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24. » Día 96

𝟣𝟥 . 𝟣𝟤 . 𝟤𝟢𝟣𝟦

Despertó con el ruido de la puerta, con el rastro de aquellas pisadas que ya eran familiares para sus oídos. Sabía cuando estaba cerca, cuando estaba lejos y cuando merodeaba de lado a lado posiblemente ideando nuevas formas para seguir atormentando su, cada vez más, miserable existencia.

Podía sentirlo, percibirlo, aun cuando él no estaba, cuando la dejaba sola y encerrada, Brianna siempre se daba cuenta, como un sexto sentido que advertía que su mediocre paseo por el búnker había llegado a su fin, un aviso para volver a su habitación y fingir normalidad.

Pero aquella mañana un especial Brianna no estaba dispuesta a seguir con su papel de aparente tranquilidad. Cerró los ojos, controló la respiración y pretendió estar profundamente dormida. Notó la mirada del Soldado, su cercanía, su respiración acechándola y con ella, su aroma ya característico.

Esperó paciente, pensando que así él se iría, pidiendo internamente no tener que enfrentarse al Soldado en todo el día. Quería soledad, un refugio en el que esconderse y llorar tranquila.

Sus dedos rozaron su frente, apartando aquel mechón que siempre se empeñaba en cubrir parte de su rostro. Su tacto suave y apenas notorio puso el cuerpo de Brianna a vibrar, un cosquilleo intenso, pero cómodo.

El Soldado se fue, cerró la puerta, Brianna respiró y tomó aire antes de venirse abajo.

Solía contar los días, en ese tiempo en el que creyó posible escapar de su propio destino. Día tras día contaba, uno a uno iba tachándolos en el calendario. Contaba impaciente, con miedo e ilusión al mismo tiempo, esperando a que ese gran día llegase de una vez por todas.

Contó durante mucho tiempo. Siempre lo recordaría, el momento exacto en el que supo que aquel lugar que la vio crecer, su hogar, no era mas que un espejismo difuminando una realidad oscura y aterradora. Por aquel entonces, aún dudaba, aún se empeñaba en suprimir las ideas de su cabeza, en callar todas las señales de advertencia, y durante mucho tiempo Brianna vivió luchando consigo misma, con su instinto y sus ideales, pasando por debates internos que la llenaban de inseguridad, debates para los que una niña de dieciséis años no estaba preparada.

También recordaba las noches en vela, todas esas noches acompañadas de preocupación y tormento. Mañanas agotadoras, tardes pesadas y noches llenas de insomnio. Mes a mes viviendo en un desconcierto constante, donde un día tomaba la decisión de escapar y al siguiente se arrepentía sintiéndose una completa traidora.

En cuestión de tiempo Brianna se perdió a sí misma, atrás quedó esa muchacha ingenua e ilusionada, totalmente alejada de la verdad. Así que contaba, esperaba con ansias ese día especial mientras luchaba por resistirse a las migajas de cariño con las que su padre lograba doblegarla.

Migajas que incluso después de descubrir su propia verdad siguieron teniendo efecto.

Día 96 y cientos de preguntas inundan su mente, dubitativa reflexiona qué hubiese pasado si no hubiese encontrado la verdad, si sus ideales no se hubiesen puesto de por medio. Tal vez hubiese sido feliz, tal vez su padre aún estaría vivo. Suspiró girando sobre la cama, acostándose sobre su brazo derecho, mirando a la pared cómo si entre aquellas grietas pudiese encontrar alguna respuesta.

Resopló con un nudo en la garganta, esforzándose por contener las lágrimas. Brianna estaba cansada de llorar, de caer al más profundo de los abismos para luego salir sola, agotada, herida.

Era inevitable soñar, sumergirse en aquellos sueños ingenuos en los que era libre, dueña de su propia existencia. Cerró los ojos, una lágrima escapó, había deseado tanto ese día, había construido escenas hipotéticas en su cabeza, se había llenado de ilusión y esperanza solo para darse de golpe con la realidad.

¿Acaso todo eso era una especie de castigo divino? ¿El universo conspirado en su contra? Quizás debió de haber aceptado ese destino minuciosamente preparado para ella.

Atrás quedaban sus aspiraciones, ese futuro utópico que había dibujado en su cabeza en el que finalmente era feliz.

Felicidad, ¿alguna vez lo fue realmente?

Claro que lo fue.


» 13 . 12 . 2011

― ¿Y ahora qué? ― preguntó al aire, dejando que sus brazos cayesen sin fuerza. Estaba sola, en medio de la nada, en una habitación blanca, tan blanca que las lineas de las paredes se desdibujaban.

― ¿Por qué insistes en esto Brianna? ― escuchó una voz detrás de su espalda, calmada, serena, fría.

― ¿Quién eres? ― buscó desesperada a la persona que hablaba, pero no encontró nada, mirase donde mirase, estaba sola.

― Eso deberías de decírmelo tú, eres tú quien me llama, eres tú quien me busca ―

― ¡Tú me has traído aquí! ― gritó enfurecida, asustada ― ¿Qué hago aquí? ― jadeó perdida.

― Buscas aquello que no puedes tener y que desearías tener... ― la voz que hablaba por fin tuvo forma, oculta y alejada.

― ¿Por qué me estás haciendo esto? ¿Por qué juegas conmigo? ―sabía quién era, esa persona que nunca estuvo y que siempre echó de menos.

― Despierta Brianna, ríndete, vuelve al mundo real... ― susurró cálida, como una caricia.

Abrió los ojos de golpe, asegurándose de que estaba en su habitación y no en algún otro lugar.

― Vaya... ¿otra vez? ― Vlad habló sentado en su escritorio, observándola con un gesto preocupado.

― Es... lo odio ― bufó llevándose las sábanas a la cabeza, con la respiración agitada.

― Hey... ¿el mismo sueño de todos los años? ― se sentó a su lado, buscando su mano debajo del edredón.

― Sí... otra vez la misma pesadilla... solo puedo escuchar su voz... ni siquiera sé si es su verdadera voz... ― musitó apagada.

― Es normal que pienses en ella Brianna... tu madre... ―

― Yo no tengo madre Vlad ― salió de su escondite ― es mejor olvidar este estúpido sueño... esto no me va a estropear el día ―  se esforzó por mostrar una sonrisa, aunque por dentro doliese.

― De acuerdo ― acarició sus nudillos con el pulgar. Brianna mentía, se protegía detrás de una mentira que solo Vlad podía comprender ― Toma, esto es para ti ― dejó una caja sobre su regazo.

― ¿C-cómo has conseguido esto? ― interrogó a su mejor amigo.

― Bueno... ― se masajeó la nuca antes de contestar ― yo también tengo mis recursos, ¿te gusta? ― preguntó nervioso.

― ¡Claro que sí! ― se tiró a sus brazos ― Es la primera vez que alguien me regala algo como esto ― dijo emocionada, con un brillo especial en la mirada. Vlad asintió abrazándola, Brianna era ingenua, y solo él parecía ver su triste realidad.

― ¿Quieres un poco? ― sugirió sacando la segunda parte de su regalo.

― Es tu regalo Brianna, disfruta de esa tableta de chocolate ― sonrió cálidamente.

― Gracias... por la fotografía ― la sostuvo entre sus manos, ambos felices, haciendo muecas ― y por la tableta de chocolate.

― Tengo que irme, tu padre estará al caer y sinceramente, no quiero que me vea aquí ― ambos rieron ― Adiós princesa...

― Adios plebeyo...

Minutos después su padre aparecía por la puerta. Un abrazo, un beso en la frente, un pequeño discurso sobre lo orgulloso que estaba de ella y Brianna era feliz. Nunca fue materialista, solamente una niña persiguiendo el cariño que le correspondía, así que cada año, cuando llegaba "el día" lo único que pedía era afecto, olvidar el vacío que rodeaba su existencia.

― Esto es para ti ― Alexander sacó un sobre del bolsillo de su traje. Brianna suspiró.

― Gracias papá... ―

― Bien, me voy a trabajar. Volveré en unas horas y pasaremos el día juntos, ¿de acuerdo? ― Brianna asintió impaciente.

El día acabó, unas horas más y volvería a su rutina habitual. Se sentía como la Cenicienta, la magia acababa a media noche.

― ¿Qué es lo que ven mis ojos? ¿Una princesa escondida? ― Vlad llegó a su lado ― llevo buscándote un buen rato...

― Lo siento, necesitaba un momento a solas... ― su día se acaba y no quería renunciar a él ― ¿y tú? ¿dónde has estado?

― Estaba con Katerina, besa bien ― ambos rieron.

― ¿La quieres? ― preguntó curiosa.

― Alto ahí, esa es una pregunta muy seria, aún soy muy joven para querer a nadie de ese modo, por el momento solo te quiero a ti, aprovecha esta increíble oportunidad ― dijo cómicamente, provocando una carcajada en su mejor amiga.

― Muy gracioso Vlad... ― se hizo el silencio, un silencio cómodo y tranquilo ― ¿y si no la quieres por qué la besas?  ― cuestionó curiosa, incapaz de quedarse con la duda.

― Bueno... principalmente por curiosidad... ¿acaso tú no quieres saber cómo es? ― Brianna negó con la cabeza ― Es verdad, se me olvidaba que eres extremadamente romántica... que tierna― dijo molestándola.

― No soy romántica, solo... solo quiero encontrar a alguien que me quiera... quiero enamorarme, comprobar por mí misma todo aquello que leo en los libros de la biblioteca... ― murmuró soñando despierta ― ¿crees que algún día logre encontrarlo? ― lo miró ilusionada.

― Por su puesto que si princesa, encontrarás al amor de tu vida, te lo aseguro... ― Vlad pasó un brazo por sus hombros, abrazándola ― ¿Sabes? Dentro de tres años todo cambiará... seremos libres Bri... felices...


Habían pasado tres años desde ese momento, pero las palabras de Vlad aún seguían clavadas en su mente.


"...encontrarás al amor de tu vida, te lo aseguro..."

"... seremos libres Bri, felices... "


¿Y qué había conseguido? No tenia familia, ni un hogar, tampoco libertad y mucho menos amor. No tenia nada.

Aguantó otra lágrima, abandonando ese recuerdo, el último momento en el que fue verdaderamente feliz.

Quería volver a ese día, a ese tiempo de inocencia ajena a cualquier verdad, donde no había dolor ni decepción, ni debates internos. Hubiese preferido ser tonta, rematadamente estúpida, tanto como para no ver todas las señales que gritaban peligro en aquel lugar, pero era inteligente, curiosa y todo eso jugó en su contra.

Habían pasado noventa y seis días, más de tres meses encerrada, viviendo más prisionera que nunca. Noventa y seis días sin ver la luz del Sol, sin ninguna cara conocida, sin nadie a su alrededor.

Añoraba el abrazo de su padre a primera hora de la mañana, despertar sintiéndose especial, finalmente querida. Ver como cada persona en la base se paraba a saludarla, a dedicarle esa normalidad a la que Brianna aspiraba. Era su día, un solo día al año en el que podía experimentar una vida normal y olvidarse de que no era más que un proyecto al que educar y adoctrinar. No había entrenamientos, no había lecciones, era feliz.


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Miró la hoja atento, leyendo sus propias palabras, aquellas frases aleatorias con las que lentamente iba liberando su interior. Cerró el cuaderno y lo guardó a buen recaudo, luego, observó las bolsas con ropa limpia que había en una de las sillas. Tomó la que contenía la ropa de Brianna y se levantó.

Abrió la puerta encontrándola en la cama, apenas se había movido. Se fijó en el desayuno que había dejado horas antes, perfectamente intacto.

El Soldado bufó, algo se estrujaba dentro de él al ver ese plato lleno. Estudió a su prisionera, más quieta de lo normal, ausente, escondida debajo de unas mantas que la cubrían por completo, de pies a cabeza.

―¿Es que su majestad no piensa desayunar? ― fue directo a provocarla, a retarla, pero solo obtuvo silencio ― No estás en un puto hotel Brianna ― espetó firme, cubriendo sus preocupaciones con falsa molestia ― Me pregunto si todas las niñas mimadas son tan estúpidamente caprichosas...

Brianna lo escuchaba, cada sílaba que salía de su boca lograba lastimarla, añadía dolor a su tormento. Cerró los ojos, una lágrima cayó mojando su mejilla, manchando la almohada. Dio gracias de que él no pudo verlo, detestaba llorar en frente de nadie, debía de mantenerse fuerte. Así que limpió los restos de esa lágrima con rapidez, tomó aire antes de hablar y con un nudo en el pecho contestó:

― ¿Sabías que hoy es mi cumpleaños?






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