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001.ᴀʙᴏᴜᴛ ʜᴏᴡ ᴛʜᴇ ᴛᴇᴀᴄʜᴇʀ ʙᴇᴄᴀᴍᴇ ᴀ ᴍᴏɴꜱᴛᴇʀ

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ꜱᴏʙʀᴇ ᴄᴏᴍᴏ ʟᴀ ᴘʀᴏꜰᴇꜱᴏʀᴀ ꜱᴇ ᴄᴏɴᴠɪʀᴛɪÓ ᴇɴ ᴜɴ ᴍᴏɴꜱᴛʀᴜᴏ

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━━━NUEVA YORK, 2005

NO SOY alguien complicada.

Lo único que quería era dejar de mudarme tanto y poder terminar un curso académico sin interrupciones.

Verán, apenas estoy entrando en la adolescencia y mi promedio escolar es de dos a tres escuelas por año. Mamá está convencida que estamos constantemente en peligro y eso hace que ella me cambie de colegio antes de que tenga tiempo de aclimatarme.

Me llamo Darlene Backer, tengo doce años y soy originalmente inglesa. Sí, a ver diganlo:

"Hola, Darlene".

Sí, sueno como esas personas de los grupos de ayuda.

Por ahora, estudio en la academia Yancy, un colegio privado para niños con problemas, en el norte del estado de Nueva York.

¿Soy una niña con problemas? No, yo no lo creo; pero eso no es lo que dice mi actual consejero escolar.

Me gusta hacer bromas, eso lo heredé de mamá. Pero también me encanta ayudar a los demás a encontrar el amor y a veces no mido las consecuencias de lo que hago. Como el año anterior en que organicé un stand de besos. Dejemos algo en claro, yo no apunte con un arma a los adolescentes hormonados de secundaria, ellos me dieron su dinero con tal de poder repetir una y otra vez. ¿Yo qué sabía que eso iba a provocar una pelea?

O la vez que intenté unir a dos chicos de mi salón que tenían toda la pinta de tener una relación enemies to lovers, en el armario de la fábrica a la que íbamos de excursión y el profesor a cargo pasó cinco horas buscándolos antes de que casi le diera un infarto. Pero la parte buena es que si acabaron siendo novios.

Como sea, la cuestión es que de haber sabido que intentar ser amiga del niño bonito con ojos tan verdes como el mar era una marquesina neon tipo Las Vegas para los problemas, dudo que me hubiera acercado a él.

Habíamos ido de excursión a Manhattan: veintiocho mocosos tarados y dos profesores en un autobús escolar amarillo, en dirección al Museo Metropolitano de Arte.

Amé la idea de poder escuchar más historias griegas y romanas. Mi abuelo era profesor de historia, y cuando era pequeña, pasé horas escuchando sobre los grandes héroes mitológicos.

Mi historia favorita era la de Eros y Psique, me parecía una historia de amor preciosa, pero mamá la odiaba y siempre se quejaba cuando el abuelo me la contaba.

El señor Brunner, el profesor de latín, dirigía la excursión, así que estaba emocionada; él me recordaba un poco a mi abuelo. El señor Brunner era un tipo de mediana edad que iba en silla de ruedas motorizada. Le clareaba el cabello, lucía una barba desaliñada y una chaqueta de tweed raída que siempre olía a café; y contaba historias, chistes y nos dejaba jugar en clase. También tenía una colección alucinante de armaduras y armas romanas.

Amaba la clase del profesor Brunner.

Esperaba que la excursión fuera de maravilla. Me senté en el asiento de al lado de Percy Jackson y Grover Underwood, tenía la ilusión de que me dijeran que podría sentarme con ellos en el almuerzo.

Durante todo el viaje a la ciudad Nancy Bobofit, la pelirroja pecosa y cleptómana, le lanzó a Grover trocitos de sándwich de mantequilla de maní y ketchup al cuello.

Grover era un blanco fácil. Era pequeño, larguirucho y lloraba bastante. Debía de haber repetido varios cursos, porque era el único en sexto con acné y una pelusilla incipiente de barba. Además, estaba lisiado. Grover era un marginado, Percy era su único amigo; pero no parecía molestarles.

Percy era muy sobreprotector con Grover, y Nancy Bobofit estaba tirándole trocitos de sándwich que se le quedaban pegados en el pelo castaño y rizado; por la expresión de Percy no estaba lejos de saltar sobre ella.

—Voy a matarla —murmuró.

Grover intentó calmarlo. —No pasa nada. Me gusta la mantequilla de maní.

—Pero no en el cabello, Grover —dije en voz baja inclinándome por el pasillo, atrayendo su atención sobre mí.

Percy le dio una mirada de "te lo dije" y Grover esquivó otro pedazo del almuerzo de Nancy.

—Suficiente. —Intentó ponerse en pie, pero Grover volvió a empujarlo en su asiento.

—Ya estás en periodo de prueba. Sabes a quién van a culpar si pasa algo.

—Bueno, yo no estoy en período de prueba —dije, cuando Nancy nos arrojó un pedazo grande de mantequilla a los tres.

—No, Darlene —murmuró Grover nervioso-, déjalo así.

Ahora, cuando pienso en ese momento, creo que todo hubiera sido más fácil si simplemente le hubiera dado un puñetazo en el rostro a Nancy Bobofit. Y estoy segura de que Percy piensa igual.

El señor Brunner conducía la visita al museo. Él iba delante, en su silla de ruedas, guiándonos por las enormes y resonantes galerías, a través de estatuas de mármol y vitrinas de cristal llenas de cerámica roja y negra antigua.

—Muchas veces los dioses solían enamorarse de mortales —decía el señor Brunner—, los hijos de estas uniones eran mitad dioses mitad humanos. ¿Alguien sabe cómo se llaman? —preguntó, nadie respondió y el profesor me miró—. ¿Darlene?

—Semidioses —respondí rápidamente. Algunos se rieron a mis espaldas.

—Exacto —dijo con tono complacido—. Muchos se convirtieron en grandes héroes como Heracles o Aquiles.

Yo escuchaba su clase completamente fascinada, era tan interesante; pero los demás no dejaban de hablar. Percy intentó callarlos varias veces, pero la otra profesora acompañante, la señora Dodds, lo miraba mal.

Al final, Nancy Bobofit se burló de una figura desnuda cincelada en la estela y Percy se enojó:

—¿Te quieres callar? —Le salió más alto de lo que pretendía. El grupo entero soltó risitas y el profesor interrumpió su disertación.

—Señor Jackson —dijo—, ¿tiene algún comentario que hacer?

—No, señor —respondió sonrojado como un tomate.

El señor Brunner señaló una de las imágenes—. A lo mejor puede decirnos qué representa esa imagen.

Percy levantó la vista observando el relieve y luego soltó un suspiro de alivio. Pudo responder esa pregunta, con un poco de trabas, pero respondió correctamente. Sin embargo, las risitas de nuestras compañeras me irritaron. Detrás de mí, Nancy Bobofit cuchicheó con una amiga:

—Qué aburrido. ¿Para qué va a servirnos en la vida real? Ni que en nuestras solicitudes de empleo fuera a poner: «Por favor, explique por qué Cronos se comió a sus hijos».

—¿Y para qué, señor Jackson —insistió Brunner—, parafraseando la excelente pregunta de la señorita Bobofit, hay que saber esto en la vida real?

—Te han escuchado —murmuró Grover.

—Cierra el pico —siseó Nancy.

Por lo menos habían atrapado a Nancy también. El señor Brunner era el único que la sorprendía diciendo maldades. Tenía radares por orejas.

Percy se encogió de hombros.

—No lo sé, señor.

El señor Brunner pareció decepcionado, y procedió a dar un largo discurso sobre el resto de la historia.

—Bien, ya es la hora del almuerzo. Señora Dodds, ¿podría conducirnos a la salida?

La clase empezó a salir, las chicas conteniéndose el estómago, y los chicos a empujones y actuando como idiotas.

—¡Señor Jackson! —exclamó el profesor Brunner.

Percy intercambió unas palabras con Grover y luego se marchó hacia el profesor. Grover los observó unos momentos y luego clavó sus ojos en mí.

—Oye Darlene, ¿quieres sentarte con nosotros?

Dejé escapar una enorme sonrisa; emocionada, bajé los últimos escalones del museo, siguiéndolo hacia la fuente donde ambos nos sentamos. La clase se reunió en la escalinata de la fachada, desde donde se podía contemplar el tráfico de la Quinta Avenida. Se avecinaba una enorme tormenta, con las nubes más negras que había visto nunca sobre la ciudad.

Algunos chicos apedreaban palomas con trocitos de galletas. Nancy Bobofit intentaba robar algo del monedero de una mujer y, evidentemente, la señora Dodds hacía la vista gorda.

Saqué de mí morral la bolsa de papel que contenía mi almuerzo.

—¿De dónde eres, Darlene?

—Llámame Dari, así me llaman en casa —dije sacando mi sándwich de mantequilla de maní. Grover asintió con una sonrisa y dio un mordisco a su manzana—. Soy de Londres, pero nos mudamos cuando tenía unos ocho años. ¿Y tú?

—Bueno... he... de aquí —respondió nervioso. Grover necesitaba aprender a manejar sus nervios—. ¿Qué hay de tu familia?

—Vivo con mi mamá y mi abuelo, nos mudamos hace dos años a Nueva York; pero antes de eso vivimos un tiempo en Dublín y Milán.

—Wow, sí que has viajado —dijo asombrado.

Intercambiamos un par de palabras más antes de que Percy volviera, tenía el ceño fruncido y parecía tener sentimientos en conflicto.

Un dato de color sobre mí. Siempre he tenido facilidad para entender las emociones de las personas, es casi como si fuera capaz de leerlas en sus rostros.

—¿Castigado? —le preguntó Grover.

—No. Brunner no me castiga. Pero me gustaría que aflojara de vez en cuando. Quiero decir... no soy ningún genio.

Más o menos sabía que decirle para hacerlo sentir mejor, pero no éramos realmente amigos, así que no sabía cómo se tomaría ese nivel de confianza. Decidí que dejaría que Grover, su mejor amigo, se hiciera cargo.

Grover guardó silencio. Entonces, cuando pensé que iba a soltar algún reconfortante comentario filosófico, preguntó:

—¿Puedo comerme tu manzana?

No era lo que esperaba, pero él lo conocía mejor, así que decidí no opinar. Percy le dio su manzana.

Mientras comíamos, observó la corriente de taxis que bajaban por la Quinta Avenida. Me gustaría saber en qué piensa con el ceño fruncido y la mirada perdida.

Desde el día en que lo conocí, siempre pensé que Percy Jackson era el chico más lindo que hubiera conocido en toda mi vida.

Sí, tengo un crush por Percy, pero ¿Pueden culparme?

Tiene unos ojos verdes impresionantes y ese aire desenfadado de chico problemático que tanto me encanta.

Lo había conocido unas semanas antes de empezar el curso en Yancy cuando nos mudamos y estaba emocionada de tener un vecino guapo. Vivíamos en el mismo edificio y cuando su mamá le comentó a la mía sobre la escuela a la que su hijo iría, le pedí que me inscribiera. De todas maneras tendría que anotarme en alguna escuela.

Estaba tan concentrada en observarlo sin parecer una acosadora, cuando Nancy Bobofit apareció con sus desagradables amigas, y tiró la mitad de su almuerzo a medio comer sobre el regazo de Grover.

—Mira quién está aquí.

Sonrió con los dientes torcidos. Intenté mantener la calma mientras ella se reía como una foca. Y a continuación oí un revuelo, un estrépito de agua y Nancy se cayó sentada de culo en medio de la fuente, gritando:

—¡Percy me ha empujado! ¡Ha sido él!

—¡Eres una mentirosa y ridícula! —grité indignada—. ¡Ni siquiera estaba tan cerca!

La señora Dodds se materializó a nuestro lado.

Algunos chicos cuchicheaban cosas, pero no entendía de qué hablaban. En cuanto la profesora se aseguró de que la pobrecita Nancy estaba bien y le prometió una camiseta nueva en la tienda del museo, se centró en Percy. Había un resplandor triunfal en sus ojos, como si por fin hubiese hecho algo que ella llevaba esperando todo el semestre.

—Y ahora, cariño...

—Lo sé —musitó—. Un mes borrando libros de ejercicios.

—Ven conmigo —ordenó la mujer.

—¡Espere! —intervino Grover—. He sido yo. Yo la he empujado.

Ella lo miró con tanto desdén que a Grover le tembló la barbilla.

—Me parece que no, señor Underwood —replicó.

—¡Pero Percy no hizo nada! —grité.

—Señorita Backer, compórtese o también será castigada.

—Pero...

—Ambos se quedan aquí.

Grover miró a su amigo con desesperación.

—No se preocupen —nos dijo—. Gracias por intentarlo.

—Bien, cariño —espetó la profesora—. ¡En marcha!

Ambos se marcharon hacia dentro del museo.

Nancy Bobofit dejó escapar una risita y finalmente, le di un puñetazo en plena nariz. Las amigas de Nancy gritaron y corrieron a ayudarla.

—¡Perra! —espetó sujetándose la nariz sangrante.

—¡¿Darlene, qué hiciste?! —chilló Grover atónito por el desenlace de los acontecimientos—. ¡Espera! ¿A dónde vas?

Pero yo no respondí porque ya estaba subiendo las escaleras del museo para seguir a la señora Dodds y a Percy. Nancy no dudaría en ir corriendo con el chisme de mi ataque y seguramente lo haría parecer mucho peor de lo que fue, así que me apresuraría para narrar mi versión y que me castiguen de una vez.

"No, Darlene. No entres, vuelve a la fuente" me dijo la voz de mi mente.

Estaba acostumbrada a escucharla, siempre estaba ahí, guiándome por el camino correcto cuando estaba metiéndome en problemas. Le conté una vez a mi abuelo de ella, y me dijo que era mi conciencia.

No estoy segura de qué sea eso, es la voz de un hombre. Cálida y amorosa, y muy protectora. Decidí que la llamaría Vicktor.

Vicktor se rió cuando le puse su nombre.

Entré al museo y di una mirada rápida para tratar de encontrarlos, los vi entrar a una de las salas al final del vestíbulo, en la nueva sección grecorromana.

Troté y estaba por entrar cuando algo en la voz de la señora Dodds me paralizó.

—Has estado dándonos problemas, cariño —dijo.

—Sí, señora —respondió Percy con tono inseguro.

—¿Creías realmente que te saldrías con la tuya?

Su voz se sentía como un hilo de tanza, cortante y fría. Me causó escalofríos y cuando me asomé por el borde de la entrada, su mirada perversa me dio miedo.

«Es una profesora —pensé nerviosa—, así que no puede hacerle daño a un estudiante.»

—Me... me esforzaré más, señora —dijo.

Un trueno sacudió el edificio.

—No somos idiotas, Percy Jackson —prosiguió ella—. Descubrirte solo era cuestión de tiempo. Confiesa, y sufrirás menos dolor—. Se quedó callada, mirándolo con sus ojos saltones, Percy parecía confundido, así que no respondió—. ¿Y bien? —insistió.

—Señora, yo no...

—Se te ha acabado el tiempo —siseó entre dientes.

Aquella mujer no era humana. Era una criatura horripilante con alas de murciélago, zarpas y la boca llena de colmillos amarillentos, me recordó a las criaturas de los mitos que me contaba mi abuelo; y quería hacer trizas a Percy.

Y de pronto, el señor Brunner, que un minuto antes estaba fuera del museo, apareció en la galería por mi costado y le lanzó un bolígrafo.

—¡Agárralo, Percy! —gritó.

La señora Dodds se abalanzó sobre Percy. Con un gemido, la esquivó y atrapó el bolígrafo al vuelo y en ese momento se convirtió en una espada. Era la espada de bronce del señor Brunner, la que usaba el día de las competiciones.

La señora Dodds se volvió hacia él con una mirada asesina.

—¡Muere, cariño! —rugió, y voló directamente hacia él.

Me invadió el pánico, quería gritar y hacer algo, lo que sea para ayudarlo, pero mi cuerpo estaba paralizado por el miedo. La hoja de metal le dio en el hombro y atravesó su cuerpo como si estuviera relleno de aire.

La señora Dodds explotó en una nube de polvo amarillo y se volatilizó en el acto, sin dejar nada, aparte de un intenso olor a azufre, un alarido moribundo y un frío malvado alrededor.

Y de repente, estaba parada en la entrada del museo, un pitido me aturdía los oídos y estaba segura de que podría vomitar en cualquier momento.

«¿Qué diablos fue eso?». Sentía como si mi mente no pudiera procesar lo que acababa de ver. «¿Fue una alucinación?».

Había empezado a lloviznar. Grover seguía sentado junto a la fuente, con un mapa del museo extendido sobre su cabeza. Nancy Bobofit también estaba allí, aún empapada por su bañito en la fuente y la nariz hinchada con restos de sangre, cuchicheando con sus compinches.

Me acerqué a Grover sintiendo como mis piernas temblaban, la sensación dolorosa en mi pecho al respirar no era imaginaria. El miedo que sentí fue real, pero no estaba segura si lo que vi lo era.

—¿Estás bien, Dari? —preguntó al verme.

—Yo...

No sabía qué decirle. Percy apareció a mi lado, estaba pálido y me pareció que me debía ver exactamente igual que él. Pálido, tembloroso y al borde de un ataque de pánico.

—Espero que la señora Kerr les haya dado unos azotes en el culo —dijo Nancy en cuanto nos vio.

—¿Quién? —preguntó Percy.

—Nuestra profesora, imbécil.

La miré confundida. No teníamos ninguna profesora que se llamara así.

—¿De qué estás hablando? —cuestioné, pero ella se limitó a poner los ojos en blanco y darse la vuelta.

—¿Y la señora Dodds? —preguntó Percy a Grover. Yo lo miré esperando también su respuesta.

—¿Quién?

—No es gracioso —dijo con la voz nerviosa—. Esto es grave.

El señor Brunner seguía sentado bajo su sombrilla roja, leyendo su libro, como si no se hubiera movido. Percy se acercó a él. Levantó la mirada, algo distraído, intercambiaron unas palabras y Percy le devolvió el bolígrafo.

Me giré hacia Grover, que esquivaba mi mirada bastante nervioso, había notado el tono vacilante con el que respondió hace unos momentos. Estaba escondiendo algo.

—Eres un pésimo mentiroso, Grover.

—¿De qué hablas?

—¿Dónde está la señora Dodds?

—Dari —dijo mi nombre con un tono preocupado—, no hay ninguna señora Dodds. Que yo sepa, jamás ha habido ninguna señora Dodds en la academia Yancy. ¿Te encuentras bien?

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