001.ʙᴇᴛᴏɴɪᴄᴀ
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ʙᴇᴛᴏɴɪᴄᴀ
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━━━23 de Diciembre
AL VOLVER A CASA todo pareció asentarse con mayor fuerza.
Era un cambio de vida de 180° pasar de ser una semidiosa griega hija del dios del amor a solo ser una adolescente normal de catorce años que vive con su madre soltera y su abuelo.
Mamá me hizo un gran escándalo cuando me vio. No pude mentirle, no cuando me miró con los ojos llenos de lágrimas y la voz cortada pidiéndome que fuera honesta por más horrible que hubiera sido todo.
Mi abuelo esta vez no me defendió. Al contrario, también recibí un regaño de su parte. No podían comprender que hubiera sido capaz de sostener el cielo, no con su mentalidad mortal al menos.
Ellos sabían que mi mundo era aterrador, salvaje y peligroso, pero no podían comprender lo que la Niebla hacía que para ellos fueran meras historias fantasiosas. Sabían que era real, pero aún así lo sentían como algo difícil de creer.
Pero luego de que me regañaron, me enviaron a la ducha y mamá me preparó una gran cena y trató de curar mis heridas.
Cuando acabamos me despedí de ambos y me fui a descansar..
Aunque me llevé tremenda sorpresa.
—Hola.
—¡¿Qué carajos haces en mi habitación?! —siseé molesta mientras cerraba la puerta. Lo último que necesitaba era que mi madre lo encontrara aquí—. ¿Y quién te dijo que podías acostarte en mi cama? ¡Quítate!
Apolo soltó un suspiro como si le agotara tratar conmigo.
—Mira —dijo poniéndose de pie—, a mí tampoco me hace gracia tener que estar viniendo a tu... —Se detuvo para dar una mirada a mi habitación mientras fruncía el ceño—. ¿Llamas a esto casa? Me sorprende que vivas de forma tan indigna.
—Si viniste solo a seguir insultándome, pues ahí tienes la salida —dije señalando hacia la ventana que daba a las escaleras de incendio.
—Sabes que puedo aparecer y desaparecer aquí mismo donde estoy parado, ¿verdad? —preguntó enarcando una ceja.
—Entonces adelante, desaparece porque no me apetece verte.
—¿Qué parte de "no he venido por gusto" no se entendió? —cuestionó. Le hice un gesto para que entonces hablara—. Cómo decía, a mí tampoco me hace gracia tener que estar viniendo a tu...vivienda, pero la cuestión es que me pediste un don muy poderoso.
»No he tenido una vidente en siglos y tal vez no te has dado cuenta —agregó con tono obvio—, pero mi Oráculo es una momia.
—Sí, ¿qué le pasó? ¿No se supone que debe ser una doncella joven y vibrante que permanecería casta y fiel a tí hasta su muerte para luego ser reemplazada por otra nueva?
Él asintió con pesar.
—Se supone.... Pero luego de que murió nunca más pude hacer que otra doncella tomara el espíritu del Oráculo. No sé qué ocurre, todas acaban volviéndose locas, pasadas unas dos o tres decidimos dejar de intentarlo, era muy peligroso.
Fruncí el ceño. Era realmente raro que nadie más pudiera tomar el espíritu del Oráculo.
—Ok, ¿y qué tengo que ver yo?
—¡Que no he tenido ninguna humana que canalice visiones del futuro en mucho tiempo! —exclamó—. Las últimas videntes que tuve fueron en la Antigua Grecia, y ya te dije que también es un don raro entre mis propios hijos, y ellos tienen prohibido revelar cualquier cosa que vean, si lo hacen es mi obligación castigarlos.
Lo miré sintiendome algo nerviosa.
—¿Es otra amenaza por si abro la boca?
—No —dijo negando con la cabeza—. Solo quiero que entiendas por qué no puedes contarle a nadie, es un poder muy peligroso —explicó firme—, que quieras cambiar las cosas no significa que debas ir por ahí gritando a los cuatro vientos lo que veas para cambiarlo.
»A los dioses no les gusta que los humanos conozcan su futuro, así que no puedes decirle a nadie, tienes que encontrar la manera de cambiarlo por tí misma; y de hacerlo, no podrás cambiar aquellas cosas que están destinadas a pasar, no importa lo que cambies.
—Ok...¿y por qué eso no me lo dijiste cuando estaba en tu templo? —cuestioné frunciendo el ceño—. Nos habría ahorrado a los dos tu visita ahora.
—Porque no quise sobrecargarte de información viendo que habías quedado bastante lela —sentenció. Apolo ladeó la cabeza, observándome atentamente—. No descansaste como te dije.
—Pasaron cosas...
—No me importa lo que haya pasado, te dije que debías descansar por una razón y no lo hiciste.
—Es que...
—No quiero escuchar excusas —sentenció molesto—. Si vas a ser una vidente vas a tener que aprender a cuidar de tí misma, las visiones van a atormentarte sin que sepas cuándo aparecerán. Te tomarán por sorpresa y te dejarán en un estado débil.
»Deberás aprender a controlarlas, a entenderlas, y eso tomará mucho tiempo. Si no te cuidas solo te estarás haciendo daño.
—Está bien, tienes razón —reconocí sin mucho ánimo. Empezaba a entender que este tipo odia que le den la contra en cada cosa que dice.
—Mmm...que extraño se siente —comentó.
—¿Qué cosa?
—Que me des la razón en algo sin sarcasmos o mentiras.
Rodé los ojos.
—Apolo, si ya terminaste, lárgate de mi casa.
Él se encogió de hombros—. Sí, ya terminé. Pero que sepas que estaré vigilándote, no quiero tener que perder a otra vidente ahora que por fin tengo a alguien que canalice las visiones solo porque eres una imprudente.
Antes de que pudiera responderle, salió de mi habitación derecho hacia la sala.
—¡¿A dónde crees que vas!? —cuestioné siguiéndolo. Si mi mamá lo veía...
Pero no había nadie en el pasillo.
Había desaparecido.
—Dari —dijo mamá viéndome desde la sala—. ¿Con quién hablas?
—Nadie —respondí—. Ya me voy a dormir.
—Está bien...¡ah espera! —exclamó—. Casi lo olvido, hoy te llegó un regalo por correo.
—¿Por correo? —cuestioné yendo a la sala.
—Así es —dijo sonriendo de forma rara—. Está en la cocina.
Al entrar, me llevé la sorpresa de que sobre la encimera había un ramo de flores. Eran silvestres, de color purpura casi rosa y estaban envueltas en un papel metalizado de color rosa.
—¿Quién las envió? —pregunté viéndolas con incredulidad.
—No lo sé —respondió mamá apoyándose en mis hombros—. Venía con esto.
Me entregó una tarjeta blanca escrita a mano con una letra desprolija.
Me recuerdan a tí, una sorpresa que no esperaba.
No estaba firmada.
—Creo que tienes un admirador secreto, hija.
—¿Yo? ¿Un admirador secreto? —repetí sin creérmelo todavía.
Nunca nadie me había regalado flores con una intención romántica. La mayoría de las veces era yo ayudando a otros a escoger qué flores dar a sus amorcitos y luego quizá me daban alguna como agradecimiento, pero nunca elegidas para mí por gustarle a alguien.
Las flores siempre me habían parecido un regalo precioso. En Milán habíamos tenido un bonito jardín y el abuelo había empezado a hacer jardinería como método de relajación. Pasé horas con él ayudándolo a cultivarlas.
—Pues sea quién sea, sí que sabe hacer un buen regalo —comentó el abuelo mirándolas—. Son Bentónicas, originarias de los bosques y campiñas europeas, usadas para la cura de varias enfermedades y de hecho, las usaban mucho en los alrededores de las iglesias, monasterios y a veces, incluso de collares porque pensaban que los protegían de los malos espíritus.
—Son preciosas —agregué acariciando los pétalos.
—Deberías sacar algunas semillas, podríamos intentar ponerlas en una maceta y cultivarlas —dijo él—. Son muy útiles medicinalmente.
—Le escribiré una carta a los hijos de Deméter sobre cómo cuidarlas aquí —respondí tomándolas para llevarlas a mi habitación—. Voy a enseñarselas a Regina, espero que no se ponga celosa —agregué riendo.
No tenía ni idea de quién las había enviado, pero me había encantado la sorpresa.
¿Adivinaron qué es la betónica?
Apolo ya anda mostrando sus tendencias acosadoras no asesinas.
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