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046.ᴄʟᴀᴠᴇʟ ᴀᴍᴀʀɪʟʟᴏ - ᴘᴀʀᴛᴇ 1

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ᴄʟᴀᴠᴇʟ ᴀᴍᴀʀɪʟʟᴏ - ᴘᴀʀᴛᴇ 1

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━━━15 de Febrero

CUANDO ERA NIÑA, SIEMPRE ME PARECIÓ MÁGICA LA IDEA DE ESCAPARME CON EL HOMBRE DE MI VIDA.

Apolo había superado por mucho aquella fantasía. 

Me había llevado a Ibiza, y ayer, había alquilado un parque de diversiones entero solo para nosotros dos por San Valentín. Así que podía tachar de mi lista el pasear por la playa y subir a una noria.

Era de madrugada cuando me trajo al Olimpo, algo sobre que tenía otra sorpresa planeada.

Me desperté algo desorientada, las pesadas cortinas se abrieron bruscamente y los rayos del sol. Me di la vuelta y enterré la cara en las almohadas. No quería levantarme aún, pero era tan difícil.

—Buenos días, ángel mío —murmuró inclinándose sobre mí y dejando un suave beso en mi hombro.

—Mmmm. —El suave roce de los labios de Apolo sobre mi piel me hace sonreír aún con los ojos cerrados.

—Vamos, hermosa. —Continuó depositando pequeños besos en mi piel, subiendo lentamente hasta la nuca. Me estremecí y escondí aún más el rostro—. Amor…

—¿No puedo quedarme aquí para siempre?

Apolo ríe suavemente, su aliento cálido acariciando mi nuca.

—Desearía poder concederte ese deseo, pero el sol ya salió y su bella señora debe deslumbrar a todos.

—No quiero deslumbrar a nadie, solo quiero dormir. —Mi voz apenas se escuchó, amortiguada por las almohadas.

Sus manos se deslizaron poco a poco de mis hombros a mi cintura y se detuvieron abruptamente.

—¿Qué es esto?

—¿Qué cosa?

—Esto.

Pasó un dedo por la cinturilla de mis pantalones de pijama, acariciando la piel que había quedado descubierta en la cintura. Una corriente eléctrica me recorrió y supé que lo había visto. 

Intenté levantarme y bajar la camiseta para cubrirlo, pero me sujetó con fuerza por la cintura, forzándome a permanecer quieta. Una risita se le escapó, sin dejar de acariciar la zona.

—Apolo —me quejé, pero él me ignoró.

—Cuando me dijiste que lo harías, pensé que estabas solo molestándome —bromeó. Sus dedos presionaron mi piel, siguiendo el patrón de tinta—. No pensé que de verdad lo harías.

—No sé de qué hablas.

—Oh, yo creo que sí. —Se inclinó de nuevo sobre mí, sus labios acariciando el lóbulo de mi oreja—. ¿Me has tatuado en tu piel, mi amor?

—No.

—¿No?

—Es por mi padre.

—Ajá.

—Tú no eres el único que usa un arco.

Me soltó finalmente y me giré para enfrentarlo, tratando de ocultar la ligera sonrisa que amenazaba con aparecer en mis labios. Estaba atrapada entre sus brazos, y lo único que podía ver era su rostro.

—Hablo en serio.

—Yo también.

Sus labios acariciaron los míos, tentándome, pero sin darme lo que esperaba. Metió una mano bajo mi cabeza, atrayéndome hacia él, jugando con la idea de besarme, sin hacerlo realmente.

—Apolo.

—¿Mmm?

—Si vas a besarme, hazlo de una vez —dije pasando los brazos por su cuello.

—Qué egocéntrica, ¿te crees que yo quiero besarte?

—Te pasas todo el tiempo besándome o buscando excusas para besarme. Creo que tienes un serio problema de adicción, así que ahora no te hagas el digno.

Se río, y me dio un pequeño beso en los labios.

—Buenos días, amor.

—Yo quería quedarme durmiendo aquí, te lo agradezco —mascullé entre dientes—. Ya me desvelaste.

—Bueno… —me estremecí ante su aliento cálido murmurando en mi oído—, si fuera por mí, y con todo lo que desearía hacerte, no saldrías nunca de aquí.

Me senté bruscamente, apartándolo de un empujón y lo golpeé en el brazo.

—Es increíble lo pervertido que has estado actuando los últimos días.

Él solo estalló en carcajadas.

—Solo me gusta molestarte, y en todo caso, me dijiste que ya sabías cómo era, ¿ahora te haces la sorprendida?

—Si solo vas a estar molestándome, prefiero salir de esta habitación. 

Me levanté de la cama con un gesto exageradamente dramático, ignorando la risa del imbécil de mi novio. 

—De acuerdo, adelante. —Se había recostado contra los almohadones, con las manos detrás de la nuca.

—¿Te importa? —cuestioné enarcando una ceja, señalando mi pijama y luego la puerta.

—No, adelante, no me molesta —respondió sonriendo.

—¡Sal de aquí!

—¿Me estás echando de mi propia habitación?

—Sí.

Se incorporó, acercándose a mí como un gato perezoso acechando a su presa. Sus ojos azules brillaban con complicidad.

—¿No preferirías que te ayude? —preguntó tomando entre dos dedos el bretel de mi camiseta.

—Lárgate, pervertido —espeté tomándolo del brazo, se dejó llevar hacia la puerta mientras reía.

—Me refería a usar mis poderes para cambiarte la ropa sin tanto drama, pero luego soy yo el pervertido.

—Largo.

Lo empujé fuera y le cerré la puerta en la cara.

Inmediatamente, golpeó. Rodé los ojos, y abrí de nuevo. Había apoyado el brazo en el marco.

—¿Qué?

—Al menos déjame presentarte a alguien.

—¿Quién? —Enarqué una ceja.

Se hizo a un lado para dejar pasar a una ninfa. Era preciosa, de cabello blanco y piel celeste. 

—Ésta es Meleis y…

—¡Oh por todos los dioses! —grité empujando a Apolo y tomando las manos de la ninfa—. ¡Al fin sé tu nombre! Lo siento, lo siento, lo siento, no quería hacerte daño o asustarte, solo intentaba esperar del idiota éste. 

—¡Ey!

—Lamento si después te causé problemas, no fue mi intención, yo…

—¡Dari! —Apolo me tomó de los hombros, apartándome de la ninfa, que parecía asustada por mi arrebato—. Amor, calma, respira.

Respiré hondo, intentando recuperar la compostura y evitar que la vergüenza me consumiera por completo. 

—Como decía, ésta es Meleis y es tuya.

Pasé la mirada de él a la ninfa. Apolo no pareció darse cuenta de mi expresión, y ella me dio una sonrisa apenada.

—¿Cómo que mía?

—Tu sirvienta.

La ninfa asintió con delicadeza.

—Cuando dices mi sirvienta…no te refieres a una esclava, ¿verdad? —pregunté un poco asustada.

—Es una empleada —respondió rodando los ojos—. Se les paga en oro.

—Ah. —Meleis me miraba entre comprensiva y dubitativa—. Ok, pero… ¿por qué necesito una sirvienta? 

Apolo suspiró.

—Amor, todas las reinas necesitan un séquito que las asista. Es parte del protocolo —explicó, como si fuera la cosa más obvia del mundo.

—Siendo un dios con tantos poderes al chasquido de tus dedos, ¿para qué necesitas sirvientes? La respuesta es obvia, eres un vago.

Meleis contuvo un jadeo, claramente sorprendida de que una mortal le hablara así a un dios. No sé si ella estaba al tanto de que Apolo y yo no teníamos una relación normal de dios y mortal. 

Imagino que le preocupaba que Apolo decidiera castigarme por tal osadia, asi que intervino con suavidad, extendiendo una mano hacia mí en un gesto de tranquilidad. 

—Mi señora, entiendo que esto pueda resultar abrumador para usted, pero estoy aquí para mucho más que solo asistirla en sus necesidades, también ayudarla a hacer su transición en el Olimpo más fácil y cómoda, así como para protegerla —dijo con amabilidad, su voz resonando con una calidez reconfortante.

Apolo me rodeó con un brazo.

—Así es, Meleis está aquí para guiarte en todo lo que necesites. —Su mano descendió a mi cintura y me pellizco—. Y no te hagas la que no te gusta que te traten como a una reina —agregó con tono cínico.

—Pues sí, por eso salgo contigo. 

—Por supuesto que sí —bufó rodando los ojos.

Volví a tomar las manos de la ninfa, dándole una sonrisa.

—Oww estoy segura que seremos grandes amigas, Meleis.

La ninfa asintió con una risa suave.

—Perfecto, me alegra que se lleven bien. Ahora si me disculpas, amor, tengo que solucionar algunas cosas antes de tener una reunión en el Consejo —explicó con tono hastiado—. Más tarde te buscaré y cenaremos juntos.

—¿Qué estás pleneando?

—Oh, ya lo verás —dijo dándome un suave beso. Se giró hacia la salida, las puertas se abrieron solas y él se detuvo antes de voltearse a nosotras de nuevo—. Enséñale el templo, correr por él y aterrorizar a mis sirvientes no significa que lo conozca —agregó con una sonrisa burlona—. Y por favor, Melies, no la dejes acercarse a ningún jarrón.

—Ja ja, muy gracioso.

Se fue soltando una carcajada y nos dejó solas.

—Bueno, creo que voy a volver a dormir —dije subiéndome a la cama—. Apolo no me deja dormir hasta tarde, siempre tengo rayos del sol en los ojos para que me despierte.

La verdad, tenía otro motivo. Me estaba por venir el periodo y me ponía demasiado emocional y a veces solo quería quedarme en cama durmiendo para evitar pensar en el dolor de ovarios.

—¿No le gustaría prepararse?

—¿Para qué?

—Su cita.

Levanté la cabeza, mirándola confundida.

—¿Qué cita?

—La que tendrá con el señor —respondió con simpleza.

—¿Es una cita? 

—Imagino que sí, ¿no? Cenarán juntos.

Bueno, sí, pero habíamos cenado juntos muchas veces, no significaba que era una cita cita. ¿O sí?

«¿Y si también lo sorprendo yo?» 

De repente solté un jadeo tan fuerte que Meleis se sobresaltó asustada. Me puse de pie y la miré con una sonrisa tan grande que me dolía la cara.

—¡Ya sé! —Se me había ocurrido una idea maravillosa—. Meleis, necesito saber dónde está la cocina.

—¿La cocina, señora?

—Sí, llévame a la cocina —dije apuntando con un dedo hacia la puerta.

—¿No le gustaría vestirse primero? 

Bajé la vista hacia mi pijama, era solo una playera de tirantes y unos shorts, todo blanco con corazones rosas.

—Debería.

—¿Hay algo específico que le gustaría vestir, mi señora? —preguntó señalando una puerta a un costado. Apolo me la había mostrado la noche anterior. Era un enorme armario, estaba repleto de todo tipo de vestidos que había conseguido para mí—. Sé que le gusta el rosa, ¿le gustaría algo de ese color?

—En realidad, debería ponerme algo cómodo y que pueda ensuciar sin problema —respondí poniéndome los zapatos.

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—¡Mi señora, por favor! —decía Meleis asustada—. No debería hacer esto, yo puedo hacerlo por usted.

—Pero si en casa siempre lo hago —dije sin mirarla, más concentrada en medir los ingredientes frente a mí.

No sé por qué le preocupaba que me estuviera ensuciando, era solo harina y huevos, luego me bañaría. 

—Sí, pero…¿por qué necesita hacerlo usted? Si desea comer algún dulce puedo…

—Nop. Esto necesito hacerlo yo. Quiero hacer algo lindo para Apolo. —expliqué vertiendo el contenido en el molde y lo metí al horno—. Él siempre me hace regalos impresionantes, pero es un dios, es decir, ¡¿qué le regalas a un dios?!

—Bueno… —Meleis hizo una mueca dudando.

Me senté apoyando los codos en el mostrador de madera.

—Sí, exacto. Nada de lo que le regale va a impresionarlo. Así que lo único que puedo hacer que sea “significativo” es usar la estrategia de mi mamá: “hornear algo con mucho amor” —agregué alargando las palabras y dibujando corazones en la harina sobre la mesa—. Por eso necesito hacerlo yo, sería muy sencillo pedirte que lo hagas, pero no conoces la receta que necesito.

—No comprendo —murmuró confundida—. ¿No es solo un pastel?

—Sí, es decir, sí es un pastel, pero necesito que sea la receta de mi mamá.

—¿Por qué?

—Porque es LA receta, osea, mi mamá usó ésta y le funcionó, ahora cada vez que mi papá viene de visita a casa, se emociona si hay algo preparado por ella. —Me reí—. Si mi mamá le hizo un amarre al dios del amor con esta receta, pues yo la voy a hacer igualita.   

La ninfa se rió conmigo, aunque me pidió que al menos la dejara limpiar a ella.

—Mi señora, realmente no creo que el señor Apolo necesite ser “amarrado” —comentó con una sonrisa—, él la ama profundamente, dudo que algún día quiera dejarla. 

—Oh, eso ya lo sé —bromeé, acomodando los ingredientes para la decoración—, pero aún así quiero hacer algo lindo para él. Una relación es de dos, él también merece recibir gestos bonitos de mi parte. Por más que lo intenté, no me dejó hacer nada por él ayer, no tuve ni un solo momento para poder planear algo porque no me dejó sola ni un segundo y de todas maneras, creo firmemente en que los detalles no solo se deben dar en San Valentín, así que…

Pasamos el resto de la mañana terminando mi sorpresa. Cuando el pastel estuvo listos, preparé una enorme caja de cartón que pinté de negro y le escribí “te amo”. La parte interior de la tapa tenía engrapadas varias cintas rojas atadas a todas las fotografías que tenía de los dos viajes que habíamos hecho, así cuando la abriera, las imágenes quedarían colgando. Llené la caja de papel crepé rojo y amarillo y en el centro coloqué una base de plástico con el pastel. 

Cuando acabamos, almorzamos juntas y descubrí que Meleis no sabía que era el Club Winx, pero le encantó el concepto, así que la próxima vez que volviera al templo la veríamos juntas.

Meleis era demasiado amable y me resultó divertida, dentro de todo lo tranquila que era. Me agradaba, me sentía cómoda con su presencia y estaba segura que seríamos grandes amigas.

Estábamos terminando de comer cuando un sátiro vino a decirme que Apolo me vería en dos horas en los jardínes, así que terminamos de limpiar todo lo que habíamos ensuciado y volvimos a la habitación para que pudiera cambiarme. Me puse un bonito vestido estilo griego con el costado abierto, un cinturón rojo y joyas de oro, Meleis me peinó bien bonito. Me observé en el espejo y me sentía hermosa. 

—¡Me encanta! —exclamé viendo cómo había colocado flores en mi cabello.

—Me alegro tanto de que esté complacida, señora.

Ella me ayudó a llevar la sorpresa hasta el jardín, quería que cuando él llegara, ya estuviera ahí. Por una vez, quería sorprenderlo.

Nos sentamos en un banco de cemento que había delante de un rosedal, el sol acariciaba suavemente la hierba verde y las flores desprendían un aroma embriagador. Apenas habían pasado unos segundos que escuché una melodía hermosa que rompía el silencio. Me volví hacia el camino de la derecha por donde venían las voces, y vi a un grupo de mujeres hermosísimas que cantaban, reían y hablaban entre ellas.

Se detuvieron abruptamente al verme, y se miraron entre ellas. 

—Hola —murmuré.

Una, la más alta y hermosa de todas, con piel morena y cabello de chocolate, fue la primera en dar un paso adelante y me sonrió. Una sonrisa falsa.

—Buenas tardes. Tú debes ser, ¿Darlene Backer, verdad?

Asentí. Miré a cada una, y las reconocí. Hace dos años, cuando Apolo me había secuestrado luego de salvarme del encierro de Luke, y habíamos hecho ese pequeño juego de perseguir en un laberinto, ellas habían estado en un balcón viéndonos.

—Y ustedes son las musas, ¿verdad? —pregunté sintiendo la tensión en el aire. 

Ellas eran el sequito más cercano de Apolo, la inspiración detrás de todas las artes. Y encima, sus ex amantes y madres de algunos de sus hijos.

Mi gozo en un pozo.

Aún así me obligué a sonreír, sabía lo importante que eran ellas para Apolo, y él estaba siendo bastante razonable con el tema de Michael, no pensaba ser yo la que complicara más cosas. No al menos si ellas también lo intentaban.

—Así es. Soy Calíope —se presentó la que había hablado. Me imaginé que podía ser ella, después de todo, Calíope era la musa principal—. Estas son mis hermanas: Clío, Erato, Euterpe, Melpomene, Polimnia, Talía, Terpsícore y Urania.

—Es un placer —murmuré.

—Es bueno que te hayamos encontrado aquí —dijo Talía—. Hace mucho queríamos poder conocerte en persona y conversar contigo.

—Técnicamente, ya me conocían.

—¿Te refieres a esa pequeña disputa que tuviste hace unos años con nuestro señor? —cuestionó Urania con risa suave—. Fue un juego.

Las demás se rieron también. Yo no me reí, porque en ese momento, Apolo había tenido toda la intención de matarme y ellas se habían burlado mientras componían música o poesía sobre la “gran hazaña” de su señor.

Por muy enamorada que ahora estuviera de Apolo, no me arrepentía de haberlo golpeado. Se lo merecía.

—Por supuesto —respondí con el mismo tono falso—. Un juego, nada importante.

Ellas se sentaron a mi alrededor, y Euterpe se giró hacia Meleis.

—Traenos vino —ordenó. Meleis no se movió, al contrario, solo me miró a mí, esperando—. ¿No me has oído? Trae vino —repitió con un tono más duro.

—Lo siento, señora Euterpe, pero por orden del señor Apolo, solo puedo aceptar órdenes de mi señora. 

Un silencio tenso se instaló entre nosotras, y me di cuenta que podían enojarse con Meleis por no obedecerlas, al fin y al cabo, seguían siendo divinidades con mal humor cuando no se salían con la suya.

—Está bien, Meleis —dije cortando el silencio—. Ve.

Ella asintió, me hizo una reverencia y luego sólo inclinó la cabeza hacia las demás, antes de marcharse.

—¿Señora? —exclamó Melpomene con cierto tono burlón—. ¿Ya eres la Señora del palacio del Sol?

—Parece que así lo decidió Apolo.

—¿Lo llamas solo… “Apolo”? —cuestionó Clío.

—Apolo, Sunshine, idiota, tonto, mi amor —respondí encogiendome de hombros—. Lo que se me ocurra en el momento.

Las musas intercambiaron miradas entre sí, claramente confundidas de por qué Apolo me dejaba tratarlo con tanta informalidad, a mí, una mera mortal.

Calíope se aclaró la garganta y se enderezó en su asiento, adoptando una postura más seria. 

—Bueno, es agradable ver que ustedes dos se llevan tan bien. —No me pasó por alto la mentira en sus palabras—. Como dijo Talía, queríamos conocerte hace mucho tiempo. Eres algo así…como una celebridad.

Enarqué una ceja.

—¿Soy tan conocida?

—La señora Afrodita y el señor Ares se han encargado que todo el Olimpo sepa de tí, y nuestro señor Apolo nunca deja de hablar de tí desde hace meses —explicó Terpsícore.

—Comprendo.

—Aunque yo no la veo gran cosa —murmuró Erato.

—¿Disculpa? 

—Y bueno, Darlene —exclamó Calíope aplaudiendo y llamando mi atención—. Como decía, nos hacía ilusión conocerte porque queríamos hablar de algo contigo. Quizá tú puedas solucionar nuestras dudas.

Me observó con una manera que no lograba descifrar del todo, como si estuviera evaluándome con detenimiento. Respiré hondo y asentí.

—¿De qué se trata? 

—Como sabes, somos las musas y tenemos un profundo vínculo con Apolo. Hemos sido sus compañeras y confidentes durante eones, inspirándolo en sus más grandes creaciones y acompañándolo en sus momentos de gloria y desdicha

Asentí sin comprender del todo, es decir, no me dijo nada que no supiera ya, asi que no entendia exactamente cuál era su duda.

—Sí, claro. Lo sé, eso es de conocimiento universal. Soy muy consciente de la relación que poseen.

Melpómene interrumpió con una risa sarcástica.

—Oh, sí, una relación muy estrecha. Hemos pasado momentos... interesantes con él.

«Calma, Dari, son su pasado, tú su presente y futuro» pensé tratando de conterme.

—Puedo imaginarlo —respondí entre dientes.

—Y sabemos que te has vuelto muy importante para él en poco tiempo —agregó Urania.

—No comprendo por qué —masculló Euterpe.

—Lo que queremos decir —dijo Caliope con fuerza, como queriendo callarlas—, es que somos conscientes de que nuestro señor te ha esperado durante mucho tiempo y que lo haces feliz. 

Sí. Ella decía eso, pero sus sentimientos eran envidia pura, celos y mucho enojo.

—Así que como tal, queríamos darte la bienvenida al palacio y que sepas que tendrás en nosotras, grandes amigas —agregó tomando mi mano con una sonrisa.

¿De verdad me creia tan estúpida para no darme cuenta de la falsedad que había en sus palabras? No me hacía falta tener poderes empáticos para darme notarlo. Una chica simplemente lo sabe.

—¡Claro! —exclamé en su lugar usando el mismo tono. Si algo había aprendido de mis novelas y del campamento, era que a los enemigos es mejor tenerlos cerca—. Estoy segurísima que seremos grandes amigas.

—Genial, entonces ahora que somos amigas —continuó—, nos gustaría saber….

—¡¿Por qué Apolo ya no nos llama a su cama?! —gritó de repente Polimnia, interrumpiéndola, como si ya no hubiera podido esperar más para preguntar.

Se me escapó una risa nerviosa, ladeé la cabeza, insegura de haber escuchado bien.

—¿Qué?

—Lamentamos la brusquedad de nuestra hermana. Déjame hacer la pregunta más…fácil —dijo Clío—. Verás, Darlene, el señor Apolo siempre ha sido un hombre de grandes apetitos, si sabes a qué me refiero —bromeó. No le encontré lo gracioso—. La cuestión es, que el señor Apolo necesita ciertas atenciones que, dudamos, una sola persona pueda complacer, lo sabemos por experiencia propia, lo hemos visto los últimos milenios.

—Y hemos notado que ha estado actuando más distante, hace cuatro años que no nos permite acercarnos a sus habitaciones —continuó Talía.

—Y coincidentemente, es el tiempo en que entraste a su vida —agregó Melpómene.

—Solo queremos saber, por qué —finalizó Calipso con una sonrisa.

Fruncí el ceño. ¿De verdad me estaban preguntando por qué mi novio ya no se acostaba con ellas?

—Porque ahora esta conmigo —respondí con obviedad. 

—Esa no es una respuesta —dijo Erato.

—Claro que sí.

—No, no lo es.

Me pasé la mano por la frente.

—A ver, yo sé que ustedes han tenido por milenios una relación con él, soy consciente que algunas hasta han tenido hijos con él, pero ahora tiene conmigo una relación formal y monógama —dije remarcando la última palabra—. Él quería que fuéramos pareja, y mi única condición fue exclusividad, y Apolo estuvo de acuerdo. Fin. No hay más explicación.

Ellas también fruncieron el ceño, se miraron entre sí y luego a mí.

—Eso es ridículo, eres hija del dios del deseo, ¿acaso no conoces la poligamia?

—Conozco, no me interesa.

—¿Y las relaciones abiertas?

«Abierta la cabeza del corchazo que les voy a dar si siguen molestando».

—No.

—Darlene, querida, no puedes pretender tú sola satisfacer todas las necesidades de nuestro señor —intervino Clío con tono condescendiente—. Él es un dios con deseos y apetitos que van más allá de lo que una mera mortal puede ofrecer. Mucho menos una niña sin ninguna experiencia.

Traté de mantener la calma, pero la paciencia se me empezaba a acabar.. 

«Me pica el puño» pensé apretando los dientes.

—Esperamos que entiendas que solo intentamos hacerte el trabajo más sencillo, si no dejas que te ayudemos, tarde o temprano el señor Apolo podría dejarte. 

—O peor —agregó Urania—. Podrías acabar como la señora Hera: amargada e infeliz. 

—Así es, mira a la señora Afrodita y el señor Ares, se aman profundamente, pero cada uno tiene sus relaciones a parte —comentó Polimnia—. Y son una de las parejas más sólidas de todo el Olimpo.

—Afrodita es esposa de Hefesto, no de Ares —dije enarcando una ceja.

—Y el señor Hefesto ha sufrido muchas humillaciones por haber esperado más de lo debería —respondió Talía, negando con pesar—. Si desde el inicio él hubiera aceptado que su esposa necesitaba mucho más de lo que él podía darle, quizá habría sido más feliz.

Calíope entonces tomó mi mano con fingido afecto.

—Solo queremos ser buenas amigas contigo, Dari. ¿Puedo llamarte Dari? —Iba a decirle que no, pero siguió hablando—. Aquí todas somos amigas y nos apoyamos, verás que no somos las únicas amantes que aún siguen viviendo en este templo, pero somos las más agradables, y como buenas amigas, compartiremos todos nuestros secretos y consejos contigo, porque eso hacen las amigas. Comparten todo.

Debía verme graciosa con la boca abierta. Pero es que no podía creer que me estuvieran diciendo esto. 

—Eh…sí, no, no eso sí que no —dije riéndome, esto era hilarante—. Podemos ser amigas, compartir consejos, anécdotas, la ropa. Todo lo que quieran, todo menos mi novio.

Ellas me observaron como si fuera una niña pequeña incapaz de comprender.

—Dari, el amor no es posesión —dijo Urania con tono condescendiente—, no puedes tratar a tu pareja como un objeto de tu propiedad.

Ok. Esto era el colmo, primero ellas lo convertían en objeto al sugerir que debíamos compartirlo, ¿y ahora pretendían querer enseñarme a mí sobre amor?

Respiré hondo, tratando de contener la tormenta que crecía dentro de mí. Miré fijamente a Calíope, tratando de encontrar algún rastro de sinceridad en su rostro, pero todo lo que vi fue una máscara de cortesía superficial.

Me puse de pie, dejando que la ira calara lentamente en cada parte de mi cuerpo y se filtrara hacia ellas. Las musas parecieron sorprendidas por mi arrebato.

—¿Ustedes me hablan de posesión? ¿Ustedes que me hablan de compartirlo como si fuera precisamente un vestido o un juguete? ¿Ese es el respeto y amor que dicen tenerle? El amor es también respetar los límites y decisiones que el otro necesite, es estar dispuesto a hacer concesiones con tal de hacer sentir cómodo al otro, le pedí a Apolo exclusividad cuando empezamos a salir hace dos meses, pero realmente nunca esperé que lo fuera antes de eso, y si él decidió serlo desde mucho antes fue su propia decisión, yo no tuve nada que ver en eso. Si él no tiene intenciones de volver a estar con alguna de ustedes es problema suyo, en todo caso, pidanle explicaciones a él y a ver qué les dice. Estoy segurísima que le interesa saber sus opiniones sobre nuestra relación.

Fue tal como esperaba: dejaron caer la fachada amable.

Calíope se puso igual de pie, con el mentón en alto, digna como solo ella, y me miró como si fuera un mero insecto que deseaba aplastar.

—Niña ingrata, solo intentábamos ser agradables contigo —siseó.

—No me interesa ese tipo de amabilidad —espeté entre dientes—. No me importa si de verdad creen que estarían ayudándome, no sé a qué realmente, porque no creo que exista alguna persona en el mundo que considere sus palabras como algo amigable. Comprendo que hay parejas que pueden llevar ese tipo de vida, pero la manera en que ustedes sugieren meterse en una relación en la que no tienen cabida, no es algo que nadie agradecería. 

—Eres una insolente y… —intentó decir Clío, pero la interrumpí.

—Así que voy a ser muy clara: Apolo es MI novio, me da igual si creen que tienen algún tipo de derecho sobre él por tantos siglos a su lado o por la importancia que tienen en su templo, ahora está conmigo y punto. 

—Seguro que usaste algún truco de tu padre —espetó Talía—. Dudo realmente que nuestro señor se fijara en una mocosa insignificante y fea sin ninguna gracia ni talento que…

Es todo, basta de diplomacia.

No pude controlarme que tomé a la musa del cabello, sin importarme que me sacaba dos cabezas de alto y la arrojé al suelo. Claro que no duró mucho para que las demás se arrojaran a defenderla y de paso atacarme a mí. 

¿Qué si me peleé yo sola contra las nueve musas? Sí, sí lo hice y no me arrepiento de nada.

Debieron haber sido unos minutos a lo mucho, solo era consciente de los gritos y rasguños, patadas y puñetazos; y que alguién incluso me había mordido. Aunque siendo honesta, incluso siendo inmortales esto no era nada comparado a las batallas contra otros semidioses.

Le di un puñetazo en la cara a una y otra me tumbó al suelo, sujetándome del cabello y tirando hasta que me sacó lágrimas por el dolor. Me quejé e intenté quitármela de encima, pero se las habían arreglado para ser un peso muerto sobre mí.

—¡Eres un animal salvaje! —gritó Calíope poniéndose de pie. 

Estábamos todas hechas un desastre, pero me dio satisfacción ver como le había dejado un moretón cerca del ojo.

—Está claro que usó magia, el señor Apolo nunca se fijaría en una loca salvaje como tú —espetó otra.

—¿Y qué es esto? —cuestionó Urania señalando mi regalo, abrió la caja y soltó un jadeo—. ¡Así es como lo tienes embrujado!

—¡Oye, déjalo! —intentando escaparme del agarre.

Y entonces, para mi horror, las muy brujas lo rompieron. Lo destrozaron por completo mientras se reían. Todo el esfuerzo que puse en ello toda la mañana, destruido en segundos.

—¡Deténganse! —grité, pero mi voz se perdió en un sollozo.

Finalmente, logré soltarme, aunque quizá pensaban que ya no valía la pena. Me puse de pie, respirando profundamente para evitar derrumbarme. No me había sentido así de impotente desde que tenía unos nueve años y me habían molestado en el baño de una de mis nuevas escuelas. No había dejado que nadie más volviera a hacerme sentir así de nuevo.

Me acerqué lentamente sin poder creer que en serio fueran tan cabronas de hacer algo así solo por celos.

Y cuando pensé que no podían superarse, una enorme cantidad de agua me cayó encima.

Me quedé petrificada mientras el agua fría me empapaba por completo. Levanté la vista hacia ellas, notando las vasijas que antes habían tenido agua en sus manos.

La ropa se me adhería a la piel, y el cabello se me pegaba a la cara. Lo único que quería hacer era volver a la habitación, meterme a la cama y llorar. 

No les daría esa satisfacción frente a ellas.

Así que aguantándome las lágrimas, las miré con odio. 

—¿De qué se ríen? —siseé furiosa. Detuvieron  sus risas, mirándose entre ellas, pero aún sin borrar esa sonrisa burlona—. ¿Qué ganaron? ¿Quince minutos de diversión? ¿Milenios de vida y se sienten amenazadas por una adolescente mortal? Son patéticas. 

Con toda la dignidad que pude, me alejé de regreso adentro del palacio, sintiéndome derrotada y furiosa. 

Mis ojos ardían mientras las primeras lágrimas se me escapaban. No estaba segura de a donde iba, tenía la vista empañada y solo quería volver a la habitación. 

—¿Dari? —Levanté la mirada, esperando soltar una réplica llena de veneno, pero me quedé en blanco al ver a Apolo frente a mí—. Mi amor  ¿qué ha pasado? —preguntó, su tono lleno de preocupación.

—Odio a tus musas —le grité apartándolo de un empujón y pasando a su lado. 

No me siguió. Y lo agradecí, porque en ese momento, quería estar sola.

Si alguien ha leído mi otra historia, Apistia, notarán el paralelismo de ambas escenas conociendo a las musas.

En Apistia fue todo plan de Apolo, y aquí no, principalmente porque Darlene tiene algo que Antheia no, y eso es el amor de Apolo, así que si bien allá no hubo consecuencias a lo que le hicieron a Antheia, acá no les va a ir tan bien por lo que le han hecho a Dari.

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