◞ ࣪˖𝐎𝐎𝟏 ! goosebumps
.*・。. A DEAL WITH GOD! .*・。.
━━━PRÓLOGO
𝐂𝐀𝐏𝐈́𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐔𝐍𝐎
LA PIEL DE GALLINA
—¿QUÉ HACES TODAVÍA DESPIERTA?
Ashley puso los ojos en blanco, con una pequeña sonrisa.
—Estudiando.
—¿Estudiando?
—Sí, estudiando —repitió, soltando el bolígrafo por primera vez en horas. Ashley flexionó los dedos, agarrotados por la pila de apuntes de repaso que había estado garabateando de forma chapucera —sus habilidades artísticas no eran las mejores, ¿vale?— recortó trozos de cartulina y descansó el codo en la mesa. Con la palma de la mano, formó un trono para apoyar la barbilla—. Mañana tengo un examen de biología. Supone el diez por ciento de mi nota.
«Y ya no tengo a Barb como compañera de laboratorio, así que no entiendo nada.»
—Normalmente, cuando los chavales están despiertos hasta tan tarde es porque se están divirtiendo.
—¿En lugar de...?
—Estudiando hasta perder los sesos por algún patético examen.
—¡Es el diez por ciento!
—¿Y?
—No creo que ese sea el tipo de consejo que le debería dar un padre a su hija —los labios de Ashley se curvaron en las comisuras—. Un policía, nada menos.
—Todos los chavales se meten en líos —dijo su padre encogiéndose, y sonrió—. Yo sería el que te arrestaría, en cualquier caso. ¿Qué va a hacer la policía? —hizo una pausa—. ¿Llamar a tu padre?
Ashley se burló de sus palabras, desternillantes.
Stanley Miller era un hombre de muchas bromas, ninguna de ellas muy buena. A menudo actuaba un poco joven para ser una figura paterna— que, en realidad, lo era. Joven, eso es. Sólo tenía veinte años cuando ella nació. Eso lo convertía en alguien guay y a la moda, y en uno de los padres más modernos del momento. Todo el mundo lo creía. Y definitivamente se le había subido a la cabeza.
—Bueno, resulta que me gusta estudiar —semi-mintió. ¿A qué persona cuerda le gustaba estudiar?—. Además, no puedo ser capitana de las animadoras sin buenas notas. No se ve bien —Ashley no mintió esa vez—. Tengo que poner el listón alto para el equipo, ¿sabes? Dar ejemplo y todo eso.
—Sí, estoy bien versado en todas las cosas de la animación y el insti —el tono bromista de su padre recibió una mirada aguda. Levantó las manos—. Ya me callo.
Ella tarareó, complacida por su voto de silencio, aunque no dudaba de sus conocimientos. Probablemente estaba bien versado de todo lo que ella hacía en el ámbito de la animación y el insti, como él lo había llamado. La había apoyado increíblemente en sus intereses y siempre la escuchaba cuando hablaba durante horas de ello; de hecho, su padre probablemente sabía tanto como Ashley. Conocía los saltos, las formaciones y las elevaciones correctas, y podía recordar cada rutina como si las hubiera coreografiado él mismo, y esperaba pacientemente el día en que Tina pudiera salir de sus caminatas frontales sin tropezar. Incluso cuando había tenido días largos y agotadores en la estación y sólo quería dormir, aún llegaba a casa, planchaba los uniformes de animadora de Ashley y los dejaba listos para el día siguiente en el instituto. Así que sí, estaba bien versado en todo lo relacionado con la animación y el insti. Muchísimo, en realidad. Por eso Ashley no tenía ninguna intención de corregirlo.
Su padre giró sobre su pie, empezando a salir de la cocina para que ella se quedara sola, pero pronto se volvió y apoyó las manos en el marco de la puerta. La ceja de Ashley se alzó con audacia, como si lo desafiara a hablar después de que acabara de decir que no lo haría. Sus labios se fruncieron, las puntas de los pies lo balanceaban de un lado a otro. Entrecerró los ojos. Parecía que iba a explotar.
—Por favor, ve a ser una adolescente normal.
—Pensé que te ibas a callar —dijo Ashley.
—¿Por qué no vas al arcade? —preguntó él—. ¿No es ahí donde quedan todos los chavales?
Ella se burló.
—Sí, los chavales de los que hago de niñera.
A decir verdad, Ashley podía garantizar que Dustin y sus amigos se encontraban ahora mismo en el arcade. Incluso apostaría por ello— eso era en parte porque había visto a Dustin subirse a su bicicleta y pedalear en la distancia hace apenas una hora, pero el punto de Ashley seguía en pie.
Ahora que lo piensa, hacía tiempo que no cuidaba a su vecino de al lado y a sus amigos. Desde que Will desapareció y reapareció, los padres de su grupo (Ashley aún no sabía por qué lo llamaban así, sinceramente) los habían vigilado más de cerca en lugar de contratar niñeras. Aunque, un año más tarde, los chicos volvían a soltarse poco a poco de sus apretadas correas: ya eran demasiado mayores para una niñera. Por otro lado, Ashley no hacía demasiado cuando cuidaba a Dustin Henderson; siempre había sido un niño extrañamente independiente y era mucho más inteligente que ella. Ese chico era como un hombre adulto en el cuerpo de un niño. Ella se dedicaba principalmente a dar de comer a su simpática tortuga y a pedir pizzas, y él la instruía en las nuevas películas y la guiaba en sus campañas de Dragones y Mazmorras (ella todavía no entendía eso, tampoco).
Stanley Miller se quejó.
—¡Entonces vete a buscar un callejón de mala muerte y compra algunas drogas! —exclamó levantando las manos, exasperado sin ninguna razón válida. Ashley lo observó con una mezcla de diversión y desconcierto—. ¡Bebe de forma ilegal! ¡Vete de fiesta!
—¿Finalmente has perdido la cabeza? —preguntó ella con una ceja alzada.
—¡Tal vez!
—¡No voy a salir de fiesta! ¡Y no me voy a colocar! —Ashley agitó los brazos para burlarse de él, poniendo los ojos en blanco cuando refunfuñó como un niño—. ¡Es lunes! Además, ¡no hay ninguna fiesta!
—¡Entonces monta una! —gritó él.
—¿Qué clase de padre eres tú? —su cara se torció. Ashley respiró profundamente y cerró los ojos por un momento. Cuando los volvió a abrir, parecía estar mucho más calmada—. Escucha, es un lunes por la noche. Y, como mi padre —le señaló, haciéndole fruncir una ceja—, deberías animarme a sacar buenas notas y a acostarme temprano para que pueda dar lo mejor de mí en el examen de mañana, no a buscar un callejón oscuro y un camello.
—Tengo a algunos chavales que lo son en el registro —sugirió su padre.
—¡No! —espetó ella. Si quería drogas, Ashley se pondría en contacto con Eddie Munson. Estaba bastante segura de que Linda seguía acostándose con él después de su aventura de verano—. Mira, voy a sentarme aquí y voy a estudiar para poder aprobar este examen. ¿Le parece bien, capitán?
Él se alegró.
—Afirmativo, soldado.
Sus palabras le provocaron una pequeña, aunque exasperada, sonrisa. Así la llamaba cuando era una estúpida niña. Antes de que el alcohol se convirtiera en jefe.
A Ashley le seguía encantando.
—Mírate —dijo él con un tono sureño—, toda una adulta y esa mierda —sacudió la cabeza, afectuosamente.
—¿Lo suficientemente adulta como para decirte que te vayas a tomar por culo lejos de mi cara? —Ashley sonrió sarcásticamente, con cierta dulzura.
—Buen intento.
Ashley resopló.
—Es una cocina comunitaria —el hombre se dirigió a la nevera con una sonrisa de satisfacción. La abrió de un tirón y cogió una coca-cola, arrancando la chapa de un mordisco —un divertido truco que había aprendido en la universidad y que había impresionado a muchas mujeres en su época, incluida su bella madre— y escupiéndola en la basura. Se detuvo junto a la mesa, apoyó una mano en la superficie de madera y se inclinó sobre ella, echando un vistazo a sus apuntes, tan curioso como entrometido—. Tú y yo somos la comunidad —mientras pronunciaba las palabras le plantó un beso paternal en la coronilla y luego le alborotó el pelo—. No estudies demasiado, ¿vale? Tu gran cerebro va a explotar. No quiero limpiar los restos de las paredes.
Ashley puso los ojos en blanco.
—Mi padre: un cómico.
—Hablo en serio —apuntó con un dedo su cara, haciendo que sus ojos se cruzaran para fruncir el ceño. La punta de su dedo tocó su nariz y ella retrocedió de un salto, poco divertida. Él sonrió—. Tómatelo con calma, sabelotodo.
La chica apartó su mano de un manotazo y murmuró un "sí, sí" en voz baja. Volvió a sus apuntes, cogiendo el bolígrafo para escribir algo sobre las mitocondrias, perdiéndose la sonrisa de su padre. La mano de él se alargó para despejarle el pelo una vez más, mientras que la otra se llevaba la coca-cola a los labios.
Observándola un momento más, Stanley Miller salió de la cocina y dejó a su hija a su aire. Después de todo, Ashley tenía razón, tenía que mantener sus notas altas para conservar el título de capitana de las animadoras. Además, simplemente le gustaba ir por delante. Había sido así desde que él podía recordar. La última vez que sus notas habían bajado fue cuando su madre falleció, y apenas había sacado un raspado. Pero, de nuevo, apenas podía recordar ese momento. Había estado demasiado metido en cervezas Coors como para darse cuenta de ello, algo de lo que no se sentía orgulloso. Ese fue un punto bajo en su vida, en la vida de ambos, y él no había estado ahí para ella. No como debería haber estado.
No tenía pensado hacerlo, otra vez.
—De acuerdo —murmuró Ashley para sí misma, levantando una tarjeta—. La piel de gallina es el resultado de la flexión de los músculos erectores del pelo que provoca que los folículos pilosos se ericen y la piel adopte un aspecto característico con pequeñas protuberancias. El reflejo es iniciado por el sistema nervioso simpático, que es responsable de muchas respuestas de lucha o huida.
Un zumbido pasó por sus labios mientras volvía a mirar el libro de texto y seguía leyendo;
—Recibe amenaza... adrenalina... norepinefrina... —dijo al mismo tiempo que lo apuntaba en las pequeñas cartulinas en forma de tarjetas.
—Ritmo cardíaco... —sus ojos volvieron a la página.
Sus cejas se fruncieron.
AUNQUE ES TÉCNICAMENTE IMPOSIBLE, AQUELLOS QUE PUEDEN CONTROLAR LA PIEL DE GALLINA DICEN QUE EMPIEZA EN LA NUCA.
—Técnicamente imposible —se mofó, muchas cosas eran técnicamente imposibles. Ashley se pasó la mano inconscientemente por debajo de la fosa nasal y luego reflexionó—. En la nuca...
Con la mano desplazándose lentamente, las yemas de los dedos de Ashley pasaron por la zona.
Un escalofrío bailó inmediatamente por su columna vertebral, rompiendo como las olas, y la piel lisa se puso tensa y llena de bultos. La piel de gallina. Contuvo la respiración.
—Ashley.
Su cuerpo se puso rígido, «ahora no».
—Ashley.
No.
—Ashle─
Un fuerte golpe en la ventana de la cocina la hizo brincar.
Ashley se dio la vuelta, con el cuello dolorido por la rapidez con la que se había movido, insegura de qué esperaba que hubiera en su ventana pero sintiendo que no sería nada bueno. En cualquier caso, Ashley no esperaba que fuera Dustin Henderson— con la cara pegada al cristal y una mano agitándose lentamente mientras los nudillos de la otra raspaban la superficie.
—¡Ashley! —la volvió a llamar, impacientemente.
La chica parpadeó.
«Sólo era Dustin». Dejando escapar una lenta respiración, Ashley se recompuso y se dirigió a la ventana. La deslizó hacia arriba y lo miró con el ceño fruncido.
—¿Qué, Dustin? —su nariz se arrugó— ¿No te vi salir hace una hora de tu casa?
—Sí, pero he vuelto —contestó Dustin, simplemente—. Necesito más monedas para recuperar mi puntuación máxima en el Dig Dug.
¿Dig Dug? No había jugado a eso desde que tenía once años.
Cuando Ashley llevaba a Dustin y a sus amigos al arcade, no jugaba a nada. Más bien, convencía a Keith para que la dejara entrar en la trastienda —sólo hacía falta una sonrisa, ya que el tío se sentía atraído por cualquier chica que respirara— para llamar a Linda y a Cindy mientras los chicos corrían como locos por el lugar. Y si Ashley no llamaba a Linda o a Cindy desde el teléfono de mierda del arcade, entonces llamaba a Chrissy; una novata en el equipo de animadoras, pero bastante buena para ser una novatilla. Las dos chicas habían congeniado enseguida, y Ashley pensaba dejar a Chrissy como capitana cuando se graduara, dentro de un par de años. Pero eso no estaba precisamente a la vuelta de la esquina y había unas cuantas chicas igual de buenas, así que Ashley intentó no pensar demasiado en ello. Aún no, al menos.
Ashley le dio al chico una mirada extraña.
—Suena...
Se detuvo.
—¿Divertido? —dijo dubitativa.
Dustin asintió.
—Y bien, ¿tienes algo?
—¿Algo de qué?
Dustin se quedó mudo, antes de hablar.
—Algo de altas aspiraciones.
Los labios de la castaña se fruncieron.
—¡Cuartos, Ashley! —gritó el chico, exasperado— ¡Jesús!
—Cuidadito con esa actitud, Henderson —le dijo Ashley, aunque ese tono la hizo poner mala cara. Sabía que el chico solía ir un paso por delante de ella en el mejor de los casos —o, al menos, lo hacía cuando ella solía hacerle de niñera—, pero, ahora mismo, parecía más bien cinco. Sin embargo, la chica seguía ligeramente agitada por su repentina llegada, y la piel de gallina de su nuca no había desaparecido, por lo que se sentía un poco desorientada. Ella también debía parecerlo, porque Dustin le lanzó una mirada divertida, con el ceño fruncido mientras la observaba.
—¿Qué demonios pasa contigo?
—Nada —negó ella, más bien débilmente. Dustin la observó durante unos segundos más, inseguro.
Eventualmente se encogió de hombros.
—De acuerdo —se ajustó la gorra encima de sus rizos.
Una cosa buena de Dustin Henderson, que había olvidado durante el último año, es que podía ser muy entrometido, pero sabía cuándo no entrometerse. Al menos, sabía cuándo no entrometerse en la vida de Ashley. Tal vez eso se debía a que nunca habían superado el límite de la niñera y el niño; nunca se habían hecho demasiado cercanos, en realidad. Tal vez su vínculo habría crecido si ella no hubiera trazado una línea en el cuidado de niños. Todos sus años como hija única hacían que un hermano le pareciera muy poco atractivo y Dustin siempre fue muy independiente. A menudo se preguntaba por qué su madre había querido que le hiciera de niñera. Probablemente él habría hecho un mejor trabajo cuidándola a ella.
—Entonces, ¿tienes algunos cuartos?
Pero Ashley no respondió a sus preguntas. Era casi como si no las hubiera oído, a pesar de estar a escasos centímetros de él.
Porque lo había hecho.
DING.
La voz de Dustin Henderson no era más que un ruido de fondo comparado con el repentino sonido de un reloj, que resonaba en la habitación. Ashley se giró, entrecerrando los ojos hacia la puerta de la cocina.
DONG.
—Ashley.
Se le erizó la columna vertebral.
—Ashley.
DING.
—¿Ashley? ¿Yujuuu? ¿Estás ahí?
Salió de su aturdimiento al mismo tiempo que se desvanecía el sonido.
Ashley parpadeó lentamente, con las pestañas agitándose como las alas de una mariposa, y se quedó mirando la puerta un momento más. Agudizó el oído para escuchar, pero no oía nada. Ni el sonido de un reloj, ni la voz de una entidad lejana que no había escuchado en años. Nada. Sólo Dustin en la ventana de la cocina, chasqueando los dedos para intentar recuperar una pizca de su distante atención.
—¿Ashley?
—¿Eh? —la chica frunció el ceño.
—¿Y? —preguntó Dustin, y se preguntó si ella había notado su mirada ligeramente preocupada.
De vuelta cuando ella solía cuidarlo, Ashley Miller nunca había sido tan... rara. La chica mayor siempre había sido atenta y concentrada. Por eso siempre se aseguraba de que él hubiera avanzado en sus deberes antes de pedir comida. Claro, no era que Dustin la conociera más que eso, pero sabía que tenía una buena reputación. Una reputación brillante, reluciente y lustrosa, de hecho: capitana del equipo de animadoras, representante del consejo estudiantil, coordinadora del campamento de verano. Su madre la invitaba a menudo a tomar café y hablaban de ese tipo de cosas. Siempre le había tenido mucho cariño a Ashley, una especie de actitud protectora desde que su propia madre había fallecido, o algo así. En cualquier caso, Dustin estaba seguro de que su madre le habría hablado de la Ashley que estaba viendo ahora: retraída y malhumorada. Pero, por otra parte, todos los seres humanos tienen un mal día.
—¿Y? —haciendo eco de lo que dijo, Ashley se encogió de hombros.
—¿Tienes algunos cuartos?
—Oh —sus labios se separaron—. Eh─ sí. Sí, un segundo.
Probablemente no era muy sabio de su parte dar de su dinero duramente ganado a un niño que sólo iría a gastarlo en el arcade, pero a decir verdad no estaba pensando.
Estaba demasiado ocupada pensando en los sonidos de un reloj mientras entraba en su habitación y tomaba su hucha, destapando la panza y sacudiendo el contenido sobre su cama. Dejando todos los billetes de dólar esparcidos por su edredón, Ashley cogió un gran puñado de monedas de 25 centavos y volvió a la cocina.
—Toma.
Los ojos de Dustin se abrieron de par en par cuando ella los arrojó en sus dos manos ahuecadas, algunos rebotaron al caer al suelo.
—¡Gracias, Ashley!
—Diviértete —dijo ella agitando la mano, distraídamente.
—¡Dalo por hecho! —se rió.
Mientras se metía las monedas en los bolsillos y volvía a subirse a la bicicleta, gritando otro agradecimiento por encima del hombro, Ashley volvió a sentarse en la mesa de la cocina.
Apenas le importaba que acabara de dar más de la mitad de sus ganancias por trabajar en la tienda local, donde pasaba la mayoría de los turnos limpiando las mismas cosas treinta veces mientras escuchaba música extrañamente buena con Jonathan; Ashley era más bien una chica de Madonna, pero tenía que admitir que The Smiths tenía algunas canciones decentes. Lo único en lo que podía pensar era en la piel de gallina que tenía en la nuca y que aún no había desaparecido.
¿Ha vuelto a ocurrir?
Sacudiéndose con un giro de hombros y un movimiento de pelo, Ashley se aclaró la garganta y cerró los ojos. Estaba imaginando cosas, ¿verdad? Por mucho que Ashley quisiera decidir que fue Dustin a quien había oído pronunciar su nombre, sabía que eso era mentira; reconocería su voz en cualquier parte. Incluso después de todos estos años, tras perder su contacto cuando su padre se rehabilitó y dejó el alcohol, seguía conociendo su voz. Se había grabado a fuego en su memoria y jamás podría olvidarla. No se parecía en nada a la voz de Dustin.
Ashley reconocería la voz de Dios en cualquier parte.
Pero ella no tenía ninguna razón para escucharlo, otra vez. Ashley no tenía necesidad de volver a hurgar en la cabeza de su padre como lo había hecho años atrás.
Su padre estaba bien. En todo caso, estaba mejor ahora de lo que había estado en muchos años.
Decidiendo pasar de ello, Ashley volvió a sus apuntes.
Tenía un examen que clavar con una gran A+.
—Ashley.
Su nariz se agitó.
Levantó lentamente la cabeza, desprendiéndose con pereza de una tarjeta pegada a su mejilla. Sus labios se convirtieron en una mueca.
En algún momento, debió haberse quedado dormida. No tenía ni idea de cuándo, pero cuando se despertó, ya no estaba sentada en la mesa de la cocina rodeada de libros y papeles.
—Ashley.
Ashley parpadeó somnolienta, confundida.
Observó las brillantes luces de neón y los pitidos y chirridos de Pac-Man y Dragon's Lair de fondo, así como ese mismo zumbido monosilábico que siempre venía con la aburrida voz de Keith.
¿Por qué estaba en el arcade?
—Ashley.
Al mirar las palmas de sus manos, se desconcertó por su ligereza. Estas no eran sus manos. Subieron hasta su cabeza, alborotando su pelo. Este no era su pelo. Sus ojos se desviaron para mirar su ropa. Estos no eran sus mullidos pantalones de pijama. Nada de esto era correcto; estaba demasiado delgada, y el pelo le caía sobre la frente, y le parecía que era mucho más baja de lo habitual. Como la altura bajita de una niña. No su altura habitual de diecisiete años.
Giró sobre sus talones, tratando de buscar la voz de Dustin mientras el chico discutía por algo detrás de ella, pero la escena cambió. En segundos, el arcade era diferente. Seguía siendo el arcade, pero estaba oscuro, y frío, y las luces de neón estaban completamente fundidas— como si hubiera estado vacío durante años, cuando Ashley sabía a ciencia cierta que seguía en funcionamiento. Simplemente estaba allí, de alguna manera. Y sin embargo, ahora Ashley miraba a su alrededor con ojos preocupados, este definitivamente no era el arcade que ella conocía. No había música, ni niños, ni victorias ni derrotas. Estaba húmedo, con extrañas enredaderas que trepaban por las paredes y, si Ashley las miraba con suficiente atención, estaba segura de que se estaban moviendo. Parecía que estaban vivas.
Y todo estaba silencioso. Muy, muy silencioso.
Podía oír su propia respiración, cada bocanada de aire pasando por sus labios secos en innumerables esporas que estaban esparcidas a través de él.
DING.
No había palabras para describir el temor que la invadió cuando el familiar reloj comenzó a sonar— ninguna palabra se acercaba remotamente.
DONG.
Su corazón palpitante se estrelló contra las curvas de sus costillas cuando la puerta se abrió de golpe, rebotando contra la pared con tal intensidad que parecía que iba a romperse de su bisagra. A Ashley se le puso la misma piel de gallina amenazante en el cuello.
DING.
Ashley avanzó despacio hacia la puerta.
DONG.
Salió al exterior.
Su cara se arrugó al mirar al cielo, con esporas de ceniza que rozaban sus mejillas. Se disolvieron en la cálida piel como una esponja, absorbiendo cada fragmento de polvo, dejando sus redondos pómulos hundidos y demacrados. Pero era lo que se escondía más allá de toda la estética; detrás de la ceniza flotante, detrás de la luz parpadeante, detrás del chirriante letrero de ARCADE que chirriaba de un lado a otro como si quisiera replicar cada inquietante paseo de un juguete de Jack en la Caja Maldita.
Detrás de todo eso, fue donde el miedo de verdad hizo efecto.
Allí donde el cielo atronador se resquebrajaba, azotando los relámpagos como reglas sobre un escritorio. Donde la nube grisácea se difuminaba de azul a rojo asesino; como mares tumultuosos del diablo.
Y, cuando los relámpagos iluminaban las nubes de la forma adecuada, encendían una inquietante silueta.
Ashley no podía darle un nombre. Nunca había visto nada parecido, en sus diecisiete años. Una estructura enjuta, con tentáculos de gusanos y un aura inquietante, que infundía puro terror en lo más profundo de su alma. Su corazón se aceleró.
—¿Will?
Ella conocía esa voz.
—¡WILL!
Ashley saltó.
Saltó tan alto que se cayó de la gracia, sus órganos se hundieron hasta la tripa mientras bajaba. Abajo, abajo, abajo. A través de la corteza de los núcleos de la tierra, a través de túneles húmedos que se arrastraban con enredaderas, a través de envolturas carmesí palpitantes que separaban el aire de la vida de la inmóvil incertidumbre de la muerte. Ashley siguió cayendo a través de las puntas de sus dedos, incapaz de aferrarse a ningún tramo de la realidad, un asidero de la actualidad que se deslizaba como la arena.
Y, mientras lo hacía, vio el rostro borroso de Mike Wheeler.
—¡ASHLEY!
Y entonces, todo se paró.
Un dolor punzante le atravesó el hombro cuando cayó al suelo con un golpe, la madera clavándose en su piel. Espera—
¿Madera?
—¿Ash? ¡Ashley!
Sus ojos se abrieron abruptamente.
Se entrecerraron bajo las intensas luces, no esperaba una luminosidad tan fuerte después de la oscuridad que había encontrado. Era como si pequeñas esquirlas se hubieran incrustado en su alma como astillas de vidrio, y no importaba cuántas sacaras, siempre habría más.
—Gracias a Dios. . . —exclamó una voz.
—¿Papá?
La mirada de Ashley revoloteó hacia su rostro, encontrándolo arrodillado a su lado con el sudor adornando su frente y la sangre manchando su camisa. El rostro de Stanley estaba tenso, su mandíbula se encontraba marcada como el acero de un cuchillo, y tenía una vena bastante notoria a lo largo de su cuello que bien podría reventar su yugular. Pero también parecía, quizás, aliviado.
—Maldita sea, hija —siseó, atrayéndola a su pecho.
Ella no se movió, tenía el cuerpo entumecido y las extremidades rezagadas. Ashley se limitó a inclinar la cabeza hacia abajo para mirar sus manos, flexionando lentamente un dedo cada vez mientras su barbilla rozaba el bíceps de su padre. Esas eran sus manos. Eso hizo que su tenso cuerpo se relajara y un mechón de pelo cayó en su visión. Ese era su pelo. Su mirada se inclinó para inspeccionar sus piernas. Llevaba puesto sus mullidos pantalones de pijama. Y cuando miró bien a su alrededor, acostumbrándose de nuevo al calor de las luces, dejó escapar un suspiro que amenazaba con quedarse atrapado en su garganta. Esta era su cocina. Entonces Ashley se dejó caer en el abrazo familiar, uno del que nunca envejecería. Ese era su padre.
Estaba de vuelta. En su propio cuerpo, en su propia realidad, en su propio ser. Ashley Miller estaba de vuelta en su propia mente y a duras penas se había dado cuenta de que se había ido.
Su estómago se revolvió con el mareo restante, no acostumbrado a tal sensación después de tantos años sin práctica. Pero fue exactamente la misma sensación que sufrió en su último encuentro con las profundidades de la conciencia humana.
Pero había una gran diferencia.
La última vez, Ashley Miller sólo había profundizado en la mente de su padre.
Esta vez, había acabado en la de Will Byers.
Por accidente.
No tenía ni idea de cómo, ni de por qué, pero sabía que tenía que ser la de Will, el pequeño Will Byers, tan dulce y tierno, y tan torturado después del incidente del año pasado. Dustin estaba allí, Ashley lo escuchó, y vio al hermano de Nancy Wheeler, Mike, por último. Tenía que ser Will Byers. De alguna manera, había encontrado una forma de entrar en la cabeza de Will Byers.
Y Ashley no tenía ni idea de lo que había visto exactamente.
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