𝐮𝐧𝐨
Solo el amor duele así.
Armin Arlert.
Lo podía sentir. En medio de la lejanía de este sueño vacío, podía sentir sus labios rozar suavemente los míos, como una melodía exacta que mis oídos anhelaban escuchar cuando sus risas resonaban en lo más profundo de mi sueño. Lleve mis manos a su rostro, acercándolo a mi. El mundo, dejaba de ser grande cuando me miraba con esos azulados ojos que me llevaban al mar. Estaba desesperado, solo quería sentirla. Sentir que me seguía perteneciendo, no solo sus labios, quizás, la mirada que me buscaba entre los demás o las manos que se ataban a las suyas para guiarme en el camino de esperanza que ya no encontraba por ningún rincón. Mi pecho se presionaba, sabía que esto era un sueño, que ella no estaba aquí, pero se sentía bien no querer soltarla mientras la calidez de su piel rozaba la mía. Lleve mis manos a su cabello, su hermoso cabello castaño oscuro, atrayendo su cabeza hasta mi frente. No quería que te fueras. Ya te perdí, no quiero perderte en mis sueños, pero cuando levante tu cabeza, solo podía ver las lágrimas agonizantes de ese día que te hicimos sufrir más que este mundo tan cruel. Por favor, no me dejes otra ves desolado, quédate aquí conmigo, en este mundo irreal de mi subconsciente, quédate para siempre y no te vayas. La abracé fuertemente, aferrándola a mi, hasta que me di cuenta, que ya no abrazaba nada.
Parpadeé, abriendo mis ojos que sentí humedecidos. Había vuelto, había vuelto a la trágica realidad que me apegaba a un sufrimiento devastador. Me senté en el borde de la cama, restregué mis ojos, mientras que lleve las manos a mi recostado caballo, el cual estaba despeinado. Levantándome, miré a la ventana abierta, donde se podía ver la poca claridad del medio día. Hoy, me había levantado tarde nuevamente, pero parecía volverse costumbre desde que nadie me esperaba al otro lado de este lugar. Camine con pesadez, sintiendo el frío suelo con mis talones. Respire hondo, sosteniéndome del lavado, hasta que restregué mi rostro con la fría agua. Me alce, mirándome en el espejo. ¿Qué había cambiado en mi? ¿Mi cabello, mis facciones? No lo sabía, solo se que mi corazón seguía latiendo por uno que ya no estaba aquí desde hace dos años. Eso, me estaba quebrando en mil pedazos y ya, no podía contener más el dolor de esta horrible agonía que me visitaba todos los días. Abrí mi guardarropa, quedándome tenso. Ahí yacía aquella camiseta manga larga azul, la misma que alguna ves compartí con ella. Había estado evadiéndola, pero parecía ser la única decente limpia. Maldije, estirándola para colocármela. Y aunque lleve ahí tanto tiempo, no huele a ropa vieja, parecía tener un suave olor que me hizo quedarme ido en medio de mi habitación.
—¿Armin?—la puerta se abrió, me giré lentamente, viendo como el corto cabello de Mikasa, ya me permitía verle sus ojos.—¿Estás bien?—me preguntó, quedándose en el margen de la puerta.
—Si.—respondí.—¿Tú lo estás?—le pregunté de vuelta, ella asintió levemente.
—¿Saldrás?—me preguntó, viéndome sentarme en la cama para ponerme los zapatos.—Hoy no hay nada que hacer. Los voluntarios de Marley también están descansando. ¿Crees que Eren haya sido imprudente y fuera a continuar el trabajo de las vías del tren?—ajustaba mis zapatos, escuchándola algo preocupada por la ausencia de nuestro amigo, que de algún tiempo a otro, había cambiado drásticamente.
—Yo, no lo sé Mikasa.—respondí sutilmente, quedándome sentado para verla.—En unos meses, la comandante Hange pedirá el permiso para que podamos pedirle ayuda a la señora Azumabito. Quizás, Eren esté con ella para ser adiestrado en lo que ha sabido gracias a los recuerdos de su padre.—le decía, viéndole.
—Si, puede ser.—musitó apenada, como si deseara otra respuesta, pero aunque pudiera dársela, no podría hacerlo.—¿Irás a ver a Annie?—me preguntó cuando me levante, en silencio pase por su lado, pero noté la ausencia de algo muy importante en mi mesa de noche.
—Si.—respondí, viendo la mesa de noche.—Alguien tiene que decirle cómo están yendo las cosas.—expresé, suspirando para salir de la habitación, mientras que Mikasa caminaba atrás de mi.—¿No harás nada hoy?—le pregunté, apenada ella miró a otro lado.—Lo lamento. No estoy diciendo que me moleste tú compañía, todo lo contrario, Mikasa.—esclarecí.
—Parece ser que desde que ella no está, no hay muchas cosas que pueda hacer.—expresó, me helé por completo, temíamos decir su nombre, porque se sentía como un vacío en el aire.
—No eres la única.—articule, viendo la ventana, afuera de la casa donde vivíamos.—Creo que el capitán Levi, ya no disfruta tanto estar con nosotros como antes.—indique.
—Nunca creí que disfrutara con nosotros.—infirió ella, mirando por la ventana también, viendo las calles y la gente del pueblo pasar.
—Yo tampoco lo creía hasta que lo vi darnos la espalda como lo hicimos con ella.—articule fríamente, viendo cómo Mikasa bajo la cabeza.
Ante eso, me senté en el sofá, sintiendo una presión en mi pecho. Baje la cabeza, tapando mi rostro con las manos para respirar hondo. Ella se fue, se fue y nos dejó solos, pero realmente, nosotros la dejamos a ella primero. Tan solo desearía que ese día, todo hubiera sido diferente. Y es que, no había más dolor hoy, que el que sentí el día en que supe que estos días serían así. Cuando desperté, no solo me encontré con la verdad tan cruel del mundo, el hombre a quien admiré y aspiré en convertirme, fue sacrificado para que mi vida valiera de algo, ¿pero de que valió, si también perdí al amor de mi vida? Aún con mis ojos humedecidos, empalados de lágrimas, recordé. La presión en el pecho. La desesperación por levantarme de encima del muro, queriendo buscarla con los demás. Nadie la había visto, nadie había ido a buscarla, hasta que se percataron que no estaba por ningún lado. Podía recordar cómo se sintió ver aquella bengala rojiza por los cielos. ¿La misión quedó abordada? ¿Por qué? Fue lo único que me preguntaba, pero aquellos que entendieron el mensaje no se habían atrevido a mirarme, porque temían que yo supiera que esa bengala rojiza significaba que alguno de los que fue a buscarla, se encontrara con la imagen que no solo perturbó a Mikasa, si no, al capitán Levi. Solo se que, la capitana Laia cayó al suelo, sin poder respirar.
Ella, acababa de perder a alguien, que por más que nadie quiera hablar sobre eso, había perdido a un hombre al que una parte de su corazón amo y luego, pareció perder lo único que él dejó, en un parpadeo. En ese mismo, Jean y Connie sostuvieron fuertemente la conmoción entre ellos dos, pero yo no podía levantarme. Era tan débil ahí, como lo soy ahora, que no me podía levantar, sabiendo que era una aberración, había matado a Berthold para convertirme en lo que fue, costando la vida de un hombre que guiaba a la humanidad y la de su hija, que me guiaba a mi en los días más grises. Caminando entre las calles, vagaba solitario, paseando por el área donde policías militares charlaban y vacilaban en el alcohol, siendo vegetes de su profesión. No le sonreía a nadie, solo caminaba hacia donde quería ir, buscando algo de calma, algo que sanaba mi corazón al hablar en el vacío que quizás, alguien escuchaba en medio de un oscuro sueño. Muchas cosas habían cambiado durante dos años, no tan solo nosotros, físicamente o mentalmente. También, habían cambiado las cosas aquí. La realeza, el orden, las reglas, absolutamente todo, e incluso, las estructuras de los distritos había cambiado. Abrí la puerta, aquella puerta que me llevo al sótano de ese frío lugar, donde me entumecí en cuanto la vi ahí.
—Capitana, ¿qué haces aquí?—sorprendido por ver a esa mujer de cabello cobrizo frente a la coraza de hielo que cubría a esa joven de cabello rubio, me quede detenido esperando respuesta.
—Es más fácil encontrarte aquí que en las reuniones, Armin.—me respondió, sutil.
—Lo lamento.—expresé apenado, mientras que ella curiosamente tocaba la coraza de hielo endurecida, la misma que Eren utilizó para cubrir la puerta externa e interna del muro María aquel día, hace dos años.
—Venía a escuchar que le tenias que decir a Annie hoy. Supongo que es más reconfortante hablar con alguien que no te juzga, ¿verdad?—me preguntó, por lo cual me acerqué al endurecimiento para ver a Annie con sus ojos cerrados, así los tenía y así parecía ser que siempre sería.—Annie Leonhart. ¿Quién diría que fuese hermana de Ainara?—continué entumecido, más cuando la nombró sin vacilar.—¿Tú crees que Annie nos escuche?—pregunto.
—Eso espero.—respondí.—Porque realmente, merece aún así, saber todo lo que ha pasado.—musité.—Ella sigue aquí con nosotros.—añadí.
—Pero, supongo que es más cálido estar en medio de este endurecimiento, que en el mundo real.—opinó la capitana, quien tenía su uniforme puesto con su cabello amarrado en una trenza.—Bueno Armin, te dejo solo.—dijo, girándose para alejarse de mi, por lo cual la miré afligido.
—Capitana.—la llame, deteniéndola, ella se detuvo en seco, para girarse y mirarme de reojo.—Si usted hubiese sido el capitán Levi, ¿me hubiera escogido a mi?—se heló.—Por favor, dígame la verdad. ¿Usted cambió conmigo porque fui yo, y no el comandante Erwin?—pregunte, ella apretó fuertemente la manecilla de la puerta, mientras que sus dientes chocaban.
—Yo quería a Erwin, lo quería mucho, Armin.—me respondió, en medio de una honda respiración.—Pero, la razón por la cual no te miró a los ojos, es porque me das la misma mirada que Erwin me daba. Una, llena de esperanza.—se giró, mirándome con sus ojos humedecidos.—Y si hubiera tenido que elegir, te miento si te digo que lo elegiría a él, porque no es así Armin. Quizás, de mis compañeros sea la única, pero yo hubiera escogido por ti también. Es por eso, que tampoco puedo mirarte, porque me preguntó que me llevo a pensar que elegiría a un niño sobre un camarada, un amor que no se pudo, pero así fue y así son las cosas, Armin.—expresó.—Yo no me arrepiento de mi pensar, tú no te arrepientas de estar aquí, porque hay otros que no están y no volverán.—musitó, con su lágrima deslizándose por la mejilla.
—Pero quizás, si lo hubiesen escogido a él...
—Ainara no podría haber vivido sin ti Armin. Lo qué pasó Armin, no fue tu culpa. Si no, nuestra.—me interrumpió, limpiando sus lágrimas.—Y aunque suene difícil decirlo, tienes que seguir avanzando.—expresó, acercándose a mi.—Yo más que nadie, entiendo lo difícil que es, pero saber que ustedes tienen un límite de vida titánico, me corrompe más, porque habrá un día en donde despierte y no estés, tampoco Eren, por favor, sigan avanzando.—sus brazos me recorrieron, dándome un cálido abrazo que necesite siempre.
—Gracias, capitana.—musité, viéndola distanciarse de mí con sus ojos humedecidos.
—Iré al muro Sina, hay cosas que Historia quiere hablar sobre los voluntarios de Marley. Debemos prepararnos siempre para lo peor.—indicó, por lo cual asentí.—Nos vemos, Armin.—se despidió, dejándome solo en este lugar.
—Annie, realmente no tengo mucho que decirte hoy, lo lamento.—expresé, girándome para mirarla.—Aunque debo admitir que estoy ansioso por ir a descubrir lo qué hay más allá de las murallas, ya no parece tan emocionante como antes.—musité, entristecido con la cabeza baja.—El mundo ahora es más aterrador y pequeño, y eso me duele, porque cuando ella estaba aquí, parecíamos comernos el mundo.—detalle, mirando los ojos de Ainara a través de mis memorias.—Nunca quise herirte Annie. Pero parece ser que, lo he arruinado todo. No puedo traerte de vuelta, como no puedo traerlos a ellos devuelta y nadie entiende, pero ni siquiera yo puedo mirarme al espejo sin verlos.—restregué mis ojos.—Berthold, Erwin y Ainara, los condené y no puedo remediarlo Annie, no puedo, como cuando mate a esa mujer en el distrito de Trost para salvar a Jean, yo he sido siempre un monstruo y ahora que veo mis manos, lo único que veo es sangre. Annie, por favor vuelve. Quizás, ya no me sienta culpable por haberte puesto contra la espada y la pared.—dije.
Me giré, para quedar aturdido y darme cuenta que algo había diferente. Y es que, cuando pude ver de cerca el endurecimiento, me percaté que se veían lágrimas deslizándose por la mejilla de Annie. Aturdido, sentí una bocanada de aire escaparse, pero no podía quedarme aunque quisiera. Lleve la mano ahí, aunque no se pudiera, tuve que hacerlo. Quizás la calidez de mi mano, le diera a ella un reconforte que necesitaba. Con pesadez, me aleje de ella. La había condenado, la había condenado sin que pudiera haber hecho algo. Puse las manos en mi bolsillo, caminando solitariamente por el bajo atardecer que detonaba cálidos colores en el cielo, como si un un pincel del hubiera pasado por ahí. Era hermoso, pero aún así, se sentí feo. Y es que, desde que ella se fue, mis días dejaron de ser soleados, mis noches estrelladas desaparecieron. Todo lo hermoso de este mundo que conocí, dejó de ser valioso para mi. Estaba tan herido, tan lastimado y herido, que sangraba por fuera, nadie podía verlo, solamente yo, porque fui el único que se clavó una espada entre medio del corazón, agonizaba en cada pasa, en cada andar donde deseaba que volvieras con el viento, pero no volverías, aunque así lo invocara. Ya no te siento, ya no te veo y eso, maldita sea como me lastima.
No veo tus ojos, no escucho tu voz. Ya no hay nada más que me agobie, porque me di cuenta que ni siquiera recuerdo como oía tú voz y ese era mi mayor temor desde que supe que ya no estarías aquí, desde que solo me dieron una verdosa capa y morbosamente, un meñique. Lo perdí todo. Aunque estuviera vivo, no se sentía así, once años, no se sintieron tan largos. No veía el día, no veía tampoco la hora, donde todo acabara y te encontrara más allá de este cielo grisáceo, donde podría volver a disfrutar hasta tu más mínima caricia amor mío. Me detuve en seco, sintiendo como se me escapó un suspiro en cuanto lo vi ahí, parado en seco frente a la timba que cavaron para ti. El vacío que se sintió, fue doble, pero me quede sentado en el borde de la cama analizando las palabras que mi amigo de la infancia había dicho. Su apego, su amistad y cariño hacia ella, había sido de manera genuino durante los tres años que pudieron convivir entre el uno al otro, hasta conocerse más que ellos mismos. No solo yo había perdido, no solo Mikasa o el capitán Levi, me olvidé que Eren también había perdido algo que para él era valioso, su amistad con Ainara era algo que solo él entendía, un entendimiento que no encontraba con nosotros y ahora, no lo encontraría con nadie más.
—Aquí estas, Eren.—comente, acercándome a él, pero a pesar de eso, no me miró, se quedó cabizbajo viendo la tumba que plasmaba una fuerte símbolo para nosotros en la lápida.
—No pude venir en su cumpleaños, porque no tenía el valor.—expreso, mientras que veía las flores amarillas que yacían ahí, yo me incliné para así, dejas las rojizas que había encontrado en el camino.
—Que hermosas flores.—musité, quedando aún lado de Eren, para ver las amarillentas flores tumbadas encima de la tumba; lo miré de reojo, él estaba cabizbajo y con un semblante decaído, ya algo en él había muerdo hace mucho y aunque me costara aceptarlo, tendría que hacerlo.
—Mikasa las trajo.—respondió él, fríamente.—No puede dormir. Probablemente evada el sueño porque teme encontrarse con ella en ellos, pero se que tú y yo, dejamos que suceda.—expresó.—Ella la extraña mucho.—añadió, cabizbajo con su alargado cabello cayéndole en el rostro, tapando la mirada vacía de sus ojos.
—Se siente, como si estos once años que me quedan, fueran eternos.—añadí.
—Desearía que la vida de los titanes no fuera limitada, pero gracias a los recuerdos de mi padre, al menos sabemos más cosas de las que anticipábamos saber.—comentó, pensativo.—Quizás ese día, pudimos haber cambiado las cosas, porque al final del día, intentando no perder a un amigo, perdimos a una amiga.—articulo, para así mirarme.—Y aunque piense en eso, no me arrepiento de haber hecho lo que hice, porque no quería perderte, pero ahora de igual manera, morirás dentro de unos años. No sé si lo hice bien o no, alargar tu vida para acortarla, ya no lo sé, Armin.—musitó.
—Al menos, conocimos el mar.—indique, sabiendo que mis palabras eran mi propio cuchillo, lo supe, cuando Eren me miró.
—Pero sin ella.—afirmó, afirmó algo que yo quería afirmar, porque el costo había sido más de lo que creímos y ahora, me dolía más que cualquier otra persona que haya conocido.—Lo lamento, Armin.—se apenó, con su rostro aún más decaído que hace unos segundos.—Pero, Ainara también era importante para mi y seguiré avanzando, como ella quería que lo hiciera... —susurro, con sus manos en el bolsillo, las cuales sacó para hacerme abrir los ojos.—Ten, se que es importante para ti, solo quería sentirla conmigo.—expresó mientras me pasó aquel pañuelo que Ainara por nada del mundo, dejaba atrás.
—Gracias Eren.—agradecí cuando sentí aquel pañuelo, me incliné con mis ojos humedecidos, apretándolo fuertemente contra mi pecho.—Amigo, gracias por haber estado con ella cuando yo no podía. Y al igual que tú la extrañas, yo también. Así que perdóname por haber tenido que ponerte en esa posición aquel día.—expresé.
—No fue tu culpa la decisión que tome Armin, yo haría y haré lo que sea, para que ustedes sigan viviendo. Todo lo qué pasó ese día, fue mi culpa. Por eso, ahora me condené a perderla también.—decía, inclinado a mi lado, mientras que mirábamos las flores que nunca creímos traer hasta aquí.—Fue mi culpa.—se recalaba.—Y aún así, se que ella está aquí en alguna parte y espero que el día en que la encuentre, pueda perdonarme y así, podré dormir en paz.—lo miré, sus lágrimas se deslizaron por su mejilla, mostrando la agonía de su oculto dolor.
—Yo también quiero dormir en paz... —expresé con mis labios temblorosos, sabiendo que lo único que soñaba, era con el anhelo de su regreso a mis brazos.—"Para la niña con el mar en sus ojos, nos vemos en la eternidad".—releí la lápida, con mis lágrimas cayendo encima de la tumba; nunca planeé que un día te perdería. No cumplimos nuestras promesas. Porque prometí, cuidarte siempre y tú, no ir a donde yo no estaría. Ahora, no solo estaba aquí mirando una tumba. Estaba cavando la mía, para poder acostarme y encontrarte en la vida que no pudiste tener conmigo, mi niña.
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