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✘ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ ᴅᴏꜱ

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Viernes 11 de Marzo del 2022

Seúl, Corea del Sur.
4:45 p.m.

Aproximadamente ocho horas después del primer contagio.

...

El sol tan brillante y bochornoso estaba en su punto máximo de la tarde, no había ninguna nube que opacara su impactante fulgor. Una parvada de avecillas pasaba por el cielo tonalidad celeste cantando su canción, anunciando de esta manera el transcurso de un día nuevo en la ciudad de Seúl, Corea del Sur. Los ciudadanos coreanos transitaban por las calles rumbo a sus trabajos, academias o actividades cotidianas al igual que Park Jimin, el joven y famoso beisbolista, que caminaba enérgicamente por una de las avenidas más transcurridas de la capital del país, parándose en todas y cada una de las tiendas departamentales que observaban sus ojos avellanas.

Para cualquiera, era un viernes más. Para Jimin, era el viernes. La antesala de un evento que llevaba semanas planeando con meticulosa dedicación. Esa noche, finalmente haría oficial su relación con Park Chaeyoung, la chica que había conocido un año atrás en la universidad y que, desde entonces, había ido ganándose un lugar cada vez más importante en su vida. Era hermosa, inteligente, encantadora... Y lo mejor de todo: el público la adoraba.

Jimin estaba emocionado. Y también nervioso. Muy nervioso, de hecho. Esperaba que aquello fuera el inicio de algo duradero.

—¡Mira esos vestidos, SeokJin! ¡Son preciosos! Ven, vamos a entrar — indicó Jimin e ingresó a la tienda mientras escuchaba los inagotables reproches de su hermano mayor a sus espaldas.

Detrás de él, arrastrando los pies y refunfuñando en voz alta, venía su hermano mayor, rojo como un tomate y con la camisa pegada al cuerpo por el sudor.

—Más te vale decidirte pronto —gruñó—. ¡Llevamos seis manzanas, Jimin! ¡Seis! Y no has comprado ni un maldito botón. Estoy al borde del colapso.

Seokjin parecía un sobreviviente de un maratón. Tenía el cabello rubio aplastado contra su frente, mientras su camiseta era un desastre, con los primeros botones abiertos. Jimin, en cambio, seguía tan fresco como al salir de casa. El cuerpo atlético y su paso ligero lo hacían inmune al cansancio.

—¿Tan pronto te rindes? —dijo Jimin, entre risas.

—El atleta de la familia eres tú, bastardo engreído. Mi trabajo solamente es ser guapo — dijo Seokjin, indignado, secándose la frente con un pañuelo que llevaba en el bolsillo de su pantalón —. Dijiste que sería una salida rápida. No dijiste nada sobre caminar todo el santo día bajo el sol. Si alguien me ve en este estado... ¡mi reputación se irá al carajo!

Jimin no pudo evitar soltar una carcajada. Luego alzó una prenda y la sostuvo con duda.

—¿Qué opinas de esto?

Seokjin frunció el ceño como si acabara de oler basura. Jimin suspiró y lo devolvió a su lugar.

—Realmente no pensé que demoraría tanto tiempo, pero quiero comprar un vestido que vaya acorde con mi traje — explicó, caminando hacia otra sección.

-¿Pero para que tanto regalo? ¿acaso no le basta con tener el amor del beisbolista estrella? - interrogó el mayor de los Park y Jimin únicamente viró los ojos sin darle relevancia a ese último detalle.

—Solo quiero que sea una noche inolvidable — fue su respuesta antes de agregar: —Y probablemente habrá muchos reporteros listos para tomar fotos.

Por supuesto la respuesta del público y los medios siempre era importante.

—¿Qué tal esto? — preguntó ahora.

—¿Es una broma? ¿Es para Rosé o para su tía abuela? —Seokjin carcajeó antes de acercarse, arrebatándole el vestido —. Ahora recuerdo porque pediste mi sofisticada ayuda. Tienes un pésimo estilo de la moda, hermanito — dijo, con burla.

—Oye, no es tan horrible — protestó Jimin, herido en su orgullo—. Solo tengo gustos... exóticos.

-¿Exóticos? - Seokjin bufó -. Un hombre que lleva su uniforme de béisbol a una cena definitivamente tiene malos gustos - expusó y Jimin soltó un gruñido irritado porque otra vez volvía a traer ese tema a la conversación.

—Nunca lo vas a superar, ¿cierto?

—Jamás — contestó Seokjin enseguida —. Te lo seguiré recordando hasta el día de mi muerte.

—Ese día tuve un entrenamiento letal. Apenas me daba la energía para llegar a la mesa, menos para ponerme un smoking — dijo, tratando de defenderse.

—Excusas. Excusas.

—Dios, eres tan irritante — dijo Jimin —. En lugar de criticarme cada vez que puedes, mejor ayúdame a buscar si quieres irte rápido a casa — espetó.

Seokjin le respondió haciendo un ridículo mohín.

Una hora, tres discusiones y dos pruebas de paciencia después, Jimin finalmente encontró el conjunto perfecto: un top de encaje, una falda amplia y unos tacones blancos. Añadió un par de prendas más "por si acaso", pensando en cómo combinarían con los pendientes de perlas que ya tenía listos. Todo se vería espectacular junto con el detalle más importante: el anillo.

—¡Aleluya! Estaba a punto de morir de hambre — Seokjin lo interrumpió con una exclamación.

—Siempre eres tan dramático — Jimin sonrió suavemente —, pero también estoy hambriento. ¿Qué quieres comer?

—Prometiste pagar la cena, así que voy a ordenar lo más costoso del restaurante de comida italiana — Seokjin carcajeo maliciosamente —. Eso te recuerda a que nunca me cedas tu tarjeta de crédito.

—Eso jamás — Jimin rodó los ojos.

La mayoría podría pensar que el mayor de ambos era el beisbolista, pues poseía una actitud más responsable, tranquila y reservada, pero en realidad Jimin tenía 22 años mientras que SeokJin tenía 25 años. Además, no eran los únicos hijos de la familia Park, faltaba el primogénito, Park Namjoon de 30 años, quien en esa temporada del año estaba en Busan encargadose del negocio familiar.

Venían de una familia muy bien posicionada, con una economía sólida heredada por generaciones. Cuando sus padres fallecieron, fue Namjoon quien tuvo que cargar con el peso de mantener en pie el legado... y a sus hermanos adolescentes. Una tarea que no aceptó con gusto, sino como una obligación.

No fue fácil para ninguno. Jimin, con su espíritu libre y rebelde, se negaba a estudiar administración como se esperaba de él; él solo quería jugar béisbol. Y Seokjin... aunque nunca dio problemas de comportamiento. Seokjin era un chico "distinto". Su identidad, sus gustos, su forma de amar, chocaban de frente con las ideas tradicionales que Namjoon defendía con puños cerrados.

Desde siempre, Seokjin y Jimin fueron los más cercanos. Se entendían mutuamente y se cubrían la espalda en todo, y apenas tuvieron oportunidad, se marcharon. Usaron como excusa sus carreras universitarias en Seúl, pero en realidad huían de una casa donde ya no cabían. Desde entonces, la relación con Namjoon se enfrió. Se volvió distante, incómoda... casi inexistente.

Y así estaba bien.

La falta de comunicación le permitía a Jimin mantener su mentira a flote. A ojos de su hermano mayor, seguía siendo un estudiante aplicado en una buena universidad, cuando en realidad formaba parte del equipo nacional de béisbol. Si Namjoon no se había enterado hasta ahora, era porque vivía bajo una roca, únicamente enfocado en sus negocios.

Caminaron hacia la caja mientras intercambiaban comentarios sobre cualquier cosa hasta que se vieron interrumpidos por el zumbido del teléfono de Seokjin.

—Ve tú a pagar, Jimin. Regreso en un minuto — dijo el mayor, entrecerrando los ojos al mirar la pantalla.

—¿Pasa algo? ¿Es del hospital? — preguntó Jimin distraído, sin dejar de contar cuántas personas tenía delante en la fila. Seokjin, como cirujano, solía recibir llamadas del hospital central de Seúl a todas horas.

—No, es... tengo siete llamadas perdidas de Namjoon — avisó —. Que extraño, él nunca me llama. Bueno, a menos de que sea para preguntarme cómo estás tú y saber si estoy cuidando bien de ti — mencionó después y Jimin hizo una mueca disgustado.

—Entonces probablemente es importante. Llámalo — respondió, sin molestarse en ocultar su incomodidad.

—Sí, lo haré — murmuró Seokjin mientras salía de la tienda, llevándose el celular al oído.

Jimin le dio una última mirada a su hermano, antes de suspirar y volver su atención a la fila. Su día ya no se sentía tan ligero como antes.

Realmente no quería saber porque Namjoon les quería contactar. Siempre que lo hacía era discusión tras discusión. No quería el sermón desgastado de Namjoon sobre que el béisbol no era una buena carrera a largo plazo, y que el físico no duraría para siempre. El deporte era un pasatiempo, según él, una verdadera carrera como la administración era lo que funcionaba en este mundo, te daba dinero, estabilidad... y cientos de beneficios que Jimin dejaba de escuchar cuando Namjoon abría la boca.

Aún había varias personas delante de él, así que Jimin se resignó a esperar. Sin mucho interés, dejó vagar la mirada por el lugar, hasta que el televisor en una de las esquinas de la tienda captó su atención. Transmitía un noticiero nacional, aunque sin sonido. Apenas distinguía lo que decían, hasta que un hombre mayor, parado más adelante en la fila, pidió a la cajera que subiera el volumen.

Ella aceptó sin protestar, y de pronto, la voz grave del presentador llenó el ambiente, imponiéndose incluso sobre el murmullo general de la tienda.

—Estas son imágenes en vivo desde el Aeropuerto Internacional de Incheon — anunció el presentador.

Jimin, que rara vez prestaba atención a las noticias, alzó la vista con curiosidad... y se quedó inmóvil.

Violencia. Caos. Destrucción. Eso fue lo primero que notó. La pantalla mostraba un escenario caótico del aeropuerto: llamas devorando las tiendas, ventanas estalladas, y una multitud frenética empujándose en todas direcciones. Pasajeros, coreanos y extranjeros, gritaban mientras cargaban sus maletas, intentando escapar. Algunos caían al suelo, eran pisoteados, o simplemente se quedaban paralizados por el pánico. Las salidas estaban colapsadas y los agentes de seguridad parecían completamente sobrepasados.

La confusión se apoderó de los presentes en la tienda. Jimin tragó saliva con pesadez, incapaz de apartar la vista. No entendía qué estaba pasando, pero era evidente que se trataba de algo grave... algo que no podían controlar. Las personas estaban desesperadas.

Las imágenes cambiaron de pronto, enfocando ahora a un reportero en medio del caos, con rostro nervioso y el micrófono temblándole en las manos. Gritaba para hacerse escuchar por encima del estruendo, decía que todos los vuelos habían sido cancelados, que los pasajeros habían invadido la pista de aterrizaje intentando huir, que ni la policía ni los militares estaban logrando contener el caos.

Detrás del reportero, varias personas comenzaron a forcejear violentamente. No era un simple empujón o una discusión, sino una pelea salvaje. Gritos desgarradores cortaron el aire y el camarógrafo intentó enfocar la escena, pero cuando una figura ensangrentada se lanzó sobre el periodista, la imagen se volvió inestable. La cámara cayó al suelo y quedó apuntando hacia los pies que huían, los gritos resonando como una estampida. Finalmente, la transmisión se cortó de golpe, devolviendo la imagen al estudio, donde los presentadores lucían tan desconcertados como los espectadores.

El silencio en la tienda era absoluto después de eso. Jimin seguía con los ojos clavados en la pantalla, como si esperara entender lo que acababa de ver.

—Hemos perdido el contacto con nuestro compañero en el aeropuerto de Incheon... — dijo la mujer en el estudio luciendo igual de sorprendida y preocupada que los demás —No sabemos qué sucedió... Amm... si, iremos a un pequeño corte comercial.

—¿Qué pasó con el reportero? ¿Está bien? — se preguntaron las personas alrededor de Jimin luego de ver esa escena que... no sabía como describir.

Jimin quería saber que estaba ocurriendo, necesitaba saber qué demonios estaba pasando en el aeropuerto. La angustia que lo invadió al ver las imágenes en la televisión le recorría el cuerpo como una descarga eléctrica... pero su atención fue bruscamente desviada cuando escuchó su nombre.

—Disculpe... ¿usted es Park Jimin?

Al levantar la mirada, vio a la cajera sonriéndole con ojos brillantes y una expresión entusiasta.

—Oh si, soy yo — Jimin sonrió de vuelta con un leve sonrojo en sus mejillas al ser reconocido. Se suponía que los lentes de sol le ayudaban a pasar desapercibido.

—¡Dios mío, no lo puedo creer! Soy una gran admiradora. Vi su último partido la semana pasada. ¡Estuvo increíble! Usted fue la estrella de la noche — exclamó la joven, haciendo una reverencia ligera.

—Gracias... muchas gracias. De verdad lo aprecio — dijo Jimin, forzando una sonrisa mientras sus ojos volvían una vez más, casi con culpa, al televisor que seguía mostrando comerciales.

—Es un honor tenerlo aquí — añadió la cajera, rebuscando en la caja registradora —. Permítame hacerle un descuento de cortesía, como muestra de nuestro agradecimiento.

—Eso es muy amable, pero no creo que deba...

—Va por mi cuenta —lo interrumpió ella con una sonrisa coqueta, dejando el recibo sobre el mostrador con delicadeza —. Muchas gracias por su compra, señor Park. Espero que vuelva pronto.

Jimin tomó el ticket con una inclinación leve de cabeza, respondiendo con esa sonrisa suya que tanto encantaba al público, cálida y educada.

—Gracias, que tenga un buen día —murmuró él.

La cajera suspiró visiblemente al verlo alejarse, encantada. Jimin, por su parte, ni siquiera lo notó. Había algo fuerte revolviéndole el estómago, una inquietud difícil de ignorar que lo sacudía por dentro.

Salió de la tienda con paso rápido, buscando entre la multitud la melena rubia de su hermano. El sol ya descendía por el horizonte, tiñendo la ciudad de un tono anaranjado que no aliviaba el calor ni el cansancio acumulado en su cuerpo.

Miró hacia ambos lados de la avenida con atención, pero Seokjin no estaba por ninguna parte. Imaginó que aún seguía en llamada con Namjoon, probablemente alejado del bullicio para poder escuchar mejor. Así que decidió esperar.

Sin embargo, el bullicio de la ciudad lo envolvió. Los tumultos de personas pasaban por la calle, el tráfico empeoraba minuto a minuto y las sombras de los edificios se estiraban. Todo se sentía más abrumador y sofocante luego de lo que vio en la televisión. Esa violencia sin explicación, esa desesperación.

Buscando una distracción, Jimin caminó hasta el carrito de helados en la esquina. Compró uno de vainilla para refrescarse y se apoyó en la pared más cercana, dándole una lamida distraída, mientras intentaba despejar su mente.

Pero era inútil.

La escena del aeropuerto seguía repitiéndose en su cabeza por alguna razón. Había visto caos antes... pero eso fue distinto.
Cuanto más pasaba el tiempo, más ansioso se sentía y de pronto habían pasado diez minutos. Luego quince. Veinte. Treinta. El helado se había terminado antes de que siquiera lo notara.

Seokjin no aparecía.

Jimin, que al principio intentó mantener la calma, ya comenzaba a perder la paciencia. Finalmente, resopló, sacó su teléfono del bolsillo y marcó el número de su hermano, preguntándose por qué demonios no lo había hecho antes.

Sin embargo, este no respondió la llamada y lo mandó a buzón de voz.

Frunció el ceño y marcó de nuevo. Sin embargo, recibió la misma respuesta. Nada. Su pulgar presionó con más fuerza la pantalla del celular.

—Esto no es gracioso — murmuró.

Jimin siguió insistiendo y dio inicio a su caminata por la calle buscando un cabello decolorado entre los grupos de personas que iban caminando por esta.

Jimin empezó a caminar por la calle con la mirada fija en cualquier cabellera clara que pasara cerca de él. Conocía a su hermano, era perfectamente capaz de esconderse a propósito sólo para fastidiarlo, más si quería hacer lo pagar por haber caminado tanto durante la mañana. A veces Seokjin era así: infantil en los momentos más inoportunos.

Fue y vino varias veces, zigzagueando entre los peatones, escudriñando los rostros con impaciencia. Incluso volvió a la tienda y le preguntó a la cajera si había visto regresar a su hermano.

—No, lo siento... no lo he visto desde que salió antes que usted — respondió ella con amabilidad, pero algo desconcertada.

Jimin asintió en silencio y se disculpó, sintiendo cómo algo empezaba a tensarse. No sabía en qué momento exactamente había dejado de estar molesto... y había empezado a preocuparse.

Después de recorrer varias manzanas, revisando cada lugar posible y dejando más de veinte llamadas perdidas sin respuesta, Jimin se rindió. Sus pasos lo guiaron de vuelta al punto de partida con una mezcla de resignación y fastidio quemándole la garganta. No sería la primera vez que Seokjin desaparecía por una tontería, una rabieta, un impulso, cualquier excusa.

Suspiró largo. Entonces, Jimin alzó la mano cuando vio un taxi acercarse a lo lejos, esperando que al menos pudiera volver a casa y aclarar la cabeza.

Pero el vehículo, en lugar de frenar, aceleró.

Jimin apenas tuvo tiempo de dar un paso atrás cuando el taxi lo pasó rozando, haciendo que el viento alzara hojas secas que giraron a su alrededor. El corazón se le subió a la garganta y tuvo que sostenerse el pecho con una mano.

—¿Qué demonios...?

Miró hacia el auto que ya se perdía al fondo de la calle. Por un segundo, creyó haber visto que el conductor forcejeaba con el volante pero probablemente eran alucinaciones suyas.

Con el corazón todavía golpeándole el pecho, Jimin trató de ignorar el presentimiento que lo tenía con los nervios crispados y continuó su camino hacia casa. Pero cuanto más avanzaba, más se afianzaba esa punzada en su interior, como si algo le dijera que había algo muy mal en esto.

El tráfico estaba colapsado. Los autos tocaban el claxon sin parar, los conductores gritaban por las ventanillas y algunos incluso salían de sus vehículos, hartos de la espera. Era un caos, como si algo muy mal estuviera a punto de estallar. El ruido era ensordecedor. Un dolor de cabeza comenzó a latirle en las sienes. Precisamente por esa razón odiaba moverse en auto; prefería caminar o tomar su motocicleta y atravesar el caos con libertad.

De repente, escuchó el zumbido agudo de hélices cortando el aire.

Alzó la mirada y un helicóptero cruzó el cielo a baja altura, lo bastante cerca como para hacer temblar los cables eléctricos. Jimin lo siguió con la vista, hasta que algo más llamó su atención: el color del cielo. Ya no era azul. Era gris y tardó un momento en comprender que era humo. Espeso. Denso. Y negro.

Un escalofrío recorrió su columna.

¿Qué demonios estaba ocurriendo?

Una ráfaga lo golpeó en el rostro, despeinando su cabello castaño. El aire llevaba consigo una mezcla de olores peculiares, pero el que más destacó fue uno muy penetrante como a drenaje o más bien a carne podrida. Era lo más asqueroso que había olfateado en toda su vida y se tuvo que tapar la nariz para evitar vomitar allí mismo.

Un segundo helicóptero surcó el cielo con estruendo, unos metros por encima de los edificios. En sentido contrario, una bandada de pájaros oscuros cruzó el aire en estampida, trinando con fuerza. El contraste fue tan brusco que Jimin alzó la vista... justo a tiempo para ver cómo una de las aves descendía en picada, completamente descontrolada, hasta estrellarse contra el escaparate de una tienda departamental con un golpe seco.
Jimin se sobresaltó.

—¿Qué demonios? — exclamó, dando un paso instintivo hacia el lugar del impacto.

El cristal tembló pero no se rompió. La urraca cayó al pavimento, completamente inmóvil. Jimin se inclinó sobre ella, el estómago encogiéndosele al mirar el ave sin vida.

—¡Ey, tú! — de repente, lo llamó un hombre que salió de un automóvil, el cual estaba atorado en el tráfico infernal —. ¿Venías de allá? ¿Sabes qué está pasando? ¿Por qué esto no se mueve? Llevo casi una hora aquí parado — le preguntó.

—Yo... no lo sé, pero creo que es algo grave — respondió Jimin.

Un tercer helicóptero cruzó por los aires.

—Santo Dios, ¡pero que locura es esta! ¡En la radio dicen que vayamos a casa!

—¿Enserio? ¿Por qué razón? — le preguntó el beisbolista.

—¡No lo se, amigo! No lo dicen, pero es mejor obedecer y dejar las calles cuanto antes. ¡Vaya a casa! — el hombre volvió a entrar en el automóvil donde se hallaba su familia atemorizada.

Jimin lo observó, confundido. La situación ya lo estaba comenzando a asustar sin razón aparente y los gritos de las urracas volando sobre su cabeza le ponían la piel de gallina. Lo que estuviera pasando definitivamente no era bueno.

Necesitaba saber que ocurría. Entonces, se acerco a un escaparate de una tienda de electrónica... sin darse cuenta que el ave muerta se levantó abruptamente con los ojos blancos y se echo a volar de nueva cuenta emitiendo trinidos mas fuertes y ahogados que los anteriores.

A través del cristal, Jimin alcanzó a distinguir una fila de televisores encendidos dentro de la tienda. Todos sintonizaban noticias parecidas. En la parte inferior de la pantalla, un titular en letras rojas y mayúsculas parpadeaba con urgencia: "SE PRESENTAN MASACRES COLECTIVAS EN TODO COREA DEL SUR."

Transmitían videos de disturbios parecidos al que suscitó en el aeropuerto, pero tomados por ciudadanos en diferentes lugares del país y aunque no lograba escuchar nada de lo que decían se percató que uno de esos sitios no estaba muy lejos de su posición actual.

Las imágenes que mostraban eran tan caóticas como las anteriores. Eran escenas grabadas con celulares, gritos, personas huyendo, otras atacándose entre sí como animales salvajes. No solo era el aeropuerto, eran muchos lugares del país. Y uno de ellos, lo reconoció por una estación de metro que solía frecuentar, no quedaba lejos de donde él estaba ahora mismo.

Por inercia, Jimin miró a sus alrededores.

No había nada parecido a eso.

Angustiado, sacó el celular con manos sudorosas y abrió el navegador. Entró directamente a la sección de noticias nacionales y los titulares que saltaron a la pantalla fueron como una bofetada en la cara.

"Ingresan al hospital personas con síntomas de rabia." "Surgen brotes violentos sin causa aparente." "El aeropuerto de Incheon es tomado por personas enfermas. Las autoridades NO pueden frenarlos." "Grupo de enfermos ataca brutalmente a civiles en plena calle." "Caníbales sueltos por Seúl." "Masacres colectivas reportadas en todas partes del mundo."

Al final, en letras negras sobre fondo blanco, como si fuera un mal chiste o una profecía maldita, leyó: "La maldición de los muertos finalmente ha llegado..."

—¿Pero qué diablos es esto?

Jimin abrió los ojos como platos y siquiera leyó las noticias, pues inmediatamente volvió a marcar el número de Seokjin, del cual no sabía su paradero. Necesitaba avisarle lo que estaba ocurriendo y decirle que fuera a casa lo antes posible.

Afortunadamente, Seokjin atendió esta vez.

—¡Al fin contestas, tonto! — exclamó Jimin apenas escuchó la llamada conectarse, exhalando con fuerza aliviado, mientras sus hombros se relajaban por primera vez en media hora —. Estuve esperándote afuera de la tienda como un imbécil. ¿Dónde estás? ¿Por qué te fuiste? ¿Has visto las noticias?

—Ji... Jimin... por el amor de Dios... ¿estás bien...? — la voz de Seokjin sonó débil, distorsionada, como si hablara desde un túnel lleno de estática. Había interferencias, un chirrido metálico de fondo que interrumpía cada palabra que decía —... llamaron... del hospital... tuve que... —se perdió otra vez entre sonidos indescifrables—... lo siento... yo...

—¿Qué? No entiendo nada — Jimin bajó el volumen de su entorno llevándose una mano al otro oído, intentando aislarse del ruido de la calle mientras revisaba su teléfono —. Tengo señal completa. ¿Seokjin? ¿Hola? ¿Me escuchas? ¿Seokjin?

—Jimin, tienes que volver a casa. ¡Ahora, antes de que...! ¡La gente está—!

La frase quedó inconclusa. De pronto, un golpe seco sonó al otro lado de la línea, seguido de un chillido, luego un jadeo. Jimin apretó el celular contra su oído.

—¿Por qué suenas tan agitado? ¿Estás corriendo? — preguntó.

Su hermano no respondía. Tampoco parecía escuchar su voz del todo. El ruido de fondo era ensordecedor: voces gritando y diciendo cosas incoherentes, además de un zumbido grave como de motores o maquinaria pesada.

—Seokjin, por favor... dime qué está pasando — insistió con voz tensa —. ¿Dónde estás?

—Jimin... no sé qué está... pasando... hay... hay una persona... lastimada... ¡hay mucha sangre! — exclamó su hermano.

—¿Sangre...? ¿Qué... qué quieres decir con que hay sangre? — preguntó Jimin, temeroso, y un escalofrío le recorrió la espalda como si algo helado le hubiese tocado la nuca —. Me estás asustando, Seokjin. ¿De quién es la sangre?

—Están... están por todos lados... No sé qué son... — murmuró Seokjin entrecortadamente. Su voz temblaba, quebrándose en cada palabra.

Jimin se giró lentamente al ver a su alrededor. La gente caminaba con normalidad, pero de pronto cada rostro, cada paso, cada mirada le pareció aterrador.

—Estoy atrapado en... No sé qué hacer... — y luego, como si su corazón se quebrara al otro lado de la línea, Seokjin empezó a llorar. Un llanto ahogado, desesperado.

Jimin sintió un puñal atravesarle el pecho.

—Está bien... no importa lo que esté pasando — dijo, obligando a su voz a sonar firme, aunque su corazón palpitaba como si fuera a estallar —. Quédate donde estás, voy a ir por ti, ¿me oyes? Tranquilízate, Jinnie... respira... voy hacia ti ahora mismo. ¿Sabes dónde estás?

Silencio.

Solo estática.

Hasta que la voz de su hermano volvió, apenas un susurro:

—Ya... vienen hacia aquí... Los escucho gruñir... — avisó al tiempo que se oía mucho movimiento de su parte y por consecuencia, Jimin también comenzó titiritear por no entender la situación y no poder hacer algo al respecto —. Jesucristo... ayúdame.

Jimin se detuvo en seco. Su respiración se cortó.

El sonido que siguió en la línea fue confuso y horrible, primero un forcejeo, un crujido, un grito ahogado, y luego... un golpe sordo.

La estática se llenó de gritos. Gritos desgarradores.

Y entonces corrió. Jimin corrió desesperado, sin pensar, sin dirección, sin aliento. Como si el miedo lo arrastrara. Los golpeteos comenzaron a retumbar contra su oído al igual que los gritos aterrorizados de su hermano, lo que le formó lágrimas en los ojos. Escuchaba toda la pelea al otro lado de la línea.

—¡¿Seokjin?!

¡No... a-aléjate de mi! ¡A-ahh Jimin! — su hermano bramó y por último, resonó un fuerte estruendo del otro lado de la línea seguido de un aullido extraño que evidentemente no era de Park SeokJin.

Luego vino un golpe seco, un estruendo que heló la sangre de Jimin al instante. Y después... un sonido.

Un aullido.

Grave, distorsionado, grotesco.

—¡¿Qué fue eso?! ¡¿Estás bien?! ¿Hola? ¿Seokjin? ¡¿Seokjin?! — gritó, pero no pudo hacer nada cuando la llamada se cortó en medio de esos sonidos escalofriantes que fueron capaces de atravesar hasta lo más profundo de su mente y ponerle la piel de gallina.

Inmediatamente intentó llamar de nuevo, pero decía que el número estaba fuera de servicio. "¡¿Pero qué?!" Frunció el ceño con preocupación y avanzo más rápido a un lugar prácticamente a ciegas. ¿Qué demonios había pasado? ¿Dónde estaba su hermano? ¿Qué fue ese sonido? Parecía el rugido de un animal.

Con las manos temblorosas y el corazón en la garganta, Jimin hizo algo que jamás imaginó: marcó el número de Namjoon en busca de ayuda. Pero ni siquiera llegó a escuchar el tono de llamada cuando un estruendo desgarrador sacudió el aire. Fue tan violento que su cuerpo reaccionó antes que su mente, obligándolo a cubrirse la cabeza y agacharse mientras una onda expansiva lo envolvía por completo. El suelo entero tembló. El estallido fue tan brutal que el silbido que dejó en sus oídos pareció rasgarle el cráneo. Su equilibrio se perdió un momento y Jimin cayó sobre una rodilla justo cuando fragmentos de madera, concreto y vidrio volaban como proyectiles alrededor suyo.

Una explosión en un edificio en plena avenida.

Los gritos empezaron, desgarradores y caóticos, como si alguien hubiese apretado el botón de terror colectivo. La gente comenzó a correr en todas direcciones, empujándose, tropezando, chillando. No obstante, Jimin se quedó inmóvil, en shock, con el cuerpo cubierto de polvo y los ojos muy abiertos, intentando entender qué estaba viendo.

Frente a él, las llamas crecían como bestias furiosas, devorando el edificio.

Ese fue el cañonazo que anunció el inicio del fin.

La mayoría de las personas corrieron cual estampida en dirección opuesta a la que Jimin se dirigía, lejos de la explosión. Algunos otros ciudadanos abandonaron sus automóviles atascados en el tráfico al notar el pánico que se estaba formando en la calle. La multitud exaltada empujó al castaño bruscamente por el hombro haciéndole retroceder unos pasos, pero Jimin permaneció en estado de trance parado en medio del caos, viendo como las llamas trepaban por la estructura del edificio, piso por piso, como bestias hambrientas, y una nube negra, densa y sofocante, comenzaba a cubrir el cielo.

Parecía que estaba en medio de una guerra.

Las personas que llegaban desde más adelante gritaban cosas extrañas, algo parecido a que alguien los estaba persiguiendo y todos debían huir antes de que llegaran por ellos. Pero Jimin apenas podía oírlos. Todo a su alrededor se disolvía en ruido blanco: los gritos, el crepitar del fuego, las sirenas lejanas...

—¡Ayúdenme! ¡Alguien ayúdeme, por favor!

Jimin escuchó los gritos agónicos de una chica, que de alguna sorprendente manera le hicieron reaccionar.

Era una jovencita vestida con uniforme de secundaria, quien gemía escandalosamente del dolor, agarrándose un brazo donde le brotaba muchísima sangre. Ella se desplomó al suelo y Jimin fue a auxiliarla sin importarle el colapso colectivo y las explosiones sacudiendo su alrededor cual terremoto furioso.

—¡Oye! ¿Estás bien? ¿Qué te pasó? — Jimin se arrodilló ante la chica, quien gritaba y se retorcía bruscamente del dolor.

—Me... me m-mordió... — respondió con dificultad.

El castaño no se tomó la molestia en preguntar quién o por qué, estaba mucho más preocupado en ver la gravedad de la herida.

—Déjame ver — pidió lo más tranquilo posible.

La chica destapó lentamente su herida, temblando de forma exagerada.

-Oh, mierda - abrió los ojos como platos al ver que literalmente le faltaba un gran pedazo del brazo, dejando expuesta toda la carne machacada del interior al igual que el hueso del mismo. La sangre emergía como si tuviera vida propia salpicandole toda la camiseta -. Tranquila, tranquila. Estarás bien. No es tan grave...

El castaño cogió rápidamente sus bolsas de compras y rasgó las prendas que serían el regalo de Roseanne para hacer un vendaje en la herida y así evitar que la sangre siguiera brotando. No era médico, pero supuso que sería de ayuda o al menos eso había visto en las películas de acción.

—¡Necesito ayuda! ¡Esta chica necesita ayuda! ¡Alguien llame a una ambulancia, por favor! — Jimin gritó desesperado, siendo completamente ignorado por las personas sumergidas en el terror.

Era inutil pedir ayuda. Con las manos cubiertas de sangre, Jimin tomó su teléfono y marcó al 119, apenas atinando a mantenerlo entre la oreja y el hombro mientras su mirada no se despegaba de la chica tirada frente a él. Ella estaba empapada en sudor, tenía los labios grisáceos y la piel tan pálida que parecía translúcida. Pero lo más inquietante eran sus venas que comenzaban a marcarse bajo la piel, oscuras, hinchadas, extendiéndose por su cuello, su rostro y sus brazos como raíces podridas.

No tenía idea de qué le pasaba. Solo sabía que estaba empeorando al paso de los segundos.

Ella luchaba por mantener los ojos abiertos, respirando con dificultad.

-Hey, no te duermas, cariño. La ayuda ya viene en camino, ¿si? Resiste un poco más - dijo, aunque el número de emergencias no cogiera su llamada.

Jimin la tomó de la mano al sentir su agonía. No sabía que podía hacer para ayudarla.

—Corre... vete de aquí... ¡agh! — la chica jadeó cuando cuerpo dio un salto sobre el pavimento y los huesos de su columna vertebral crujieron de forma perturbadora.

La chica apretó los ojos con fuerza y cuando los volvió a abrir estos se veían nublados, grisáceos, sin brillo y emoción.

—Los demonios ya vienen...

—¿D-demonios? — el castaño la miró totalmente espantado, sin entender nada.

-Vinieron del infierno para reclamar la tierra como suya. Pretenden habitar dentro de nuestros cuerpos sin vida por medio de esto - señaló la herida con su último arranque de fuerza -. Ellos son nuestro más maravilloso castigo y no se detendrán hasta que no quede n-nadie vivo. E-este es nuestro... fin - fueron sus últimas palabras antes de que su cuerpo temblara descontroladamente en un ataque epiléptico.

Luego, su cuerpo comenzó a convulsionar con violencia, dando sacudidas espasmódicas que la hacían rebotar contra el asfalto como una marioneta. Jimin la observó horrorizado, con los puños apretados, ante la escena que se desplegaba frente a él.

Y entonces, el silencio repentino.

El cuerpo de la chica se quedó completamente quieto, de golpe. El ascenso y descenso de su pecho, ese tenue indicio de vida, simplemente... cesó. Jimin se inclinó con torpeza, temblando, y colocó dos dedos temblorosos sobre su cuello. Ya no había pulso.

—Santo Dios... no... —balbuceó, poniéndose de pie con dificultad.

La niña estaba muerta.

Y él no pudo hacer absolutamente nada.

Lo peor era que nadie se detuvo, a nadie le importó. La masa de cuerpos corriendo en estampida apenas la vio, incluso algunos la pisaron sin darse cuenta y Jimin tuvo qué apartarlos del camino.

Jimin estaba al borde de las lágrimas hasta que vio como la jovencita volvió a abrir los ojos. Estos se habían tornado de un color completamente blanco y seguidamente, ella se puso de pie como si ya no sintiera dolor alguno en sus heridas. La chica se colocó en una postura encorvada bastante extraña al tiempo que soltaba un gruñido indefinible y un chorro de sangre negra le caía por la boca.

Jimin parpadeó varias veces, estupefacto al ver esa escena -. O-oye, ¿estas bien? - se acercó a ella para ayudarla de nueva cuenta, pero la joven se abalanzó velozmente sobre él, emitiendo sonidos balbuceantes que no era capaz de comprender.

Comenzaron a forcejear y Jimin gritó al no poder detenerla. La sujetó por los hombros para alejarla de él, sin embargo, esta parecía poseer mucha más fuerza de la aparente y abría la boca mostrándole toda su cavidad bucal, lanzando feroces dentelladas.

—¿Qué mierda te sucede? ¡Detente! — gritó exasperado, intentando alejarla. No quería golpearla, era tan solo una chica. Una chica que estaba herida y desquiciada —. ¡Ayuda! ¡Alguien ayúdeme!

Ella era más fuerte de lo que parecía. Tropezaron y chocaron contra un auto estacionado, haciendo que la alarma del vehículo comenzara a sonar, pero Jimin apenas le importó. Tenía los brazos tensos, las manos alrededor de su cuello, intentando mantenerla alejada mientras ella se debatía salvaje, lanzando dentelladas con una furia que no parecía normal. Quería morderlo. Lo iba a hacer.

Y entonces, lo siguiente que ocurrió fue tan rápido que su mente tardó en alcanzarlo.

Un estallido sordo. El cuerpo de la chica cayó como un costal de papas, desplomándose contra el asfalto sin el menor atisbo de vida. La sangre le salpicó el rostro y lo aturdió por un segundo. Jimin retrocedió tambaleante, atónito, mirando cómo parte del cráneo de ella había explotado al recibir el disparo. El impacto fue tan brutal que pudo ver fragmentos de masa cerebral esparcirse por el aire.

Al otro lado de la acera, un oficial de policía bajaba lentamente su arma aún humeante. El policía le voló la maldita tapa de la cabeza delante de sus ojos.

Jimin no podía moverse. Se quedó de pie, con la cara salpicada de sangre, el cuerpo temblando y la conciencia perturbada. A su alrededor, la calle seguía envuelta en caos. Personas corrían, tropezaban, lloraban. Pero él solo escuchaba el eco de esa bala.

Las personas seguían corriendo aterrorizadas a su alrededor, en tanto Jimin se había sumergido de nuevo en un estado de trance después de ser testigo de asesinato.

—¡Muévete, imbécil! — un hombre le dio un fuerte empujón, haciéndole caer de nalgas al suelo, pero ayudándolo a salir del limbo.

Jimin se levantó con dificultad para echarse a correr desconcertado en dirección a donde iban las demás personas. Era una locura. No sabía que estaba pasando o porque estaba corriendo, pero estaba muerto del miedo por lo anterior visto. Múltiples disparos se escucharon en la avenida y los gritos de la gente se volvieron más fuertes y desgarradores e inevitablemente Jimin también comenzó a gritar horrorizado, dejándose llevar por el pánico colectivo.

—¡Corran! ¡Ahí vienen! — avisó una mujer y sin dejar de correr, Jimin se giró a sus espaldas para saber de quién se trataba.

Entonces, los vio por primera vez...

Algunos de ellos corrían ferozmente por encima de los coches estacionados, brincando sin titubear hacia las personas que iban corriendo por la calle. Otros se estrellaban sin miedo contra los vidrios de las tiendas para llegar a la gente que estaba refugiada adentro de estas. Sangre y restos humanos volaban por todas partes y los alaridos de la gente que era atacada por esas cosas eran traumatizantes.

Los pocos oficiales de policías que se encontraban en esa zona, disparaban hacía ellos atravesandoles cualquier parte del cuerpo, pero aún así, estos seguían corriendo enloquecidos con la misma intensidad y determinación. El oficial que salvo a Jimin unos momentos antes fue atacado por uno de ellos; el hombre enfermo lo mordió directamente en la cara arrancándole un gran pedazo de mejilla para luego sacudirla entre sus dientes como si de una bestia se tratase.

Jimin soltó un tremedo gritó de terror al ver ese acto caníbal y automáticamente sus piernas ejercitadas comenzaron a correr mucho más rápido, arrebazando a las demás personas con condiciones menos atléticas que la suya. Cuando llego a la intersección de la calle se dio cuenta de que muchas personas aparentemente no enfermas venían de los tres caminos diferentes hacía el punto central, empujandose entre ellas y causando aún más desorden del existente.

—¡Vienen por este lado! — avisó alguien.

—¡Están por todos partes! — respondió otro hombre.

—¡Vamos a morir! — gritó una chica en medio de su llanto.

Los gritos de las personas muriendo cruelmente en la lejanía se volvían cada vez más cercanos. Algunos ciudadanos se peleaban por entrar en los coches estacionados y otras por entrar a las tiendas que habían sido cerradas al notar la batalla que ocurría en las afueras de la ciudad. La violencia yacía por todas partes. Estaban perdidos allí afuera. Jimin comenzó a hiperventilar al mismo tiempo que miraba hacía todos lados buscando una salida de escape.

—Los departamentos — murmuró para si mismo al ver las estructuras de más de diez pisos —. ¡Los edificios! — esta vez gritó a los cuatro vientos e ingreso al primer edificio de departamentos que vio abierto, seguido de un puñado de personas asustadas que se dieron cuenta de lo mismo.

El portero intentó detenerlos, pero solamente consiguió ser derribado por la multitud y seguidamente, alcanzado por una de esas cosas voraces que no tardo en arrancarle un pedazo de carne del cuello con tan solo una mordida para después tragarla con perturbable deleite.

El elevador se atascó por todas las personas que intentaron entrar.

Jimin paso de largo las peleas cuerpo a cuerpo de la gente y fue directamente a las escaleras de servicio donde los gritos aulladores resonaron por el túnel vertical. Se asomó rápidamente por el barandal a los pisos de abajo, dándose cuenta que las personas enfermas venían persiguiéndolos vueltas completamente locas como si no hubiese un mañana.

Jimin gritó, más no se detuvo y siguió subiendo velozmente, saltando los escalones de dos en dos. No miró atrás, sin embargo, para cuando llegó al último piso del edificio se percató que ya nadie lo acompañaba... nadie mentalmente sano.

Todos se habían convertido en esas cosas.

Jimin le dio una patada violenta y precisa al portero que venía detrás suyo, provocando que rodara por las escaleras y se llevara consigo a otros dos de ellos. Instantáneamente sintió remordimiento al haber empujado a una persona por las escaleras, no obstante, ese sentimiento desapareció al verlos ponerse de pie a pesar de haberse golpeado salvajemente contra los escalones. Estaba seguro que el hombre se quebró algo más que un simple brazo, tenía una figura deforme que solo tendría un monstruo en sus peores pesadillas.

Aterrado, intentó abrir todas y cada una de las puertas de los departamentos del pasillo. Todas estas tenían el pestillo puesto como sería lógico, sin embargo, la suerte llegó cuando una de ellas se abrió e ingresó sin meditarlo.

Jimin cerró la puerta e inmediatamente la atranco con un pequeño mueble que había a un costado. Los gruñidos y fuertes golpes del otro lado no tardaron en hacerse presente -. ¡Lárguense de aquí! ¡Voy a llamar a la policía! - les amenazó, pero únicamente ocasionó que los golpes se hicieran más escandalosos.

Usando toda la fuerza de su hombro derecho, Jimin empujó un enorme mueble de madera que era más alto que él hasta dejarlo caer contra la puerta creando un tremendo golpetazo. Eso sería suficiente. Después, corrió hacia la sala de estar y se tiró bruscamente detrás del sillón en donde esperaría a que cesaran los golpes contra la puerta. Se abrazó a sí mismo mientras comenzaba a contar los números tratando de evitar escuchar a esas bestias que intentaban entrar al departamento.

—¿Quién anda ahí? — Jimin escuchó una voz junto a un lento caminar llegar a la estancia donde yacía escondido —. ¡Quien sea, salga ahora mismo!

Jimin se quedo paralizado un segundo y sin otra alternativa tuvo que salir con los brazos levantados en son de paz.

[...]

Ժ╴ ╴ ╴ ╴ ╴ ╴ ╴ ╴ ╴ ╴ ╴ ╴ ╴ ╴ ╴

Y así inició todo 🧟‍♂️

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