𝟵 。・:*˚:✧。 mystery gift. ៹
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━ ✩・*。𝐁𝐋𝐀𝐂𝐊 & 𝐏𝐎𝐓𝐓𝐄𝐑 。˚⚡
009.┊REGALO MISTERIOSO.
❝ canción: don't forget me de dermot kennedy. ❞
EL CAMINO DE VUELTA AL CASTILLO FUE UN BORRÓN en opinión de Ara, que apenas recordaba haber entrado en el sótano de Honeydukes. Parpadeó varias veces y se pellizcó para asegurarse de que no se trataba de otra de sus pesadillas. Pensaba que ya odiaba a Sirius Black, pero su odio simplemente creció cuando se dio cuenta de lo que había hecho. Le había quitado a su madre. . . él era la razón por la que Ara no podía recordar su cara, ni su afecto o su amor. Él le había robado la sensación de los brazos de su madre envueltos alrededor de ella después de un largo día o el amor que le podría haber dado a Ara. Se lo había arrebatado todo: a su madre, su reputación, su capacidad de sólo ser una chica y no su hija.
Ara apretó la mandíbula mientras miraba a Harry, preguntándose si la vería de otra manera ahora que sabía lo que Sirius Black les había hecho a sus padres, pero cuando él atrapó su mirada y le ofreció una sonrisa tranquilizadora casi invisible, todas sus dudas se desvanecieron.
Ron y Hermione observaron intranquilos a Ara y a Harry durante toda la cena, sin atreverse a decir nada sobre lo que habían oído, porque Percy estaba sentado cerca, Ron había intentado hacer sentir mejor a su hermana contándole chistes y ella esbozaba alguna sonrisa para divertirle, aunque seguía perdida en su cabeza, con preguntas arremolinándose sin cesar y sin respuestas; «¿por qué ocultarle la verdad? ¿Por qué Sirius Black quería llevarla a Voldemort? ¿Cómo podía alguien ser tan cruel como para traicionar a su propia familia?». Ara miró a sus hermanos, a Hermione y a Harry, con las cejas fruncidas; jamás podría imaginarse haciendo algo que lastimara a sus seres queridos. Prefería hacerse daño a sí misma antes que siquiera considerarlo.
Cuando subieron a la sala común atestada de gente, descubrieron que Fred y George, en un arrebato de alegría motivado por las inminentes vacaciones de Navidad, habían lanzado media docena de bombas fétidas.
Los labios de Ara se torcieron divertidos antes de suspirar y dirigirse hacia los dormitorios de las chicas. Por suerte, ninguna de las otras chicas estaba allí ya que todavía era muy temprano, pero Venus la saludó cariñosamente mientras frotaba su cabeza contra los tobillos de Ara.
Ara se agachó, levantándola y depositando un beso en su cabeza y se sentó en su cama.
—Hola, amor.
Venus ronroneó y Ara se acomodó para sentarse contra el cabecero de la cama después de quitarse las botas. Dejó que su gata se acurrucara en su cuello mientras inclinaba la cabeza hacia atrás, con la mirada perdida en el techo, intentando reinar las emociones que tanto querían apoderarse de ella.
Oyó abrirse la puerta y no necesitó girar la cabeza para saber quién era.
—¿Ara? —preguntó la dubitativa voz de Hermione.
—¿Hermione? —preguntó Ara burlonamente, tratando de aligerar el ambiente mientras rascaba a Venus detrás de las orejas.
—¿Estás─ estás bien? —preguntó Hermione, mientras se sentaba cautelosamente junto a Ara.
—Sí, estoy bien, sólo pensaba —Ara suspiró, aún sin mirarla.
Pero Hermione sabía que Ara no estaba bien, conocía a esa chica desde hacía casi tres años, podía darse cuenta cuando mentía. Pero también la conocía lo suficiente como para saber que Ara no era de las que se sinceraban sobre sus emociones y prefería que la gente no la presionara para que hablara. Hermione le pasó un brazo por los hombros e hizo que Ara recostara la cabeza en su hombro, lo que le arrancó una risa ahogada.
—Estoy aquí para ti, Ara —susurró Hermione de manera reconfortante.
—Lo sé —dijo Ara suavemente, extendiendo un brazo y abrazando a Hermione mientras su cabeza permanecía apoyada en su hombro.
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—HARRY. . . TIENES UN ASPECTO HORRIBLE.
Ara levantó la cabeza de su libro al oír las palabras de Hermione y vio que Harry bajaba por la escalera de caracol que conducía a los dormitorios de los chicos. Hizo una pequeña mueca al verlo, tenía el pelo desordenado, las mejillas hundidas, bolsas bajo los ojos. . . Estaba claro que no había dormido mucho, al igual que ella. Había intentado dormir, de verdad, pero cada vez que cerraba los ojos lo único que veía era la cara enloquecida de Sirius Black.
La sala común estaba completamente vacía, a excepción de Ron, que se comía un sapo de menta y se frotaba el estómago, Hermione, que había extendido sus deberes por tres mesas, y Ara, que estaba sentada en el sofá con su libro de «Lanzamiento de encantamientos avanzado» fuera, mientras Venus estaba acurrucada en su regazo.
—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó Harry.
—¡Se han ido! Hoy empiezan las vacaciones, ¿no te acuerdas? —preguntó Ron, mirando a Harry detenidamente—. Es ya casi la hora de comer. Pensaba ir a despertarte dentro de un minuto.
Harry se dejó caer en el sofá al lado de Ara y apoyó la barbilla en su hombro mientras ella seguía leyendo y escribía notas en el libro, marcando los hechizos que le gustaría practicar. Al otro lado de las ventanas, la nieve seguía cayendo. Crookshanks estaba extendido delante del fuego, como un felpudo de pelo canela.
—¿Qué haces? —murmuró Harry, como si no fuera ya evidente, mirando por encima de su hombro.
—Leer, deberías intentarlo alguna vez, ¿sabes? —dijo Ara, mirando a Harry por el rabillo del ojo y él puso los ojos en blanco.
—Es verdad que no tienes buen aspecto, ¿sabes? —dijo Hermione, mirándole la cara con preocupación, haciendo que Harry dejara de mirar el perfil de Ara.
—Estoy bien —dijo Harry.
—Escuchad, Harry, Ara —dijo Hermione, llamando la atención de Ara e intercambiando una mirada con Ron—. Debéis de estar realmente disgustados por lo que oímos ayer. Pero no debéis hacer ninguna tontería.
—¿Cómo qué? —dijo Harry.
—Como ir a por Black —dijo Ron, tajante.
Ara se limitó a poner los ojos en blanco y volvió a su libro, subrayando el hechizo «Accio», sin mucho interés en hablar del asesino de su padre. Sí, era impulsiva y tenía bastante mal genio, pero no era tan estúpida como para ir a por alguien sólo por venganza.
—No lo haréis. ¿Verdad que no? —dijo Hermione.
—Porque no vale la pena morir por Black —dijo Ron.
Ara se quedó callada, sin prestar mucha atención, y Harry los miró.
—¿Sabéis qué veo y oigo cada vez que se me acerca un dementor? —Ron y Hermione negaron con la cabeza, con temor, y Ara se tensó un poco, pero siguió intentando impedir escuchar la conversación—. Oigo a mi madre que grita e implora a Voldemort. Y si vosotros escucharais a vuestra madre gritando de ese modo, a punto de ser asesinada, no lo olvidaríais fácilmente. Y si descubrierais que alguien que en principio era amigo suyo la había traicionado y le había enviado a Voldemort─
—No podéis hacer nada —dijo Hermione con aspecto afligido después de notar la expresión ligeramente culpable en la cara de Ara—. Los dementores atraparán a Black, lo mandarán otra vez a Azkaban. . . ¡y se llevará su merecido!
—Ya oísteis lo que dijo Fudge. A Black no le afecta Azkaban como a la gente normal. No es un castigo para él como lo es para los demás.
—Entonces, ¿qué pretendes? —dijo Ron, muy tenso—. ¿Acaso quieres. . . matar a Black?
—Voy a dar un paseo —dijo Ara de repente, mientras recogía su libro de Encantamientos y su pluma, marchándose sin esperar respuesta.
Después de un par de minutos de estar paseando, Ara se encontró a sí misma sentada bajo un árbol cerca del Lago Negro, había vuelto a sacar su libro, y continuaba añadiendo pequeñas anotaciones en las páginas que contenían hechizos que le interesaban. Al cabo de unos diez minutos, alguien apareció frente a ella, cuando levantó la vista se sorprendió bastante al ver al profesor Lupin mirándola fijamente desde arriba, con un libro en la mano.
—Hola profesor, ¿qué le trae por aquí? —dijo Ara, dedicándole una pequeña sonrisa.
—Ah, este solía ser el lugar de lectura de Av─em. . .mi lugar de lectura en mis tiempos en Hogwarts. ¿Te importa si me uno a ti? —dijo el profesor Lupin, un pequeño destello de dolor cruzó sus ojos cuando casi se le escapó eso.
—No, adelante —Ara le hizo un gesto para que se sentara, cosa que hizo encantado—. ¿Tanto le gusta estar aquí que se queda a pasar las vacaciones, profesor?
Lupin se encogió de hombros.
—Me trae buenos recuerdos de mi época escolar, además, la comida es mucho mejor.
Ara se rió entre dientes.
—Estaría de acuerdo, pero vivo con Molly Weasley, así que no hay comida mejor que esa.
—He oído que es una cocinera extraordinaria —concordó Lupin, antes de levantar la vista para mirarla con las cejas fruncidas—. ¿Por qué no estás con tus amigos? ¿Ha pasado algo?
Ara le enarcó una ceja, apenas levantando la mirada del libro.
—Sólo necesitaba tiempo para mí.
El profesor Lupin no preguntó nada más y permanecieron en silencio, con el único sonido del paso de las páginas de sus libros, hasta que finalmente, Ara preguntó algo que se moría por saber.
—Profesor. . . ¿conocía a mi madre? ¿Ava Corbin? —Le vio tensarse, pero aun así, él dio un largo suspiro y cerró su libro, mirándola.
—Sí, sí, la conocía —admitió, había algo arremolinándose en sus ojos, un dolor que había intentado contener durante años—. Tu madre. . . era una de mis mejores amigas y una de las personas más extraordinarias que he conocido —continuó mientras Ara escuchaba atentamente, con su libro olvidado—. La conocí en mi tercer año, durante las vacaciones de Navidad en realidad, fue una de las pocas personas que se quedó ese año. La vi sentada en la biblioteca, con tantos libros que apenas se le veía la cara con claridad. Me senté a unas mesas de ella y, eventualmente, me invitó a unirme a ella, era de una amabilidad de otro mundo, aunque también cortante. Era una mujer muy especial, a la que por suerte tuve el placer de conocer.
Ara apretó la mandíbula, mirándose las manos mientras una increíble oleada de dolor la invadía, tragó saliva, haciendo lo posible por no mostrar su tristeza delante de un profesor.
—Yo. . .yo no la recuerdo —dijo Ara después de un rato—. Ni su voz, ni su aspecto. . . nada. A veces me he sentido culpable, todo el mundo me dice lo maravillosa que era, que era una muy buena madre. . . pero yo no recuerdo nada de eso, ni una sola cosa, y ojalá pudiera.
—Siento oír eso —dijo Lupin, su tono sincero—. Espero que algún día llegues a recordar un poco, pero. . . eras joven, no te castigues por ello.
—Supongo. . . gracias, profesor, por hablar de ella, sé que no debe haber sido fácil para usted —dijo Ara, cerrando su libro y recogiendo sus cosas—. Ahora será mejor que vuelva con mis amigos, le dejo con ello.
—Ha sido un placer, Ara, espero que pases unas buenas vacaciones —Lupin esbozó una pequeña sonrisa.
—Usted también, señor —Ara hizo un pequeño gesto con la cabeza antes de caminar de vuelta al castillo.
Cuando Ara volvió a entrar en la sala común, vio que Harry, Ron y Hermione no se habían movido desde que ella se había ido. Ron estaba hablando de Merlín sabe qué mientras ella se acercaba a ellos lentamente.
—Mira —dijo Ron, evidentemente tratando de cambiar de tema—, ¡estamos en vacaciones! ¡Casi es Navidad! Vamos a ver a Hagrid. No le hemos visitado desde hace un montón de tiempo.
—Me parece una idea estupenda —dijo Ara, acercándose por fin a ellos y dejando su cuaderno de dibujo sobre la mesa, los tres giraron ahora la cabeza para mirarla.
—¡No! —dijo Hermione rápidamente—. Ara, tú y Harry no deben abandonar el castillo─
—Sí, vamos —dijo Harry incorporándose—. ¡Y le preguntaré por qué no mencionó nunca a Black al hablarme de mis padres!
Así que recogieron las capas de los dormitorios y se pusieron en camino, cruzando el agujero del retrato («¡En guardia, felones, malandrines!»). Recorrieron el castillo vacío y salieron por las puertas principales de roble.
Caminaron lentamente por el césped, dejando sus huellas en la nieve blanda y brillante, mojando y congelando los calcetines y el borde inferior de las capas. Ara y Harry caminaban un poco detrás de Ron y Hermione.
—Lo siento —dijo Harry, de pronto, y Ara se volvió para mirarlo con expresión confusa.
—¿Por qué? —preguntó ella con las cejas fruncidas.
—Por hablar de Sirius Black —dijo Harry, mirándola con cara de culpabilidad—. Sé que no te gusta hablar mucho de él, así que lo─lo siento.
—Está bien, Harry —dijo Ara, su expresión se suavizó—. No es que no me guste hablar de él, es que es raro, no sé, lo odio tanto como tú, pero es sólo que se siente. . . diferente.
Ella le pasó un brazo por los hombros y le dio un abrazo de costado antes de que ambos alcanzaran a Ron y Hermione.
El bosque prohibido parecía ahora encantado. Cada árbol brillaba como plata y la cabaña de Hagrid parecía una tarta helada.
Ron llamó a la puerta, pero no obtuvo respuesta.
—No habrá salido, ¿verdad? —preguntó Hermione, temblando bajo la capa.
Ron pegó la oreja a la puerta.
—Hay un ruido extraño —dijo—. Escuchad. ¿Es Fang?
Ara, Harry y Hermione también pegaron el oído a la puerta. Dentro de la cabaña se oían unos suspiros de dolor.
—Eh. . . ¿quizás deberíamos volver más tarde? —sugirió Ara torpemente.
—Sí, ¿pensáis que deberíamos ir a buscar a alguien? —dijo Ron, nervioso, gustándole la idea de Ara.
—¡Hagrid! —gritó Harry, golpeando la puerta—. Hagrid, ¿estás ahí?
Hubo un rumor de pasos y la puerta se abrió con un chirrido. Hagrid estaba allí, con los ojos rojos e hinchados, con lágrimas que le salpicaban la parte delantera del chaleco de cuero.
—¡Lo habéis oído! —gritó, y se arrojó al cuello de Harry.
Como Hagrid tenía un tamaño que era por lo menos el doble de lo normal, aquello no era cuestión de risa. Harry estuvo a punto de caer bajo el peso del otro, pero Ara y Ron lo rescataron, agarraron a Hagrid cada uno de un brazo y lo metieron en la cabaña. Hagrid se dejó llevar hasta una silla y se derrumbó sobre la mesa, sollozando de forma incontrolada. Tenía el rostro lleno de lágrimas que le goteaban sobre la barba revuelta.
—¿Qué pasa, Hagrid? —le preguntó Hermione, aterrada.
—¿Tengo que maldecir a alguien? —dijo Ara, dispuesta a sacar la varita y encontrar a quien hubiera hecho sentir tan mal a Hagrid.
Harry vio sobre la mesa una carta que parecía oficial.
—¿Qué es, Hagrid?
Hagrid redobló los sollozos, entregándole la carta a Harry, que la leyó en voz alta:
Estimado Señor Hagrid:
En relación con nuestra indagación sobre el ataque de un hipogrifo a un alumno que tuvo lugar en una de sus clases, hemos aceptado la garantía del profesor Dumbledore de que usted no tiene responsabilidad en tan lamentable incidente.
—Estupendo, Hagrid —dijo Ron, dándole una palmadita en el hombro.
Pero Hagrid continuó sollozando y movió una de sus manos gigantescas, invitando a Harry a que siguiera leyendo.
Sin embargo, debemos hacer constar nuestra preocupación en lo
que concierne al mencionado hipogrifo. Hemos decidido dar
curso a la queja oficial presentada por el señor Lucius Malfoy, y
este asunto será, por lo tanto, llevado ante la Comisión para las
Criaturas Peligrosas. La vista tendrá lugar el día 20 de abril. Le
rogamos que se presente con el hipogrifo en las oficinas
londinenses de la Comisión, en el día indicado. Mientras tanto, el
hipogrifo deberá permanecer atado y aislado.
Atentamente. . .
Seguía la relación de los miembros del Consejo Escolar.
—¡Vaya! —dijo Ron—. Pero, según nos has dicho, Hagrid, Buckbeak no es malo. Seguro que lo consideran inocente.
—No conoces a los monstruos que hay en la Comisión para las Criaturas Peligrosas. . . —dijo Hagrid con voz ahogada, secándose los ojos con la manga—. La han tomado con los animales interesantes.
—Voy a matar a Malfoy —dijo Ara, muy decidida a encontrar a Draco Malfoy y darle un pedazo de su mente—. No me importa si me envían a Azkaban, lo mataré─
Un ruido repentino, procedente de un rincón de la cabaña de Hagrid, hizo que Ara, Harry, Ron y Hermione se volvieran. Buckbeak, el hipogrifo, estaba acostado en el rincón, masticando algo que llenaba de sangre el suelo.
—¡No podía dejarlo atado fuera, en la nieve! —dijo con la voz anegada en lágrimas—. ¡Completamente solo! ¡En Navidad!
Ara, Harry, Ron y Hermione se miraron. Nunca habían coincidido con Hagrid en lo que él llamaba «animales interesantes» y otras personas llamaban «monstruos terroríficos». Pero Buckbeak no parecía malo en absoluto. De hecho, a juzgar por los habituales parámetros de Hagrid, era una verdadera ricura.
—Tendrás que presentar una buena defensa, Hagrid —dijo Hermione, sentándose y posando una mano en el enorme antebrazo de Hagrid—. Estoy segura de que puedes demostrar que Buckbeak no es peligroso.
—¡Dará igual! —sollozó Hagrid—. Lucius Malfoy tiene metidos en el bolsillo a todos esos diablos de la Comisión. ¡Le tienen miedo! Y si pierdo el caso, Buckbeak─
Se pasó el dedo por el cuello, en sentido horizontal. Luego gimió y se echó hacia delante, hundiendo el rostro en los brazos.
—¿Y Dumbledore? —preguntó Harry.
—Ya ha hecho por mí más que suficiente —gimió Hagrid—. Con mantener a los dementores fuera del castillo y con Sirius Black acechando, ya tiene bastante.
Ara, Ron y Hermione miraron rápidamente a Harry, temiendo que comenzara a reprender a Hagrid por no contarle toda la verdad sobre Black. Pero Harry no se atrevía a hacerlo. Por lo menos en aquel momento en que veía a Hagrid tan triste y asustado.
—Escucha, Hagrid —dijo Harry—, no puedes abandonar. Hermione tiene razón. Lo único que necesitas es una buena defensa. Puedes llamarnos como testigos─
—Estoy segura de que he leído algo sobre un caso de agresión con hipogrifo —dijo Hermione, pensativa— donde el hipogrifo quedaba libre. Lo consultaré y te informaré de qué sucedió exactamente.
—Y yo la ayudaré —añadió Ara, enviándole una sonrisa—. No te preocupes, Hagrid.
Hagrid lanzó un gemido aún más fuerte. Harry y Hermione miraron a Ara y a Ron implorándoles ayuda.
Ara miró a Ron, él ya sabía lo que estaba pensando.
—Eh. . . ¿preparamos un té? —preguntó Ron. Hermione y Harry les miraron sorprendidos—. Es lo que hace mamá cuando alguien está preocupado —musitó Ron, encogiéndose de hombros.
—Molly hace el mejor té de manzanilla —dijo Ara, sonriendo al pensarlo mientras se acercaba para empezar a preparar el té.
Por fin, después de que le prometieran ayuda más veces y con una humeante taza de té delante, Hagrid se sonó la nariz con un pañuelo del tamaño de un mantel, y dijo:
—Tenéis razón. No puedo dejarme abatir. Tengo que recobrarme. . .
Fang, el jabalinero, salió tímidamente de debajo de la mesa y apoyó la cabeza en una rodilla de Hagrid.
—Estos días he estado muy raro —dijo Hagrid, acariciando a Fang con una mano y limpiándose las lágrimas con la otra—. He estado muy preocupado por Buckbeak y porque a nadie le gustan mis clases.
—De verdad que nos gustan —se apresuró a mentir Hermione.
—¡Son muy interesantes! —dijo Ara, jugueteando ligeramente con su pelo.
—¡Sí, son estupendas! —dijo Ron, cruzando los dedos bajo la mesa—. ¿Cómo están los gusarajos?
—Muertos —dijo Hagrid con tristeza—. Demasiada lechuga.
—¡Oh, no! —exclamó Ron. El labio le temblaba.
—Y los dementores me hacen sentir muy mal —añadió Hagrid, con un estremecimiento repentino—. Cada vez que quiero tomar algo en Las Tres Escobas, tengo que pasar junto a ellos. Es como estar otra vez en Azkaban.
Se quedó callado, bebiéndose el té. Ara, Harry, Ron y Hermione lo miraban sin aliento. Nunca le habían oído mencionar su estancia en Azkaban. Después de una breve pausa, Hermione le preguntó con timidez:
—¿Tan horrible es Azkaban, Hagrid?
—No te puedes hacer idea —respondió Hagrid en voz baja—. Nunca me había encontrado en un lugar parecido. Pensé que me iba a volver loco. No paraba de recordar cosas horribles: el día que me echaron de Hogwarts, el día que murió mi padre, el día que tuve que desprenderme de Norberto. . . —Se le llenaron los ojos de lágrimas. Norberto era la cría de dragón que Hagrid había ganado cierta vez en una partida de cartas—. Al cabo de un tiempo uno no recuerda quién es. Y pierde el deseo de seguir viviendo. Yo hubiera querido morir mientras dormía. Cuando me soltaron, fue como volver a nacer, todas las cosas volvían a aparecer ante mí. Fue maravilloso. Sin embargo, los dementores no querían dejarme marchar.
—¡Pero si eras inocente! —exclamó Hermione.
Hagrid resopló.
—¿Y crees que eso les importa? Les da igual. Mientras tengan doscientas personas a quienes extraer la alegría, les importa un comino que sean culpables o inocentes. —Hagrid se quedó callado durante un rato, con la vista fija en su taza de té. Luego añadió en voz baja—: Había pensado liberar a Buckbeak, para que se alejara volando. . . Pero ¿cómo se le explica a un hipogrifo que tiene que esconderse? Y. . . me da miedo transgredir la ley. . . —Los miró, con lágrimas cayendo de nuevo por su rostro—. No quisiera volver a Azkaban.
La visita a la cabaña de Hagrid, aunque no había resultado divertida, había tenido el efecto que Ron y Hermione deseaban. Ara y Harry consiguieron olvidarse de Black por un momento. Todos fueron al día siguiente a la biblioteca y volvieron a la sala común cargados con libros que podían ser de ayuda para preparar la defensa de Buckbeak. Los cuatro se sentaron delante del abundante fuego, pasando lentamente las páginas de los volúmenes polvorientos que trataban de casos famosos de animales merodeadores. Cuando alguno encontraba algo relevante, lo comentaba a los otros.
—Aquí hay algo. Hubo un caso, en 1722. . . pero el hipogrifo fue declarado culpable. ¡Uf! Mirad lo que le hicieron. Es repugnante.
—Esto podría sernos útil. Mirad. Una mantícora atacó a alguien salvajemente en 1296 y fue absuelta. . . ¡Oh, no! Lo fue porque a todo el mundo le daba demasiado miedo acercarse. . .
Entretanto, en el resto del castillo habían colgado los acostumbrados adornos navideños, que eran magníficos, a pesar de que apenas quedaban estudiantes para apreciarlos. En los corredores colgaban guirnaldas de acebo y muérdago; dentro de cada armadura brillaban luces misteriosas; y en el Gran Comedor los doce habituales árboles de Navidad brillaban con estrellas doradas.
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ARA SE QUEJÓ LIGERAMENTE CUANDO SINTIÓ UNA MANO que le sacudía el hombro y el pelaje de su gata que le hacía cosquillas en la nariz, despertándola con un estornudo.
Oyó la risa de Hermione incluso antes de abrir los ojos:
—¡Salud y feliz Navidad!
Ara gruñó mientras se incorporaba y abría los ojos, entrecerrando los ojos ante la expresión brillante de Hermione y logrando esbozar una sonrisa somnolienta.
—Feliz Navidad, 'Mione. —Miró a Venus, que ya estaba acurrucada en su regazo— Y feliz Navidad a ti también.
Ara y Hermione empezaron a abrir sus regalos. Ara recibió un libro muggle de Hermione llamado «La Bella y la Bestia» y Ron le regaló un montón de ranas de chocolate (él sabe que son sus favoritas). También recibió, como todos los años, un jersey de la señora Weasley; era azul oscuro con una letra "A" blanca en la parte de delante. De los gemelos recibió diferentes caramelos que al comerlos te cambian el color del pelo. Ginny le había regalado un gorro de lana negro (que se puso inmediatamente). Charlie le había enviado un kit de mantenimiento de escobas y Bill le había enviado calcetines, sabiendo que siempre se le destrozaban los pies cuando se ponía las botas. Percy le había regalado un marcapáginas personalizado con la Constelación Ara decorándolo. Y Harry le regaló una preciosa pluma de plata con las iniciales A. B grabadas en ella.
Entonces sólo quedaban 2 regalos, uno era grande y el otro era una cajita diminuta.
Abrió primero el más pequeño.
Sus cejas se fruncieron al mirar lo que había dentro, extendió una delicada mano y agarró la exquisita joya. La pulsera era principalmente de plata, aunque tenía rosas rojas que la envolvían con lo que parecían ser pequeños diamantes en el centro de cada flor. Los labios de Ara se entreabrieron mientras la inspeccionaba de cerca, algo así era caro más allá de las palabras y no tenía ni idea de quién estaba tan loco como para regalarle algo tan caro. Volvió a guardarla con cuidado en la caja antes de echar un vistazo al interior y ver una pequeña nota, la recogió y la leyó en silencio.
Esto era de tu madre, las rosas rojas siempre fueron sus favoritas, tenía esta pulsera desde que la conocí. Tengo la certeza que estaría increíblemente orgullosa de ti hoy. Es cruel que nos separáramos tan pronto cuando aún eras tan joven. Te quiero hasta las estrellas y de vuelta.
—Con mucho amor, C <3
¿C? Ara frunció los labios mientras inspeccionaba la letra con detenimiento, pensando que si la acercaba lo suficiente le daría el nombre completo de quien la había enviado. Impidió que su mente entrara en una espiral y optó por ignorar su necesidad de saberlo todo acerca de quienquiera que hubiera hecho todo lo posible por conseguirle algo que necesitaba desesperadamente: un pedazo de su madre. Ara no pudo evitar la suave sonrisa que se dibujó en sus labios cuando tomó la pulsera y se la puso en la muñeca derecha.
—¿Me puedes ayudar, 'Mione? —preguntó Ara a su amiga, que había estado ocupada abriendo un regalo de sus padres.
Hermione abandonó su tarea sin decir palabra y se acercó a Ara, sus ojos se abrieron de par en par con asombro cuando vio lo que ahora decoraba su muñeca.
—¡Qué preciosa es! —exclamó mientras le abrochaba la pulsera—. ¿Quién te la ha regalado?
—No estoy segura —dijo Ara, frunciendo ligeramente el ceño—. Decía que era de mi madre, vino con una nota, es de C, quienquiera que sea.
—Bueno, es evidente que conocía muy bien a tu madre como para tenerla —dijo Hermione, sonriendo suavemente y poniendo la mano en el hombro de Ara—. Me alegro de que te hayan regalado algo de ella.
—Yo también —Ara colocó su mano sobre la de Hermione y le dio un apretón antes de que ambas reanudaran el proceso de abrir sus regalos.
El último regalo de Ara era uno grande y cuando primero buscó una nota en el exterior, no encontró ninguna. Empezó a rasgar el envoltorio mientras Hermione empezaba a organizar sus propios regalos sobre la cama. Cuando Ara levantó la tapa de la enorme caja marrón, dio un grito ahogado y sus ojos se abrieron de par en par de sorpresa e incredulidad al ver lo que había dentro.
Era una Saeta de Fuego.
Extendió una mano temblorosa y pasó los dedos por el mango, parpadeando rápidamente para asegurarse de que no se estaba imaginando nada. Entonces no pudo contener el grito de emoción que la recorrió:
—¡Hermione! ¡Hermione! ¡Es una Saeta de Fuego!
Ara sacudió el hombro de Hermione cuando estaba al alcance de su mano, haciéndola soltar una carcajada.
—¿Quién te la ha enviado?
—Ni idea —Ara seguía sonriendo mientras se acercaba y levantaba la escoba de la caja.
—¿Ninguna tarjeta? —Hermione frunció el ceño, con un ligero tono de sospecha en su voz, aunque Ara no se dio cuenta de ello.
—No —dijo Ara, antes de agarrarla de la mano y tirar de ella hacia la puerta, con la escoba aún en la otra mano. Hermione acababa de agarrar a Crookshanks, que no parecía contento con el cordón de oropel que llevaba al cuello, antes de que Ara la arrastrara—. ¡Vamos a enseñársela a Harry y Ron!
Se dirigieron apresuradamente al dormitorio de los chicos, encontrando a Harry y Ron en un ataque de risa. Por suerte, al igual que Ara y Hermione, tenían el dormitorio para ellos solos, ya que sus compañeros se habían ido a visitar a sus familias para las fiestas.
—¿De qué os reís los dos?
—¡No lo metas aquí! —dijo Ron, sacando rápidamente a Scabbers de las profundidades de la cama y metiéndosela en el bolsillo del pijama. Pero Hermione no le hizo caso. Dejó a Crookshanks en la cama vacía de Seamus.
Y Ara por fin pudo ver lo que sostenía Harry.
—¿A ti también? —le preguntó a Harry, enseñándole su Saeta de Fuego.
Harry la miró, sorprendido.
—¿Tú también tienes una? ¿La tuya traía tarjeta?
Ara negó con la cabeza, aunque seguía radiante, al igual que Harry.
Hermione no parecía emocionada ni intrigada. Al contrario, su cara se ensombreció y se mordió el labio.
—¿Qué te ocurre? —le preguntó Ron.
—No sé —dijo Hermione—. Pero es raro, ¿no os parece? Lo que quiero decir es que son unas escobas magníficas, ¿verdad?
—¿Y. . .? —dijo Ara, confundida—. ¡Incluso mejores!
Ron suspiró exasperado:
—Son las mejores escobas que existen, Hermione —aseguró.
—Así que deben de ser carísimas. . .
—Probablemente costaron más que todas las escobas de Slytherin juntas —dijo Ron con cara radiante.
—Bueno. . . ¿quién enviaría a Ara y a Harry algo tan caro sin siquiera decir quién es?
—¿Y qué más da? —preguntó Ron con impaciencia—. Escuchad, Ara, Harry, ¿puedo dar una vuelta en ella? ¿Puedo?
—Creo que por el momento nadie debería montar en esas escobas —dijo Hermione con estridencia.
Ara, Harry y Ron la miraron.
—¿Qué crees que van a hacer con ellas? ¿Barrer el suelo? —preguntó Ron.
Pero antes de que Hermione pudiera responder, Crookshanks saltó desde la cama de Seamus al pecho de Ron.
Ara casi estalla en carcajadas al ver la cara de Ron.
—¡LLÉVATELO DE AQUÍ! —bramó Ron, notando que las garras de Crookshanks le rasgaban el pijama y que Scabbers intentaba una huida desesperada por encima de su hombro. Ron agarró a Scabbers por la cola y fue a propinar un puntapié a Crookshanks, pero calculó mal y le dio al baúl de Harry, volcándolo. Ron se puso a dar saltos, aullando de dolor.
A Crookshanks se le erizó el pelo. Un silbido agudo y metálico llenó el dormitorio. El chivatoscopio de bolsillo se había salido de los viejos calcetines de tío Vernon y daba vueltas encendido en medio del dormitorio.
—¡Se me había olvidado! —dijo Harry, agachándose y recogiendo el chivatoscopio—. Nunca me pongo esos calcetines si puedo evitarlo. . .
En la palma de la mano, el chivatoscopio silbaba y giraba. Crookshanks le bufaba y enseñaba los colmillos.
—Sería mejor que sacaras de aquí a ese gato —dijo Ron, furioso. Estaba sentado en la cama de Harry, frotándose el dedo gordo del pie—. ¿No puedes hacer que pare ese chisme? —preguntó a Harry mientras Hermione salía a zancadas del dormitorio. Ara se quedó mirando a Ron, con los brazos cruzados.
—Sabes —empezó Ara—. Personalmente me gusta más Crookshanks que Scabbers, al menos ese gato no intenta arrancarme los dedos a mordiscos.
Ron se limitó a fulminar a su hermana con la mirada mientras Harry volvía a meter el chivatoscopio en los calcetines y éstos en el baúl. Lo único que se oyó entonces fueron los gemidos contenidos de dolor y rabia de Ron. Scabbers estaba acurrucada en sus manos. Scabbers, antaño gorda, ahora estaba esmirriada; además, se le habían caído partes del pelo. Ara estaba muy complacida por su estado.
—No tiene buen aspecto, ¿verdad? —observó Harry.
—¿A quién le importa? —dijo Ara, encogiéndose de hombros y mirando mal a la rata.
—¡Es el estrés! —dijo Ron—. ¡Si esa estúpida bola de pelo la dejara en paz, se encontraría perfectamente!
Aquella mañana, en la sala común de Gryffindor, el espíritu navideño estuvo ausente. Hermione había encerrado a Crookshanks en su dormitorio, pero estaba enfadada con Ron porque había querido darle una patada. Ron seguía enfadado por el nuevo intento de Crookshanks de comerse a Scabbers. Ara y Harry desistieron de intentar reconciliarlos.
A la hora del almuerzo bajaron al Gran Comedor y descubrieron que habían vuelto a arrimar las mesas a los muros, y que ahora sólo había, en mitad del salón, una mesa con doce cubiertos. Se encontraban allí los profesores Dumbledore, McGonagall, Snape, Sprout y Flitwick, junto con Filch, el conserje. Sólo había un alumno más, un estudiante de primer curso de aspecto extremadamente nervioso.
—¡Felices Pascuas! —dijo Dumbledore cuando Ara, Harry, Ron y Hermione se acercaron a la mesa—. Como somos tan pocos, me pareció absurdo utilizar las mesas de las casas. ¡Sentaos, sentaos!
Ara, Harry, Ron y Hermione se sentaron juntos al final de la mesa.
—¡Petardos sorpresa! —dijo Dumbledore entusiasmado, alargando a Snape el extremo de uno grande de color de plata. Snape lo agarró a regañadientes y tiró. Sonó un estampido, el cohete salió disparado y dejó tras de sí un sombrero de bruja grande y puntiagudo, con un buitre disecado en la punta.
Harry, acordándose del boggart, miró a Ara y a Ron y los tres se rieron. Snape apretó los labios y empujó el sombrero hacia Dumbledore, que enseguida cambió el suyo por aquél.
—¡A comer! —aconsejó a todo el mundo, sonriendo.
Mientras Ara se servía la comida, las puertas del Gran Comedor volvieron a abrirse. Era la profesora Trelawney, que se deslizaba hacia ellos como si fuera sobre ruedas. Dada la ocasión, se había puesto un vestido verde de lentejuelas que acentuaba su aspecto de libélula gigante.
—¡Sybill, qué sorpresa tan agradable! —dijo Dumbledore, poniéndose en pie.
—He estado consultando la bola de cristal, señor director —dijo la profesora Trelawney con su voz más lejana—. Y ante mi sorpresa, me he visto abandonando mi almuerzo solitario y reuniéndome con vosotros. ¿Quién soy yo para negar los designios del destino? He dejado la torre y he venido a toda prisa, pero os ruego que me perdonéis por la tardanza. . .
—Por supuesto —dijo Dumbledore, parpadeando—. Permíteme que te acerque una silla. . .
E hizo, con la varita, que por el aire se acercara una silla que dio unas vueltas antes de caer ruidosamente entre los profesores Snape y McGonagall. La profesora Trelawney, sin embargo, no se sentó. Sus enormes ojos habían vagado por toda la mesa y de pronto dio un leve grito.
—¡No me atrevo, señor director! ¡Si me siento, seremos trece! ¡Nada da peor suerte! ¡No olvidéis nunca que cuando trece comen juntos, el primero en levantarse es el primero en morir!
—Nos arriesgaremos, Sybill —dijo impaciente la profesora McGonagall—. Por favor, siéntate. El pavo se enfría.
La profesora Trelawney dudó. Luego se sentó en la silla vacía con los ojos cerrados y la boca muy apretada, como esperando que un rayo cayera en la mesa. La profesora McGonagall introdujo un cucharón en la fuente más próxima.
—¿Quieres callos, Sybill?
La profesora Trelawney no le hizo caso. Volvió a abrir los ojos, echó un vistazo a su alrededor y dijo:
—Pero ¿dónde está mi querido profesor Lupin?
—Me temo que ha sufrido una recaída —dijo Dumbledore, animando a todos a que se sirvieran—. Es una pena que haya ocurrido el día de Navidad.
—Pero seguro que ya lo sabías, Sybill —dijo la profesora McGonagall, enarcando las cejas.
La profesora Trelawney dirigió una mirada gélida a la profesora McGonagall.
—Por supuesto que lo sabía, Minerva —dijo en voz baja—. Pero no quiero alardear de saberlo todo. A menudo obro como si no estuviera en posesión del ojo interior, para no poner nerviosos a los demás.
—Eso explica muchas cosas —respondió la profesora McGonagall.
La profesora Trelawney elevó la voz:
—Si te interesa saberlo, he visto que el profesor Lupin nos dejará pronto. Él mismo parece comprender que le queda poco tiempo. Cuando me ofrecí a ver su destino en la bola de cristal, huyó.
—Me lo imagino —dijo secamente la profesora McGonagall. Ara frunció los labios y levantó la copa para beber un sorbo y ocultar su sonrisa divertida, compartiendo una mirada con Ron mientras éste se mordía el puño para no reírse.
—Dudo —observó Dumbledore, con una voz alegre pero fuerte que puso fin a la conversación entre las profesoras McGonagall y Trelawney— que el profesor Lupin esté en peligro inminente. Severus, ¿has vuelto a hacerle la poción?
—Sí, señor director —dijo Snape.
—Bien —dijo Dumbledore—. Entonces se levantará y dará una vuelta por ahí en cualquier momento. Derek, ¿has probado los chorizos? Son excelentes.
El muchacho de primer curso enrojeció intensamente porque Dumbledore se había dirigido directamente a él, y cogió la fuente de chorizos con manos temblorosas.
La profesora Trelawney se comportó casi con normalidad hasta que, dos horas después, terminó la comida. Atiborrados con el banquete y tocados con los gorros que habían salido de los cohetes sorpresa, Ara se levantó de la mesa y Harry y Ron la imitaron, y Trelawney dio un grito.
—¡Queridos míos! ¿Quién de los tres se ha levantado primero? ¿Quién? ¿Ha sido usted, señorita Black?
—Eh. . . —dijo Ron, mirando a Harry y Ara con inquietud.
—Sí, ¿y qué? —Ara contuvo el impulso de poner los ojos en blanco.
—Dudo que haya mucha diferencia —dijo la profesora McGonagall fríamente—. A menos que un loco con un hacha esté esperando en la puerta para matar al primero que salga al vestíbulo.
Ara soltó una sonora carcajada e incluso Ron se rió. La profesora Trewlaney parecía sumamente ofendida.
—¿Vienes? —dijo Harry a Hermione.
—No —contestó Hermione—. Tengo que hablar con la profesora McGonagall.
—Probablemente para saber si puede darnos más clases —bostezó Ron mientras iban al vestíbulo, donde no había ningún loco con un hacha.
Cuando llegaron al agujero del cuadro, se encontraron a sir Cadogan celebrando la Navidad con un par de monjes, antiguos directores de Hogwarts, y con su robusto caballo. Se levantó la visera de la celada y les ofreció un brindis con una jarra de hidromiel.
—¡Felices, hip, Pascuas! ¿La contraseña?
—«Vil bellaco» —dijo Ara.
—¡Lo mismo que vos, milady! —exclamó sir Cadogan, al mismo tiempo que el cuadro se abría hacia delante para dejarles paso.
Mientras Harry subía directamente al dormitorio a recoger la Saeta de Fuego, Ara cogió el libro nuevo que le había regalado Hermione y se acomodó en uno de los sillones, empezando a leer. Harry y Ron se limitaron a sentarse y a admirar la Saeta de Fuego desde cada ángulo hasta que el agujero del retrato se abrió y Hermione apareció acompañada por la profesora McGonagall.
Ara, Harry y Ron miraron a la profesora, sólo la habían visto en la sala común en una ocasión. Harry y Ron sostenían la Saeta de Fuego mientras tenían los ojos en McGonagall. Hermione pasó por su lado, se sentó, cogió el primer libro que encontró y ocultó la cara tras él.
—Conque es eso —dijo la profesora McGonagall con los ojos muy abiertos, acercándose a la chimenea y examinando la Saeta de Fuego—. La señorita Granger me acaba de decir que os han enviado una escoba, Potter, Black.
Ara, Harry y Ron se volvieron hacia Hermione. Podían verle la frente colorada por encima del libro, que estaba del revés.
—¿Puedo? —pidió la profesora McGonagall. Pero no aguardó a la respuesta y les quitó de las manos la Saeta de Fuego. La examinó detenidamente, de un extremo a otro—. Humm. . . ¿y no venían con ninguna nota, Potter? ¿Black? ¿Ninguna tarjeta? ¿Ningún mensaje de ningún tipo?
—Nada —respondió Harry, como si no comprendiera.
—Han venido a nosotros así tal cual —dijo Ara, levantándose y poniéndose al lado de Harry.
—Ya veo. . . —dijo la profesora McGonagall—. Me temo que tendré que llevármelas. ¿Le importaría traer la suya, Black?
Ara suspiró sonoramente y apretó un poco los dientes, pero fue a buscar su Saeta de Fuego de todas formas. A pesar de su creciente fastidio, podía entender por qué McGonagall necesitaba llevárselas y por qué Hermione le había hablado de ellas; podían haber venido de cualquier parte, tener un maleficio o una maldición.
Después de unos momentos, Ara volvió a bajar y le entregó a la profesora McGonagall su Saeta de Fuego, la profesora dio media vuelta y salió con las Saetas de Fuego por el retrato, que se cerró tras ella. Ara volvió al sillón junto a Hermione y continuó con su libro, aunque no leía, simplemente miraba las palabras mientras intentaba calmar su irritación respirando hondo un par de veces. Harry se quedó mirando a la profesora McGonagall. Ron, sin embargo, se volvió hacia Hermione.
—¿Por qué has ido corriendo a la profesora McGonagall?
Hermione dejó el libro a un lado. Seguía con la cara colorada. Pero se levantó y se enfrentó a Ron con actitud desafiante:
—Porque he pensado (y la profesora McGonagall está de acuerdo conmigo) que esas escobas podía habérselas enviado Sirius Black.
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