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Capítulo I: El concilio

    Año 1902 después de la gran guerra. Reino de Iøunn, ciudad de Edén.

En el palacio real, ubicado en la cuidad de Edén, las banderas se agitaban con el viento revelando el símbolo que gobernaba la ciudadanía Iøunnadiana, una tela violeta con el emblema de un águila dorada de extendidas alas.

El palacio se ubicaba en el centro de la cuidad, dicha construcción funcionaba también como edificio de justicia. Lo más notable de la arquitectura, no solo eran las columnas de caliza y mármol con un fino tallado, otras singulares piezas ornamentales eran las esculturas que representaban el sagrado panteón de deidades; dichas esculturas, ser alzaban en forma majestuosa en la entrada, las escaleras blancas que, conducían a la entrada del palacio, le daban un toque ligero y armonioso a todo el edificio. 

Esa madrugada, en especial, el gentío del personal de servicio y servidumbre en la cocina del palacio estaba reunida y, entre chismes incesantes, cuchicheaban en secreto cuál sería el motivo de tal importante reunión del concilio en plena mañana, cuando los rayos de la potente estrella todavía no iluminaban a los mortales.

En la cámara de reuniones, decorada con esculturas de legendarios guerreros y guerreras, fallecidos hace milenios y olor a incienso, se ubicaban los soldados de la guardia personal del Rey, bien armados, en torno a la reunión para proteger al monarca.

Sentados, en torno a una mesa circular, los ministros vestidos con ropas de seda y lino fino, susurraban entre ellos, dando leves miradas al objetó causante de la discusión: Una carta extendida en medio de la mesa de madera de algarrobo tallado con escrituras en antiguo dialecto, el mensaje de la correspondencia extranjera era el motivo de la reunión de ministros esa madrugada.
En una silla dorada estaba sentado el Rey, Diácono Aldebarán, con el rostro impasible y hosco, observando cómo sus acompañantes murmuraban en forma secreta, intercambiando sus opiniones en secreto, mientras se saciaban bebiendo de sus copas un licor bien fermentado.

Ese acto era correspondiente a cada sección, pero en esta ocasión el monarca se sintió más impaciente de lo que jamás había estado.
¿Por qué motivó?, ¿Qué es lo que provocó que el monarca no pudiera conciliar el sueño en su lecho matrimonial?
Diácono Aldebarán había recibido un mensaje escrito que provenía del puño y letra del rey de Rhiannon.
Después de leer el papiro en privado en sus aposentos, se le vino a la mente de que, tal vez, se tratara de un nefasto engaño; pero, la firma bajo el margen de la hoja y él selló de la familia Hasbun disipó toda duda dejando en su corazón un vasto sentimiento de indecisión e incredulidad.

En la noche iluminada por las lunas gemelas, le comunicó la existencia del mensaje y su contenido a la reina Caliope, y ella, con su clásica actitud de madre poco interesada en la vida de su hijastro y mujer fiel a las tradiciones del pueblo, no pudo más que lucir entusiasta ante la idea de que los reinos se unieran bajo la unión del matrimonio fructífero.
La edad avanzada le daba al rey cierta sabiduría perceptiva, era verdad que su primogénito estaba en la Illin*, necesitaba contraer matrimonio. Sin embargo, su hijo había nombrado detalladamente sus pautas para librarse de cualquier compromiso; además, si el enlace se llevaba acabó, podría traer visibles consecuencias, una de ellas, era el valor de liderazgo que poseía su hijo; tendría que ausentarse de combatir por dos meses, como mínimo, según la costumbre de su gente; la muchacha era extranjera por lo que, si bien la probabilidad era escasa, la corona podría pasar a un niño cuya sangre llevaría la marca de dos reinos, incluso temía que el matrimonio no pudiera funcionar y, dicha alianza entre reinos en plena guerra, se rompiera.

En esos tiempos, se tenía por ley el establecer cinco ministros, para los abolicionistas de normas y leyes de un carácter internacional, que pudiera  vincular al trato extranjero o consecuencias negativas en la población.

Los ministros eran miembros principales de las familias con mayor estatus social o aquellos bien acomodados con derechos políticos legítimos; eran elegidos de forma democrática. Hace años los ministros habían perdido parte de su poder y autoridad, debido a la reacción negativa del pueblo ante los revolucionarios antimonarquía, para muchos, dichos ministros solo estaban como mero complemento al rey, a pesar de aquello, con los atentados bélicos este séquito de ministros inició a cobrar fuerza.

—¿Y bien? —preguntó el Rey a los ministros reunidos en torno a la mesa, habló en un tono solemne y con cierta autoridad.

El más joven de los ministros se paró de su asiento.

—Permiso para hablar majestad —dijo el muchacho, con una reverencia, se llamaba Jelis Dionisos, un señor Feudal del este.

—Concedido —acertó el monarca, sin pararse de su trono de oro.

—Le daré la versión de mi opinión, señor. —Jelis Dionisos se aclaró la garganta antes de continuar.

—La oferta es completamente encantadora y, a pesar de que tengo ciertos prejuicios en cuanto a la dama extranjera, veo ante mí una oportunidad para ganar la guerra.

—Así es, mi señor —afirmó Hazel Llimanth al ministro más viejo del concilio—. Creó que es una gran oportunidad para crear mejores lazos con el reino de Rhiannon. Por años estuvimos en guerra por la soberanía de una de sus islas.

—Concuerdo con Lord Llimanth, majestad —dijo una noble, exmiembro de la milicia—. El continente es rico en agricultura y ganadería, la unión entre su hijo y la joven princesa nos beneficiará mutuamente.
Diácono Aldebarán se pasó las manos huesudas por la larga barba gris.

—Mi hijo, es un muchacho que solo piensa en vivir por y para su país, no creó que él pueda someterse a los deberes conyugales —dijo el rey con gesto pensativo.

—Mi señor —habló el supremo sacerdote con suma solemnidad—. He consultado a los dioses en mi plegaria, ellos bendicen la sagrada unión de nuestras naciones. Su hijo es un excelente guerrero, nadie en el concilio duda de su futura capacidad cómo rey, si es que logra heredar la corona, pero está en la Illin*, si desposa a la joven Aladed nos dará la seguridad de esperar un heredero que aseguré el linaje de los Aldebarán. No debemos descartar la posibilidad de que gracias a qué muchos Indahs en el pasado no engendraron nueva prole, muchas habilidades únicas terminaron extintas, sin mencionar las pasadas guerras revolucionarias y contrarevolucionarias que, casi, terminaron extinguiendo el linaje de los Aldebarán.

El monarca se llenó la copa de vino a sus labios resecos mientras escuchaba a sus ministros.

—Si tan solo mi hijo menor no estuviera casado, tal vez hubiera una posibilidad de llegar al resultado de una solución mucho más práctica —dijo el rey.

Todos entendían que cuando el anciano monarca decía "una solución más practica" hacía referencia a la escasa maduración de la princesa Aladed Dagny Hasbun que no correspondía a la cultura Iøunnadiana, también estaba el hecho de que, a pesar de ser de la realeza, era una extranjera, y, los Indah de Iøunn, tenían pautado ciertas censuras al momento de relacionarse con el gentío sin nacionalidad.

—Las normas se modifican de acuerdo a la evolución, mi señor —dijo el ministro Sextus Utrera, jugando con el anillo dorado de su dedo índice—. Las guerras cambian toda visión cultural.

—Mi señor —dijo una de las ministras con un extravagante peinado y barba llamada Kaeso Furnilla—. Estamos ante una situación de emergencia bélica, nadie tiene opción en elegir el beneficio individual. Observé esto como un nuevo comienzo, el salto al horizonte nuevo de la grandeza de nuestro reino.

—Para recapitular —dijo el pomposo sacerdote Isak Fénix—. Todos los ministros estamos de acuerdo en que se celebren nupcias reales dentro de un ciclo de siete bilunas, ¿usted le encuentra alguna objeción más detallada y unipersonal a la muchacha que cree que conllevaría desventajas al príncipe? Estoy seguro de que cuenta con la educación necesaria para ser una digna esposa.

—En efecto —dijo el Rey pellizcándose el puente de la nariz—.  La joven es apta, no tengo escusas, escuché que es una joven dotada de elegancia y belleza femenina, reúne la magnificencia de cualidades que un hombre puede encontrar en una dama.

—Y… ¿Cuál es su decisión, mi señor? —preguntó Sextus Utrera, con los codos apoyados sobre la mesa.
El Rey de Iøunn se levantó a cuestas de su trono, el peso de una elección que no veía del todo correcta sobre sus hombros, pero el concilio había hablado, él también tenía que hacerlo.

—Ante ustedes, leales ministros, decreto de manera oficial y permanente que esta halagadora petición será aceptada.

Los cinco ministros se miraron entre ellos sonriendo, esas palabras tenían un doble sentido para ellos: ganar la guerra y obtener más riquezas del continente extranjero.

—Hoy mismo le escribiré una carta al monarca de las tierras de Rhiannon aceptando su petición. Mi hijo mayor, Neydimas Nabis Aldebarán, contraerá nupcias con la joven princesa Aladed Dagny Hasbun. Las preparaciones de la celebración serán (como es debido) tratado en forma privada con su majestad el rey Axe Egil Hasbun.
Los ministros se levantaron de sus sillas; la sección había terminado, con la bendición de todos los presentes, por primera vez, algo nunca antes visto ocurriría, ante los ojos de su ciudad, su pueblo, el reino entero recibiría a una princesa extranjera.

Ese mismo día se envió una correspondencia urgente al príncipe; Neydimas debía regresar a Edén a efectuar la boda. Diácono se entrevistaría con el rey Axe Hasbun.

Glosario:

Illin: Edad en la cual los Iøunnadiano entran en edad casadera, entre los 19 y los 35 años, en este periodo de tiempo es obligatorio contraer matrimonio entre miembros de la alta clase social; sin embargo, no es obligatorio cuando dicho miembro de clase alta ejerce alguna labor en la cual se prohíbe los lazos conyugales, como el sacerdocio.

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