Capitulo nueve.
- HeeSeung y Félix llegaron lo más rápido posible al hospital, luego de que les indicaron el piso, en donde encontrarían a YiRen y a Jay, se apresuraron a subir al elevador.
Jay era un total desastre, no podía quedarse quieto, caminaba de aquí para allá, como un león encerrado en una jaula, mientras su cabello estaba todo parado y desordenado, por tanto que pasó sus manos sobre él.
— Jay... —jadeó el castaño, haciendo que el nombrado girase.
— ¡Eres un idiota! ¡Un tarado! Estuve llamándote como un jodido imbécil y no eres capaz de contestar ninguna sola llamada, Lee. —se quejó, sus lágrimas bajaron por sus mejillas, él no las notó.
—Hey, yo... lo siento. ¿Cómo está Yiyi? ¿La viste? ¿Que tiene?
— ¡No lo sé! ¡No quieren decirme una puta mierda en este hospital de cuarta! —gritó, el pelinegro se encontraba con un terrible ataque de pánico— ¡No puedo perder a YiRen también! ¡Ni-Ki jamás me lo perdonaría!
El ojimiel se apresuró a rodear al terrible manojo de nervios en sus brazos, intentando tranquilizarlo.
—No digas esas cosas, Jay. Ella se pondrá bien, tal vez está mal del estómago, nada más.
—No puedo ser optimista con esa estúpida frase. —sorbió su nariz— La última vez que lo fui, mis mejores amigos murieron.
— Jay, esto es distinto...
— ¡Es la misma mierda, HeeSeung! Yo... —el menor observó por detrás del ojimiel, dándose cuenta de que había venido acompañado— ¿Félix? ¿Tú qué...?
El susodicho estuvo por contestar pero en ese momento un doctor, demasiado joven para ser uno, se acercó a ellos, era un muy bonito muchacho, no podían decir que llegaba a los treinta.
— ¿Ustedes son familiares de la pequeña YiRen? —preguntó amablemente.
—S-si, somos nosotros. —se apresuró en contestar el azabache.
—Bueno, la niña se encuentra mejor, había tenido un fuerte ataque al estómago, por lo que con unos medicamentos se ha bajado, un pequeño virus, no hay nada de qué preocuparse, ella ya está mejor y está preguntando por su tío ¿Jonggie? —frunció el ceño.
—Soy yo —el pelinegro se limpió las lágrimas y respiró hondo. Podría jurar que en cualquier momento se infartaba— Entonces...¿Ella está bien?
—Está en perfecto estado, ¿Señor...?
—Beomgyu, Park Jay. —extendió su mano hacia el médico.
—Un gusto, señor Park, Kim SeonWoo, para servirle. —saludó cordialmente con una sonrisa.
—Gracias, ¿Podemos ir a ver a YiRen, por favor? —interrumpió el castaño, un poco molesto.
—Oh sí, disculpe, ¿Usted es su otro tío, verdad?
—Somos sus padrinos. —aclaró Jay.
—Oh, lo siento. Bueno, síganme, la pequeña está en una de las habitaciones.
Dicho esto, siguieron al tal SeonWoo por el pasillo hasta que abrió una de las puertas y allí se encontraba la pequeña castañita, apenas los vio, sus ojos se iluminaron y extendió sus brazos hacia sus padrinos para que la carguen.
— ¡Tío, Jonggie! ¡Tío, Hee! —dijo con una hermosa sonrisa.
Jay no pudo aguantarse y se rompió a llorar otra vez en cuanto tuvo a la pequeña en sus brazos. No podían culparlo por haberse puesto de esa manera. Nunca le había ocurrido algo así, y lo peor fue que tuvo que volver al mismo hospital en donde... Bueno, dónde pasó lo que pasó.
—Mí bebé, me asustaste mucho. —hipó el azabache.— ¿Cómo te sientes?
—No llores, tío, Jonggie... —hizo un puchero— Ya no me hace nana. —masajeó su pancita— ¿Mamos a casa?
— ¿Podemos llevarla ya, verdad? —cuestionó el castaño al doctor parado detrás suyo.
—Claro, le daré una receta para que compren lo necesario para ella.
—Gracias, doctor Kim. —dijo Jay.
—No debe agradecerme nada y por favor, dime SuNoo. —sonrió— Bueno, acompáñeme, señor Park, voy a darle lo que necesita sobre YiRen y ya podrán retirarse.
— ¿Por qué a él? Iré yo con usted. —se metió HeeSeung, ya sabiendo las intenciones del doctor.
—Uh...Bueno si quiere.
—No, no le haga caso a HeeSeung. —le dio una mala mirada al castaño— Vamos, igual no vamos a tardar nada.
—No, no. Sígame, por favor señor Park.
—Dime Jay. —le sonrió.
—Gracias, Jay.
Ambos chicos se fueron de la habitación en donde estaban y esta vez fue Félix el que entró.
—Oh, oh. ¿Eso que huelo son celos? —dijo el rubio— Hola preciosa bebé. —la pequeña lo miró curiosa y luego le sonrió.
—El es Félix, amor. —dijo el castaño, ignorando las palabras dichas por el nombrado hace segundos.
—Hola, Félix. —saludó la pequeña.
—Owww, es hermosa. Tan hermosa como el que acaba de irse con tu novio. —hizo énfasis en la última palabra.
—No es mí novio. Y puede hacer lo que ellos quieran.
—Mhm, son celos.
—Oh, por favor, cállate. —rodó los ojos. Para luego cargar a YiRen y buscar su ropa para cambiarla.
Luego de unos minutos, la puerta se abrió acompañada de unas risas que hicieron a Félix sonreír, pero en cuanto sintió la mirada asesina de HeeSeung hacía él, volvió a ponerse serio.
—¿Ya nos vamos? —preguntó HeeSeung parándose con la pequeña en brazos.
—Si, ya pueden irse, chicos. Espero no tener que verte de nuevo por aquí, pequeña. —le apretó una mejilla a la niña— Por lo menos, no en esta situación. —aclaró.
—Otra vez te agradezco mucho SuNoo, en verdad estaba muriendo de miedo.
—No te preocupes, Jay. Ese es mí trabajo. —sacó una tarjeta de su bolsillo— Este es mí número, puedes llamarme cuando quieras o cuando necesites algo.
—Oh, bueno, gracias. —sonrió el pelinegro tomando la tarjeta— Nos vemos luego.
—Espero que así sea.
—Oh por dios. ¿Ya terminaron? —dijo un muy fastidiado ojimiel— ¿Sabes que, Jay? Llévate tu a YiRen. Yo tengo una jodida cita que terminar. —le dió un beso a YiRen para luego entregársela a un sorprendido azabache por la forma en la que éste le había hablado— Vámonos, Félix.
Tomó al rubio de la mano y ambos salieron de la habitación. El ojiazul no dijo palabra alguna, ni siquiera se despidió y no es que no quiso hacerlo, sino que al ser arrastrado por el otro no pudo.
—Eres un tonto, HeeSeung. —dijo una vez que entraron al auto.
—¿Y ahora que hice? —arrancó el auto y comenzó a conducir.
—Le haz hecho una estúpida escena de celos a Jay en frente de todos.
—Eso no es cierto.
—Créeme, amigo. Lo hiciste. Se lo dejaste servido a ese tal SuNoo en bandeja de plata.
—Es que ¿No viste con qué descaro estaba coqueteandole? Y lo peor es que Jay le seguía el juego.
—Bueno, si yo hubiese estado en esa misma situación, obviamente lo habría hecho. Jay solo estaba dándote un poco de tu propia medicina.
—Pues por mí él y su doctorcito pueden hacer lo que se les venga en gana.
—Contigo no se puede, hombre.
—Agh...idiota.
Y no, no había insultado al doctorcito o a Jay, se insultó a sí mismo al darse cuenta de que las palabras del rubio eran ciertas. Le había dejado con moño y todo a Jay dejándolo solo con ese tal SuNoo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro