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⊱❑┇ _____ Stark ┇❑ ⊰

Salir con Nicolas no era precisamente una idea desagradable. Era un chico educado, amable, dulce cuando quería, y sin duda atractivo. Pero nuestra amistad tenía tanto valor para mí que pensar en traspasar esa línea hacia algo más romántico me resultaba incómodo, incluso conflictivo. Aun así, no podía evitar preguntarme: ¿qué podía perder con darle una oportunidad?

—Mira, hon —lo observé con seriedad, aunque sus ojos siempre lograban suavizar mi voluntad—. Maldita sea, siempre consigues lo que quieres...

—¡Sabía que valía la pena insistir! —respondó celebrando su victoria con una sonrisa triunfal.

—¿Vas a restregármelo en la cara ahora?

—Solo diré que, aunque haya intentado salir con otras chicas, ninguna se compara contigo.

—Hon, no empieces con tus frases encantadoras.

—¿Temes que te conquiste otra vez, linda?

Sus palabras me descolocaron. Algo en ese tono relajado, juguetón, activó una corriente de recuerdos dolorosos. ¿Por qué todo me recordaba a Loki? Incluso un halago inocente parecía invocar su fantasma emocional.

—¡Abejita? —me llamó, interrumpiendo mis pensamientos—. ¿Estás bien?

—¿Eh? S-sí, solo estoy un poco cansada —respondí con una sonrisa forzada que no le engañó del todo.

—¿Quieres que te ayude con eso? —dijo, señalando la canasta sobre mis piernas.

—Si no es molestia...

Negó con la cabeza con ternura y tomó la canasta con las condolencias enviadas por la familia de Thor, acompañándome hasta mi habitación. La dejó sobre el mesón junto a la televisión y luego me ayudó a recostarme con paciencia. Aunque el dolor en mi espalda y pierna había disminuido gracias al tratamiento, todavía era una molestia constante y limitante.

—¿Necesitas algo más? —me arropó con una manta gruesa, suave al tacto.

—No, gracias. Estoy bien, de verdad.

—Está bien, papá me espera abajo —dijo mientras acomodaba con cuidado la almohada a mi espalda—. Pero antes de irme, ¿podrías desbloquearme del teléfono?

—¿Cómo dices?

—Intenté llamarte hoy, quería saber si era tu mismo número antes de venir pero va directo al buzón de voz.

—Mi celular está completamente inservible —bromeé—. Le pediré a Happy que me consiga uno nuevo mañana.

—¿Has estado casi un mes incomunicada y no te dio curiosidad por saber quién llamó?

—Lo último que quiero es lidiar con la lástima o la preocupación fingida —respondí con desgano—. Solo quería estar sola... Lástima que no pude librarme de ti.

Ambos reímos. Observé su rostro y su sonrisa. Cada vez que sonreía, sus ojos se volían finas líneas; literalmente, sonreía con los ojos. Nicolas se inclinó y depositó un beso suave en mi mejilla. No voy a mentir, sentí algo. Era la primera vez que sus labios rozaban mi piel. Algo se movió dentro de mí.

—Cuídate. Te necesito en forma para nuestra cena.

—Sin presiones, hon —respondí en tono amenazante, juguetón—. Todavía puedo lanzarte un florero si me arrepiento de haber aceptado.

— está bien, será cuando tú lo desees.

Me sonrió con complicidad y salió, dejándome sola en la habitación. Todavía no estaba segura de si había sido buena idea aceptar esa cita o la intención de asistir en un futuro a ella. Al menos había detenido las insistencias de Thor sobre hablar de Loki, pero ahora tenía un compromiso con el que no me sentía del todo cómoda.

Mi cuerpo estaba exhausto, y mi estado emocional era precario. Apenas podía comer sin sentir náuseas. Desde que salí del hospital, estos síntomas persistían. El doctor Strange me explicó que era una reacción natural por el tiempo que pasé sin alimentarme adecuadamente, una secuela fisiológica de un trauma más profundo.

No comía, apenas tomaba agua, y la única sal que percibía era la de mis lágrimas. Puede parecer dramático, exagerado incluso, pero esta sensación no era nueva para mí. Volver a esa relación disfuncional con la comida era peligroso, lo sabía, pero también me resultaba familiar, como un refugio tóxico que conocía bien.

Miré al techo y cerré los ojos. El silencio me calmaba. Aun así, podía sentir las presencias lejanas de otros en la torre. Desde la mente agitada de Banner hasta la concentración metódica del personal de limpieza. Aquello era parte de mi nueva realidad sensorial. Dormí sin notarlo, sumida en un sueño denso, hasta que unos golpes fuertes me despertaron bruscamente.

—Tenemos que hablar —dijo mi padre, su voz firme, cortante, fría.

—Y yo tengo que dormir. Hasta mañana —me cubrí con la almohada.

—No ahora, Louise.

—Tampoco tú deberías interrumpirme, Anthony —le respondí alzando la mirada, desafiándolo.

—¿Cómo es eso de que estás muerta? —se cruzó de brazos, visiblemente molesto, herido—. Entiendo que estés pasando por algo difícil, pero carajo, Louise...

—Entonces, ¿para qué preguntas si ya lo sabes? —lo desafié sin filtros.

—¡Porque me preocupa que un dios haya venido a mi casa a darme el pésame por mi hija! —gritó.

—¡Pero no estoy muerta! Así que deja de repetir esa tontería.

—¡No actúes así, por favor!

—Entonces deja de hacer preguntas absurdas —me senté, molesta.

—¿Tan grave fue lo que pasó que no puedes contarlo? —preguntó, dolido, con los hombros tensos.

—Quizá sí, quizá no. No quiero hablarlo.

Nos miramos en silencio. Sabía que su enojo venía del miedo, de la impotencia, de ese deseo frustrado de protegerme. Pero yo no quería abrir esa puerta. No quería que volviera a verme con tristeza, como si fuera una niña frágil, quebrada.

—Solo quiero descansar.

—Está bien —dijo con resignación y se fue, cerrando la puerta con fuerza.

Durante casi un mes, todo se sintió más tenso. Tirante. Mi relación con papá se volvió un campo minado de silencios incómodos y conversaciones a medias. Él decía que era por falta de confianza... pero si supiera que me callo por miedo a perder su respeto, no sé si se decepcionaría más... o simplemente dejaría de hablarme.

Mientras tanto, Nicolás estaba cada vez más presente. Aparecía con café, películas viejas, tonterías para hacerme reír. Me contó que pronto estaría a cargo de una sede de la empresa de su papá. No parecía entusiasmado, pero decía que así estaría más cerca de mí. Y yo... yo se lo agradecía. Era cálido, constante. Pero por más cómodo que fuera, por más seguro que se sintiera a su lado, no podía ser del todo yo misma.

Con él tenía que esconder partes. Mis cicatrices, mis sombras, lo que todavía dolía. Tenía que maquillar la rabia, disfrazar el trauma, fingir que no estaba rota. Porque con Nicolás era fácil... siempre y cuando no mostrara demasiado.

Y a veces me pregunto si eso también era una forma de traición. No hacia él. Hacia mí.

Las terapias con Dasha seguían, ya fuera en la piscina o en el gimnasio. Pero no mejoraba. Apenas podía mantenerme de pie con ayuda, y eso me llenaba de una impotencia que no sabía cómo procesar. Intenté hechizos de sanación, incluso con los libros que Thor me trajo desde Asgard... pero nada funcionó. Me sentía inútil. Frágil. Como si mi cuerpo se negara a avanzar porque mi mente todavía estaba atrapada allá. Con él.

Era como jugar una partida de cartas con la vida, perdiendo una mano tras otra. Entre la esperanza terca y las ganas de dejarlo todo. Tal vez aún me quedaba un comodín... una carta escondida, una opción que no quería usar.
Pero sabía exactamente a quién invocaría si la jugaba.

Y eso me daba más miedo que el dolor.

La gente cree que tener poderes lo facilita todo. Que puedo curarme con un hechizo o huir volando de lo que me pesa. Pero yo solo quiero poder levantarme sin ayuda. Caminar sin sentir que arrastro una versión rota de mí misma. Quiero poder hablar con papá sin ese nudo en la garganta. Quiero que alguien me mire sin esperar que sea fuerte.

No celebré Navidad, ni Año Nuevo. Mi cumpleaños número 20 pasó como una sombra más. Todo se sintió vacío, como si yo también me hubiera borrado del calendario.

Y en ese silencio, Nicolás fue mi refugio. Pero nunca mi hogar.

Porque mi hogar... dolía.
Mi hogar tenía ojos verdes, una sonrisa torcida, y un millón de errores que no sabía perdonar.

Y aunque lo negara, aunque me obligara a olvidarlo...
sentía en el aire ese cambio invisible, como una grieta en el tiempo.

Fue entonces, en los finales del verano lento y abrumador, que dije que sí.

Después de meses y de súplicas dulces, de miradas pacientes y silencios compartidos, acepté  salir con  Nicolás como  tanto había esperado. No fue una decisión arrebatada, ni una promesa hecha con el corazón en la mano... pero fue suficiente para que él sonriera. Para que yo pudiera fingir, por un momento, que estaba empezando de nuevo.

Aunque por dentro, supiera que no era así.

"How Deep Is Your Love" sonaba de fondo mientras alisaba mi cabello y ajustaba una diadema dorada. Retocaba mi maquillaje con movimientos lentos cuando vi la notificación de que Nicolas llegaría en 20 minutos. Todavía dudaba si salir con él era lo mejor, pero se esforzaba tanto por hacerme sentir bien que eso valía algo. Algo real.

Nicolas tenía carisma, elegancia, dulzura. Pepper y Natasha dirían que era el chico perfecto. Natasha incluso lo decía cuando estaba borracha, con una risa melancólica.

Pero para mí, solo una persona fue perfecta en su momento.

"Eres tan dulce como la miel," le dije a los pocos días de conocernos en el campamento Cheslers Rich's.

"Si yo soy miel, tú eres la abejita que zumba cerca de mí," me respondió sin dudar.

Puede sonar cursi o infantil. Pero fue un recuerdo hermoso de una amistad sincera. Un recuerdo que a veces dolía por lo que ya no era, y a veces sanaba por lo que había sido.

Concluí la aplicación de un poco de brillo labial y rocié una pequeña cantidad de mi perfume favorito, preparándome para enfrentar lo que parecía ser un gran paso. Con algo de dificultad, me levanté de la silla, sintiendo de inmediato la punzada constante en mi rodilla derecha. Me apoyé en el borde del tocador, inhalé profundamente, cerré los ojos y reuní toda la fuerza de voluntad que pude. Había llegado el momento de intentarlo, de demostrarme que podía seguir avanzando, aunque fuera lentamente.

Con pasos precavidos, recorrí la corta distancia hasta el espejo de cuerpo completo situado junto a mi armario, tratando de mantener el equilibrio y no ceder al dolor que se intensificaba con cada movimiento. La rodilla protestaba con cada leve flexión, pero comprendía que si no me atrevía a hacerlo al menos una vez, el miedo me impediría seguir progresando en mis terapias autodirigidas. Ya no podía seguir dependiendo de los demás; debía recuperar el control sobre mi cuerpo y mi vida.

Una vez frente al espejo, me tomé unos segundos para observarme de pies a cabeza: el cabello lacio enmarcando mi rostro con precisión, los zapatos de plataforma que había elegido con cierto desafío a pesar de los riesgos, y las medias que se elevaban apenas por encima de mis tobillos. Me sentí orgullosa, profundamente conmovida por haber llegado hasta allí. Me abracé mentalmente, diciéndome que cada pequeño logro, por insignificante que pareciera, era valioso.

Ajusté con cuidado la falda plisada azul oscuro que me había puesto, asegurándome de que cayera de forma elegante, y acomodé el cuello de mi blusa color crema de botones, queriendo proyectar una imagen pulida. Luego me incliné con esfuerzo para abrir mi pequeño joyero. De allí extraje una delicada cadena dorada que mi padre me regaló en mi decimosexto cumpleaños, junto con unos discretos aros dorados que hacían juego. Al tocarlos, vino a mi mente con claridad el momento exacto en que me los dio, una de las pocas veces en que lo vi sonreír con sinceridad en esos días difíciles.

Con el ánimo un poco más elevado que en las últimas semanas, me puse el abrigo azul que armonizaba con la falda, tomé mi cartera y el teléfono, y emprendí el camino hacia la puerta de mi habitación, aferrándome al borde del armario para mantener la estabilidad. Abrí la puerta y salí al pasillo, deslizando mis manos por las paredes para ayudarme a mantenerme erguida hasta llegar al área común del apartamento.

Allí, en la sala principal, estaban el tío Rogers y papá. Cada uno ocupaba un sillón distinto, conversando animadamente sobre algún tema que no alcancé a escuchar con claridad. Me llamó la atención ver a mi padre en una actitud relajada, incluso riendo. Era raro verlo así, como si por un momento no llevara el peso del mundo sobre los hombros.

El primero en notar mi presencia fue el tío Steve. Me miró con una expresión de asombro absoluto, como si no creyera lo que veía. Me sentí como una niña que da sus primeros pasos, aunque, en muchos sentidos, eso era precisamente lo que estaba haciendo.

—¿________? —dijo, con una mezcla de ternura y sorpresa, lo que hizo que papá girara la cabeza hacia mí de inmediato—. ¿Se te rodó la silla? —preguntó, alzándose enseguida y caminando rápidamente hacia donde yo estaba.

Su expresión era una amalgama de felicidad genuina e incredulidad. Al notar que la silla de ruedas seguía dentro de mi habitación, su mirada fue la de alguien que acaba de presenciar un truco imposible.

—¿Viniste hasta aquí sola?

—Tropecé un poco, pero sí, lo logré —respondí con una sonrisa genuina, tratando de contagiar mi entusiasmo.

—Tony, te lo dije... era solo cuestión de tiempo —declaró Steve con un tono triunfal y casi infantil, celebrando como si hubiera ganado una apuesta.

Su alegría me hizo sonreír. Sentí un destello de orgullo que me reconfortó, hasta que volví a mirar a papá. Su rostro no mostró la emoción que esperaba. No hubo sonrisa ni palabras cálidas. Fue la misma expresión neutral de siempre. Aquello me golpeó con fuerza. Era como volver a encontrarme con ese Tony Stark de antes del secuestro, el que se mantenía emocionalmente distante, incluso de su propia hija.

—Felicitaciones —fue lo único que dijo, mientras retomaba su asiento, tomaba un sorbo de su trago y revisaba su teléfono como si nada hubiese ocurrido.

Sentí una punzada dolorosa en el pecho. Esa frialdad, esa indiferencia, hería más que cualquier lesión física. Que no le importara, o al menos no lo demostrara, era un recordatorio brutal de lo que habíamos perdido, de lo que alguna vez fui para él.

—¿No vas a decirle nada más a _______? —insistió Steve, con una mezcla de desconcierto y decepción.

—¿Qué esperas que diga? ¿Le doy una estrellita dorada? —replicó papá, visiblemente irritado—. Para algo tenían que servir esas costosas sesiones con esa fisioterapeuta, ¿no?

Ese comentario me golpeó como una bofetada disfrazada de sarcasmo. Apreté los labios para no responder. Sabía que cualquier réplica solo encendería aún más la tensión.

Vi cómo terminaba su bebida, se levantaba y se sacudía levemente la ropa, como si intentara deshacerse de la incomodidad del momento.

—Estás en tu casa, Capi —le dijo a Steve con una media sonrisa forzada, antes de dirigirse a mí—. Louise, saluda a Yung de mi parte.

Sin esperar respuesta, se alejó por el pasillo hacia su laboratorio o su habitación, o cualquier lugar donde pudiera seguir refugiándose de sus emociones. Steve me observó con una expresión que lo decía todo: también lo había notado, también lo había sentido como un golpe.

—Aún está lidiando con lo que pasó...

—Lo sé —respondí, con voz baja y resignada—, pero no puedo hacer nada más por él.

Nicolás llegó temprano. Al verme de pie, sin la silla de ruedas, su rostro mostró la misma expresión de asombro que había visto antes en Steve.

—Te ves radiante —comentó con una sonrisa genuina.

—Todo gracias a una buena comida —respondí, mientras me ofrecía su ayuda para mantenerme erguida.

—Pásenla bien —dijo Steve al tomar su abrigo y dirigirse hacia el ascensor.

—¿No te quedas? —pregunté, esperanzada.

—Tengo asuntos que atender, pero regresaré esta misma semana —aseguró con una voz calmada.

Asentí en silencio, y lo observamos desaparecer tras las puertas del ascensor. Nicolás me ofreció su brazo y me sostuvo con delicadeza mientras caminábamos hacia el garaje. Allí nos subimos a su elegante Rolls-Royce negro, con ventanillas polarizadas que reflejaban las luces nocturnas de la ciudad.

Al llegar al restaurante Per Se, el personal nos recibió con una atención impecable. Tal como Nicolás había prometido desde nuestro reencuentro, todo el lugar estaba reservado exclusivamente para nosotros.

—Te dije que esto no era necesario...

—Keller me debía una por presentarle a una amiga —respondió despreocupadamente, como si no le diera importancia.

—¿Eres amigo de Thomas Keller? —pregunté con una mezcla de sorpresa y admiración.

—Organizó la cena de boda de mi prima hace un par de años. Desde entonces, nos llevamos bastante bien —dijo mientras se quitaba el abrigo.

Cada vez me sorprendía más. Nicolás parecía conocer a la mitad de las personas influyentes de Nueva York. Mientras tanto, yo apenas había mantenido conversaciones superficiales con políticos de alto rango, y eso más que nada por la posición privilegiada de papá.

Pedimos comida y una botella de vino tinto. Luego vino otra botella. Entre copas, las mejillas encendidas y las carcajadas flojas, la noche avanzaba con una calidez inesperada. Su compañía me hacía olvidar por momentos el dolor persistente de mi pierna.

—Me pregunto cuántas mujeres han pasado por esta mesa.

—Cero. Sé que soy encantador, pero tengo mis lugares específicos para ese tipo de cosas —bromeó con una sonrisa ladeada.

—Entonces, ¿soy parte de esos 'asuntos'? —le dije entrecerrando los ojos, jugando con el borde de mi copa.

—Quisiera decir que sí, pero...

—¡Hey! —le lancé la servilleta, divertida.

—Ya, ya —rió mientras intentaba atraparla en el aire—. Sabes que no es así. De hecho...

Lo observé buscar algo en su abrigo, su rostro súbitamente más serio.

O no...

—Digamos que quiero que seas tú quien cierre ese capítulo de mi vida —dijo, mirándome con intensidad.

Sabía a qué se refería, pero no estaba lista para esto.

—¿Quieres que te organice tus citas? No cobro mucho por ser secretaria...

—Quiero que estemos juntos de verdad, Stark.

Colocó sobre la mesa una pequeña caja de terciopelo turquesa.

—Nicolás...

—Sé que puede parecer precipitado aunque ya ha pasado casi un año desde que nos volvimos a encontrar—me interrumpió, tomando mi mano con suavidad—. Sé que has pasado por mucho. Pero déjame estar a tu lado en esta recuperación. Permíteme hacerte feliz.

Sabía que esto podía pasar, pero no esperaba que fuera tan "pronto"... o quizás nunca. Habíamos estado saliendo como amigos durante algunos meses, sí, pero esto era diferente. Abrí la caja con manos temblorosas.

Dentro descansaba un delicado collar de oro con una pequeña abejita, finamente decorada con un patrón de panal. Era, simplemente, hermoso. Inesperado, pero significativo.

—La compré hace tiempo, esperando el momento correcto para dártelo —dijo, con una sinceridad que me conmovió.

Su sonrisa, libre de pretensiones, me reconfortó más de lo que quería admitir. Lo pensé. Quizás debía dejar atrás lo que nunca se consolidó con Loki. Tal vez debía abrirme a algo nuevo, algo distinto, algo más estable. Algo que él jamás me ofreció.

—Espero que esto no sea como venderle mi alma al diablo —bromeé, intentando aligerar el ambiente. Él sonrió.

—Te quiero.

—Yo... te quiero más, Yung.

—¿Entonces vas a aceptar el cargo en la empresa de tu padre? —preguntó Nicolás mientras giraba lentamente su copa de vino.

—Prefiero seguir escuchando sobre tus ex escandalosas —intenté evadir la pregunta.

—Vamos, ______ tengo entendido que tú padre lleva casi dos años esperando tu decisión. Y, francamente, yo también tengo curiosidad —añadió con un tono más serio.

—A veces pienso que los hombres son más chismosos que nosotras —suspiré—. No sé si sea lo correcto ahora...

—No me digas que es por tus habilidades matemáticas, porque sabes que eso no es verdad —me miró con complicidad.

—Ojalá fuera eso. Es más complicado que un simple número —me encogí en el asiento, sin ganas de dar más explicaciones—. Papá está actuando como lo hacía antes de lo de los Diez Anillos.

—¿Te dijo algo? —preguntó, ahora visiblemente más interesado.

—Apenas habló. Caminé desde mi habitación hasta la sala y solo dijo "felicitaciones" antes de volver a su copa.

Nicolás me tomó la mano. Su calidez era constante, y ese tipo de gestos siempre me calmaban. Eran pequeños recordatorios de que no todo estaba perdido.

—Dale tiempo. Sabes cómo es él.

—Lo sé... pero duele. Créeme.

El resto de la noche transcurrió entre conversaciones largas y variadas. Hablamos de lo extraño, lo trivial, lo profundo y lo absurdo. Reímos tanto que por momentos olvidé lo mucho que dolía caminar. Fue una noche de tregua con el mundo.

Cerca de las dos de la mañana, terminamos nuestra última copa. Nicolás pidió un chofer para llevarnos a casa. Se ofreció a acompañarme hasta dentro, pero preferí entrar sola. No quería enfrentar preguntas ni conflictos con... papá.

Caminaba tambaleante por el pasillo, tarareando la canción que sonaba antes de bajarme del auto. Mis manos seguían la pared para no perder el equilibrio, los ojos cerrados, y la cabeza llena de vino.

—Pensé que estarías dormido.

La voz de nat me detuvo en seco. Se suponía que estaba en Escocia.

Me acerqué más a la orilla de la pared y los vi ahí, papá y Natasha.

—Las pesadillas no se detienen, Ariel.

—Por eso es mejor beber solo en la cocina, ¿no? —rió mientras levantaba un vaso de vodka.

—Es mi casa. Hago lo que quiero.

—De eso estoy segura —asintió, con esa risa suya tan sardónica.

Hubo un silencio incómodo.

—Nunca tengas hijos.

Auch.

—Lo tendré en cuenta.

—En serio, no lo hagas. Te sacan canas, el alma, y tienes que enseñarles hasta lo más básico desde cero.

—Como si tú lo hubieras hecho —pensé en silencio mientras seguía observando la escena.

—¿Las cosas con S.J. no van bien? —preguntó, sentándose a su lado.

—Hoy pudo caminar —respondió, sin emoción— después de meses, lo logró.

—¿En serio? ¡Eso es increíble, Stark!

—No como quisiéramos, Nat. Es casi el porcentaje de lo que habían pronosticado—respondió, cabizbajo.

No estaba entendiendo nada. Y eso me daba mala espina.

—¿Qué porcentaje?

—El 45%. ¿Sabes lo que significa ese número?

Ya no sabía si me confundía por sus palabras o por el alcohol.

—Está progresando, eso es lo importante —intentó consolarlo.

—Pero no podrá bailar, correr o agacharse sin dolor...

—Entonces, deberías decírselo —dijo Natasha.

—Por eso te digo, evita ese momento. Tener que decirle a tu hija que su recuperación tiene un límite es devastador.

Bajé los pies al suelo, mirándolo fijamente. ¿De qué estaban hablando?

—No sabes si será así —ella le puso la mano en el hombro.

—¿Por qué crees que no mejora? Lleva casi un maldito año y no hay mejorías Romanoff —mencionó su nombre entre dientes conteniendo la rabia.

Sentía que todo se derrumbaba.

—Stark, hablamos de _______ Es tu hija. Ha superado cosas peores.

—Lo sé. Por eso me duele tanto.

Ya no aguantaba más, necesitaba respuestas, respuestas claras.

—¿Cómo que no podré caminar bien? —pregunté con voz temblorosa, acercándome.

—Oh... yo...

Ellos quedaron en silencio, nerviosos.

— S.j se que esto es repentino, pero-

—No, silencio —miré a Natasha—. ¿Qué significa eso del 45%?

No obtuve respuesta. Así que tomé la mano de papá y nos transporté al momento exacto en que Stephen le daba los resultados. Lo reviví. Y me sentí traicionada. Otra vez.

—Tú lo sabías —miré a Natasha—. ¡Me mintieron!

—Tienes que calmarte, cariño... —dijo Tony.

—¡NO! —lo solté bruscamente.

—______ si no te lo dijimos fue para evitar esto.

—¿Que me calme? Me acabo de enterar que no recuperaré totalmente la movilidad. ¿Y quieres que lo acepte así?

—Mírate. Estás viva y estás mejorando —dijo Natasha.

—Estoy coja. ¿Eso es mejor?

—¡Al menos estás viva! —gritó él, con furia reprimida.

—¡Preferiría no estarlo antes que vivir así!

El silencio cayó como una bomba.

—Eres una malcriada.

—Y tú, un mentiroso.

Nos quedamos mirándonos. Sentía los ojos arder, la nariz picar. Todo lo construido se había derrumbado.

—¡Si no hubieras ido a ese lugar, estarías bien!

—¡Fui! Ya está hecho. No se puede cambiar el pasado.

—______ basta...

—Mira, Nat. No quiero ser grosera, pero tú no deberías opinar.

—Estás alejando a quienes te quieren —papá me sostuvo del brazo—. Queremos ayudarte. Y así respondes.

—Lo dice el hombre que me ignoró un año tras saber que era su hija ¡y que me mintió sobre mi estado por otro puto año!

—¡Eso es pasado! No tiene nada que ver con esto.

—¿De verdad? ¿Entonces por qué te comportas igual?

—¡Porque mi hija no confía en mí!

—¡No es cuestión de confianza, papá!

La cabeza me dolía, como si me apretaran con un tornillo invisible. Discutir me dejaba sin fuerzas.

—Solo quiero ayudarte...

—Tony, esto no es algo que alguien más pueda solucionar —dijo Natasha con una voz firme.

—Soy tu padre. Haré todo lo posible para que estés bien. ¿Lo entiendes?

Sus palabras me quebraban por dentro. Resolver lo que sentía no era tan simple.

—¿Cómo se arregla un corazón roto?

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Amo el drama de esta familia

Wenas wenas, otro caputulito más, algo cortito pero quería actualizar pronto, en estos días subiré algo ya más picositio y maybe sukulentazo

7u7 you know what I mean

Sin más les agradezco por pasar por otro capítulo y bueno ya saben que amo leerlas cada que comentan.
❤️