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ᴘʟᴀɴ ᴇɴ ᴍᴀʀᴄʜᴀ

La Plaza Central de la Capital bullía de actividad, miles de mujeres se congregaban frente al imponente balcón del Castillo Real, ansiosas por escuchar las palabras de su amada reina. Un mar de rostros expectantes se alzaba hacia la figura solitaria que emergía ante ellos, ataviada en un majestuoso vestido blanco y dorado que resaltaba su belleza natural.

Noelle Silva, la Reina regente del Trébol, se paró frente a su pueblo con la gracia y la seguridad de quien ha nacido para gobernar, su rostro no mostraba más que serenidad y determinación.

    — Queridas ciudadanas —comenzó, amplificando su voz su voz, con magia de una de sus asistentes, llegando a escucharse hasta el último rincón de la plaza—. Les he convocado hoy aquí para compartir con ustedes noticias de suma importancia para el futuro de nuestro amado reino.

Un silencio expectante cayó sobre la multitud, todos los ojos de las féminas se clavaron cuales clavos en la figura real que se erguía ante ellos.

    — Como bien saben, hace cinco años nuestra nación se vio azotada por una tragedia sin precedentes —continuó Noelle, su expresión se ensombreció levemente al recordar aquellos días oscuros—. La misteriosa desaparición de todos los hombres nos dejó sumidas en la incertidumbre y el dolor.

Murmullos de asentimiento y pesar se elevaron entre las mujeres, muchas de ellas aún llevaban luto por los seres queridos que habían perdido.

    — Pero hoy, mis queridas hermanas, vengo a traerles un rayo de esperanza en medio de la oscuridad —anunció la reina, su voz se elevó con renovada fuerza—. ¡Un hombre ha sobrevivido a la catástrofe!

Un jadeo colectivo se escuchó en la plaza, seguido de un estallido de murmullos incrédulos y excitados.

    — ¿Un hombre?

    — ¿Es posible?

    — ¡Yo lo vi! ¡Les dije que era real!

    — ¿Quién es? ¿Cómo sobrevivió?

    — ¡Silencio! —ordenó Noelle, alzando una mano para acallar el creciente alboroto—. Sé que esta noticia es difícil de asimilar, pero les aseguro que es cierta. El hombre en cuestión es nada menos que... Asta, el antiguo vicecapitán de los Toros Negros y héroe del reino.

Ante la mención de aquel nombre legendario, la multitud estalló en vítores y gritos de júbilo.

    — ¡Asta está vivo!

    — ¡Alabados sean los dioses!

    — ¡Él nos salvará!

    — ¡Con su ayuda podremos repoblar el reino!

    — ¡Yo quiero ser la primera en tener sus hijos!

    — ¡No, yo lo haré! ¡Merezco ser la madre de la nueva generación!

    — ¡Espero que se prepare!

    — ¡Por fin, ya me estaba aburriendo del sexo lésbico!

    — ¡Quiero ese pene!

    — ¡Atrápenlo y que sea nuestro esclavo sexual!

La plaza se convirtió en un hervidero de voces femeninas que se alzaban para reclamar su derecho a yacer con el último hombre vivo. Algunas incluso comenzaron a empujarse y forcejear entre sí, dispuestas a llegar a las manos por la oportunidad de aparearse con Asta.

    — ¡BASTA! —tronó Noelle, su magia se elevó en una onda expansiva que silenció instantáneamente a la multitud—. ¡Compórtense como las mujeres civilizadas que son!

Avergonzadas, las mujeres bajaron la mirada y murmuraron disculpas entre dientes. Noelle suspiró, masajeando sus sienes para aliviar el dolor de cabeza que amenazaba con asentarse.

    — Entiendo su entusiasmo, pero deben comprender que la reproducción de nuestra especie es un asunto delicado que requiere una cuidadosa planificación —explicó con paciencia—. En este momento, Asta es la persona más importante del mundo, y su seguridad y bienestar son nuestra máxima prioridad.

La multitud asintió a regañadientes, comprendiendo la gravedad de la situación.

    — Mis consejeras y yo estamos trabajando en un plan para garantizar la supervivencia de nuestra raza —aseguró Noelle, con la voz cargada de determinación—. Pero hasta entonces, les pido paciencia y confianza. Juntas, superaremos esta crisis y construiremos un futuro brillante para las generaciones venideras.

Un aplauso atronador se elevó en la plaza, las mujeres vitoreaban el nombre de su reina con renovada admiración y lealtad. Noelle sonrió, sintiendo cómo la esperanza volvía a florecer en su corazón.

    — Eso es todo por ahora, mis queridas hermanas —concluyó, inclinando la cabeza en señal de despedida—. Que la paz y la fuerza las acompañen en estos tiempos difíciles —se aclaró la garganta— ¡Larga vida al Reino del Trébol!

Con una última ovación, la multitud comenzó a dispersarse lentamente, cada mujer se perdió en sus propios pensamientos y sueños sobre el futuro que les aguardaba. Noelle se retiró del balcón con paso cansado, sintiendo cómo el peso de sus responsabilidades se asentaba sobre sus hombros una vez más.

Mientras caminaba por los suntuosos pasillos del castillo, su mente divagaba en el futuro que le esperaba al reino y al resto del mundo, pues la noticia de que hay un hombre vivo solo decidió compartirla con su pueblo. Los demás reinos son inconscientes de que hay un hombre con vida.

Perdida en sus pensamientos, la reina no se dio cuenta de que había llegado a su destino hasta que estuvo frente a la puerta de la habitación real. Con un suspiro, empujó la puerta y entró, encontrándose cara a cara con su reflejo...

O más bien, con la mujer que podría haber sido su reflejo, de no ser por las sutiles diferencias en su postura. Noelle Silva, la verdadera reina del Trébol, yacía recostada en su cama con una expresión de dolor y agotamiento.

    — Gracias, madre —murmuró Noelle, dejándose caer en una silla junto a la cama—. Me salvaste allá afuera. «Maldito Bakasta —pensó con una mezcla de irritación y anhelo—. Incluso ahora sigues volviéndome loca».

Acier Silva, la matriarca de la familia y madre de Noelle, soltó una risita divertida.

    — No es nada, cariño —aseguró, acariciando el cabello de su hija con ternura—. Para eso estamos las madres, ¿no? Además, cualquiera nos confundiría. Parecemos hermanas gemelas.

La albina sonrió, agradecida por la presencia reconfortante de su madre. Sabía que los días venideros serían un desafío constante, pero con el apoyo de Acier y la determinación de Asta, estaba segura de que podrían superar cualquier obstáculo.

Acier se sentó en el borde de la cama, observando a su hija con una mezcla de preocupación y curiosidad. Noelle había estado actuando de manera extraña el día de ayer, y su madre estaba decidida a llegar al fondo del asunto.

    — Entonces, cariño... —comenzó con suavidad, tratando de ocultar la diversión en su voz— ¿Cómo te fue con Asta ayer?

Noelle se sobresaltó ante la pregunta, sus mejillas se tiñeron de un rojo intenso al recordar los apasionados momentos que había compartido con el caballero de la antimagia.

    — Yo... Eh... —balbuceó, evitando la mirada inquisitiva de su madre— estuvo bien, supongo. Hablamos un poco y luego... bueno, ya sabes...

Acier enarcó una ceja, una sonrisa pícara se dibujó en sus labios.

    — Oh, ya veo. Así que "hablaron", ¿eh? —remarcó con un tono sugerente—. Y dime, ¿ese "hablar" te dejó sin poder caminar hoy?

    — ¡MADRE! —chilló la albina, su rostro ahora de un rojo tan brillante que podría haber iluminado toda la habitación—. ¡No es lo que piensas!

Pero la risa cristalina de Acier llenó el aire, dejando claro que no se creía ni una palabra.

    — Tranquila, cariño. Es normal que toda mujer tenga necesidades... especialmente cuando se trata de un hombre tan guapo y valiente como Asta —le guiñó un ojo—. Supongo que tendré que empezar a tejer chambritas para mi futuro nieto, ¿no?

Noelle dejó escapar un gemido mortificado, cubriéndose el rostro con las manos.

    — Por favor, no sigas. Esto es demasiado vergonzoso...

Acier se acercó a su hija y la envolvió en un abrazo reconfortante, acariciando su cabello con ternura.

    — Oh, Noelle. No tienes nada de qué avergonzarte —la tranquilizó con suavidad—. Luchaste mucho para proteger a Asta estos años, visitabas ese laboratorio todos los días... tanto que no me dejaste ir a verlo ayer.

La menor de los Silva se relajó en los brazos de su madre, permitiendo que sus palabras la reconfortaran. Pero entonces, un pensamiento repentino la hizo tensarse.

    — Espera... ¿Quieres decir que tú también quieres...? —dejó la pregunta sin terminar, mirando a su madre con los ojos muy abiertos.

Acier se encogió de hombros al tiempo que una sonrisa pintaba sus facciones.

    — Bueno, Asta me salvó del control de Lucius. Creo que lo menos que puedo hacer es agradecerle personalmente, ¿no crees? —le dio un codazo juguetón a su hija—. Además, siempre quise saber qué se siente estar con un hombre más joven y vigoroso...

    — ¡No, no, no! ¡De ninguna manera! —exclamó la albina, negando frenéticamente con la cabeza—. ¡No puedes hacer eso, madre!

Acier soltó una carcajada ante la reacción escandalizada de su hija.

    — Vamos, Noelle. No es como si tuviéramos muchas opciones en este momento —señaló—. Asta es el último hombre sobre la Tierra. Tendremos que compartirlo, quieras o no.

La menor de los Silva dejó escapar un bufido indignado, cruzándose de brazos con un puchero en los labios.

    — Esto es increíble. Mi propia madre, tratando de robarme a mi...

Pero antes de que pudiera terminar la frase, una ola de náuseas la invadió repentinamente. Su rostro se tornó pálido y se llevó una mano a la boca, tratando de contener las arcadas crecientes en su interior.

Acier, reconociendo las señales, reaccionó con rapidez. Con un movimiento fluido de su magia de acero, creó una cubeta justo a tiempo para que su hija vomitara violentamente en ella.

    — ¡Noelle! ¿Estás bien? —preguntó alarmada, sosteniendo el cabello de su hija mientras ella seguía vaciando el contenido de su estómago.

Después de lo que pareció una eternidad, la albina finalmente se enderezó, limpiándose la boca con el dorso de la mano. Pero cuando bajó la mirada hacia su cuerpo, se quedó paralizada por la impresión.

Su vientre, antes plano y tonificado, ahora mostraba una pequeña pero inconfundible curva. Era como si hubiera crecido unos pocos centímetros en cuestión de minutos.

    — Qué... ¿Qué me está pasando? —murmuró con voz trémula, acariciando su abdomen con las manos temblándole cual adicto sin su dosis.

La matriarca de los Silva, tan sorprendida como ella, se acercó para examinarla. Fue entonces cuando notó una mancha oscura que se extendía por la parte delantera de la blusa de dormir de Noelle.

    — Cariño, tu blusa... —señaló su pecho con un hilo de voz.

Su hija bajó la mirada y dejó escapar un jadeo ahogado. Sus pechos los sentía muy hinchados y sensibles, estos estaban empapando la tela con un líquido blanquecino. Se quitó la blusa, exponiendo sus senos, y entonces lo vio: sus pezones hinchados y enrojecidos, goteando leche.

    — Esto... Esto no es posible... —balbuceó, su mente se negaba a aceptar lo que sus ojos veían.

    — Creo que estas embarazada —dedujo Acier.

Noelle empezó a confundirse en sobremanera.

    — ¿Cómo puedo estar embarazada y lactando si apenas fue anoche que...?

Acier, tan desconcertada como su hija, solo atinó a abrazarla con fuerza, tratando de calmar los temblores que sacudían su cuerpo.

    — Tranquila, mi amor. Todo va a estar bien —le susurró al oído, aunque ni ella misma estaba segura de sus palabras.

Vanessa entró a la base de los Toros Negros, aún perdida en sus pensamientos sobre el apasionado encuentro que había compartido con Asta la noche anterior. Una sonrisa soñadora se dibujaba en sus labios mientras recordaba cada momento intimo que habían experimentado juntos.

Pero su ensoñación se vio abruptamente interrumpida cuando sus ojos se posaron en la figura que yacía en el sofá de la sala común. Grey, completamente desnuda y con una expresión de pura satisfacción en el rostro, parecía estar recuperándose de su propio encuentro sexual.

    — ¿Grey? —preguntó Vanessa, parpadeando sorprendida ante la escena frente a ella.

La aludida se sobresaltó al escuchar su nombre, cubriéndose rápidamente con una manta cercana. Sus mejillas se tiñeron de un rojo intenso al darse cuenta de que había sido descubierta en una posición tan comprometedora.

    — ¡V-Vanessa! —tartamudeó, evitando la mirada inquisitiva de su compañera—. Y-Yo... Esto no es lo que parece...

Pero la pelirosa simplemente rodó los ojos, una sonrisa conocedora se formó en sus labios.

    — Déjame adivinar... ¿Asta? —inquirió con un tono pícaro.

El sonrojo de Grey se intensificó aún más, confirmando las sospechas de Vanessa sin necesidad de palabras. La bruja soltó una risita, negando con la cabeza en un gesto de fingida exasperación.

    — Ese chico es insaciable —comentó con un suspiro dramático—. Bueno, ¿has visto a nuestro semental residente? Tengo algunas noticias que compartir con él.

Grey señaló hacia las escaleras, indicando que Asta había subido momentos antes. Vanessa le agradeció con un guiño y se dirigió hacia la segunda planta, siguiendo los ruidos que provenían de una de las habitaciones.

Vanessa se acercó a la puerta entreabierta, siguiendo los inconfundibles sonidos de pasión que emanaban desde el interior –¡chup!, ¡chup!, ¡chup!, ¡slap!, ¡slap!, ¡slap!–. Con una sonrisa pícara en los labios, empujó suavemente la madera, revelando la escena que se desarrollaba ante sus ojos.

Asta y Marie se hallaban entrelazados entre las sábanas, con ambos cuerpos desnudos y resplandecientes –perlando el sudor en sus pieles–, acoplados, terminando el coito. Lejos de experimentar vergüenza y pudor por ser sorprendidos, parecían inmersos en la bruma del placer, ajenos a todo lo que los rodeaba.

Vanessa abrió los ojos como platos, mientras terminaba de presenciar la escena.

Marie se desmoronó con último y estruendoso chillido de deleite sobre el torso de Asta al tiempo que este último eyaculaba, inundándola con su semilla caliente. Ella, a su vez, liberó sus propios jugos, humedeciendo el lecho del macho con el néctar de su pasión. En ese momento, ambos compartían la misma postura, con el chico tendido boca arriba y la rubia encima de él, cabalgándolo como si fuera el propio Pegaso, mientras se aferraba a sus cabellos.

El joven envolvió a Marie en sus poderosos brazos, sellando su unión con un dulce beso en su sudorosa frente, mientras sus jadeos se tornaban paulatinamente menos acelerados, sumiéndose juntos en la calma post-coital.

Y con un último gemido extasiado, Marie se dejó caer sobre el pecho de Asta, acurrucándose contra él como un gatito satisfecho. El joven la envolvió en sus brazos, depositando un tierno beso en su frente mientras sus respiraciones se normalizaban.

   — Ejem... —carraspeó Vanessa, anunciando su presencia con una sonrisa entre divertida e incrédula—. Lamento interrumpir... tortolitos.

Asta y Marie se giraron hacia ella, con sus rostros aún sonrojados por la pasión recién consumada. Lejos de sentirse avergonzados, le dedicaron sendas sonrisas de bienvenida.

    — ¿Cómo te fue, Vanessa-neesan? —inquirió Asta, acomodando la almohada debajo de su nuca y acariciando distraídamente la espalda desnuda de Marie, que emitió un ronroneo de placer, su piel parecía cobrar vida ante cada caricia. La luz del sol matutino se colaba por las rendijas de las cortinas, dibujando patrones en el rostro cansado de la chica.

La bruja soltó una carcajada, entrando por completo en la habitación con la gracia propia de los gatos, cerrando la puerta suavemente detrás de ella.

    — Por lo que veo, no has perdido el tiempo, ¿eh, Asta? —bromeó, escrutándolo con la mirada al tiempo que se sentaba en el borde de la cama. Las sábanas se movieron ligeramente, liberando un olor a sexo reciente que flotaba en el ambiente húmedo—. Pero no te preocupes, no soy quién para juzgar. Después de todo, anoche nosotros también...

    — Sí, realmente lo disfruté —afirmó Asta sin recato, estirando sus brazos musculosos, adornados con cicatrices que contaban historias de batallas pasadas—. Algo que, a juzgar por tu cara, ya sabes demasiado bien.

    — Los escuché —habló Marie, su voz suave y calida acarició el pectoral de Asta—. Luego en la mañana con Grey-san. Y ahora... —se detuvo, mirando a Asta con una expresión de satisfacción.

    — Si que eres un semental —dijo la pelirosa, soltando una risa burlona—. Asta —Se levantó de la cama y se acercó a él, su mano tocó su hombro con un tacto suave.

Asta sonrió, sintiéndose completo después de una mañana muy activa.

    — Entonces, ¿qué novedades nos traes, Vanessa-taichō? —preguntó la rubia, recordando que Vanessa asistió al aviso de la reina.

La pelirosa se puso seria de repente, recordando el motivo de su visita.

    — Bueno, acabo de regresar del discurso de Noelle —informó con un suspiro—. Y déjenme decirles que fue toda una revelación...

Asta y Marie intercambiaron miradas curiosas, instando a Vanessa a continuar.

    — Resulta que nuestra querida reina ha anunciado públicamente la existencia de Asta —explicó la bruja—. Y no solo eso, sino que también reveló que él es nuestra única esperanza para salvar a la humanidad de la extinción.

Los ojos de Marie se abrieron como platos ante esa información.

    — ¿Quieres decir que Asta...? —dejó la pregunta sin terminar, mirando al joven con una mezcla de asombro y admiración.

Vanessa asintió con una sonrisa pícara.

    — Así es, querida. Nuestro Asta es oficialmente el último hombre sobre la Tierra y el salvador de la humanidad —confirmó con una expresión traviesa—. Y por lo que he oído, la reina y sus consejeras están trabajando en un plan para asegurarse de que cumpla con su deber de repoblar el mundo.

Asta tragó saliva ruidosamente, sintiendo cómo un sudor frío le recorría la espalda, recordando la magnitud de su nueva responsabilidad.

    — Oye, Asta... —murmuró Vanessa, mirándolo con curiosidad—. ¿Noelle ya te comentó algo sobre este plan?

El joven negó con la cabeza, frunciendo el ceño con confusión.

    — No, no me dijo nada al respecto —admitió, rascándose la nuca—. Anoche estuvimos... ocupados con otras cosas.

Vanessa soltó una risita, lanzándole una mirada cómplice a Marie.

    — Bueno, tampoco es que el plan sea muy difícil de imaginar, ¿no? —bromeó la pelirosa, moviendo las cejas sugestivamente.

    — Creo que ya está en marcha —añadió Marie, besando suavemente el fornido cuello del cenizo.

    — Si así serán todos los días, no tengo nada de lo que quejarme —Asta cerró los ojos, disfrutando de los suaves y tiernos besitos que la chica depositaba sobre su cuello y rostro, sintiendo cómo cada uno de ellos enviaba una oleada de calidez a través de su cuerpo.

    — Viéndolo así, eres la persona más suertuda del planeta, ¿no lo crees? —la bruja se acercó a él con un movimiento grácil y comenzó a acariciar el rostro del cenizo con dedos delicados, trazando las líneas de sus facciones que denotaban un puro gozo ante las atenciones recibidas.

    — Lo malo es que hay que compartirlo, Vanessa-taichō —secundó Marie con un tono juguetón, mientras se acurrucaba de nueva cuenta al lado del chico, buscando su cercanía y el calor reconfortante que emanaba de su cuerpo.

Vanessa, con una sonrisa enigmática en sus labios, deslizó sus manos hacia los hombros de Asta y comenzó a acariciarlos suavemente, sus dedos danzaron sobre la piel del Asta en un toque casi hipnótico.

    — Él es el último hombre... —soltó Vanessa en un susurro cargado de significado, mientras continuaba con sus caricias en los anchos hombros del pelicenizo—. Tiene el destino de nuestra especie en sus hombros.

Asta, al escuchar esas palabras, no pudo evitar hacer una pequeña mueca. Vanessa, siempre atenta, se percató de inmediato de aquel sutil cambio en la expresión del joven...

    — Asta, ¿estás seguro de que te sientes bien? —preguntó con suavidad—. Con toda la actividad sexual que has tenido en las últimas horas, me preocupa que puedas colapsar de agotamiento. O te termines secando.

El cenizo le dedicó una sonrisa tranquilizadora, flexionando sus músculos en un gesto apaciguador.

    — ¡Estoy mejor que nunca, Vanessa-neesan! —aseguró con entusiasmo—. Ya sabes que tengo energía de sobra. Y más ahora.

Pero la bruja no parecía del todo convencida. Con un suspiro, se levantó de la cama y les lanzó una mirada significativa.

    — Aun así, creo que sería prudente que le bajes un poco al ritmo, Asta —aconsejó con seriedad—. No queremos que nuestro salvador se desmaye a mitad de su importante misión, ¿verdad?, o termines sin testículos.

    — No tienes de que preocuparte, Vanessa-neesan —calmó el joven, rascándose la mejilla con una sonrisa—. Enserio me siento genial.

    — Bien, me alegra oír eso —asintió la bruja, satisfecha—. Ahora, ¿qué les parece si se visten y bajamos a comer algo? Después de tanto... "ejercicio", deben estar hambrientos.

Vanessa y Asta salieron de la base de los Blackbulls, con el sol de la tarde bañando sus rostros con su cálida luz dorada. La bruja sostenía su escoba con confianza, lista para emprender el vuelo hacia la capital.

    — Espera un momento, Asta —habló de repente, con un brillo travieso en los ojos—. Tengo algo para ti...

Vanessa miro al cenizo, mientras ella sacaba un paquete de su bolsa y se lo entregaba con una sonrisa conspiratoria.

    — ¿Qué es esto, Vanessa-neesan? —preguntó, desenvolviendo el misterioso regalo.

 Al abrirlo, Asta se encontró con una especie de capucha larga que parecía cubrir todo el cuerpo.

    — Es un disfraz que tejí para ti —explicó Vanessa con una sonrisa astuta—. Con esto puesto, podrás pasar desapercibido en la capital sin que las mujeres enloquezcan al verte.

Asta examinó la prenda con asombro, maravillado por la habilidad y previsión de la bruja.

    — ¡Wow, Vanessa-neesan! ¡Eres increíble! —exclamó con entusiasmo, poniéndose rápidamente la capucha—. ¡Con esto, podré moverme por la ciudad sin problemas!

La bruja rio suavemente, complacida al ver la alegría en el rostro de Asta.

    — Bueno, no podemos permitir que nuestro salvador sea acosado por una horda de mujeres en celo, ¿verdad? —bromeó, mordiéndose el labio con picardía.

Asta asintió, rascándose la nuca con una sonrisa despreocupada.

    — Gracias, Vanessa-neesan. No sé qué haría sin ti.

    — Probablemente tropezar con tus propios pies y causar un alboroto —rio ella, sacudiendo la cabeza con cariño—. Pero para eso estoy aquí, para cuidar de ti.

Con un gesto de invitación, Vanessa le indicó a Asta que se subiera a la escoba detrás de ella. El joven obedeció de inmediato, aferrándose a la cintura de la bruja mientras se elevaban en el aire.

Mientras surcaban el cielo en dirección a la capital, Vanessa y Asta conversaron sobre los últimos acontecimientos y lo que el futuro podría depararles.

    — Entonces, ¿cómo te sientes al ser el último hombre sobre la Tierra? —preguntó Vanessa, mirando a Asta por encima del hombro con una sonrisa comprensiva.

El joven suspiró, su expresión se tornó pensativa bajo la capucha.

    — Honestamente, aun no termino de asimilarlo —admitió en voz baja—. Sé que todas cuentan conmigo para salvar a la humanidad, pero... ¿y si no estoy a la altura? ¿Y si les fallo?

Vanessa extendió una mano hacia atrás, encontrando la de Asta y entrelazando sus dedos en un gesto reconfortante.

    — No les fallarás, Asta. Nunca lo has hecho —aseguró con convicción—. Eres el hombre más fuerte, valiente y determinado que he conocido... si alguien puede superar este desafío, eres tú.

Asta apretó su mano agradecido, sintiendo cómo las palabras de Vanessa le infundían una nueva fuerza.

    — Gracias, Vanessa-neesan. No podría hacer esto sin tu apoyo... sin el apoyo de todas ustedes.

    — Para eso está la familia, ¿no? —sonrió ella, apretándole la mano con cariño—. Siempre estaremos a tu lado, Asta. En las buenas y en las malas.

Continuaron volando en un cómodo silencio, disfrutando de la cercanía que compartían. Pero antes de llegar, divisaron un hermoso prado debajo de ellos, Vanessa esbozó una sonrisa traviesa y comenzó a descender.

    — Oye, Asta... ¿Qué te parece si nos tomamos un pequeño descanso antes de llegar a la capital? —ronroneó sugestivamente.

El joven tragó saliva, sintiendo cómo su cuerpo reaccionaba ante la insinuación en la voz de Vanessa.

    — Umm... Claro, Vanessa-neesan —accedió comenzando a acariciar la cintura de la bruja—. Lo que tú digas

Con una risita complacida, la bruja aterrizó suavemente en medio del prado y cual felina se bajó de la escoba con un movimiento grácil. Se giró hacia Asta y, sin decir una palabra, lo tomó de la mano y lo guio hacia la privacidad de unos árboles cercanos...

Una vez ocultos de posibles miradas indiscretas, Vanessa se deshizo rápidamente de la capucha que cubría a Asta, revelando su rostro y su expresión anhelante. Sin perder tiempo, capturó sus labios en un beso apasionado, enredando sus dedos en el cabello cenizo del joven.

Asta correspondió con igual fervor, sus manos recorrieron las curvas de las nalgas de Vanessa mientras la estrechaba contra sí. La necesidad crecía entre ellos como una marea imparable, consumiendo todo pensamiento coherente.

Entre besos húmedos y toqueteos cada vez mas intensos y urgentes, se deshicieron de sus ropas en un abrir y cerrar de ojos, ansiosos por sentir la piel del otro.

Asta no se resistió al ver el pezón de la pelirosa, erecto y rosadito, lo capturó entre sus dientes, luego lo lleno de sus babas anhelantes para comenzar a chuparlo con deseo

A medida que Asta acariciaba el pezón de la bruja con suavidad, éste se endurecía y sus senos se agrandaban cual globo llenándose de agua, preparando el camino para la sorpresa que vendría....

De repente, Vanessa notó como su cuerpo cambiaba entre la estimulación del chico: sus senos se hacían más sensibles, y su libido aumentaba en sobremanera.

Las succiones de Asta en su teta, se tornaron húmedas, sonidos acuosos llenaron el ambiente, pues hilillos de leche se escapaban del pezón, y logro vislumbrar la comisura de los labios del cenizo embarrados de leche, su rostro se tornó en una mueca de confusión y asombro. Vanessa miró a Asta con ojos interrogantes, sin comprender lo que sucedía.

Asta libero la teta de la prisión de su boca.

    — ¿Leche? —preguntó Asta, asombrado por la reacción corporal inesperada de la bella bruja—. Mmmm rico.

Vanessa asintió lentamente, sin apartar la mirada de su pecho que ahora manaba un fluido blanquecino en grandes cantidades. Asta, intrigado y excitado al mismo tiempo, se acercó a la gota de leche que se deslizaba por el pezón, y la lamió hambriento.

    — Tienes un sabor... distinto —comentó, sorprendido por la textura y el sabor ligeramente fuerte y dulce como el vino.

Vanessa, que ya se encontraba en un estado de extrema excitación, no pudo resistir la tentación de probarse a sí misma. Tomando su pezón entre sus dedos, presionó ligeramente, y la leche salió a borbotones, chorreando por su pecho y dibujando caminos por su vientre. Asta se percató de ello. Así que usando su dedo recolectó la leche que se encharcaba en el suave ombligo de la pelirosa, Vanessa abrió su boca y recibió su propio sabor.

Al probarse su cara se transformó en una mascara de puro placer.

    — Dios, soy yo... —susurró asombrada.

Asta no podía creer lo que veía: La imagen de Vanessa, tan bella y sensual, derramando leche de sus pechos –descendía en caminos pintando su abdomen, llegando hasta el elástico de sus calzones–, era demasiado atractiva. Sin pensarlo dos veces, se inclinó hacia ella con premura y su boca rodeó el pezón de nuevo, aspirando el fluido con avidez. La pelirosa se estremeció de placer, incapaz de articular una sola queja.

    — Estás deliciosa, Vanessa-neesan —susurró Asta, tomando el rol de un bebé sediento.

Vanessa se rindió al placer, sus gemidos se volvieron ruegos, sus dedos se enredaron en el cabello cenizo de Asta, apretando su cuero cabelludo con cada hambrienta succión. La sensación de la boca del muchacho en su pezón, sintiendo como la leche la abandonaba, fluyendo libremente, era indescriptible. Era como si su propio cuerpo la adorara, le ofreciera un regalo que solo Asta podía recibir.

    — Ahhhmm... sigue... no pares... —le rogó Vanessa, entre gemidos susurrantes.

Asta obedeció, succionando con fervor el pezón, mientras la leche fluía a raudales en su paladar, sus dedos traviesos se deslizaron por el vientre de Vanessa, acercándose a su intimidad. Con un movimiento seguro, se introdujeron debajo del elástico que la protegía, en busca de su clítoris. Al dar con él, notó inmediatamente la humedad que lo rodeaba y la sensibilidad extrema que poseía al Vanessa soltar un aullido de placer.

El pelicenizo comenzó a masajear suavemente el clítoris, en círculos al principio pequeños y después más amplios, provocando que la bruja se convulsara de placer, arqueando su espalda y temblando de pies a cabeza. Sus uñas se clavaron en la espalda del muchacho, instándolo a continuar, a profundizar en su tacto y a mamar con mayor hambre.

Vanessa se sentía desconocida, atrapada en una tormenta de sensaciones que la arrastraban sin control a tierras inexploradas. Nunca había experimentado nada similar; leche brotando de sus pechos de manera involuntaria, y la caricia de la boca de Asta en uno de sus pezones succionando la misma, la hacía sentir una oleada de calor que se extendía por todo su ser. Y ahora, con los dedos del hombre jugando con su clítoris, la sensación era aún más exquisita e insoportable.

Ella se entregó por completo al placer, sus piernas temblaban como las de un cervatillo recién nacido, junto al ritmo de las succiones de Asta. Sus jadeos se hicieron cada vez más agudos y frecuentes, su respiración se volvió muy irregular. El calor que sentía en su interior se concentró en un solo punto, listo para estallar.

Asta, consciente de la reacción de Vanessa, aceleró el ritmo de sus estimulaciones, chupando aún con más voracidad la leche dulce que le ofrecía su pecho junto al tacto en su clítoris volviéndose más rápido, círculos cada vez más y más pequeños, presionando aquí y allá, descubriendo cada rincón sensible que hacía que la bruja gritara de excitación.

    — ¡Ahhhh!, ¡Asta!

Con un grito ahogado, palomas y bichillos salieron volando y huyendo despavoridos, Vanessa alcanzó el orgasmo, liberando su dulce néctar vaginal, manchando la mano del chico y sus bragas en el delicioso proceso, alcanzo un clímax muy intenso a manos del muchacho que seguía amamantando. Las ondas de placer la recorrieron de la cabeza a los pies, y por un instante, todo se detuvo para ella que estaba sumergida en la sensualidad.

Sin dejar de mamar teta, Asta levantó la vista para verla, con ojos llenos de deseo y admiración. Vanessa, aun jadeando, le sonrió de una forma que decía todo sin pronunciar una sola palabra. Se sentía liberada, desnuda en el sentido más literal y figurado, disfrutando del hermoso vínculo que se estaba forjando entre los dos.

Cuando el alboroto se aplacó, Asta se separó de su pecho, permitiéndose respirar con normalidad. Lentamente se levantó y la ayudó a deshacerse de su calzón mojado, mostrando su vulva humectada y carnosa. Vanessa se sentía vulnerable, expuesta, pero al mismo tiempo ansiosa por recibir más atenciones.

Asta sabiendo que la bruja aún no estaba satisfecha, no se detuvo allí, su boca descendió por el abdomen plano de Vanessa, besando cada centímetro de su suave piel. El vapor de su aliento y el calor de sus besos provocaban espasmos en la bruja, haciéndola estremecer. Finalmente, sus labios tocaron la entrada a su interior, beso sus labios mayores y lamió suavemente sus labios menores, la degustó sin prisa, como a un dulce manjar.

Vanessa, incapaz de contenerse, respondió empujando la cara de Asta contra su vulva, ansiando sentir la penetración de su lengua. Y él la complació, introduciéndola lentamente en la entrada de su vagina, explorando su carne, catando su humedad, succionando el flujo vaginal con un afán que solo podía provenir del deseo más puro.

Suave al principio, empezó a acelerar el ritmo, a profundizarle el placer a la bruja, moviendo la punta de la lengua a su clítoris ya inflamado y erecto.

Las piernas de Vanessa se abrieron aun más, invitando implícitamente al chico a continuar chupando su dulce postre. Ella no podía creer la intensidad tan placentera que le proporcionaba el sexo oral. Su respiración se cortó en jadeos erráticos, sus manos se crisparon en la cabellera ceniza de Asta, guiando sus movimientos, demandando más placer.

Asta, atento a cada respuesta de la bruja, continuó su labor con devoción. Con maestría, manipuló su clítoris con los labios y la punta de la lengua, haciendo subir y bajar rápidamente aquel tejido eréctil, estimulándolo al máximo. Su sexo se contrajo al tiempo que gritos de placer agónico abandonaban su garganta mientras le llenaba la boca a Asta con los jugos de su orgasmo.

Pero no terminó allí.

Desnudo ante ella, Asta le mostró su pene erecto, que palpitaba inundado en excitación, estaba tan duro que le comenzaba a doler. Vanessa, aun jadeando y con los ojos semicerrados, sonrió indicándole al muchacho que se sentara, que ocupara la posición anterior de ella, y así lo hizo

Segundos después, la pelirosa se agachó lentamente, tomando el miembro del chico en su boca, sus ojos brillantes cuales clavos se clavaron en los de Asta, reflejando su deseo y determinación. Con suma delicadeza, tomó su miembro viril en sus manos y acercó su boca caliente y húmeda.

Asta jadeó suavemente al sentir la poca presión de los labios de Vanessa rodeándole el glande, que ya palpitaba con ansiedad. Ella sabía exactamente que hacer: Haría sentir el mismo placer que el joven le brindo minutos atrás.

Su boca se abrió un poquito más, permitiéndole que la punta de su lengua jugara con la carne delicada del glande. Comenzó a chuparlo con ternura, masajeando la base con sus dedos, creando un ciclo rítmico que le hacía perder la razón.

    — Ahora tú me darás tu leche, Asta —susurró Vanessa, elevando la pasión al límite. Su respiración se volvió jadeante, sus pechos subían y bajaban al ritmo de su emoción.

    — Ahh... Vanessa-neesan... —jadeaba el muchacho, totalmente entregado a las atenciones de la pelirosa— ¡Vanessa-neesan, Vanessa...ahh...nessan!

Asta no pudo evitar gritar su nombre al sentir la humedad de su boca y el calor de su aliento recorriendo su carne. Vanessa intensificó su acción, deslizando la lengua con habilidad por todo el miembro, saboreando cada centímetro de la dura longitud con suma avidez. Y entonces, sin previo aviso, metió la punta de la lengua en la uretra, provocando temblores que parecían convulsiones en el cenizo.

El líquido pegajoso o mejor conocido como pre – seminal empezó a fluir, y Vanessa no se lo pensó dos veces. Lo tragó con la hambre de una fiera en celo, bebiendo la esencia de su macho con gusto incontrolable, relamiéndose los labios ante el sabor entre salado y avinagrado. Asta la miraba, extasiado, con la cara roja de pura excitación, tenía sus ojos entrecerrados y la boca abierta liberando gemidos y jadeos. El tacto de la lengua de la bruja era exquisito, la humedad de su boca increíble, y la sensación de ser succionado con tanta voracidad lo hacía sentir vivo.

Vanessa continuó moviéndose de arriba abajo, absorbiendo la savia previa que brotaba del glande. Cada trago que daba con la punta de su lengua le hacía sentir que iba a estallar en mil pedazos, el placer era insoportable. Con cada latido de su corazón, la presión en sus bolsas testiculares crecía.

    — Córrete en mi boca, Asta —suplicó Vanessa, levantando la mirada, con los ojos vidriosos de deseo—. Quiero probar tu leche...

No podía resistir más, la excitación lo dominaba. Con un gemido animal, Asta soltó su semilla en la boca de Vanessa, quien la recibió con voracidad. La imagen de su rostro, manchado de semen y la sonrisa lasciva que le dedicó fue la gota que colmó el vaso.

La pelirosa tragó la carga de leche caliente con un sonido audible, lamiendo los restos que se le escapaban de los labios, y buscando el pene que aún tenía remanentes de su propio fluido. Su rostro reflejaba la satisfacción absoluta, y al ver la reacción de Asta, supo que lo estaba haciendo bien. Continuó chupando y lamiendo, asegurándose de no dejar nada atrás, ante esa acción, el cenizo se retorcía de placer, sus manos se anclaron en el cabello de la bruja, aferrándose a ella con la intensidad de su orgasmo.

Cuando por fin terminó, Asta se desplomó contra la hierba, exhausto y satisfecho. Vanessa se incorporó, sonriendo, y limpió la última gota de semen que caía por su barbilla con un dedo, que no dudó en meterse en la boca para no perderse ni una sola pizca de la nata del chico.

    — Creo que me convertiré en una adicta a tu sabor —murmuró, besando suavemente el abdomen del muchacho, subiendo entre besos, camino a sus labios.

Asta, aun sin aliento, la atrapó en un beso profundo, saboreando su propio sabor en la boca de Vanessa. La joven se subió a su pecho, acurrucándose contra él, sus respiraciones se fundieron en una sola.

    — Eres... —exhaló Asta, aun temblando— increíble, Vanessa-nessan.

Vanessa rió seductoramente, acariciando la mejilla del muchacho.

    — Y tú eres la comida que jamás me cansaré de probar —le susurró, bajando de nuevo su boca a su miembro, que ya empezaba a reaccionar al calor de su aliento—. Ahora, dime, querido ¿Quieres que te siga comiendo el pene?

Asta no respondió con palabras, solo con un ademan de aprobación. Vanessa sonrió y continuó con su delicioso festín, el chico gimió, cerrando los ojos y apoyando la nuca de Vanessa, guiando sus movimientos. Ella, decidida a corresponderle, continuó, acariciando sus testículos con delicadeza y profundizando la succión en su uretra. Sentía el latir de su vida en la punta de la lengua, y la idea le resultaba emocionante.

    — Ya no aguanto, Vanessa-neesan —habló Asta, entre jadeos.

    — Cógeme... Asta... métemela —rogó la bruja—. Mi vagina esta más que mojada.

Cuando Asta estuvo a punto de correrse, la apartó con suavidad y la empujó suavemente. Con la determinación de un guerrero que se dispone a conquistar, se posicionó entre sus piernas, la miró a los ojos y sin mediar una sola palabra, introdujo su miembro en la vagina de Vanessa.

    — Ahhhmmm...

Ella gruñó al sentir la penetración, sus paredes vaginales se adaptaron rápidamente al tamaño de Asta. Quien la embistió con lujuria, midiendo cada pulgada que entraba y salía, haciéndola sentir llena, poseída. Vanessa levantó las piernas y las envolvió alrededor de su cintura, anclando sus tacones en sus caderas, instándole a que no parara.

Asta la poseyó con un ritmo constante, cada embestida la hacia gritar y quejarse de placer. Vanessa se agarró al cuero cabelludo del chico, arqueando la espalda, intentando acercarse aún más a Asta, buscando la unión perfecta. El sonido de la carne chocando contra carne se fundía con sus jadeos y susurros, creando la melodía del sexo.

Con cada embestida, el miembro de Asta chocaba contra el fondo de su vagina, despertando sensaciones que Vanessa jamás hubiera imaginado. Ella se movía en sintonía con el muchacho, acelerando el ritmo, elevando sus caderas para que cada penetración fuera aún más profunda.

Su vagina se contrajo alrededor del pene de Asta, deseando retenerlo, absorberlo por completo. Los ojos de Vanessa adoptaron un brillo de puro placer, en ellos se reflejaba su libido, saco la lengua, denotando que estaba más que excitada y su pecho se alzaba y caía al compás de su propia respiración agitada.

Asta, viendo la cara de la bruja, supo que la estaba haciendo feliz, que la satisfacía. Con la determinación de un guerrero que lucha por su dama, se esforzó por darle aún más, por llevarla al umbral del gozo una vez más. Sus manos agarraron con fuerza sus nalgas, impulsándola en cada empuje.

De repente, Vanessa se tensó, su cara reflejó un placer intenso. Asta notó el cambio en su interior, la contracción muscular que anunciaba su cumplimiento. Con un rugido triunfante, aceleró el ritmo, dando lo que restaba de su energía en la conquista del placer de la pelirosa. Y en un instante, explotó en un orgasmo devastador, su vagina apretó el miembro invasor con tal fuerza que este no pudo evitar correrse, derramando su semilla a borbotones en su interior con un grito gutural.

Ambos quedaron tendidos en la hierba, permanecieron inmóviles por un instante, atrapados en la ola de placer que los envolvía –respiraciones agitada y pieles húmedas–. Lentamente, Asta se deslizó de encima de Vanessa, la miraba con los ojos brillando de satisfacción y cansancio. Ella sonreía, aun jadeando, sus brazos rodearon la cintura del muchacho, acariciando la piel delicada que se enfriaba a su alrededor.

Segundos después...

Asta y Vanessa se vistieron rápidamente, con las mejillas aún sonrojadas y la respiración entrecortada. La bruja ayudó a Asta a colocarse nuevamente la capucha, asegurándose de que no quedara ningún rastro de su identidad a la vista.

    — Ten cuidado, Asta —murmuró Vanessa, dándole una nalgada—. No dejes que nadie descubra tu secreto, ¿de acuerdo?

Asta asintió con una sonrisa, agradecido por la preocupación de la bruja.

    — Lo tendré, Vanessa-neesan. Gracias por todo.

Con un último beso de despedida, el joven se alejó del prado, internándose en las calles de la capital. Vanessa lo observó marcharse, con una mezcla de afecto y preocupación en su mirada.

    «Espero que Noelle sepa lo que está haciendo con este plan suyo —pensó, mordiéndose el labio con inquietud—. Asta ya tiene suficiente presión sobre sus hombros sin tener que cargar con el destino de toda la humanidad».

Sacudiendo la cabeza para alejar esos pensamientos sombríos, Vanessa se subió a su escoba y emprendió el vuelo de regreso a la base, con la esperanza de que todo saliera bien para su querido amigo.

Mientras tanto, Asta caminaba por las calles de la capital, maravillándose con el mundo que se desplegaba ante sus ojos. Por todas partes, veía a mujeres ocupándose de sus quehaceres diarios, riendo y conversando entre ellas como si nada hubiera cambiado.

Sin embargo, había sutiles diferencias que no pasaron desapercibidas para el joven. De vez en cuando, vislumbraba a dos mujeres compartiendo un beso apasionado en algún rincón, o caminando tomadas de la mano con miradas enamoradas. Era algo de esperarse en un mundo donde los hombres habían desaparecido.

También notó la omnipresencia de la reina en la ciudad. Por doquier, había carteles y letreros con su imagen, acompañados de frases de adoración y lealtad. "Larga vida a la reina Noelle, nuestra salvadora y guía", rezaba uno de ellos, con letras doradas sobre un fondo carmesí.

En los cielos, escuadrones de magas patrullaban en sus escobas, vigilando la ciudad cuales silenciosas centinelas. Sus uniformes, de un blanco inmaculado con detalles en plata, reflejaban la luz del sol y les daban un aire de poder y autoridad.

Asta continuó su camino hacia el castillo, con la determinación ardiendo en sus ojos esmeralda. Sabía que allí encontraría las respuestas que buscaba –saber del plan de la reina– y, con suerte, a la reina en persona.

Pero a medida que avanzaba, comenzó a sentir los efectos del suero que corría por sus venas....

Su mirada se desviaba involuntariamente hacia los escotes generosos de las mujeres que pasaban a su lado, o hacia la curva tentadora de sus traseros bajo las faldas.

    «Maldición, ahora no —se reprendió mentalmente, mordiéndose el labio con fuerza».

Apresurando el paso, Asta se internó en un callejón oscuro, buscando un momento de respiro para calmar su creciente excitación. Se apoyó contra la pared de ladrillos, cerrando los ojos e intentando regular su respiración, pero sus instintos le decían que saltara contra la primera mujer que se le cruzara y se la cogiera.

Tan concentrado estaba en su lucha interna, que no notó la figura que se acercaba a él desde las sombras. Solo cuando una mano delicada se posó sobre su hombro, Asta se sobresaltó, girándose bruscamente para enfrentar a la desconocida.

Se trataba de una mujer joven, de unos diecinueve años, con largos cabellos negros que caían en cascada hasta su cintura. Sus ojos, de un azul profundo como el océano, lo miraban con una mezcla de curiosidad y asombro.

    — ¿Asta? —susurró, con la voz teñida de incredulidad—. ¿Eres realmente tú?...

La mujer parpadeo un par de segundos...

    — ¡Kyaaa!...

El joven maldijo internamente, dándose cuenta de que su capucha se había deslizado en algún momento, revelando su identidad. Rápidamente, cubrió la boca de la mujer con su mano, impidiendo que gritara y atrajera la atención sobre ellos.

    — Shh, por favor —suplicó en voz baja, sus ojos verdes brillaron con urgencia—. No pueden saber que estoy aquí...

La mujer asintió lentamente, abriendo aun más sus ojos por la sorpresa. Asta retiró su mano con cautela, sin apartar la mirada de ella.

    — ¿Quién eres? —le preguntó en un susurro—. ¿Cómo sabes mi nombre?

Ella esbozó una sonrisa apologética, al tiempo que sus mejillas se teñían de un suave rubor.

    — Soy Aria Kira, una de las doncellas del castillo —respondió en voz baja—. Y todo el mundo conoce tu nombre, Asta. Eres una leyenda viviente... El último hombre sobre la Tierra.

El aludido tragó saliva, sintiendo cómo su corazón se aceleraba ante la mirada intensa de Aria. La cercanía de su cuerpo, el suave aroma a flores que desprendía su piel... Todo en ella parecía diseñado para tentarlo, para hacer flaquear su determinación.

    «Concéntrate, Asta —se reprendió mentalmente, cerrando los ojos por un momento para aclarar sus pensamientos—. Tienes que llegar al castillo y saber el plan, pero ella huele tan... bien».

Cuando volvió a abrir los ojos, su mirada había recuperado la firmeza y la resolución que lo caracterizaban –eso hizo aparentar.

    — Aria, necesito tu ayuda —declaró, tomando las manos de la joven entre las suyas—. Tengo que llegar hasta la reina Noelle sin ser descubierto. ¿Puedes guiarme hasta ella?

La doncella lo miró con sorpresa, pero rápidamente asintió con una sonrisa.

    — Por supuesto, Asta. Haré todo lo que pueda para ayudarte —prometió, apretando sus manos con calidez—. Sígueme, conozco un pasaje secreto que nos llevará directamente a los aposentos de la reina.

Con un último asentimiento, Aria se dio la vuelta y comenzó a guiar a Asta a través de los intrincados callejones de la ciudad, alejándose del bullicio de la calle principal. El joven la siguió de cerca, viéndole el trasero de vez en cuando. La doncella se movía con gracia y sigilo, guiándolo por un laberinto de corredores apenas iluminados por la tenue luz de las antorchas.

A medida que se adentraban en las profundidades del castillo, la cercanía entre ellos se hacía cada vez más evidente. En los pasajes angostos, sus cuerpos se rozaban constantemente, enviando descargas eléctricas por los cuerpos de ambos jóvenes.

El último hombre tragó saliva, sintiendo cómo el suero del Follador 3000 comenzaba a hacer efecto en su sistema. La fragancia embriagadora de Aria, mezclada con la adrenalina del momento, nublaba sus sentidos y hacía que su sangre hirviera con un deseo incontenible.

En un impulso, Asta tomó la mano de Aria y la atrajo hacia sí, aprisionándola contra una pared de piedra. La doncella jadeó sorprendida, pero rápidamente se relajó en sus brazos, sus ojos azules se tornaron un tanto más oscuros, con un anhelo que igualaba al suyo. La chica comenzó a sentir mucho calor en su vientre bajo, justo donde se encuentra el útero.

Sin decir una palabra, Asta capturó los labios de Aria en un beso apasionado, devorando su boca con una urgencia que rayaba en la desesperación. Ella respondió con igual fervor, enredando sus dedos en el cabello cenizo del joven mientras sus lenguas danzaban en una batalla por el dominio.

Las manos de Asta recorrieron el cuerpo de Aria con avidez, explorando cada curva y recoveco por encima de la tela de su vestido. La doncella gimió contra sus labios, arqueándose hacia él en una silenciosa invitación.

Sin romper el beso, Asta levantó la falda del vestido de Aria, acariciando la suave piel de sus muslos y arrancando suspiros entrecortados de su garganta que se perdían en su boca. Sus dedos encontraron la humedad cálida de su vulva, y con un gruñido de satisfacción, comenzó a acariciarle el clítoris con destreza.

    — Quiero...—susurró Aria, jadeando, sin apartarse de los labios de Asta, sus mejillas se tiñeron de rojo cuales cerezas por la excitación que la consumía.

    — ¿Qué? —preguntó Asta, con la respiración agitada, saboreando cada centímetro de la boca de la doncella.

    — Quiero...—repitió Aria— quiero que me desflores aquí y ahora.

Asta accedió implícitamente, retrocediendo lentamente, deslizando su rostro por el cuello de Aria, mordisqueando suavemente la nívea y suave piel. Su corazón latía con violencia en su pecho, la idea de poseer a la hermosa doncella en aquel instante era irresistible. Con movimientos desesperados, le quitó el vestido a la chica, descubriendo sus senos firmes y rosados, cuyos pezones se erguían por la excitación.

    — ¿Estás segura? —susurró Asta, su aliento caliente acarició el oído de Aria.

Ella asintió, con la mirada fija en los ojos verdes del chico, que brillaban con deseo. Asta se arrodilló ante ella, besando cada pulgada de piel expuesta a medida que iba descendiendo. Al llegar a su entrepierna, Aria abrió un poco las piernas, permitiéndole un acceso completo.

Con suaves movimientos, Asta separó los labios vaginales de Aria, desvelando la inocente perla que allí se encontraba, su himen: Suave, tierno e inexplorado. Siendo este un espejo del propio jardín prohibido que Aria ofrecía al último hombre.

Él podía sentir el calor y la humedad crecer en la vagina virgen que tenía ante él, lo que provocó que su miembro se tornara más duro que una roca, pugnando dolorosamente por salir a reclamar a la chica, a hacerla suya.

    — Por favor, Asta —suplicó Aria, sus manos se enredaron cuales lianas a la espalda del muchacho—. Tómame y dame un bebé.

Asta no pudo resistir más. Introdujo la punta de su dedo en la abertura húmeda, despacio, midiendo la reacción de Aria. Ella solo suspiró profundamente, empujando su pelvis contra la intrusión. Animado se bajó los pantalones, exponiendo su pene duro y pulsante, listo para tomar la inocencia de la joven.

    — Oh, Asta...—murmuró Aria, con la respiración cortada—. Sí... hazlo.

Asta apoyó su pene en el sexo de Aria, notando la tensión en su cara. Con un movimiento lento y deliberado, penetró en ella, viendo la barrera que la protegía por un instante. Con un empujón suave, desgarró su himen, haciéndola gritar de placer y dolor. La sangre del desflorecimiento manchó la piel de ambos sexos, siendo la evidente pérdida de la inocencia de Aria.

    — ¿Te duele? —preguntó Asta, deteniéndose brevemente.

    — Si... duele.

Asta la beso suavemente para calmarla, un beso suave como una pluma.

    — Tranquila, sé que vas a disfrutar de lo que sigue.

Aria asintió, las lágrimas de placer y dolor rodaron por sus mejillas. Asta continuó adentrándose en la doncella, centímetro a centímetro, escuchando sus jadeos y susurros. Su miembro se deslizaba en la humedad de la Kira, que se adaptaba a la invasión con cada empuje.

Una vez que estuvieron completamente unidos, Asta empezó a moverse lentamente debido a que la vagina tan estrecha de Aria lo apretaba en cada deslizamiento, a cada embestida el dolor desaparecía. Aria envolvió sus piernas alrededor de la cintura del muchacho, acelerando el ritmo, anhelando cada centímetro de placer que le ofrecía.

    — Ahh, Asta, si, si —gemía la Kira, clavando sus uñas en la espalda de su amante—. No pares, ahhh... por favor.

Asta no tenía intención de detenerse. Se movía contra ella con furia controlada, sus caderas chocando contra las de Aria en un ballet de deseo. La pared de piedra parecía temblar al compás de su unión, al compás del vaivén del mete – saca, reflejando el torrente de pasión que fluía entre los dos.

La doncella levantó la vista al techo, soltando la respiración en un grito de placer, con sus ojos cerrados en éxtasis. El libido se apoderó al completo de su ser, ondas de fuego que viajaban a lo largo de su columna vertebral y se desparramaban por cada nervio. Asta la besó apasionadamente, tragando sus gritos de placer, deseando que el sonido de sus gemidos se grabara en su memoria para la eternidad.

Su ritmo se volvió aún más salvaje, la pared del sótano reverberaba con cada choque de sus cuerpos.

Aria sentía que se elevaba, que flotaba en un mar de sensaciones desconocidas, cada movimiento de Asta la acercaba a la cumbre del placer. Y justo cuando creía que no podía soportarlo más, explotó en un orgasmo que la sacudió de la raíz de los pies a la punta del cabello. Su vagina se apretujó alrededor del pene de Asta aplastándolo deliciosamente, que no pudo contenerse y derramó su semilla adentro de ella, gritando su copiosa eyaculación. Llenando de vida el interior de la doncella.

Después de alcanzar juntos el clímax del placer, Asta y Aria permanecieron abrazados contra la pared, con sus cuerpos aún unidos y sus respiraciones agitadas mezclándose en la penumbra del pasillo. De la vulva de la chica, salía un líquido espeso rosado, siendo una mezcla del semen del chico y la sangre de su inocencia.

Se limpiaron rápidamente y luego se vistieron.

Una vez presentables, Aria guio a Asta hasta una bifurcación en el corredor, señalando el camino de la derecha.

    — Si sigues por ahí, llegarás directamente a los aposentos de la reina —murmuró con una sonrisa ladeada—. Yo debo regresar antes de que noten mi ausencia.

Asta asintió, tomando las manos de la doncella entre las suyas.

    — Gracias por todo, Aria —agradeció con sinceridad, depositando un suave beso en sus nudillos—. No podría haber llegado hasta aquí sin ti.

Ella se sonrojó, bajando la mirada con timidez.

    — Ha sido un placer ayudarte, Asta —respondió en voz baja—. Y no solo por... bueno, ya sabes.

Ambos rieron quedamente, compartiendo una última mirada cargada de anhelo.

    — Cuídate mucho —susurró Aria, acariciando la mejilla del joven con ternura—. Y buena suerte en tu misión.

Con un último beso de despedida, la doncella se alejó por el pasillo opuesto, dejando a Asta solo frente al laberinto de corredores que se extendía ante él.

El joven suspiró, pasándose una mano por el cabello revuelto. A pesar de la satisfacción física que aún hormigueaba en su cuerpo, no podía evitar sentir una creciente ansiedad ante lo desconocido. Hacia lo que le tenían preparado.

    «¿Liebe, estás por aquí? —llamó mentalmente a su hermano, esperando encontrar algo de consuelo en su presencia».

Para su sorpresa, la respuesta de Liebe fue un gruñido irritado.

    «Estoy comiendo galletas, no me molestes —espetó el demonio, con su voz resonando en la mente de Asta—. Estoy intentando borrar de mi memoria lo que vi ayer».

Asta parpadeó confundido, un rubor avergonzado coloreó sus mejillas al recordar sus encuentros apasionados del día anterior.

    «Oh, vamos, Liebe —se quejó con un puchero—. No es para tanto...».

    «¿Que no es para tanto? —repitió Liebe, incrédulo—. Tuve que presenciar cómo te apareabas como un animal. Creo que tengo derecho a un poco de paz mental y unas galletas».

El joven no pudo evitar soltar una carcajada ante la indignación de su hermano.

    «Está bien, está bien —concedió, levantando las manos en un gesto apaciguador a pesar de que Liebe no podía verlo—, te dejaré tranquilo con tus galletas. Pero si necesito tu ayuda...»

    «Sí, sí, ya sé — lo cortó el demonio, y Asta pudo imaginarlo rodando los ojos con exasperación—. Estaré aquí, listo para salvar tu trasero como siempre. Ahora, si me disculpas, tengo una cita con una galleta de chocolate».

Y con eso, Liebe cortó la comunicación telepática, dejando a Asta con una sonrisa divertida en los labios.

Pero su buen humor se desvaneció rápidamente al recordar la tarea que tenía por delante. Con un último suspiro, Asta se enderezó y comenzó a caminar por el pasillo de la derecha, internándose en el laberinto de corredores que lo llevarían hasta la reina.

Salió al exterior, abriéndose paso sigilosamente a través de los jardines del castillo, aprovechando las sombras de los setos y las estatuas para evitar ser detectado por las guardias. Con el corazón acelerado por la adrenalina, logró llegar hasta la base de la imponente estructura de piedra, deteniéndose un momento para contemplar la magnitud de la construcción.

    «Bien, aquí vamos de nuevo —se dijo a sí mismo, cuadrando los hombros con determinación».

Haciendo uso de su agilidad y fuerza sobrehumanas, el último hombre escaló la pared del castillo, encontrando apoyo en las grietas y salientes de la piedra. En cuestión de minutos, había alcanzado una de las ventanas superiores, la cual abrió con cautela para deslizarse en el interior.

Una vez dentro, Asta se tomó un momento para orientarse, tratando de recordar el camino que había tomado el día anterior en los aposentos de la reina. Decidió explorar un poco primero, con la esperanza de encontrar alguna pista o información útil.

Caminó por los pasillos suntuosamente decorados, ocultándose en los nichos y tras las cortinas cada vez que escuchaba pasos acercándose –su capucha yacía olvidada en algún rincón del laberinto subterráneo, dejando su identidad al descubierto.

Finalmente, Asta llegó a una amplia estancia, cuyas paredes estaban cubiertas por estanterías repletas de libros y frascos de diversos tamaños y colores. En el centro de la habitación, una figura familiar se movía de un lado a otro, aparentemente buscando algo entre los estantes...

Asta se acercó con cautela, tratando de distinguir los rasgos de la mujer a través de la tenue luz que se filtraba por las ventanas. Su cabello, de un plateado brillante, caía en cascada hasta su cintura, y su cuerpo voluptuoso se adivinaba bajo los pliegues de su vestido.

    — ¿Dónde estarán las medicinas? —murmuró la mujer para sí misma, su voz suave y melodiosa llenó el silencio de la estancia.

En ese momento, pareció percibir la presencia de Asta, ya que se giró hacia él. Sus ojos violetas oscuros, se abrieron con sorpresa al encontrarse con el rostro del muchacho.

    — ¿Noelle? —preguntó Asta, confundido por un instante ante el parecido sobrenatural entre ambas mujeres.

Pero rápidamente se dio cuenta de las sutiles diferencias que las distinguían. La mujer frente a él parecía mucho mayor que Noelle, con una madurez y una sabiduría en su mirada que solo otorgaban los años. Su cuerpo era ligeramente más voluptuoso, especialmente en la zona de las caderas, y su cabello estaba recogido en una elegante cola de caballo, a diferencia del de Noelle, que lo llevaba suelto.

La mujer se acercó a Asta con pasos lentos y medidos al tiempo que una sonrisa enigmática curvaba sus labios.

    — No, querido, no soy Noelle —declaró con suavidad, deteniéndose a apenas un palmo de distancia del joven—. Mi nombre es Acier. Acier Silva, la madre de Noelle, ya deberías saberlo.

Asta parpadeó sorprendido, tratando de asimilar la información. Ya sabia de la legendaria Acier Silva, una de las magas más poderosas de su generación, y ex–paladín, pero jamás imaginó que la encontraría tan de repente.

    — Yo... Es un honor, señora Silva —balbuceó torpemente, inclinando la cabeza en un gesto de respeto.

La risa cristalina de Acier llenó la habitación, y Asta sintió cómo un escalofrío recorría su columna ante el sonido.

    — Por favor, llámame Acier —lo corrigió—. Y el honor es todo mío, Asta. Estoy en deuda contigo.

La mujer se alejó hacia un mueble cercano, donde descansaba una bandeja con una botella de licor y varios vasos de cristal. Con movimientos elegantes, sirvió dos tragos y le ofreció uno a Asta.

    — Ven, toma asiento —lo invitó, señalando un par de sillones junto a la chimenea—. Tenemos mucho de qué hablar.

Asta aceptó el vaso, siguiendo a Acier hasta los sillones. Se sentó frente a ella, admirando la gracia y la sensualidad de sus movimientos mientras se acomodaba en el asiento.

    — Entonces, Asta —comenzó la mujer, cruzando las piernas y provocando que la tela de su vestido se tensara sobre sus muslos, remarcando su figura—. ¿Qué te trae por aquí? ¿Buscas a mi hija, quizás?

El joven dio un sorbo a su bebida, tratando de calmar los nervios que le provocaba la intensa mirada de Acier.

    — Sí, bueno... En parte —admitió, rascándose la nuca en un gesto nervioso—. También esperaba encontrar algunas respuestas sobre lo que está pasando en el reino. Sobre la desaparición de los hombres y...

    — Y sobre el plan, ¿verdad? —completó Acier, inclinándose hacia adelante con un brillo astuto en sus ojos—. Sobre ser el último hombre y el salvador de la humanidad.

Asta asintió, tragando saliva. La cercanía de Acier lo ponía nervioso de una manera que no podía explicar, y el suero del Follador 3000 comenzó a correr por sus venas, afectando a ambos de a poco.

    — Tengo tantas preguntas —murmuró Asta, bajando la mirada hacia el vaso en sus manos—. Y siento que cada vez tengo menos respuestas.

Acier extendió una mano y acarició la mejilla de Asta con ternura, haciendo que el joven se estremeciera ante su toque.

     — Hay algo que debes saber, Asta —habló con suavidad, acariciando el rostro del joven con ternura—. Sobre Noelle...

Asta la miro directo a los ojos.

    — ¿Qué pasa con ella? —preguntó con urgencia—. ¿Está bien?

Acier sonrió, tranquilizándolo con una mirada.

    — Ella está bien, no te preocupes. Más que bien, en realidad... —hizo una pausa, como si buscara las palabras adecuadas—. Asta, Noelle está embarazada.

El muchacho sintió cómo el aire abandonaba sus pulmones de golpe, y el vaso que sostenía resbaló de sus dedos, casi estrellándose contra el suelo. Pero antes de que pudiera partirse en miles de pedazos, Acier atrapó el vaso con un rápido movimiento, haciendo gala de sus reflejos felinos, dejando al cenizo asombrado.

    — ¿E-Embarazada? —balbuceó Asta, su mente trabajaba tratando de asimilar la noticia—. ¿Cómo?

Acier rio suavemente, dejando el vaso en la mano del muchacho.

    — Al parecer, tu encuentro con ella fue más... fructífero de lo que pensabas —explicó con un guiño pícaro—. Tiene una pequeña barriguita adorable y sus pechos están hinchados, listos para amamantar. Sally nos abordó y nos dijo que era normal, por el suero que te inyectaron.

Asta se pasó una mano por el cabello, abrumado por la revelación. Recuerdos de su encuentro con Mimosa y Vanessa asaltaron su mente, y cómo ellas también habían estado lactando durante sus apasionados intercambios. Pero decidió guardar esa información para sí mismo, aún demasiado impactado para procesar todo lo que estaba sucediendo.

    — Yo... necesito ver a Noelle —declaró finalmente, mirando a Acier con determinación—. Tengo que hablar con ella, asegurarme de que esté bien...

La matriarca asintió comprensiva, pero una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios.

    — Por supuesto, cariño. Iremos a verla en cuanto terminemos aquí —prometió con un ronroneo seductor—. Pero primero, terminemos de... hablar.

Asta alzó la vista, encontrándose con la mirada intensa de Acier. Por un momento, se permitió perderse en esos ojos violetas oscuros, sintiendo cómo la calma y la seguridad lo invadían.

Calmado y asintiendo, Asta se acomodó en el sillón, listo para escuchar todo lo que la matriarca de los Silva tenía que decirle.

    — Asta —habló Acier, mirándolo directamente a los ojos con una intensidad que le robó el aliento—. Antes que nada, quiero agradecerte por haberme liberado del control de Lucius. No tienes idea de lo que significó para mí... para todas nosotras.

El joven héroe le sonrió suavemente.

    — No fue nada, señora Silva —murmuró, rascándose la nuca en su típico ademán—. Solo hice lo que tenía que hacer.

Una sonrisa enigmática se dibujó en los labios de Acier, y Asta tuvo la sensación de que ella podía ver a través de él, descifrando todos sus secretos y deseos ocultos.

    — Por favor, llámame Acier —le recordó con suavidad, dando un sorbo a su bebida sin apartar la mirada de él—. Y cuéntame, Asta... ¿Cómo has estado lidiando con todo esto? ¿A cuantas has embarazado?

Mientras hablaba, Acier se inclinó hacia adelante, acortando la distancia entre ellos. Su escote se hizo más pronunciado, revelando la cremosa piel de sus senos y el valle tentador entre ellos.

Asta tragó saliva, sintiendo cómo su boca se secaba y su pulso se aceleraba. El suero hacia de las suyas de nuevo.

    — Ha sido... intenso —admitió, desviando la mirada hacia su vaso para evitar la tentación de perderse en el escote de Acier—. Especialmente desde que desperté y descubrí lo que había pasado. Todo es tan diferente ahora... y con respecto a su otra pregunta... no lo sé.

La mano de Acier se posó sobre la suya, enviando una descarga eléctrica por su brazo. Asta se atrevió a mirarla nuevamente, encontrándose con una expresión de comprensión y empatía en esos ojos violetas oscuros.

    —Jajaja, tranquilo es tu deber embarazar a todas —carcajeó ella, acariciando el dorso de su mano con el pulgar en un gesto reconfortante—. Pero quiero que sepas que tienes nuestro apoyo en esto...

El joven asintió.

    — Gracias, Acier hare todo lo posible para salvarnos...—susurró con una sonrisa ladeada.

La matriarca le devolvió la sonrisa, y Asta notó un brillo travieso en sus ojos cuando se inclinó aún más cerca, hasta que sus rostros quedaron a apenas centímetros de distancia.

    — Y dime, Asta... —ronroneó, su aliento cálido y dulce por el alcohol abrazó los labios del joven—. ¿Cómo estuvo tu encuentro con mi hija?... Noelle puede ser un poco... intensa a veces.

Asta sintió cómo sus mejillas ardían, y desvió la mirada avergonzado.

    — Bueno, nosotros... Ya sabes... —balbuceó torpemente, sin saber cómo poner en palabras lo que había pasado entre él y Noelle.

La risa cristalina de Acier llenó nuevamente la habitación, y Asta se estremeció al sentir su cálido aliento en su cuello.

    — Tranquilo, cariño —lo tranquilizó ella, acariciando su mejilla con ternura, dibujando patrones invisibles con sus dedos—. No soy celosa. De hecho, me alegra saber que mi hija tiene tan buen gusto en hombres.

Asta tragó saliva, el corazón le latía fuertemente en el pecho. La cercanía de Acier era embriagadora, y podía sentir cómo su cuerpo reaccionaba a ella de maneras que no podía controlar.

Un aroma sutil y seductor emanaba de la piel de la matriarca, una mezcla de rosas y especias que le nublaba los sentidos. Era un perfume fuerte, pero a la vez delicado, un aroma que guardo en su repertorio de olores.

Acier se mordió el labio inferior, sus ojos violetas se oscurecieron por el deseo. Con un movimiento fluido, tomó otro sorbo de su bebida y dejó el vaso a un lado, para luego sentarse a horcajadas sobre el regazo de Asta.

El joven jadeó ante el contacto, sintiendo cómo su cuerpo se endurecía bajo el peso de Acier. Ella le tomó el rostro entre las manos, acariciando sus mejillas con los pulgares mientras lo miraba con una sonrisa seductora.

    — Sabes, Asta... —susurró, con la voz cargada de promesas tentadoras—. Noelle y yo hemos estado trabajando en el plan para ti. ¿Quieres saberlo?

Asta parpadeó confundido, tratando de concentrarse en las palabras de Acier a pesar de la bruma de deseo que nublaba su mente.

    — Si... —murmuró con voz ronca, sus manos se posaron instintivamente en las caderas de la mujer—. ¿Cual es el plan?

Acier se inclinó hacia adelante, capturando los labios de Asta en un beso abrasador que le robó el aliento. El joven gimió contra su boca, correspondiendo al beso con igual pasión mientras sus lenguas se enredaban en una danza frenética.

Cuando se separaron para tomar aire, Asta notó que las puertas de la habitación se habían cerrado, y un brillo plateado las cubría, señal de que Acier había usado su magia para reforzarlas con acero.

    — Ya lo verás, cariño —ronroneó ella, trazando el contorno de los labios de Asta con un dedo—. Pero primero, déjame disfrutar un poco de ti. Me lo he ganado después de tantos años inactiva, ¿no crees?

Asta asintió, incapaz de formular palabras coherentes. Su mirada recorrió el cuerpo voluptuoso de Acier, deleitándose con cada curva y cada valle que se adivinaba bajo la tela de su vestido.

    — Eres idéntica a Noelle...—alabó maravillado, alzando una mano para acariciar el sedoso cabello plateado de la mujer—. Pero tus ojos... son más oscuros, más profundos...

Acier sonrió, complacida por la observación de Asta. Se arqueó bajo su toque, permitiendo que las manos del joven apretaran sus posaderas.

    — ¿Te gusta lo que ves, Asta?, ¿te gusta lo que tocas? —inquirió con voz sedosa, guiando las manos del chico de su trasero hacia sus senos—. Porque tengo muchas más sorpresas reservadas para ti...

    — Me encantas Acier...

    — Perfecto... entonces prepárate querido. Que el plan ya esta en marcha...

Y sin más preámbulos, Acier se levantó el vestido con un movimiento fluido, revelando sus grandes pechos perfectos y cremosos ante los ojos asombrados de Asta, con grandes aureolas de un rosa pálido, coronadas por un par de pezones erectos de un rosa más concentrado.

El joven sintió cómo su boca se secaba y su pulso se aceleraba ante la visión de esa piel cremosa y tentadora. Sus manos se movieron por instinto, ansiosas por explorar y venerar cada centímetro del cuerpo maduro de Acier...

De nuevo lo siento por no haber subido el capitulo antes.

Espero lo hayan disfrutado. Salió largo el capítulo. 

Y viendo como termino, es fácil de adivinar lo que si viene en los próximos. 😏

Un abrazo, y pasen un feliz día.

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