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Capítulo III: Hoguera funeraria

Por largos años, desde la fundación de los pilares de la civilización del continente de Iøunn, se tenía la costumbre de ofrecer a los soldados caídos en batalla un funeral glorioso, con los más altos honores que los presentes eran capaces de ofrecer. La costumbre dictaba que los cuerpos fueran incinerados en las llamas del fuego azul, caracterizado por destruir por completo el tejido fuerte, fibroso y resistente de un Indah. Los cadáveres eran colocados en fila sobre el heno, sobre ellos se cargaba sus armas: escudo, flechas, espada, jabalina. Sobre los párpados fríos y cerrados se colocaban dos monedas de oro y plata, no importaba que el muerto hubiera sido un granjero recién conocedor del mundo bélico o un general de alto rango, todos debían llevar monedas de plata para pagar su deuda al barquero en el tártaro.

Se recitaba una oración y plegaria, después las flechas doradas repletas de llamas azules se alzaban en el cielo aterrizando en los cuerpos, consumiendo la carne con lentitud, mientras un soldado anotaba el nombre y apellido de los fallecidos, muchas veces el cadáver estaba tan irreconocible por la mutilación que se tenía que recurrir al reconocimiento numérico, un método por el cual los jóvenes miembros de la milicia se tatuaban el brazo con letras negras una seria de números única que le serviría como método de identificación.

Neydimas también tenía un tatuaje correspondiente, el número 20022809.

Tal vez, el ambiente fúnebre de la purgación de los cuerpos en las llamas era también un medio básico para aprovechar, desahogar la tristeza acomodaba. Nadie juzgaría a los jóvenes muchachos por derramar lágrimas similares a las de un alma en pena, tratándose de una situación como esa, a pesar de aquello cabe destacar que muchos sollozos eran debido a los difuntos.

El funeral tuvo una duración máxima de treinta minutos, tiempo por el cual todos estaban reunidos con las armas en mano y banderas patrias en señal de respeto.

El joven Aldebarán también se encontraba allí junto a su primo Evander, rindiendo los respectivos homenajes a los caídos, este último observaba con sus ojos verdes las llamas azules consumir la carne, la incineración se llevaba a cabo a varios metros del campamento.

Después de la conclusión del funeral, ambos amigos partieron en sus corceles.

Evander montaba su caballo de pelaje marrón y se había quitado el yelmo dejando ver sus facciones juveniles enérgicas, el cabello rubio casi plateado en forma de melena que le llegaba a la altura de los hombros con un mechón color naranja, ojos verdes, labios pálidos y resecos y una nariz aguileña. Los amigos a penas si compartieron alguna que otra charla, el joven Onassis sabía que en momentos como ese ninguno de los dos quería sumirse en alguna plática, mucho menos Neydimas luciendo más melancólico y apático de lo normal.

Llegaron al campamento, ataron los caballos a un poste, y ambos tomaron cursos diferentes.

El príncipe Iøunnadiano se internó en su tienda, respiro profundo y se sentó en una colcha que le servía de cama.
Ahora que no estaba a la vista de ninguna persona, podía sacar a relucir su disfrazada dolencia física.
Movió los brazos de un lado a otro, y roto sus hombros intentando eliminar el calambre provocado por sus fuertes sablazos y confrontación mano a mano con algún enemigo.
Tal vez era un buen guerrero experimentado, pero era la clase de Indah que no se permitía lucir cansado o dolorido ante los demás.
Se frotó las piernas entumecidas por correr demasiado, ya el uniforme le parecía una terrible carga y procedió a quitárselo.

Comenzó con las muñequeras, (las había adherido tanto a su brazo que dejo su piel enrojecida e irritada), luego sus botas negras que eran muy útiles al tratarse de proteger sus pies, pero no tenían la más mínima utilidad en facilitar la carrera y el libre movimiento, si es posible hubiera usado sandalias si no fuera por el frío que congelaría sus dedos, se despojó del cubre pecho y se quitó el yelmo dejando al descubierto una melena con abundante pelo castaño claro ligeramente rizado, hasta ese momento había cargado con el molesto casco que le aprisionaba la cabeza, si no fuera porque esa cosa era útil nunca la llevaría puesta.
Se deshizo de sus guantes de cuero revelando el defecto que siempre oculto arduamente, a su mano izquierda le faltaban los huesos de la segunda y tercera falange, lo que provocaba que esa mano luciera como la de un pequeño niño, aunque mantenían su pulgar intacto siendo de un tamaño irregular comparado con el resto de su mano.

Hizo su armadura a un lado, al igual que su estimada varita mágica catalizadora de su energía cósmica, por último se desprendió de su túnica quedando desnudó al margen del aire helado del exterior, cogió una vasija con agua fría que había llenado esa misma mañana, volcó su contenido en una palangana de metal y se lavó el rostro, las axilas, los brazos y el pecho desnudó.
El agua antes cristalina se tornó de un rojo carmesí intenso producto de la sangre ajena y pequeñas heridas que tenía el cuerpo del joven hombre. La fuente le servía como espejo personal, miró su semblante con detenimiento, mandíbula fuerte y pronunciada, nariz aguileña con el tabique ligeramente desviado, ojos color azul púrpura inexpresivos denotaban un cansancio espiritual ligeramente asociado con lo físico, estaba pálido, con el leve cincelado de un hombre que no había visto la luz del día por algunos años, su cabello castaño ondulado estaba enredado y sucio, pero se notaba el fulgor brillante del color violeta en un mechón de cabello en el lado izquierdo de su cabeza.

Esto era lo que la vida tenía preparada para él, se miraba muchas veces preocupado de la degradación de su rostro como consecuencia a cosas que quería borrar de su cabeza.
Se seco el cuerpo húmedo y se colocó ropa cómoda de algodón que solo usaba en su estancia privada, una forma de liberación a algo tan incomodo cómo un uniforme militar.
De forma personal, percibía que ese putrefacto aroma a cadáver calcinado y sangre coagulada no tendría que perseguirlo en sus pesadillas.

Se tumbo en su colcha fría, se colocó su abrigo de piel de oso Baku que él mismo cazo en los montes y colocando un tintero en el piso recubierto de cuero y un trozo de pergamino sobre sus rodillas redactó el informe diario de la campaña y su victoria ante la invasión. Los Pravánianos creyeron que un ejército respaldado por una escasez de 500 hombres eran simple escoria, se equivocaron totalmente.

Neydimas Aldebarán, concluyó de forma orgullosa la victoria Iøunnadiana, colocó el pergamino en un sobre con su sello personal, el mensaje debería llegar a las manos del capitán Tamir líder de un escuadrón de soldados que protegían las fronteras marítimas, hizo a un lado la escritura y analizo los mapas trazando en su cabeza la posible ruta más rápida tanto a caballo como a pie a la cuidad más próxima donde tendrían que acuartelarse.

Fuera de su tienda a sus oídos llego el sonido del ajetreo de los soldados, y a continuación escuchó el sonido de pasos aproximándose a su tienda, y la vociferación de una conocida voz masculina.

—Alteza, su siervo el general Nahara desea recibir audiencia con usted señor.

—Puedes pesar —respondió Neydimas poniéndose de pie para recibir a su visitante, y ajustando su guante en la mano anormal.

Como se lo esperaba era el general Myles Nahara, recién llegado del este con una tropa de soldados aliados de reserva. El joven príncipe lo conocía a la perfección, muchas veces fueron compañeros de batalla y había sido ministro en la Capital.

—Por favor, General Nahara tomé asiento, debo decir que no esperaba su llegada hoy precisamente.

—Muchas gracias por su hospitalidad, príncipe Aldebarán —dijo el general, con suma cortesía sacándose el casco en señal de respeto —Mis hombres y yo nos apresuramos en llegar temprano al enterarnos de un posible ataque, pero por lo que veo han ganado gloriosamente, felicidades Príncipe.

—No soy el único que las merece —dijo Neydimas, sirviendo un poco de vino en una copa de cerámica a su invitado —. Siempre he dicho que un líder y su ejército son uno mismo, una simbiosis conjunta.

—Por supuesto, mí señor —acertó el general tomando la copa que el muchacho le había servido —.Un hombre no es capaz de derribar murallas por sí sólo.

—¿Qué noticias me tiene de fuera?

—Por ahora todo marcha bien, mi señor. Los Pravánianos no han logrado romper nuestras defensas y hay muchos rumores inquietante por toda la región.

—¿Qué clase de rumores? —preguntó el muchacho de ojos púrpura , que a pesar de nunca haberse interesado en el chisme, era esa clase de hombre que si se le sembraba la inquietud hace todo por resolverlo.

—Muchos dicen que los Pravánianos planean atacar desde al mar al continente Rhiannon —dijo el general, mientras le deba sorbos a su vino —. No tengo mucha simpatía por aquellos fenómenos vestidos de toga hasta los pies, pero... si se apoderan de una masa continental entera será delicado.

   —Comparto su opinión general, los Rhiannianos son eruditos y filántropos, no sirven para palear.

—Le he traído también un mensaje, mi señor —expresó el general, sacando debajo sé su vestimenta un sobre de carta —. Me he encontrado con el mensajero real en el paso de Tafith, ha venido con nosotros, me dijo que va dirigido exclusivamente a usted de mano del rey en persona.

Myles Nahara le extendió el sobre, el príncipe guerrero lo agarro con extrañeza.

—Con su real permiso Alteza, debo organizar la preparación de mi tienda y entrevistarme con mis soldados — dijo el general, percibiendo que el príncipe querría leer el mensaje en privado. El muchacho hizo un asentimiento de cabeza, y el general Nahara salió de su tienda dejándolo a solas.

Vio que la carta escrita sobre papel fino, utilizado solo por miembros de la corte, estaba fechada el primer día del ciclo bilunar*, lo que conllevaba un tiempo de atraso de cinco bilunas de tardanza para llegar a manos del receptor. La letra era legible, de mano firme, pero en algunas ocasiones parecía tener temblores en sus formas, Neydimas dedujo que se trataba de las manos de los ancianos escribas reales, y la carta decía lo siguiente.

"Su real majestad, el supremo rey Diácono Daví Aldebarán II envía saludos y buenos deseos al príncipe Neydimas Nabis Aldebarán.
Se le comunica que su presencia es requerida urgentemente en la ciudad capital de Edén, se trata de un tema esencialmente delicado y de vital importancia que cambiara el destino de nuestro reino en la guerra, y su rey desea tratarlo con usted en persona de manera privada."

"Posdata: Si es posible después de leer este mensaje parta de manera inmediata a la ciudad, su pueblo lo necesita."

No había dudas, esa carta había sido escrita por órdenes de dictado de su propio padre, regente del continente Iøunnadiano.

Neydimas se pasó las manos por la cabeza, enredando los dedos en sus rizos en un visible gesto de frustración. Podía esperar la encomienda de su hermano, pero nunca la de su progenitor, y lo que era más desconcertante era el requerimiento de su presencia en la capital del reino. Cuando partió de Edén hace cinco años se había hecho la idea de que no volvería, y si lo hacía, su cuerpo sería cargado en una carroza fúnebre por las calles de la ciudad, paso tanto tiempo alejado de ese lugar, y justo en ese momento donde sus allegados necesitaban su presencia para trazar el próximo ataque él tenía que retirarse dejando el mando a otro y dirigir en las sombras, bajo la protección de otras vidas y muros altos.

«¿Que es lo que quiere? Debe tratarse de un asunto importante, de ninguna otra forma me contactaría. Pero. . . ¿Por qué? ¿Justo ahora, cuando se supone que debo dirigir pasando el tiempo de un ciclo bilunar doble, un escuadrón en una misión encubierta?» pensó el príncipe, para sus adentros.

De todo lo que esperaba ese mismo día, el hecho de ser una pieza sacada del tablero de juego era algo que no toleraba. El deber mismo de estar a la cabeza del cuerpo de la milicia se interponía al propio juramento de servir a la patria (y por consiguiente al rey).
¿Cuál era la importancia? ¿Acaso un grupo de cinco fanfarrones no podían solucionar un problema sentado media hora en el concilio?.

No era nada fácil atravesar la mitad de un continente para llegar al "ciudad paraíso", podía calcular la distancia con exactitud y teniendo en cuanta solamente la velocidad de los caballos (dejando atrás los posibles inconvenientes y retrasos) llegaría a su destino en dos ciclos de las bilunas.

El muchacho se pellizcó el puente de la nariz, lo realizaba cada vez que estaba nervioso o disgustado. Un viaje de regreso a su lugar de nacimiento no sería sencillo, eso estaba claro, estaba desesperado. Se supone que él daba la avanzada, debería dirigir al escuadrón, faltaría a una excelente dosis de adrenalina solo porque tenía que atender algún capricho digno de la real cabeza de su padre. Él no había elegido esto, fue su elección irse de Edén, pero no lo sería regresar, pero por un año y 3 meses, sintió que ese era su lugar en el mundo, salvar a su gente de un mal cada vez más creciente.

Salió de su tienda de acampar, ya la nevada había cesado, pero el suelo estaba tornado de un tono blanquecino, seguía nublado, pero el leve coloreado del cielo anunciaba el inevitable atardecer, el final de un día y el comienzo de uno nuevo.

Camino entre la multitud de muchachos uniformados que iban y venían, algunos estaban afuera, reunidos en torno a las llamas de un cálido fuego hirviendo agua en una cacerola, otros afilaban espadas y se sometían a duelos de práctica con ellas, cada uno de los miembros del campamento una vez que veían al muchacho miembro de la realeza hacían una ligera inclinación respetuosa.

Entre el gentío moviéndose de un lugar a otro, el frío intenso, y el continuo parloteo, logró divisas cerca de una tienda sencilla, a su primó reunido con otros cinco hombres alrededor de una hoguera bien preparada con una cacerola hirviendo a fuego lento.

Cuando llego hasta ellos, los hombres que justamente integraban la guardia de su custodia personal se levantaron e hicieron reverencia. Evander Onassis no lo hizo, no era necesario.

Neydimas sostuvo un ancho trancó de madera y se sentó sobre él, junto al fuego.

La comida ya estaba lista, consistía en un guisado de lentejas bien cocido, con carne de cerdo salvaje y hongos de tierra. No crecía ninguna hierba o especia por esa región, así que tenían que conformarse con la nutritiva carne a pesar de su rancio sabor.
El príncipe se sirvió en un tazón de arcilla un poco del estofado, no era de su gusto, eso era claro, pero era comida y mientras su propósito de brindar nutrientes y energía al cuerpo no se vieran opacados todo estaba bien, en momentos como ese Neydimas Aldebarán sentía que todo era parte de un juego irónico, había pasado de comer en la primera etapa de su niñez los más esquistos manjares a alimentarse de comida entrada en la única categoría de aceptable.

A pesar de la terrible carga que se sentía en el frío ambiente, los corazones imperativos de los soldados de elite no se congelaban, mantenían una conversación rutinaria hablando de apuestas cuestionables, como el número total de hombres a matar dentro de toda la semana, la posibilidad de seguir sobreviviendo un ciclo bilunar de nuevo o galantear con jóvenes mujeres residentes de aldeas cercanas.

Mientras ingería cucharada tras cucharada su cena, no podía evitar que sus labios se crisparán sonriendo de forma poco notable, ante los graciosos comentarios (a veces incluso poco éticos) de sus hombres, sin lugar a duda echaría de menos eso, estar rodeando de personas confiables con las que el círculo de estatus social no se cerraba. Él no era del todo parte de esa rutina compartida de pláticas abiertas, ellos conocían a su señor lo suficientemente bien como para saber que había días donde una parte de él mismo se escondía.
El joven príncipe guerrero observó ligeramente a su primo, sin duda a él le caería bien la noticia, su amada esposa, residía en la capital, a pesar de aquello no conservaba esperanzas de que el resto del equipo lo tomara bien.

—Les tengo una noticia importante —dijo Neydimas, mientras le daba un trago a la botella de licor y se la pasaba a su primo.

Todos prestaron atención a las palabras de su líder.

—Mañana, antes de que salga el sol, partiremos a la ciudad de Edén —informó con total indiferencia, tratando de que de alguna manera su actitud callara las posibles quejas de sus compañeros.

La conmoción entre los cinco fue tal que muchos de ellos se atragantaron con las lentejas, y el mismo Evander casi escupe el licor a las llamas del fuego debido a la sorpresa.

—¡¿Qué?! —exclamaron todos al unísono, sumidos en una confusión absoluta.

—Como escucharon señores —dijo Neydimas, con cierta autoridad —. Quiero constatar que la decisión no ha sido mía, las órdenes de mi partida vienen de su rey en persona.

Todos guardaron silencio por un par de segundos, Aron Barone volvió a su labor de comer abundantemente su guisado de lentejas, el joven erudito Cyprian Rossi saco de una vieja mochila que siempre llevaba sobre sus hombros unos mapas rústicos y comenzó a examinarlo bajo la luz de las llamas de la hoguera.

—Podremos emprender el viaje, cruzando el monte de hojas secas y tomando el paso que conduce al territorio feudal de Khallin —dijo Cyprian Rossi, señalando con su índice el mapa sobre sus rodillas.

—¡Ah, esto es exasperante!—recriminó Jab Talía, que nunca se andaba con rodeos cuando algo lo inquietaba —. Se supone usted, joven príncipe, debería dirigir un escuadrón de ataque táctico y en vez de eso. . .

—No fue su elección —dijo Evander, sin mirar a sus compañeros, sus ojos brillantes fijos en la madera consumida con lentitud—. En todo caso a nosotros lo único que nos queda es obedecer y acompañar al príncipe, esa ha sido nuestra prioridad.

—Eso no está a discusión, capitán —enfatizó Stefan Samaras, secándose la barba mojada de alcohol —. Disculpé la intromisión, mi señor, pero. . . ¿Por qué vuestra majestad, el rey, solicita su presencia de forma personal?

—Créeme Samaras, si lo supiera desde el principio usted seria uno de los primeros en saberlo, desconozco por completo la información —respondió el "guerrero amatista", con sus ojos color azul púrpura entrecerrados.

—Esto trae sus beneficios muchachos —expresó Iker Fotsis, con picardía —. En el camino nos encontraremos tal vez con un par de señoritas gozosas de nuestra compañía.

Una sonrisa de complacencia se formó en los labios de Talía y Samaras, ambos eran hombres solteros que disfrutaban al máximo la soltería, sin tener sobre su cuello "la soga del matrimonio".

—Antes de que llegue el alba partiremos inmediatamente —aludió el príncipe, mojando la hogaza de pan en la salada salsa del estofado.

Todos acertaron con un movimiento de cabeza, la charla prosiguió, las latentes quejas seguían rondando en la conversación, eso era algo que el joven príncipe no podía evitar y siendo honesto consigo mismo no estaba en el derecho de hacerlo siendo la persona con más frustración en todo el asunto.

Después de varios tragos de licor junto al calor del fuego, y el sabor salado de la comida permanente de su lengua, el príncipe se levantó de su improvisado asiento, les hizo una cortes despedida y se marchó a su tienda.

Neydimas Nabis Aldebarán a pesar de corresponderle un sentimiento de camaradas a los participantes de su guardia personal, no estaba acostumbrado a las charlas intimidad donde se ponía en jaque burlón las internaciones personales, por otro lado, Evander era más susceptible a la discreción se quedaba callado en varios momentos mientras la charla sobre aventuras, poderes místicos, tierras desconocidas, guerras e hijos y esposas seguía entretejiendo con diminutos hilos.

El joven Onassis observo como su primó caminaba lentamente con paso firme y melancólico hacia su tienda, él dormía solo, nunca dejaba que nadie vigilara dentro y fuera de sus "aposentos temporales" y no necesitaba seguridad de forma precisa, la última persona que había intentado matarlo mientras dormía termino enterrado en una fosa.

Todavía el carácter distante de su pariente y amigo seguía siendo un misterio y es que mucho se había nublado en él con poco tiempo, aun así, había buenas oportunidades ante la mezcla de confusión iniciada por la presencia del príncipe heredero en la ciudad Edén.

El velo de la noche caía en torno a los seis hombres, y cuando el tema de la conversación giro en torno a la belleza femenina. El Indah de cabello rubio sonrió con alegría mientras en medio de las llamas del fuego se le vino a la mente el cabello oscuro salvaje de su amada esposa con voz encantadora de sirena.

Glosario:

Ciclo bilunar: Denominado de esa forma al ciclo lunar correspondiente que equivale a un mes de transición "Bi" por qué el planeta Aladed posee dos lunas en órbita.

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