El campamento
SHOT ESCRITO POR: Nefilim_624
FRASE: Las verdaderas historias de amor nunca tienen final.
Lo suyo fue un amor de película que, como muchos, comenzó en San Valentín.
Se conocieron en un pequeño campamento, ubicado en una hermosa playa donde, cada día, les obligaban a realizar funciones de mantenimiento para ayudar a los animales marítimos. Fue entonces cuando la vio, agachada junto a una tortuga al igual que él, limpiando la suciedad de su caparazón.
Debió de sentirse observada, puesto que ella también alzó la mirada y sus ojos se encontraron, como si una chispa hubiese saltado. No volvieron a alejarse en lo que quedaba de campamento.
Desayunaban juntos, limpiaban juntos y, en los pocos ratos libres que tenían, paseaban juntos por la playa. Hasta que, finalmente, llegó el fatídico día.
Todo lo bueno se acaba y los campamentos no son una excepción. El corazón del chico se encogió mientras abrazaba con suavidad a la causante del mejor verano de su vida, cerró los ojos y dejó que su olor a mar le envolviese. Su padre le llamó para que se fuera, pero él no quería soltarla.
-No lo olvides, escríbeme cada semana -susurró ella entonces, con su dulce voz ronca en su oído. Él solo pudo asentir.
Durante el trayecto de vuelta, su mente voló por los recuerdos de la chica a la que había conocido y que, posiblemente, no volvería a ver en su vida. Ni siquiera prestaba atención a las preguntas de su padre o a sus tajantes recomendaciones.
-Hazme caso, no vuelvas a pensar en esa chica, es lo mejor. Sé que va a ser muy difícil al principio, pero saldremos de esta.
Sus palabras fueron ignoradas con rapidez mientras el chico se regodeaba en su triunfo; la dirección de la chica, escrita con letra temblorosa en su mano derecha.
Le daba igual lo que dijese su padre, iba a escribirle cada semana, justo como ella le había pedido. Aunque nunca podría imaginar los terribles sucesos que serían desencadenados por esa acción.
Así pues, semana tras semana, introducía un impoluto sobre blanco en el buzón. Su ilusión no tardó en tornarse tristeza cuando, después de meses esperando, no llegó una sola respuesta.
Las estaciones pasaron y el tiempo cambió, incluso el año llegó a finalizar, pero nunca recibió una sola carta de la joven. Pese a ello, cada semana volvía a introducir un nuevo sobre en el buzón, garabateado con letra temblorosa. Todos los domingos, a la misma hora.
Poco a poco, el chico se fue sumiendo en un mar de desesperación del que su padre, visiblemente preocupado, trató de sacarlo. Le llevó a un psicólogo, probó con terapia y medicación, pero nada surtió efecto.
Su hijo se negaba a hablar con los médicos y escondía sus pastillas en lugar de tragarlas. Le preguntó muchas veces el motivo y él nunca respondió, ya apenas hablaba. No hasta que llegó esa fatídica carta.
El chico estaba agotado, se sentía incapaz de seguir adelante, aunque eso no le impidió cumplir con su pequeño ritual. Así pues, bajó con lentitud las escaleras y se acercó con pasos pesados a la puerta, produciendo un desagradable sonido al arrastrar los pies sobre las baldosas del suelo. Como cada domingo, se acercó al pequeño buzón rojo y se dispuso a depositar un nuevo sobre en su interior. Sin embargo, esa vez había algo en el pequeño compartimento.
Sintió cómo su corazón se aceleraba a medida que introducía la mano en el tubo de metal, sacó con manos temblorosas un pequeño sobre de papel amarillento y dejó que una enorme sonrisa curvase sus labios. En el reverso, con una cuidada caligrafía, podía ver el nombre de la chica por la que tanto había esperado; Jane Doe.
Subió corriendo las escaleras, dejando que el viento cerrase la puerta tras él, y se aseguró de cerrar bien la habitación antes de sentarse con la espalda apoyada en la superficie de la puerta. Sus ojos se movieron con rapidez por las palabras.
"¡Hola Andy!
Muchísimas gracias por todas tus cartas, me han encantado y han sido un gran entretenimiento todo este tiempo.
En respuesta a las preguntas de tu última carta; claro que te quiero, no he dejado de quererte un solo segundo, aunque no puedo explicar mi ausencia de respuesta. No comprendo cómo has podido no recibir mis cartas, pero eso no importa ahora.
La semana que viene es San Valentín y necesito volver a verte, no puedo esperar más ni seguir rezando por saber si recibirás esta carta.
Por favor, si estás leyendo estas palabras, reúnete conmigo el 14 de febrero, juro que te estaré esperando. Si no vienes sabré que finalmente te has rendido conmigo.
PD: No le digas nada a tu padre, creo que es él quien ha impedido que recibas mis cartas.
XOXO, Jane."
El chico se sintió palidecer ante la mención de su padre en la última frase y, aunque lo quería y sabía que nunca le haría eso, debía reconocer que esa idea había surgido en su mente más de una vez. Aunque lo cierto era que nunca había encontrado ninguna prueba que lo corroborase hasta ese momento.
Apenas tardó un par de minutos en prepararse. Llenó una mochila con las cosas que había descrito en sus cartas y que sabía que la chica iba a disfrutar a modo de regalos, sacó la vieja bicicleta del cobertizo y se guardó la carta en el bolsillo antes de ponerse en marcha. Llevaba un año mandándole cartas, por lo que conocía de memoria su dirección y, tras detenerse unas pocas veces a preguntar el mejor camino hasta allí, logró ver el letrero de la calle en la distancia.
Su cuerpo ardía por el esfuerzo, sus piernas dolían de pedalear y sus mejillas estaban enrojecidas por la sangre que subía hasta su rostro, pero finalmente había llegado. La silueta de una casa comenzó a recortarse frente a él, al final de una pequeña pendiente. Apretó los dientes y pedaleó con más fuerza mientras se levantaba del sillín, no pararía hasta alcanzar la cima.
Para su sorpresa, el sitio le era enormemente familiar.
El campamento se alzaba en primera línea de playa, silencioso y decadente, visiblemente abandonado. El chico dejó la bicicleta apoyada contra un pequeño buzón que a duras penas se sostenía sobre un poste de madera podrida, fue entonces cuando el compartimento se abrió con un desagradable chirrido, dejando al descubierto cientos de cartas en su interior.
Las tomó, una a una, todas escritas con su letra y deterioradas por el paso del tiempo. Todas cerradas.
Su mente comenzó a nublarse mientras su corazón resonaba con fuerza, llenando sus oídos. Avanzó con rapidez y esfuerzo, tratando de controlar su agitada respiración, recorriendo el lugar con nerviosismo mientras las preguntas no dejaban de rondarle. ¿Dónde estaba Jane? ¿Por qué le había dado la dirección del campamento? ¿Cómo podía haber respondido a sus cartas si no estaban abiertas?
Como un faro que lo guiase en la oscuridad, un misterioso eco puso fin a la neblina que cubría su cerebro.
-Andy... -le llamaba desde el horizonte esa dulce voz, la misma voz de la que se había enamorado.
Ni siquiera lo pensó antes de comenzar a correr, parando únicamente cuando el agua, helada y maloliente, empapó sus zapatos. Un intenso escalofrío lo recorrió al sentir el roce de la tela mojada contra su piel, pero no le hizo detenerse.
Miró en todas direcciones mientras la buscaba. El día era frío y el cielo estaba gris, las olas agitaban con fuerza el mar mientras, a lo lejos, un barco batallaba por llegar a puerto. A su espalda, la cabaña del campamento apenas se mantenía en pie, la humedad y la falta de mantenimiento habían logrado acabar con su bonito acabado. Estaba seguro de que, si entraba, aún vería las literas que habían usado, negras por el paso del tiempo.
¿Qué había pasado? ¿Cuándo habían cerrado el lugar? Supuso que ese era el motivo por el que su padre no había vuelto a apuntarlo ese año pero, ¿cómo cierra un campamento entero de un año para otro? ¿Y más uno tan popular como ese?
Aún no era capaz de hallar respuesta cuando volvió a oírlo y, esta vez, pudo verla.
-Andy -llamó de nuevo a Jane, esta vez empleando un tono mucho más serio y tajante. Estaba a apenas un par de metros de él, con las piernas sumergidas en el mar y los ojos brillando en su dirección.
Estaba tal y como la recordaba y, al volver a ver su dulce rostro casi se echó a llorar.
-Jane...
-¿Por qué has tardado tanto? Pensé que no vendrías.
-H-he venido en cuanto vi la carta, yo no... -se excusó mientras daba un par de pasos en su dirección, temblando de nuevo cuando el agua helada cubrió sus tobillos.
-¿Y por qué estás tan lejos?
La mirada de la chica parecía arder mientras él recorría los escasos metros que los separaban. El agua cubrió por completo sus piernas pero no le importaba el frío, finalmente llegó hasta ella. Fue entonces cuando la chica colocó ambas manos en su camiseta y tiró de él con fuerza.
Al principio se trató de un beso lento, cuidado, aunque no por ello falto de necesidad. Lentamente, la intensidad de ambos fue aumentando, las ganas de verse habían sido reprimidas por demasiado tiempo. Jane sabía al mar y su piel estaba mojada, resbaladiza, aunque no comprendió el motivo hasta que no se separó para tomar aire.
Seguía estando allí, seguía siendo su Jane, pero algo había cambiado. Su piel estaba hinchada y enormes venas azules la surcaban, su pelo estaba mojado y lleno de arena y algas, sus labios (los mismos que él acababa de besar) estaban morados por la falta de oxígeno y sus ojos, esos que antes brillaban, no eran más que el reflejo del sol en una espantosa película blanca que los cubría.
Las náuseas subieron por su garganta mientras trataba de retroceder, aunque no pudo. Sus piernas no le obedecían y, cuando quiso tomar una nueva bocanada de aire, este se negó a entrar en sus pulmones. Fue entonces cuando Jane sonrió, mostrando una espantosa dentadura podrida.
***
Las sirenas no tardaron en llenar las calles.
Los coches de policía avanzaban con rapidez con un claro objetivo; el campamento Oceanic Sun.
Una vez allí apagaron las luces y el silencio los envolvió, todos permanecieron alertas mientras paseaban con sus armas listas para disparar. No tardaron en oir los neumáticos de un nuevo vehículo, un coche que corría hacia su misma dirección, confiando en no llegar demasiado tarde.
El hombre se bajó del coche con rapidez y se acercó a los agentes, deseoso de saber si había alguna novedad.
-¿Lo han encontrado? -El agente negó con la cabeza mientras se detenía a hablar con él.
-Aún no, señor. ¿Por qué estaría su hijo en un sitio como este?
-El año pasado estaba aquí cuando encontraron el cuerpo sin identificar de una chica en el mar, desde entonces no deja de pensar en ello -explicó el hombre con manos temblorosas, sin apenas detenerse a tomar el aire, presa del pánico.
-¿Y cree que ha venido aquí? ¿Con qué objetivo?
-¡No lo sé! No sé qué es lo que piensa pero sé que estará aquí, le ha enviado una carta semanal a esa chica todo este tiempo, ¿lo entiende? ¡Cree que está viva!
Los ojos del policía se desencajaron con horror ante la situación descrita por el hombre y la sangre de ambos se heló en sus venas cuando, en la lejanía, sonó un agudo pitido.
-¡Hemos encontrado algo! -gritó otro de los agentes tras hacer sonar su silbato.
Ambos corrieron hacia la orilla donde, justo hace un año, el cuerpo de Jane Doe había aparecido flotando. Ahora todos los hombres volvieron a horrorizarse ante la visión de un nuevo cuerpo de piel pálida surcada por gruesas venas azules, con labios morados y ojos blanquecinos.
El padre de Andy se derrumbó mientras, bajo el espeso cielo grisáceo de mediados de febrero, su hijo se reunía finalmente con su gran amor.
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