Capítulo XXVI: Meditaciones bajo un manzano
Edén olía a flores frescas. Los jardines de toda la ciudad amurallada daban su último gran espectáculo. Rosas rojas y blancas abrían sus tiernos capullos en las plazas repletas de fuentes rebosantes de agua. Aceites de jazmín y orquídeas perfumaban los mercados. Margaritas plantadas en masetas, recién florecidas, colocadas en los edificios de justicia ablandaban el corazón de los jurados y jueces y brindaban breves momentos de tranquilidad a los acusados. Niños y niñas en las instituciones educativas jugaban con las flores de lirio. Las damas y hombres de alta alcurnia paseaban en sus jardines regodeados de tal paraíso terrenal. Los aromas se extendían incluso a los suburbios más pobres y desfavorecidos de la cuidad, una lavandera entonaba una canción mientras recibía gustosa la brisa perfumada y los vagabundos deleitaban su sentido del olfato por primera vez en mucho tiempo.
Las avenidas de los suburbios residente de la clase media y alta de la cuidad se llenaron de flores de melocotón, los durazneros comenzaban a florecer y esa muestra de belleza delicada y efímera — a pesar del ajetreo de los ciudadanos— conmovía a todos sus residentes.
Evander Onassis no fue la excepción. Por el camino de regreso a su residencia, después de una ardua jornada de trabajo en los centros de entrenamiento, detenía sus pasos, y contemplaba los melocotoneros vestidos de pétalos rosados. Inhalaba el fresco aire de la tarde perfumado con ese aroma que llegaba a ser tan familiar para él e imaginaba que clase de futuro le depararía sus planes de irse de Edén y establecerse en un nuevo poblado junto a su esposa.
«Si que es una verdadera lástima, me perderé de todo esto» meditó el muchacho mientras acariciaba una hoja rosada y la dejaba caer al suelo.
El joven Onassis caminó a paso paulatino hasta su hogar. Lo esperaba una construcción a la usanza arquitectónica clásica; un edificio de dos pisos con diversas habitaciones, un jardín en el centro, el techo de tejas rojas y la entrada cercada por una reja custodiada por dos fornidos soldados.
A su llegada la sirvienta principal lo recibió con grata cortesía. Avisó que su señora no se encontraba en la casa—, como era de costumbre llegaría tarde debido a los ensayos de teatro—, y en su ausencia preparó la comida para su amo y un baño de agua caliente.
Evander preguntó si su primo seguía en la casa. La sirvienta respondió que se encontraba en el jardín enfrascado en unos papiros viejos, dijo que el jovencito salió bien entrada la hora del almuerzo, cuando sus dos amos no estaban en la casa, a su regreso la sirvienta se percató del melancólico estado en que llego el príncipe.
«— Le pregunté si quería que le sirviera el almuerzo. Pero él no me contestó. Parecía estar ido de sí mismo señor y muy triste. Hace unas horas lo convencí de comer un pure de batatas. Come como un pajarito señor, pero que come, come.»
El joven Onassis agradeció sus servicios e ingreso de inmediato al jardín de la casa. Encontró a su primo en el centro del patio, bajo un manzano en época de floración. Estaba sentado en una banca de madera, en su regazó estaban esparcidos de forma desorganizada unos papiros de viejas texturas, no parecía darse cuenta del nuevo visitante estaba absortó en la lectura de uno de los documentos.
— ¿Pudiste encontrar lo que buscabas? —Preguntó Evander. Se acercó a su primo y recostó su espalda en el tronco del manzano.
— Parcialmente —respondió Neydimas con aire ausente, sin voltear a mirar a su acompañante —. Este individuo, de nombre Alejandro Agneta se encuentra perdido en acción, muchos lo dieron por muerto, pero no se dio con el paradero del cuerpo.
— Fue un soldado.
— Y no uno común— Neydimas ojeo un par de páginas descastadas hasta dar con el documento correcto y leyó su contenido — Fue capitán del segundo escuadrón de ataque de los rebeldes en la rebelión de Atezú.
— Atezú ¿Eh? — dijo Evander sin poder evitar expresar su sorpresa. Los veteranos de las guerras civiles del bando de los rebeldes escaseaban en la actualidad, aun mas cuando se trataba de los sobrevivientes del bando perdedor en Atezú. Cuando culminó la guerra civil entre los bandos pro–monarquía y anti– monarquía él era solo un infante, a pesar de aquello, en sus lecciones de historia aprendió todo lo que necesitaba saber sobre una de las épocas violentas de su nación, recordaba cada bando deliberante...
— ¿Tu maestra participo en esa guerra? — preguntó curioso. Recordó que las flores de loto tomaron actividad en la guerra del bando pro– monarquía, tal vez ese era el hilo conductor del interés del príncipe sobre ese individuo.
— Fue nombrada capitán de la división especial anti rebeldes —Neydimas se pellizco el puente de la nariz. — Por eso ese nombre me resultaba tan familiar.
Evander se cruzó de brazos y se rasco la barbilla. Conocía bien la línea de pensamiento de su primo. En cada lapso de tiempo surgía en la una nueva actividad que lo llevaba a los extremos de la obsesión. Sus manías se orientaban a sus enemigos en batalla, la guerra y su fallecida maestra. Su nuevo pasatiempo era ese hombre.
— ¿Crees que ese personaje este íntimamente relacionado con ella? — preguntó para sí mismo. — Ya sabes. — Evander rasgó con expresión distraída la delgada corteza del manzano —. Me refiero a una relación que va más allá de la obvia enemistad en bandos enemigos.
— Es lo que planeo averiguar— respondió el príncipe Aldebarán sin despejar su vista de los papiros —. Alejandro Agneta fue tomado prisionero y escapo, antes de su huida debieron retratarlo. Necesito la imagen completa de su rostro. Con su cara puedo conseguir aún mucho más. Rostros de criminales de iguales caras, pero nombres diferentes.
— La biblioteca oficial de seguridad de la cuidad registra cada retrato. No importa el año, cuidad o importancia del delincuente, creo que encontraremos a tu hombre. Mañana mismo iré personalmente a buscarlo.
— Hum
— La sirvienta me dijo que te fuiste al mediodía— dijo Evander fingiendo cierta distracción y preguntó interesado: —¿Dónde estabas?
— En el palacio.
Evander ceso de desgarrar la corteza y dispuso toda su atención en su primo. Interesado ante semejante revelación.
— Supongo que te reservaras los detalles— le dijo apelando a la naturaleza fría y reservada del príncipe. Este último hizo a un lado los papiros.
— Recogí algunas cosas que deje en mi habitación y las traslade al cuarto de huéspedes— dijo Neydimas con aire ausente. Y, después de una pausa prolongada, agregó: —Y, me encontré con la princesa de Rhiannon.
El joven Onassis observó a su primo con detenimiento. Sabía que decía la verdad, Neydimas no bromearía con algo como eso. Esperó que él nombrara detalles del encuentro, sin embargo, de pronto y sin ninguna reserva comento: '
— He pensado en la anulación de nuestro matrimonio.
— Eso es imposible —se apresuró a decir Evander. Según las normas vigentes desde hace años los miembros herederos de la corona no podían divorciarse de sus conyugues.
— La ley estipula que...
— Se lo que la ley dice —interrumpió Neydimas. Sus ojos violetas brillaban de una inquebrantable determinación—. Se lo que nuestra unión significa para ambas naciones.
Hizo una pausa. Apartó un mechón color amatista de su cabello y remojó sus labios resecos con saliva.
— No creas que me cuestione le mismo que tú— dijo—. Pero consulte a un asesor legal en privado y me dio las esperanzas. Nuestro matrimonio tiene la posibilidad de anularse con consentimiento mutuo si en un plazo de cuatro años después de dicho compromiso la mujer no logra concebir hijos. Ese lapso de tiempo es suficiente para el intercambio de armas, soldados y bienes entre IØunn y Rhiannon.
— No importa que ante nuestra ley tu casamiento no tenga valor. — Evander descruzó los brazos y se paró firme junto a su amigo—. Lo tiene para los de Rhiannon.
—Yo... podría regresarla— Evander presenció como una sombra de inquietud cruzó por la mirada inexpresiva del príncipe —. inventaría una excusa sobre mi incapacidad para dejarla en cinta, en IØunn no tenemos muchos prejuicios en torno a ello, pero los de Rhiannon... — hizo una pausa, parecía inseguro de elegir sus próximas palabras —Si, a los ojos de su pueblo será una mujer liberada del mal de un esposo no apto. Los Rhiannianos la liberaran de mí. Podrá volver a casarse si lo desea, tener hijos con quien quiera, incluso, tal vez dedicarse a la sanación.
— Nix me dijo que ella era una sacerdotisa de Alqadys, a las mujeres en el sacerdocio se les exige la castidad en cuerpo y alma para ejercer tal labor. Por lo que dijo mi esposa, la muchacha estaba encantada de ser sacerdotisa, si regresa a Rhiannon no podrá ejercer como una dama sagrada —dijo Evander tajante —. Te guste o no es tu esposa.
— Ella no es mi esposa. No quiero estar con ella — si uno de esforzaba lo suficiente podía percibir el tono colérico en su voz.
— Ya entiendo. — dijo Evander con tono severo —. Entonces todo se reduce a tu egoísmo, quieres huir de tus responsabilidades, dejar a esa muchachita desamparada, todo para conservar tu virtud ¿No es así? Claro la imagen del guerrero Neydimas Aldebarán no combina con la de un hombre casado. Mucho menos con la de un Indah entregado a su patria unido a una mujer extranjera.
— No se trata de eso, Onassis —dijo el príncipe, sin levantar la mirada.
— En nombre de lo más sagrado. Entonces no comprendo de que se trata. No entiendo tu cambio de opinión tan repentino con respecto a esa muchachita. En un principio incluso expresaste odio hacia ella, ¿por qué te comportas de un modo tan benevolente?
Evander observó como el semblante de su primo se contorsionaba en un gesto visible de inquietud. Movía los dedos de forma nerviosa y sus ojos parecían estar a la deriva de un embravecido océano de pensamientos.
— Onassis, tal vez usted pueda aclararme algo. — Neydimas se pellizco el puente de la nariz—. La noche de la celebración del matrimonio yo... recuerdo que empecé a beber en exceso, me puse ebrio — hizo una pausa. Evander asintió con la cabeza en confirmación a todo lo que decía. Neydimas añadió:
— Le dije a usted que me dejara en paz, pero insistió en acompañarme a mi habitación. ¿Qué paso después?
— Lo que tenía que pasar. Te deje en la entrada de tu habitación.
— Me refiero a algo más ¿Alguien más le acompaño? ¿Alguien estaba en mi habitación? ¿Notó algo fuera de lo normal?
— Ahora que lo mencionas. —Evander se rascó la barbilla, pensativo —. Cuando me estaba alejando de tu habitación, vi una luz violeta, creo que, tal vez, utilizaste tu canalizador de energía para invocar un arma. Eso es todo. ¿Por qué estas tan interesado?
— Onassis — pronunció de forma sombría — Hoy. Antes de entrar en mi habitación— alcoba que es ocupada por la princesa—, poseía una idea clara de a quién me dirigiría. La imagen de una mujer que me obligó a contraer matrimonio. Pero vi todo lo contrario. Solo era una muchacha. Recuerdo su imagen. Su figura lucia frágil y enferma. Una jovencita extranjera asustadiza, una genuina amante de todo lo que representa su pueblo, hablaba en un curioso acento. Apenas si podía escucharla. A penas intercambiamos palabras, pero el tono de su voz, su sumisa disposición y gestualidad corporal confirmó mis sospechas. Ella me tiene miedo. Su odio ante esta alianza supera al mío. Esta atrapada como yo. Lo peor de todo esto es que no trate de mostrarme amable. En la boda la traté con indiferencia, me mostré frio y presuntuoso. Quería dejarle en claro que jamás cumpliría con mis obligaciones maritales al menos que me obligara de alguna forma. Después, en el banquete, bebí, intenté olvidar el lugar en el que me encontraba. Me convencí a mí mismo que ignoraría a la joven y no le permitiría acercárseme. Cuando me retiré del banquete con la intensión de dormir y no recordar tu me acompañaste a mi habitación, entré, creyendo estar solo, pero, no sé cómo llegó hasta allí, pero estoy casi seguro de que la princesa yacía sobre mi cama y...
Neydimas detuvo su narración. Evander permaneció unos segundos en silencio, sumergido en un lapso de incredulidad, asimilando la confesión de su primo. El choque emocional lo sacudió de pies a cabeza cuando en su mente una aberrante teoría se incrusto en su mente.
«¿Acaso él...?»
— ¿Qué hiciste? — las palabras escaparon de sus labios con un tono acusatorio que no pudo controlar, posó su mano sobre el hombro del príncipe y lo zarandeó con fuerza. El príncipe no reaccionó.
— ¡Ney! ¡¿Qué hiciste?! — exclamó alarmado.
— El cuarto estaba a oscuras, tanteé buscando las velas. No las encontré. Entonces. Con mi canalizador invoque lo primero que se me vino a la mente. Por puro instinto canalice una espada de energía.
Evander apretó de forma instintiva su agarre en el hombro de su primo.
— ¿La lastimaste?
— No —el príncipe entre cerro los ojos y negó con la cabeza—. No lo hice. Pero la asusté.
— ¿Acaso tú...? — Evander no pudo continuar, sentía el ácido biliar ascender por su garganta. Tragó saliva. La sola idea de pensar que un indah de su misma sangre cometiera tal crimen le retorcía las entrañas— ¿La tocaste?
La máscara de indiferencia en el rostro del príncipe se desvaneció. Neydimas quedó visiblemente es un estado mitad estupefacción mitad enojo. Onassis retiró su agarre.
— Llevabas semanas sin comer, consumiendo narcóticos y bebiendo alcohol de vid — se explicó Evander —. Escuche que muchos humanos en tales situaciones de nula lucidez se aprovechan de—
El príncipe se levantó dando un salto enérgico y poso su mirada acusatoria en su primo.
— Cuida las insinuaciones que salen de tu boca— advirtió entre dientes, esforzándose por mantenerse sereno y, repleto de convicción, agregó: — Antes de hacer algo como eso me mataría.
El joven Onassis no recordaba la última vez que había presenciado una muestra tan evidente de emociones en su joven pariente. Observó el rostro contorsionado por la enloquecedora impresión ante palabras que ponían en duda su honor, el cuerpo, antes inmune a cualquier estimulo, temblaba como un junco mecido por la brisa, sus ojos violeta naturalmente tristes y apagados se encendían con un brillo parecido a la indignación, sus mejillas pálidas estaban coloreadas de ira y los labios apretados firmes como una línea recta.
— En el tiempo que llevo alejado del palacio mis recuerdos se aclaran— dijo Neydimas, la explosión de emociones reflejada en su rostro se esfumo tan rápido como había llegado, semblante y voz volvía a adquirir un tono indiferente— Recuerdo casi a la perfección todo lo ocurrido esa noche y juro, por la memoria de mi maestra, que no le puse ni una mano enzima a la princesa de Rhiannon. ¿Calma su conciencia saber que su primo no es un animal?
Silencio. Evander bajo la mirada avergonzado. Poso su mano en la corteza del árbol y el rasgo de manera incomoda.
Ese retorcijón en el abdomen no se extinguió, sin embargo, ahora era remplazado por una causa totalmente distinta. El sentirse un completo imbécil por poner en tela de juicio la moral de su primo en un tema tan delicado como ese. Dudar del honor de ese muchacho que odiaba tocar y ser tocado.
— ¿Qué paso después? — preguntó Onassis, el sonido de sus uñas rasguñando la corteza le zumbaba en los oídos.
— Ella durmió en la cama, yo en el suelo. En medio de la madrugada salí al jardín y dormí bajo un árbol.
El tono de voz del príncipe era uno lastimero, penoso, como si estuviera relatando la apoptosis de las penurias de un héroe trágico.
— Le tienes lastima— no era una pregunta era una confirmación.
Neydimas permaneció en silencio. Un pétalo de cerezo traído por el viento se enrejo en el cabello del príncipe. Evander pensó seriamente si existía alguna clase de probabilidad de volver en el tiempo y ser mejor para su primo, un mejor amigo, un mejor consejero.
— También fue mi culpa— admitió— No debí dejarte a solas en las circunstancias en las que te encontrabas.
— No trate de cargar la culpa ajena, yo soy responsables de mis acciones, yo amenacé con la espada a la mujer con la cual me uní en matrimonio, ignoré su mera existencia. Me transforme en la vida imagen de sus temores de esposa. Ninguno de los dos deseo esta unión. Es mejor la separación.
— ¿Le dirás sobre tus planes? — le cuestiono Evander —. Creo que sería muy injusto que la princesa estuviera al tanto. Esa decisión no es solo tuya. Pero. Antes de hacer eso deberías disculparte.
El joven Aldebarán mantuvo la cabeza gacha. Los labios resecos del príncipe se curvaron en una diminuta sonrisa triste, una sonrisa que más parecía ser una mueca.
— No aceptará mis disculpas.
Evander detuvo el desgarre en la corteza, fregó sus uñas verdosas con su vestimenta, se acercó a su amigo y le dio unas ligeras palmaditas en el hombro de forma compasiva, él sabía que ese era el único gesto de consolación que podía permitirse con alguien tan reacio a cualquier clase de contacto físico.
— Eso depende exclusivamente de la princesa, estoy seguro de que conseguirás su perdón, créeme, las sacerdotisas son mujeres muy benevolentes.
El príncipe no le dirigió la mirada. Sus ojos estaban clavados en el suelo, en el pasto verde recién brotado. Cualquiera diría que tal acto se trataba de un caso de pérdida momentánea de las facultades mentales propio de un desdichado loco, pero Evander conocía el carácter de su amigo lo suficiente para saber que ahora su cabeza estaba en constante conflicto emocional. Su lado más racional, esa parte de él que se formó en años de entrenamiento y situaciones traumáticas trataba de catalogar sus propios sentimientos de culpa y desesperanza. Intentaba cellar todo su dolor dentro de un baúl de pura indiferencia.
— Amigo mío— dijo Evander afablemente —. No soy ninguna figura de autoridad que se cierne ante ti, soy un confidente y consejero y como tal te puedo afirmar que esa molestia que sientes en tu alma seguirá perturbando tu vida. No lo dejes. Habla con la muchacha.
El príncipe Aldebarán no respondió. Aun así, Evander se convenció de ser oído. Un ligero— casi imperceptible— movimiento del mentón en ese pálido semblante le garantizo saber que el príncipe prestaba atención a sus palabras.
— Cambiando de tema— dijo Evander Onassis en tono despreocupado – ¿Qué te propones hacer después de averiguar todo sobre ese hombre que buscas?
El joven Onassis vio como los ojos melancólicos de su amigo se llenaban de una fría determinación. Era la misma mirada reflejada en esos ojos cada vez que mataba a un enemigo.
— Si sigue vivo y es una amenaza lo mataré.
Evander Onassis asintió con la cabeza. Sus palabras no lo tomaron con la guardia baja. Neydimas Nabis Aldebarán era el único aprendiz de Berenice Atlas, en su cuerpo y mente estaban inscriptos todas las tácticas de combate de la difunta mujer y también sus valores y creencias. Si por alguna razón su maestra no culminó su misión de proteger la nación de los traidores, dependía del príncipe terminar el trabajo.
Evander sabía que no se detendría. Por el bien de su primo— y del mismo Agneta, si seguía vivo— esperaba que ninguno de los dos se encontrara frente a frente en el campo de batalla.
La brisa del sur invadió el patio de la casa. Trajo consigo ejemplares nuevos de pétalos rosados. El viento meció las ramas del manzano esparciendo sus flores sobre el césped y sobre las cabezas de los dos muchachos IØunnadianos.
Evanderse revolvió el pelo desasiéndose de las flores blancas atoradas en sus mechonesclaros. Vio como su primo seguía sentado e inmóvil como una estatua, la espaldaencogida, las manos apoyadas sobre las rodillas y la mirada perdida, pasaríanvarios minutos hasta que volviera de su estado ensimismado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro