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Ventuno.

NI-KI había sido castigado por llegar tarde otra vez al instituto.

Se había tenido que quedar afuera de la clase hasta que ésta terminara para poder tener una charla con el maestro y el director.

No había visto a Sunoo.

Y ahora estaba dibujando garabatos en una hoja blanca sobre el escritorio del director, para pasar el rato.

Cuando el maestro llegó, comenzó el sermón de cada vez que completaba más de cinco atrasos. Hablaron durante una hora, NI-KI dibujó pequeñas rosas durante una hora.

Al salir de allí, con una pequeña hoja para sus padres (qué por supuesto no les entregaría), se encontró con Sunoo sentado en el pasillo a un lado de la oficina. Tenía sus audífonos puestos, su mochila tirada a un lado y parecía dormir.

Hace más de una hora debía haberse ido a su casa, pero él había esperado a NI-KI.

—Sun...— el Nahir abrió sus ojos y quitó sus audífonos para luego sonreír. Atrajo a NI-KI más cerca y lo abrazó—. Podemos irnos, ¿quieres un café?

Sunoo asintió.

Pero una vez habían comprado la comida, no quiso quedarse en el local.

Fueron a la plaza detrás del instituto, solos.

—NI-KI, el chico que nos dió el café te miraba mucho— Sunoo mantenía un mohín en sus labios.

—Mentira, Sunoo.

—Verdad.

—Mentira.

—Tengo miedo, porque cualquiera que te conozca bien se enamoraría de ti.

NI-KI sintió sus mejillas tibias.

Aquel día, NI-KI agradeció que el clima estuviera bastante frío. Así podía buscar una bufanda o una chaqueta que cubriera lo que Sunoo le había dejado en su cuello.

Pequeño celoso.

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