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017.ᴛᴜʟɪᴘÁɴ ɴᴀʀᴀɴᴊᴀ

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ᴛᴜʟɪᴘÁɴ ɴᴀʀᴀɴᴊᴀ

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EL TIPO DE LA PELÍCULA MOULIN ROUGE NO SE EQUIVOCÓ, hay algo exquisitamente maravilloso en amar y ser correspondido.

Es que incluso cuando no podíamos ser una pareja en todas las letras, solo saber que Apolo sentía lo mismo que yo, era suficiente. Su nota diciendo las palabras más bonitas del mundo bastaron para tenerme sonriendo como tarada todo el día.

I wanna hear you say the words, please. Don't, don't let me be the last to know. —cantaba en voz baja mientras me preparaba para dormir esa noche—. Don't hold back, just let it go, I need to hear you say, you need me all the way. Oh, if you love me so, don't let me be the last to know.

—Si que le dio fuerte —comentó Silena.

—Más que las otras veces —agregó Valentina.

Los demás estaban parados al lado de la cama de Silena, todos mirándome sin ningún disimulo, pero me daba igual. 

Your body language says so much, yeah, I feel it in the way you touch. —Pasé el cepillo por mi cabello y lo trencé—. But til’ you say the words it’s not enough, c’mon and tell me you’re in love, please.

En toda mi vida, jamás había estado tan deseosa de irme a dormir como esa noche.

—Yo creo que es romántico —dijo Lacy—, nunca la había visto así, ni siquiera con Percy.

—Es patético. Perdió por completo la cabeza y la dignidad.

—Cállate, Drew —espetó Silena.

No me importaba, qué opine lo que quiera. Nada me iba a bajar de mi nube feliz.

Don’t, don’t let me be the last to know, don’t hold back, just let it go. —Destapé las mantas de mi cama, y tomé mis cremitas de mano y cara—. I need to hear you say, you need me all the way. Oh, if you love me so, don’t let me be the last to know, yeah.

—¿Desde cuándo se pone crema para dormir? —cuestionó Dylan con diversión.

—Pues parece que desde esta noche —comentó Mitchell.

El murmullo de sus palabras no lograba romper la burbuja de felicidad que me rodeaba, alimentada por las dulces palabras de Apolo.

No podía contener la sonrisa mientras recordaba cada letra de su nota que ahora estaba cuidadosamente guardada en lo más profundo de mi baúl. No necesitaba explicarle nada a nadie, ya era demasiado que Quirón estuviera al tanto, porque me sentía bastante a gusto con que fuera nuestro secreto, igual que nuestros momentos en sueños, solo nuestros.

«Y Morfeo». Maldita conciencia. 

Pero no estaba dispuesta a dejar que esta mierda ni el hijo de puta traidor de Morfeo me arruinara la felicidad. 

Me hundí más en mi camita, sintiendo la comodidad y el calor envolviéndome. Cerré los ojos con suavidad mientras las voces de mis compañeros seguían flotando en el aire, mezclándose con las notas musicales de una lira que poco a poco comenzaban a invadir mi mente hasta que me quedé dormida.

Unos brazos cálidos me sujetaron antes de que pudiera siquiera abrir los ojos a mi sueño.

—Bonita canción —comentó con una leve sonrisa.

—Me gusta mucho Britney —respondí con simpleza.

—Ajá.

Las comisuras de sus labios se elevaron aún más, y me estrechó contra él. Le sostuve la mirada, aun cuando era tan intensa que pensé que me podía desmayar en cualquier momento.

—Me gustaron mucho las flores —dije en voz baja—, y la nota.

Sus manos frotaron lentamente mi cintura por encima de mi pijama. Bajo la vista, como avergonzado y complacido por mis palabras.

—No parecías del todo segura… —admitió—, cuando te fuiste esta mañana, parecía que aún te quedaban dudas.

—Yo…en realidad, fue más cuando tuve tiempo de pensar en todo lo que ha pasado —intenté explicarme—, me di cuenta que los tiempos coincidían demasiado y… —Enarcó una ceja, pero no me interrumpió, dejando que me tomara mi tiempo para poder encontrar las palabras correctas—. Bueno…no soy buena cuando sobre pienso un poquito de más las cosas y…se me ocurrió que quizá empezaste a aparecer todas las noches en mis sueños más por Morfeo que por mí.

Apolo frunció el ceño, y sus dedos se clavaron en mi piel. Parecía tan irritado de repente.

«Enojón se ve más atractivo» pensé admirando como su mirada se afiló y apretó los dientes tan fuerte, haciendo que se le formara una línea dura a lo largo de la mandíbula.

—Maldita polilla —espetó entre dientes—. No voy a negar que Zeus se enojó cuando se enteró que estabas teniendo visiones en sueños y me culpó por ello, así que me ofrecí a vigilarlas y él estuvo de acuerdo. 

Se me encogió el corazón, era justo lo que me temía, era…

—Pero —continuó con firmeza—, nunca acordamos que debía aparecer en ellos o que debía pasar tiempo contigo. —Me atrajo aún más a él y apoyé las manos en su pecho, sintiendo como mis piernas se ponían como gelatina—. La verdad es que cuando le ofrecí esa alternativa a mi padre, estaba siendo egoísta, no porque realmente me importara que Morfeo descubra algo importante para la guerra, sino porque realmente quería verte cada noche.

»No quiero que pienses que te utilizo de alguna manera, estos momentos a solas contigo son mi única felicidad.

«Ay como me gusta cuando dice babosadas así».

Me mordí el labio, y mi corazón se aceleró al ver como su mirada pasó de mis ojos a mi boca. Había algo hermoso en que ambos supiéramos lo que sentíamos, pero no necesitáramos decirlo en voz alta, aunque claro que andábamos jugando con fuego si él pretendía mantener las distancias todavía.

Y Apolo probablemente lo sabía, porque de repente soltó un suspiro y se apartó.

—No juegas limpio.

—No he hecho nada.

—Existes, eso es suficiente.

Intenté contener una sonrisa, pero era tan difícil.

—No juego limpio, pero no soy la que busca abrazarte cada vez que puede —dije mirándolo por entre las pestañas.

Apolo alzó una ceja, aunque no lo negó.

—Ven, hagamos otra cosa antes de que me hagas hacer algo que no voy a lamentar.

Me reí mientras me tomaba de la mano y me arrastró por el taller hasta una puerta alterna que antes no había visto.

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Este idiota me iba a matar antes de que pudiera convencerlo de que me bese.

Cuando sugirió que hiciéramos un karaoke, no se me cruzó por la cabeza algo así.

¿Alguien ha escuchado cantar a todo pulmón al dios de la música? ¿No? Bueno…ahora entiendo por qué se adueñó de ese título.

Hay un mundo entre tú y yo que nos aleja, una forma de vivir la vida que nos separa. Pero siento que mi corazón existe si te nombran y no puedo seguir así, ya no quiero más sin ti. —Estaba parado a unos metros de mí, sosteniendo un micrófono cantando una canción en español, por suerte me había puesto detrás suyo una pantalla que estaba traduciendo la letra porque sino no entendía ni jota—. Hay un mundo entre el frío azul y el sol del desierto, un abismo entre el caminante y quien vuela el cielo. Si parece que lo tengo todo y ya no tengo nada, cuando vuelvo a despertar sin ti en cada mañana.

«Y después el muy cara dura dice que yo no juego limpio».

Por ti cambiaría el rumbo, mi vida en un segundo, para darle una tregua a este amor. —Cantaba con tan naturalidad, era claro que el escenario era donde más cómodo se sentía—. Por ti detendría el tiempo, cada beso será eterno y abrazados, una vida entre los dos. Tú y yo. 

La intensidad de su canto parecía llenar cada rincón de la habitación, vibrando en el aire como una corriente eléctrica. Cada inflexión de su voz, cada matiz de emoción que transmitía, me envolvía como una caricia invisible a tal punto que no estaba segura de cuánto más podría aguantar no llorar. 

Ya no importa el color del amor, si es negro, gris o blanco. Y hoy no existe ninguna razón más que quererte tanto. —No podía apartar los ojos de él, su cabello caía en suaves ondas enmarcando su rostro, como sus dedos agarraban el micrófono con una elegancia nata—. De nada vale que yo sea el rey o apenas un mendigo. Si hay tanta vida por vivir, quiero que sea contigo mi amor. 

Yo había cantado primero, y por supuesto, había elegido Our Song de Taylor. Apolo me había mirado todo el rato con los ojos entrecerrados como si me estuviera diciendo “sé lo que estás haciendo, y no va a funcionar”.

Y aquí estaba su venganza. Estaba por completo hipnotizada, cada palabra me llegaba directo al corazón como flechazos.

No le digan a mi papá que dije eso, le va a dar un infarto.

Entonces abrió los ojos y sonrió, haciendo que me temblaran las manos. Seguro que el muy cabrón sabía lo que me estaba provocando, y le divertía.

Por ti cambiaría el rumbo, mi vida en un segundo, pqra darle una tregua a este amor. Por ti detendría el tiempo, cada beso será eterno y abrazados, una vida entre los dos. Tú y yo. 

Terminó de cantar, con los últimos acordes desvaneciéndose lentamente y se inclinó hacia adelante, como si estuviera dando un concierto real y hubiera un enorme público aplaudiendo.

—Nada mal, Sunshine —dije con la voz algo cortada—, aunque pierdes puntos por hacer trampa.

Se enderezó de golpe, mirándome con indignación.

—¿Disculpa? —espetó frunciendo el ceño—. ¡¿Cómo qué trampa?!

—Dios de la música —dije encogiéndome de hombros—, eso es una enorme trampa en cualquier duelo músical. Nunca será justo.

Apolo se cruzó de brazos, sus labios se curvaron en una sonrisa desafiante mientras me devolvía la mirada con arrogancia. El brillo en sus ojos me hizo estremecer.

Se acercó a pasos tranquilos, tragué saliva cuando se detuvo a un palmo de distancia, apoyando las manos en el sillón a cada lado mío, e inclinándose sobre mí. Me hice hacia atrás, tratando de sostenerle la mirada aunque por dentro estaba que me moría de nervios.

—Eres una mala perdedora —murmuró.

Se me escapó un jadeo, lo aparté bruscamente de un empujón y me puse de pie. 

—¡Mirá quién habla! —Él se carcajeó en mi cara, y le di un golpe en el brazo—. ¡Eres tú el que no tolera perder un desafío, le pusiste orejas de burro a Midas por elegir a Pan antes que a tí!

—Oh por favor, no fue para tanto —respondió él con una sonrisa ladina—, Midas tenía mal gusto y el estilo de Pan era rústico al lado del mío.

Me crucé de brazos, enarcando una ceja. 

—He aquí el ego más grande del mundo. —Puse los ojos en blanco, pasando por su lado y volviéndome a sentar.

—Solo soy el mejor —dijo encogiéndose de hombros.

—Ajá, el mejor tramposo. Este duelo estaba vendido desde que dijiste que lo hiciéramos en competencia. 

Apolo se apoyó casualmente en una mesa a un lado del sillón, y sonrió con picardía.

—Solo dices eso porque sabes que tengo razón, no es mi culpa haber nacido con una voz celestial.

Le saqué la lengua, y él se rió. Se apresuró a sentarse a mi lado y tomó un mechón de mi cabello, colocándolo detrás de mi oreja y mirándome directo a los ojos.

—Mi mayor victoria es saber que te he dejado sin palabras —masculló en voz baja.

Bufé, tratando de no hacer evidente la sonrisa que se me estaba por escapar. 

—Ridículo.

Él se inclinó más cerca, su aliento me rozó la mejilla.

—Siempre puedo hallar otras formas de sorprenderte. 

Lo miré con la boca abierta. Dejó escapar una risa baja, deslizó el dedo índice por la línea de mi mandíbula que me dejó temblando y sentí que cualquier defensa que hubiera pensando se desvanecía de mi mente.

Me sostuvo la mirada, claramente divertido por mi reacción. Y contrario a lo esperado, me enojé.

—¿No querías un juego limpio? Esto no es jugar limpio —repliqué frustrada. ¿De qué servía que dijera que no quería besarme ni que ocurriera nada entre nosotros si luego actuaba así?

Su sonrisa se congeló, al principio como en shock y luego en resignación. 

—Tienes razón —Se apartó, pasándose la mano por el cabello—. No estoy acostumbrado a mantenerme lejos de alguien que quiero. Procuraré no volver a hacerlo.

Una parte de mí quería darme una patada.

«Ojalá hubieras cerrado la boca, estúpida».

Es la primera vez que estoy de acuerdo con la conciencia.

Apolo volvió a centrar su atención, inclinándose hacía mí, pero no como antes, sino más en un gesto de disculpa y comprensión. Tomó mi mano entre las suyas, acariciando el dorso con tanta ternura.

—Me cuesta tanto no ser egoísta, pero quiero intentarlo. Tú lo mereces.

Hice un puchero, y él me acarició la mejilla.

—No quiero eso, quiero…

—Ya lo sé —Me miró con tristeza, aún así se forzó a sonreír—, pero valdrá la pena. 

—¿Y si me muero en cualquier momento? 

—Darlene...

—¡No! Ponte en contexto, estamos en medio de una guerra, Cronos no dudará en matar a cualquiera de los míos, yo puedo ser una y…

Apolo me sujetó por los hombros, mirándome con el ceño fruncido y los ojos encendidos en fuego.

—Para. —Su voz sonó dura—. Ya te dije que no, no voy a besarte ni nada por el estilo hasta que al menos cumplas diecisiete años. 

Lo miré con la misma emoción burbujeando en mi pecho, y lo aparté, dándole la espalda. 

Diecisiete.

Probablemente iba a morir antes de eso, la guerra sería mucho antes de que pudiera cumplir los diecisiete y él quería esperar. 

«Maldito sentido moralista que le agarró de golpe».

—Darlene.

—Bien, como quieras.

Me aguanté de decir algo que sabía que de verdad iba a lastimarlo. No iba a sacar la carta de “ya me morí una vez”. No sería justo, no cuando sabía lo que había hecho con tal de no dejarme ir. 

Sentía la mirada de Apolo en mi espalda, él tampoco dijo nada, solo se levantó y se alejó.

«¿Y quién es la caprichosa ahora?». Fruncí los labios, estaba harta de esa maldita conciencia. «Ha tenido infinidad de amantes y puede tener a quién quiera, sigue molestándolo y no dudará en marcharse a la primera oportunidad».

Tomé uno de los muchos cuadernos que Apolo tenía en ese lugar, y me puse a dibujar gatitos, para tratar de ignorarla. 

Tal vez sí estaba siendo inmadura.

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Ante las discusiones, hay muchas reacciones. Algunos eligen la comunicación abierta, otros la agresión emocional, la negación al problema y volvemos a fingir que nada malo pasó o le quitan la importancia; y otros, la evitación hasta que se te pase el enojo.

Al parecer, Apolo y yo estamos buscando ser de estos últimos porque no nos hemos hablado en una hora.

Y contrario a lo que creen, no, no estoy enojada. Más bien, triste. Porque mi bendita conciencia no se ha callado en todo el rato sobre cómo soy tan cansadora que le parece extraño que Apolo me tenga tanta paciencia.

Solté un suspiro y me puse de pie para buscarlo. 

Lo encontré en la sala del taller, sentado en su mesa de trabajo con la cabeza gacha mientras estaba concentrado en alguna nueva obra. Me acerqué lentamente, sintiendo un nudo en el estómago y me paré a unos pasos suyos. No me miró, ni mostró algún signo de que me hubiera escuchado.

Estaba de espaldas a mí, y me permití observarlo un poquito. Su espalda delineada por la camisa blanca que llevaba puesta. Los músculos de sus hombros que se tensaban ligeramente con cada movimiento, y los mechones dorados que caían desordenados sobre su nuca.

Me sentía una estúpida por haber discutido por una tontería que no tenía mucho sentido.

—Lo siento —murmuré, apenas más que un susurro en el aire, pero él lo escuchó.

—Yo también —respondió en voz baja. 

Dejó lo que sea que estaba haciendo y se giró hacia mí, sus ojos eran tan cálidos cuando me extendió la mano. Dándole una sonrisa pequeña, la acepté, entrelazando sus dedos con los míos. Tiró levemente de mi mano y me acercó a él.

—No tienes que disculparte, estoy siendo una mocosa caprichosa y ridícula —dije avergonzada. Uno porque de verdad estaba siendo inmadura y dándole razones para que me vea como una niña, y dos porque al final yo había empezado la discusión, presionándolo a hacer algo que no quiere todavía.

—Tienes razones para comportarte como una mocosa, después de todo, lo eres —murmuró con un toque de diversión—, y sin embargo, yo no tengo muchas excusas cuando actúo así, tengo milenios y sigo siendo un caprichoso inmaduro.

—Bueno, es claro que somos un desastre juntos.

Él se rió, atrayéndome más cerca hasta que estuve parada entre sus piernas. 

—Eso quizá lo haga más interesante. —Alzó su mano libre y trazó con sus dedos una línea suave desde la sien hasta mi barbilla.

Carraspeé un poco, tratando de centrarme. Miré por encima de su hombro hacia la mesa.

—¿En qué trabajabas?

Imitó mi acción y luego me sonrió. Se giró lo suficiente para tomar algo y me lo enseñó. Era una flor de papel, un tulipán de color naranja, tan bien hecha que parecía real.

—Tienes una ligera obsesión con regalarme flores —comenté divertida.

—¿Y quién te ha dicho que es para tí? —Enarcó una ceja. 

Le devolví el gesto, cruzándome de brazos.

—¿Regalas muchas flores a todas tus conquistas? —pregunté ladeando la cabeza, fingiendo un tono decepcionado—. Que pena, eso hace que las que me has dado a mí ya no tengan ningún valor.

—No tienes que preocuparte —respondió con burla—, me he asegurado de darte solo las más bellas a tí. Una completa excepción a lo que normalmente suelo hacer sin duda.

—Wow, supongo que es un alivio. —Rodé los ojos, sintiendo como mis labios luchaban por contener una sonrisa—. No sé cómo habría podido sobrevivir si no hicieras tal excepción.

—Aunque he de decir que no he encontrado aún la flor que le haga justicia a tu belleza. —Sentí las mejillas ardiendo. Me extendió de nuevo el tulipán y lo tomé, admirando cada detalle.

—Es hermoso.

—Como todo lo que hago con mis manos.

—No arruines el momento —dije rodando los ojos.

Se apoyó contra la mesa, cruzándose de brazos.

—Sé que piensas que es una tontería que espere a que cumplas diecisiete, y la verdad, hasta yo a veces me lo digo a mí mismo.

—¿Entonces por qué?

Tomó una de mis manos y jugó con mis dedos, parecía un poco pensativo, como si estuviera considerando cómo responderme.

—Porque eres lo mejor que me ha pasado en toda mi existencia, y mereces solo lo mejor de mí, así que aún cuando lo único que quiero es tenerte en mis brazos y… —Se detuvo de repente como si hubiera estado a punto de decir algo que no debía y carraspeó antes de continuar—. Bueno, contigo estoy aprendiendo que puede que no sea tan perfecto como pensaba.

—¿El dios con más ego de todos acaba de decir que no es tan perfecto? 

—No arruines el momento.

—Perdón —Se me escapó una risita y él me miró mal—. Continúa, por favor.

Puso los ojos en blanco y respiró profundo.

—Decía, que…puede que no lo sea, y es por tí. Por cierto, gracias por arruinar mi autoestima —agregó frunciendo el ceño, y me encogí de hombros con inocencia.

—¿Lo siento?

—No lo sientes —dijo dándome un golpecito en la frente—. Lo que quiero decir es que si pienso que eres lo mejor de mi vida, entonces mereces solo lo mejor, y eso incluye la mejor versión de mí mismo, al menos todo lo que puedo intentar siendo un ser que no está acostumbrado a cambiar.

—Los dioses rara vez cambian —murmuré comprendiendo.

—Sí, pero cuando lo hacen, es para siempre —respondió en igual tono, mirándome con devoción.

¿Alguien sabe dónde se puede comprar un Apolo? Me urge uno para ayer, que sino me muero de falta de amor.

Yo escribiendo a semejante papucho

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