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🐺 Capítulo 12.

12. 𝐄𝐋 𝐍𝐔𝐄𝐕𝐎 𝐂𝐇𝐀𝐍

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El viaje resultó largo, pero había sido menos agotador que otras veces en las que se las pasaba yendo y viniendo sin sentido de una ciudad a otra o peor aún, de un continente a otro como en ese caso.

Suspiró mientras terminaba de fregar su cabello bajo el agua de la ducha. Un recorrido de gotas negras por la tintura previamente aplicada, descendían por su espalda y pecho.

Al salir de allí, se dirigió al espejo y con su mano limpió el vidrio empañado a causa del vapor. Su mirada se encontró con la imagen reflejada allí de una versión falsa de sí mismo y mientras se preparaba mentalmente repasando todo lo que había estudiado durante el viaje, comenzó a alistarse.

Habían transcurrido quizás más de veinte años desde la última vez que había pisado el suelo de Corea. Jamás hubiera imaginado que después de tantos años de haberse jurado que no volvería, las vueltas de la vida lo harían romper con su propio juramento para regresar por dos motivos. El primero, atrapar finalmente a la persona que perseguía durante los últimos tres años. El segundo, proteger a una extraña mientras buscaba a la última persona que pensaba ver.

—¿Ya estás listo? —le habló un hombre a través de una llamada telefónica.

Él simplemente afirmó con un sonido de su garganta, mientras terminaba de ajustar algunos botones de su camisa y caminaba por la habitación del hotel donde podría realizar sus investigaciones privadas.

Tienes que hablar para practicar el acento… —le recordó.

Él suspiró—Tan solo envíeme la dirección, estoy saliendo de la habitación.

Felicidades, tu primera mentira será decirle que te va a dar un resfriado o algo similar, porque sospechará de tu voz grave —suspiró—. En fin. Ya está todo listo. Ella no estará en casa, así que tendrás algunas horas para recorrer la instalación y ambientarte.

Dicho aquello, ambos se despidieron y la llamada finalizó.

No había tenido la oportunidad de conocer al investigador Seo. Había escuchado de sus superiores que el señor Seo era uno de los mejores agentes de encubierto que alguna vez habían tenido en el lado asiático, sin embargo, no había permanecido en servicio en los últimos años hasta que el principal sospechoso había logrado dar un golpe cerca de su hija.

El señor Seo estaba como loco pero tampoco quería preocupar por demás a su preciada hija, por lo que ideó un plan que le convenía a sus colegas del lado australiano para poder ponerle fin a la escapatoria de Samuel Anderson, o mejor conocido en las sombras como “San Fierro”. Era un trabajo difícil que requería de mucho profesionalismo y prolijidad, ambas partes estaban de acuerdo en proseguir y el plan había comenzado a marchar esa misma noche.

Luego de haber recibido la dirección de lo que sería su nuevo hogar, no dudó en salir con prisas para llegar lo antes posible. Tenía la certeza de que estaría solo y podría comenzar una revisión exhaustiva del lugar.

Lo primero que se encontró al llegar, fue una cerradura moderna que no funcionaba correctamente, tal y como le había dicho el señor Seo. Sacó sus llaves del bolsillo de su saco de paño y abrió sin esfuerzo alguno. Definitivamente lo primero que reemplazaría iba a ser esa cerradura.

Ignoró los pares de zapatos desordenados afuera del pequeño mueble donde deberían de estar acomodados y antes de que pudiera avanzar, se detuvo.

Un suave y delicioso aroma a comida casera le provocó que el estómago le gruñera y antes de siquiera poder retroceder y largarse, un par de ruidos de ollas y pasos apresurados lo dejaron estático.

No estaba solo cómo le habían informado.

—Chan, ¿qué estás haciendo? —escuchó una suave voz.

Frente a él, la silueta de una mujer ajena a su verdadera identidad le sonreía con diversión.

Antes de que pudiera decir algo, esta tomó su cabello y lo recogió con un broche en un pequeño moño y se acercó hasta él, tomándolo por sorpresa. Sus manos cálidas y suaves lo tomaron por el cuello y lo obligaron a inclinarse hacia adelante, uniendo sus labios con los de aquella extraña.

—Te extrañé… —le susurró en cuanto sus labios se separaron con delicadeza—... no puedo quedarme porque recibí una llamada de emergencia, pero quise preparar la cena para tí.

Él simplemente parpadeó y la miró algo aturdido, mientras asentía y una brisa de aire fresco lo sacudía luego de causarle una sensación de vacío por no tener a aquella mujer entre sus brazos.

Na-bi se burló de él con una leve risa y lo empujó fuera del recibidor para poder colocarse el calzado cómodo y tomar la bata blanca de su oficio. Se colgó un pequeño maletín en un hombro y sobre su otra mano sostuvo un abrigo para luego salir por la puerta con prisas.

“Chan”, se quedó pasmado.

Su mirada estaba fija en la puerta frente a él, pero luego de asegurarse de que finalmente estaba solo, soltó un suspiro y comenzó a indagar por el departamento.

El espacio era amplio y pulcro, veía muchas fotografías de ella junto a un reflejo de él mucho más expresivo. Tomó uno de esos cuadros que descansaba sobre un mueble y con sus dedos acarició el rostro del hombre mientras fruncía sus cejas y apretaba los labios en una delgada línea recta. Estaba molesto.

Sin perder tiempo, bajó nuevamente hacia el estacionamiento y tomó de su camioneta una caja con objetos y algunas herramientas que usaría. Lo primero que hizo fue reemplazar el picaporte por uno más moderno que se activaba con la huella digital y un pin de seguridad que marcaba con el pequeño teclado a su lado. Lo segundo en su lista, fue instalar cámaras de vídeo tan pequeñas que eran indetectables a simple vista.

Su celular comenzó a vibrar en el bolsillo de su pantalón y lo tomó respondiendo a la llamada entrante del señor Seo.

Ábreme.

Soltando un suspiro, metió nuevamente el celular en su bolsillo y salió de la habitación para dirigirse a la puerta. Abrió de pronto, encontrándose con una mirada indescifrable de un hombre alto, de rasgos cuadrados y un tanto desalineado.

La primera impresión que se llevó “Chan”, fue de completa desilusión. Quizás se había dejado llevar por los comentarios al respecto del señor Seo y se había idealizado una figura de él que no era para nada compatible con el hombre que tenía enfrente.

—Vaya, veo que haz cambiado la cerradura —comentó mientras se introducía en el departamento.

—Me dijo que iba a estar solo, pero no fue así.

El señor Seo elevó sus cejas con sorpresa—¿De verdad?, vaya… —murmuró—.... ¿y qué sucedió?

—Me besó.

Dicho aquello, los ojos del señor Seo se abrieron con sorpresa y prontamente tomó por el cuello de la camisa al hombre frente a él.

No parecía haber rastro alguno de culpa o arrepentimiento en su mirada, en cambio, el padre de la mujer se había alterado como una feroz bestia que protegería con dientes y garras a su preciada hija.

—¿Pusiste tus asquerosos labios sobre los de mi bebé?

—En realidad, ella puso sus labios sobre los míos —respondió con atrevimiento y desinterés.

El señor Seo afianzó su agarre sobre el cuello de la camiseta del joven y lo atrajo hacia él mientras lo sacudía levemente.

—Te lo advierto, muchacho. No te involucres más de lo necesario con mi hija, tienes una misión que cumplir y cuando lo hagas, te irás de aquí —le recordó.

El más joven rodeó los ojos y se apartó del mayor, asintiendo. Tenía más claro que nadie cuál era su papel allí.

Necesitaba de Na-bi porque debía mantener una coartada mientras hacía su investigación, pero debido a la posición en la que se encontraba y debido al papel que interpretaba, le iba a ser muy difícil no involucrarse con la hija del señor Seo. Debía convivir con ella y para evitar levantar sospechas, tendría que permitir y obligarse a interactuar de unas tantas maneras para que Na-bi le creyera.

“Chan”, simplemente se decidió por ignorar al señor Seo durante la próxima media hora en la que permaneció regañándolo y hablando sobre su inseguridad respecto a cómo actuarían para atrapar a San Fierro.

Durante muchos años, el padre de Na-bi, se había obsesionado con el caso de aquel hombre del bajo mundo que rápidamente se había convertido en la persona más buscada. Samuel Anderson, era conocido por su apodo dado a que cuando algo no salía según lo planeado, le gustaba torturar a sus víctimas incrustando fierros en sus cuerpos hasta que estos morían desangrados.

Desde su juventud hasta ese día, el señor Seo no se había sentido tranquilo al tener ese caso sin lograr cerrar debido a que aún no podía atraparlo. Cuando supo que se le había escapado de entre las manos y estaba haciendo de las suyas en otros países, sintió impotencia pero en cuanto Samuel había pisado el suelo Surcoreano, nada le alegró más que saber de la existencia de una posibilidad para atraparlo.

Aún recordaba que en su juventud era muy apuesto, con unos ojos grises como nubes de tormenta y una quijada cuadrada. En la actualidad, según las fotografías que pudieron obtener de algunas cámaras de seguridad de la ciudad por donde se lo había visto de encubierto, seguía siendo igual de apuesto pero con algunas tantas arrugas y mechones blancos de cabello.

Pero nada le daba más impotencia que haber descubierto que aquel narcotraficante, asesino y ladrón de primera, había estado muy cerca de su hija como una tentativa contra el señor Seo. Como si estuviera anunciando su llegada y provocándolo, con una amplia invitación para comenzar a jugar al gato y al ratón.

Quedando a solas, “Chan”, se sentía un poco exhausto luego de haber adaptado con más seguridad su nuevo hogar. Recordó lo que aquella mujer le había dicho y se acercó con curiosidad hacia la cocina.

Sobre la isla de la cocina, debajo de una campana de tul que protegía la comida de los insectos, se encontraban varios platillos de guarniciones para acompañar un gran plato de Bulgogi.

Hacía mucho tiempo que él no disfrutaba de una cena hecha en casa. La mayor parte del tiempo, se la pasaba comiendo fideos instantáneos y bebiendo café de máquinas en estaciones de servicio o supermercados de veinticuatro horas.

Su trabajo le impedía llevar una vida normal y tranquila, habían muchas cosas a las que había decidido renunciar por voluntad propia cuando decidió convertirse en el mejor agente de encubierto en el lado Australiano. Algunos de sus compañeros de trabajo llevaban una doble vida, donde eran padres de familia o simplemente planeaban casarse a futuro con sus novias, pero él no. Todo ese esfuerzo y frustración que veía en sus compañeros le quitaban las ganas de intentarlo.

Cuando sus papilas gustativas probaron la carne agridulce sintió que se le hacía agua la boca. No pudo evitar devorar todo como un animal hambriento que no había probado bocado alguno en meses. Incluso el arroz le sabía extremadamente especial, con un suave aroma a manteca y de textura cremosa.

Cuando terminó, llevó su mano a su vientre y suspiró sintiéndose satisfecho. Quizás podría adaptarse sin problema alguno si sus futuras comidas iban a ser tan buenas como aquella.

Indagó un poco más en la habitación topándose con algunos cuadros con fotografías. En ellas se veía una pareja feliz que sonreía ampliamente ante la cámara, en otras hacían caras graciosas.

Tomó asiento sobre la cama mientras sostenía una de las fotografías donde aquella mujer miraba al horizonte, se encontraba en una playa y la brisa le había provocado movimientos suaves a su cabello, captando una esencia nostálgica a pesar de la suave sonrisa que poseía.

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Na-bi se encontraba anotando una receta médica sobre un papel mientras firmaba y ponía su sello validando la medicación que la madre de la niña debía solicitar.

—Con esto será suficiente… —sonrió.

Le dio el papel a la madre y ambas se colocaron de pie. La doctora caminó hacia la pequeña niña de cinco años que se encontraba jugando sobre la alfombra con algunos juguetes que la doctora tenía en su consultorio para entretenerlos mientras los revisaba. Miró enternecida a la pequeña y acarició su cabeza con cariño mientras se agachaba a su altura y le sonreía amablemente.

—Yeon-doo, es hora de ir a casa… —le dijo—... recuerda abrigarte y comer todas tus verduras, ¿si?

La niña asintió mientras le devolvía la sonrisa y le daba un corto abrazo antes de marcharse junto a su madre.

Na-bi regresó a su asiento y se dejó caer sobre este mientras suspiraba y miraba el reloj en su muñeca. Las horas de guardia se le pasaban realmente lentas, deseaba con muchas ansias regresar al departamento para ver a Chan y hablar con él al respecto de cómo había transcurrido su día.

Unos golpes suaves en su puerta la bajaron de sus nubes de pensamientos y miró cómo su amiga se escabullía en el interior. Se dejó caer sobre el pequeño juego de sillones que Na-bi tenía y soltó un quejido.

—¿Qué te pasa? —preguntó mientras seguía observándola desde la otra punta.

—Necesito un descanso, siento que me volveré loca… —se quejó.

—¿Y por qué sigues aquí si es tan tarde?

Bo-ra se enderezó en su lugar y la miró fijamente—Porque trato de huir de casa por algunas horas extras.

Na-bi dejó escapar una carcajada.

—Mis sobrinos son un amor, ¿por qué te quejas?

Su amiga le dirigió una mirada severa y cuando estuvo a punto de abrir su boca para quejarse, la puerta nuevamente se abrió y el rostro de Jeon-in las sorprendió.

Como si fuera el dueño del lugar, ingresó y se dejó caer en el otro sillón mientras suspiraba y cerraba sus ojos.

—¿Y a ti qué te pasa?

I.N. negó con su cabeza—Me falta una hora para irme a casa, estoy exhausto. Llevo más de cuarenta y ocho horas sin dormir, solo cierren la boca y déjenme descansar un momento.

Na-bi se quejó—¿Pero qué es esto? —preguntó—. ¿Acaso mi consultorio ahora es la sala de descanso de este hospital?

Jeon-in y Bo-ra intercambiaron unas miradas entre sí, antes de mirar a Na-bi y asentir.

Quejándose con sus amigos, se dirigió a la salida mientras iba a la recepción para preguntar si había algún nuevo paciente. Después de saludar amablemente a algunas enfermeras y colegas de trabajo, fue informada que ya no era requerida en la guardia, debido a que el pediatra que necesitaba ser cubierto por algunas horas, ya había llegado y estaba listo para continuar atendiendo a los próximos pacientes que se presentaran.

Con un gran alivio y una enorme sonrisa, Na-bi tomó sus cosas y salió disparada hacia su departamento. Eran casi las dos de la mañana cuando llegó a su hogar compartido, tenía la leve esperanza de que Chan siguiera despierto a esas horas, pero en cuanto llegó se topó con una cerradura nueva en la puerta y entonces se quedó mirándola incrédula.

Intentó llamar a Chan pero éste no le respondió y golpeó la puerta pero no lograba escuchar a nadie del otro lado. Llamó a un cerrajero con preocupación y cuando éste finalmente abrió para ella, ingresó rápidamente buscando por todas partes a su novio.

Se detuvo abruptamente en la habitación cuando se encontró con el cuerpo de su novio recostado en la cama abrazando en su pecho un cuadro con una fotografía.

Llevó su mano a su pecho dejando escapar el aire que no sabía que había contenido y regresó a la entrada para pagarle al cerrajero y despedirse de él, no sin antes agradecer.

Regresó a la habitación, quitó su bata dejándola sobre una pequeña montaña de ropa que debía lavar y caminó hacia su novio. Le quitó la fotografía y la observó con una leve sonrisa, ese día, Chan había llevado por primera vez en mucho tiempo a Na-bi a la playa y allí mismo se habían prometido un futuro juntos.

La escena frente a sus ojos de su novio con las cejas levemente fruncidas y haciendo pucheros mientras hablaba dormido le resultó enternecedora. Jamás había visto a Chan dormir tan profundamente, así que decidió no despertarlo porque supuso que su día había sido lo suficientemente agitado como para acabar con todas sus energías. Ella sabía muy bien que era agotador ser modelo e intentar llevar la marcha de la empresa de modelaje de su madre, no quería molestarlo.

—Debes estar exhausto… —murmuró comprensiva.

Buscó un cobertor nuevo que permanecía guardado en el armario amurado a la pared y lo cubrió.

Miró enternecida a su novio. Acarició su mejilla suavemente y apartó un mechón de su cabello que estaba en su frente. Ver el cabello de Chan en un tono mucho más oscuro de lo que acostumbraba ver se le había hecho extraño, pero le quedaba realmente bien. Le atribuyó aquella decisión a su trabajo, ocasionalmente cuando las sesiones de fotos eran de algún tema en particular, Chan solía aparecer con el cabello más claro o más cobrizo, con lentillas de colores y hasta con tatuajes que se borraban cuando se duchaba.

Mientras se dirigía al baño para cambiar su ropa, se imaginó lo estresante que podía llegar a ser su trabajo y sintió compasión por él.

Se colocó un vestido de tirantes junto con unos pequeños pantalones cortos, y regresó a la cama para acurrucarse a su lado.

Bo-ra, tenía razón. Na-bi, debía hablar cuanto antes con Chan y expresarle sus sentimientos más recientes. Extrañamente, el aroma que Chan desprendía no era suave y floral, más bien tenía notas picantes y amaderadas, era un aroma muy varonil y hasta agresivo pero le gustaba. Se acercó más a él depositando un suave beso en su mejilla y recostó su cabeza sobre su pecho, cerrando sus ojos al fin y uniéndose a él en un profundo sueño.

Quería permanecer a su lado por el resto de su vida.

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