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006.ᴀʙᴏᴜᴛ ʜᴏᴡ ᴡᴇ ᴍᴇᴛ ᴛʜᴇ ʙʟᴇꜱꜱɪɴɢꜱ ᴏꜰ ᴛʜᴇ ᴛʜɪᴇꜰ ɢᴏᴅ ᴀɴᴅ ᴛʜᴇ ʙʟᴏᴏᴅ ɢᴏᴅ

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ꜱᴏʙʀᴇ ᴄᴏᴍᴏ ᴄᴏɴᴏᴄɪᴍᴏꜱ ᴀ ʟᴀꜱ ʙᴇɴᴅɪꜱ ᴅᴇʟ ᴅɪᴏꜱ ʟᴀᴅʀÓɴ ʏ ᴇʟ ᴅɪᴏꜱ ᴍᴀʟᴏᴛᴇ

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LA VERDAD es que, que el profesor de latín fuera un centauro no me sorprendió.

¿Cómo lo haría? Si ya habían pasado tantas cosas increíbles, llega un punto en que dejas de sorprenderte.

Quirón nos guió por todo el campamento, explicandonos los detalles hasta por fin llegar a la cabaña que nos habían asignado.

La once era la que más se parecía a la típica cabaña de campamento. El umbral estaba muy gastado; la pintura marrón y la madera se veía vieja y mohosa. Arriba de todo había un caduceo.

Quirón no entró. La puerta era demasiado baja para él. Pero cuando los campistas lo vieron, todos se pusieron en pie y saludaron respetuosamente con una reverencia.

—Bueno, así pues... —dijo Quirón—. Buena suerte. Los veo a la hora de la cena.

Y se marchó al galope hacia el campo de tiro.

Nos quedamos en el umbral, mirando a los chicos. Ya no inclinaban la cabeza. Ahora estaban pendientes de nosotros. Conocía esa parte, había pasado por ella en bastantes colegios.

—¿Y bien? —urgió Annabeth—. Vamos.

Percy tropezó al entrar por la puerta y hubo algunas risitas, pero nadie dijo nada.

Annabeth anunció:

—Percy Jackson y...—se detuvo observándome, esperando a que le dijera quién era.

—Darlene Backer —agregó Percy con tono algo duro antes de que yo pudiera decirle mi nombre.

—Ah, sí, Darlene...les presento a la cabaña once.

—¿Normal o por determinar? —preguntó alguien.

Yo no supe qué responder, pero Annabeth anunció:

—Por determinar.

Todo el mundo se quejó.

Un chico algo mayor que los demás se acercó.

—Bueno, campistas. Para eso estamos aquí. Bienvenidos, Percy, Darlene —dijo con una sonrisa—, pueden quedarse con ese hueco en el suelo, a ese lado.

El chico tendría unos diecinueve años, y era muy atractivo. Era alto y musculoso, de pelo color arena muy corto y sonrisa amable. Lo único que alteraba un poco su apariencia era una enorme cicatriz blanca que le recorría media cara desde el ojo derecho a la mandíbula, una vieja herida de cuchillo.

—Éste es Luke —lo presentó Annabeth, y su voz sonó algo distinta. La miré, estaba levemente ruborizada y sus ojos brillaban al ver al tal Luke. Solo bastó un segundo para que reconociera ese brillo. Al ver que la miraba, su expresión volvió a endurecerse—. Es su consejero, por el momento.

—¿Por el momento? —pregunté.

—Son por determinar —me aclaró Luke—. Aún no saben en qué cabaña ponerte, así que de momento estás aquí. La cabaña once recibe a los recién llegados, todos visitantes, evidentemente. Hermes, nuestro patrón, es el dios de los viajeros.

Observé la pequeña sección de suelo que nos habían otorgado.

No me apetecía nada dormir ahí.

—¿Cuánto tiempo vamos a estar aquí? —preguntó Percy.

—Buena pregunta —respondió Luke—. Hasta que te determinen.

—¿Cuánto tardará?

Todos rieron.

—Vamos —dijo Annabeth—. Les enseñaré la cancha de voleibol.

Percy intentó protestar, pero Anabeth lo tomó del brazo y lo sacó de la cabaña. Yo los seguí, dejando atrás un coro de risitas.

—Jackson, tienes que esforzarte más —dijo cuando nos separamos unos  metros.

—¿Qué?

Puso los ojos en blanco y murmuró entre dientes:

—¿Cómo pude creer que eras el elegido?
Fruncí el ceño ante la mirada irritada que le dio. No me estaba gustando nada la actitud de Annabeth.

—Pero ¿qué te pasa? —espeté. Y Percy asintió a mi comentario.

—Lo único que sé es que he matado a un toro...

—¡No hables así! —increpó Annabeth—. ¿Sabes cuántos chicos en este campamento desearían haber gozado de la oportunidad que tú tuviste?

—¿De que me mataran?

—¡De luchar contra el Minotauro! ¿Para qué crees que entrenamos?

—Mira, si la cosa con que me enfrenté era realmente el Minotauro, el mismo del mito...

—Pues claro que lo era.

—Pero sólo ha habido uno, ¿verdad?

—Sí.

—¿No se supone que murió hace un montón de años? —pregunté—. ¿No lo mató Teseo en el laberinto?

—Los monstruos no mueren, Darlene —respondió Anabeth con un tono que parecía bastante condescendiente para mi gusto—. Pueden matarse, pero no mueren.

—Ah, gracias. Eso lo aclara todo.

Annabeth nos explicó sobre cómo los monstruos son fuerzas primarias que al final no pueden desaparecer por completo.

—¿Quieres decir que si matase a uno, accidentalmente, con una espada...? —indagó Percy, y supe que estaba pensando en lo mismo que yo. La señora Dodds.

—Esa Fur... quiero decir, tu profesora de matemáticas. Bien, pues ella sigue ahí fuera. Lo único que has hecho es enojarla muchísimo.

—¿Cómo sabes de la señora Dodds?

—Hablas en sueños.

—Casi la llamas Furia ¿verdad? —pregunté—. Son las torturadoras de Hades, ¿no?

Annabeth miró nerviosa al suelo, como si temiese que se abriera y la tragara.

—No deberías llamarlas por su nombre, ni siquiera aquí. Cuando tenemos que mencionarlas las llamamos «las Benévolas».

—¿Hay algo que podamos decir sin que se ponga a tronar? —se quejó Percy—. ¿Y por qué tenemos que quedarnos en la cabaña once? —Sentí mariposas al darme cuenta que desde que habíamos llegado, Percy seguía incluyéndome en todo momento. Hablaba de los dos como un combo 2x1—. ¿Por qué están todos tan apiñados? Está lleno de literas vacías en los otros sitios. —Señaló las primeras cabañas, y Annabeth palideció.

—No se elige la cabaña, Percy. Depende de quiénes son tus padres. O... tu progenitor.

—Mi madre es Sally Jackson —respondió—. Trabaja en la tienda de caramelos de la estación Grand Central. Bueno, trabajaba.

—Siento lo de tu madre, Percy, pero no me refería a eso. Estoy hablando de tu otro progenitor. Tu padre.

—Está muerto. No lo conocí.

No dije nada, miré al cielo esperando divertida a que Percy por fin captara toda esta cosa de los dioses. Podía ser algo lento a veces, pero así me gustaba.

Annabeth suspiró. Sin duda ya había tenido antes esta conversación con otros chicos.

—Te diagnosticaron dislexia, quizá también TDAH —Annabeth me miró, analizándome y agregó—. Tu amiga igual si está aquí.

—Tengo dislexia —admití, y Percy me miró sorprendido, luego se giró hacia Annabeth.

—¿Y eso qué importa ahora?

—Todo junto es casi una señal clara.

Ella nos explicó como la dislexia y el TDAH en realidad son nuestros reflejos, características típicas de nuestra sangre divina que nos hace diferentes del resto de los mortales. Diagnosticados así por no tener otra explicación lógica, pero que nos mantienen con vida.

—Hablas como... como si hubieras pasado por la misma experiencia —comentó—, como si fuéramos iguales.

—Aparentemente lo somos, Percy —dije.

—La mayoría de los chicos que están aquí lo han hecho. Si no fueras como nosotros no habrías sobrevivido al Minotauro, mucho menos a la ambrosía y el néctar.

—¿Ambrosía y néctar?

—La comida y la bebida que te dimos para que te recuperaras. Eso habría matado a un chico normal. Le habría convertido la sangre en fuego y los huesos en arena, y ahora estarías muerto. Asúmelo. Eres un mestizo.

—¡Pero bueno! ¡Dos novatos! —exclamó una voz gruesa.

Me volví. Una chica corpulenta que había visto en la cabaña 5 avanzaba hacia nosotros con paso decidido. Tres chicas la seguían, eran grandes y vestidas con chaquetas de camuflaje.

Todas tenían un aire que me era muy familiar, como esas cosas innatas que uno sabe sin saber, pero no sé de dónde.

—Clarisse —suspiró Annabeth—. ¿Por qué no te largas a pulir la lanza o algo así?

—Cierra el pico, princesa —repuso la chicarrona—, o te atravesaré con ella el viernes por la noche.

Erre es korakas! —replicó Annabeth, y de algún modo entendí que en griego significaba «¡Anda a dar de comer a los cuervos!», aunque me dio la impresión de que era una maldición peor de lo que parecía.

—Los vamos a pulverizar —respondió Clarisse, pero le tembló un párpado. Quizá no estaba segura de poder cumplir su amenaza. Se volvió hacia nosotros—. ¿Quiénes son estos alfeñique?

—Percy Jackson, Darlene Backer —dijo Annabeth—. Ésta es Clarisse, hija de Ares.

—¿El dios de la guerra? —pregunté. Algo en ella me resultaba familiar, como un sentimiento entre la ira y el afecto.

Clarisse replicó con desdén:

—¿Algún problema?

—No. —Contestó Percy por mí—. Eso explica el mal olor.

Clarisse gruñó. Cerré los ojos porque esto no acabaría nada bien.

Sabía lo que estaba haciendo, me estaba protegiendo desviando toda la atención de Clarisse hacia él para que no me molestara.

Y al parecer, lo logró.

—Tenemos una ceremonia de iniciación para los novatos, Prissy.

—Percy.

—Lo que sea. Ven, que te la enseño.

—Clarisse... —la advirtió Annabeth.

—Quítate de en medio, listilla.

Annabeth parecía muy firme, pero vaya si se quitó de en medio.

—Percy...

Él me miró, y me hice unos pasos atrás.

"Soy el nuevo, tengo que ganarme una reputación"

Lo entendía, de verdad que sí; es algo que aprendes cuando te pasas la vida cambiando de escuela. Este era su momento, así que respeté su decisión.

Me dio su cuerno de minotauro y, de repente Clarisse lo agarró por el cuello y lo arrastró hacia el edificio color ceniza que supe de inmediato que era el baño. Percy lanzaba puñetazos y patadas. Lo arrastró hasta el baño de las chicas, Anabeth y yo los seguimos, y yo tenía el corazón en la garganta por no poder intervenir.

Había una fila de váteres a un lado y otra de duchas al otro. Olía como cualquier lavabo público. Las amigas de Clarisse reían a todo pulmón.

—Sí, hombre, seguro que es material de los Tres Grandes —dijo, empujándolo hacia un váter—. Seguro que el Minotauro se murió de la risa al ver la pinta de este bobo.

Sus amigas no paraban de reír.

Annabeth estaba a mi lado, en una esquina, tapándose la cara pero mirando entre los dedos.

Clarisse lo puso de rodillas y empezó a empujarle la cabeza hacia la taza. Apestaba a tuberías oxidadas y a... bueno, a lo que se echa en los váteres. Percy luchaba por mantener la cabeza erguida.

Y entonces ocurrió algo. Las tuberías rugieron y se sacudieron.

Un chorro de agua salió disparado del váter y describió un arco perfecto por encima de la cabeza de Percy. Se cayó de espaldas al suelo mientras el agua salía de nuevo de la taza, le dio a Clarisse directo en la cara y con tanta fuerza que la tumbó de culo.

Ella se resistía dando manotazos y chillando, y sus amigas empezaron a acercarse. Pero entonces los otros váteres explotaron también y seis chorros más de agua las hicieron retroceder de golpe.

No estoy segura que pasó después, porque el agua que había salido disparada estalló contra todas las que estábamos en el baño. Entre gritos, el agua me arrojó al piso, se me metió agua por la nariz, y me dejó una sensación de ardor que casi me hace llorar.

Y así como empezó el agua se detuvo.

El lavabo entero estaba inundado. Annabeth y yo estábamos sentadas en el suelo empapadas de pies a cabeza. No se veía a ninguna de las otras chicas, al parecer, el agua las había expulsado fuera del baño.

Miré a Percy, atónita por lo que acababa de pasar y él estaba igual de perplejo. Estaba sentado en el único sitio seco de la estancia y no tenía ni una gota de agua sobre la ropa.

«Wow, si pensaba que este chico no podía gustarme más, me acaba de probar que estaba equivocada» pensé sin poder contener la enorme sonrisa que surcó mis labios.

—¿Cómo has...?—preguntó Annabeth.

—No lo sé —respondió poniéndose de pie.

Me extendió la mano para ayudarme a pararme y los tres salimos afuera. No me soltó en ningún momento.

Clarisse y sus amigas estaban tendidas en el barro, y un puñado de campistas se había reunido alrededor para mirarlas estupefactos. Clarisse tenía el pelo aplastado en la cara. Su chaqueta de camuflaje estaba empapada y ella olía a alcantarilla.

—Estás muerto, chico nuevo —dijo mirándolo con odio—. Totalmente muerto.

—¿Tienes ganas de volver a hacer gárgaras con agua del inodoro, Clarisse? —espetó Percy—. Cierra el pico.

Sus amigas tuvieron que contenerla. Luego la arrastraron hacia la cabaña 5, mientras los otros campistas se apartaban para no recibir una patada.

Annabeth lo miraba fijamente.

—¿Qué? —preguntó—. ¿Qué estás pensando?

—Estoy pensando que te quiero en mi equipo para capturar la bandera.

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