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27. 𝐓𝐞 𝐧𝐞𝐜𝐞𝐬𝐢𝐭𝐨 𝐚 𝐦𝐢 𝐥𝐚𝐝𝐨

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⊱❑ _____ Stark 

Un dolor desgarrador atravesó mi cuerpo, brutal y despiadado, como si una fuerza invisible estuviera arrancándome los órganos desde adentro sin la menor compasión. Cada célula ardía. Cada fibra temblaba bajo una presión insoportable. Me sentí como si estuviera siendo consumida desde dentro, como si las llamas me devoraran sin dejar más que cenizas.

Esto fue lo peor que pude haber hecho.

El aire se volvió escaso, denso, como si una mano me apretara la garganta con fuerza. Intenté respirar, pero cada intento era más vano que el anterior. Apenas conseguí entreabrir los ojos cuando escuché una voz familiar, cargada de preocupación, que rompió la bruma de dolor.

—¡Hey! ¡¿_____ Stark?! ¡¿Mocosa?! —La palmada en mi mejilla no fue precisamente suave—. Estoy bastante ocupado como para organizar una recepción funeraria, ¿sabes?

Ni siquiera en mi lecho de muerte podía papá dejar de ser un maldito sarcástico.

—A... agua —logré susurrar con un hilo de voz apenas audible.

Me soltó, y mi cuerpo, sin fuerza alguna, cayó con un golpe seco al suelo.

—¡Lo siento! —exclamó, evidentemente más asustado de lo que admitía.

Volvió apresuradamente con un vaso de agua y me ayudó a incorporarme. Bebí torpemente, tosiendo mientras el líquido recorría mi garganta como fuego helado. Sentía que apenas podía sostenerme.

—¿Qué carajos pasó aquí? —gruñó, mirando alrededor con ojos desorbitados—. Todo esto parece una maldita zona de guerra.

Me incorporé con esfuerzo, limpiándome la boca. Carraspeé con dificultad antes de responder:

—No sé cómo explicarlo...

Papá me miró de reojo, levantando una ceja mientras se cruzaba de brazos.

—Un... no es por nada, ¿pero desde cuándo esa manicura tan... ¿gótica? ¿está de moda?

Fruncí el ceño. Rara vez prestaba atención a mis uñas, y mucho menos me hacía algo en ellas. Bajé la mirada... y casi grité.

—¿¡Pero qué carajos...?!

Mis dedos estaban teñidos de un tono oscuro, como tinta seca o una especie de hollín adherido a la piel. Las uñas estaban más largas, afiladas, como si el tiempo hubiera avanzado semanas solo en mis manos. No era pintura. No era esmalte.

Corrí al baño con el corazón latiéndome en la garganta. Abrí el grifo de inmediato y comencé a restregarme las manos con desesperación. Agua, jabón, alcohol, acetona... nada funcionaba. Las manchas estaban ahí, como tatuajes malditos.

—¿_____? —llamó papá desde la habitación.

—¡No se quita! —grité, revolviendo los cajones con desesperación.

Sumé otra desgracia a la lista interminable de este día.

Salí tambaleándome del baño. Papá seguía allí, con el ceño fruncido, mirando el suelo... confundido. Algo en su rostro cambió cuando levantó la vista hacia mí.

—¿Qué es... —se interrumpió— espera. Tu pierna...

—¿Qué...? —seguí su mirada. Mi pierna, antes débil, adolorida, inmóvil... estaba bien. Podía sostenerme sin necesidad de apoyarla. Sin muletas. Sin dolor.

Llevé una mano temblorosa a mis labios.

—El hechizo... funcionó.

Pero no sentía alivio. No sentía nada. Lo sentía normal.

—Estás... bien —murmuró papá, aún sin creérselo.

Un destello de luz nos interrumpió. Ambos giramos al mismo tiempo.

—¿Eso no es...?

—La maldita gema de la mente —dije sin pensar.

Me miró con desaprobación por el lenguaje, pero no era momento para eso.

—Aléjate. Esa cosa es peligrosa —me apartó, poniéndose entre la gema y yo—. Ya te hizo suficiente daño.

Nos observamos en silencio, como si esperáramos que la piedra hablara. Yo seguía sin entender que estaba pasando y papá... estaba peor.

—¿Qué hacemos? —preguntó, en voz baja.

—No lo sé...

—Tengo miedo —confesó—. Siento que nos está mirando.

—Papá, es una piedra ¿cómo nos va a estar mirando?—repliqué, aunque hasta yo notaba lo tensa que sonaba.

—Es mágica. Quizá tiene personitas adentro que nos observan.

Rodé los ojos y me golpeé la frente con la palma. No podía creer que esa fuera su teoría.

—JARVIS —dijo en voz alta—. Diagnóstico de _____ y la pepita dorada.

Una breve pausa. Luego la voz de JARVIS resonó con su usual tono impecable.

La gema fue sustraída del cuerpo de la señorita Stark, aunque aún conserva trazas considerables de su energía vital. Le recomiendo que la contengan de inmediato. Su poder sigue siendo inestable. Señor Stark, no le sugiero tocarla directamente.

Nos miramos. Solo había un lugar lógico para devolver algo así.

—Tenemos que regresarla al cetro de Loki —dije, con un escalofrío recorriéndome la espalda.

Papá asintió lentamente. Pero veía duda en su mirada.

—Sí. Llamaré a S.H.I.E.L.D. Fury sabrá qué hacer. —Sacó su teléfono—. Pero tú no te acerques más a esa cosa. No me gusta lo que te está haciendo.

Asentí. Mientras él se marchaba, mis ojos se desviaron al libro que yacía, abierto y siniestro, entre los escombros de mi habitación. El origen de todo esto. Sentí un escalofrío al verlo.

Y miedo, mucho miedo.

Fui al baño de nuevo. Nada removía las manchas. Volví a mi computadora. Busqué durante horas... pero Internet solo me devolvía tonterías inútiles.

"Cómo quitar manchas en la piel con carbón."
"Remedios para aclarar zonas oscuras del cuerpo."
"Cómo quitar grasa de la ropa sin que mamá se entere."

Nada servía. Lo único que quedaba... era volver al origen.

Tomé el libro entre mis manos dudosa. Una corriente recorrió mis dedos. No, esto no estaba bien.

Pasé las páginas hasta el final del hechizo. Ahí, en tinta roja, una advertencia que se me había escapado antes:

"Para quienes inician este sendero, el precio será su ser. Una entrega completa. Cuerpo, mente y alma."

—Mierda... —susurré, cerrando el libro de golpe—. ¿Le vendí mi alma al diablo?

Los pasos de papá me hicieron girar.

—Cariño, ya hablé con Fury y... —su voz se detuvo al ver el libro en mis manos—. ¿Oye, Qué es eso?

—N-no es nada —respondí, ocultándolo bajo la almohada con rapidez.

Papá se acercó, desconfiado. Sin decir palabra, arrancó la almohada de un tirón.

—¿Estás leyendo el libro de Hora de Aventura ahora?

—¡No! ¡Papá, no es lo que piensas!

Intentó tomarlo, pero algo en mí lo impidió. Me aferré al libro con fuerza.

—_____... —su tono fue más serio acercándose—. Déjame ver.

—¡Déjalo! —grité, instintivamente.

—Louise —dijo en tono de advertencia. Y se abalanzó para quitármelo.

Fue entonces. Un instante. Un impulso. Una energía oscura emergió de mí y lo lanzó contra la pared con una fuerza descomunal. El golpe fue seco. Brutal.

—¡Papá! —corrí hacia él—. ¡Lo siento, yo no quería, no sé qué pasó!

—Tranquila... —se reincorporó con esfuerzo, una mano en el costado adolorido—. Solo fue... una costilla.

—No. No está bien. Te hice daño...

—Fue un reflejo, nada más —intentó sonreír, pero sus ojos evitaban los míos.

Quise tocarlo, pero él se alejó, apenas perceptible, como si temiera que volviera a pasar. Me dolió más que cualquier hechizo.

Me quedé allí, sentada en el suelo, con el libro en el regazo y el corazón hecho pedazos. Papá salió de la habitación sin decir nada más.

Me abracé a mí misma, temblando.

¿Cómo fui capaz de hacerle daño?
¿Qué estoy dejando entrar dentro de mí?

⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀

Había logrado organizar mi cuarto, como si con eso pudiera contener el caos dentro de mí. La gema —aquel fragmento de poder absurdo— terminó encerrada en la cajita que me había dado Hon, justo junto al collar. Algo dentro de mí se relajó... pero era una calma falsa, superficial.

Unas horas después, el equipo de S.H.I.E.L.D. llegó a la Torre, encabezado por Brock Rumlow. Traían el maletín blindado, el mismo que había resguardado el cetro de Loki durante meses.

No sabían cómo hacer el traslado de la gema. Me ofrecí y me dejaron hacerlo.

El regaño de mi padre fue inmediato, casi automático.

—Si algo te pasa otra vez —su voz temblaba más de lo que admitía—, te juro que voy a encontrar la forma de hacer que esa maldita piedra desaparezca de este universo.

—Papá, por favor —lo tomé por los hombros, sintiendo cómo su pulso se aceleraba—. No entiendes... si intentas destruirla, podría matarte.

—¿Y tú sí puedes arriesgarte otra vez? ¿Después de lo que pasó?

—Alguien tiene que hacerlo. Y quiero que termine —mi voz apenas salió.

—Señores —interrumpió Brock con impaciencia—, no tenemos tiempo para telenovelas.

—No pasará nada —le dije sin mirarlo.

Me alejé de papá sin agregar más. Él tampoco me detuvo.

Cuando me acerqué al grupo de agentes que rodeaban mi habitación, sentí todas las miradas encima. Incluso desde lejos, podía ver cómo Stark apretaba la mandíbula, inseguro. ¿Era preocupación? ¿Duda? ¿Temor?

Tomé el cetro con ambas manos.

Era distinto a como lo había imaginado. Pesado, sí, pero lo peor no era eso. Sentía una presión, una carga antigua, viva... negativa. Casi como si respirara dentro de mí.

Abrí la cajita con un pensamiento. El cristal brilló débilmente. Coloqué la punta del cetro hacia la gema, pero no hubo respuesta. Cerré los ojos y empujé con mi voluntad, como si pudiera guiar esa energía sin que me devorara.

Y entonces... ocurrió.

Un destello descomunal nos cegó. La habitación entera se llenó de una luz que quemaba los párpados. Cuando todo volvió a la calma, la gema ya no estaba. El cetro temblaba levemente entre mis dedos, como si latiera. Como si me conociera.

—¿Todo en orden? —preguntó uno de los agentes.

Asentí en silencio, sin atreverme a hablar. Coloqué el cetro dentro del maletín. Rumlow avisó por la radio:

—Ya lo tenemos.

Esa frase... algo en ella me incomodó. No supe qué era.

Todos salieron de la habitación. Papá fue el último en irse, sin mirarme una sola vez. No lo seguí.

Me quedé sola.

Y el libro seguía allí.

Temía tocarlo, pero era peor ignorarlo. Había una voz —mínima, persistente— que me pedía que lo hiciera. Como una llamada familiar que no se puede silenciar.

Arreglé lo que quedaba del desastre en la habitación. Música, televisión, hasta me puse a emparejar calcetines como si eso fuera suficiente para callarla. Pero no. La necesidad no cedía.

Y perdí.

Me senté al borde de la cama, pasé los dedos por la tapa del libro. El cuero era más tibio de lo que debería. Vibraba apenas, como si respirara.

Creí que no lo harías —dijo una voz que conocía demasiado bien.

Volteé hacia el espejo. Allí estaba.

Mi reflejo... no era yo.

Te ves patética —se burló con suavidad—. Pensé que te convencería tu ex con sus sabias palabras de despedida.

La imagen tenía los ojos más oscuros, más profundos. Su piel era casi translúcida, y su sonrisa era una daga.

—Esto no es real —susurré, cerrando los ojos con fuerza.

Pero el silencio fue interrumpido por una punzada aguda en mi sien.

No tengo que ser real para estar dentro de ti —dijo. Abrí los ojos y giré. Ahí seguía—. Ha pasado un tiempo, cariño. Tu cabeza sigue siendo un caos, como un campo minado lleno de pelotas de goma... estúpido, pero letal.

—¿Qué demonios quieres? —pregunté, ya harta.

¿Yo? Nada en particular —sonrió mientras deslizaba los dedos por la tapa del libro, como yo había hecho—. Solo quería comprobar si era una fantasía tuya o si realmente habías caído.

—Ya viste que no. Vete.

Ay, relájate, princesa... —rió y se tapó la boca con falsa inocencia—. Ups, olvidé que sigues colgada del príncipe rockero.

Me tensé.

Un golpe en la cabeza no sonaba tan mal ahora.

¿Sabes qué me sorprende? —continuó con voz melosa—. Que aún creas que tu vida puede ser algo parecido a un cuento de hadas.

—¿Ya terminaste?

Mmm... no, vine a convencerte.

Me quedé en silencio. Aquello era ya demasiado raro, incluso para mí.

Tienes un poder increíble entre tus manos —susurró mientras me rodeaba—. Puedes lograr lo que muchas otras no pudieron... si tienes el valor.

—¿Qué otras?

Mujeres como tú. Malinterpretadas. Quemadas por el mundo por querer salvarlo.

Se inclinó tras de mí y sus dedos fríos tocaron mis hombros.

Tú tienes la oportunidad de hacerlo diferente. Pero solo si dejas de temer.

—No quiero poder. Solo quiero paz.

¿De verdad? ¿Después de todo lo que sentiste desde que usaste el libro por primera vez? Hay una fuerza dormida en ti... y te lo han arrebatado todo tantas veces, que ahora te niegas a ti misma.

No respondí. Porque en el fondo sabía que algo de razón tenía.

—"Quiero ser normal", la misma cantaleta de siempre —hizo un gesto fastidiado—. Ya basta. Puedes ser mucho más que la hija de un genio narcisista o la novia de un semidiós quebrado.

Su mano rozó la mía. Las marcas en mi piel... desaparecieron. Por un instante, volví a verme como antes.

Mírate —dijo—. Puedes fingir normalidad. Y a la vez ser poderosa.

Pero en cuanto dudé, mi cuerpo volvió a cubrirse de aquellas marcas. La ilusión se rompió.

Pero si no es lo que deseas... —me miró con seriedad—. Entonces seguirás siendo la misma niña rota de siempre.

Tragué saliva. ¿Qué estaba haciendo?

Tómate tu tiempo —añadió—. Pero recuerda esto: desde que tomaste ese libro, dejaste de ser tú. Le perteneces. Nos perteneces.

Volví a mirar el libro. El reflejo me observaba con una sonrisa satisfecha, antes de desvanecerse lentamente.

Esa noche fue una tortura.

No podía dormir. Las sombras se arrastraban por el techo. Susurros sin forma me rodeaban. A las cinco de la mañana, por fin, el cuerpo cedió al agotamiento.

Pero nada de eso fue descanso.

Y yo sabía, muy dentro de mí, que esto apenas comenzaba.

Ahora había una nueva preocupación que inquietaba a Tony y al resto del equipo: el cambio de comportamiento de _____. Estaba más tensa, a la defensiva, y con una facilidad casi alarmante para explotar ante el menor comentario sobre su imagen, su actitud o —peor aún— sobre ese libro.

Tony aún no salía de su asombro desde aquella noche en que decidió revisar las cámaras de la Torre: la había visto despierta hasta casi las cuatro de la mañana durante una semana entera, encerrada con aquel libro extraño, sin levantar la vista más que para ir a trabajar o fingir que comía algo.

Las discusiones por su desinterés, su insomnio y la falta de apetito no tardaron en llegar. Pero a ella, francamente, parecía no importarle nada.

—Bien... solo necesito los balances del último mes, así que no te tardes —murmuró, con voz monótona, mientras respondía correos desde su teléfono.

Llevaba noches sintiéndose rara. Más que nada, desubicada. Algo en ella comenzaba a distorsionarse y sabía —aunque no quisiera admitirlo— que era por el contacto prolongado con ese libro.

Y como si no fuera suficiente, la puerta de su oficina se abrió sin previo aviso. Alessia entró con la arrogancia de quien se cree intocable.

—¿¡Me puedes explicar por qué demonios hablaste con mi padre?!

_____ ni siquiera alzó la mirada.

—También me da gusto verte, Carusso —dijo con un tono meloso, casi burlón—. Qué sorpresa verte antes de lo planeado. Pensé que te daba miedo venir sin maquillaje a una oficina.

—¡Conmigo no vas a hacerte la graciosa! —espetó Alessia, ya roja de rabia—. ¡¿Por qué hablaste con mi padre?!

—Relájate, no pierdas la compostura... te salen arrugas —cerró las carpetas y se estiró con deliberada lentitud—. Me comuniqué con tu padre porque tú, oh eficiente tesorera, no me entregaste los estados financieros. Así que recurrí a alguien que sí supiera qué es una hoja de cálculo.

—¡¿Cómo que lo mejor que pudiste hacer?! —chilló ella, exasperada.

—Estábamos al borde de los números rojos, Alessia —respondió con calma venenosa—. Esto no es un desfile de modas ni un concurso de exnovias despechadas. La fundación ahora está a mi cargo, y no voy a permitir que se hunda por incompetentes con tacones.

El silencio que siguió fue espeso, cargado de tensión.

—Espero que la cuides tan bien como dices... como te has cuidado a ti misma, claro —soltó Alessia, con veneno en cada sílaba—. Ojalá al final del año todavía tengas las dos piernas, o la cabeza al menos.

_____ sonrió, con una calma escalofriante.

—¿Otra vez con lo de mis problemas personales? Qué falta de originalidad. En serio, ¿no te cansas? Mira que incluso para ser tú, ya suenas repetitiva.

—Tu vida se refleja en tus acciones, querida. Por eso Sebastián me eligió a mí.

—Por tu falta de atención tal vez...

—No —la interrumpió—. Porque sabía que contigo tendría que vivir en una clínica de rehabilitación emocional. Conmigo, en cambio, tiene estabilidad. Y cero dramas mentales.

_____ apretó los dientes. Iba a decir algo más, pero la puerta se abrió bruscamente y Nicolás apareció. Su sola presencia hizo que Alessia diera un paso atrás.

—Mira, me hubiera encantado terminar esta conversación tan edificante —consultó su reloj, sarcástica—. Pero como ves, ya llegaron por mí. Y honestamente estoy muy cansada para aguantar más de tus chillidos hormonales.

—Ja. No me sorprende —se burló Alessia, mirando a Nicolás con interés—. Así que este es tu nuevo enfermero de turno... Nicolás Yung, ¿no?

—Sí... un gusto —respondió él, incómodo, estrechando su mano.

—Bien —intervino _____, interponiéndose entre ambos mientras le retiraba la mano a Alessia de forma teatral—. Tenemos que irnos. No queremos que Medusa te convierta en piedra por accidente.

Alessia se quedó sin palabras al ver cómo _____ se alejaba, caminando con una estabilidad elegante y firme, dejando atrás la imagen de enferma débil que todos conocían.

—Ah, y dale mis condolencias... perdón, felicitaciones a Sebastián —dijo, girándose brevemente—. Espero que logren todo lo que sueñan. No olvides cerrar la puerta cuando salgas, ¿quieres?

Salieron sin añadir más.

Ya en el auto de Nicolás, unos minutos después, los besos se intensificaron en el asiento trasero. Aquel presente —físico, carnal— era lo único que la anclaba a algo parecido a la realidad.

Después de Asgard y del libro, _____ se había aferrado a lo tangible. Y aunque trataba de verse a Nicolás como una nueva oportunidad amorosa, la verdad era otra: sin los encuentros candentes, le costaba recordarlo siquiera. Sus ojos miel eran, sin querer, reemplazados por el verde intenso que la perseguía en sueños.

—¿Segura que no quieres venir a mi departamento hoy? —susurró él en su cuello.

—No —dijo sin más, acariciando su pecho distraídamente—. Tony se va al aeropuerto por negocios y no quiero que se vaya sin despedirse de mí... aunque seguro preferiría irse sin verme.

—Entonces lo dejamos para otro día —cedió Nicolás.

Ella se acomodó en el asiento del copiloto, alisó su vestido y encendió su teléfono. El trayecto fue silencioso hasta que él lo rompió:

—Una pregunta...

—Más te vale que solo sea una.

—Tu amigo, el dios ese...

—¿El idiota con un martillo? ¿Qué pasa con él?

—¿Él sabe sobre destrucción de planetas y eso?

—Dudo que sepa sumar sin los dedos —respondió ella con sorna—. ¿Por qué la pregunta?

—Vi una noticia sobre un astrofísico... hablaba de salvar al planeta y...

—La gente está cada vez más estúpida —bufó ella, mirando la pantalla—. No es novedad.

—Sí, pero... parecía serio. Quizá tu amigo...

—Thor solo sirve para gritar y romper cosas. No es precisamente un genio intergaláctico.

Nicolás no insistió. Sabía que la conversación había muerto ahí.

"...en otras noticias, el avistamiento de una nave en el Reino Unido ha generado alarma mundial..."

Ella apagó la radio al instante. No tenía ganas de escuchar sobre otra guerra ni de futuras misiones.

—Sabes, estaba pensando... ya casi es tu cumpleaños. Y el mío también...

—¿Qué? ¿Me vas a regalar una luna?

—Pensaba en ir a Singapore. Podríamos visitar a mis padres, pasar dos semanas...

—No suena mal —murmuró sin mucho entusiasmo—. La cosa es el trabajo, ya sabes...

—Desde que entraste no has descansado ni un día.

Ella solo miró por la ventana. Sentía un leve mareo, una presión en las sienes. Algo no estaba bien.

—Sí... tienes razón.

Nicolás la dejó en la Torre y se despidieron con otra ronda de caricias discretas dentro del auto polarizado. Al subir, encontró a Tony esperándola con impaciencia.

—Por ti siempre llego tarde a donde sea que vaya —bufó él.

—Había tráfico —respondió sin interés.

—¿En qué? ¿La Avenida del Beso Largo o la autopista de las Hormonas Desatadas?

—Ay, papá... ya —le dio un beso en la mejilla—. Sabes que mi prioridad era estar aquí.

—Tu cuello dice lo contrario —la miró con desconfianza.

—Ya vete que te va a dejar tu jet —empujó juguetona, pero con una tensión oculta.

Tony se fue con un beso en la frente. Una vez sola, activó el sistema.

—JARVIS, modo "casa sola".

—Modo activado, señorita Stark.

Subió la música. Iluminación suave. Vodka en mano. iPad en la otra.

Tenía toda la noche para descansar, beber... y buscar un regalo para Nicolás.

—Quizá una cena. ¿Un reloj? Pff, cliché. ¿Y si le regalo un mono? —rió sola—. Aunque lo más probable es que el mono me deje por una con menos problemas.

Y entre página y página, no podía dejar de preguntarse:
¿Qué se le regala a alguien que ya lo tiene todo... y a quien no puedes querer del todo?

Ya daban casi las 11 de la noche y rendida por no encontrar nada, se levantó para irse a cambiar a su habitación.

Se sentía más cansada y aturdida de lo normal que los otros días y sabía que no era por el alcohol, había algo más que le estaba afectando de cierta manera pero no sabía en concreto que podía ser.

Escucho un fuerte estruendo afuera de su cuarto cosa que la alarmó de inmediato.

señorita Star-

— ¡______! ¿¡Stark dónde estás?!

La voz de aquel rubio llamo su atención, la conocía perfectamente y sabía que esos gritos eran de su persona.

— de por dios, beach boy que susto el que me acabas de dar —poso su mano en el pecho tomando aire— ¿Que demonios pasa? Ya deja de gritar.

Thor no respondió de inmediato. Tenía la mirada descompuesta, casi perdida, como si acabara de presenciar el fin del mundo. Cuando por fin habló, su voz fue apenas un susurro:

—Asgard fue atacado. Hace unas horas. Por el ejército de Malekith.

Ella parpadeó.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? Si estás aquí para pedirme que salve tu planeta, llegaste tarde. Ya estoy suficientemente rota, gracias.

—No vine a pedirte nada —replicó Thor, bajando la mirada—. Vine a darte una noticia...

Una pausa. Un titubeo que lo delató.

—Mi madre... Frigga... murió durante el ataque.

_____ lo miró sin comprender. La información tardó segundos en aterrizar. Como si sus oídos no quisieran entender, como si su mente se negara a traducir el dolor.

El golpe fue directo. Sin compasión. Como una puñalada en el estómago.

Frigga. La dulce, inteligente y cálida Frigga.

La misma a la que le había mentido en su última conversación.

—¿Frigga? No. No, eso no puede ser...

— Estaba defendiendo a Jane... durante el ataque...

— Espera... ¿Jane?

Se asomó por el pasillo, y allí estaba ella. La doctora Foster, de pie en el balcón como si el mundo no acabara de partirse en dos.

La sangre le hirvió. Frigga había muerto por una mujer que apenas conocía. Por protegerla a ella.

Salió casi corriendo, los pies apenas tocando el suelo. Se detuvo frente a Jane, que desvió la mirada con una mezcla de culpa y vacío.

— ____... Espera, aún hay—

Pero ya no podía escuchar. Sus ojos se fijaron en algo, o mejor dicho, en alguien.

En el sillón yacía el cuerpo sin vida de Loki.

Gris. Herido. Irreconocible.

La peli negra se detuvo en seco. Un escalofrío recorrió su espalda y sintió que el mundo a su alrededor se desvanecía. No podía creer lo que sus ojos estaban presenciando. Ahí, en el sillón de la sala común de la Torre, yacía el cuerpo de Loki. Su piel tenía un tono ceniciento, apagado. Sus labios estaban agrietados, y su semblante... ausente. Demasiado quieto. Demasiado frío. Demasiado muerto.

No parecía él. No podía ser él.

—¿Q-Qué es esto? —volteó lentamente hacia Thor, sus ojos vidriosos, incapaces de contener el terror que comenzaba a escalarle por la garganta.

Thor bajó la mirada, sus puños apretados, sus hombros tensos como si cada palabra pesara una tonelada.

—Stark... Loki... —inspiró con fuerza, buscando las palabras adecuadas.

—¡HABLA, MALDITA SEA! —bramó ella, fuera de sí. El tono de su voz se quebró por la angustia, por el miedo, por la incredulidad de estar frente a una escena que se negaba a aceptar.

—Él dio la vida por salvar a su pueblo...

—¿¡Su pueblo!? —rió con amargura— ¿¡De qué carajos estás hablando, Thor?!

Sus rodillas temblaban. Cada palabra que salía de la boca del asgardiano la apuñalaba como si fueran fragmentos de cristal.

—¡Loki murió! Ayudó a salvar Asgard. Murió queriendo a una joven que fingió su muerte... Murió defendiendo un mundo que nunca lo aceptó.

—N-no... no... —las palabras le salían entrecortadas. Un nudo le cerraba la garganta.

Se acercó con pasos torpes al sofá. Cada paso era un desafío a la lógica, al miedo, a la esperanza. Se arrodilló junto al cuerpo sin vida, y al rozar su piel con los dedos, un estremecimiento la paralizó. Estaba helado. Más frío que cualquier contacto que hubiera tenido con él antes.

El ambiente estaba cargado, como si el aire se espesara con cada segundo que pasaba. Las luces titilaban, incapaces de sostener la calma eléctrica del lugar. Afuera, la lluvia comenzaba a caer, tímida pero constante, como si el cielo compartiera su llanto.

—Loki... —susurró, con la voz rota—. Despierta... no me hagas esto, por favor...

Pasó una mano temblorosa por su rostro, esperando que una chispa de vida emergiera. Nada. Solo silencio. Un silencio que dolía, que hería, que destrozaba.

Thor no podía sostener la mirada. Jane lo observaba con expresión desconcertada, luego se adelantó, dando un par de pasos hacia ________.

—¿Puedo... ayudarte? —preguntó con cautela.

Ella ni siquiera volteó. La ignoró por completo. El mundo se reducía al cuerpo frío ante ella.

—Lo lamento... —dijo Jane en un hilo de voz—. Tal vez podríamos intentar—

—¡CÁLLATE! —escupió ______ sin mirarla—. ¡Tú no sabes nada! ¡Tú no lo conocías como yo!

Jane retrocedió, dolida, pero sin protestar. Quiso decir algo más, pero el odio en los ojos de ______ la detuvo.

—Solo intento ayudarte... —murmuró, dando un paso más.

—¿Ayudarme? —soltó una risa histérica—. ¿De verdad crees que puedes entender esto, Jane? ¡Esto no es una ecuación ni una muestra en un microscopio! ¡No se ni siquiera quien carajos eres!

Jane abrió la boca para responder, pero Thor puso una mano en su hombro, negando con la cabeza. El ambiente era un campo de batalla emocional, y cualquier palabra mal dicha sería una chispa mortal.

—JARVIS, realiza un escaneo completo. ¡Ahora!

—________... Él no—

—¡NO! ¡Él va a estar bien! —lo sacudió con fuerza, aferrándose a la ilusión—. Vamos, Loki... por favor... vuelve a mí.

—Presenta una herida severa en la región torácica. Estado actual: sin signos vitales. Lo lamento, señorita Stark.

—¡no...! —sollozó con furia—. ¡Eso no puede ser!

Thor se acercó con cautela.

—Ya fue suficiente, Stark. Él se fue...

Ella giró, sus ojos enrojecidos por el llanto, y lo empujó con la fuerza que solo da la desesperación.

—¿¡Cómo puedes decir eso simplemente?! —gritó—. ¡Él puede volver, maldita sea! ¡Tiene que hacerlo!

—Sé que es difícil... pero él ya no está.

—¡VETE! ¡Déjame sola! ¡Yo sé cómo arreglar esto!

—________ él no es como una de las máquinas de Tony.

—¡TÚ NO SABES NADA! —exclamó y, con un ademán, lo lanzó fuera hacia el balcón. Su poder desbordado por la pena.

—Vamos... dale su espacio —intervino Jane con una voz suave pero firme. Se volvió hacia ________ con una mirada compasiva—. Si necesitas ayuda, estarémos aquí...

—¡Fuera! —gritó ella.

Jane asintió, herida, y retrocedió hacia Thor. Él la tomó por la cintura y desaparecieron con el impulso del Mjölnir.

________ volvió a entrar a la torre. El silencio la envolvió como una mortaja. El cuerpo seguía allí. Frío. Quieto. Terrible. El corazón se le hacía trizas. Cada segundo sin oír su voz era una tortura. El eco de la tormenta golpeaba los ventanales como tambores de guerra, pero ella no parpadeaba.

Pero entonces... algo... un susurro, una vibración apenas perceptible dentro de su cabeza.

Ú₴₳ⱠØ... ₴₳฿Ɇ₴ QɄɆ ⱠØ QɄłɆⱤɆⱴ ĐɆ VɄɆⱠ₮₳. ₴ØⱠØ ₳₴í ⱠØ ₳ɎɄĐ₳Ɽ₳₴. ₦Ø ₮Ɇ₦₲₳₴ ₥łɆĐØ.

Ⱨ₳ⱫⱠØ ₱ØⱤ ₮Ʉ ₳₥₳ĐØ.

Las voces. Otra vez las voces. Seductoras. Implacables. Cada palabra como un anzuelo clavándose en lo más profundo de su alma. El ambiente se volvió denso, como si incluso el aire se negara a entrar en sus pulmones.

No le importaba el precio. No ahora. No si existía siquiera una posibilidad de traerlo de vuelta.

Corrió a su habitación, abrió de golpe los cajones, desordenó los estantes hasta dar con el libro. Ese libro. El mismo que prometía lo prohibido. Al tomarlo, sus ojos se detuvieron un instante en la rosa. Ya casi gris.

Volvió junto a Loki, sus dedos pasaban páginas con desesperación, pero la humedad en sus ojos no le permitía ver con claridad.

—Vamos, vamos, tiene que haber algo... —murmuró, frenética.

Se arrodilló de nuevo junto a él. Apoyó su frente en su pecho inmóvil, dejando que la energía fluyera de su cuerpo al de él. Sintió el cosquilleo recorrerle los brazos, un ardor punzante en las palmas.

—Por favor... vuelve a mí... nunca quise que esto pasara... —sollozó—. ¡Maldita sea, Loki, despierta!

Nada. Solo la energía que se disipaba sin rumbo.

—L-Lo siento... nunca debí decirte esas cosas—musitó—. Perdóname. Esto es mi culpa. T-todo es mi culpa...

¡TU CULPA!

¡Esto es solo por ti!

¡Si no lo hubieras tratado así, estaría vivo!

¡TÚ LO MATASTE! ¡MIRA LO QUE LE HICISTE!

Las voces eran gritos ahora, resonando en los rincones más oscuros de su conciencia. Se cubrió los oídos, pero no se detenían. No podía callarlas.

—Loki... por favor... te necesito...

Silencio. Dolor. Desesperanza.

Hasta que...

Señorita Stark, recibo información cardíaca del paciente.

El mundo se detuvo. Un escalofrío la recorrió.

—¿Q-Qué? —alzó la vista—. ¡¿LOKI?!

Un parpadeo. Un leve movimiento de los dedos.

Y luego, esos ojos. Esos ojos esmeralda, opacos por la muerte pero aún suyos, se abrieron con lentitud.

El aire regresó a sus pulmones de golpe. Un sollozo escapó de su pecho.

—Loki... —susurró con la voz ahogada en lágrimas—. Loki...

Él la miraba sin hablar, como si intentara recordar qué era la vida.

Ella se inclinó más cerca. Por primera vez en horas, sintió un destello de esperanza.

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WOOOOOOOW Y LLEGAMOS AL FINAL DEL MARATON MIS AMORES

Lamento tardar tanto pero la verdad quería que quedarán lo mejor posible y lo bastante largos para que los disfruten más.

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14,900

palabras entre los 3 capitulos

Espero lo hayan pasado bien con los caps, y más que nada que les hayan gustado ya que los hice con bastante amor.

ya saben que amo cuando comentan sobre lo que les gustó y así.

En estos días actualizaré el próximo cap, so no de preocupen por si me tardo jeje

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