001.ᴄʟᴀᴠᴇʟ ʀᴏꜱᴀᴅᴏ
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ᴄʟᴀᴠᴇʟ ʀᴏꜱᴀᴅᴏ
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━━━20 de Agosto
NUNCA ME HABÍA QUEDADO EN EL CAMPAMENTO DURANTE EL AÑO SÁBATICO, así que no sabía qué esperar de lo que pasaba cuando todos se iban.
No muchos se quedaron, la mayoría querían poder pasar un tiempo con sus familias antes de que todo comenzara. Lo triste es cuando tu familia está en el campamento y debes hacer elecciones.
—¿Estás seguro? —pregunté mirando mis pies. No soportaba la idea de hacerlo, pero lo entendía y él tenía la última palabra.
El sol se filtraba a través de las cortinas de la cabaña, iluminando las cajas que atiborraban el suelo. Había un ligero aroma a castañas y colonia, un aroma a tristeza y melancolía, quizá la manera en la que ahora siempre recordaría a Lee cuando pensara en él.
—Sí —dijo Michael guardando la ropa en una caja—. En cualquier momento puede llegar un nuevo campista, necesitamos la cama.
La cabaña de Apolo había tardado casi todo el resto del verano en decidir qué hacer con las cosas de Lee. Nadie quería tener que sacarlas, pero era necesario.
—No necesitas ser tan frío —repliqué con sequedad.
Estaba sentada en su litera, viéndolo guardar todas las cosas de Lee en cajas. No me había mirado en todo el rato que llevaba aquí, solo siguió trabajando como si nada.
Will me había dicho lo que estaba haciendo, solo se despertó y comenzó a guardar. Ninguno de sus hermanos se atrevió a decir algo.
Michael soltó un suspiro cansado.
—Ya no puedo... —dijo como si estuviera conteniendo el aliento con dolor—. No puedo más, Dari. No puedo seguir despertando cada mañana y viendo sus cosas aquí...yo...
Me puse de pie, acercándome a él con pesar. Tomando su mano entre la mía,, deteniéndolo cuando estaba por guardar una camiseta.
—No te estoy juzgando —dije con suavidad, entrelacé mis dedos con los suyos.
Sus ojos oscuros se encontraron con los míos, y pude ver el tormento que cargaba. Lentamente, dejó la camiseta que tenía en la mano y me atrajo hacia él, abrazándome con fuerza. Sus brazos se aferraron a mi cuerpo, buscando consuelo en mis brazos.
Un sollozo se le escapó, había estado aguantando desde la noche del funeral, guardando su dolor para poder contener a sus hermanos, pero él no había llorado más desde ese día.
Nos sentamos en la cama, y Michael apoyó la cabeza en mis piernas.
—Will está enojado conmigo —murmuró.
—No quiere desprenderse de su hermano, es todo —respondí.
—Yo tampoco, pero ya no soporto ver sus cosas como si todavía pudiera volver.
—Y eso está bien, tú eres el que tiene que despertar cada mañana con la cama de Lee vacía a tu lado —Mis manos acariciaron su cabello, y lo sentí tensarse unos segundos antes de relajarse—. ¿Pero realmente quieres que alguien más la ocupe?
Michael respiró profundamente.
—No...no me puedo imaginar a nadie más durmiendo ahí —admitió—, pero es probable que lleguen más campistas, alguien tendrá que ocuparla tarde o temprano.
Medité sus palabras, mordisqueando mi labio inferior. Se había decidido que se enviarían más sátiros a buscar semidioses, porque cada vez más semidioses desertaban, así que necesitábamos nuevos campistas en caso de que la guerra estallara.
Resultaba horrible pensar que poco a poco el campamento de verano que todos amábamos se iría convirtiendo en un campamento militar. Me estrujaba el corazón imaginar a todos como soldados que probablemente morirían cuando la realidad era que no éramos más que unos niños.
El peso de la responsabilidad y la tristeza me oprimía el pecho. Sabía que la situación era complicada y que debíamos prepararnos para lo que pudiera venir, pero también entendía la profunda conexión que Michael tenía con la cama de Lee. Era un lugar lleno de recuerdos, de risas y sueños compartidos que ya no podrían cumplirse.
—No será real hasta que todo se haya ido —murmuré comprendiendo todo.
Michael se apartó lentamente, mirándome con los ojos brillosos.
—Ojalá pudiéramos detener el tiempo ¿no? Fingir que nada malo pasa, que solo es otro año más y que todo estará bien; que él se marchó para su prueba para calificar al equipo regional de arquería y que volverá en unos meses diciéndonos que irá a las nacionales y en unos años a los Juegos Olímpicos.
—Me hubiera gustado verlo ganar una medalla de oro —murmuré sonriendo con tristeza. Michael asintió de acuerdo.
—Pero no es así, él está muerto y no podemos darnos el lujo de seguir fingiendo que no pasó. Debemos seguir porque es la única forma de que todos sobrevivamos.
Asentí.
—¿Y qué harás con sus cosas?
—No lo sé, nunca habíamos tenido que...
Las palabras quedaron suspendidas en el aire. La cabaña siete siempre había sido una de las mejores protegidas, Apolo siempre se había encargado de que sus hijos estuvieran a salvo así que nunca habían tenido un funeral, al menos no que ellos supieran.
Esta era la primera vez que tenían que enfrentarse a la pérdida de forma tan directa, y todavía estaban aprendiendo a lidiar con ello.
—¿Qué hay de su madre? —pregunté en su lugar.
No sabía mucho de la mamá de Lee. Él eligió quedarse como permanente desde que había llegado al campamento a los once años y casi no hablaba de ella.
Michael se encogió de hombros.
—Él cuidaba de todos, pero rara vez dejaba que lo cuidaran —respondió—. No tengo ni idea de cómo contactarla o siquiera si sabe lo que pasó o si está interesada en recuperar las cosas de su hijo.
—¿Lo hablaste con Quirón?
—Dijo que intentó hablar con ella, pero en cuanto mencionó el nombre de Lee...bueno, no sirvió de mucho.
Mis pensamientos daban vueltas en mi mente, tratando de encontrar una solución para el dilema de las pertenencias de Lee y su madre.
Observé a Michael mientras se perdía en sus propios pensamientos, su expresión reflejando el peso de la responsabilidad que había caído sobre sus hombros. Sabía que él se preocupaba profundamente por el bienestar de los demás, y verlo tan abrumado me afectaba también a mí.
Tomé una decisión y me puse de pie, caminando hacia la caja donde Michael había estado guardando la ropa de Lee. Sin decir una palabra, comencé a sacar una camiseta y la sostuve entre mis manos.
—Quizá podríamos repartir algunas cosas. Seguro que a todos les gustaría tener algo de Lee que recordar.
Los ojos de Michael me miraron con una chispa de esperanza mientras contemplaba la camiseta en mis manos. Se acercó a mí y tomó la prenda con suavidad, como si fuera un tesoro frágil.
—Probablemente sí —dijo—. Sé que a Kayla le encantaba el arco.
—Y a Will le gustaba mucho su bata —agregué riendo al recordar a Will en su primer verano cuando tenía nueve años y se había robado la bata de Lee.
»Entonces hagamos eso. Guardemos las cosas que quizá alguno de los chicos puedan querer, que elijan y lo demás podemos ponerlo de momento en la oficina de la enfermería. Ya iremos viendo qué hacer más adelante, no tiene porque ser todo tan deprisa.
Él asintió.
—Me parece bien.
Poco a poco, comenzamos a clasificar los objetos de Lee, compartiendo anécdotas y risas agridulces. Cada objeto tenía una historia, un fragmento de la vida que vivió, y nos esforzamos por mantener vivos esos recuerdos.
Cuando acabamos, el campamento ya estaba algo más tranquilo considerando que las actividades típicas ya no tenían tantos presentes, pero aún así la mayoría ya estaba libre.
Pronto sus hermanos vendrían para prepararse para la cena.
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Will no se había presentado a la cena, y me ofrecí a ir a buscarlo.
Me imaginé que debía estar en la enfermería, después de todo, era donde estaba siempre últimamente. Había hecho un gran trabajo haciéndose cargo.
—Sería mejor si tuviéramos dos personas a cargo —dijo Melanie—. Un consejero jefe y un... médico jefe.
—¿Y quieren que yo sea el médico jefe? —cuestionó Will con incredulidad—. ¿Qué hay de Meredith? —Señaló a la chica de trece años al otro lado de la sala, ella era dos años mayor que Will.
—Mer es muy buena, y preferiría que fuera alguien más grande —dijo Michael mirando de reojo a Urian, pero este había elegido fingir que no escuchaba la conversación—. Pero es campista de verano, y ya dejamos establecido mejor uno anual, ¿verdad Urian? —cuestionó con dureza.
—Sí —murmuró él sin ganas.
—Además, ninguno de nosotros tiene tu nivel de talento para la sanación —agregó Melanie—. El mejor de nosotros debería estar a cargo.
—Mira, si no quieres hacerlo, estás en tu derecho —dijo Michael—. Nadie va a obligarte a hacer algo con lo que no te sientas cómodo.
Mientras observaba a Will, traté de leer sus emociones. Suspiró profundamente, y pude sentir su nerviosismo e incomodidad inundando su ser. Podía ver cómo se debatía internamente, luchando contra sus propias dudas y miedos.
Sus ojos evitaban encontrarse con los de cualquiera presente, y su voz temblorosa reflejaba su incertidumbre. Aunque trataba de ocultarlo, estaba claro que no se sentía preparado para asumir el papel de médico jefe en la enfermería del campamento. Era un honor y una responsabilidad que lo abrumaba.
Sin embargo, había algo más en su mirada, una chispa de determinación mezclada con la preocupación por decepcionar a sus hermanos mayores. Will siempre había sido leal y solidario, dispuesto a ayudar a los demás en cualquier situación. No quería defraudar a Michael, a Melanie ni a ningún otro campista que necesitara su apoyo.
—Will —dije tomando su mano y tratando de transmitirle paz—, como dice Michael no es tu obligación hacerlo si no quieres, pero si deseas intentarlo, tampoco tiene que ser tan inmediato, puedes ir familiarizándote con el puesto de poco. De todas maneras, no vamos a ir a la batalla de inmediato. —Sentí la mirada de todos sobre mí, como si estuvieran esperando que lo asegurara como un hecho fijo—. Espero —agregué.
Él desvió la mirada hacia mí, y pude ver cómo sus ojos brillaban con una mezcla de gratitud y preocupación. Quería aceptar, pero aún luchaba con sus propias inseguridades.
—No quiero decepcionar a nadie —murmuró, su voz apenas un susurro.
Le sonreí con ternura, apretando suavemente su hombro.
—No lo harás. Tus hermanos te conocen mejor que nadie. Ellos te han propuesto este rol porque confían en ti y en tus habilidades. Demostraste un gran temple bajo presión durante la batalla. Pero no tienes que hacerlo solo, estaremos aquí para apoyarte en cada paso del camino.
Él desvió la mirada hacia mí, y pude ver cómo sus ojos brillaban con una mezcla de gratitud y preocupación. Quería aceptar el desafío, pero aún luchaba con sus propias inseguridades. Me miró fijamente a los ojos, buscando alguna señal de certeza. Sabía que tomar esta responsabilidad lo asustaba, pero también sabía que no quería decepcionar a nadie.
Luego miró a cada uno de sus hermanos, al final, suspiró profundamente y luego asintió lentamente.
—Está bien —dijo con determinación—. Voy a intentarlo.
—¿Por qué siempre la escuchan solo a ella? —alcancé a escuchar murmurar a Melanie. La miré por el rabillo del ojo, estaba inclinada hacia Urian y Keelian y fruncía el ceño. De la chica brotaba una gran cantidad de celos y molestia.
—Quizá porque ella nos conoce más y nos cuida todo el tiempo —espetó Kayla puliendo su arco.
Melanie se sonrojó al darse cuenta que todos la habían escuchado y salió de la cabaña dando un portazo. Sus dos hermanos la siguieron tratando de calmarla.
—Ahí va la hermana mayor —dijo Michael rodando los ojos y señalando la puerta—. La más madura de la cabaña.
—Déjala, son solo celos, no importa —mascullé. Me giré hacia Will y sonreí—. Serás un médico maravilloso
Michael me sonrió con tristeza, ambos recordamos que antes de la batalla, esas habían sido las últimas palabras de Lee. Nadie creía más en las habilidades de Will que él y había estado tan orgulloso de su hermano.
—Siempre quise ayudar a los demás —murmuró Will, casi para sí mismo—. Y si esto es lo que puedo hacer para marcar la diferencia, entonces lo haré. No quiero que nadie más sufra si puedo evitarlo.
Sabía que Will era perfecto para el puesto, tenía un alma tan luminosa, tan especial que incluso con solo una sonrisa suya ya te sentías mejor.
Quizá subestimé demasiado la capacidad de Will de siempre permanecer con una sonrisa.
Tan pronto como entré en la enfermería y escuché los sollozos supe que me había equivocado.
Corrí hacia el origen del sonido, agachándome bajo el escritorio, la vista hizo que mi respiración se atorara en mi garganta. Mi mente se quedó en blanco por un momento, incapaz de asimilar lo que veían mis ojos.
Will estaba escondido bajo el mueble, con su cuerpo temblando incontrolablemente y las lágrimas deslizándose en sus mejillas.
Sus manos se aferraban a sus costados, como si estuviera buscando abrazarse a sí mismo. Sus hombros se agitaban violentamente mientras su cuerpo tiembla incontrolablemente, revelando el nivel de ansiedad y miedo que estaba sintiendo.
El rostro de Will estaba desfigurado por el terror. Sus ojos, llenos de pánico, estaban abiertos de par en par, cada músculo de su rostro parecía tenso y contraído. Se veía tan pequeño, vulnerable, impotente.
Me arrodillé a su lado, sintiendo el peso del dolor, el miedo y la confusión que brotaban de él.
—Will, estoy aquí —susurré con voz temblorosa, extendiendo una mano hacia él, sus ojos llenos de miedo se encontraron con los míos—. Todo estará bien, cariño.
Con cuidado, me arrastré debajo del escritorio, acercándome a él hasta que nuestras manos se encontraron. Sentí su agarre apretarse alrededor de la mía, buscando un ancla en medio de la tormenta que lo envolvía.
Se aferró a mí, abrazándome fuertemente y apoyando la cabeza en mi estomago.
Dejé que mis poderes se deslizaran lentamente hacia el. Cerré los ojos y me sumergí en su energía, permitiendo que una cálida corriente de calma y serenidad comenzó a fluir a través de mí, y lo transmití a Will a través de nuestras manos entrelazadas. Visualicé una suave manta cálida envolviendo su cuerpo tembloroso y disipando el miedo y la ansiedad que lo consumían.
Poco a poco, sentí cómo su tensión se relajaba y sus temblores se reducían. La violencia de sus sollozos se desvaneció, reemplazada por un ritmo más suave y rítmico de su respiración. Sus hombros dejaron de sacudirse violentamente, y su rostro comenzó a relajarse, liberándose de las líneas tensas de angustia.
Sentí su respiración más tenue, más en sincronía con la mía mientras su aquélla de pánico iba bajando. A medida que el tiempo pasaba, las sacudidas de su cuerpo disminuyeron gradualmente, y sus lágrimas se desvanecieron en susurros silenciosos.
—No estás solo —murmuré acariciando su cabello—. Estamos juntos en esto.
El tiempo pareció detenerse mientras nos abrazábamos en medio del silencio.
Poco a poco, sentí que el agarre de Will se aflojaba. Levanté suavemente su rostro, encontrando sus ojos enrojecidos pero llenos de gratitud y determinación.
—Gracias —susurró, su voz débil pero llena de fuerza—. Lamento haber...
Negué con la cabeza, deteniéndolo.
—No, Will. No pidas disculpas, no es tu culpa.
Sentí las lágrimas manchando mi camiseta, otra vez lloraba, pero al menos ya no estaba sufriendo un ataque de pánico.
—Los niños de Apolo sobreviven, esa era la regla —sollozó entre hipidos contra la tela naranja.
Cerré los ojos, compartiendo el dolor de Will. Sabía a qué se refería.
Los hijos de Apolo eran buenos para sobrevivir, para tener una vida más allá de los límites del campamento, era demasiado raro que uno de ellos muriera. Ellos vivían para ser atletas olímpicos, músicos, médicos, artistas. Eran los que más posibilidades tenian de llegar a la adultez.
Y ahora Lee había muerto antes de llegar a los dieciocho. Antes de convertirse en un campeón olímpico de tiro con arco. Había muerto dentro de los límites del campamento que se suponía, lo mantenía a salvo.
«Somos semidioses, recuerdalo Darlene, nunca lo olvides. Ninguno de nosotros está exento» pensé amargamente.
—¿Por qué él? —murmuró contra su hombro—. ¿Por qué tenía que ser él? ¿Por qué no otro? ¿Por qué no uno de ellos? —cuestionó casi con ira.
Yo tenía las mismas dudas en el funeral. ¿Por qué habíamos ganado, cuando nosotros habíamos perdido a diez campistas? ¿Por qué ellos solo habían perdido tres?
Me mordí el labio para tratar de calmar el enojo. Era peligroso pensar así, no debíamos volvernos igual que ellos, donde la venganza era la única solución.
Las cosas suceden como se supone que deben.
La vida era una cadena de eventos que, por dolorosos que sea, nunca se detienen. Algunas cosas se pueden cambiar, otras están escritas en piedra.
Me dolía tanto pensar que la muerte de Lee había sido pactada por las Moiras como una sentencia definitiva a cumplirse en esa batalla. Pero era la realidad.
Para nosotros, simples mortales, no tenía sentido. Era cruel e injusto.
—No lo sé —respondí—. Ojalá hubiera podido hacer más.
Me preguntaba si alguna vez dejaría de llorar, si dejaría de doler.
Si alguna vez podría volver a pensar en Lee únicamente por los recuerdos felices que compartimos juntos, y no por la imagen de él: pálida, sin vida, cubierta por la mortaja dorada antes de que su cuerpo fuera incinerado en el funeral.
Cuando me fui con Apolo por mi cumpleaños había sido tan fácil fingir que nada de esto había pasado. Había olvidado todo dolor por un par de días, pero volver aquí era darse duro contra la realidad otra vez.
Aquí no podía fingir nada, aquí la batalla había ocurrido y Thanatos se había llevado a mi mejor amigo.
—¿Crees que irá a los Eliseos? —Will me miró con una pizca de esperanza.
—Claro que sí —respondí con firmeza—. Fue valiente, un buen hermano e hijo. Murió en la batalla protegiendo al campamento, y con ello, a los mismos dioses. Es un héroe.
Will dejó escapar un suspiro tembloroso y se apartó levemente, sentándose frente a mí. Sus ojos estaban rojos de tanto llorar.
—Un año antes de venir al campamento, mi abuelo murió. Tuvo un funeral común, en un cementerio normal —masculló con la voz rota. Lo dejé hablar, escuchando con paciencia para que expresara qué era lo que tanto le molestaba—. Pero ahora, con Lee...me duele no poder tener un lugar al que poder ir a visitarlo, sentir que no se ha ido del todo, no sé, poder llevarle flores y hablar con él. No tenemos un lugar dónde recordarlo.
Comprendí su pesar. Las costumbres griegas de incinerar los cuerpos eran diferentes a las que los mortales normalmente tenían. Las nuestras nos dejaban sin nada, y a veces, ni siquiera teníamos la certeza de que nuestros seres queridos habían logrado alcanzar los Eliseos.
Una vez muertos, ellos estaban solos y nosotros no podíamos hacer nada.
Pero quizá podíamos cambiarlo un poco.
Sonriendo, tomé su rostro. Él me miró confundido.
—Creo que podemos arreglarlo.
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━━━21 de Agosto
La mañana siguiente amaneció con un sol radiante, y por alguna razón, supe que Apolo estaba de acuerdo con mi idea.
Le expliqué a Michael la conversación que había tenido con Will y mi idea.
—Creo que es una idea maravillosa —dijo sonriendo agradecido.
Tomamos una tablilla de granito de la fragua, le grabamos una lira y el nombre de Lee. Conseguimos una estatua pequeña de Apolo como arquero, unas velas y algunas flores de la Maldición de Delos, la planta representativa de su padre.
Instalamos todo detrás de la cabaña y mientras él fue a reunir a todos sus hermanos, yo fui a buscar a Katie Gardner, la capitana de Demeter.
—¿Una flor para recordar a alguien que murió? —repitió cuando le dije más o menos lo que quería.
—Ajá.
Ella guardó silencio unos momentos, imagino que pensando en qué responderme.
—Bueno...supongo que podría ser claveles rosa —respondió.
Los claveles rosa serían perfectos para honrar la memoria de Lee, ya que simbolizaban el amor eterno y el respeto hacia los difuntos.
Juntas nos dirigimos hacia el lugar donde Michael había reunido a sus hermanos.
Al acercarnos a la cabaña de siete, pude ver a ocho de los quince hijos de Apolo, cinco de ellos eran anuales así que el resto ya se había ido a sus hogares por el resto del año.
Y luego estaban los tres mayores que se irían en septiembre cuando las clases universitarias y sus proyectos personales comenzaran. Estaban algo apartados del resto, pero igual miraban todo con curiosidad.
Katie y yo nos acercamos, y los semidioses nos saludaron sin comprender nada. Michael les explicó brevemente la idea, los ojos de todos brillaron de lágrimas contenidas y miraron el pequeño altar con respeto.
Incluso los tres mayores me sonrieron con tristeza y agradecimiento.
—Gracias —murmuró Will tomando mi mano.
—De nada —respondí en el mismo tono, entregándole las flores y explicando su significado.
Katie y yo decidimos dejarlos solos, necesitaban esto como familia.
Y por un momento, todas las peleas entre ellos se detuvieron. Fue lindo ver la imagen de los ocho sentados frente al altar intentando compartir anécdotas de Lee que les sacaron una sonrisa nuevamente.
«Gracias, ángel».
Sonreí, mirando al sol del mediodía que hacía que la cabaña siete brillara con una intensidad cegadora.
«De nada, Sunshine».
Más tarde me enteré que las cabañas de Hefesto, Atenea, Hermes y Ares habían hecho sus propios altares para los hermanos que ellos también habían perdido en la batalla.
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