
🐺2🐺
—¡Abuela, ya no hay agua —dijo JiMin, sosteniendo la cubeta vacía mientras el fuego de la chimenea iluminaba tenuemente la pequeña cabaña.
La anciana, que estaba sentada junto a la ventana tejiendo un suéter con hilo desgastado, levantó la vista con una sonrisa cálida. Las arrugas de su rostro parecían profundizarse con el movimiento, como si cada una contara una historia diferente.
—Entonces ve por un poco, pequeño.
JiMin dejó la cubeta en el suelo, acercándose al perchero donde colgaba su capa roja. La prenda era vieja, con algunos remiendos evidentes, pero era lo único que le quedaba de su madre. Se la puso con cuidado, como si con ello pudiera preservar su recuerdo.
—Pero ten mucho cuidado —advirtió la abuela, dejando a un lado las agujas de tejer. Sus ojos, pequeños y cansados, estaban llenos de preocupación—. Y no olvides llevar el obsequio de tu padre.
JiMin asintió con seriedad y tomó la pequeña navaja que su padre le había dado antes de desaparecer misteriosamente. Era un objeto sencillo, con un mango de madera desgastado, pero JiMin lo sostenía como si fuera un amuleto. Lo guardó con firmeza en el bolsillo de su pantalón.
—No tardaré, lo prometo.
—Eso espero —respondió la abuela, forzando una sonrisa—. Porque si te demoras demasiado, me volveré loca.
JiMin se acercó a la cama donde reposaba su abuela y le dio un beso en la mejilla, suave como un susurro.
—No me pasará nada, abuela. He salido muchas veces, y sé cómo cuidarme. Si hay peligro, usaré la navaja.
La anciana suspiró profundamente. —Confío en ti, pero recuerda: el bosque es hermoso, pero también puede ser cruel.
—Gracias, abuela. Volveré pronto.
Con esas palabras, JiMin salió de la cabaña, sosteniendo la cubeta con ambas manos. El aire de la noche era frío, y una niebla ligera comenzaba a extenderse sobre el bosque. Cada paso que daba parecía resonar entre los árboles, que se alzaban como gigantes dormidos a su alrededor.
Mientras avanzaba por el sendero hacia el lago, un aullido lejano rompió el silencio. JiMin se detuvo en seco, sintiendo cómo un escalofrío recorría su espalda.
—Todo estará bien... —se dijo en voz baja, tratando de calmarse. Sin embargo, el bosque parecía transformarse con cada minuto. La niebla se volvía más densa, envolviendo todo en un manto opaco que dificultaba la visión. Las sombras de los árboles parecían moverse, sus ramas como garras amenazantes.
Cuando llegó al lago, la superficie del agua reflejaba el pálido brillo de la luna, distorsionado por la niebla. JiMin se apresuró a llenar la cubeta, pero un crujido entre los arbustos cercanos lo puso en alerta.
—¿Quién anda ahí? —preguntó con la voz temblorosa, llevando una mano hacia la navaja en su bolsillo.
El crujido se detuvo, pero en su lugar emergieron un par de ojos amarillos, brillantes como el oro, que lo observaban con una intensidad casi hipnótica. JiMin sintió que sus piernas flaqueaban, el miedo apoderándose de él.
—¡AGÁCHATE! —gruñó una voz profunda y gutural. JiMin quedó paralizado, incapaz de reaccionar.
—¡Te dije que te agacharas! —rugió nuevamente la voz, ahora más cercana.
Antes de que pudiera procesarlo, un enorme lobo saltó sobre él, pasando justo por encima de su cabeza. Por puro instinto, JiMin se lanzó al suelo, cubriéndose con los brazos. Cuando levantó la vista, vio al lobo enfrentándose a un hombre armado con un cuchillo largo y oxidado.
El hombre, un cazador, tenía cicatrices en el rostro y un semblante tan duro como la madera seca. Aunque estaba herido, se movía con la precisión de alguien que había pasado toda su vida luchando. El lobo, enorme y musculoso, luchaba con fiereza, pero cada movimiento del cazador parecía anticipar el suyo. JiMin observaba, inmóvil, atrapado entre el terror y la fascinación.
—¿Qué puedo hacer? —murmuró, apretando los puños mientras su mente buscaba desesperadamente una solución. Recordó la navaja de su padre y supo que debía actuar.
Con un grito que apenas reconoció como suyo, JiMin corrió hacia el cazador y lo apuñaló en el pecho. La hoja de la navaja penetró entre las costillas del hombre, quien dejó caer su cuchillo al suelo antes de desplomarse. JiMin retrocedió, dejando caer la navaja. Sus manos temblaban, y su respiración era errática.
—¿Qué... qué he hecho? —murmuró, horrorizado por su propio acto.
El lobo, jadeando y con una herida sangrante en el costado, se levantó con dificultad. Sus ojos dorados se posaron en JiMin, esta vez con una mezcla de gratitud y curiosidad.
—¿Estás bien? —preguntó JiMin, tratando de ignorar el temblor en su voz.
—Estaré bien... —gruñó el lobo, con un tono sorprendentemente humano—. Vuelve a casa. No le digas a nadie lo que pasó aquí.
Sin más, el lobo se giró y desapareció entre los árboles, dejando a JiMin solo con sus pensamientos.
JiMin limpió la navaja con agua del lago, recogió la cubeta y comenzó su camino de regreso. Pero algo no estaba bien. Mientras caminaba, se dio cuenta de que el sendero había cambiado. Los árboles parecían diferentes, más altos y oscuros, y la niebla se sentía más pesada.
—No puede ser... —murmuró, mirando a su alrededor con desesperación.
Finalmente, exhausto, se dejó caer al pie de un árbol. Su mente estaba nublada por el remordimiento y la confusión. ¿Por qué había ayudado al lobo? ¿Por qué el lobo no lo había atacado?
El crujido de hojas cercanas lo sacó de sus pensamientos. Levantó la vista y vio a un chico pálido, de cabello oscuro y ojos penetrantes, que lo observaba desde las sombras.
—¿Hola? —dijo JiMin, nervioso—. Disculpa, ¿sabes dónde estoy?
El extraño arqueó una ceja, su expresión de aburrimiento era casi insultante.
—Sí, lo sé. Ahora aléjate, estoy ocupado.
—¡Espera! Por favor, necesito ayuda —rogó JiMin, con lágrimas en los ojos.
El chico suspiró con exasperación, pero algo en su expresión cambió al ver la desesperación de JiMin.
—Soy Yoongi —dijo finalmente—. Y parece que no tengo otra opción más que ayudarte.
—Gracias... —susurró JiMin, sintiendo que una pequeña chispa de esperanza se encendía en su interior.
—Ven conmigo —ordenó Yoongi—. No llegarás a casa hoy. Dormirás en la mía, y mañana veremos qué hacemos contigo.
Sin más opción, JiMin lo siguió, mientras las sombras del bosque parecían cerrar el camino detrás de ellos.
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