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✘ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ ꜱᴇɪꜱ

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Domingo 23 de Marzo del 2022

Seúl, Corea del Sur.
12:00 p.m.

Una semana y dos días después del primer contagio

...

Tal como lo había previsto, una semana bastó para agotar por completo las provisiones. Jimin hizo lo posible por comer cantidades pequeñas, pero inevitablemente tanto su comida como la de Byron se terminó. La supuesta ayuda prometida por las autoridades seguía sin aparecer, y Jimin comenzaba a dudar de que realmente llegara algún día.

La televisión dejó de tener señal y no había visto a nadie pasar por las calles, a excepción de un coche en el segundo día, que atrajo a todos los muertos vivientes de la colonia con el rugido del motor para luego desaparecer por completo. El agua aún corría por las tuberías por suerte. La electricidad también seguía funcionando, pero la comida... Jimin no había ingerido nada en los últimos días y ya lo sentía en el cuerpo, la fatiga, el mareo, la mente nublada.

Y aun así, su mayor preocupación era Byron.

El cachorro era demasiado joven y no sabía cuánto tiempo más resistiría sin alimento en el estómago. Tenía que acostumbrarlo cuanto antes a la comida mezclada, pues no podían darse el lujo de rechazar nada. Ya no. Pronto, incluso esto escasearía.

Las frutas, las carnes, las cosas orgánicas... todo eso se convertiría en un recuerdo. Solo quedarían latas, frascos sellados, que sobraran en los supermercados. Y aun esas cosas, tendrían fecha de caducidad en unos años. Jimin pensó que si estuviera en el campo, podría intentar aprender a cazar, a cultivar, a buscar frutos. Pero allí, encerrado en la ciudad, rodeado por ruinas y muertos, apenas podía salir.

Desde estas instancias tempranas le comenzaba a preocupar el futuro. Se volvería un mundo donde las latas de comida serían el mayor lujo.

Y para este punto, Jimin no tenía otra alternativa más que salir por sí mismo a buscar suministros para él y su perro o ambos morirían de hambre.

No había otra opción.

Tenía que hacerlo, aunque estuviera aterrado.

No quería volver a estar frente a frente con esas cosas feas, no quería escucharlas, ni olerlas, ni quería sentir ese terror que le recorría la espalda.

Fue un milagro que sobreviviera la primera vez y ahora otra vez tenía que salir. Sin embargo, debía ser valiente si quería sobrevivir en este nuevo y brutal mundo, donde el ser humano había pasado de depredador a presa. Ya no había lugar para la cobardía. Sobrevivir significaba mirar a la muerte a los ojos... y no inmutarse.

En realidad no era la valentía lo que lo movía, era la necesidad y el hambre. Jimin entendía perfectamente que esta no sería la última vez que tendría que arriesgarse. Vendrían más huidas
desesperadas. Más decisiones que podrían costarle la vida.

Tomando una bocanada de aire, Jimin cogió su teléfono celular y presionó el botón de nota de voz:

—Namjoon... — inició con voz temblorosa, pues era muy difícil hacer eso —Perdóname por nunca haberte llamado, sé que siempre esperaste que lo hiciera. Solamente quiero decirte que estoy bien, no te preocupes, sigo vivo aunque no sé cómo. Estoy en nuestra casa en Seúl, pero—

Jimin estalló en llanto sin poder evitarlo.

—SeokJin ya no está, no ha vuelto desde hace mas de una semana. Yo no se que hacer, todos estan muertos y estoy s-solo aquí — se limpio el rostro con su palma y miro a Byron acostado sobre su regazo —. Bueno, casi solo. ¿Recuerdas aquella vez cuando dijiste que querías ser tío? Ya lo eres — sonrió melancólico —. Tengo que salir por comida o voy a morir de hambre sino regreso al menos atraves de este mensaje puedo decirte que comprendí muy tarde que únicamente querías lo mejor para nosotros. Todos cometimos errores, lamento haberte decepcionado y no haber cumplido las expectativas que pusiste sobre mí — dijo por último —... ah y deje la universidad de administración. Adiós, hermano.

Jimin envió la nota de voz número treinta y siete sin saber si se enviaría a su destino, no obstante, necesitaba desahogarse y hablar con alguien.

Y tenía la esperanza de que Namjoon seguía a salvo.
Una vez que logró calmarse, se dirigió al baño con el cachorro en brazos.

—Byron, necesito que te quedes aquí y no hagas ni un solo ruido, ¿de acuerdo? — dijo mientras colocaba al cachorro en la regadera del baño.

El pequeño cachorro emitió un ladrido agudo, tratando de salir torpemente de la bañera como si creyera que era parte de algún juego.

—Shhh... —Jimin siseo, bajando la voz aún más —. ¿Qué te dije sobre los ladridos, uh? No puedes hacer ruido o los infectados vendrán a buscarte.

Byron bajó las orejitas, encogiéndose en su sitio. Ese gesto le apretó el corazón a Jimin, sin embargo, tenía que ser firme con el cachorro. Los ladridos estaban prohibidos. El sonido lo estaba.
Jimin se arrodilló frente a él y le acarició la cabeza con suavidad.

—Sé que tienes hambre... yo también. Pero aguanta un poco más, ¿sí? Voy a traerte tus croquetas. Te lo prometo —sus palabras eran más para convencerse a sí mismo que al perro—. Volveré. Es una promesa. Y yo nunca rompo mis promesas, ¿sabías eso?

Le dedicó una última caricia, permitiéndose unos segundos de debilidad antes de levantarse. Tenía que irse. Tenía que hacerlo por ambos, aunque cada fibra de su cuerpo le gritara que iba a morir.

Jimin se colgó la mochila a la espalda después de asegurarse de que estaba listo. Enrolló revistas gruesas alrededor de sus pantorrillas y muslos, las fijó con cinta adhesiva. Se colocó las rodilleras, las tobilleras, y por último el casco de motociclista que alguna vez perteneció a su hermano.

Se veía ridículo, lo sabía, parecía salido del basurero. Pero estaba protegido.

No tenia nada demasiado expuesto. Le tendrían que morder el trasero esos malditos monstruos.

Tomó aire y empuñó el famoso bate de béisbol que solía usar en los partidos y caminó hacia la puerta. Rezó en silencio. No porque fuera un fiel creyente, sino porque cualquier superstición servía ahora.

Pensó en usar la motocicleta de Seokjin estacionada en el porche. Podía tomarla, avanzar las cuatro calles que lo separaban del mercado, agarrar lo necesario y volver en menos de lo que canta un gallo. Era el plan más rápido. El más tentador. Y también el más estúpido.

El rugido del motor sería como una campana de cena para esas cosas, asi que pasara lo que pasara, no debía hacer ruido. Esa era la única regla.

Jimin emprendió el trayecto hacia el norte con pasos lentos, avanzando por la acera agazapado tras cada vehículo abandonado. El mundo parecía detenido. La ciudad era un escenario fantasmal. El olor putrefacto impregnaba el aire y le provocaba arcadas. Cada esquina contaba con manchas de sangre sobre el pavimento, acompañadas de enjambres de moscas que volaban sobre restos humanos. La escena era grotesca. Inhumana. Macabra.

La piel se le erizó gracias al miedo. El simple sonido del viento meciendo las ramas de los árboles lo hacía saltar. No entendía cómo no se había orinado encima todavía porque sus piernas temblaban como gelatina, y su corazón le palpitaba en la garganta.

Apenas había recorrido una calle y ya estaba considerando dar media vuelta y volver con Byron. Esconderse. Fingir que esto no existía.

Pero no podía. Necesitaban esa comida.

"Puedes hacerlo, Jimin" se reprendió.

Respiró profundamente y siguió adelante. Las casas de todos sus vecinos estaban abandonadas, con las ventanas rotas, puertas abiertas y cortinas que se mecían tétricamente. El coche de la señora Hyuna estaba estampado contra el árbol que regaba todas las mañanas, y más adelante la puerta de la casa en donde vivía Hyunjin estaba totalmente abierta y alcanzaba a ver las escaleras del recibidor, pero Jimin no se atrevió a entrar y buscar al chico.

Logró llegar al final de la tercera calle, pero de pronto, un sonido familiar lo obligó a lanzarse torpemente hacia una jardinera llena de enredaderas. El corazón casi se sale de su pecho. Jimin se quedó quieto, conteniendo la respiración mientras sus manos se hundían en la tierra.

Luego, asomó la cabeza entre los arbustos.

Un errante estaba de pie en medio de la intersección, inmóvil como una estatua. Emitía un gruñido ahogado que le heló la sangre, pero no se movía en lo absoluto. Realmente estaba... dormido, esperando un estímulo atrajera su atención.

Jimin maldijo por lo bajo. Volver no era una opción. Ya había llegado demasiado lejos como para retirarse. Y quedarse allí, esperando, no era mejor. Era momento de enfrentar el miedo. Morir de una u otra forma era su destino sino lo apostaba todo.

Entonces, se le ocurrió una no tan brillante idea.

Con el corazón martillándole los tímpanos, salió de la jardinera gateando por la acera, procurando que sus rodilleras no rasparan el asfalto. Los coches abandonados lo cubrían por momentos. Apoyaba las palmas en el suelo caliente. Sus dedos temblaban, y un sudor frío le empapaba la frente.

"No hagas ruido. No respires. No pienses en correr."

No sabía que estaba haciendo. Sus pulmones ardían, pero no se permitía soltar el aire. El muerto seguía quieto. Dormido. O lo más parecido a eso. Cometer un error haría que se diera cuenta de su presencia y se echara a correr tras él.

Jimin se arrastró así por toda la calle hasta alcanzar la esquina. Una vez ahí, se detuvo un segundo a mirar por última vez a sus espaldas. El engendro seguía en el mismo sitio, apacible.
Entonces lo entendió.

No se trataba de velocidad. Ni de fuerza.

La clave era el silencio.

Ahí fue cuando comprendió que la clave era ser lo más silencioso posible para no llamar su atención.

Jimin llegó a la tienda de conveniencia, la cual, por supuesto, estaba abierta. El lugar estaba patas arriba, los productos tirados al igual que pequeños fragmentos de vidrio en la entrada. Tocó la puerta con el bate de béisbol para evitar ser sorprendido. Nadie apareció, así que ingresó en el lugar.

No obstante, el alivio apenas le duró unos segundos.

Unos golpeteos desesperados retumbaron en la parte trasera del local. Jimin rápidamente levantó el bate de béisbol, apuntando hacia la puerta del almacén. La puerta estaba atrancada con varios estantes metálicos. Alguien lo suficientemente osado consiguió encerrar a una de las criaturas ahí dentro.

Jimin soltó el aire y dejó caer el bate cuando sé dio cuenta que el muerto no podría salir.

La tienda entera era suya, y no iba a desperdiciar la oportunidad. Jimin empezó a tomar con rapidez todo lo que podía cargar: latas, botellas de agua, pilas, incluso dulces y medicamentos. Había planeado llevar solo lo esencial, pero el pánico nublaba su juicio.

Todo le parecía útil.

Todo podría salvarle la vida mañana.

Sus manos temblaban mientras llenaba la mochila, hasta con objetos absurdos como paquetes de papel higiénico y encendedores. Sabía que estaba perdiendo el control, pero no podía detenerse.

No obstante, su mochila era demasiado pequeña para llevar todo lo que realmente necesitaba.

Tenía todo y a la vez nada.

Jimin gruñó, frustrado.

Tenía que llevarse todo lo que pudiese del modo que fuera ahora mismo porque definitivamente no quería volver a salir en mucho tiempo.

Esto no era supervivencia del todo, también era algo de suerte, y Jimin debía aprovecharla.

Tomó uno de los carritos de compras abandonados junto a la entrada y comenzó a llenarlo sin pensar demasiado. Colocó bolsas grandes de croquetas en la parte inferior y luego arrasó con todas las latas de comida que pudo cargar, botellas de agua, artículos de higiene, vendas, jabón, pilas. Cuando terminó su mochila ya iba a punto de reventar, y el carrito chirriaba por el exceso de peso, con el metal quejándose en cada movimiento.
Si lograba llevar todo eso a casa, podrían sobrevivir al menos un mes, quizá más, si era cuidadoso con las raciones. De ese carro dependían sus vidas.

Avanzó con lentitud. Por suerte, la mayor parte del trayecto era segura. El vecindario era un desierto. Nadie quedaba para hacer ruido. Nadie que atrajera la atención, nadie que corriera con desesperación, tal vez por esa razón los muertos se habían movido.

Lo único que perturbaba su ruta era ese maldito engendro de antes, aún inmóvil a mitad de la calle, como si lo esperara especialmente a él. Jimin se detuvo a observarlo desde una esquina. El jodido muerto seguía ahí, con la cabeza baja, los brazos caídos, respirando de forma irregular.

En ese momento, Jimin supo que solamente tenía una opción; asesinar a ese muerto.

Un enfrentamiento cara a cara con uno de ellos era su único obstáculo para volver a casa con Byron.

Jimin tomó una gran bocanada de aire y se quitó el casco de motociclista para ver mejor el panorama, preparado para enfrentar el desafío que ahora mismo estaba parado justo a mitad de la calle, dándole las espaldas.

"Ya no es una persona"

"Está muerto"

"Va a devorarte sino lo haces"

"Eres tú o él"

"Hazlo por tu cachorrito o morirá solo en ese cuarto de baño"

Jimin se repetía mentalmente esas frases para darse valor por lo que estaba apunto de cometer.

Jimin dejó el carrito a un lado con cuidado y caminó unos pasos al frente. Apretó el bate entre sus manos, lo levantó y después golpeó el pavimento con fuerza. El ruido se extendió como una onda, despertando al cadáver que seguía inmóvil en la intersección.

La vibración del suelo los conectó en una línea recta.

El engendro se giró bruscamente. Sus ojos pálidos se enfocaron en él con una urgencia visceral. En cuanto lo reconoció como estímulo, se lanzó hacia adelante, con las extremidades extendidas y la boca abierta.

Jimin contuvo el aliento y se posicionó como si estuviera en uno de sus partidos, el bate empuñado como un arma y el cuerpo firme en el suelo. Esto no era más que otro juego. Él era el bateador... y el muerto la pelota.

Jimin esperó a que estuviera lo suficientemente cerca. Cuando estuvo al frente, giró el torso y descargó el golpe con toda la fuerza acumulada en sus brazos. El impacto fue brutal. Se escuchó un crujido seco, el cuello de la criatura se partió al instante y su cuerpo cayó como un trapo al asfalto.

El muerto, aún con la cabeza colgando hacía un costado grotescamente, seguía moviéndose, arrastrándose hacia él con tenacidad. Jimin soltó un grito, alzó el bate de nuevo y descargó varios golpes más, uno tras otro, hasta que lo único que quedaba era una masa irreconocible de cráneo y cerebro.

Un hilo de sangre le manchó la manga. Jimin se cubrió la boca, jadeando, con el estómago revuelto.

La mano del engendro seguía moviéndose tal vez por reflejo, intentando alcanzarlo.

Era increíble lo qué la infección podía hacer.

—Quien sea que seas... ahora podrás descansar en paz — le dijo con pena.

[...]


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Jimin se dio una larga y exhaustiva ducha en la cual se quitó toda la suciedad que llevaba acumulando. Se daba asco a sí mismo. La sangre negra escurrió por su cuerpo entero. Considero en bañar al cachorrito junto a él, pero no quería que cogiese un resfriado, después no sabría como lidiar con eso.

Al salir del tocador por poco pisa a Byron, quien lo estaba esperando pacientemente del otro lado de la puerta. Jimin aún no se acostumbraba a qué alguien lo siguiera a todas a partes y tuvo que cargar al cachorro en brazos. Aún estaba en esa etapa donde caminaba inclinado dando brinquitos.

—Buen chico. No hiciste ruido — Jimin le habló tiernamente y éste agitó el rabo.

Lo dejó sentado en el sillón rodeado de cojines, se veía tan lindo con su suéter azul de huellas blancas. Jimin ahora se daba cuenta de que no exagero al llevarse literalmente todo lo que pudo. El cachorro mordió su peluche mientras veía curioso todo el circo, maroma y teatro que hacía Jimin trayendo objetos de aquí para allá, acomodando la despensa de la tienda de conveniencia.

Luego de aquel enfrentamiento uno a uno, Jimin entendía lo que debía hacer para defenderse de las personas infectadas y estaba decidido a prepararse para sobrevivir los siguientes días en tanto la "ayuda" llegaba por ellos.

Hizo un inventario de sus suministros y tenía la suficiente comida para sobrevivir por un mes entero si era lo suficientemente inteligente para racionar las cantidades adecuadas. Atrancó la puerta principal con varios muebles y también cubrió las ventanas. Sacó todos los cuchillos de cocina que encontró, aunque no sabía si tendría la voluntad para utilizarlos. Un cuchillo lo sentía más... salvaje. De todas formas, evitaría a toda costa tener que enfrentarlos y asesinarlos.

Esas personas, tal vez, podrían recuperarse si surgía una cura.

Jimin tenía demasiado tiempo libre, así que ahora estaba llevando a cabo una de sus ideas no tan brillantes.

—Reglas de supervivencia — indicó, apuntando con una regla su pizarrón de gis que había colgado en la pared —. Regla número uno: no hacer ruido.

Byron ladeó la cabeza hacia un costado.

—Esta regla va para ti — sentenció y el perro solamente lo vio con curiosidad, moviendo el rato —. Exacto, así mismo, me encanta tu compromiso.

Los seres vivos tienen cinco sentidos, pero si de un aspecto se había percatado era que los infectados se guiaban principalmente por el sentido auditivo o bien, por las vibraciones de los objetos, o posiblemente por medio de ambos. Creía que eran parcialmente ciegos y no contaban con la capacidad de divisar nada concreto, sin embargo, Jimin no estaba dispuesto a confirmar la hipótesis. Además, era muy probable que también pudieran oler.

—Regla número dos: No salir de noche.

Se había asomado por la ventana de su habitación durante las últimas noches y lo único que podía decir era que el mundo se volvía negro. Si lo anterior resultaba ser verdadero, los muertos no necesitaban del sentido que era considerado el más importante para atacar como auténticos y feroces depredadores. Siempre tendrían la ventaja al ponerse el sol.

—Regla número tres: Viajar ligero.

Ahora que estaba en la tranquilidad de su casa se daba cuenta que fue una idea bastante arriesgada el haberse llevado un carro de compras por las calles. Pero en tiempos desesperados se requieren medidas desesperadas y si funcionaban entonces no era tan estúpido del todo.

—Regla número cuatro: Rematar.

A pesar de estar mortalmente heridas, esas cosas podridas seguían moviéndose. La primera vez que recorrió la ciudad recordaba haber visto a un hombre partido por la mitad, y a pesar de no contar con la parte del tórax para abajo seguía balbuceando y arrastrándose de manera espeluznante.

Era angustiante saber que nada los detenía de su objetivo de comer o morder y seguir propagando el virus.

Por otro lado, tenía que entrenar al cachorro desde ya para casos de emergencia. Byron debía saber como actuar ante un muerto si por alguna razón él no estaba para auxiliarlo. No quería que ocurriera un accidente del cual no podría recuperarse anímicamente... ¿los animales podían contagiarse? Mas específico: ¿los perros podían ser portadores del virus y transformarse en algo parecido?

Prefirió no pensar demasiado en ello y siguió con lo suyo; ilustró un muerto en el pizarrón y lo señaló:

—Engendro, esto es un engendro — le indicó al can.

Jimin soltó una risilla, pues se sentía tan estúpido.

Primero, Byron claramente no entendía nada de lo que explicaba y segundo, se acababa de dar cuenta que estaba tan solo que todo el día se la pasaba hablando con el perro sin cesar e incluso fingía que este le respondía.

Se iba a volver loco si seguía así.

—¿Quién está listo para su entrenamiento?

Byron inmediatamente saltó hacia Jimin y éste lo atrapó en sus brazos antes de darle un beso en la cabeza.

Entrenar y educar no eran lo mismo, pero ambos procesos eran esenciales si quería garantizar la seguridad de Byron. Por suerte, Jimin aún recordaba los principios del condicionamiento operante que le enseñaron en el instituto: reforzar las conductas deseadas y extinguir las indeseadas. Eso era justo lo que necesitaban. No se trataba solo de sobrevivir, sino de adaptarse, de moldearse mutuamente.

Jimin obligaría a ambos adaptarse a su nueva y cruda realidad.

[...]


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Jimin sabía, en lo más profundo de sí, que esto era una pésima idea. Un arranque de desesperación lo había empujado a lanzarse de nuevo a las calles, y aunque su instinto gritaba que se detuviera, sus pies no obedecían. Ya estaba a mitad del vecindario, corriendo a toda velocidad por el sendero del parque que lo separaba de la casa de Chaeyoung.

En el trayecto evadió a varios engendros, poniendo en práctica sus extrañamente ortodoxas estrategias. Jimin no era de fuerza bruta y violencia, nunca lo había sido. A él le funcionaba más utilizar el cerebro para crear estrategias de escape, trazar planes rápidos y usar el entorno a su favor. Actuar por impulso no era lo suyo. Era extraño cuando actuaba por impulso, justo como en ese momento.

Pensar detenidamente y camuflarse cual camaleón entre la maleza se había vuelto su mejor arma.

Hacía unos días cuando salió a la farmacia, Jimin había descubierto algo aterrador: algunos de esos malditos también podían olerlo. Estuvo a punto de ser alcanzado por un engendro al momento de salir, pero logró evadirlo por poco. Desde entonces, había empezado a experimentar.

Por esa razón, ahora caminaba con el cuerpo bañado en gasolina, un hedor que le quemaba las fosas nasales, pero al parecer estaba dando resultado. Nadie lo había olido. Nadie lo había visto. Era como si no existiera. Era invisible entre los muertos.

Faltaba un pequeño tramo para llegar a su destino, a Chaeyoung. Necesitaba encontrarla, saber que estaba bien, a salvo... viva. Era lo único que pedía. No soportaba estar sin noticias de ella. Tampoco soportaba estar sin su familia y no podía seguir en su casa esperando prácticamente a la nada.

Seokjin no había vuelto a casa, probablemente no lo haría nunca... y ese hecho le dolía a cada segundo.

No sabía en dónde buscarlo, sin embargo, en el caso de Chaeyoung si tenía una pequeña posibilidad de encontrarla porque sabía con certeza que la chica se hallaba en su hogar junto a su padre cuando la tragedia sucedió. Debía seguir ahí. Tenía qué. No pudo haberse ido a otro lado.

Por fin, divisó la casa de Chaeyoung entre los árboles del vecindario. Sin pensarlo dos veces, trepó la verja con agilidad y aterrizó en el jardín al otro lado. Una vez ahí se permitió respirar. Jamás se iba a acostumbrar a ese sentimiento de persecución y muerte inminente persiguiéndolo hasta darle caza.

Avanzó por el jardín desolado hasta llegar a una de las ventanas, pero las gruesas cortinas bloqueaban por completo la vista. Intentar romper el cristal sería una locura. Buscó entonces entre su cabello un pequeño gancho de metal que había escondido entre sus mechones marrones, lo sostuvo entre los dedos temblorosos y se inclinó sobre la cerradura con la intención de forzarla, así como lo había practicado en casa tantas veces.

Pero justo cuando iba a insertarlo en la ranura, notó algo que lo dejó helado.

La puerta estaba entreabierta

Jimin frunció el ceño. Eso no era buena señal. Cuando irrumpió en la vivienda, todo lucía bastante normal. No había indicios de alguna pelea, destrozos u sangre... La primera planta estaba vacía y se notaba que no usaban la cocina desde hacía mucho tiempo, pues había un bowl con frutas podridas y moscas en el centro de la mesa.

—¿Roseanne? — la llamó, moderando el tono de su voz.

Se asomó por la ventana que daba vista a la cochera. Los automóviles seguían ahí..

—¿Roseanne? ¿Estás aquí? Soy yo, Jimin — habló mas recio al comenzar a sentir como la desesperación lo dominaba por completo, pero entonces levantó su mirada cuando retumbaron varios pasos contra el techo, devolviéndole la esperanza.

Todavía estaban en casa.

Rápidamente se dispuso a subir escaleras arriba, no obstante, se quedó congelado en el primer escalón cuando escuchó esos perturbadores jadeos, esos que lo atormentaban todas las noches y no dejaban dormir se acercaron desde la segunda planta.

Su corazón se puso a latir desenfrenado, sus ojos se llenaron de lágrimas y sus piernas flaquearon en el momento en que vio a Roseanne salir de un pasillo, dando pasos erráticos y moviendo la cabeza bruscamente hacia todos lados, buscando el ruido que había producido anteriormente.

La rubia caminaba lentamente por detrás del barandal, mientras Jimin la veía totalmente perturbado desde la primera planta. Su bello rostro, cuello y brazos mostraban las mordidas letales que había recibido. Eran... demasiadas. La sangre negra le escurría por todo el cuerpo, por los brazos y las piernas. Sus ojos blancos ya no tenían esa luz y emoción jovial que la caracterizaba.

Roseanne ya no estaba, en su lugar estaba un demonio sin vida.

Jimin soltó un sollozo. El sentimiento de culpa por no haberla cuidado lo cacheteo con fuerza. No estuvo para ella cuando fue atacada por esas malditas bestias, no la salvo al igual que a Seokjin.

Roseanne soltó un tremendo grito al percatarse de la presencia de Jimin. El castaño apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando otro par de aullidos resonaron desde el piso superior. El padre de Roseanne emergió bruscamente de una habitación al final del pasillo, logrando alcanzar a su hija que bajaba las escaleras de forma errática.

Ambos cuerpos se desplomaron en un caos de extremidades que se agitaban como si sus cuerpos no entendieran del todo cómo funcionar.

Jimin no podía moverse. El terror lo clavaba al suelo. Observó, horrorizado, cómo Roseanne se ponía de pie con el tobillo torcido y la mirada inhumana clavada en él. Esta no era la chica que conoció.

Retrocedió con torpeza, sin ver bien gracias a las lágrimas empañando su vista. Por pura inercia, Jimin consiguió llegar a la salida y cerró la puerta detrás suyo, sintiendo el impacto de los cuerpos contra la madera segundos después. Se recargó contra ella mientras lloraba con fuerza al escuchar los aullidos ahogados de Roseanne.

Esto no era una pesadilla. Era la realidad, en verdad estaba ocurriendo.

Y la realidad era que toda su familia estaba muerta. No quedaba nada de aquellos que un día amó.

Estaba solo.

—P-perdóname, Roseanne... — Jimin salió corriendo al momento en que la madera se rompió, dejando escapar un brazo ensangrentado.

[...]

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Alguien que cuide a nuestro Jimin:( Y si piensan que Jimin la esta pasando mal esperen el próximo capítulo.

El siguiente capítulo esta desde la perspectiva de Jungkook, sera el mas crudo y difícil que he hecho hasta ahora porque es el mas realista, además es el parteaguas de lo que se vendra después a lo largo de la historia, ¿preparados?

Los principales villanos no son precisamente los zombies...

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