039.ᴊᴀᴄᴀʀᴀɴᴅᴀ
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ᴊᴀᴄᴀʀᴀɴᴅᴀ
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ME QUEDÉ TODO EL DÍA EN EL OLIMPO.
Durmiendo más que nada, Apolo trató mis heridas, se aseguró de que comiera y me mandó a dormir.
Y ahí, tal como Afrodita e Hipnos dijeron, comenzaron nuevamente los recuerdos en forma de sueños.
La sala resonaba con la estridencia de las voces, el crujir de las togas y el tintineo de las copas. Había cierta tensión palpable en el aire, tanta que era posible cortarla con una daga.
Observaba cuidadosamente a cada uno de los presentes, ninguno me prestaba atención, salvo para levantar sus copas cuando me acercaba con la jarra de agua. Mi padre estaba sentado en la punta, tratando de escuchar a todos, con la mirada fija en el mapa extendido sobre la mesa. Su gesto serio y decidido reflejaba la importancia que le daba a lo que estaba por acontecer.
A su alrededor, los generales y otros hombres de estado expresaban sus opiniones con vehemencia, cada uno tratando de superar al otro con más gritos. Dudaba que alguno supiera de diplomacia, eran todos hombres de guerra.
Dejé la jarra en el mueble junto a la pared y me acerqué a la silla a un costado de mi padre. Él me sonrió en cuanto me senté, pero rápidamente regresó la atención a lo que le decía uno de sus hombres.
Levanté la cabeza al sentirme observada y me encontré con esos ojos que siempre me hacían sentir que estaba viendo mucho más allá de mí, directo a mi alma. Fue un segundo, quizá menos, y regresó a la conversación que estaba sosteniendo con un general.
Me sentí complacida, pocas veces lograba atraer su atención en una reunión de guerra. Pecaba de orgullosa, los asuntos de la cámara de guerra eran mucho más importantes que mis tontas fantasías de niña, pero que lindo se sentía que al menos me mirara unos instantes.
Habrían pasado unas tres horas cuando la reunión terminó, como siempre, salí detrás de mi padre, antes que todos los demás invitados.
La luz de las antorchas danzaba en las paredes de piedra, proyectando sombras grotescas. La noche se cernía sobre Esparta, y las estrellas salpicaban el cielo como diamantes en la oscuridad. Nos dirigíamos al patio del palacio, donde la frescura de la noche aliviaba la pesadez que se respiraba en la sala de guerra. A medida que avanzábamos, escuchaba el murmullo de los soldados que patrullaban los alrededores, cumpliendo con su deber de proteger la ciudad.
—Hija.
—¿Sí, padre?
—Esta noche cenaré en mis aposentos —murmuró—, necesito estar solo.
Asentí, no muy complacida con su idea. Había notado que últimamente mi padre no estaba bien, y no me complacía dejarlo a solas con sus pensamientos.
—Cómo desee, padre.
Lo observé alejarse, sus pasos resonando en el empedrado del patio. La oscuridad devoraba su figura, y me quedé sola, con el eco de las voces lejanas que poco me interesaban.
De repente, sentí una presencia detrás de mí. No necesité voltear para saber quién era; conocía la cadencia de esos pasos, la familiaridad de su presencia.
—¿Cenará solo otra vez? —preguntó una voz grave y conocida.
—Sí. —Volteé para encontrarme con su mirada serena, sus ojos oscuros reflejando preocupación genuina—. La guerra pesa sobre él más de lo que muestra —confesé, sintiendo la pesadez de mis propias palabras.
—La responsabilidad de liderar Esparta en tiempos de guerra no es fácil. Pero tu padre es un hombre fuerte. No está solo en esto —dijo buscando brindarme consuelo.
Sus palabras me reconfortaron, aunque en el fondo seguía preocupada.
La brisa nocturna agitaba su túnica mientras permanecíamos juntos en el patio del palacio, bajo el resplandor de las antorchas.
—¿Te gustaría acompañarme esta noche? —pregunté buscando su mirada en la penumbra—. No me apetece cenar sola.
—Será un placer para mí, princesa —murmuró con una sonrisa suave. Era extraño, su rostro no estaba acostumbrado a sonreír, sin embargo, para mí siempre había una y eso hacía que me resultara la más hermosa de todas.
Para cuando me desperté ya estaba poniéndose el sol nuevamente.
Tenía un nudo en el estómago, pero la suave luz del atardecer se filtraba por las cortinas, acariciando mi piel con la delicadeza de una pluma.
Mi mente estaba envuelta en una neblina, y por un momento, no pude recordar con claridad qué era real y qué era un sueño. Parpadeé un par de veces, intentando despejar la confusión que nublaba mis pensamientos. El recuerdo de mi padre, la sala de guerra y el patio de Esparta se desvanecía lentamente.
—Parecías tener un buen sueño.
La voz era tan familiar, pero al abrir los ojos, no encontré al hombre de ojos oscuros que esperaba ver. En cambio, me encontré con los ojos risueños de Apolo.
Me incorporé despacio, sintiendo la solidez de la cama bajo mis manos.
—¿Mmm? —Me froté un ojo mientras bostezaba.
—Despierta, cariño —bromeó, apartándome el cabello de la cara y me besó la mejilla—. Has dormido bastante.
Y sin que pusiera un poco de esfuerzo, una sonrisa se apoderó de mis labios. Que bonito despertar.
—¿Qué tanto? —pregunté, tratando de despejar las últimas brumas del sueño de mi mente.
Miré a mi alrededor, la habitación era diferente, mucho más majestuosa y real que mis recuerdos entrelazados de Esparta.
—Un día completo, ya casi anochece.
—Se siente como si hubiera sido una vida completa. —Me levanté de la cama, sintiendo la firmeza del suelo bajo mis pies. Aunque mi cuerpo estaba recobrando fuerzas, mi mente aún estaba envuelta en un velo de incertidumbre—. Debo volver al Santuario, seguro que estarán preocupados. Me secuestraron frente a todos —agregué en broma.
—No pasa nada —dijo Apolo deslizando un brazo por mi cintura y atrayéndome de nuevo hacia él—. No hay prisas, me aseguré de que supieran que estabas aquí.
—Eres una pésima influencia —bromeé dejándome mimar.
Enterró la cara en mi cuello, su cálida respiración me hacía cosquillas, pero era todo lo que necesitaba. Su sola presencia lograba anclar mi mente en el ahora, era tan fácil darme cuenta de cuál era la realidad si estaba en sus brazos.
—¿Pésima influencia? ¿Por qué? Solo te estoy cuidando, aún estás débil.
—Si esta es tu manera de cuidar a un herido, voy a empezar a preocuparme.
—Este es el tratamiento premium, solo para tí.
—Bueno, entonces lo disfrutaré.
Como pude, me giré en sus brazos y pasé los míos por su cuello, dejando que sus labios se arrastraran lentamente por mi piel hasta mis labios.
Su beso era tan reconfortante, como si cada roce disipara cualquier duda.
—Te amo —murmuré en cuanto se apartó, y la sonrisa deslumbrante en cuanto me escuchó fue hermosa.
—Yo también te amo, preciosa.
Permanecimos un momento envueltos en ese abrazo reconfortante, nuestros corazones latiendo al unísono en el silencio de la habitación.
—Tengo que volver.
—No.
—Sí.
—No te necesitan, yo sí. —Se aferró a mi cintura con firmeza.
—Apolo.
—No.
—Pero… —intenté protestar, pero él selló mis labios con un suave beso, silenciando cualquier objeción que pudiera tener.
—No tienes permiso del médico —añadió con una sonrisa traviesa.
Rodé los ojos con una risa suave y le di un golpecito en el pecho.
—Deja de ser payaso.
Apolo me miró con una expresión teatral de desdén.
—Sigue contradiciéndome y el médico te dará una semana de reposo.
Rodé los ojos. Cuando quería serlo, podía ser un dolor de cabeza. Me preguntaba qué tan cuerda estaba para haberme enamorado de un tipo tan intenso.
«Porque eres igual de intensa que él».
Ah, sí. Iba a tener que darle la razón en esto a mi consciencia.
Aunque una semana de reposo sonaba tentadora, no podía quedarme aquí de por vida.
—Una semana de reposo suena como una condena injusta —comenté, tratando de mantener una expresión seria.
Me sujetó con más firmeza, atrayéndome sobre su regazo. No tenía ninguna intención de dejarme ir.
—No quiero que te vayas.
—Yo tampoco quiero irme, pero tengo que hacerlo.
Apolo me sostuvo la mirada. El brillo dorado de su cabello contrastaba con la suavidad de la penumbra en la habitación.
—Lo sé. —Suspiró, asintiendo con resignación—. Pero al menos debes comer algo antes de irte.
—A eso no me voy a negar.
—Bien.
Dio un chasquido y la puerta de la habitación se abrió, un sátiro y una ninfa entraron cargando una bandeja de comida y una jarra.
Me sentí repentinamente observada y me di cuenta que era la ninfa. Había cierto rencor en sus ojos, rencor y muchos celos.
Estaba por preguntarle qué le pasaba, pero entonces miró a Apolo. Y yo miré a Apolo. Y me asusté por ella. Tenía una expresión mortal, no le hizo falta decir nada, ella solo se apresuró a llenar una copa con agua e inclinarse.
Dejó la jarra y estaba por irse cuando él habló.
—Isaira.
La ninfa se detuvo ante el tono de voz. Uno que me puso la piel de gallina, me recordó a ese tiempo en que lo único que tenía en mente era matarme.
—¿Sí, mi señor?
—Bebe.
—Apolo, ¿qué…?
Me ignoró, en su lugar, levantó la copa hacia ella.
—Bebe.
Isaira dudó por un momento, su mirada alternando entre Apolo y yo. Sin embargo, finalmente, tomó la copa y bebió. Un escalofrío recorrió mi espalda mientras observaba el intercambio silencioso entre ellos.
Apolo mantuvo su mirada fija en la ninfa mientras ella bebía. Cuando terminó, le dedicó una sonrisa gélida que me hizo estremecer.
—Gracias, Isaira. Puedes retirarte.
La ninfa asintió, evitando cruzar miradas conmigo, y salió de la habitación con paso apresurado. Me quedé en silencio, sin entender completamente lo que acababa de suceder.
—¿Qué fue eso?
Él suspiró, apoyando su frente contra la mía con una mezcla de pesar y determinación.
—Isaira es…una ninfa complicada, pero si sabe lo que le conviene, no hará tonterías. —Abrí la boca para decir algo, pero no me salía nada, no lograba conectar una idea coherente—. No pienses que intento ocultarte algo, es solo que no es importante.
Fruncí el ceño, intentando descifrar lo que me estaba diciendo.
—¿Es una de tus antiguas amantes? —cuestioné enarcando una ceja. Si era eso, íbamos a tener un serio problema, ya me había hecho a la idea de que iba a tener que aguantar tener a algunas como las musas, pero si eran ninfas o diosas, más le valía cortar esa tontería.
—No.
Lo dijo tan de repente, tan serio y directo que no me quedaban dudas que estaba siendo honesto.
—Es…la jefa de mis sirvientas —explicó—, no voy a negarlo, es hermosa, pero…es una loca.
—Mi mamá dice que nunca es bueno cuando un hombre usa esa característica para describir a una mujer que tiene interés en él.
—Que recuerde, nunca he usado esa característica para referirme a ninguna de mis amantes —se apresuró a aclarar—, pero Isaira jamás ha sido una de ellas. Está obsesionada con serlo, que es diferente.
—¿La traes loquita? —pregunté con sorna.
Apolo sonrió de lado.
—Yo traigo loquitas a muchas, no es sorpresa para nadie.
—Sobre todo porque eres el ser más humilde —dije poniendo los ojos en blanco.
—Ser alguien como yo es demasiado difícil —Asintió con fingido pesar—. Se me abalanzan encima siempre.
—Pobrecito, debe ser un pesar muy grande.
Cada día que pasaba más enamorada de Apolo comprendía lo que decía a veces mi mamá: amar a una persona con todos sus defectos es la verdadera muestra de lo mucho que le amas.
A pesar de su arrogancia innata, no podía evitar sonreír ante su encanto, aunque lo ocultara detrás de esa fachada de dios despreocupado. Me separé de él con suavidad, aunque su agarre seguía fuerte en mi cintura.
—Bien, señor "todos me adoran". Procura poner alguna orden de restricción a tus admiradoras o yo te la pondré a tí.
Apolo rió, una risa cálida y melodiosa que resonó en la habitación, tomó mi rostro en sus manos y me besó.
Mis labios se movieron contra los suyos, sintiendo la calidez de su beso que, a pesar de su actitud desenfadada, llevaba consigo una intensidad que nunca dejaba de sorprenderme. Se apartó lentamente, sus ojos fijos en los míos, destilando complicidad y algo más. Era como si pudiera leer cada pensamiento que cruzaba mi mente, aunque, sinceramente, en ese instante, mis pensamientos no eran más que un remolino de emociones.
—¿Qué haría un dios sin admiradoras? —preguntó con un brillo travieso en sus ojos dorados.
—Tendrás que averiguarlo si quieres seguir teniendo novia.
Apolo acarició mi mejilla con ternura antes de soltarme, y nos quedamos allí, de pie en la habitación, sumidos en un silencio cómodo.
—Bien, pero tendrás que cubrir la cuota fangirl tú sola.
—Si tengo que hacerlo —convine con tono lastimero—, tendré que hacer el sacrificio.
—Estoy seguro que será un trabajo muy intenso. —Asintió con pesar.
Nos miramos, y de repente, una risa irreprimible se apoderó de ambos. Comenzó como un suave murmullo y luego se intensificó hasta convertirse en una risa contagiosa. Salió desde lo más profundo, una explosión compartida.
Me lanzó una mirada cómplice, sus ojos dorados centelleando con complicidad, y las risas se desvanecieron gradualmente, dejando lugar a una sensación cálida de complicidad.
—Entonces, ¿qué pasa con esa ninfa?
Apolo suspiró, sabiendo que no lo dejaría de presionar con ese tema.
—Isaira es una sirvienta muy eficiente, pero se obsesiona muy fácilmente cuando le gusta alguien. Y en los últimos años se ha puesto demasiado posesiva, pero digamos que desde que me he centrado solo en tí ha empezado a ponerse insoportable.
—¿Es muy malo?
—Está acostumbrada a tener bajo su control a cualquier “rival” —dijo haciendo el gesto de comillas—, el problema es que considera rival a cualquiera que respira el mismo aire que yo. Quiero creer que no es tan estúpida para intentar hacerte daño, es decir, tú la aplastarías con facilidad, y dudo que también lo intente delante de mí, pero no quiero tomar ningún riesgo.
Entonces caí en cuenta.
—¡¿Le pediste que bebiera mi copa por si le puso veneno?! —cuestioné incrédula.
Apolo se encogió de hombros. Su pensamiento me dejó un sabor agridulce en la boca. Sabía que tenía un montón de amantes, hombres y mujeres, que no estarían contentos con la idea de ser exclusivo conmigo, pero no pensé que serían del tipo “te voy a sacar del camino”.
—Ya te lo dije, no es algo de lo que tengas que preocuparte, yo me haré cargo. —Tomó un plato lleno de frutas y me lo tendió—. Ten, necesitas alimentarte.
Aunque apreciaba su preocupación y protección, no podía evitar sentir un nudo de inquietud en el estómago. Comenzaba a preguntarme si tener a tanto loco suelto queriendo matarme era parte del peso que me tocaba por mi futuro predestinado con Apolo.
Decidí que lo mejor que podía hacer, era dejarselo a la Dari del futuro. Tomé el plato de frutas que me ofrecía y me senté en el borde de la cama. Apolo se sentó a mi lado, observándome con cariño.
Cuando terminé de comer, me llevó fuera del templo para llevarme de regreso al Santuario. Caminábamos por los pasillos en tranquilidad, no teníamos prisa de separarnos.
Tomó mi mano con suavidad, entrelazando sus dedos con los míos.
—¿Qué harás allá abajo?
—Volveré al Campamento con los de la cinco. Tengo que reportar a Quirón todo lo que sé.
—¿Y luego?
—No sé —respondí dándome cuenta que habían pasado casi dos meses desde que había estado metida de lleno en la misión que ahora no sabía qué hacer para volver a la normalidad—. Supongo que volveré a casa, extraño a mi familia.
—Y pronto será navidad.
Solté un jadeo.
—¡Es verdad! —grité frenando en seco y mirándolo—. ¡Ya sé lo que haré! ¡Voy a instaurar la navidad en el Campamento!
Apolo me miró haciendo una mueca.
—No creo que Dioniso…
—El señor D estará de acuerdo en cualquier cosa que implique una fiesta.
—Sï, no tengo dudas de eso, pero…
—¡Será fenomenal! —exclamé emocionada—. ¡Ya verás, quedará increíble!
—No lo dudo, pero Dari…
—Apolo, si lo que te preocupa es que ofenda a los dioses imponiendo la festividad de máxima importancia de la religión que los desplazó en el Imperio Romano, no tienes nada de qué preocuparte —dije con las manos en la cintura—. No soy tan suicida.
—Déjame que lo ponga en duda.
—Festejaremos las Saturnales.
Apolo me miró con una mezcla de diversión y escepticismo. Aunque sus labios esbozaron una sonrisa, sus ojos dorados reflejaban cierta incredulidad ante mi propuesta.
—Bueno…solo procura guardarme un muérdago.
Lo tomé de la chaqueta, acercándolo a mí con una sonrisa.
—Dalo por hecho, guapo. Uno lleva tu nombre.
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Cuando nos aparecimos en el Santuario, debían ser las once de la noche, pero todos estaban de fiesta.
La música resonaba en el aire, y el bullicio se apoderaba de cada rincón. De inmediato, capté la mezcla de aromas: incienso, comida deliciosa, y la esencia peculiar de las criaturas míticas que pululaban por el lugar. La decoración había cambiado por completo; ahora, guirnaldas y luces parpadeantes adornaban el espacio, creando un ambiente festivo.
—Y tú diciendo que estarían preocupados porque desapareciste —bromeó señalando a un grupo de personas haciendo fondo blanco con lo que parecía un enorme barril de cerveza.
—Ya veo —dije con el mismo tono.
—No notarán si te llevo de vuelta.
—Ya te dije que debo quedarme.
—Aguafiestas. —Rodó los ojos, pero tomó mi mano y acarició el dorso—. No te preocupes tanto, Dari. Mereces un descanso después de lo que has pasado. Diviértete.
Sonreí ante sus palabras reconfortantes.
—Eso haré.
—Bien —se inclinó para dejar un último beso y luego se alejó con una sonrisa—. Un regalito de mi parte, por el increíble trabajo que hiciste.
Movió la mano, no sabía qué era lo que había hecho, pero quedé boquiabierta cuando me di cuenta.
Uno a uno, cada árbol del Santuario comenzó a teñirse de morado. Casi en pleno invierno, los árboles florecieron y movidos por el aire frío, los pétalos bailaron en el viento como pequeñas hadas.
Me quedé parada, atónita, observando fascinada la belleza del momento. Cerré los ojos por un momento, dejando que la fragancia dulce de las flores recién nacidas llenara mis sentidos.
Cuando volví a abrir los ojos, me encontré con el cálido resplandor de las luciérnagas que flotaban alrededor, atraídas por la nueva fuente de luz y color en el Santuario. Inspiré profundamente, absorbiendo la energía renovadora que emanaba de los jacarandás florecidos.
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