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FLAME THIRTEEN

Era ciertamente irónico como el gimnasio se había convertido en un refugio para ella, un lugar donde despejarse y olvidarse de donde estaba, en quién se estaba convirtiendo y las preocupaciones que tenía a sus espaldas.

Dejó las mancuernas en el suelo con un golpe seco, secándose el sudor del cuello con una pequeña toalla que había conseguido. Frente a ella, Aguni terminaba de colocar los pesos en sus estanterías correspondientes. Había abandonado la idea de tener privacidad con un intenso como él.

— Podrías levantar más peso.

— No quiero joderme los brazos — negó de inmediato. Claro que sabía que podía con más peso, pero debía estar en perfecto estado si esa noche jugaba—. Un mal movimiento y estoy muerta.

Aguni asintió, cruzandose de brazos. Aprovechó para beber agua y tomar aire, ignorando la pesada mirada de su actual superior. Siempre estaba a su lado en el gimnasio, entrenando juntos. Él tenía bastante más fuerza que ella, aunque Yoriko se había percatado de que ella era más ágil y resistente. Aguni era fuerte, robusto, todo un militar. Ella era una bombera, preparada para cualquier tipo de situación de rescate.

— Irás sola —recordó. Sabía la indirecta que había detrás. Nada de huir.

— ¿Quieres acompañarme como si fueras mi mami el primer día de clase? — pasó por su lado, estirando los brazos algo acalambrados. La siguió de inmediato—. Voy a pasarme por el punto de guardia de Niragi, su compañero sigue en cama y dejarle a su aire es más peligroso que darle a un mono una bomba. Al menos el mono no la detonaria a propósito.

— Podrías ser su relevo — propuso—. Parece hacerte caso.

— Como esté más de diez minutos a solas con ese niñato, le reventaré la cabeza — arrastró. Entró a la zona de los militares, prácticamente vacía. El rarito de katana estaba ahí afilando su preciada arma, pero le ignoraron de la misma manera que él lo hizo con ellos—. Tenía un cadete similar a él. Le abrí un reporte y fue expulsado del cuerpo. No me ando con rodeos, Aguni.

Sin vergüenza alguna, se quitó la camiseta sudada. Tenía una prenda deportiva debajo, además de que había estado largos días yendo en bikini de un lado a otro. Sacó otra camiseta limpia de su casillero, y recogió sus mechones oscuros con un simple movimiento.

— Aquí no hay reportes, Tetsuro.

— Pero sí tengo la libertad suficiente para darle una paliza si se la merece — se recostó levemente sobre los casilleros, sonriendo ladinamente al militar—. ¿O es que acaso a ti no te gustaría hacerlo de vez en cuando?

Aguni ladeó una sonrisa similar, indicando con la cabeza que fuera a hacer su trabajo. De algún modo, en cualquier otra situación, tal vez Yoriko podría haberse llevado bien con él. ¿Qué era de Aguni antes de entrar a ese Tokyo distopico? ¿Esposa, hijos, jefes amargados o hermanos mimados?

— Tú de nuevo.

— Cierra la puta boca — se apoyó en una pared cercana. Niragi rodó los ojos, mirando desde la distancia a las mujeres en la piscina. No confiaba en ese idiota de piercings y actitud de psicópata. En su opinión, no era más que un mocoso imbécil que se creía el dueño de todo a su alrededor por tan sólo poseer un arma de fuego. Sin ella, él no era más que un chico insufrible fácil de matar.

Yoriko podía saber cuando alguien era débil. No solo en el aspecto físico, sino en el psicológico. Ella fue débil en ambos ámbitos hasta que decidió crecer y convertirse en una versión fuerte de la niña que lloraba en los baños cuando la golpeaban e insultaban, y por eso sabía reconocer a más personas débiles. Kuina era fuerte, una mujer fuerte e independiente que había pasado por mucho. Niragi no era más que un crío débil sin mucho más valor que como un potencial violador. Si no lo era ya.

— Podría matarte si quisiera.

— Antes de que puedas intentarlo ya te habré partido en dos — repuso, mirando de reojo la ronda de Paramilitares en la zona de descanso. Lanzó una mirada breve al militar—. No eres nadie sin esa pistola.

— La bala llega antes que un golpe.

— Puedo desarmarte tan rápido que no te darías cuenta — rodó los ojos. Convivir con Niragi la hacía perder años de vida. Estaba demasiado mayor para esa clase de situaciones—. Reporta tu cambio de turno en la sede principal, nada de rutas alternativas.

— Cállate de una vez, zorra, yo no recibo órdenes tuyas — espetó con un tono irritante y burlón. Alzó su arma. Yoriko ni si quiera pestañeó—. Odio recibir órdenes de zorras como tú.

— Ahh — suspiró, haciendo crujir su cuello—. Tengo demasiada edad para tratar con mocosos. Simplemente haz lo que tienes que hacer y no me hagas tener que dirigirte la palabra más, ¿sí? Y si vas a amenazar a alguien con eso, quita el seguro.

Niragi murmuró varios insultos más mientras quitaba el seguro, y se mantuvo en silencio el resto del turno de guardia. No se toleraban, y sabía que la única solución a esa tensión era acabar con el militar tratando de matarla y ella dándole la paliza de su vida. Niragi no parecía tener ninguna clase de entrenamiento cuerpo a cuerpo, y en cuanto le quitara esa pistolita estaría desnudo frente a ella.

No tenía miedo, no la asustaban los enfrentamientos directos o tener que luchar en los juegos. Temía más por Kuina, la preciosa mujer de rastas que siempre traía helados para compartir y se  paseaba con su chaqueta sobre el bikini. Temía también por los Matsumoto, y temía por sí misma. Temía perder su humanidad, sus ideales, todo aquello a lo que se aferraba para salir de ahí con quienes más apreciaba.

Sobrevivir nunca fue fácil, pero ella estaba hecha a prueba de fuego.

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Lo último que había visto antes de marcharse en ese coche hasta un enorme estadio deportivo fue la triste mirada de Kuina después de darla la chaqueta haciéndola jurar que volvería para devolvérsela, y el gesto de ánimos de los Matsumoto. Ann estaba en otro coche, y compartieron una breve mirada antes de perderse de vista definitivamente. Chishiya era una rata escurridiza que difícilmente se dejaba ver en público.

— Volveré — aseguró a la morena. Kuina la abrazó, su cabeza apenas llegando a apoyarse en su pecho. Acarició su espalda descubierta, deseando poder quedarse ahí—. Mi vida como bombera es un constante peligro, preciosa. Estoy acostumbrada al peligro.

— ¡No es lo mismo! — negó—. Antes solo te enfrentabas a fuegos y edificios derrumbados, ahora otras personas tratarán también de matarte, incluso el juego tratará de engañarte. Por favor, Yor...

— Estaré bien — aseguró, acunando el suave rostro de la menor—. Soy fuerte, Hikari. Volveré. Siempre lo hago.

Kuina abrió y cerró sus labios tintados de un suave brillo rojizo, pero no dijo nada. Volvió a abrazarla murmurando que tenía que devolverla la chaqueta al volver, y tuvo que dejarla ir cuando la gente comenzó a subir a los coches.

Yoriko tomó aire analizando el estadio, conociendo a la perfección las rutas de escape de emergencias en cualquier edificio. Los centros deportivos eran más grandes, lo cual significaba más salidas y más peligro. No la gustaba en absoluto esa sensación que la recorrió a medida que se abrochaba la chaqueta sobre su camiseta blanca. Probablemente se sentiría más segura con un walkie y compañeros de confianza.

En una pequeña mesa en medio del enorme campo deportivo, había teléfonos. Cogió uno de inmediato, y esperó junto a un numeroso grupo de personas a que empezase el juego. Los analizó uno a uno, buscando debilidades, fortalezas y posibles aliados. Todo olía a picas. Y también que la mayoría eran nuevos.

— ¿Dónde se han metido todos? — escuchó la conversación de fondo. Un hombre manchado de ceniza la miró con dolor.

— Si quieres vivir, tienes que completar este juego.

Tras eso, los teléfonos sonaron.

Nivel de dificultad: 7♠️
Juego: muerte por ebullición

Reglas: quien salga del estadio antes de que se derrumbe, gana

Yoriko no esperó a más instrucciones, y comenzó a correr. Muchos la miraron como si estuviera loca.

— ¡LAS SALIDAS DE EMERGENCIA SIEMPRE ESTÁN MARCADAS! — gritó, guardando el teléfono en su bolsillo–. ¡CORRED, YA!

El estadio comenzó a temblar, el suelo se movía, y ante la confusión de todos, enormes cráteres hicieron estallar el perfecto césped del campo. Algunos salieron disparados, pero Yoriko no se detuvo a buscarlos. Corrió en busca de la salida mientras los gritos llenaban el centro deportivo, y el agua de lo que parecían explosivos la salpicaba.

Creyó estar medianamente a salvo una vez entró en los pasillos, pero se confió demasiado. Una explosión la hizo rodar escaleras abajo, y antes de poder huir montones de escombros cayeron sobre ella.

— ¡AYUDA, AYUDA, POR FAVOR!

Escuchaba gritos, aunque se sentían lejanos por el pitido en sus oídos. Su costado dolía horrores, y la costaba incorporarse. Sin mirar, supo que había algo que había logrado atravesar la gruesa chaqueta del uniforme. Tenía suerte de que fuera a prueba de fuego, y regulase medianamente la angustiosa temperatura exterior.

Sentía que iba a morir. Era una de esas sensaciones que tenía cada vez que acababa acorralada por el fuego en un incendio, o ese terrorífico día de 2011 cuando una novata aterrorizada tuvo que trasladarse como apoyo urgente a Fukushima. Sin embargo, siempre había sobrevivido a lo inimaginable.

Sobrevivió a un maldito tsunami, a terremotos, derrumbes, incendios y asaltos. Había sobrevivido a todos los juegos hasta ese momento, y un derrumbe similar a los que ella se preparaba cada día en su trabajo no iba a acabar con su vida. No ese día.

— Arriba — se ordenó a sí misma, pero sus piernas la fallaban. Miró con miedo, y comprobó que, efectivamente, la mitad de su cuerpo estaba cubierta por escombros. No demasiado pesados, y ligeramente sostenidos por unas finas vigas metálicas. Cualquier mal movimiento podría acabar con sus piernas aplastadas. Sin piernas, ella no saldría de ahí.

Se estiró para buscar más rocas y trozos de hormigón, y fue apilandolos bajo los escombros que rodeaban sus piernas. Una vez creó una base firme, comenzó lo complicado. Con un brazo, levantó todo lo que pudo para añadir más altura a su soporte. Como un gato de coche, poco a poco el peso fue liberandose. Sus brazos dolían, y una vez pudo deslizarse fuera de esa trampa moral vio que sus piernas estaban cubiertas de heridas superficiales. Nada fracturado. Aprovechó para arrancarse el trozo de metal que se había clavado en su abdomen, sabiendo que sería un estorbo para reptar por huecos.

Siguió arrastrándose a pesar de que el suelo ardía, y buscó algún espacio amplio para ubicarse. No había más luz allá de las llamas, y olía a agua escancada. Las gotas de sudor caían por su frente, pero no se detuvo a secarlas.

Al fondo, se escuchaba un llanto. Gritos ahogados, y después alaridos desesperados. Hacían eco, pero podía ubicar a la perfección su ubicación.

— ¡¿Hay alguien ahí?! — llamó. La voz de una niña respondió desesperada—. ¡Estoy yendo hacia ti, no te muevas!

Cayó sobre su brazo cuando logró encontrarla, y rápidamente se puso en pie para atenderla. Estaba sudando, llorando, gritando. En cuanto se agachó a su lado, vio que una de esas vigas que habían salvado sus piernas, habían atravesado una de las suyas.

— ¡Ayuda, por favor! — suplicó–. ¡M-Mi pierna!

— Sé que duele, cariño, pero tienes que respirar hondo — la miró a los ojos para darla confianza, y señaló la insignia de su chaqueta—. Soy la Capitana de Bomberos Yoriko Tetsuro, y te voy a sacar de aquí, ¿está bien? ¿Cómo te llamas?

— Akane... P-Por favor, señora... — agarró su brazo, pero aunque dolió no emitió ningún quejido. Debía verse fuerte para ella.

— Te va a doler tanto que querrás matarme, pero no puedes moverte — pidió–. Voy a sacarte la pierna de la viga, y después te voy a vendar la herida. ¿Confías en mí?

— Está bien — asintió. Inmovilizó la parte superior de su cuerpo al colocarse ligeramente sobre ella, y analizó bien la lesión. Su tibia estaba completamente destrozada, y sin atención médica moriría ahí fuera.

— Coge aire — pidió. Rasgó su musculosa, y aseguró un pequeño torniquete sobre la herida—. Lo haré a la de tres. Una... Dos...

Antes de llegar al tres, sacó su pierna. La sangre chorreó y ella gritó tan fuerte que hizo eco por todas las paredes, pero Yoriko no la permitió moverse. Cubrió su herida abierta con la camisa del uniforme de la adolescente, y después la sonrió apartando mechones empapados de su rostro sudoroso.

— ¡¿Y el tres?!

— Ya ha pasado lo peor, te lo aseguro — miró a su alrededor, y apartó la mirada del cadáver ahogado a metros de ambas—. Tenemos que salir de aquí, o todo esto se caerá.

— ¿Eso de ahí es seguro? — señaló. Yoriko siguió su mirada, y asintió de inmediato. Se puso en pie, y la cargó con las pocas fuerzas que la quedaban en los brazos.

Sin embargo, cuando llegó frente al conducto, su esperanza cayó en picado. Sus hombros, su espalda, su constitución, era demasiado gruesa como para entrar por ahí.

— Escúchame, Akane — la dejó junto al conducto—. Yo no entro ahí, pero tú sí. Necesito que saques toda la fuerza que tengas, y te arrastres fuera. Eres capaz de hacerlo, eres fuerte, y sé que quieres vivir. Aunque tu pierna duela tanto que quieras rendirte, camina, arrastrate si hace falta. No mires atrás.

— N-No puedo dejarte aquí — sollozó. Un temblor sacudió toda la estancia.

— Sí que puedes — afirmó—. Y lo harás. Ve, puedes salvarte aún. Ese conducto te llevará a alguna salida todos los conductos de ventilación tienen una salida cercana al exterior.

— Yo... Gracias — la abrazó por unos segundos, y después comenzó a arrastrarse. Su cuerpo delgado y pequeño era perfecto para salir de ahí.

Una vez comprobó que no daría media vuelta, comenzó a buscar una salida. Todo estaba cubierto de hormigón y hierro, y además del conducto había una charca de agua caliente. Se acercó al borde ignorando al cadáver, y buscó el origen del agua. Tal vez estaba conectado a otra estancia con salida.

El suelo volvió a temblar, y varios escombros cayeron. Además, el agua burbujeó en un punto exacto. Punto bajo el cual había algo de luz.

Cogió aire, y sin dudarlo se metió en el agua. Estaba caliente, como una sopa calentandose a fuego lento, pero era tolerable. A medida que se hundía más y más en busca de la fuente de luz la temperatura aumentaba, pero continuó nadando. Sobre ella aún no había luz, y el aire se fue agotando. Su pecho dolía, pero no podía respirar aún. Debía salir a la superficie. Debía encontrar una salida.

Ascendió cuando la luz aumentó, y tragó algo de agua apenas un par de metros cerca de la superficie. Aún así, siguió ascendiendo hasta que su cabeza salió al exterior. La tierra volvió a temblar, y más rocas cayeron.

Buscó alguna pista de su localización exacta, pero primero salió del agua. Había un brazo partido junto a las rocas, y metros más atrás el resto del cadáver aplastado. Quiso vomitar, llorar, gritar y maldecir, pero tenía que ahorrar fuerzas. Tenía que salir de ahí antes de lamentar la pérdida de vidas inocentes.

— Vamos, Yoriko — escupió a un lado el agua, mirando desesperada a su alrededor–. Una señal, un hueco...

Caminó de un lado a otro, movió escombros y escaló, y tras tirar a un lado parte de una pared, encontró lo que se sintió como las escaleras al cielo. Hizo toda la fuerza posible con sus brazos para levantarse, y por el hueco de la parte superior comenzó a arrastrarse. En cualquier momento todo podría venirse abajo y ella acabaría aplastada como un insecto, pero era la única salida posible.

Todo volvió a temblar, y escuchó crujidos. Aceleró el paso, raspando la piel de su tronco, brazos y rostro. Sus piernas escocían, y sus músculos suplicaban descanso. Aún así, siguió adelante. Ignoró los gritos agotados de su cuerpo, y continuó hasta caer de frente delante de lo que parecía la entrada del estadio. Algo derrumbada, pero aún así daba al exterior. La oscuridad de la noche exterior, la carretera devorada por la vegetación.

Su cuerpo cayó como un muñeco al salir de ese hueco de la pared, y se mareó cuando quiso levantar la cabeza. No podía abrir correctamente un ojo por el líquido carmín que caía de su frente, y su brazo había acabado doblado de mala manera. Su costado estaba empapado, y las piernas la enviaban descargas de dolor momentáneas. Quería tumbarse y no volver a ponerse de pie.

¿Akane habría encontrado una salida? ¿El conducto habría acabado aplastado por escombros? ¿Se habría desmayado a mitad de camino?

El suelo se sacudió como si la estuviera enviando una advertencia, y se agarró a una grieta para impulsarse por el suelo. Pequeñas piedras se clavaron en su cuerpo, pero no se detuvo. Repitió una y otra vez el gesto, como si estuviera escalando en horizontal, y sus manos finalmente alcanzaron el asfalto exterior.

— Vamos — jadeó, agotada—. ¡VAMOS! ¡MUÉVETE, INÚTIL! ¡NO ERES MÁS QUE UNA INÚTIL!

Sin más huecos a los que agarrarse para impulsar su débil cuerpo, rodó. Rodó al exterior como si fuera una niña cayendo por una colina, y acabó aferrada a una farola exterior. El frío del metal la trajo a la realidad, y gritó. Gritó tan fuerte que su garganta acabó rasposa, gritó tan fuerte que no se reconoció a sí misma.

Un timbre alegre sonó en el bolsillo de su chaqueta, y sacó de ella el teléfono del juego.

Juego completado. Enhorabuena.

Un segundo más tarde, gran parte de la estructura se vino abajo con un fuerte estruendo. El humo hizo que sus ojos picaran, y estos comenzaron a derramar lágrimas. El agua de sus ojos limpiaba la suciedad de su rostro, como dos caminos hasta su mandíbula. Las lágrimas saladas se mezclaron con la sangre, la ceniza y arena.

Apoyó la espalda en la farola, y solo en ese momento fue consciente de todo. De las explosiones, los cadáveres, la sangre, el desastre. Había dejado ir a su suerte a una niña herida, y no sabía si había logrado escapar. No había mirado atrás mientras corría por su vida, cuando su trabajo era asegurarse de que hubiera supervivientes entre escombros y llamaradas.

Era una inútil. Una cobarde. Una egoísta.

Esa noche, cayó inconsciente aferrada la chaqueta con el olor al perfume de Kuina, creyendo que tal vez ella podría perdonarla por dejar a todos esos jugadores a su suerte, porque ella misma jamás podría sacárselo de su cabeza.





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Editaré con más tiempo los capítulos, pero aquí hemos vuelto<3

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