ᴄᴀᴍʙɪᴏꜱ ᴄᴏʀᴘᴏʀᴀʟᴇꜱ
Despertaron.
— Sally...
— Nero...
Ambas científicas recién se recuperaban del intenso encuentro sexual que habían experimentado con el último hombre. Desnudas y abrazadas, con sus frentes pegadas, intentaban asimilar los acontecimientos recientes.
De repente, Sally se levantó de un salto, poseída por una energía frenética. Comenzó a revolver la habitación, buscando algo con desesperación.
Nero, acostumbrada a los arrebatos de su colega, no se inmutó. Observó con curiosidad cómo Sally lanzaba cajas y papeles por doquier, hasta que finalmente exclamó:
— ¡Aquí está!
En sus manos sostenía dos tiras de cinta adhesiva. Sin mediar palabra, se pegó una en el pubis y procedió a hacer lo mismo con Nero (sus vulvas aún desprendían aquel liquido blanco y pegajoso).
Para asombro de la chica de ojos escarlatas, las cintas comenzaron a emitir una suave luz azulada a los pocos segundos.
— ¡Ya estamos embarazadas! —chilló Sally con júbilo— ¡La humanidad no se extinguirá!
Nero parpadeó incrédula, llevándose instintivamente una mano al vientre.
— ¿Tan rápido? Pero si solo fue una vez... —murmuró, sonrojándose violentamente al rememorar los eventos recientes— y solo han pasado unas pocas horas...
Sally soltó una carcajada ante la perplejidad de su compañera.
— ¡Ah, querida Nero! Eso es parte de la magia del follador 3,000 —explicó con aires de suficiencia—. Verás, el suero provoca que las mujeres produzcan óvulos casi de inmediato tras entrar en contacto con el operador, en este caso, nuestro querido Asta.
Nero escuchaba con atención las revelaciones de Sally.
— Pero eso no es todo —continuó la científica—. La producción excesiva de óvulos y estrógenos desata un líbido inhumano en las féminas. ¡Querrán reproducirse a toda costa, incluso estando ya embarazadas! Es un instinto primitivo, imposible de resistir.
Los ojos de Nero se abrieron como platos ante tal revelación. Recordó la abrumadora necesidad que había sentido, el deseo insaciable que la había consumido durante el acto sexual, llevándola al límite.
— Y no olvidemos al esperma potenciado —prosiguió Sally con entusiasmo—. Normalmente, la fertilización en una mujer tarda entre 24 y 48 horas. ¡Pero con los súper espermatozoides del follador 3,000, el proceso se reduce a apenas 10 minutos! ¡Es infalible! Mujer que esté con Asta, mujer que sale embarazada.
Nero asintió lentamente, procesando la información de Sally.
— Incluso la lactancia materna se ve acelerada —añadió la científica—. Otro efecto secundario de la poción es que acelera todos los cambios del cuerpo femenino una vez que ha sido fertilizado. ¡Mi plan para preservar a la humanidad es un éxito rotundo! —exclamó, alzando los brazos al cielo en un gesto triunfal.
De repente, ambas mujeres sintieron una extraña sensación en sus pechos. Bajaron la mirada y, para su asombro, descubrieron que habían comenzado a lactar espontáneamente.
— ¡Mira eso! —exclamó Sally con un halo de fascinación, mientras su mano acariciaba suavemente uno de sus senos. Con un suave apretón, de su pezón brotó un delicado chorro de leche que acarició el rostro de Nero, quien frunció el ceño al sentir la tibia humedad en su piel. La lactancia se había activado inesperadamente— ¡Es justo como te decía! La lactancia se ha activado de inmediato. ¡El follador 3,000 es aún más efectivo de lo que pensaba!
Nero observaba incrédula cómo pequeñas gotas de leche emanaban de sus pezones. Era una sensación extraña, pero a la vez reconfortante, como una confirmación tangible de su nuevo estado, con curiosidad tomo uno de sus pequeños senos que apenas sobresalían de su pecho plano y apretó uno de sus rosados pezones y de el, brotó un chorro de leche que salió disparado directamente al rostro de Sally. La científica se sorprendió tanto que soltó una carcajada espontánea.
— Jajaja, interesante —Sally paso su mano por su barbilla, recolectando un poco de leche recien exprimida, acto seguido llevo el dedo a su boca—, mmmm no está mal, esta tibia y algo dulce...
Nero se avergonzó. Y Sally se le acercó.
— ¿Quieres probarla? —preguntó Sally a Nero, mientras apretaba suavemente su seno.
Nero asintió con curiosidad y se acercó a Sally, quien le ofreció su pecho con confianza. La peliazul se inclinó y comenzó a succionar el pezón de Sally con suavidad, sintiendo cómo la leche materna llenaba su boca percibiendo un sabor dulce y ligeramente salado. Era una sensación extraña, pero también extrañamente reconfortante.
— Mmm... —murmuró Nero, mientras saboreaba la leche de su compañera— tiene un sabor peculiar, pero no desagradable.
Sally se alejó de Nero y anotó algo en su libreta, mientras la chica de cabello azul la observaba con curiosidad.
— ¿Qué estás escribiendo? —preguntó Nero.
— Estoy tomando notas sobre el sabor de la leche materna —respondió Sally—. Es importante tener en cuenta todos los detalles para nuestra investigación.
Nero asintió con una sonrisa, mientras Sally se acercaba a ella y le ofrecía de nuevo su pecho.
— Pruébala otra vez —ofreció la científica loca, mientras le presentaba su teta a la peliazul—. Quiero comprobar las sensaciones.
La chica de ojos escarlata se acercó de nuevo a uno de los senos de la pelinegra, quien la acomodó en su pecho para que pudiera mamar con comodidad.
— Ahh —Sally gimió de placer al sentir su pezón en la boca de Nero—. Muérdelo y chúpalo —ordenó.
Nero obedeció, mordiendo el pezón de la científica loca mientras lo succionaba con avidez. La leche tibia inundó su paladar, y Sally comenzó a gemir con más cadencia. La chica de ojos escarlata se sentía excitada por la situación, y su cuerpo respondía al placer que le producía la succión.
— Así es, Nero —susurró Sally, mientras acariciaba el cabello y los cuernos de la peliazul—. Veo que la succión de leche materna puede ser muy placentera.
Después de un rato, Nero se separó de Sally, quien se acercó a su pecho sin decir palabra. La chica de ojos escarlata apenas tenía senos, pero la científica loca logró capturar su pezón goteante de leche y comenzó a succionarlo con fuerza, al tiempo que lo mordía. Nero gimió de placer y acarició la cabeza de Sally, sintiendo cómo ambas se excitaban. La lengua de Sally se movía con habilidad sobre el pezón de Nero, lamiéndolo y saboreándolo con avidez. La peliazul gemía suavemente mientras la científica loca succionaba su pecho, sintiendo cómo la leche tibia fluía de su cuerpo hacia su boca.
Después de beber un poco, la pelinegra se separó y se relamió los labios.
— Se siente....
— Excitante —completó Sally y Nero se avergonzó asintiendo.
— Sally... —murmuró jadeante, alzando la vista hacia su compañera— ¿El embarazo durará los nueve meses habituales?
La científica loca se llevó una mano al mentón, pensativa.
— Para ser honesta, no estoy segura —admitió—. La duración del embarazo es uno de los aspectos más inciertos del follador 3,000. Podría estar potenciada o no, es difícil de predecir.
Nero asintió, tratando de asimilar aquella nueva incógnita.
— Sin embargo —continuó Sally—, tengo una teoría. Creo que la duración del embarazo podría variar según la intensidad de los lazos emocionales que la mujer tenga con Asta.
Nero la miró con curiosidad, instándola a elaborar.
— Piénsalo —prosiguió Sally—. Si una mujer tiene sentimientos muy fuertes hacia Asta, ya sea amor, devoción o una conexión profunda, es posible que su embarazo se desarrolle más rápido. Como si la fuerza de esos lazos acelerara el proceso.
La peliazul reflexionó sobre aquella hipótesis. Tenía cierto sentido, dado los efectos extraordinarios que el suero había demostrado hasta ahora.
— Entonces... ¿mi embarazo podría ser más corto que el tuyo? —preguntó con un deje de incertidumbre.
Sally se encogió de hombros.
— Es posible. Al fin y al cabo, tú fuiste la primera en estar con... Asta después del follador 3,000 y compartieron un vínculo de amistad en el pasado. Eso podría influir en la velocidad de gestación.
Nero esbozó una sonrisa, contagiada por el entusiasmo de su amiga. Sin embargo, una duda más... caliente, asaltó su mente.
— Oye, Sally... —comenzó con cierto pudor— durante el acto, ¿tú también sentiste esa necesidad abrumadora? Ese deseo incontrolable de...
— ¿De ser penetrada por Asta? —completó Sally sin pudor alguno— ¡Por supuesto! Es parte del efecto del suero. En ese momento, lo único que importaba era él y el placer que nos proporcionaba. Nada más existía.
Nero asintió, aliviada al saber que no era la única que había experimentado aquellas sensaciones tan intensas.
— Fue increíble —murmuró, perdida en los recuerdos recientes—. Jamás había sentido algo así antes.
— ¡Y eso que tú fuiste la primera en probar el follador 3,000! —rio Sally—. Como la segunda, puedo dar fe de su eficacia. Tenemos que documentar todos los detalles... para futuras referencias.
De pronto, cayeron en cuenta de un detalle importante...
— Oye, Sally...
— Dime, Nero...
— ¿Dónde estará Asta en este momento?
— Probablemente follando a cuanta mujer se le atraviese. Follando a diestra y siniestra...
Las dos mujeres se miraron intensamente, pues la reciente experiencia encendió una llama entre ellas, una llama más allá del simple compañerismo o amistad...
Asta entró a la mansión Vermillion, aún desnudo después de su intenso encuentro con Mereoleona. El aire fresco de la noche había ayudado a calmar su agitación mientras caminaba de regreso.
Al cruzar el umbral, se topó de frente con Mimosa, quien también se encontraba en un estado de semi-desnudez. La joven solo llevaba puestos unos delicados calzones de encaje, con su cabello naranja aún húmedo cayendo en suaves ondas sobre sus hombros desnudos. Sus pechos, grandes y firmes, coronados con pezones que se erguían orgullosos sin nada que los cubriera.
— Asta... —la pelinaranja clavó su mirada en el pene expuesto.
— Mimosa... —el pelicenizo clavó su mirada en la vagina marcada a través de la tela.
Ambos se miraron sorprendidos por un instante –habían pensado lo mismo–, antes de que una suave sonrisa se dibujara en los labios de Mimosa quien no tenía pudor alguno y ni hablar de Asta.
— Asta, ¿cómo te fue con la señora Mereoleona? —preguntó Mimosa con genuina curiosidad, sus ojos verdes brillaron con un destello de incertidumbre.
Asta se rascó la nuca, esbozando una sonrisa ladeada.
— Fue algo muy intenso, la verdad —admitió con un ligero rubor cubriendo sus mejillas—. Ya sabes cómo es ella...
Mimosa soltó una risita y le dio un suave codazo a modo de reproche juguetón. Asta, conmovido por el gesto, la envolvió en un cálido abrazo. La joven correspondió de inmediato, apretándose contra su cuerpo desnudo mientras continuaban su charla.
— Oye Mimosa, ¿es cierto que Noelle abandonó los combates? —preguntó Asta, acariciando distraídamente la sedosa cabellera naranja de su amiga, mientras la sensación de los pechos enormes de la chica apretando sus pectorales, lo estaba excitando.
Mimosa asintió con un suspiro, casi placentero.
— Sí, es extraño viniendo de ella —confirmó pensativa frotándose un poco en el cuerpo masculino—. He tratado de hablar con ella al respecto, pero Noelle se ha vuelto muy distante últimamente. Ya no socializa como antes, solo sale para dar discursos oficiales.
Asta frunció el ceño, confundido. La Noelle que él había visto hace poco era la misma de siempre, la que recordaba con cariño.
— Hay algo más —agregó Mimosa—. ¿Recuerdas sobre el clon de Acier Silva que despertó después de la batalla contra Lucius?
Asta asintió acariciándole las nalgas.
— Pues ahora vive con Noelle, pero a diferencia de ella, Acier sí sale y convive con la gente. Aunque se niega rotundamente a hablar sobre su hija.
— Entonces, ¿por qué Acier no es la reina? —cuestionó Asta, intrigado, con las manos aun en el trasero de Mimosa.
Mimosa se encogió de hombros.
— No lo sé con certeza. Imagino que no quiso el cargo o quizás hubo algún conflicto político detrás —teorizó la pelinaranja.
Luego, alzando una ceja, Mimosa le lanzó una mirada significativa a Asta.
— Por cierto, ¿por qué tanto interés en mi prima Noelle? ¿Acaso ya estuviste con ella o algo así? —inquirió con un tono pícaro.
Asta se puso rojo como un tomate y comenzó a balbucear incoherencias. Mimosa rio ante su reacción, dándole a entender que no estaba molesta. Comprendía perfectamente la situación actual. Aun así, Asta no se libró de recibir otro golpecito de reproche por parte de la joven.
Mimosa miro al frente a los ojos de Asta, ambos ojos idénticos hicieron contacto, para después la Vermillion atacara la boca del joven, en un beso dulce y apasionado...
Asta apretó aún más sus nalgas, haciendo que un suspiro atolondrado visitara sus bocas entrelazadas, pero Mimosa se separó lentamente de los labios de Asta, mirándolo con una mezcla de ternura y picardía en sus ojos verdes.
— Entonces, ¿sí estuviste con Noelle recientemente? —insistió, acariciando el rostro del joven con suavidad.
Asta desvió la mirada, sonrojado, pero finalmente asintió.
— Sí, pero... ella no actuó nada raro —aclaró rápidamente—. Fue la misma Noelle de siempre, la que yo recordaba.
Mimosa entrecerró los ojos, curiosa.
— ¿Y qué hicieron exactamente? —presionó, con un brillo en su mirada.
Asta tragó saliva, sintiendo cómo su cuerpo reaccionaba ante el mero recuerdo de su encuentro con Noelle –su pene se llenó de sangre y comenzó a palpitar, presionando los calzones de Mimosa. Ansioso de entrar.
Con un movimiento ágil, la tomó por la cintura y rompió los pocos centímetros que los separaban –la pego lo máximo posible hacia sí–, capturando sus labios en un beso apasionado. Sus manos recorrieron la suave piel cremosa y desnuda de Mimosa bajo sus delicados calzones, frotando sus dedos contra sus labios vaginales –acariciando sus pliegues con dulzura–. Provocando gemidos, gemidos y chillidos de puro placer.
Mimosa gimió contra su boca, derritiéndose ante las caricias de Asta. Cuando se separaron para tomar aire, la joven tenía las mejillas encendidas y los ojos nublados por el deseo.
— Pues yo también quiero lo mismo —declaró con voz entrecortada, mordiendo su labio inferior de forma seductora.
Asta no necesitó más invitación. Con un rápido movimiento, levantó a Mimosa en sus brazos, cargándola al estilo nupcial. La joven soltó una risita encantada, rodeando el cuello de Asta con sus níveos brazos mientras él la llevaba hacia una de las habitaciones de la mansión.
Una vez dentro, Asta cerró la puerta con el pie y depositó suavemente a Mimosa sobre la amplia cama con dosel. Se tomó un momento para admirar la belleza de la joven, con su cabello naranja esparcido sobre las almohadas, al tiempo que sus ojos verdes brillaron de anticipación.
Mimosa extendió sus brazos hacia él, invitándolo a unirse a ella en el lecho. Asta no se hizo de rogar y se acomodó sobre ella, sintiendo la calidez de su piel desnuda contra la suya.
La pasión entre ellos se avivaba una vez más, el libido en la mujer crecía de forma incontrolable. Sus pezones se endurecieron como piedras, mientras que su útero, a pesar de ya estar fertilizado, comenzaba a arder en fuego con ganas de volver a recibir la semilla de la vida. Su vagina se humedeció y dilató en un instante cual esponja llenándose de agua –lista para recibir al tan ansiado intruso– manchando sus calzones en consecuencia.
El olor irresistible que emanaba de la dama de las flores, no pasó desapercibido para el caballero de la antimagia. Comenzó a apretarle el trasero con firmeza, lo que provocó que un suspiro atolondrado se escapara de sus labios y se uniera al vaivén de sus lenguas. La erección era más que evidente en Asta. Su pene estaba más que listo, para ser acogido por el jardín de Mimosa.
La pelinaranja, separándose del beso, habló con voz temblorosa de placer:
— Bésame —ordenó—, bésame con pasión.
Asta obedeció, atacando su boca con renovada excitación, saboreando cada centímetro de sus labios. Luego, su boca descendió por el cremoso cuello de Mimosa, el cual mordió suavemente, dejando una marca rosada en su piel. Entre besos y mordidas, bajo hasta su abdomen, el cual lamió sensualmente, haciendo que la dama de las flores, se estremeciera de puro placer y para más gozo, el chico hundió su lengua en su ombligo, comenzando a jugar con él, provocando cosquilleos en la chica, luego mordisqueó sensualmente los contornos de su ombligo dejando sus dientes marcados en su pálida piel.
Luego, el cenizo ascendió entre besos, hasta perderse de nuevo en la boca de la fémina, donde ambos se besaron frenéticamente –casi con locura–. Asta, sin rodeos, deslizó los calzones de la chica fuera de su cuerpo, dejándola completamente expuesta ante él.
Asta tomo firme a Mimosa y acerco su mano directo a su intimidad, sus dedos dibujaron círculos imaginarios a lo largo de sus labios menores, acariciando con ternura sus pliegues húmedos. La pelinaranja comenzó a temblar suavemente con este juego íntimo, las sensaciones que emergían de ese contacto eran como un manantial de calidez dentro de ella.
Llegó entonces el instante de ir más allá. La punta del pene rozó levemente los labios vaginales de Mimosa antes de avanzar lentamente, sin prisa, pero sin pausa. Tanto Asta como Mimosa gimieron en respuesta a esa sensación tan profundamente satisfactoria.
Ambos experimentaron una explosión de sensaciones a medida que el pene se adentraba en el apretado canal vaginal. Para Mimosa, aquello era una poderosa presión, un estímulo que se intensificaba a medida que su punto G era cada vez más comprometido. Y para Asta, cada centímetro que ganaba en profundidad desencadenaba una ola de excitación que elevaba su nivel de placer, generando ondas continuas de éxtasis que parecían sacudir su columna vertebral y sumergirlo en el momento presente.
Cuando el miembro estuvo casi por completo dentro de la muchacha, ella respondió con contracciones involuntarias. Asta se detuvo momentáneamente antes de empujar completamente, logrando así una penetración total, comenzando así a embestir a Mimosa pausadamente, su pene se movía dentro de ella con algo de dificultad debido a que su canal vaginal estaba muy ceñido.
Y entonces, dio la primera embestida...
—Ahhh —Mimosa gimió.
Segunda embestida.
— ¡Si, así! —Mimosa clamaba, completamente excitada.
Tercera embestida.
— ¡Ahhh! —el chillido placentero, fue algo más fuerte al Asta penetrarla de golpe.
Cuarta embestida.
— Ohhh, ahhh, mmm —la intensidad iba en aumento.
La vagina estaba ya completamente lubricada –empapada en el flujo vaginal–, lo que facilitó el deslizamiento.
Los gemidos de la dama de las flores, se hacían más fuertes y frenéticos a medida que el último hombre aumentaba la velocidad de sus embestidas. La vagina de Mimosa apretaba el miembro invasor deliciosamente con cada vaivén, generando una sensación de placer intenso en ambos.
La Vermillion, en su sublime desnudez, empezó a moverse con fugaz elegancia al compás incesante de las penetradas del joven, elevó sus caderas con un propósito firme, buscando recibir en lo más hondo de su ser la manifestación más viva de la masculinidad desbordante de Asta, anhelando sentir su pene entero bajo el abrazo de su carne.
El cenizo, bajo la luz tenue de la habitación, se permitió disfrutar de la tentación que ante él se desplegaba. Con manos más impetuosas que delicadas tomó las caderas de la doncella, en un ademán feroz, la levantó haciendo que su cuerpo cediera a la lujuria y se sentara en su regazo, su erección aún estaba envuelta en el apretado abrazo vaginal, la cual no abandonó su caverna de placer.
Ambos quedaron en la posición del cowgirl.
Ahora la pelinaranja era la que tenía el control, la que manejaba a su antojo la velocidad y la profundidad con la que Asta se inmiscuía dentro de ella. Adaptándose a este compás sofocante con virginal emoción, la dama comenzó a cabalgar sobre él, subiendo y bajando sobre su miembro palpitante de excitación. Partiendo y retornando en un viaje continuo. Mientras el cenizo, totalmente sometido, solamente podía guiarle sosteniendo su cintura sin perder en ningún momento ese incansable ritmo.
— Si, Ahhh, así —clamaba Mimosa, perdida en el libido—, más, ahhh, dame, ahhh, dame más...
Los jadeos y gemidos de la pelinaranja escalaban gradualmente, tornándose cada vez más agudos e intensos. Se estremecía mientras su vagina se contraía, abrazando fuerte y liberando el pene en suaves pulsaciones rítmicas. Ella gemía y él lo sentía, y entre susurrante placer, Mimosa transformaba esos gemidos en un eco procedente del mismísimo paraíso.
La perspicacidad de Asta no dejaba pasar por alto sus reacciones; cautivo de la sensaciones, él oía los sonidos agónicos de su amante, notaba sus temblores y vibraciones constantes. La dama entonces cambió su actitud, se reclinó hacia atrás buscando apoyo en las resistentes manos de Asta, quien aún la aferraba a él. Y en esa posición, astuto y participativo, logró penetrarla aún más, acariciando su punto G con el glande y seguidamente del tallo del pene, para después salir y volver a repetir el proceso con un ritmo incesante que le regalaba más y más placer.
Una oleada descabellada de sensaciones recorrió el cuerpo de Mimosa, y pronto advirtió la inminente explosión de lo que sería su clímax. Los movimientos de Asta incrementaron su intensidad, su tempo aumentaba incontrolablemente, y apretó fuertemente las nalgas de la mujer –dejando sus manos marcadas– mientras sus gemidos accidentales se convertían en jadeos de deseo.
El anhelo, otrora dormido y ahora desbordado en deseos perversos, hizo que ambos alcanzaran al fin un clímax compartido e inolvidable. Asta se encontró liberando un torrente caliente de su semen, impregnando al completo la vagina de Mimosa, llenándola, mientras ella, en ese mismo instante, también alcanzó su propio orgasmo –un squirt–, expulsando un chorro de flujo vaginal que empapó el vientre y el pubis del chico.
En un final apasionado y culminante, El Pelicenizo permaneció inmóvil, como un dios que disfruta de su creación, antes de retirar lentamente su miembro de la vulva de Mimosa. Observaba maravillado ante el derrame pegajoso de su semen mezclado con el fluido vaginal de Mimosa, esa mescla rica y espesa, cayó hacia la cama formando un charco de felicidad que brillaba bajo la luz de la luna. Su respiración se sincronizaba con la de ella, en un armoniosa danza entre el placer y el gozo.
No mucho después, Asta se dejó caer sobre ella como una hoja caída de un árbol en otoño. Sus bocas se enredaron en un baile seductor, estaban abarrotadas de ansiedad y un deseo frenético. El calor humano que emanaban de sus cuerpos envolvía el ambiente. Al muchacho le emocionaba inmensamente adentrarse en la sensación de apretar y acariciar los senos de Mimosa, esos gemelos voluptuosos que estaban cambiando, justo en ese momento...
El apasionado beso persistió, como si el hambre tácita entre sus bocas fuera insaciable. La excitación entre ellos era evidente, pero para Asta, una sensación tibia y húmeda en su pecho y torso desvió la atención de su entusiasmo. Se detuvo en seco. Un sentimiento de asombro lo inundó mientras observaba su torso manchado de algo insólito... un líquido lechoso.
— ¿Leche? —inquirió Asta, con su ceño surcado en confusión por el extraño fenómeno. Mimosa lo encaró con una incertidumbre igual de desconcertante, y luego desvió sus orbes esmeraldas hacia el torso de Asta. Infaliblemente, este estaba manchado de leche, gotas de este líquido parecían haberlo salpicado.
— Mira...—Asta señaló suavemente uno de los prominente senos de la chica, el pezón brillaba porque goteaba leche que comenzaba a recorrer su cuerpo, llegando a su vientre aterciopelado.
— ¿Qué? —murmuró Mimosa, sumamente desconcertada—. Ahhh...
Ella no pudo concluir, ya que la curiosidad y fascinación de Asta se apoderó de él, y con una sumisión seductora, comenzó a lamer sensualmente el vientre de Mimosa, saboreando la leche materna que brotaba de sus pechos. Luego subió lentamente, recorriendo con húmedos besos el contorno de sus pechos, sorbiendo el sabor peculiar, dulzón y fuerte al mismo tiempo. Aquel líquido sabía a un arduo deseo cumplido.
Con cada caricia de su lengua, Asta llegaba más y más cerca de sus pezones, y sin dudar se acomodó en la fémina, capturó la teta y comenzó a mamar hambrientamente.
Las sensaciones que surgieron en Mimosa parecían irrumpir sobre ella para confundirla, pero al mismo tiempo, dejándola sumergida en el eufórico placer. Asombrada y complacida, le acarició el cabello de puntas al hombre, mirándolo con una excitación desbordante ante este nuevo juego erótico.
Pequeños chorritos de leche emergían del pezón erecto de Mimosa, y se deslizaban por la curvatura de su seno, entrando directo al paladar receptivo de Asta. La dama, fascinada por la danza seductora que se desarrollaba entre ellos, se reacomodó en la cama, permitiéndole a Asta descansar entre sus brazos, acunándolo mientras continuaba con su descubrimiento...
Durante unos minutos que parecieron una eternidad, Asta detuvo su encuentro oral con el pezón de Mimosa, dejando sus labios embadurnados de leche, lo que representaba la epítome de su acción.
—As... gmmmm —Antes de que Mimosa pudiera formular sus pensamientos en palabras, Asta la había abrazado y arrastrado a otro beso feroz. Un beso lleno de lujuria y sabor a ella misma. La pelinaranja se sentía extraña, pero al mismo tiempo, encantada.
— Eres deliciosa... —murmuró Asta en una voz ronca, separándose del beso— Mimosa...
La aludida se ruborizó inmediatamente, y respondió con otro beso ardiente.
— ¿Quieres más? —gesticuló Mimosa, en un susurro ronco entre besos, una caricia verbal que acarició la piel del chico.
—Sí, sí quiero —respondió Asta en un susurro casi imperceptible, resonando no solo en el oído de Mimosa sino también en su corazón.
Mimosa entonces, sin decir una palabra, volvió a acunarlo en su regazo, esta vez ofreciéndole el otro pecho que estaba lleno, a rebosar de leche. Asta, como un niño hambriento, capturó el hipnótico pezón entre sus labios y comenzó a succionar con un apetito desmedido. La leche brotaba de la teta de la dama de las flores libremente, llenando la boca del chico con su sabor dulce y cremoso que ya se le hacía irresistible, igual a un manjar exquisito.
El placer se erizó en la piel blanca de Mimosa. Se dejó arrastrar por la corriente de sensaciones, esclava del deleite que le proporcionaba la boca hambrienta de Asta. Sus finos dedos pasaban por los cabellos cenizos del joven, cada caricia avivaba la lujuria creciente en su vientre. Sus jadeos eran suaves, como un murmullo llevado por el viento, pero intensos y llenos de pasión.
El silencio del momento sólo se veía interrumpido por la suave succión de Asta y los jadeos regulares de Mimosa. El tiempo parecía haberse perdido en su burbuja de pasión, y la lujuria se materializaba en cada roce, en cada gemido, y en cada suave movimiento que compartían.
Al cabo de lo que pareció un tiempo demasiado breve, Asta se separó del pezón de Mimosa, con sus labios completamente manchados de leche, como los de un niño travieso que bebió mal. Sin siquiera darle tiempo a Mimosa para decir algo, Asta la embistió con un beso pasional, combinando su aliento con el sabor dulzón de la leche.
Asta y Mimosa yacían entrelazados en la cama, con sus cuerpos desnudos aún tibios por la pasión compartida. La cabeza de Asta descansaba sobre el suave pecho de Mimosa –recien ordeñado–, arrullado por el rítmico latir de su corazón.
En medio de la tranquilidad post-coital, Asta rompió el silencio con una pregunta que rondaba su mente.
— Oye, Mimosa... ¿cómo han estado los chicos en los Toros Negros? Bueno, las chicas —se corrigió, recordando la situación actual.
Mimosa sonrió, acariciando distraídamente el cabello cenizo de Asta.
— Vanessa es la capitana ahora, y hay algunas novatas muy talentosas en la orden —informó—. Marie destaca especialmente con su magia de ojos, ha progresado mucho. Grey también ha mejorado bastante en estos años con su magia de transmutación. Y ni hablar de Charmy, prácticamente se ha convertido en el sustento alimenticio del reino entero.
Asta escuchaba atentamente, al tiempo que una sonrisa de satisfacción curvaba sus labios.
— ¿Y Nero? —preguntó, interesado en saber más—. Según tengo entendido, dejo la orden.
— Tienes razón, Nero se la pasa recluida en un laboratorio con Sally —respondió Mimosa—. Ya sabes cómo son esas dos cuando se trata de investigaciones son uña y mugre.
Asta asintió, recordando su reciente despertar.
De pronto, Mimosa notó que el cuerpo de Asta se tensaba ligeramente bajo su tacto. Una punzada de inquietud la invadió.
— ¿Te vas tan pronto? —preguntó en voz baja, tratando de ocultar su decepción.
Asta asintió contra su pecho, suspirando.
— Tengo que ir a ver a las chicas —confirmó, levantándose para luego dejar caer su peso sobre Mimosa, mirándola directo a los ojos—. Pero luego regresaré aquí contigo, lo prometo.
Sellando su promesa, Asta alzó el rostro y depositó un dulce beso en los labios de Mimosa. Ella le devolvió el beso con ternura, pero cuando Asta hizo el ademán de levantarse, lo atrapó en un abrazo desesperado.
— Prométemelo —insistió, clavando sus ojos verdes en los de él—. Prométeme que volverás.
Asta le dedicó una sonrisa tranquilizadora y la besó nuevamente, esta vez con más pasión, explorando su boca con la lengua en un baile sensual. Luego, depositó un beso casto en su frente.
— Te lo prometo, Mimosa. Nunca rompo mis promesas, ya lo sabes.
Mimosa asintió, confiando en la palabra de Asta. Reluctante, aflojó su abrazo y permitió que el joven se incorporara.
— Por cierto... —dijo Asta, rascándose la nuca con expresión avergonzada— ¿Dónde está mi ropa?
Mimosa rio suavemente ante su pregunta.
— Te la lavé, está abajo —respondió con una sonrisa cariñosa—. Ve a buscarla.
Asta le devolvió la sonrisa, sintiendo una oleada de afecto por la considerada joven.
— Gracias, Mimosa. Eres la mejor.
Ella negó con la cabeza, mirándolo con adoración.
— No me agradezcas, Asta. Tú lo vales, eso y mucho más.
Con un último beso de despedida, Asta se levantó de la cama, busco su ropa y se vistió rápidamente. Preparándose para ir a ver a las chicas de su orden.
Antes de irse, le dedicó a Mimosa una última mirada cargada de promesas antes de salir de la habitación, listo para partir rumbo a la base de los Blackbulls.
Mimosa se quedó en la cama, abrazando una almohada que aún conservaba el aroma de Asta, anhelando ya su regreso. Sabía que él cumpliría su promesa... o ¿no?
Bueno, espero les haya gustado este capítulo,
nos vemos en el próximo...
el cual publicaré en unas horas...
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