos los mismos gritos que había oído hace siglos, o eran nuevos? La sensación de desorientación le duró solo un segundo, pero fue suficiente para que sintiera el filo de la fatiga cortándole el alma. El cansancio lo envolvía, como si un peso invisible intentara arrastrarlo hacia abajo. Mientras observaba la regeneración de los freaks, Jimin supo que necesitaba más que fuerza bruta para vencerlos. En medio del caos, sus recuerdos de vidas pasadas comenzaron a aflorar, enseñanzas que había adquirido como guerrero, estratega y líder a lo largo de los siglos. Sabía que estos monstruos no eran invencibles. Podía ver patrones en sus movimientos, puntos débiles que otros habrían pasado por alto.
"Piensa como un rey, actúa como un guerrero," se recordó, mientras sus ojos estudiaban frenéticamente el terreno y las criaturas que los rodeaban. Se percató de que, aunque los freaks regeneraban rápidamente, sus movimientos eran lentos y predecibles. Cada vez que se regeneraban, había un pequeño momento de vulnerabilidad. Esa era su ventaja.
—¡Vayan por sus puntos ciegos! —gritó Jimin, su voz cortando el caos a su alrededor. Su tono era firme, lleno de la autoridad que había aprendido en sus antiguas vidas.
Yoongi y Jin, al escuchar la orden, respondieron de inmediato. El peso del cansancio estaba empezando a afectarlos a ambos, pero la voz de Jimin era como un ancla en medio del caos. Yoongi, conocido por su precisión y rapidez, atacó los flancos de una de las criaturas, usando su agilidad para esquivar las enormes garras del freak mientras golpeaba con su cuchillo en puntos estratégicos. Cada movimiento le costaba un esfuerzo sobrehumano, sus músculos temblaban, pero él seguía adelante, movido por la determinación y la rabia.
Jin, por otro lado, se movía con la destreza de un guerrero experimentado, atacando las piernas de uno de los freaks con golpes precisos que lo hacían tambalearse. La criatura gruñía, y cada vez que intentaba regenerarse, Jin golpeaba de nuevo, impidiendo que se estabilizara. Los sonidos de carne desgarrada y hueso crujiente llenaban el aire, mientras los dos seguían atacando sin piedad.
Aprovechando la ventaja que Jimin les había dado, el grupo comenzó a coordinar sus ataques. Jin se colocaba en el frente, distrayendo a los freaks con golpes poderosos, mientras Yoongi se movía con velocidad, atacando desde los lados. Jimin, con su fuerza vampírica, los remataba con un golpe devastador que alcanzaba los puntos vitales de los freaks en el momento exacto en que se regeneraban. La sinfonía de golpes, gruñidos y órdenes entrelazadas creaba una atmósfera de coordinación perfecta, una danza mortal que ninguno de ellos habría podido realizar en solitario.
—¡Así es! ¡No les des respiro! —gritó Jimin, con los colmillos al descubierto, sintiendo cómo el poder fluía por su cuerpo. El agotamiento y la furia se mezclaban en su interior, un torbellino que lo mantenía en movimiento, guiado por el instinto y la necesidad de proteger a los suyos.
Las criaturas de Seongjin cayeron una tras otra, pero no sin dejar huellas de destrucción. Cada vez que uno de los freaks caía, otro tomaba su lugar, pero el grupo mantenía su posición, luchando con una fiereza que superaba el agotamiento que sentían. Eunwoo, Jaemin y Jeno hicieron todo lo posible por mantener a raya a los soldados humanos, usando una mezcla de armas improvisadas y su propio ingenio. Eunwoo, ágil y preciso, esquivaba los disparos mientras desarmaba a los guardias, y Jaemin, utilizando su habilidad estratégica, dirigía a los demás para que mantuvieran el terreno a su favor.
El aire estaba impregnado del olor metálico de la sangre y el humo de la pólvora. Las manos de todos temblaban, no solo por el cansancio, sino por la intensidad de la batalla que parecía interminable. Los freaks evolucionados seguían cayendo, pero cada batalla los dejaba más agotados. Los pasillos estaban llenos de cadáveres, tanto de soldados como de freaks, y la vista de sus cuerpos deformes servía como recordatorio de la brutalidad de su enemigo.
De repente, el rugido de los freaks cesó por un momento, como si todo el campo de batalla tomara una bocanada de aire. Un silencio antinatural llenó el ambiente, pesado, asfixiante, como el preludio de una tormenta. Los miembros del grupo se quedaron quietos, respirando con dificultad, conscientes de que algo aún peor estaba por llegar. Jimin sintió un escalofrío recorrerle la columna. Sabía lo que venía; esa pausa en el caos era solo el anuncio de una amenaza más grande.
Y entonces lo vio: Seongjin estaba aún allí, observando desde lejos, esperando el momento perfecto para atacar. Sus ojos fríos y calculadores recorrían el campo de batalla, analizaban cada movimiento de sus adversarios, buscando debilidades que pudiera explotar. No había emoción en su rostro, solo la calma de alguien que disfrutaba del sufrimiento de los demás. Bajo su capa, sus manos comenzaban a moverse con sigilo, preparándose para el próximo ataque. Sabía que no podía confiar solo en sus soldados ni en los freaks. Esta batalla requería algo más... algo personal.
Desde su escondite, Seongjin observaba cómo Jimin, a pesar de su abrumador poder, comenzaba a mostrar signos de fatiga. Aunque el vampiro era más rápido y fuerte que cualquiera en el campo, cada ataque le costaba más esfuerzo, y cada regeneración de los freaks parecía un recordatorio de que este enfrentamiento no terminaría fácilmente. El líder vampiro sonrió, la satisfacción fría de un depredador que ha acorralado a su presa. Y entonces, como un lobo acechando en la oscuridad, Seongjin dio un paso al frente, emergiendo de las sombras.
—¿Crees que has ganado, pequeño vampiro? —susurró Seongjin, su voz arrastrándose como veneno, impregnando el aire con una amenaza oculta—. Qué iluso eres. Esto... apenas es el principio de tu caída.
Antes de que Jimin pudiera reaccionar, Seongjin, con la rapidez de una serpiente, lanzó una granada de humo hacia el grupo. La densa niebla se esparció en un instante, oscureciendo todo a su alrededor. El humo era espeso y tóxico, especialmente diseñado para debilitar a los vampiros; su olor punzante atacaba los sentidos, quemando la garganta y los pulmones. Jimin sintió el ardor al instante, sus ojos se enrojecieron, mientras su cuerpo intentaba regenerarse con dificultad, cada inhalación convertida en fuego líquido.
—¡Cuidado con el humo! —gritó Yoongi, cubriéndose la boca con la manga de su chaqueta mientras sus ojos se entrecerraban, intentando ver entre la densa niebla. Jin, a su lado, rodó hacia un rincón del pasillo, buscando un punto de ventaja, luchando por no sucumbir al pánico que traía la ceguera momentánea.
Jimin, sus sentidos desorientados por el humo, intentaba localizar a Seongjin en medio del caos. Sabía que Seongjin no solo estaba observando esta vez; estaba cazando, buscando ese momento de vulnerabilidad que pudiera usar para destruirlo. La presión en su pecho aumentaba, una sensación de peligro inminente que lo envolvía.
De repente, lo sintió. Un ligero cambio en el viento, una sombra moviéndose más rápido de lo que los ojos podían captar. Antes de que Jimin pudiera reaccionar, Seongjin apareció a su lado, surgiendo de la niebla como un espectro de muerte. Sus movimientos eran precisos y letales, dirigidos a los puntos más vulnerables de Jimin. El primer golpe fue como un latigazo, directo a su costado, y luego otro, un golpe brutal que lo lanzó contra una pared cercana. El impacto reverberó a través de su cuerpo, sacudiendo sus huesos mientras intentaba encontrar estabilidad.
El dolor ardía en cada fibra de su ser, pero Seongjin no le dio tiempo para recuperarse. En un parpadeo, estaba sobre él de nuevo, su velocidad rivalizando con la de los vampiros más rápidos. Con un movimiento cruel y calculado, Seongjin clavó una daga bañada en plata directamente en el hombro de Jimin. El dolor fue instantáneo, como si su piel se quemara desde adentro, y Jimin soltó un grito desgarrador que resonó por el pasillo. La plata hervía en su carne, impidiendo la regeneración que normalmente lo habría salvado.
—¿Qué se siente, Jimin? —murmuró Seongjin, con una sonrisa retorcida mientras torcía la daga, hundiéndola más en la herida—. No importa cuánta fuerza poseas ahora... jamás podrás detenerme.
El sonido del metal hiriendo carne era espantoso, y Jimin sintió que la oscuridad lo tragaba, que la fuerza del enemigo lo sobrepasaba. Pero no iba a rendirse. En su interior, algo comenzó a despertar. Las estrellas. Las vidas. Los recuerdos de sus antiguos yoes, desenterrándose uno a uno, como constelaciones formándose en el vacío. Había enfrentado monstruos peores, había sobrevivido a guerras que otros ni siquiera podrían imaginar, y en todas esas vidas, siempre había encontrado una forma de vencer, incluso cuando el costo había sido su propia vida. Esto no sería diferente.
Con una ráfaga de energía renovada, Jimin aprovechó el mínimo descuido de Seongjin, usando la fuerza de sus piernas para impulsarse hacia atrás. Con un gruñido de pura determinación, desclavó la daga de su hombro, apartando al enemigo lo suficiente para recuperar el aliento. Su cuerpo temblaba por el dolor, pero su mente estaba clara. Más clara que nunca.
"Se mueve rápido, pero su estilo es predecible," pensó Jimin, sus ojos analizando cada movimiento de Seongjin, recordando las enseñanzas de combate de su vida como estratega. "Tiene que acercarse para atacar. Y cuando lo haga, lo estaré esperando."
—¡Eres tú el que está acabado, Seongjin! —gruñó Jimin, sus colmillos reluciendo a través de la niebla. Su voz, profunda y resonante, vibraba con un poder que no había mostrado antes.
Aprovechando un breve momento de distracción de Seongjin, Jimin cargó con toda la velocidad vampírica que le quedaba. Esquivó el siguiente ataque con una agilidad que sorprendió al líder y atrapó su muñeca, torciendo su brazo con tal fuerza que un crujido aterrador resonó por el pasillo. Seongjin gritó, por primera vez mostrando algo más que su frialdad habitual. El dolor se reflejó en su rostro, pero antes de que pudiera reaccionar, Jimin lo lanzó con brutalidad contra una pared, sus movimientos cargados de una ira contenida.
Seongjin, sin embargo, no cayó. Como si la violencia solo alimentara su sed de batalla, rodó sobre sí mismo, levantándose de inmediato con una sonrisa sanguinolenta, sus ojos chispeando de excitación. —Eso es... —susurró con una voz rasposa—. Muéstrame de lo que eres capaz, pequeño vampiro.
Pero justo cuando Seongjin estaba a punto de lanzarse al contraataque, un rugido inhumano resonó por el pasillo. Uno de los freaks, que aún quedaba en pie, se lanzó hacia Seongjin, fuera de control, probablemente afectado por la misma furia ciega que el propio Seongjin había sembrado en sus criaturas.
El ataque fue tan inesperado que incluso Seongjin no pudo reaccionar a tiempo. El freak lo embistió con una fuerza brutal, arrojándolo contra el otro extremo de la sala. El impacto fue violento; las paredes temblaron y fragmentos de concreto cayeron. Por primera vez, la compostura fría y calculadora de Seongjin se desmoronó, su rostro se torció en una mezcla de furia y sorpresa.
Jimin, viendo su oportunidad, no dudó. Con la velocidad vampírica que aún le quedaba, se lanzó hacia Seongjin antes de que pudiera levantarse. Esta vez, no se contuvo. Con precisión despiadada, inmovilizó la muñeca de Seongjin, sus ojos oscuros clavados en los del líder caído.
—Dices que jamás podré detenerte... —susurró Jimin, su voz baja, pero cargada de una calma letal—. Pero aunque seas un vampiro... tú tampoco eres eterno.
Los ojos de Seongjin parpadearon por un momento, sorprendido por esas palabras. Y justo en ese instante, Jimin recordó algo. Un pequeño detalle que había pasado por alto en medio del caos de la batalla. Mientras cruzaban el pasillo, justo antes de que el ataque comenzara, había oído un sonido. Un chasquido suave, casi imperceptible, como el de una jeringa perforando la piel. Había sido tan sutil que lo había desestimado, pero ahora, todo tenía sentido.
"Se inyectó algo antes de la pelea," pensó Jimin, con la certeza helada de una verdad recién descubierta. Seongjin había tomado precauciones, no solo contra ellos... sino contra sí mismo. Este monstruo, que se creía invencible, había aceptado su propia mortalidad mucho antes de que todo esto comenzara. El hecho de que Seongjin hubiera sentido la necesidad de inyectarse algo antes del combate era una admisión tácita: sabía que el fin estaba cerca, sabía que incluso su poder tenía límites.
La revelación golpeó a Jimin como un rayo. Su enemigo no era tan intocable como quería aparentar. Había una debilidad oculta, un miedo en el fondo de sus ojos calculadores, y Jimin ahora lo veía con claridad. Su cuerpo aún temblaba por el dolor, pero la furia y la determinación lo mantenían firme, incluso mientras la herida en su hombro escocía con el veneno de la plata.
Seongjin, aún aturdido por el golpe, soltó una carcajada ronca, pero su expresión ya no era de absoluto control. Una chispa de duda brilló en sus ojos, apenas perceptible, pero suficiente para que Jimin la notara.
—No entiendes nada —escupió Seongjin, forzando una sonrisa retorcida—. El poder que tengo va más allá de lo que puedas imaginar. Incluso si esta noche termino aquí... ya sembré suficiente destrucción. Esto es solo una pieza en un juego mucho más grande.
A pesar de sus palabras, Seongjin respiraba con dificultad. La sangre corría por una herida en su frente, y su cuerpo, aunque aún fuerte, parecía agotado. Jimin podía ver que el veneno que había inyectado en sí mismo tal vez le daba una ventaja temporal, pero también parecía estar drenando su vitalidad, consumiéndolo desde adentro.
—Eres solo un cobarde —replicó Jimin, su voz cargada de desprecio—. Un cobarde que destruye a otros porque nunca tuvo el valor de enfrentar su propia mortalidad. Pero yo no soy uno de tus juguetes. Y voy a ponerle fin a todo esto, aquí y ahora.
Jimin avanzó con decisión. Los músculos de su cuerpo vibraban con energía renovada, y cada latido, cada recuerdo de sus vidas pasadas, lo impulsaba hacia adelante. A medida que avanzaba, su visión se volvió nítida, más enfocada que nunca. No sentía miedo; solo un deseo implacable de terminar con el reinado de terror de Seongjin.
Seongjin retrocedió instintivamente, intentando mantener la distancia, pero antes de que pudiera planear su próximo movimiento, Jimin ya estaba sobre él. Con una velocidad y precisión devastadoras, Jimin lanzó un golpe directo a su abdomen, haciendo que Seongjin se doblara de dolor. Aprovechando el momento, Jimin rodeó su brazo y lo sujetó firmemente por el cuello, obligándolo a mirarlo a los ojos.
—¿Dime, Seongjin...? —Jimin susurró, sus colmillos expuestos, la furia brillando en sus ojos—. ¿A qué sabe el miedo?
Seongjin intentó liberarse, luchando desesperadamente, pero Jimin no lo soltó. En un último intento por liberarse, Seongjin alzó una mano hacia su cinturón, donde guardaba una segunda daga, pero Jimin fue más rápido. Tomó la daga y la arrojó lejos, escuchando cómo caía en algún rincón oscuro del pasillo.
Seongjin, acorralado y sin armas, respiraba con dificultad, su rostro ya no tenía rastro de la arrogancia de antes. —Esto... no cambia nada —jadeó—. Incluso si muero aquí, otros tomarán mi lugar. La corrupción ya está sembrada.
—Quizás tengas razón —admitió Jimin, con una calma peligrosa—. Pero tú no vivirás para verlo. Escuché cuando te inyectaste, sabes que esto es el final, ¿no? Por eso tomaste precauciones. Incluso tú... no eres inmortal.
El destello de sorpresa en los ojos de Seongjin fue breve, pero estuvo ahí, justo antes de que Jimin hundiera la daga de plata en su pecho, enterrándola hasta el fondo. El sonido del metal penetrando su cuerpo llenó la sala, acompañado por un gemido sofocado de Seongjin.
Seongjin jadeó, herido y debilitado, derrumbándose ante Jimin. Incluso en su agonía, una sonrisa torcida se dibujó en su rostro.
—No podrás convertirlo de nuevo —susurró, su voz rota pero afilada como una navaja—. La cura que le administré... destruye las partículas del virus vampírico. Será humano... el tiempo que le quede.
Jimin, listo para acabar con él, se quedó congelado. Las palabras de Seongjin lo golpearon como un puñetazo. Su mirada se entrecerró mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar, tratando de comprender la insinuación oscura que había en esas palabras.
—¿El tiempo que le quede? —preguntó Jimin, su voz temblorosa. Algo en él sabía que esta respuesta traería más dolor.
La risa de Seongjin fue un susurro entrecortado, un eco retorcido que vibraba en el aire denso de la sala, como veneno esparciéndose lentamente.
—¿De verdad pensabas que alguien puede permanecer joven para siempre? —dijo entre risas ahogadas, apenas un hilo de voz—. Doscientos años como vampiro... Pero el tiempo no será tan generoso con él ahora, pequeño vampiro.
La risa de Seongjin se volvió cruel, descontrolada, llenando el aire como una niebla tóxica que parecía burlarse de Jimin, de su esperanza, de su impotencia. Aunque su vida se apagaba, el veneno de sus palabras seguía en el aire, sembrando una semilla de duda que comenzaba a crecer en la mente de Jimin.
Jimin quedó inmóvil, el eco de esas palabras resonando en su cabeza. Todo lo que había planeado, lo que había creído sobre Jungkook, sobre la posibilidad de vivir juntos ahora que él era humano... todo tambaleaba frente a él. ¿Seongjin estaba diciendo la verdad? La risa de Seongjin se deslizaba por su mente, como una sombra que se negaba a desaparecer.
En medio de ese caos interno, Yoongi y Jungkook intercambiaron una mirada cargada de significado. No necesitaban palabras para entender lo que debían hacer. Ellos, al igual que Jimin, habían sufrido bajo las garras de Seongjin, habían soportado el horror de esos laboratorios inhumanos. Pero, a diferencia de Jimin, no estaban paralizados por el impacto emocional de las palabras de Seongjin. Este era el momento que habían esperado: la oportunidad de cerrar el ciclo de dolor que Seongjin había traído de regreso a sus vidas.
Yoongi fue el primero en moverse. Sus ojos, siempre calculadores, ahora brillaban con una ira contenida, una furia que había acumulado durante años, escondida bajo su fachada fría. Con pasos precisos y silenciosos, avanzó hacia el cuerpo malherido de Seongjin. En su mano, un cuchillo de plata que había recogido entre los restos de la batalla brillaba débilmente, como una promesa de justicia. La risa de Seongjin, que hasta hacía un momento resonaba con burla y crueldad, se cortó abruptamente cuando sintió la presencia de Yoongi junto a él.
Pero antes de que Seongjin pudiera siquiera procesar la amenaza, Yoongi ya había hundido el cuchillo en su costado con un golpe certero, directo, implacable. El sonido del metal penetrando carne y hueso resonó en la sala, un eco que marcaba el principio del fin para el tirano.
Seongjin gruñó, el dolor distorsionando su rostro. Aun herido, intentó contraatacar. Pero antes de que pudiera reunir fuerzas para un último esfuerzo, Jungkook se lanzó sobre él con una determinación fría. A pesar de su nueva fragilidad humana, su entrenamiento y agilidad seguían intactos. En un movimiento rápido, desarmó a Seongjin y lo golpeó con toda la fuerza que pudo reunir, directo al pecho.
La mirada de Jungkook no reflejaba venganza, sino una resolución gélida. Sabía que no se trataba de desquitarse, sino de evitar que Seongjin destruyera más vidas, de proteger a quienes amaba. Y aunque ahora era humano, su espíritu seguía siendo el de un guerrero dispuesto a pelear hasta el último aliento.
Yoongi, sin apartar la vista de Seongjin, se acercó aún más, su respiración pesada, sus manos firmes a pesar de la fatiga. —Esto es por todos aquellos que sufrimos por el maldito virus de tu familia... —susurró, sus ojos centelleando con una mezcla de rabia y dolor contenido—. Por mi hermano. Por Jungkook. Por Jimin.
Y entonces, con un último y devastador movimiento, Yoongi clavó el cuchillo en el corazón de Seongjin. La hoja plateada atravesó su carne como si cada año de sufrimiento le diera fuerza a su mano, liberando a todos de la sombra de crueldad que Seongjin había impuesto sobre ellos.
Seongjin soltó un último suspiro, su cuerpo convulsionando antes de colapsar al suelo. La vida se apagó en sus ojos en un instante, y con ella, se desvaneció el peso de su poder. El tirano había caído. El silencio que siguió fue denso, como si el aire contuviera la liberación de todas las almas atrapadas en su juego cruel. El grupo, jadeante y agotado, se detuvo alrededor del cuerpo inerte, sus respiraciones un eco en la sala vacía.
Jimin, aún aturdido por el shock emocional, levantó lentamente la mirada. Vio los cuerpos de Yoongi y Jungkook sobre el de Seongjin, y fue como si la realidad lo golpeara de una sola vez. La batalla había terminado. Seongjin estaba muerto. Pero en lugar de sentir alivio, el eco de las últimas palabras de Seongjin seguía flotando en su mente, envenenando cualquier posibilidad de paz.
"El tiempo que le quede..." La voz de Seongjin resonaba como un eco maldito, y aunque la vida de su enemigo se había apagado, su veneno seguía vivo, ahora en forma de duda. Jimin no podía sacarse esas palabras de la cabeza.
Yoongi, recuperando el aliento, se giró hacia él. Por un momento, sus ojos fríos reflejaron una comprensión silenciosa. —Ya no puede hacer más daño —dijo con calma contenida, como alguien que ha visto demasiado sufrimiento y finalmente encuentra un cierre.
Jungkook, respirando con dificultad, también se acercó. Su expresión era grave, pero serena. —Esto tenía que acabar así, Jimin —murmuró, su voz rasposa pero firme—. Por todo lo que él nos hizo. Ahora... ya no puede lastimar a nadie más.
Las palabras de Jungkook no contenían triunfo, solo una aceptación fría y resignada. Seongjin se había llevado demasiado, y detenerlo era una necesidad. Pero aunque Seongjin había caído, Jimin sentía que lo más difícil aún seguía en pie, creciendo en su interior.
Miró a Jungkook, a sus ojos humanos, a la calidez frágil de su cuerpo. Y en ese instante, el peso de la mortalidad de Jungkook cayó sobre él como una carga inescapable.
"El tiempo que le quede..."
El eco de esas palabras parecía hundirse aún más en su mente. Seongjin había muerto, pero su sombra seguía ahí, envolviendo a Jimin en una duda que no sabía si podría superar.
Jimin miró a Yoongi y Jungkook, ambos agotados, ambos heridos, y comprendió que lo que habían hecho era lo correcto. Pero el peso de las decisiones, de las pérdidas que todos habían sufrido, se le clavaba en el alma como una espina. Lo que Seongjin había revelado sobre Jungkook aún colgaba sobre ellos como una espada invisible. El tiempo... Esa palabra ahora se sentía como un enemigo nuevo y temible.
Y entonces, el golpe real lo atravesó: Jungkook era humano de nuevo. Mortal. Frágil. El tiempo era su adversario más cruel, y Jimin no tenía el poder para detenerlo. Mientras el recuerdo de las palabras de Seongjin seguía retumbando en su mente, una rabia fría comenzó a abrirse paso entre la confusión. ¿Podía creer lo que Seongjin había dicho? ¿O había sido un último intento de envenenar lo que les quedaba?
Esto no puede ser verdad, pensó Jimin, apretando los dientes. Pero las dudas seguían creciendo, aferrándose a él. El tiempo que le quede... Seongjin había muerto, pero su malicia seguía viva en esos ecos, como una sombra imposible de disipar.
Mientras el polvo de la batalla comenzaba a asentarse, Jimin sintió que algo cambiaba dentro de él. Sus manos, que aún temblaban por la intensidad del combate, poco a poco se estabilizaron. Cerró los ojos un instante, buscando un control que aún le resultaba extraño pero necesario. Las garras que había desarrollado en plena batalla, recordándole lo que ahora era, empezaron a retraerse con un leve esfuerzo de concentración. Un pequeño acto de control que le dio una calma momentánea.
El grupo se reunió a su alrededor, agotados pero unidos. Las miradas entre ellos decían más de lo que las palabras podían expresar. A pesar del triunfo, Jimin sabía que la verdadera batalla apenas comenzaba. Mientras veía a Jungkook, el peso de la fragilidad humana y del tiempo se hizo más evidente que nunca.
—Vamos a casa —dijo Jin, rompiendo el silencio con una voz suave pero firme—. Todos necesitamos descansar y recuperar fuerzas.
Jin se acercó a Jimin, observándolo detenidamente. Aquellos ojos que antes brillaban con vida ahora eran un abismo rojo intenso, frío y distante. Su piel, antaño cálida, se había vuelto pálida, translúcida, como si la vida misma hubiera sido drenada de su cuerpo. Verlo así aplastó a Jin de una forma que no había anticipado. Colocó una mano temblorosa en el hombro de Jimin, en un gesto que alguna vez fue reconfortante, pero que ahora se sentía como la confirmación de una pérdida irreparable.
Con la voz quebrada por la emoción, Jin murmuró:
—Le prometí a Taehyung que te traería sano y salvo... —su voz se quebró, luchando contra la marea de emociones que amenazaba con desbordarse—, pero... solo cumplí a medias.
Jin apretó los labios, conteniendo las lágrimas que pugnaban por salir. Su respiración era irregular, intentando mantener una compostura que sabía que no podría sostener mucho más. Jungkook observaba la escena en silencio, su expresión grave. Nadie conocía mejor que él la lealtad inquebrantable de Jin, y verlo consumido por la culpa era una carga demasiado pesada incluso para él.
No hubo sonrisa en su rostro esta vez. Solo una mirada de profundo arrepentimiento mientras sus ojos buscaban los de Jimin, como si esperara encontrar algún rastro del chico que una vez fue. El peso de su promesa incumplida lo aplastaba. Había hecho lo imposible para salvar a Jimin junto con los demás, pero verlo en esa nueva forma, atrapado entre lo que fue y lo que ahora era, lo llenaba de una tristeza indescriptible.
Jin bajó la mirada, como si no pudiera soportar más la visión de lo que había ocurrido con Jimin. La culpa lo consumía por dentro.
—Te traje de vuelta, sí... —continuó Jin, con la voz temblorosa mientras las lágrimas finalmente se acumulaban en sus ojos—. Pero no a ti... No al Jimin que Taehyung espera. No al Jimin que yo quería salvar. Te he perdido de alguna manera, aunque sigues aquí.
Jimin lo miraba en silencio, pero las palabras de Jin calaban profundo, removiendo sentimientos que él mismo aún no sabía cómo manejar. Cada palabra se sentía como un peso insoportable sobre los hombros de Jin, quien ahora luchaba por contener las lágrimas que lo sofocaban.
—¿Cómo voy a explicarle a Taehyung? ¿A tu mamá? —dijo Jin, más para sí mismo que para Jimin—. Yo pensé que si lograba sacarte, si vencíamos a Seongjin, todo estaría bien... Pero no tenía idea de lo que esto realmente significaría.
Jin finalmente alzó la mirada hacia los ojos de Jimin, tratando de encontrar consuelo en lo que alguna vez fue el mejor amigo de Taehyung, pero lo único que encontró fue un vacío abrumador, una presencia ajena que lo hacía sentirse aún más perdido.
—Lo siento tanto... —murmuró Jin, su voz apenas un susurro, como una disculpa que sabía que nunca sería suficiente.
El silencio era pesado, cargado de emociones que nadie podía poner en palabras. Y entonces, Jimin finalmente habló. Sus ojos rojos brillaban con una intensidad extraña, pero detrás de esa frialdad, aún quedaba un destello de humanidad, una chispa de lo que alguna vez fue.
—Jin... —susurró Jimin, su voz ronca, quebrada, pero cargada de sinceridad—. No me fallaste. Ni a mí, ni a Taehyung.
Jin levantó la vista lentamente, sorprendido por la respuesta de Jimin.
—Hiciste todo lo que pudiste —continuó Jimin, su voz ganando fuerza—. Más de lo que cualquiera habría hecho. No eres responsable de lo que me ha pasado, ni de lo que soy ahora. El único responsable aquí fue Seongjin. Él me hizo así.
Jimin dio un paso hacia Jin, colocando su mano fría sobre la de él. Un gesto pequeño, pero que llevaba consigo un intento de consuelo.
—Lo importante es que sigo aquí. Estoy... vivo, de alguna manera —dijo Jimin, su tono más firme—. Y eso es gracias a ti, Jin. No me trajiste de vuelta como era antes... pero aún estoy aquí, y es todo lo que importa ahora.
Jungkook, que había estado observando en silencio, sintió cómo las palabras de Jimin parecían aliviar el peso que Jin llevaba. Aunque nada podía borrar la culpa, ver a Jimin aún aferrado a algo de humanidad le dio una pizca de esperanza.
Jin esbozó una débil sonrisa, una sonrisa que no nacía de la alegría, sino de la aceptación de lo inevitable. Dio un paso atrás y, con un suave empujón, guió a Jimin hacia Jungkook.
—Ve con él, Jimin —dijo Jin, su voz quebrándose ligeramente, aunque llena de convicción—. Aprovecha cada momento que tengan. Es lo único que realmente importa ahora.
Jimin asintió lentamente, moviéndose casi por inercia, aunque sus emociones seguían luchando por desbordarse. Jin se apartó, dándoles espacio, consciente de que en ese momento su lugar no estaba allí. Jimin necesitaba estar con Jungkook.
Mientras Jimin avanzaba hacia Jungkook, sus ojos se encontraron. Jimin percibió algo distinto en la mirada de Jungkook: una mezcla de fuerza y vulnerabilidad que lo hacía aún más valioso, más real. En su humanidad recuperada, Jungkook era una contradicción viviente; mortal, pero eterno en el amor que Jimin sentía por él.
Jimin se acercó a Jungkook con pasos vacilantes, cada uno cargado con el peso de la revelación que solo él conocía. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Jungkook lo miró con esa misma calidez de siempre, esa luz suave en sus ojos que ni la batalla ni el agotamiento humano habían apagado. Aunque su cuerpo ahora mostraba signos visibles de cansancio, su mirada conservaba toda la fortaleza de su espíritu.
Al principio, Jungkook no dijo nada. Simplemente abrió los brazos, ofreciéndole un refugio en su abrazo. Era un gesto sencillo, pero en ese contacto había más consuelo del que Jimin había sentido en todo el día. Sin dudarlo, se dejó caer en los brazos de Jungkook, rodeándolo con fuerza. El calor del cuerpo de Jungkook, ahora frágil y mortal, lo envolvió, y Jimin se permitió aferrarse a ese momento, sabiendo que esos abrazos eran más preciosos que nunca.
—Estamos aquí... juntos —susurró Jungkook suavemente, su voz firme mientras lo sostenía con cariño—. Eso es lo único que importa, Jimin.
Jimin cerró los ojos, dejando que las palabras de Jungkook lo tranquilizaran. Para los demás, esas palabras podían ser un bálsamo reconfortante, un alivio después del caos. Pero solo Jimin conocía el peso real que cargaban. Sí, estaban juntos, pero el tiempo con Jungkook era limitado.
—Sí... —murmuró Jimin, apretando los ojos mientras se aferraba aún más a Jungkook—. Eso es lo que importa.
Eunwoo, que había estado observando en silencio, se acercó con una sonrisa tranquilizadora, intentando suavizar la tensión en el ambiente. —No te preocupes por Jungkook. Lo que necesita es una buena comida para recuperar fuerzas y descansar —dijo, dándole una palmada en el hombro con un tono familiar—. ¿Qué prefieres, Kook? ¿Pizza o hamburguesa?
Jungkook, aunque visiblemente exhausto, no había perdido su sentido del humor. Esbozó una sonrisa cansada. —Pizza suena perfecto... pero si me das ambas, no me quejaría —bromeó, intentando levantar el ánimo del grupo.
A pesar de las heridas y el agotamiento emocional, una risa ligera se escapó entre ellos. Fue un destello de alivio en medio del caos. La batalla había sido brutal, pero habían sobrevivido. Y en ese momento, eso era lo único que importaba.
Aliviados por el comentario de Eunwoo y la broma de Jungkook, el grupo comenzó a moverse lentamente hacia la salida del complejo. Las cicatrices físicas y emocionales aún eran frescas, pero la inminente sensación de peligro había desaparecido. Mientras caminaban, cada uno cargaba con sus propios pensamientos, cicatrices invisibles de lo que acababan de vivir. Jimin, en particular, se mantenía cerca de Jungkook, sus ojos atentos, como si temiera que un solo paso los separara. Era como si su sola proximidad pudiera evitar que la frágil realidad que compartían se rompiera.
Jimin no podía dejar de mirar a Jungkook con una mezcla de alivio y tristeza. Sabía lo que nadie más comprendía: su tiempo juntos era finito, un regalo que desaparecería antes de lo esperado. Las palabras de Seongjin seguían resonando en su mente, como un eco persistente que no podía ahogar.
Jin, que caminaba al frente, lanzó una mirada rápida hacia Jimin y luego a Jungkook, una sonrisa breve y cargada de alivio asomando en sus labios. —Lo logramos —dijo, su voz calmada, pero con las emociones a flor de piel—. Vamos a casa y recuperemos fuerzas. Todavía tenemos mucho que planificar.
Jimin asintió, aunque sentía el peso del futuro apretando su pecho. —Sí... pero primero, pizza y hamburguesa para Jungkook. Se lo ha ganado —dijo, esbozando una sonrisa que no alcanzaba del todo a sus ojos.
El grupo siguió avanzando, el silencio entre ellos ya no estaba cargado de miedo, sino de una reflexión profunda. A medida que se acercaban más a la salida, las cicatrices físicas y emocionales del conflicto se hacían más evidentes, pero también lo hacía el vínculo entre ellos, fortalecido por lo que acababan de enfrentar.
Mientras tanto, Jaemin observaba las ruinas alrededor, su ceño fruncido y su mirada cargada de preocupación. Al acercarse a Jeno, notó una tensión contenida su postura, como si estuviera procesando el peso de lo que había sucedido y lo que significaría de ahora en adelante.
—Jeno, ¿qué vamos a hacer con todo esto? —preguntó Jaemin, mirando el caos y los escombros a su alrededor—. No podemos dejar evidencia de lo que pasó aquí.
Jeno, aunque visiblemente afectado por las heridas que había sufrido, esbozó una sonrisa burlona, esa que siempre parecía un escudo para ocultar lo que realmente sentía. Sin embargo, había algo diferente esta vez, como si la sonrisa careciera de la misma arrogancia que solía acompañarla. —No te preocupes, Jaemin. Voy a prenderle fuego a todo —respondió, su voz más apagada de lo usual—. Me aseguraré de que no quede ni una ceniza de esto.
Pero mientras lo decía, sus ojos no se apartaban de los restos del lugar, y por un segundo, su máscara de indiferencia pareció resquebrajarse. Había algo en su mirada que no coincidía con sus palabras, como si el incendio que planeaba encender no fuera suficiente para quemar el peso emocional que cargaba.
Jaemin lo observó detenidamente, captando el cambio en su tono, la fragilidad detrás de su respuesta. —Jeno... no quiero dejarte solo. No después de todo lo que ha pasado —dijo, su voz cargada de una preocupación genuina que Jeno intentaba ignorar.
Jeno se quedó en silencio por un momento, apretando los labios. Estar de pie en ese lugar le provocaba un nudo en el estómago. No era solo el fuego lo que necesitaba para purificar ese espacio. Era lo que ese lugar representaba: el legado de su hermano, la oscuridad que había consumido a su familia y, de alguna manera, también a él mismo.
—Estaré bien, Jaemin —replicó Jeno, esta vez con una sonrisa más suave, menos arrogante y más honesta—. Ahora que mi hermano ya no está aquí, puedo encargarme de las cosas a mi manera.
A medida que pronunciaba esas palabras, la realidad de lo que significaban lo golpeaba. Su hermano, la sombra que había influido en cada decisión que había tomado, ya no estaba. Esa libertad que tanto había anhelado finalmente era suya, pero no se sentía como lo había imaginado. No había alivio, no había satisfacción. Solo un vacío que no podía llenar tan fácilmente. El poder hacer las cosas a su manera significaba que, por primera vez, estaba realmente solo.
Jaemin captó el cambio en la expresión de Jeno y supo que, aunque su amigo decía estar bien, la verdad era mucho más compleja. La sonrisa que Jeno había usado tantas veces como armadura no podía ocultar el dolor en sus ojos.
—Está bien... pero si necesitas algo, ya sabes dónde encontrarnos —dijo Jaemin, manteniendo su tono suave pero firme. No insistió más, pero dejó la oferta abierta, como una promesa silenciosa de que no lo abandonaría.
Jeno asintió, agradeciendo el gesto en silencio. Observó las ruinas una vez más, las sombras de su hermano y el horror que había presenciado allí desvaneciéndose lentamente bajo el peso de las decisiones que debía tomar. Encender el fuego y destruir todo lo que quedaba era algo que sabía que debía hacer, pero también comprendía que lo que realmente necesitaba quemar, lo que realmente tenía que destruir, estaba mucho más adentro de él de lo que las llamas podrían alcanzar.
Por primera vez en mucho tiempo, Jeno se sintió vulnerable. Y eso era algo que no sabía cómo manejar. Mientras Jaemin se alejaba, dejó escapar un suspiro que había estado conteniendo, su mirada fija en las sombras, en el pasado que ardía dentro de él, esperando el momento en que pudiera apagar ese fuego interno.
Finalmente, el grupo se reorganizó para marcharse. Jeno se quedó un poco atrás, mirando las ruinas y pensando en lo que significaría para él encender ese fuego. Sabía que la batalla externa había terminado, pero la lucha interna por lo que había sido, por lo que ahora era y por lo que debía convertirse, apenas comenzaba.
Con el grupo avanzando en silencio, Jimin también sentía que otra batalla, más íntima, apenas empezaba. Ahora que el caos había cesado, la realidad lo golpeaba con una fuerza abrumadora. Tendría que enfrentarse a su familia. Pensaba en su madre, en cómo reaccionaría al verlo así, y en su abuelo... Sabía que esa reunión sería especialmente difícil. Las preguntas, los miedos y las revelaciones se cernían sobre él como una tormenta inminente. No tenía todas las respuestas, y eso lo aterraba. Necesitaría más que nunca la guía y el apoyo de su familia. Aunque había aceptado lo que era, seguía luchando por comprender lo que eso significaba para su vida, para su futuro... y para Jungkook.
Mientras caminaban bajo la luz difusa del amanecer, el silencio entre Jimin y Jin era denso, casi insoportable. El aire fresco de la mañana apenas podía aliviar el peso de las emociones que cargaban ambos. Jin miraba de reojo a Jimin, reconociendo la batalla interna que se libraba en su interior, aunque él no dijera una sola palabra.
Jimin avanzaba como si cada paso lo acercara más al borde de un precipicio. Sus pensamientos eran un torbellino de culpa, incertidumbre y miedo. El rostro de su madre, de su abuelo y de Taehyung cruzaban por su mente, pero eran imágenes distorsionadas por la duda. ¿Cómo podría explicarles lo que había pasado? El peso de esa revelación le apretaba el pecho con una fuerza sofocante. Y aunque ahora entendía que su tiempo con Jungkook era limitado, no podía permitir que ese pensamiento lo paralizara.
Debo ser fuerte. Por ellos. Por él.
🌟
Con respecto a Seongjin y su trama no me alargue mucho porque pensé que no tenía mucho sentido darle un desarrollo como villano que solo añadiría relleno a la historia, sabemos todo lo necesario de él: la familia responsable del laboratorio tenía un hijo oculto que vendría a ser él, se inyecto el virus vampiro que potenció su vampirismo qué de todas forma no le sirvió de nada por que es un virus, esta la posibilidad siempre de que falle y es por esto que Seongjin fue vencido tan fácilmente, el virus no logró adaptarse complentamente a él.
Aparte que era alguien cegado por completo, no distinguía entre el bien y el mal de las cosas que hacía, darle un "trasfondo" sería irme del foco principal que son los demás personajes que considero si influye más en la historia, si Seongjin había sido capaz de dañar a su hermano con tal de poder secuestrar a Jungkook y Jimin y todas sus acciones hablan suficiente de él como persona 🫠
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