
36. 𝐑𝐞𝐬𝐮𝐥𝐭𝐚𝐝𝐨𝐬 𝐢𝐧𝐞𝐬𝐩𝐞𝐫𝐚𝐝𝐨𝐬
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El reto de meter a _____ al auto fue algo que ninguno de los dos adultos a cargo esperaba enfrentar. Steve intentaba convencerla de que entregara las llaves mientras Natasha la perseguía por el estacionamiento como si estuvieran en una película de acción clase B. Si no fuera porque la muy brillante decidió correr de espaldas y tropezó como personaje secundario en comedia, fácilmente habrían estado una hora jugando a la persecución.
Durante el trayecto al hospital, la pelinegra no paró de cantar las canciones que sonaban en la radio, equivocándose varias veces en la letra sin el menor atisbo de vergüenza.
—¡Baby, you light up my world like nobody else! —entonaba desafinadamente, sacudiendo el brazo de Steve desde el asiento trasero.
—Stark, ponte el cinturón —ordenó Romanoff con una risa resignada.
—¡Los cinturones son para los cobardes! —se tiró hacia atrás en los asientos, agitando los brazos como si estuviera en un concierto de rock—. ¡But when you smile at the ground, it ain't hard to tell!
—¿Así también es cuando está pasada de copas? —preguntó Steve en voz baja, lanzando una mirada por el retrovisor.
—Sí —respondió Natasha con un suspiro largo—. Pero súmale que empieza a soltar secretos del Área 51 en medio de internet.
—¿Área 51? ¿Te refieres a la base donde supuestamente tienen a esos bichos verdes con ojos saltones?
—Woooow, espera, espera —interrumpió _____, colándose entre los asientos delanteros—. Aclaro, lo de Hulk ya lo sabía media ciudad... Bueno, creo.
—Igual, no sabes cuándo cerrar la boca —le lanzó Nat una mirada asesina por el retrovisor—. Ponte el maldito cinturón ya.
—¿Y si mejor les muestro el camino del puño? —frunció el ceño, alzando la mano con amenaza dramática.
—¿Qué es el "camino del puño"? —preguntó Steve con la confusión de alguien que aún graba cosas en casete.
—¿¡Acaso nunca viste Karate Kid!? —lo miró ofendida como si acabara de blasfemar—. El señor Miyagi estaría muy decepcionado de ti, Capitán América o no.
Harta, Romanoff frenó de golpe, provocando que _____ se deslizara hacia adelante y luego rebotara hacia atrás como muñeca de trapo.
—Primero que nada —se giró Natasha con tono de madre furiosa—, el señor Miyagi jamás estaría del lado del camino del puño. Y segundo, este fósil al que tengo de copiloto apenas y asimila lo que es una tostadora. Sin ofender, Cap.
La ojiverde quedó pegada al asiento, en silencio, procesando todo lo que acababan de decirle.
—Bien. Ahora ponte el maldito cinturón o te juro que la próxima vez que frene vas a terminar estampada contra la ventana.
Refunfuñando, _____ se colocó el cinturón con resignación, cruzándose de brazos e inflando las mejillas como una niña a la que le negaron su postre.
Desvió la mirada hacia la ventana y poco a poco fue cerrando los ojos.
—¿Desde cuándo está así? —preguntó Steve al notar que se había quedado dormida.
—Desde que volvió de Asgard —respondió Natasha, alzando una ceja con una media sonrisa de burla—. ¿Qué pasa, Cap? ¿Acaso estás envejeciendo más rápido de lo que pensábamos?
—Haré como que ese comentario no me ofendió —resopló él—. Solo digo que no ha mejorado. Stark encontró el bar casi vacío hace unos días...
—Poco me sorprende... Ya conoces el patrón: primero las risas después de terapia, luego los chistes, y al final, camino al hospital por una intoxicación o algo peor.
Era un círculo vicioso, en el que justo cuando parecía que todo no podía ir peor... iba peor. Un breve momento de paz, seguido por más caos y tristeza.
Ambos lo sabían, pero no tenían claro cómo romper ese maldito ciclo.
Al llegar, Steve trató de despertarla con suavidad. Ella ya estaba algo menos dopada y un poco más tranquila, aunque el olor a analgésicos del hospital casi le provocaba arcadas. La registraron en urgencias, le tomaron signos vitales y la enfermera comenzó con las preguntas de rutina.
—¿Los mareos han sido constantes? —preguntó mientras retiraba la banda de presión arterial.
—Sí... —asintió mientras bajaba la manga de su sudadera—. Al principio eran leves, pero últimamente son insoportables.
—¿Algún otro síntoma? —tecleaba sin verla.
—Dolor de cabeza... y me he sentido sin energía, como si alguien me estuviera drenando.
—Bien —levantó la vista y entrecerró los ojos—. ¿Cómo ha estado tu ciclo menstrual?
Esa pregunta la hizo tragar saliva.
—Ha estado... algo irregular.
La enfermera apretó los labios y volvió a mirar la pantalla.
—Voy a hacerte una pregunta incómoda, pero por tus síntomas es necesaria —cruzó las manos sobre la mesa—. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste relaciones?
—Y-yo... Bueno, hace unos días —bajó la mirada, rogando que no fuera lo que estaba pensando.
—¿Usaste protección?
Buena pregunta. Ojalá ella supiera la respuesta.
—Supongo que sí... No lo recuerdo con claridad —respondió nerviosa—. Pero he tomado anticonceptivos.
La expresión de la enfermera no era precisamente confiada, pero decidió no insistir.
—Te daré dos órdenes para exámenes de sangre. Veremos si algo de eso nos da una pista —imprimió las papeletas y se las entregó—. También te recomiendo hacerte otra prueba... por si acaso. Hay que descartar todos los escenarios.
Tomó los papeles y salió del pequeño cuarto, encontrándose con Steve.
—¿Y Nat? —preguntó.
—Fue por cafés. No debe tardar —respondió Steve, mirando a su alrededor.
Cuando la pelirroja volvió, la acompañaron al laboratorio para la toma de sangre. _____ tragó saliva al ver las agujas: las odiaba con pasión, pero esta vez no podía evitarlas.
Entró al cubículo, remangó el brazo y esperó mientras la enfermera colocaba la banda de presión.
—Bien, solo serán dos tubitos de sangre, cariño —explicó una enfermera regordeta y rubia.
—Supongo que no tengo opción —respondió con incomodidad, forzando una sonrisa.
—No te preocupes, es solo un piquetito.
—Sí, claro. Y también dicen que el amor no duele —abrió y cerró la mano para que la vena se hiciera más visible.
La aguja entró con esa precisión dolorosa que siempre la ponía a sudar frío. Odiaba los piquetes, le traían recuerdos demasiado nítidos de HYDRA.
Respiraba con dificultad mientras veía el primer tubo llenarse de su sangre. Luego el segundo. ¿Por qué sentía que eso tomaba una eternidad? Solo quería arrancarse la aguja, huir de ahí y fingir que todo era una mala pesadilla. Pero la ansiedad era peor: el miedo de que su distracción tuviera una consecuencia que empezara a patear en nueve meses.
—Listo, señorita. Las muestras serán enviadas al laboratorio. La doctora Jenny tendrá los resultados en media hora —dijo la enfermera, alejándose con el carrito.
Agradeció con una sonrisa forzada y salió a la sala de espera. Encontró a Steve y Natasha conversando.
—Bien, esperemos que mi sangre no sea robada por algún vampiro infiltrado en este hospital —comentó con ironía mientras se acercaba.
—Los vampiros no existen —rió Steve, dándole un sorbo a su café.
—¿Ah, no? Qué raro, porque vivimos en un mundo donde hay dioses, monstruos y una anciana que parece inmortal. Pero sí, claro, los vampiros son el límite.
Natasha soltó una risa, recibiendo una mirada de "¿en serio?" por parte de Steve. Ella simplemente le guiñó un ojo.
A veces, _____ no entendía cómo es que esos dos no terminaban juntos. La tensión sexual era tan evidente que casi podía olerla.
—Deberían adoptarme y darme un hermano.
Steve casi escupe el café por la nariz y Natasha se quedó congelada con una sonrisa incómoda.
—Stark, casi matas al Capitán con ese comentario.
—No es mi culpa que ustedes dos no paren de coquetearse —se encogió de hombros—. Y lo peor es que ya ni sé si lo hacen a propósito o si ya es algo automático.
—Yo no estoy... no estoy coqueteando con nadie —dijo Steve con seriedad.
—Claro, y yo soy virgen —soltó ella sin inmutarse.
—Ok ya, Stark —intervino Natasha en tono de advertencia—. Aquí nadie coquetea con nadie.
_____ se inclinó hacia adelante, alzando una ceja con burla.
—Es en serio. Nada de eso pasa —insistió Natasha.
—Como digas... —resopló, volviendo a recostarse en la silla y mirando hacia otro lado.
Los minutos pasaban con una lentitud agobiante. Steve y Natasha hablaban de todo y de nada, mientras _____ deseaba con todas sus fuerzas que no tuviera una "bendición" en camino.
¿Se había imaginado alguna vez siendo madre? Sí, pero en una fantasía controlada. En la vida real... era joven, caótica, y apenas podía cuidarse a sí misma.
No quería repetir la historia. No quería imaginar al niño que ya comenzaba a existir en su cabeza. Su ansiedad la llevó a morderse el dedo pulgar, tratando de no pensar en nada.
"Solo es una suposición. No tengo un ingeniero en mi útero."
Intentaba calmarse mientras miraba con odio esa puerta blanca donde la doctora estaba a punto de aparecer.
—Louise... ¿Stank?
Abrió los ojos de golpe.
—No puedo creer que de verdad hayan dicho "Stank" —se burló Natasha.
—Ni pidi criir qui ti hiyin dichi stink —imitó _____ con molestia, levantándose.
—Uy, qué genio —rió Romanoff.
Una doctora hojeaba papeles sin levantar la vista. Solo reaccionó cuando _____ carraspeó.
—Usted debe ser Louise, ¿cierto?
Ella asintió. La doctora le sonrió e hizo un gesto para que pasara. Se sentó frente a ella, mientras la profesional revisaba una carpeta con expresión seria.
—Bien. Con los resultados de los exámenes, tenemos la respuesta a lo que te está afectando —dejó los papeles sobre el escritorio y la miró fijamente.
"Dios, Alá, Odín, quien sea... sé que he sido una perra, pero no me dejen morir ahora."
—Bueno... Lo que presentas es un síndrome de ovario poliquístico.
El silencio que siguió fue brutal. Tan denso, que pareció succionar el aire de la habitación.
—¿Q-qué?
Pero no fue eso lo que la derrumbó. Lo verdaderamente devastador fue lo que su mente, tan rápida como cruel, pensó al instante: hubiera preferido que me dijeras que estaba embarazada.
—Creí que... no sé, yo...
—¿Pensaste que estabas embarazada? —la interrumpió la doctora con una voz tan neutra que dolía más.
_____ asintió lentamente, bajando la mirada como si esta pudiera salvarla del peso de la realidad.
—Es comprensible. Tu ciclo irregular, los mareos, la falta de apetito... suelen generar esa sospecha. —La doctora hojeó unos papeles—. Pero tus resultados muestran otra cosa. El revestimiento de tu útero es débil, delgado... lo que complica bastante una implantación.
Las palabras de la doctora empezaron a desvanecerse en un zumbido molesto que la dejó aturdida. Era como si la voz proviniera de algún lugar lejano, deformada por el eco de algo irreversible.
—Con tu condición, quedar embarazada sería... difícil.
—Y-yo... lo entiendo —murmuró con una voz vacía, casi ajena a ella misma.
—Veamos —tomó otro informe—. Hay alteraciones en tu nutrición. ¿Has estado...?
—Estuve a dieta hace unos días, y... por el trabajo, salté algunas comidas.
—Claro, entiendo —respondió la doctora con una sonrisa que intentaba ser tranquilizadora pero solo conseguía irritarla más—. Tu periodo ha sido irregular por un buen tiempo, ¿no es así?
_____ asintió de nuevo, clavando las uñas en sus propios muslos, como si el dolor físico pudiera contrarrestar el colapso interno.
—¿Has usado antidepresivos recientemente? —preguntó la doctora, ahora con una nota más preocupada.
—¿Eso afecta mi condición hormonal, doctora? —inquirió en un hilo de voz, temiendo la respuesta.
La doctora desvió la mirada, tardando más de lo necesario en asentir.
—Claro que sí. Y mucho más de lo que imaginas.
—Han pasado casi dos meses desde que los dejé. Sólo sigo con ansiolíticos...
La doctora suspiró pesadamente.
—Va a ser difícil que llegues a concebir, _____.
Las palabras cayeron como un balde de agua helada directo al pecho. No hubo reacción inmediata, solo un silencio devastador. Algo dentro de ella pareció marchitarse. Algo profundo. Vital.
Apretó las manos, forzándose a no llorar. No ahí. No frente a una médica que hablaba de su futuro como si fuera una estadística fallida.
—¿Supongo que tenías planes de casarte algún día? —intentó animarla la doctora—. Si reaccionas bien a ciertos tratamientos, no es imposible. Solo... complicado.
—¿Cuánto tiempo estima? ¿Cree que lo lograré, en serio?
—Depende. Podrían ser algunos años. No puedo asegurarte nada.
La joven guardó silencio. Una pausa larga, ahogada, donde su mundo se redujo a un suspiro de impotencia.
"La mayoría da por sentada su fertilidad. Yo... yo solo tengo una ilusión de ella."
—Podemos comenzar con una serie de tratamientos, acompañados de un control nutricional —añadió la doctora con tono práctico.
La doctora hojeaba los papeles con el ceño fruncido, como si algo no terminara de encajar.
—Hay algo que... me desconcierta —dijo al fin, deteniendo la mirada en una de las gráficas—. Tu metabolismo no responde como el de una mujer promedio. De hecho... tus niveles de regeneración, capacidad celular y sistema inmune están muy por encima de lo normal. Como si estuvieras en constante modo de recuperación.
____ desvió la mirada. No era la primera vez que escuchaba eso.
—Es por el suero —murmuró, como si fuera un secreto sucio.
—¿El suero?
—El del supersoldado. Me lo inyectaron cuando era más niña. No fue... exactamente voluntario.
La doctora la miró con una mezcla de sorpresa y compasión. Bajó el tono de voz, como si se acercara a una línea delicada.
—¿Y sabes qué tipo de variante era?
—Uno de los prototipos. Híbrido. Ilegal. Desarrollado fuera del radar de S.H.I.E.L.D. —contestó con una amargura helada en la voz. Contando algo que era clasificado realmente.
La doctora asintió lentamente. Eso explicaba algunas cosas. Pero no las hacía menos alarmantes.
—Bueno... eso cambia la ecuación. Tu sistema reproductivo ha estado bajo una presión constante por años. La presencia del suero interfiere con la función hormonal, especialmente si se combinó con fármacos, anticonceptivos o antidepresivos.
—Me jodieron la vida... Según sería más fuerte que un humano normal —soltó ____ con sarcasmo—. Que me haría más fuerte, más resistente. no que me dejaría infértil a los veinte años.
—No eres infértil —corrigió la doctora con firmeza—. Solo... está costando que tu cuerpo coopere. Estás en guerra contigo misma. Literalmente.
____ se quedó quieta. El aire se sentía espeso.
—¿Y si no quiero volver a meter más químicos en mi cuerpo? ¿Y si no quiero someterme a tratamientos hormonales que van a romperme todavía más?
La doctora suspiró. Había escuchado esa pregunta antes. Pero nunca de alguien tan joven. Tan desgastada.
—Entonces, tienes que prepararte para aceptar otra realidad. Una donde tal vez... no puedas ser madre de la forma tradicional.
Las palabras golpearon como cuchillas.
—¿Y tiene cura? Digo... ya se que me dijo lo del tratamiento, pero igual...
—No lo sé —admitió la doctora—. Lo que te hicieron... no es medicina. Es ingeniería. Y por lo que veo, ni siquiera está del todo documentado.
____ apretó los labios. Quiso reír. Quiso gritar. Quiso hacer trizas esa consulta entera.
Pero solo asintió. Porque no quedaba nada más por decir.
_____ asintió en automático. Ya no escuchaba. Ya no quería oír más. Era otra marca más en la lista de fracasos que la vida parecía empeñada en coleccionar para ella.
Tomó los resultados sin siquiera mirarlos. Los papeles parecían pesar una tonelada en sus manos. Se despidió con la cortesía de alguien que no tiene fuerzas ni para odiar al mundo, y salió.
El viaje de regreso fue silencioso. Natasha lo notó enseguida. Algo no había salido bien. Algo la había derrumbado.
—Deberíamos pasar por algo de comer —dijo la pelirroja, dirigiéndose a Steve, que asintió—. ¿Qué dices, _____? Una de esas pizzas gigantes de Joe's...
No hubo respuesta.
Al mirar por el retrovisor, Natasha la vio: mejillas enrojecidas, lágrimas rodando en silencio.
—¿Estás bien?
—Solo quiero ir a casa. Estoy cansada —respondió, cortante, mientras se secaba el rostro con la manga de su sudadera.
Ni Steve ni Natasha dijeron más. No hacía falta. El golpe había sido brutal.
Ya en la Torre, Natasha le ofreció una vez más que los acompañara. Recibió una sonrisa fingida, de esas que no llegan ni a la piel.
—Te traeré algo cuando volvamos —insistió.
—Ya, no te preocupes —se inclinó en la ventana del copiloto, forzando un tono más ligero—. Cuídala bien, ¿me oíste, Rogers? La quiero antes de las nueve.
Steve sonrió con suavidad, siguiendo el juego.
—Será un honor devolverla a tiempo, señorita Romanoff.
—Nunca me sentí tan controlada —rió Nat, aunque por dentro sabía que nada estaba bien.
____ entró a la Torre con los papeles arrugados por la rabia. Aquellos resultados se le clavaban en las manos como cuchillas. Sabía que tenía parte de culpa. El descuido, la bebida, las dietas sin sentido... lo había ignorado todo hasta que fue demasiado tarde.
Una familia. Un hogar. Un hijo. Algo que me rescate de todo lo que me destruyó.
Y ahora... eso también estaba en duda.
El ascensor la llevó a su piso. Respiraba con dificultad. Cada intento de aire parecía hundirla más.
Las puertas se abrieron. No parecía haber nadie, pero entonces escuchó algo.
Tarareos.
Asomó la cabeza.
Loki estaba viendo El Lorax otra vez. Ya iba por la séptima vez. Se movía al ritmo de "¿Cuán malo puedo ser?", coreando con entusiasmo, como si la vida fuera simple.
Una sonrisa fugaz se le escapó. Irónica, casi amarga. Cerró la puerta con suavidad y bajó al taller.
Allí estaba Tony, rodeado de hologramas, concentrado como si el mundo no existiera.
—El eje está mal calibrado —susurró.
Tony casi se cae de la silla.
—¡Hija de...! ¡No vuelvas a hacer eso! —espetó, llevándose una mano al pecho.
—¿Me veo tan mal? —fingió tristeza.
—Esa pregunta debería ofenderte a ti misma —replicó, con una mueca, mientras volvía a su tarea—. Me enteré que fuiste al hospital con Romanoff. ¿Todo bien?
—No podría estar mejor —soltó con una ironía gélida.
—Debiste decírmelo. Te habría acompañado.
—No te preocupes, estabas ocupado.
—Aun así...
—Tranquilo, todo salió bien. Sólo me recetaron unas pastillas —se sentó en la mesa, fingiendo desinterés.
Tony la observó, desconfiado.
—¿Segura?
Ella asintió sin mirarlo.
—Louise...
—Lo juro, papá...
No le creyó.
Le quitó los papeles de las manos con brusquedad. Ella intentó recuperarlos, pero ya era tarde. Sus ojos se clavaron en lo peor de todo.
—¿Qué es esto...? —leyó en voz alta—. ¿Sospecha de infertilidad?
Tony la miró como si el mundo hubiera dejado de girar. Ella, en lugar de explicarse, se abrazó a sí misma. No podía decir nada. Ni una palabra.
Y no fue necesario. Porque con solo ver la amenaza de lágrimas en los ojos de su hija, supo que no debía hablar. Solo actuar.
Se levantó, la rodeó con los brazos y la atrajo contra su pecho. Ella se dejó envolver, quebrándose entre sollozos mudos.
— resolveremos esto... ¿si? No tienes nada de qué preocuparte.
No pidió explicaciones. No juzgó. Solo la sostuvo como debía haber hecho siempre.
Porque a veces lo único que puede ofrecer un padre es ser el refugio al que su hija regresa cuando el mundo se le cae encima.
Y en ese momento, ella solo necesitaba eso:
Un hogar. Aunque fuera por unos minutos. Aunque todo lo demás estuviera roto.
Un hogar que la protegiera del miedo de no poder construir uno propio.
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¡¡¿CUANMAaAaAaAlO PUEDO SER?!!
Hola mis amores, acá de nuevo con una actualización más corta a lo que acostumbro, pero no quería dejarles sin cap esta semana.
Estoy trabajando ya en el siguiente h también en mi nuevo libre d one shots (por si gustan pasar por ahí 😉)
Sin mas, esperen el próximo cap viene más cargado de cosillas buenas 🥰
Cuídense mucho y recuerden qu amo cuando comentan jejeje tomen awita 🥰
Les amooo❤️
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