¢αριтυℓσ -46
—Señor, nos informó de un incendio a las afueras de la manada. Resultó ser la cabaña del antiguo Alfa —anunció un guardia mientras entraba apresuradamente en la base de entrenamiento.
—¡¿Cómo que se incendio!? —exclamó Seth, girándose bruscamente hacia él.
—Patrullamos la zona y encontramos todo reducido a cenizas. Parece que lleva semanas así, pero no hemos podido determinar cómo ocurrió —respondió el guardia, manteniendo la compostura.
—¡Maldita sea! —gruñó Seth, golpeando la mesa con el puño cerrado. Todo le estaba saliendo mal últimamente. No era el lugar lo que le preocupaba, sino lo que contenía—. Había documentos importantes allí, cosas que no debían perderse… y ahora todo está destruido.
Salió a toda prisa, acompañado por un grupo de guardias que custodiaban su espalda con paso firme. Al llegar, la escena era desoladora; lo que una vez fue una hermosa cabaña ahora no era más que cenizas y escombros.
El aire estaba cargado de silencio, roto solo por el crujido del viento. No tenían idea de había provocado el incendio, pero un olor sutil y casi imperceptible en el aire lo delató. Ese aroma avivó algo dentro de Seth, despertando al lobo que dormía en su interior, agitándolo con una mezcla de euforia e instinto.
—Uva… —susurró, el olor de esa feromona, algo tan familiar, lo envolvió.
Pero al pensar en el dueño de ese olor, casi sintió que se estaba volviendo loco. Denix estaba muerto, lo había visto con sus propios ojos. El vacío en su mirada, la ausencia de cualquier rastro de vida… Todo indicaba que ya no estaba.
Pero ese leve destello, esa sensación efímera, lo hizo dudar, aunque solo fuera por un segundo.
No le dio demasiada importancia a eso; lo interpretó como si su lobo lo estuviera recriminando por lo que había hecho. Seth lo reprimió con fuerza, encerrándolo muy dentro de él, aislado y silenciado, evitando que emergiera de nuevo.
Solo salía para lamentarse y llorar por su familia. Era un ser débil, que no necesitaba, y el culpable de mantener a su hermano a su lado.
Nunca amó a su hermano. Solo lo hacía porque su lobo lo obligaba a hacerlo, un lobo que amaba a Denix con locura, arrastrando a Seth con él hacia esos sentimientos que él no compartía.
Todo lo que sentía por Denix era odio, desprecio. El dolor que sintió esa noche al clavarle la daga a su hermano fue fugaz, eclipsado por la intensidad del sufrimiento de su lobo, que se hundió en la desesperación al instante. Eso facilitó que Seth lo manipulara.
Ahora, tenía lo que le pertenecía, sin estorbos que podían interponerse en su camino.
Bajo el liderazgo de Seth, Ekaia no solo se expandió hacia territorios desconocidos, sino que también volvió su mirada hacia quienes alguna vez fueron sus aliados más cercanos.
Manadas que durante años habían convivido en armonía con Ekaia, compartiendo pactos de paz y cooperación, se encontraron de repente en el centro de la ambición desmedida de Seth.
Sin previo aviso, las alianzas se rompieron. Seth no veía valor en mantener relaciones pacíficas cuando podía obtener control absoluto. Uno a uno los aliados fueron sometidos a la fuerza. Las promesas de paz se convirtieron en cadenas, y las palabras de unidad fueron reemplazadas la fría imposición de la fuerza.
Pero eso no era suficiente para Seth. Quería más. Las conquistas iniciales no eran suficientes. Cada territorio que caía bajo el estandarte de Ekaia no calmaban su sed de poder, sino que la avivaba.
Pero el poder nunca es gratuito. Con cada victoria, también llegaron las consecuencias.
Las bajas entre sus guerreros fueron significativas. Cada conquista, cada manada que arrasaba, dejaba atrás cadáveres, hombres caídos en el campo de batalla.
Muchos de los combatientes más leales habían perdido, y con ellos, la capacidad de sostener su dominio. Aunque las victorias fueron innumerables, las pérdidas fueron grandes, dejando a sus fuerzas debilitadas.
Los recursos de Ekaia antes abundantes, comenzaron a agotarse bajo el peso de mantener un territorio en constante expansión. Y dentro de sus propios seguidores, sus guerreros, agotados por las guerras interminables, comenzaron a cuestionar su liderazgo.
Seth, sin embargo, no cedió. Para él, el precio del poder no era un obstáculo, sino un desafío que debía superar. Su dominio se volvió más estricto, sus castigos más severos. El miedo creció en ellos y la lealtad dio paso al silencio tenso de la obediencia forzada.
Seth llegó a un momento crítico en su liderazgo. Todo lo que había construido, todo lo que había luchado por obtener, comenzaba a desmoronarse.
El vacío dejado por los caídos, la falta de suficientes guerreros para mantener el control de sus territorios recién adquiridos, podría ser fatal.
Las manadas enemigas, ahora con sed de venganza, comenzaban a observar cada uno de sus movimientos, analizando cuidadosamente cuándo atacar, cuándo aprovechar su debilidad para arrebatarle todo lo que había logrado.
Seth lo sabía. Las conquistas lo habían dejado más poderoso, pero también más vulnerable, y esa vulnerabilidad podría costarle. Si no actuaba rápido, si no fortalecía su ejército y aseguraba sus dominios, no solo perdería el poder que había ganado, sino que podría perder a Ekaia.
Y el poder que tanto había deseado podría desvanecerse en un suspiro, y con ello, su vida misma.
—Si buscas más poder, sé una manera de conseguirlo fácilmente, sin mucho esfuerzo —dijo una voz rasposa.
Seth, totalmente intrigado, dejó al anciano pasar a su carpa. Estaban descansando mientras preparaban el armamento para la próxima invasión.
—¿Qué dices, anciano? ¿Quién eres tú? —preguntó Seth, observando al hombre con desconfianza.
El anciano, que parecía tener alrededor de ochenta años, se detuvo frente a Seth y, con una mano arrugada, tocó su hombro.
—Conozco una forma de obtener más poder. Viendo a tu grupo de guerreros, no son lo suficientemente fuertes como para aguantar una batallas más.
Esas palabras hicieron que Seth se tensara. Apartó bruscamente la mano del anciano y, con el rostro endurecido, musitó furioso:
—¿Qué estás tratando de insinuar?
—No estoy insinuando nada —respondió el anciano con calma—. Solo digo que sé cómo hacerlos más fuertes.
A pesar de su desconfianza, Seth lo miró fijamente, haciendo un gesto con la mano para que continuara.
—¿Has oído hablar de la SG-6X?... La Sangre Génesis.
Seth frunció el ceño, sin entender del todo.
—¿Quién o qué es eso? —preguntó, curioso pero cauteloso.
—Es justo lo que necesitas para volverte más fuerte y poderoso. Una sustancia capaz de crear a los guerreros más letales, invencibles, que te llevarán a la victoria sin una sola baja. Con esa fórmula, serás imparable, Seth. —Las palabras del anciano eran como veneno, seductoras, engatusando a su víctima, arrastrándolo hacia la trampa.
—¿Cómo la obtengo? —preguntó Seth, con la mirada fija y ansiosa.
—La tengo yo. —la respuesta llegó sin titubeos, como si todo estuviera planeado.
—Entonces dámela. —Seth no pudo ocultar el deseo en su voz.
Draco entusiasmado, victorioso, sabiendo que tenía al joven bajo su control.
—Te la daré, pero tiene un precio.
—Te daré todo el oro que quieras. —Seth estaba dispuesto a pagar cualquier precio.
—No me interesan las riquezas, Seth. Lo que quiero es poder.
—¿Poder? —Seth frunció el ceño, sin entenderlo completamente.
—Quiero Ekaia. —la petición salió de Draco con calma, como si fuera lo más natural del mundo.
—¡Imposible! —Seth rugió, su ira encendiendo su pecho. La propuesta del anciano era una burla, un desafío que no iba a tolerar. Enfurecido, desenvainó su espada y la posó sobre el cuello del viejo, su respiración pesada.
—Solo quiero ser tu mano derecha, Seth. —la voz de Draco no tembló. —Por si no lo sabes, fui el mejor consejero de tu abuelo… y de tu padre.
Claro, eso era cierto en parte, pero el viejo Draco Wood nunca fue más que uno de los consejeros más cercanos al padre de Orson. A pesar de su papel en la corte, nunca fue considerado realmente importante.
Solo Orson lo valoraba profundamente, lo consideraba uno de sus consejeros más leales y le otorgó cierto poder. Sin embargo, Draco nunca estuvo conforme con eso. Su ambición era más grande, mucho más grande. Quería más, deseaba el control de Ekaia y no podía conformarse con un título que solo le daba un pequeño pedazo del poder que codiciaba.
Fue por esto que, tras años de frustración, Draco puso su mirada en el que sería él siguiente líder, Denix, intentó ganarse su favor. Pero el Omega era aún más terco.
No confiaba en nadie, mucho menos en un hombre tan obvio en sus deseos y lujuria. A Denix le repugnaba la mera presencia de Draco, y no le daba ni una oportunidad para acercarse o hablar con él.
La situación empeoró cuando Draco, con su característico cinismo, le ofreció está sustancia experimental ”La SG-6X” que supuestamente aumentaría la fuerza de sus guerreros.
Denix rechazó la oferta de inmediato. Para él, sus hombres ya eran lo suficientemente fuertes, entrenados sin la necesidad de recurrir a trampas para conseguir victorias, no necesitaban ninguna sustancia que alterara sus cuerpos. Su creencia era que, con la inteligencia y el entrenamiento adecuado, las victorias llegaban sin atajos.
Sin embargo, lo que realmente enfureció a Denix no fue la propuesta de la fórmula en sí, sino lo que esta causaba en los Omegas. Esa sustancia, conocida en los bajos mundos, era utilizada por manadas que traficaban con Omegas, sometiéndolos a un destino peor que la muerte.
Los convertían en objetos sexuales, en mercancías para extranjeros, destruyendo vidas inocentes. Así que sin dudarlo, Denix lo desterró de Ekaia, expulsándolo lejos de sus tierras. Le arrebato toda sus pertenencias, condenándolo al exilio y sumiéndolo en la miseria.
Pero Draco, como siempre, supo esperar. Regresó solo cuando se enteró de la muerte tanto del Omega como del Alfa y su demás familia, la oportunidad perfecta para recuperar lo que sentía que le pertenecía.
Ahora, con el poder vacío de Ekaia al alcance de su mano, estaba a punto de ver cómo su sueño se hacía realidad. La ambición que había cultivado durante tanto tiempo finalmente estaba a punto de alcanzarlo.
—Solo quiero que me des la oportunidad de ayudarte a liderar una manada tan grande. Eres novato en esto, pero con mi ayuda y guía, podrías lograr que crezca aún más. ¿Qué dices?
Las cartas ya están sobre la mesa, solo queda esperar al vencedor. Solo hay espacio para uno, y todo depende de cuán astuto seas y cuán fuerte te mantengas en este juego para salir triunfane.
Al llegar a las imponentes puertas de Ekaia, una anciana se detuvo a contemplarlas. Su figura encorvada parecía insignificante ante la magnitud de la entrada. Una capucha oscura cubría su cuerpo, dejando visible apenas un rostro surcado por arrugas y mechones dispersos de cabello blanco.
Pero, en un parpadeo, la anciana desapareció. En su lugar, surgió una mujer de porte elegante, con cabello oscuro y rizado que caía como una cascada sobre sus hombros, y su piel morena brillaba con una vitalidad que contrastaba con la apariencia que había mostrado momentos antes.
La dama cruzó las puertas con la seguridad de quien conoce cada rincón del lugar. Este territorio no le era ajeno, y aunque sabía el destino que le esperaba al atravesar esas puertas, su decisión era firme.
Era su deber cumplir con lo que había sido designado, incluso si eso significaba enfrentarse al final. Había desafiado al destino en dos ocasiones, y ahora debía respetarlo. Si con ello protegía a quienes amaba, estaba dispuesta a aceptarlo.
Sus pasos resonaron con naturalidad en las calles, como si el tiempo no hubiera pasado desde la última vez que caminó por ellas. La noticia de su llegada no tardó en extenderse como un incendio por Ekaia. "La gran adivina Osiris está aquí”, murmuraban las voces en los rincones de la manada. El rumor llegó a oídos de Seth, quien, intrigado, ordenó que se le convocara a una audiencia.
Osiris no opuso resistencia. Sabía que este encuentro era inevitable. Escoltada por un grupo de guardias, fue conducida a su destino. El lugar donde Seth guardaba era un palacio deslumbrante, rebosante de lujos y decoraciones ostentosas, cada detalle diseñado para imponer y reflejar la autoridad absoluta del líder. El suelo alfombrado amortiguaba sus pasos, pero no podía apagar la tensión que se respiraba en el aire.
Finalmente, las puertas se abrieron para revelar una gran sala, dominada por un trono imponente en el que Seth estaba sentado. Su postura reflejaba autoridad absoluta.
Como un rey en todo su esplendor, irradiaba poder y dominación, cada detalle cuidadosamente calculado para intimidar.
Pero Osiris no era una mujer fácil de doblar; su mirada permaneció fija, sabiendo que la verdadera batalla estaba por comenzar.
—Bienvenida, señora Osiris, a mi humilde hogar —saludó Seth con una amabilidad que no alcanzaba sus ojos, sin molestarse en levantarse de su asiento.
Osiris inclinó ligeramente la cabeza en señal de respeto.
—Le agradezco su hospitalidad, señor Seth —respondió con calma.
—¿Qué la trae por aquí? Aunque sé que era amiga de mi madre, su visita me resulta… inesperada.
—Solo vine a saludar y ofrecer mis condolencias. Una tragedia como la que ocurrió aquí se llevó muchas vidas inocentes. Es una gran pérdida.
—Sí, una verdadera tragedia —dijo Seth, con una sonrisa que no reflejaba dolor alguno. Luego, inclinándose ligeramente hacia adelante, añadió—: Mis padres solían hablar de usted. Decían que era una adivina talentosa, capaz de ver lo que otros no podían. En particular, predijo que mi hermano sería un elegido de nuestros antepasados.
Hizo una pausa, dejando que sus palabras flotaran en el aire antes de continuar, con un tono de fría ironía:
—Pero, como puede ver, sus predicciones no se cumplieron. Mi hermano, el de la sangre lunar, murió antes de liderar la manada poderosa que usted presagió. Dígame, señora Osiris, ¿cuán confiables son realmente sus visiones?
Osiris mantuvo su expresión serena, sin inmutarse ante el tono desafiante de Seth.
—Las estrellas y la luna nunca mienten, señor Seth. Su hermano nació con el favor del Sol y la Luna, un verdadero Altaluna, portador del hilo dorado y bendecido por la gracia de la Diosa Luna. Pero usted… —Osiris pausó, dejando que sus palabras calaran—. Usted quebrantó ese equilibrio, y lo que hizo será pagado con sangre.
Seth se levantó de golpe, sus ojos llamando de furia.
—¡¿Cómo te atreves?! —rugió, su voz resonando en el salón—. ¿Acaso no ves quién soy? Soy el líder más poderoso que este mundo verá. Pronto, todos los territorios me pertenecerán. Mi nombre será conocido por todos, y caerán de rodillas ante mí.
El silencio que siguió fue más pesado que cualquier palabra. Seth apretó los puños, luchando por mantener el control, mientras la mirada de Osiris seguía fija en él, inquebrantable.
—Pero miren a quién tenemos aquí, a la grandiosa y siempre encantadora Osiris —soltó Draco, rompiendo la atmósfera tensa mientras entraba al salón con una sonrisa cínica. Sin invitación, tomó asiento junto a Seth, como si fuera su lugar de derecho.
Osiris lo miró de reojo y soltó un resoplido cargado de ironía.
—Mucho tiempo sin verlo, señor Draco. Debo decir que los años no fueron amables con usted. Aunque, para ser honesta, sigue igual de repulsivo que la última vez que lo vi —respondió con una sonrisa venenosa.
Draco se tensó, pero pronto reaccionó con un rugido cargado de furia.
—¡Cierra la boca, maldita bruja! ¿Qué haces en este lugar? No eres bienvenida aquí, escoria asquerosa.
Osiris cruzó los brazos, altiva y sin inmutarse ante el estallido del anciano.
—Si sus palabras vinieran de alguien con relevancia, tal vez me sentiría insultada —replicó, con una calma cortante—. Pero como no lo son, carecen de valor para mí.
Draco entrecerró los ojos, y por un instante el silencio volvió a llenar la sala. Sin embargo, una risa sarcástica surgió de sus labios arrugados, rompiendo la tensión.
—Me enteré de que tu querida compañera, esa otra bruja inmunda, murió hace ya un tiempo. Una lástima, aunque debo decir que se lo merecía por lo que le hizo a mi hijo.
Osiris no dejó que las palabras del viejo la desconcertaran. En lugar de eso, avanzó un paso, con el porte digno de una reina, y lo encaró.
—La única muerte merecida sería la suya, Draco. Su avaricia y codicia son tan grandes que no solo destruyó a quienes lo rodeaban, sino que ni siquiera su propio hijo pudo escapar de su terquedad y obsesión. Y aquí está, arrastrándose en las sombras de un líder, recordándose a sí mismo que nunca llegará a ser importante.
Osiris giró su mirada hacia Seth, sus ojos oscuros llenos de una mezcla de decepción y desafío.
—Es una verdadera pena, Seth, que hayas caído tan bajo al permitir que una serpiente como esta se deslice en tu manada. Pero aún más trágico es que, al final, no solo te arrastrará al abismo, sino que también tus acciones te llevarán a perder más de lo que has ganado.
El aire en la sala parecía haberse enfriado, y el silencio que siguió fue más pesado que cualquier grito. Draco, con una furia contenida en sus ojos, apretó los puños, mientras Seth observaba en silencio, calculando cada palabra y movimiento.
—No eres nadie para decirme cómo debo hacer mi trabajo. Yo decido quién se queda a mi lado. Tus palabras no son más que ecos vacíos para mí; tus profecías son mentiras, inventadas para manipular a los crédulos. Esa estúpida leyenda, todo ese cuento, lo creaste tú para arrebatar lo que era mío. Por tu culpa, fui apartado, y mi cargo fue entregado a un Omega inútil. Será mejor que te largues de mis tierras de una vez, maldita bruja.
Osiris lo miró con una mezcla de compasión y firmeza.
—Tu futuro está escrito, Seth. Veo el oro y la plata acumulándose a tu alrededor, la fuerza y el poder fortaleciéndose en tus manos. Serás el terror de muchos, y tu nombre será grabado. Pero no como un líder aclamado, sino como un oscuro recuerdo en la memoria de inocentes, y de tus enemigos, un símbolo de tu caída…. La verdad duele y la realidad también, así que acepta con verdad tu realidad.
La expresión de Seth cambiaba con cada palabra de Osiris, su ira creciente, hasta que ya no se contuvo. Se levantó de su asiento, desenvainó su espada y la colocó con fuerza en el cuello de Osiris, sus ojos irradiando una locura peligrosa.
—No dejaré espacio para lo que dices. Seré más rápido que mis enemigos, y yo seré el que los vea caer. No aceptaré una verdad que no se asemeja a la realidad. Tus palabras se desvanecerán con el viento, una mala broma. Este es tu fin, perra mentirosa.
Osiris no se inmutó ante el filo que rozaba su cuello. Su mirada se desvió hacia el viejo Draco, quien seguía en su asiento disfrutando de la escena. Sin embargo, las palabras de Osiris hicieron que el aire se volviera gélido.
—Y como a tus antepasados, la única solución será la muerte. Te lo digo ahora mismo. Los Woods llegarán a su fin, y solo quedarán cenizas. Tú también tendrás tu final, como ellos, y aunque Akon no merecía la muerte, pagó por llevar tu asquerosa sangre. Así que prepárate, porque pagarás por tus vilezas con tu propia muerte… —su mirada ahora se posó en los ojos verdes claros de Seth, tan similares y, a la vez, tan distintos de la inocencia que reflejaban los de Denix—. Puedo verlos a ambos retorcerse de dolor, sus ojos apagándose como llamas extinguidas por la tormenta. Esperen su fin, que llegará a manos de su propia sangre.
Las palabras de Osiris resonaron como un eco implacable en la mente de Seth, cada sílaba avivando el fuego de su ira. Sus manos temblaron, pero no de duda, sino de pura rabia. La locura brilló en sus ojos, y antes de que la razón pudiera interponerse, Seth rugió como una bestia desatada.
—¡Cállate de una vez, maldita bruja! —vociferó, su voz quebrada por la furia.
Sin pensarlo, levantó la espada que aún sostenía contra el cuello de Osiris y, con un movimiento rápido y brutal, la hundió en su pecho. La hoja atravesó la carne con un sonido seco, y el cuerpo de Osiris se estremeció bajo la fuerza del golpe.
Sin embargo, incluso mientras la vida comenzaba a abandonarla, Osiris mantuvo su porte digno. Una sonrisa torcida se dibujó en sus labios, mientras sus ojos, llenos de una calma inquietante, se fijaban en Seth.
—Lo sabía… —susurró con dificultad, un hilo de sangre deslizándose por la comisura de su boca—. Acabas de sellar tu destino. Mi muerte… solo acelera tu caída.
Con esas palabras, su cuerpo perdió fuerza, pero su mirada seguía taladrando a Seth, como si aún desde la muerte lo juzgara. La sala quedó en un silencio sepulcral, roto únicamente por la respiración agitada de Seth y el goteo de sangre cayendo al suelo.
Draco, sentado a un lado, observaba la escena con una mezcla de satisfacción.
La bruja había caído, pero sus palabras parecían un eco que no se desvanecería pronto, sino que crecería como una tormenta acercándose en el horizte.
𝘌𝘴𝘵𝘰𝘴 𝘱𝘳𝘪𝘮𝘦𝘳𝘰𝘴 4 𝘤𝘢𝘱𝘪𝘵𝘶𝘭𝘰𝘴 𝘴𝘦𝘳𝘢́𝘯 𝘴𝘰𝘣𝘳𝘦 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘱𝘢𝘴𝘰́ 𝘦𝘯 𝘦𝘴𝘰𝘴 𝘥𝘰𝘴 𝘢𝘯̃𝘰𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘱𝘢𝘴𝘢𝘳𝘰𝘯, 𝘢𝘭𝘨𝘶𝘯𝘢𝘴 𝘤𝘰𝘴𝘢𝘴 𝘴𝘦 𝘭𝘢𝘴 𝘪𝘳𝘦́ 𝘳𝘦𝘤𝘰𝘳𝘥𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘧𝘪𝘯𝘢𝘭 𝘥𝘦𝘭 𝘤𝘢𝘱𝘪𝘵𝘶𝘭𝘰 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘴𝘦 𝘱𝘪𝘦𝘳𝘥𝘢𝘯...
1- 𝘊𝘰𝘮𝘰 𝘱𝘶𝘦𝘥𝘦𝘯 𝘷𝘦𝘳 𝘋𝘳𝘢𝘤𝘰 𝘯𝘰 𝘧𝘶𝘦 𝘲𝘶𝘪𝘦́𝘯 𝘮𝘢𝘵𝘰 𝘢 𝘖𝘴𝘪𝘳𝘪𝘴...
2- 𝘈𝘬𝘰𝘯 𝘦𝘳𝘢 𝘩𝘪𝘫𝘰 𝘥𝘦 𝘋𝘳𝘢𝘤𝘰 𝘺 𝘢𝘣𝘶𝘦𝘭𝘰 𝘥𝘦 𝘈𝘬𝘦𝘳...
3- 𝘚𝘦𝘵𝘩 𝘴𝘢𝘣𝘦 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘦𝘹𝘪𝘴𝘵𝘦𝘯𝘤𝘪𝘢 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘚𝘎 -6𝘟...😖
♡Estoy escribiendo otra historia por favor léanla también 💗✨️ ya esta publicada con 5 capítulos 🥰
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro