
001.ᴀʙᴏᴜᴛ ꜰᴀɪʟɪɴɢ ᴛᴏ ʙᴇ ᴀ ʜᴇʀᴏ
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ꜱᴏʙʀᴇ ᴄᴏᴍᴏ ꜰʀᴀᴄᴀꜱᴀʀ ᴀ ʟᴀ ʜᴏʀᴀ ᴅᴇ ꜱᴇʀ ᴜɴ ʜÉʀᴏᴇ
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━━━MAINE, INVIERNO 2006
LA CONDENA QUE MI FAMILIA ME IMPUSO ya llevaba casi un semestre completo.
Me habían enviado Westover Hall en Bar Harbor, Maine a casi ocho horas de Nueva York.
Se podrán imaginar que estaba teniendo una espantosa crisis porque me habían separado de Percy de forma escandalosa. No lo veía ni en clases ni en el edificio, hacía meses que no tenía algún tipo de comunicación con ninguno de mis amigos salvo las esporádicas cartas que el director me dejaba enviar y recibir cuando me portaba bien (lo que era muy raro porque me pasé casi todo el primer mes en la sala de castigos).
Cuando mi madre me dijo que preparará mis maletas porque en una semana me marcharía a mi primera escuela militar, estallé en un berrinche supremo.
Pedí y pedí que no me hicieran eso, me encerré en mi habitación por días, hice una huelga de hambre (que abandoné a las 2 horas), me subí a la cornisa de mi ventana y me negué a volver a entrar hasta que Percy se subió y me bajó por petición de mi mamá.
Incluso intenté sobornar a mi familia, pero por alguna razón eso confirmó sus motivos para enviarme a una escuela militar.
Y así me vi enviada hasta Maine sin importar el escándalo que armé en la estación de autobuses.
Westover Hall era todo un castillo de villano Disney: piedra negra con torres, troneras y puertas de madera imponentes. En su interior, los muros lucían alineados estandartes y colecciones de armas, con trabucos, hachas y demás. Por fuera, se alzaba sobre un risco nevado, dominando por un lado un gran bosque helado y, por el otro, el océano gris y rugiente.
Era una prisión más que una escuela, pero eso a mis padres no les importaba porque "necesitaba mejorar mi comportamiento caprichoso".
He de confesar que no todo estaba tan mal.
Había conocido a dos hermanos muy tiernos: Bianca y Nico Di Angelo.
Bianca tenía doce y Nico diez, y ambos tenían problemas para adaptarse un poco, sobre todo Bianca que era muy tímida.
La verdad el primer mes no le presté atención a nadie, estaba aún en estado de conmoción por no haber logrado que me expulsaran como esperaba.
Hasta que un día descubrí a unas chicas intentando intimidar a Bianca Di Angelo en uno de los baños. Sobra decir que ese día acabé con un castigo más, pero este sí valió la pena.
Luego de eso, Bianca comenzó a quedarse cerca mío constantemente. Solía preguntarme todo, incluso mi opinión sobre cómo peinarse. Su tímidez la hacía actuar algo distante con todo el mundo menos con nosotros dos, era desconfiada y protectora con su hermano, pero conmigo era mucho más relajada.
—Me siento tranquila contigo, Dari —me confesó una tarde—, más segura, como si a tu lado nada malo pudiera pasar.
Nico por otro lado era un niño inquieto, dulce y hasta travieso si se lo proponía. Amaba jugar un juego de cartas llamado Mitomagía. Una tarde estuvo horas explicandome cómo jugar, no entendí nada pero lo escuché con una sonrisa todo el tiempo.
Solía aferrarse a la mano de su hermana, o colgarse de mi brazo. Bianca solía hacer lo mismo cuando se animaba.
Y así pasé octubre. Intentando acostumbrarme a estar encerrada en aquel lugar lejos de mis amigos. Dejé de buscar que me expulsaran porque los hermanos Di Angelo no se tomaron bien que estuviera intentando marcharme. No querían que los abandonara.
Al parecer, me había hecho de dos hermanitos nuevos que agregar a mi colección de niños pequeños.
Will y Kayla no iban a estar muy contentos cuando se enteraran.
La verdadera sorpresa me la llevé casi a finales de octubre, cuando Grover apareció en la escuela porque el aroma de mestizos lo habían guiado allí.
Estaba algo más alto y le habían salido unos cuantos pelos más en la barbita. Me alegré de verlo después de tantos meses, pero estaba muy preocupada cuando me explicó todo.
Encontrar un solo mestizo ya era bastante raro. Aquel año Quirón había obligado a los sátiros a hacer horas extras, mandándolos por todo el país a hacer batidas en las escuelas en busca de posibles reclutas desde cuarto curso hasta secundaria.
Corrían tiempos difíciles, por no decir desesperados.
Estábamos perdiendo campistas y necesitábamos a todos los nuevos guerreros que pudiésemos encontrar. El problema era que tampoco había por ahí tantos semidioses sueltos.
—Me alegra mucho tenerte aquí, Dari. —Al parecer le aliviaba tener el respaldo de una mestiza con algo de entrenamiento.
Pasó noviembre y Grover tenía la sensación de que había al menos dos mestizos más, además de mí, en Westover Hall. Y ambos teníamos además la certeza de que había al menos un monstruo: el señor Espino, el subdirector.
Solía deambular por ahí con un rasurado perfecto, lo cual ya era bastante extraño incluso para una escuela militar. Caminaba rígido usando un uniforme negro con ribetes rojos y hablaba con un acento francés. Era alto y de aspecto duro, se le solían ensanchar los orificios de la nariz cuando hablaba y tenía ojos de dos colores distintos: uno marrón y otro azul.
—Creo que son Nico y Bianca —murmuró una tarde a finales de noviembre.
Mire a los hermanos. Ninguno de los dos parecía darse cuenta de lo que hablábamos, me preocupó que Grover dijera que su aroma era bastante fuerte.
—Si son ellos, tenemos que sacarlos de aquí —respondí. Grover asintió—. Tenemos que pedir un grupo de extracción.
—Enviaré un mensaje al Campamento —dijo mirándome con ansiedad—. Quizá Percy pueda venir.
—¡Sí! —Eso me puso feliz, quería tanto poder verlo después de meses—. Dile que venga para la fiesta, podremos salir más fácil con todo el ajetreo.
No le dije que quería que Percy viera mi atuendo.
El viernes antes de las vacaciones la escuela había organizado un baile de invierno. Me había colocado un vestido bonito de color borravino que me quedaba como un guante y mi chaqueta de cuero negra con cadenas y apliques de corazones rotos que la cabaña de Afrodita me había regalado dos años antes en mi primer cumpleaños en el campamento.
Entré al gimnasio donde era la fiesta, hacía mucho calor dentro y era genial porque fuera de la escuela había una tormenta de nieve.
Una cosa curiosa de las escuelas militares: los chicos se vuelven completamente locos cuando un acontecimiento especial les permite ir sin uniforme.
Hay que compensar el tiempo perdido.
El suelo del gimnasio estaba salpicado de globos negros y rojos, y los chicos se los lanzaban a patadas, o trataban de estrangularse unos a otros con las serpentinas que colgaban de las paredes. Las chicas se movían en grupitos; llevaban bastante maquillaje, blusas con tirantes finos, pantalones llamativos y zapatos altos.
Yo debía ser la única con vestido, pero ni loca me verían ir a un baile y perderme la oportunidad de ponerme como famosa en alfombra roja. Eran oportunidades únicas, sobre todo si el chico que me gusta iba a aparecer.
Incluso si era una misión de rescate, el estilo no debe perderse. Antes muerta que sin brillo.
—Estas muy bonita, Dari —dijo Bianca al verme. Se había puesto su habitual gorra verde tan holgada que usaba para taparse la cara.
—Gracias, tú también estás muy bonita, Bianca —respondí—, pero debes de dejar de tapar tus ojos, son preciosos, no los ocultes.
Ella me sonrió. Miraba la pista de baile con cierto anhelo, pero antes de que pudiera decirle que fuera a divertirse, Nico apareció saltando.
—¡Mira, mira, Dari! —decía emocionado mientras me ponía en la cara la nueva carta—. ¡Me salió Apolo!
Se puso a decirme todas las características del cromo.
Contuve las ganas de decirle que era el mayor imbécil que había conocido en mi vida.
Por suerte, el señor soy el centro del universo había decidido darme una tregua, ya no tenía quemaduras al sol ni serios resfríos, solo mucha alergia.
—Nico, no molestes a Dari —dijo Bianca. Seguramente notó mi expresión en cuanto su hermano mencionó a Sunshine.
—No importa, Bianca —murmuré con una sonrisa tensa—, no me molesta...—Noté al grupo en la puerta, Grover me hacía señas exageradas para que me acercara—. Yo...iré al baño, vuelvo en un momento.
Ellos asintieron, y se quedaron en las gradas.
Grover me había dicho que sintió la presencia del hijo de Poseidón cerca, así que se había marchado a buscarlo, y volvió trayendo consigo a Percy, Annabeth y Thalia.
—¡Gracias a los dioses han llegado! —exclamé en cuanto los tuve enfrente. Luego de saludar a las chicas, le di un fuerte abrazo a Percy—. ¡Me alegra tanto verte!
—A mi también me alegra, Dari —respondió aun abrazándome.
—Bueno, ¿y qué era esa cosa tan urgente? —preguntó Annabeth con tono seco.
Grover respiró hondo.
—Encontramos dos.
—¿Dos mestizos? —dijo Thalia, sorprendida—. ¿Aquí?
—Dos hermanos: un chico y una chica —aclaró Grover—. De diez y doce años.
—No tenemos idea sobre su ascendencia, pero son muy fuertes. Además, se nos acaba el tiempo. Necesitábamos ayuda.
—¿Hay monstruos?
—Uno —dijo Grover, nervioso—. Y creo que ya sospecha algo. Aún no está seguro de que sean mestizos, pero hoy es el último día antes de las vacaciones y no los dejará salir del campus sin averiguarlo. ¡Quizá sea nuestra última oportunidad!
—He estado cuidando de ellos todo el semestre, pero los últimos días ese monstruo me ha estado cortando el paso, sobre todo cuando Grover está conmigo.
—Muy bien —dijo Thalia—. ¿Esos presuntos mestizos están en el baile?
Grover asintió.
—Pues a bailar —dijo Thalia—. ¿Quién es el monstruo?
—Acabas de conocerlo —dije—, es el subdirector: el doctor Espino.
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—Allí están. —Grover señaló con la barbillas hacia donde estaban—. Bianca y Nico di Angelo.
Apenas los había dejado solos unos cinco minutos y ya ambos estaban discutiendo en las gradas. Nico barajaba los cromos mientras gesticulaba ansioso, a su lado, Bianca lo reprendía por algo mientras miraba todo con aire inquieto.
—¿Ellos ya...? O sea, ¿se lo has dicho? —preguntó Annabeth.
—No —respondí—. Ya saben cómo es todo esto, saber los pone en peligro, los he estado cuidando e insinué algunas cosas, pero no les dije nada puntualmente.
—Era mejor así, huelen muy fuerte —agregó Grover.
Yo asentí, aunque en realidad nunca he sabido cómo huelen los mestizos para un monstruo o un sátiro. Pero sí sé que ese olor peculiar puede acabar contigo. A medida que te conviertes en un semidiós más poderoso, hueles cada vez más al almuerzo ideal de un monstruo.
—Vamos por ellos y saquémoslos de aquí —dijo Percy.
Dio unos pasos hacia ellos, pero Thalia lo detuvo por el hombro.
El subdirector, el doctor Espino, acababa de deslizarse por una puerta aledaña a las gradas y se había plantado muy cerca de Nico y Bianca. Movía la cabeza hacia nosotros y su ojo azul parecía resplandecer.
—No miren a los niños —ordenó Thalia—. Tendremos que esperar una ocasión propicia para sacarlos. Entretanto vamos a fingir que no tenemos ningún interés en ellos. Hay que despistarlo.
—¿Cómo?
—Somos cuatro poderosos mestizos. Nuestra presencia debe de haberlo confundido, sobre todo si Darlene ha estado aquí todo el semestre. Vamos a mezclarnos con el resto de la gente, actúen con naturalidad y bailen un poco. Pero sin perder de vista a esos chicos.
—¿Bailar? —preguntó Annabeth.
Thalia asintió; ladeó la cabeza, como identificando la música, y enseguida hizo una mueca de asco.
—¡Ag! ¿Quién ha elegido a Jesse McCartney?
Grover pareció ofendido.
—Yo.
—Por todos los dioses, Grover. ¡Es malísimo! ¿No podías poner Green Day o algo así?
—¿Green qué?
—No importa. Vamos a bailar.
—¡Pero si yo no sé bailar!
—¡Claro que sí! Yo te llevo —dijo Thalia—. Vamos, niño cabra.
Grover soltó un gañido mientras ella lo tomaba de la mano y lo guiaba hacia la pista.
Annabeth esbozó una sonrisa.
—¿Qué? —cuestionó Percy.
—Nada. Es genial tener otra vez a Thalia con nosotros.
En aquellos meses Annabeth se había vuelto más alta, antes no llevaba joyas, salvo su collar de cuentas del Campamento Mestizo, pero ahora tenía puestos unos pequeños pendientes de plata con forma de lechuza: el símbolo de su madre, Atenea.
En silencio, se quitó la gorra y su largo pelo rubio se derramó sobre hombros y espalda.
—Bueno... —murmuró Percy como buscando un tema de conversación, pero en realidad parecía algo perdido al ver el cabello suelto de Annabeth.
—¿Qué tal la escuela nueva, Annie? —pregunté llamando su atención. Era incómodo estar con ellos dos cuando se ponían así, como si ni siquiera se dieran cuenta que yo también estaba ahí.
Sus ojos se iluminaron, como siempre que tocaba hablar de arquitectura.
—¡Uy, no sabes, Dari! Tengo Diseño Tridimensional como asignatura optativa, y hay un programa informático que es una verdadera maravilla...
Entonces se puso a contarnos que había diseñado un monumento colosal que le gustaría construir en la Zona Cero de Manhattan. Hablaba de resistencia estructural, de fachadas y demás, mientras Percy y yo la escuchábamos sin entender nada.
Ella, junto con Thalia, iba a un internado para chicas en Brooklyn, cerca del Campamento para que Quirón pudiera intervenir si se metían en problemas. Y yo estaba atrapada en esta cárcel disfrazada de escuela.
Aunque hubiera preferido mil veces ir a la misma que Percy, también hubiera sido lindo ir con ellas.
—Sí, qué cool —dijo Percy—. ¿O sea, que vas a seguir allí el resto del curso?
Su rostro se ensombreció.
—Bueno, quizá. Si es que no...
—¡Eh!
Thalia nos llamaba. Estaba bailando un tema lento con Grover, que tropezaba todo el rato, le daba patadas en las espinillas y parecía muerto de vergüenza.
Pero él tenía unos pies de relleno en sus zapatillas; contaba con una buena excusa para ser tan torpe.
—¡Bailen, chicos! —ordenó Thalia—. Tienen un aspecto ridículo ahí de pie los tres juntos.
Me sonrojé al pensar en bailar un lento con Percy, pero justo cuando estaba por invitarlo...
—¿Y bien? —dijo Annabeth.
—Eh... ¿a quién se lo pido? —Ella lo golpeó en el estómago.
—A mí, sesos de alga.
—Ah. Sí, claro.
Y así me quedé sola, de pie en la puerta del gimnasio mientras mis amigos bailaban entre sí.
Mi atención estaba puesta en Annabeth y Percy, que daban torpes vueltas arrastrando los pies, mientras murmuraban muy cerca el uno del otro.
«¿Se puede ser más patética, Darlene Backer?» pensé sintiendo como se me llenaban los ojos de lágrimas por la frustración. «Eres la hija del dios del amor y la atracción, pero no puedes invitar al chico que te gusta a bailar sin que alguien más te robe la oportunidad».
Solté un suspiro y decidí que ya que al parecer no iba a bailar con nadie, porque ni loca bailaba con alguno de los babosos que me han estado coqueteando todo el año, mejor iba a revisar a Nico y Bianca.
Miré a las gradas y quise patearme.
Un nudo se me formó en el pecho al darme cuenta que ninguno de los dos estaba en el gimnasio, la puerta junto a las gradas estaba abierta de par en par y no había rastros del doctor Espino tampoco.
No me quedé a esperar a los demás, cuando se trata de monstruos y semidioses todo segundo cuenta entre la vida y la muerte.
Salí del gimnasio en su busca mientras rebuscaba por mi nuevo cuchillo que llevaba escondido en las botas. Me lo había hecho en el campamento antes de irme en agosto, había mejorado un poco en usar ese tipo de armas.
Aún no era un as como Annabeth, Percy y Thalia, pero sabía defenderme, y más importante, sabía lo suficiente sobre monstruos y mitos como para hacer las cosas por mi misma.
Había enfrentado al dios del sol y había sobrevivido.
Podía cuidarme sola, y no iba a perder el tiempo buscándolos a todos cuando Bianca y Nico estaban en peligro.
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