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Salieron del local cerca de las dos de la mañana, charlando entre gorgoteos risueños y el calor de la bebida, aunque no podían llamarse ebrios, sí estaban embarcados en un alegre barco. Fuera del club, por la puerta de atrás, se hallaron con la densa oscuridad, a pesar de que las luces de Seúl eran un faro brillante que alumbraba todo. El auto de Jisung se encontraba en el parqueadero a tan solo unos pocos metros, mientras que la motocicleta de Minho estaba ilegalmente estacionada junto a los lujosos autos de los ejecutivos del club. Para lo que le importaba.
Trastabillando sobre el pavimento, Jisung logró llegar a su coche y se apegó contra este, sintiendo lo débiles que estaban sus piernas luego de haber bailado esa noche y haber estado bebiendo con Minho. Como si no fuera suficiente la presencia de Bang para alterarlo, ahora el alcohol también causaba estragos en su lento sistema.
- Un Porsche 911 rojo -silbó Minho con sorpresa-. ¿Te lo regalaron mamá y papá por tu cumpleaños?
Minho soltó una fuerte carcajada que retumbó en su pecho. Entonces, con altanería le contestó:
- No, este me lo compré yo. El auto que me regalaron mis padres era un Rolls-Royce Wraight y fue cuando me gradué de la secundaria, aunque el auto nunca lo sentí como mío.
- Y te compraste uno que encajara contigo -se mofó Minho.
- ¿Te gusta? -preguntó y siguió-: No creí que fueses un hombre de autos cuando amas esa motocicleta tanto como a tu vida.
- Soy una sorpresa sobre ruedas. Además, yo creí que tu auto predilecto sería uno color rosa brillante, con brillantina en los asientos.
- De hecho, mi tío me regaló uno así cunado era niño, aunque era más bien la homologación de un Hummer en versión más pequeña.
- Eres insoportable -masculló el boxeador con una sonrisa ladina en los labios.
Y entre risas fueron inconscientes de la presencia de otros que con mala intención se les acercaron. Seis hombres malencarados y con ropa andrajosa los rodearon, todos ellos con expresiones lúgubres, terroríficas.
- Hemos encontrado una mina de oro -ladró uno de ellos.
Minho frunció los labios y apretó los puños.
- Largo.
- Aquí el que debería irse eres tú -atacó-. La princesa del dinero no necesita tu protección.
El boxeador gruñó bajo, disgustado por los maleantes tanto como el aroma a licor que salía de sus bocas. Se le antojó tenderlos en el suelo de un par de golpes, pero podía asegurar que esos hombres estaban armados, y él no tenía nada más que sus puños. Una pelea desigual que no presagiaba nada bueno.
- ¿Qué quieren? -se atrevió a preguntar Jisung, dejando su miedo de lado.
- A ti.
La respuesta le regresó el temor al muchacho, que tembloroso tomó a Minho del brazo como buscando ayuda.
Tres de ellos sacaron navajas afiladas y con ellas amedrentaron a Minho para que se apartara del joven. A tirones lo lograron y cuatro hombres rodearon a Minho como una burda muralla, mientras el resto de ellos iba a por Jisung. El pobre muchacho temblaba de miedo y sus ojos lagrimeaban sin poder detener el llanto.
- ¿Ese bonito auto es tuyo? -ronroneó uno de ellos apresando el cuerpo de Jisung entre sus brazos.
- S-sí.
- Quiero las llaves y tu billetera -demandó.
Jisung sacó de su bolsillo trasero de su jean las llaves del auto y de la bolsa donde cargaba su ropa para cambiarse luego del espectáculo, tomó su billetera y se las entregó.
- ¿Pueden dejarnos ir ahora?
Su ingenuidad causó unas fuertes carcajadas en sus atacantes, que con lujuria maligna empezaron a toquetear a Jisung, recorriendo su cuerpo incluso por debajo de la ropa mientras el muchacho lloraba y pataleaba.
- ¡Basta! Ya les dio lo que querían, ¡suéltenlo!
Las exigencias de Minho no fueron escuchadas y por ellas enfrentó los golpes en su cuerpo, pero para el hombre no eran más que tontas caricias que lo llenaron de disgusto y en consecuencia respondió. Sus puños cerrados se impactaron duramente contra algunos de los atacantes, pero había olvidado que ellos contaban con armas más peligrosas que las manos. Cortadas en sus brazos y en su torso le hicieron sisear, aunque eran poco profundas si provocaban un molesto escozor. Jisung chillaba del otro lado, con su bonito suéter hecho girones, y el torso manoseado por esas sucias manos.
- ¡Suéltame! -exigió él, mordiendo la mano de aquel que tocaba su cuerpo sin pudor.
- ¡Cállate, zorra! -ladró, golpeando el rostro de Jisung con fuerza, amoratándolo casi al instante.
La ira volvió a apoderarse de Minho que volvió a golpearlos a todos sin importarle la desigual contienda que enfrentaba entonces. Sus golpes fuertes alejaron a los hombres, pero aún si él podía considerarse libre entonces, Jisung era todavía prisionero de esos desalmados que arañaban su cuerpo sin piedad.
- Alto ahí, héroe -bufó un hombre, sujetando contra el cuello de Jisung una navaja que brillaba afilada bajo la mortecina luz del farol.
- Suéltenlo -volvió a exigir.
Una mueca torcida que supuso una sonrisa lució el hombre, pero su alegría duró segundos al escuchar la sirena de la policía acercándose. El temor los tomó como sus prisioneros y sus cuerpos recorrió con fuertes temblores. El captor de Jisung lo tiró al piso sin cuidado antes de salir corriendo junto s sus cómplices. Un golpe seco. El cuerpo del joven chocó contra el bordillo.
Minho corrió hasta el cuerpo tendido de Jisung, lo sujetó entre sus brazos y le habló, pero Jisung no le respondía.
- ¿Jisung? ¡Ey!, despierta.
Recorrió sus manos por el cuerpo de Jisung hasta llegar a su cabeza, palpando cualquier herida que explicase su aparente inconciencia, y la encontró justo en la parte trasera de su cabeza había una larga cortada que derramaba sangre abundante y escandalosa. Minho entró en pánico, un estado en el que nunca antes se vio.
- Despierta, por favor -gruñó, a sabiendas de que por mucho que le hablara, Jisung quizás no abriese los ojos, no tan fácilmente.
La policía apareció, por primera vez, oportunamente. Minho gritó por ayuda llamando la atención de los uniformados. Atropelladamente, el boxeador les comentó los sucesos mientras esperaban la llegada de la ambulancia, aunque Minho ciertamente hubiese preferido llevarlo en ese momento, incluso si tuviese que correr con el muchacho en brazos.
Minho llegó al hospital justo detrás de la ambulancia. Vio a Jisung entrar por emergencia acompañado de los paramédicos y lo siguió de cerca, temblándole las piernas al pensar que podría estar más herido de lo que aparentaba.
- ¿Es familiar de la víctima? -le preguntó una enfermera en la recepción.
- No.
- ¿Pareja, prometido, quizás? -volvió a preguntar.
- No -bisbiseó sin saber porqué.
La mujer lo hizo sentarse fuera de la sala donde tenían a Jisung, aunque por lo que escuchó sólo se trataba de una herida superficial que por el golpe lo llevó a desmayarse. Él esperaba que ciertamente así fuera. En su espera, él decidió llamar a Changbin y contarle lo sucedido.
- ¿En qué hospital está?
- En el del centro, creo -confesó desorientado-. Díselo a Felix y que él le informe a sus padres.
- Lo haré. Tranquilo.
Y Minho quiso preguntarle con arrogancia porqué ameritaba ser calmado, mas al ver sus manos temblando tuvo que admitir la derrota. Esta asustado. Nunca antes lo estuvo como ahora y se trataba de lo que en palabras simples era un rasguño inofensivo. Sin embargo, en la mente de Minho seguía viendo la escena e imaginando lo que pudo salir mal y que quizás el escenario podría ser mucho más desalentador.
- Está fuera de peligro. Aún está algo mareado, pero si quiere pasar a verlo...
- No. Estoy bien así -interrumpió de forma abrupta, impresionando a la enfermera.
- ¡Mi hijo!, ¡¿dónde está mi hijo?!
Los gritos de un hombre lo alertaron, sacándolo de su letargo. Divisó en la recepción a una pareja de adultos que vociferaban por respuestas, y luego los vio acercarse junto a la enfermera.
Se preguntó si serían los padres de Jisung, y antes de sopesar la respuesta, la realidad lo golpeó.
- ¿Quién eres tú?
-... Soy un..., amigo de su hijo, Señor Han.
El hombre lo vio con desprecio y se apartó.
- ¿Qué ocurrió? -le preguntó la madre con lágrimas en los ojos.
Pero Minho fue incapaz de responderle pues no sabía cuánto sabrían los padres del chico sobre su trabajo como bailarín en ese club. ¿Qué le ocurriría al chico si sus estirados padres se enteraban de ello? No, era mejor callar o inventarse algo. Claro que tampoco parecían complacidos con la idea de que Jisung fuese amigo de..., alguien como él.
- ¿Ha sido tu culpa? -rugió el padre.
- Sí.
Porque él fue incapaz de cuidarlo a pesar de su reputación como boxeador. Quizás si hubiese actuado antes no lo habrían lastimado, si él hubiese sido valiente y los hubiese enfrentado...
Si hubiese...
- Vete y no vuelvas a acercarte a mi hijo, maldito bastardo.
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Nos vemos en el próximo capítulo
🪴; minnh-aye
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