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055.ɢɪʀᴀꜱᴏʟᴇꜱ

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ɢɪʀᴀꜱᴏʟᴇꜱ

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━━━3 de Julio

ES AHÍ, CUANDO TE PARÁS DELANTE DE UNA TUMBA, QUE TE DAS CUENTA DE LO RÁPIDO QUE PASA EL TIEMPO.

Dejé las flores sobre el pequeño altar detrás de la cabaña de Apolo. No me podía creer que ya hubiera pasado un año desde la muerte de Lee. Me quedé ahí, mirando la tumba mientras el viento suave mecía las hojas de los árboles cercanos. Aún era demasiado temprano, apenas amanecería dentro de una hora, pero quería tener un momento a solas con él. 

Un año... ¿En qué momento pasó tanto tiempo? 

Parecía que fue ayer cuando Lee me contó que se había enamorado, me daba consejos sobre Percy y Michael, y compartíamos tiempo en la enfermería. 

Dejé que mis dedos rozaran la fría piedra de la lápida. Sentí un nudo en la garganta, una sensación de tristeza mezclada con melancolía. 

—Te extraño, Lee —murmuré.

Me senté en el suelo, sin importarme que la tierra estuviera húmeda, y cerré los ojos. Recordé su risa, su voz cálida, y me aferré a esos recuerdos como si fueran un salvavidas en medio de un mar tempestuoso.

—Espero que estés en los Elíseos. Lo tenías merecido.

—Lo está.

Me sobresalté al escuchar esa voz, suave pero firme, que venía de detrás de mí. Me giré lentamente con una sonrisa triste.

—Eso deseo más que nada.

Me abrazó, apoyando el mentón sobre mi cabeza y ambos observamos la tumba. El calor de su abrazo me brindó consuelo. Sus brazos eran un refugio en medio del desastre que era en general mi vida.

—¿Crees que Lee habría aceptado lo nuestro? —susurró.

—Sí. Habría estado un poco confundido al principio, y probablemente molesto y preocupado por todo el asunto de la profecía, pero habría estado feliz al final.

Lee siempre estaría ahí, en algún rincón de mi mente, con su sonrisa fácil y su ternura infinita que siempre me había consolado.

—Ese día no me despedí —susurré, aún sin abrir los ojos, recordando tan vívidamente la batalla del laberinto—. Lo último que me dijo fue que Will sería un gran médico. 

—Y lo será, tiene un gran talento.

—Me hubiera gustado haberle dicho lo mucho que lo quería.

Apolo me apretó ligeramente en su abrazo.

—Lo sabía —dijo con suavidad—. Lee siempre supo lo que significaba para ti.

Me quedé en sus brazos, sintiendo el latido constante de su corazón contra mi espalda. El silencio entre nosotros era cómodo.

«Alguien va a vernos» pensé.

No quería romper el momento, ni moverme de ese lugar, pero pronto todos se despertarían.

—Deberías irte —susurré, aunque me aferré a él.

—En unos días es tu cumpleaños. ¿Qué quieres hacer? 

—La cabaña díez propuso un día de spa.

Apolo se rió. 

—Bien. Pasaré por tí el día siguiente, te llevaré a comer a un lugar bonito.

Miré hacia arriba, sonriendo.

—¿No será McDonalds o sí?

—Ni hablar —dijo rodando los ojos—. Un restaurante bonito.

—Oww estoy ansiosa por verlo, entonces —dije con tono de broma—. Más te vale sorprenderme.

Se inclinó cerca de mi oído.

—Vivo para complacer a mi señora —susurró. 

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El día de mi cumpleaños llegó con un sol tan radiante que alumbraba hasta las partes más oscuras del bosque.

Me desperté sintiendo los rayos cálidos sobre mi rostro como una caricia amorosa que me sacó una sonrisa incluso antes de abrir los ojos.

Era temprano, demasiado temprano para que alguien más estuviera despierto. Me estiré con pereza, y de repente me di cuenta de que algo era diferente. El aire estaba impregnado de un aroma fresco, familiar pero inesperado. Parpadeé, intentando ajustar mi visión a la luz. 

Al principio, no entendí qué era. Me senté en la cama, tratando de no hacer ruido para no despertar a los demás. El silencio en la cabaña era profundo, solo interrumpido por las respiraciones suaves de los que aún dormían. Pero había un aroma en el aire, algo fresco y dulce, que me envolvía como una promesa.

Mi corazón dio un enorme salto. Girasoles. Montones de girasoles, cubriendo cada rincón de la cabaña y alrededor de mi cama. Llenaban el espacio, desde el suelo hasta el techo, con sus pétalos brillando bajo la luz del amanecer. Era como si el mismo sol hubiera salido dentro de la cabaña.

Me quedé congelada, sin saber si reír o llorar, sintiendo una calidez que se extendía desde mi pecho hasta la punta de los dedos. Me levanté sintiendo la suave textura de los pétalos bajo mis pies. Caminé despacio, deslizándome entre los tallos altos y fuertes, dejando que los girasoles me rozaran como si fueran manos extendidas para darme la bienvenida.

Me acerqué a uno de ellos, tocando sus pétalos con suavidad, casi temiendo que si lo hacía desaparecerían como un sueño.

Había una tarjetita atada a uno de ellos, la tomé y me reí como tonta al leerlo.

"En el día más hermoso de todos, agradezco el nacimiento de la dueña de mi corazón, este día se ha convertido en mi favorito solo por tu existencia. Feliz cumpleaños, amor de mi vida."

—¿Cómo voy a explicar esto, Sunshine? —susurré. Me mordí el labio, sin poder contener la leve risa que me invadió.

Me senté en el suelo con cuidado. No quería despertar a nadie más, no aún. Este momento era mío, un regalo que quería atesorar por unos minutos más. Me quedé ahí, con una sonrisa que se negaba a desaparecer de mi rostro.

Apoyé la cabeza en mis rodillas, observando los girasoles que parecían inclinarse hacia mí, como si quisieran acariciarme. Mi mente comenzó a divagar, lo que sentía por él era un amor tan grande que no me cabía en el pecho, se desbordaba como una presa tratando de contener el agua tras un terremoto que la dejó agrietada. No sabía cuánto más podría seguir callando, aún cuando sabía que podía causar mucho dolor contarlo.

A pesar de todo, no podía imaginar mi vida sin él.

Justo cuando pensé que debía levantarme y empezar a prepararme para el día, escuché un suave crujido de madera detrás de mí. Me congelé, conteniendo la respiración, esperando que fuera solo mi imaginación. Pero entonces, escuché una voz adormilada que me llamó por mi nombre.

—¿Qué estás haciendo tan temprano, y por qué... —la voz se detuvo de golpe, seguida por un jadeo sorprendido—. ¿Qué es todo esto?

Me giré lentamente, encontrándome con los ojos muy abiertos de Valentina, que se frotaba los ojos como si intentara asegurarse de que no estaba soñando. Su cabello estaba desordenado por el sueño, y su pijama arrugado, pero la expresión en su rostro era de asombro puro.

—Espera, Vale…yo —intenté decir, pero no pude continuar.

Soltó el grito más escandaloso que hubiera escuchado jamás, despertando a todos.

—¿Qué está pasando? —preguntó alguien desde el otro lado de la cabaña, con la voz aún llena de sueño.

Hubo un momento de silencio absoluto, seguido por una mezcla de jadeos, risas y más gritos de sorpresa.

—¡Dioses! —exclamó Silena, señalando los girasoles con incredulidad—. ¿De dónde salieron todas estas flores?

Pronto todos comenzaron a gritar y hablar al mismo tiempo. El caos que se desató en la cabaña era inevitable. Valentina seguía gritando, Silena no dejaba de señalar los girasoles, varias de las chicas y Dylan, se habían aglomerado cerca mío buscando conocer el chisme completo, Drew trataba de abrir una ventana, probablemente para respirar algo de aire fresco entre tanto alboroto.

Tragué saliva y me quedé sentada en el suelo, intentando esconderme entre las flores, y pensando en una explicación rápida que satisficiera su curiosidad sin revelar nada, pero es que era imposible, no tenía ninguna forma de justificar esto. Nadie podría haber entrado en la noche a nuestra cabaña y llenar este lugar de flores. 

Bueno, quizá los hijos de Demeter, pero si decía eso, seguro irían con ellos a preguntar quién lo hizo y al final sabrían que mentí. 

Entonces alguien me arrebató la tarjeta de la mano y me puse en alerta. Sintiendo la sangre abandonarme el cuerpo al ver que era Drew.

Ella se aclaró la garganta y comenzó a leer en voz alta.

En el día más hermoso de todos —dijo con burla. Me puse de pie, intentando quitarsela, pero me esquivó—. Agradezco el nacimiento de la dueña de mi corazón, este día se ha convertido en mi favorito solo por tu existencia.

—¡Drew, para! —grité, los demás se rieron.

Feliz cumpleaños, amor de mi vida.

Hubo un silencio repentino. Todos en la cabaña me miraban con emoción. No sabía dónde meterme. Intenté alcanzarla de nuevo para quitarle la tarjeta, pero Drew la sostuvo en alto, como si fuera un trofeo.

—¿De quién eres el amor de su vida? —preguntó, con una sonrisa maliciosa que no presagiaba nada bueno.

Sentí como si el suelo bajo mis pies se abriera. 

—¿Acaso no es obvio? —dijo Arantza.

—Darlene juega en las grandes ligas —bromeó Milena, y todos se rieron.

El calor subió a mi rostro, y sentí cómo todos los ojos en la cabaña se clavaban en mí, esperando una respuesta, una explicación, o al menos alguna señal de que todo esto tenía sentido. 

Respiré hondo, tratando de pensar en una salida, pero las palabras parecían haberse escapado de mi mente. Lo único que podía sentir era el latido acelerado de mi corazón y la creciente presión en mi pecho.

—Dari —la voz de Silena rompió el silencio de nuevo, su tono más divertido que nunca—, no nos vas a dejar en ascuas, ¿verdad? ¡Vamos, suéltalo ya! ¿Quién es el afortunado que te mandó todas estas flores?

La risa contenida de las chicas llenaba el espacio, y aunque sabía que no lo hacían con malicia, sus miradas curiosas y expectantes solo me hacían sentir más atrapada.

Me paré, acercándome a mi cama y sentándome en ella.

—Es solo... —empecé a decir, mi voz temblando ligeramente—. Solo una broma, chicos. Alguien se ha pasado de listo esta vez, eso es todo. Seguro fue una idea loca de alguna cabaña vecina. 

Drew arqueó una ceja, claramente no convencida, mientras los demás intercambiaban miradas de incredulidad. Nadie parecía creerme, ni siquiera yo misma. ¿Cómo iban a tragarse esa excusa barata? 

—¿Una broma? —repitió Michel, entrecerrando los ojos mientras me examinaba—. Vamos, Darlene, incluso tú tienes que admitir que esto no parece una simple broma. Nadie gasta tanto en girasoles solo para reírse un rato.

Las carcajadas estallaron de nuevo, y yo me mordí el labio, tratando de no dejar que el pánico se reflejara en mi rostro. 

—Está bien, está bien —cedí finalmente, alzando las manos en señal de rendición—. Hay alguien... pero no es tan importante como creen. 

—Vamos, nosotros ya sabemos, solo queremos oírte decirlo —dijo Valentina.

Me pasé una mano por el cabello, no me dejarían de insistir hasta que lo dijera.

—Está bien, está bien —cedí finalmente, sintiendo cómo la presión en mi pecho disminuía un poco. Me miraron expectantes, casi rebotando de emoción. Bueno, todos menos Drew.

El nombre me salió en un susurro bajísimo, apenas separé los labios para hablar. 

—¿Qué?

Volví a repetirlo.

—Darlene, deja el misterio y solo dilo —Silena rodó los ojos.

—Apolo —dije con hastío—. A-P-O-L-O. ¿De acuerdo? Es Apolo.

Hubo un momento de silencio absoluto, antes de que los gritos volvieran.

Todos corrieron a sentarse a mi lado en la cama, sin parar de hablar hasta por los codos, haciendo preguntas de todo tipo.

Intenté hablar, pero mis palabras quedaron atrapadas en mi garganta. El ruido en la cabaña era ensordecedor, y me sentía como un ciervo atrapado en la luz de los faros, incapaz de moverme o de decir algo que no empeorara la situación.

—¿Desde cuándo?

—¿Se aman?

—¿Cómo es estar con un dios? 

—¿Te lleva al Olimpo? —bromeó Michel—. ¿O te regala cosas increíbles todos los días?

—¿Cómo besa? ¿Es tan intenso cómo dicen las historias?

—¡¿Quién dijo eso?! —cuestioné frunciendo el ceño.

Nadie respondió, en su lugar, se rieron.

Me pasé una mano por el cabello, intentando calmarme. Respiré hondo, cerré los ojos un segundo, pensando en los pros y contras de soltar la lengua y contarles todo.

Silena se sentó a mi lado, tomando mi mano con suavidad.

—Lo sentimos, Dari —dijo en voz baja—. No queríamos hacerte sentir incómoda, es solo que…hace semanas esperamos poder tener la confirmación de tu boca y ahora…bueno, nos exaltamos un poco.

—Es solo que… —empecé a decir, pero me detuve, sin saber cómo continuar. Todos estaban mirándome, esperando, pero esta vez con más cuidado, con más atención. No querían lastimarme, lo sabía, pero lo que había entre Apolo y yo no era algo que se pudiera entender tan fácilmente. A veces ni yo misma lo entendía del todo—. Estoy como…muy muy muy muy muy enamorada de él —admití sin controlar la repentina sonrisa—. Y aparentemente él me ama igual.

Los gritos casi me dejaron sorda, parecían tan emocionados como cuando hay ofertas en la Quinta Avenida.

—¡Tienes que contarnos más! —gritó Milena.

Valentina soltó un jadeo.

—¡¿Y tú papá?! ¿Él lo sabe?!

Todos empezaron a hacer un montón de teorías, una más fantasiosa que la otra.

—Claro que lo sabe. Se enteró el mismo que empezamos a salir —respondí divertida. Me miraron con expectación—. Nos descubrió besándonos —agregué sabiendo lo que iba a provocar.

Y dicho y hecho, los gritos no paraban. 

—¡Ya, ya, ya! —dijo Silena haciéndolos callar. Me miró mordiéndose el labio—. Habla.

—No sé qué más quieren que les cuente —dije con una risa nerviosa—. No es como si tuviéramos una relación normal, por más que lo intentemos.

—¡Claro que no! —exclamó, rodando los ojos—. ¡Estás saliendo con un dios!

—Un Olímpico... —agregó Drew, con envidia en la voz.

Me reí suavemente, sacudiendo la cabeza. 

—Es... bueno —dije finalmente, encogiéndome de hombros—. No sé cómo explicarlo. Simplemente es.

—¿Cómo empezó todo? —cuestionó Dylan—. ¿En qué momento pasó de amenazarte de muerte a llevarte a lo oscurito por besos? —Frunció los labios con burla y lo golpeé con una almohada.

—¡Habla! —gritaron todos.

—Bien, bien. Les contaré, pero tienen que prometerme que no le dirán a nadie fuera de la cabaña —dije con firmeza—. No todos lo saben, y con algunos tengo que pensar en cómo decírselo.

—¿Es por Michael? —preguntó Silena.

—Sí, y de paso a toda la cabaña 7 —respondí frustrada—. No es facil decirles que soy novia de su padre.

Todos me dieron una mirada comprensiva y asintieron.

—Está bien —dijo Silena—. Nadie tiene permitido contar nada. Lo que se dice en la cabaña, se queda en la cabaña y quién vaya de bocón, va a usar los zapatos de la vergüenza un mes.

Hubo un murmullo general de asentimiento, seguido por varios “Lo prometemos”. Sabía que no sería fácil para ellos guardar el secreto, pero tenía que confiar en que lo harían por mí.

Respiré profundamente antes de empezar a contar todo desde el principio. Y por principio, fue remitirme a más de tres mil años atrás.

Fue una larga mañana.

El resto del día fue bastante normal, me saludaban por todos lados y recibí muchos regalos.

Pero no vi a Michael por ningún lado y fue extraño. Otros años era al primero que veía en cuanto salía de mi cabaña.

Traté de no darle importancia, algo debía haberle pasado.

Por la noche, organizamos la cabaña para tener un momento de spa. Si quieres un día de belleza relajante, la cabaña diez es la ideal.

Se centraron en mí, en dejarme bien bonita para mi cita del día siguiente.

Estaba tan emocionada, que ignoré lo más que pude esa pequeña señal de alarma en mi cabeza de que algo malo iba a pasar.

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