Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 1

El fuerte viento movía el cabello de Leah con fuerza haciendo que algunos mechones azotarán su rostro sin piedad. La ciudad de Atlanta nunca había sido su lugar favorito, es más, aún podía recordar lo obligada que se sentía cada que su madre decidía visitar a sus abuelos.

Alejó sus binoculares de su rostro por un momento y suspiró.

Extrañaba a su madre. Tal vez no había sido la hija perfecta, tal vez había sido un poco rebelde algunas veces, pero nunca fue con la intención de hacer más difícil su día a día, suficiente tenía su madre con ser la esposa del inmaduro de su padre.

―Sabes no sé qué odio más del apocalipsis ―habló alto para que el coreano del otro lazo de la azotea la escuchara―, no poder conseguir algún chocolate blanco o jugar videojuegos.

Glenn rio.

―Yo extraño comer pizza.

Leah negó con su cabeza, divertida, antes de levantarse y caminar hacia Glenn.

―¿No extrañas ir al cine? ―le preguntó estando a su lado, de pie.

―Fueron pocas las veces que fui, usualmente iba solo ―confesó con una mueca.

Leah bajó la mirada.

―Es una pena ―murmuró antes de sentarse sobre las piernas del coreano―. A mí me hubiera encantado ir al cine contigo ―le confesó.

No obtuvo una respuesta, bueno, no una verbal.

Los besos de Glenn alrededor de su cuello fueron más que suficiente para saber que estaba de acuerdo. Ella cerró los ojos disfrutando de aquel contacto.

Leah no pudo evitar pensar que tal vez si los caminantes no hubieran vuelto a la vida y todo estuviera siguiendo su rumbo normal, sus padres jamás la hubiesen dejado salir con alguien como Glenn, especialmente por la diferencia de edad; ocho años.

Tampoco es que estuvieran saliendo, solo tenían sexo casual y a espaldas de todos se trataban como una pareja.

―¿Conseguiste otra caja de condones? ―susurró como si alguien más pudiera escucharlos.

―Sí ―Glenn dejó de besar su cuello para recostar su cabeza en su hombro―. Aun no entiendo como nuestra caja desapareció.

―Culpa del imbécil de Shane ―contestó con un deje de molestia Leah―. Te dije que el otro día lo vi salir de tu tienda, que yo sepa aparte de nosotros; Shane y Lori también cogen, ignorando el hecho de que ella es la esposa de su difunto amigo.

A Leah no le caía mal Lori, la mujer era dulce e intentaba ayudar lo más que podía en el campamento, tal vez era indefensa, pero ella junto a Carol brindaban el toque hogareño que se había perdido. Al que odiaba con todo su ser era a Shane, el hombre no hacía más que dar órdenes a diestra y siniestra sin mover ni un solo dedo, aparte de aprovecharse de Lori.

Porque sí, Shane se aprovechaba de la vulnerabilidad de Lori; una madre indefensa que solo buscaba la protección para ella y su pequeño hijo.

Y eso era algo de lo que Leah estaba segura.

―Shane es un imbécil ―estuvo de acuerdo Glenn―, pero a sabido mantener en pie el campamento.

Leah, bufó.

―Claro, cazando ranas ―soltó sarcásticamente―, ah y sí dando órdenes; mandándonos a hacer las compras a la ciudad infestada de caminantes.

Ella sabía que Glenn estaba de acuerdo, solo que era demasiado bueno para admitir que Shane era un bueno para nada.

―T-Dog, tú y yo nos las ingeniamos bien antes de encontrar el campamento ―comentó Leah encogiéndose de hombros.

Glenn estuvo a punto de contestar aquello cuando un par de disparos los sobresaltó. Ambos se miraron antes de ponerse de pie y correr hacia el borde de la azotea.

Una opresión se instaló en el pecho de Leah al ver el destino de aquel pobre caballo, dirigió su mirada al hombre vestido de sheriff perdiéndolo de vista segundos después.

―Ya es hombre muerto ―susurró la chica atenta a cualquier esperanza de vida para aquel sujeto―. ¡Ahí está! ―exclamó al verlo salir por la escotilla.

La suerte de aquel hombre no duro mucho, los caminantes empezaron a escalar aquel tanque siendo obligado a encerrarse dentro de él.

―Intentaré comunicarme por la radio del tanque, puede que tenga suerte ―comentó Glenn sacando una radio de su mochila.

Leah, asintió.

Tal vez ambos eran demasiado estúpidos por querer ayudar, las personas ya no eran lo mismo y era un riesgo muy grande.

Sí, en definitiva, eran estúpidos.

―Oye, tú ―empezó a hablar Glenn a través de la radio―. Tú, idiota― Leah evitó reír y Glenn suspiró―. Sí, el del tanque, ¿estás cómodo ahí dentro?

―Tal vez sea mudo ―murmuró Leah después de varios minutos sin respuesta, encogiéndose de hombros.

―Oye, ¿estás vivo? ―decidió intentar una vez más Glenn.

¿Hola? ¿Hola?

Glenn y Leah se miraron.

―Ahí estás. Estábamos preocupados.

¿Dónde estás? ¿Afuera?¿Puedes verme ahora? ―el hombre sonaba desesperado.

―Sí, te podemos ver. Estás rodeado por zombies ―Glenn miró en todas direcciones―, esas son las malas noticias.

¿Hay buenas noticias?

Al escuchar aquello, Leah tuvo que morder su lengua para no decirle que ya no existían las buenas noticias en el mundo.

―No.

Oye, quién quiera que sean, no me molesta decirles que estoy un poco preocupado.

―Amigo, si vieras lo que nosotros vemos te daría un ataque al corazón.

¿Tienen algún consejo?

Glenn la miró esperando su aporte.

―Dile que corra ―murmuró Leah―, es su única posibilidad o bien que se pegue un tiro.

El coreano asintió.

―Sí, intenta salir corriendo.

¿Eso es todo? ¿Salir corriendo?

―No es tan tonto como suena. Somos tus ojos aquí afuera.

Leah miró a Glenn antes de señalarle con su mano al caminante que se encontraba sobre el tanque.

―Todavía hay uno en el tanque, pero los otros bajaron y se están comiendo al caballo que se cayó. ¿Me sigues hasta ahora?

Hasta ahora.

―Ok. La calle del otro lado del tanque está menos poblada. Sí avanzas ahora que están distraídos, tienes posibilidades. ¿Tienes municiones?

En el bolso que dejé afuera y también hay armas, ¿crees que puedo alcanzarlo?

Leah miró a Glenn antes de arrebatarle la radio.

―Oye, tarado ―habló firme―. Olvídate de esa bolsa, sal de ahí y corre. Ahora.

Le entregó la radio a Glenn para que siguiera hablando.

―Ya oíste, olvídate del bolso, no es una opción. ¿Qué traes contigo?

Espera.

Tomo tan solo unos segundos para que el hombre volviera a hablar. Ambos esperaron pacientes.

Tengo una pistola y un cartucho con quince balas.

Glenn la miró y ella negó a sabiendas de lo que pensaba hacer.

―No los desperdicies, sal del lado derecho del tanque y avanza en esa dirección. Hay un callejón en la calle a unos cincuenta metros, ve allí.

Oye, ¿cómo se llaman?

―¿No me has escuchado? ―soltó exasperado Glenn―¡No te queda mucho tiempo!

Esta bien ―fue lo último que aquel hombre habló.

Leah, observó a Glenn levantarse y empezar a caminar a la escalera de emergencia. Negó con su cabeza antes de correr tras él.

―Espero no estes haciendo lo que creo que haces ―exclamó molesta tomándolo del brazo.

―Iré a ayudarlo y volveré. Lo prometo.

―Ya le ayudamos lo suficiente, no sabemos quién es ―la molestia era visible―. No tienes que arriesgarte.

―No me voy a arriesgar, si ves algo sospechoso en él, estoy seguro de que no dudarás en dispararle ―las manos de Glenn se posaron sobre los brazos de Leah, el chico se acercó a ella para dejar un veloz beso sobre su frente y marcharse de prisa.

Leah maldijo en silencio, corriendo a por su arma.

Los minutos que espero el regreso de Glenn le parecieron eternos, pero el verlo volver a ella sano y salvo la hizo suspirar de alivio. Bajó el arma para acercarse a él.

―¿Estás bien? ―susurró colocando la palma sobre la mejilla del chico.

―Sí ―respondió agitado―. El es Rick Grimes ―Glenn recordó al hombre a sus espaldas.

Ambos se alejaron y Leah dio un paso al frente.

―Así que tu eres el idiota que hizo que asesinaran a su caballo.

―Yo... no... yo...

―Tranquilo, todos la hemos cagado alguna vez ―se encogió de hombros intentando restarle importancia―. Soy Leah.

Rick la miró antes de asentir, una pequeña sonrisa se poso sobre sus labios al mirar a la pareja de jóvenes que lo habían salvado.

―Rick Grimes, gracias por salvarme.

Ambos chicos asintieron para luego empezar a caminar de regreso con el grupo, Rick venía con ellos.

―¿Por qué se arriesgaron a ayudarme? ―preguntó Rick a sus espaldas.

―Quizá porque seamos unos tontos ―Glenn la ayudó a bajar para luego pasarle su mochila―, o muy inocentes al pensar que alguien haría lo mismo por nosotros. Supongo que somos más tontos que tú.

―Ya no hay buenas personas, Rick ―habló Leah mientras corrían por el interior del edificio―. Confiamos en ti, sí, pero no creas que no te meteré un tiro si intentas hacernos daño ―amenazó.

―No te preocupes ―contestó el hombre, tranquilo.

Glenn la hizo detenerse a mitad de las escaleras de emergencia, los tres observaron a dos caminantes en el callejón y al parecer ellos también los vieron porque empezaron a acercarse. Retrocedieron un paso atrás hasta que el sonido de la puerta del otro almacén los hizo llevar su vista hacia ahí.

Dos de sus amigos habían salido a su rescate.

Glenn tomó la mano de Leah para empezar a correr.

―¡Vamos! ―gritaron ambos para que Rick los siguiera.

Leah quiso creer que todo podría estar bien ―dejando de lado que estaban encerrados―, pero los problemas solo parecían incrementar. No habían puesto ni un pie dentro del edificio cuando Andrea se encontraba apuntándole al nuevo con su arma ―una que no sabía usar―, a la mujer no le parecía suficiente el caos que había afuera.

Leah intentó acercarse, pero Glenn la tomó del brazo, negando.

―Cálmate Andrea, retrocede ―pidió Morales.

―Vamos, déjalo ―pidió con voz tranquila
Jackie.

―¿Bromeas? ¡Estamos muertos por culpa de este idiota!

La desesperación podría cegar a cualquiera, pero Leah sabia que si Andrea disparaba, estarían definitivamente muertos.

―Andrea, dije que te calmes ―insistió Morales.

Leah se zafó del agarre de Glenn y se acercó con cautela con su arma en mano.

―O dispárale de una vez ―exclamó Morales cansado de la situación.

―Dispárale y no dudare en hacer lo mismo contigo ―amenazó Leah apuntándole―. Todavía tenemos oportunidad de salir de aquí, pero si por tu estupidez hemos de morir no dudaré en arrastrarte conmigo.

El sonido del seguro siendo retirado, dejó a todos helados. Andrea negó para luego alejarse. Leah bajó su arma.

―Muertos, todos por tu culpa ―lloriqueo la rubia.

―Creo que no entiendo ―comentó Rick.

Morales lo tomó del brazo para informarle de la situación en la que los había metido. Todos los siguieron.

―No vuelvas a hacer algo así ―susurró Glenn caminando a su lado.

―Si Andrea disparaba nos íbamos a ir todos al carajo ―murmuró frunciendo el ceño Leah―. No juzgues mis métodos de salvarnos el trasero.

―Pero...

―Cállate, Glenn ―aún en susurros su voz sonaba molesta―. Si todo sale bien, tu lindo trasero coreano dormirá junto al mío hoy en la noche.

Se detuvieron en seco, miles de caminantes se encontraban a solo un par de metros de ellos, divididos únicamente por las ventanas y puertas de vidrio que sabían no resistirían mucho.

Retrocedieron unos pasos cuando el sonido de los vidrios llegó a sus oídos.

Mientras los mayores discutían a sus espaldas, la mirada de Leah recayó sobre una camisa de color azul rey con botones que se encontraba en uno de los estantes. Se alejó en silencio del grupo para tomarla.

Tal vez eso era lo único que le gustaba a Leah del apocalipsis; poder tener cosas que antes no.

Su vida antes del apocalipsis no era mala, pero tampoco era perfecta. No podía comprar muchas cosas, todo gracias a los gastos innecesarios de su padre. Nunca entendió porque su madre siguió ahí a pesar de todo.

Antes de poder tomar otra prenda, el disparo proveniente de la azotea los alertó. Maldijo en silencio a Merle y guardó en su mochila la ropa.

Corrió detrás de ellos y subió las escaleras.

―¡Oigan! Tengan más respeto al hombre armado ―habló el hombre―. Es sentido común.

―¡Estas desperdiciando balas que no tenemos! ―exclamó T-Dog corriendo a enfrentar a Merle junto a Morales―. ¡Y los atraes hacia nosotros! Cálmate, hermano.

Leah observó a su alrededor, todos se encontraban preocupados.

―¡Oye! Ya tuve suficiente recibiendo órdenes de ese latino. ¿Ahora tengo que recibir órdenes tuyas? Eso no va a pasar, hermano. Ese día no llegará.

―¿Ese día no llegará? ―habló molesto T-Dog―. ¿Tienes algo para decir, hermano?

―Oye, T-Dog, olvídalo ―intervino Morales a sus espaldas.

Leah dio un par de pasos al frente antes de hablar.

―T-Dog, déjalo ―habló fuerte―, seguro ya se acabó toda la harina que siempre trae consigo, aunque creo ser imbécil ya lo trae de nacimiento.

―Tú cállate, pequeña perra ―Merle ignoró por completo al par de hombres para girarse a mirarla―. Yo sé tú secreto.

Leah, sonrió antes de negar.

―Ah, sí, ¿cuál es?

―¿En serio quieres que lo diga?

―Leah, déjalo ―Glenn intervino acercándose para alejarla de la discusión que pronto empezaría.

Leah, negó.

―Deja que este imbécil diga lo que cree saber ―lo miro desafiante.

―¡Tú y el chino cogen! ―gritó el hombre antes de soltarse a reír.

Un silencio reino en el lugar y todas las miradas recayeron sobre la pareja.

Los presentes tenían más que claro que Leah y Glenn eran más que amigos, sin embargo, ya imaginarlos en circunstancias indebidas era imposible, especialmente por la diferencia de edad.

―Es coreano, imbécil ―gritó Leah con molestia―. La coca sí que te ha dañado la nuez que tienes por cerebro.

―Merle, por favor relájate ―intervino Morales―, ¿sí? Ya tenemos muchos problemas.

―Sí, ya deja las estupideces ―apoyo T-Dog.

―¿Quieres saber de qué día hablo? ―Merle pareció haber recordado su problema con T-Dog volteándose a mirarlo.

―Sí ―pidió el moreno.

―Te diré cuál es el día, señor simpático ―hizo un ademán con sus manos―. ¡El día que reciba órdenes de un negro!

Y aquello fue la gota que derramó el vaso. Para Leah todo pasó en un abrir y cerrar de ojos.

Merle y T-Dog peleando.

Rick cayendo al suelo cerca de sus pies.

Todos intentando intervenir.

Merle apuntándole a T-Dog y de paso doblegando a todos.

Leah se agachó a ayudar a Rick. Ambos se miraron, sabiendo lo que sucedería a continuación.

―Ahora soy el jefe, ¿cierto? Sí ―Merle parecía satisfecho―. ¿Alguien no está de acuerdo? ¿Nadie?

―Yo no estoy de acuerdo, hijo de puta ―exclamó Leah a sus espaldas.

Merle giró dispuesto a hacerla tragar sus propias palabras, sin embargo, eso nunca sucedió. El golpe que Leah le propinó con su mismo rifle lo hizo caer de bruces al suelo, momento que Rick aprovechó para esposarlo.

―Maldita perra traicionera ―exclamó adolorido.

―Más respeto a la chica armada, Merle ―repitió las palabras antes dichas por el hombre conforme caminaba hacia sus amigos―. Es sentido común.

Todos se miraron, sorprendidos.

Un par de horas después en donde todo parecía ir de mal en peor para poder escapar de allí, solo les quedaba una opción...

Leah, observó asqueada lo que antes fue un ser humano. Las nauseas no tardaron en hacerse presente, pero las reprimió. Ella no era débil. Ella era fuerte y por eso mismo se había ofrecido a ir con Rick y Glenn, aunque este último quiso convencerla de quedarse. No iba a mostrar debilidad. No.

Cerró los ojos y evitó pensar en el horrible olor que se colaba por sus fosas nasales. Necesitaría bañarse con cloro luego de ese día.

―Diablos, maldición, esto sí que es horrible ―exclamó Glenn asqueado―, esto es muy malo.

―Cállate, Glenn o prometo que vomitaré y será peor ―informó Leah con una mueca.

―Piensen en otra cosa, perritos y gatitos ―Rick intentó ayudarles.

―Perritos y gatitos muertos ―habló pensativo T-Dog.

Aquello fue suficiente para que Leah y Glenn, vomitaran.

―Eso fue malvado, ¿qué demonios te ocurre? ―regaño Andrea a sus espaldas.

―La próxima vez, dejen que le partan el trasero ―apoyo Jackie a Andrea.

―Lo siento ―se disculpó T-Dog.

―Eres un idiota ―murmuraron Leah y Glenn recuperándose.

Minutos después se encontraban afuera, antes de empezar a caminar hacia la calle, Glenn se acercó a ella.

―Leah ―la llamó, ella lo miró―. No te alejes.

―Tú tampoco.

Los tres se miraron una última vez, para posterior empezar a caminar. Leah no pudo evitar congelarse unos segundos al ver al caminante detenerse a mirarlos.

Tal vez aún era demasiado cobarde para estar ahí, pero no le importaba admitir que su más grande miedo era convertirse en una de esas cosas.

Los recuerdos de su madre y el encontrarla convertida la atormentaban muchas noches. Quería recordarla con su sonrisa y feliz, no convertida en aquella cosa sedienta de carne humana.

No quería terminar así.

―Funciona. No puedo creerlo ―susurró Glenn.

―No hables ―pidió de igual manera Leah.

Ella se encontraba caminando en medio de ambos.

―No. Llamen. La. Atención ―pidió Rick en murmullos.

El corazón de Leah empezó a latir más deprisa al sentir un caminante a su lado; mirándola, para luego seguir su camino. La tranquilidad llegó de nuevo a su cuerpo, pero no por mucho tiempo.

Una gota de lluvia salpicó en su mejilla, seguido de muchas más.

La lluvia, empezó a empapar todo su cuerpo borrando la sangre y por ende el mal olor con el que se estaban mezclando entre aquellos seres.

Los caminantes empezaron a olfatear a su alrededor.

―¿Se está yendo el olor? ¿No es así? ¿Se nos está yendo? ―preguntó preocupado Glenn.

―No, no es así ―Rick intentó convencerlos de que todo estaría bien, aunque parecía que se lo decía más a él.

―Rick, no mientas ―pidió ella.

―Bueno, quizás...

Antes de que alguno pudiera decir algo más el ataque del caminante a sus espaldas dispuesto a atacarlos, lo confirmó. Sin pensarlo dos veces, Rick le clavó su hacha en la cabeza.

―¡Corran! ―les gritó.

Leah y Glenn se miraron antes de soltarse a correr.

Mientras Rick y Glenn abrían camino entre los caminantes, ella los esquivaba.

Los tres corrieron hasta el portón de malla. Internamente Leah agradeció todos los ejercicios que su padre le obligaba a realizar de pequeña, sin problema alguno logró escalar la malla.

―¡Apúrense! ―exclamó deshaciéndose de la gabacha con los restos del caminante.

Conformé ella y Glenn buscaban las llaves de cualquier camión, a sus espaldas Rick disparaba.

―¡Esas! ―gritó señalando las llaves, Glenn las tomó sin dudar para lanzarlas con Rick.

Glenn la ayudó a subir al camión.

―Vamos, vamos, vamos ―pidió en exclamaciones el chico.

Y, entonces, la malla que los dividía cedió por fin.

Rick encendió el auto y se alejaron de la zona. Al inicio Leah y Glenn creyeron que abandonarían a sus amigos, pero pronto Rick le explico lo que harían.

Leah cubrió con las palmas de sus manos sus oídos al igual que Glenn.

―Vayan con cuidado ―pidió Rick una vez logró encender el auto.

Ambos asintieron.

―Tú igual, cuídate, Rick ―se despidió Leah.

Glenn aceleró.

―Las puertas elevadizas que dan a la calle, estén ahí y prepárense ―Glenn sacó su radio para informar a los demás.

Eso podía resultar un buen plan o una mierda, pensaba Leah.

Tal vez morirían, no era loco pensarlo. Un caminante podía morder a Glenn o colarse por su rota ventana y en un abrir y cerrar de ojos seria su fin.

―¡Glenn te pasaste! ―exclamó Leah mirando hacia atrás.

―Claro que no, bonita ―susurró Glenn con una sonrisa antes de hacer cambio y dar marcha atrás―. Todo está perfectamente calculado.

Glenn detuvo el auto por unos segundos que parecieron eternos, los caminantes se acercaban cada vez más al punto de poder tocar las ventanas.

―Vamos, vamos, vamos ―murmuró nervioso Glenn.

Empezó a retroceder poco a poco.

―Acérquense, acérquense ―siguió hablando―. Vamos, vamos.

―Creo ya tenemos su atención ―murmuró Leah.

Glenn asintió, giró el volante y acomodó el auto para ya alejarse de ahí.

Minutos después y luego de por fin haber despistado a la horda, ambos iban riendo por las desoladas calles de la autopista de Atlanta.

Leah se inclinó sobre su asiento para besar a un eufórico Glenn; el no dudo en corresponder.

Tal vez ambos no estaban seguros de lo que sentían por el otro, pero sin duda alguna eran un gran equipo. 

Primer capítulo listo, espero les guste. 

No se olviden de comentar y votar que les parece.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro