❦ Capítulo uno
❦ The start of an era ❦
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Naerys era una niña extremadamente curiosa, algunos dirían que en exceso. Su pasatiempo favorito no era romper reglas como sus hermanos o recolectar insectos como su hermana, sino espiar a la gente. Desde las sombras, seguía a los visitantes que se hospedaban en la Fortaleza Roja. Con emoción, escuchaba susurros sin que ellos tuvieran idea de que un par de jóvenes oídos los escuchaban atentamente con una sonrisa.
Esa sonrisa no tenía nada de inocente, estaba lejos de serlo. En los días afortunados, Naerys podía seguir a estas personas y presenciar intercambios que iban en contra de la lealtad hacia la corona. Muchas veces, había ido hacia su madre con ojos inocentes y cabeza baja, recitando todo lo que había escuchado, asegurando que tuvo suerte de haberlo escuchado antes de que las cosas pasaran a mayores. Su madre le agradecía y le besaba en la frente, luego se encargaba de los traidores a la corona.
En otras ocasiones, Naerys tuvo que lidiar con asuntos que la gente de su edad no debería conocer. Aegon se sorprendió cuando su hermana menor se le acercó con ojos sorprendidos, murmurando con vergüenza sobre cual era el propósito de la fornicación. Para Aegon, esa conversación había sido la más difícil de su corta vida, pero tragó su orgullo y trató de cambiar de tema. Sin embargo, Naerys fue testaruda y no se inmuto. Si Aemond hubiera sido el que hubiera preguntado, el príncipe no hubiera dudado en responder y dar la mayoría de los detalles. Pero no era Aemond, era Naerys, su dulce pequeña hermana.
Aegon aún recordaba el día en que nació la más joven de sus hermanas. Su madre le permitió cargarla por primera vez en sus pequeños brazos, enseñándole cómo mecerla para calmarla. Al principio, sintió indiferencia, pero después de que la pequeña estiró su pequeño cuerpo en sus brazos con su ceño fruncido, bastó para que el hermano mayor se enamorara de ella. Su madre le susurró, "Tendrás que velar por la seguridad de tu hermana, Aegon". El príncipe para eso ya estaba demasiado perdido en las expresiones de su recién nacida hermana. Por lo tanto, decidió hablar del tema lo más maduro posible, sabiendo que su hermana sería capaz de conseguir la información que quisiera de otras maneras, y le resultaba detestable siquiera pensarlo.
Y cuando su media hermana estaba en trabajo de parto, dando a luz a su tercer hijo, la curiosidad llevó a Naerys a esconderse en los pasadizos secretos de la fortaleza para presenciar la escena. No era algo que se viera todos los días. Por un pequeño hueco en la pared, si Naerys se paraba en la punta de los pies, podía ver todo con claridad: el rostro sudoroso de Rhaenyra, el maestre dando instrucciones y mujeres a su lado asistiendo en cada paso. La pequeña niña se mantuvo en esa posición por un largo tiempo, sus pies comenzaban a doler, pero para ese momento, ya no podía apartar la mirada. No fue hasta que escuchó el llanto del bebé que dejó que sus pies descansaran y se recargó en la pared. Sí, fue un largo trayecto.
No fue hasta que una de las mucamas susurró que la reina Alicent quería ver al recién nacido, que la energía de Naerys regresó de un golpe. Sus pies, que estaban adoloridos, pasaron a estar llenos de vida, y por sí solos la guiaron silenciosamente afuera de los pasadizos, con cuidado de que nadie la escuchara o viera. Con pasos apresurados y respiración agitada, se dirigió a los aposentos de su madre. Si algo quería Naerys, era estar presente para presenciar la escena que estaba a punto de ocurrir. Logró llegar antes que su media hermana, no que esperaba que una mujer que acababa de dar a luz fuera más rápida que ella.
Al estar afuera de la habitación de la reina, Ser Criston Cole la miró con una sonrisa divertida cuando la menor se inclinó, colocando sus manos en sus rodillas, respirando pesadamente en un intento de recuperar el aliento. A veces Naerys pensaba que nunca se acostumbraría a lo grande que era la Fortaleza.
—Buen día, Princesa —saludó su guardián, manteniendo su posición recta.
—Buen día, Ser Criston —dijo Naerys con una sonrisa después de recuperarse y entrar a la habitación de su madre.
A la entrada de su hija, Alicent sonrió, aunque su sonrisa se convirtió en una mirada severa cuando notó el rostro rojo de Naerys debido al calor, junto al sudor que comenzaba a ser notable en su frente y cómo su peinado estaba casi deshecho.
—Naerys, no puedes correr por toda la Fortaleza.
La platinada alzó los hombros restándole importancia, sonriéndole a su madre. —Lo siento, madre.
La realidad era que tanto Naerys como Alicent sabían que no lo sentía, pero la reina no pudo evitar una sonrisa propia.
—Dalia, ayuda a la princesa a estar más presentable —ordenó Alicent a su mucama, quien asintió de inmediato y se dirigió a la pequeña con una tela mojada para limpiar su rostro y luego comenzar a peinarla nuevamente.
Al haber terminado Dalia con el peinado de la princesa, el sonido de las puertas abriéndose llamó la atención de todos en la habitación. Naerys miró hacia la entrada para ver a Rhaenyra, entrar en la habitación, seguida de cerca por su esposo, Laenor, y un pequeño bulto en sus brazos.
—Rhaenyra, deberías descansar después del parto —dijo su madre con falsa preocupación.
—No dudo que preferiría eso, majestad —respondió Rhaenyra, sonriendo falsamente. Naerys notó de inmediato la falsedad.
—Debes sentarte —indicó su madre—. Dalia, trae una almohada para la princesa.
—No es necesario.
—Tonterías.
Dalia acomodó la almohada, permitiéndole a Laenor ayudar a Rhaenyra a sentarse cómodamente en el sillón. Cuando Viserys entró a la habitación, Naerys rápidamente puso una fachada de felicidad, felicitando a su hermana por el nacimiento de su hijo.
—Qué feliz noticia esta mañana —exclamó Viserys con una sonrisa genuina.
—Así es, majestad —concordó Laenor.
—¿Dónde está él? ¿Dónde está mi nieto? —indagó el rey, recibiendo al niño que Laenor le entregó—. Aquí está. Buen príncipe, serás un impotente caballero, sí que lo serás.
Naerys no pudo evitar sentir una punzada de amargura mientras observaba la interacción. ¿Por qué no podía ser ella quien recibiera tal adoración de su padre? Pero sabía que era mejor no expresar esos pensamientos en voz alta. En cambio, puso una sonrisa en su rostro y esperó a que su padre reconociera su presencia. Jamás llegó aquel momento.
—¿Ya tiene nombre el bebé?
—No hemos hablado... —empezó a decir Rhaenyra, pero fue interrumpida por su marido.
—Joffrey, él se llamará Joffrey.
—Es inusual para un Velaryon —comentó Alicent, dedicándole una mirada a Rhaenyra.
—Creo que tiene la nariz de su padre —dijo Viserys. Naerys, quien se había mantenido al margen de la conversación, tosió disimulando la risa que amenazaba con salir de sus labios.
Laenor carraspeó ante el momento incómodo. —Si no le importa, majestad, su hija ha hecho un esfuerzo heroico y debe descansar.
—Por supuesto —concordó el rey, entregándole el bebé a su esposa, quien lo mecía mientras se acercaba a Naerys, permitiéndole finalmente ver al pequeño. Sin evitarlo, su mirada se suavizó mientras acariciaba tiernamente su mejilla.
—Siga intentando, Ser Laenor. Tarde o temprano conseguirá a uno que se le parezca —dijo Alicent, entregándole el niño a Laenor, quien apartó la mirada ante lo dicho.
Naerys vio a la pareja marcharse y cuando estaba a punto de escaparse para unirse a sus hermanos, la voz de su padre la detuvo.
—Naerys, sé cordial y ponte a la disposición de tu hermana.
Cerró los ojos momentáneamente, dándole la espalda, inhalando profundamente antes de darse media vuelta y asentir en dirección al patriarca de la familia.
—Sí, padre.
—Viserys, Naerys tiene que ir a la fosa del dragón con sus hermanos. Que sea otro día —propuso Alicent, sabiendo del disgusto de Naerys con lo que se le había asignado.
El rey la miró un momento antes de asentir lentamente.
—Otro día será.
No necesitó oír más para salir lo más rápido posible de la habitación, exhalando todo el aliento que no sabía que retenía.
Esperándola justo afuera de la puerta estaba Ser Criston, —¿Está bien, princesa? —preguntó, su voz llena de preocupación.
Naerys asintió con la cabeza, sonriendo débilmente.
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Entrando al Pozo del Dragón, el corazón de Naerys latía con fuerza por la emoción. Siempre había sentido una fascinación profunda por los dragones y jamás desperdiciaba la oportunidad de estar cerca de ellos. Tomó su lugar entre sus dos hermanos, Aegon y Aemond, quienes observaban el entrenamiento con aburrimiento. Jacaerys entrenaba con su dragón, Vermax, quien rugía mientras se acercaba obedeciendo las órdenes del mayor de los hijos de Rhaenyra. El dragón se aproximó rápidamente, haciendo que Jacaerys retrocediera instintivamente antes de reaccionar.
—¡Keligon! — «Alto» ordenó en Alto Valyrio, ordenando a Vermax detenerse.
—Sȳrī gaomagon — «Bien hecho» felicitó el guardián al joven príncipe.
Sin embargo, el sonido de una oveja resonó por la sala, llamando la atención de todos los presentes. Pero solo una reacción importaba realmente: la de Vermax. El dragón, siguiendo su instinto, se acercó a su próxima presa, desobedeciendo los llamados de Jacaerys.
—Keligon — «Detente» susurró Naerys con seguridad, y Vermax se detuvo.
—Debe mantener el control sobre su dragón, mi joven príncipe —traducía la chica lo que el guardián de dragones decía a Jacaerys—. Así como la princesa Naerys lo ha hecho con Grebriine.
Grebriine era la pequeña dragona de Naerys, apenas un poco más alta que Vermax, con escamas azuladas que resaltaban su piel. Siempre que podía, la princesa se escapaba a visitar a su dragona, manteniéndose a una distancia prudente mientras leía los libros que su septa le indicaba. Aunque Grebriine no pudiera hablar ni reconfortarla, su mera presencia alegraba los días de Naerys.
Ante la comparación, Naerys no pudo evitar una sonrisa egocéntrica, mientras Jacaerys mostraba su disgusto. —Una vez que esté unido a usted, se negará a recibir órdenes de alguien más.
El príncipe desechó el consejo, ansioso por hacer lo que tanto había deseado.
—¿Puedo decirlo? —preguntó con emoción contenida.
El guardián asintió y Jacaerys los miró con una sonrisa antes de tomar valor y dar unos pasos adelante.
—¡Dracarys, Vermax! —ordenó, sonriendo con emoción.
El dragón se acercó cautelosamente a la oveja y obedeció la orden, quemándola al instante. Vermax no dudó en acercarse y devorar lo que quedaba de la oveja antes de ser llevado de vuelta.
—Tenemos una sorpresa para ti —dijo Aegon, dirigiéndose a Aemond después de presenciar el destino de la oveja.
—¿Cuál es? —preguntó Aemond, visiblemente interesado.
—Algo muy especial —respondió Lucerys con una sonrisa divertida antes de desaparecer por donde se habían llevado a Vermax.
—Eres el único que no tiene un dragón —dijo Aegon—. Así que te encontramos uno.
—¿Un dragón? —repitió Aemond, sabiendo que era poco probable y reconociendo el tono burlón en sus voces. —¿Cómo? —preguntó Aemond, buscando respuestas en Naerys, quien solo se encogió de hombros, sin tener idea de qué broma planeaban esta vez.
—Los dioses proveen —dijo Aegon con una actitud relajada. Naerys le tomó del brazo, tratando de detenerlo.
—Deja de jugar, Aegon —dijo con seriedad.
No era mentira que Naerys odiaba que su hermano mayor prefiriera pasar tiempo con sus sobrinos en lugar de con ella. En ocasiones, Naerys anhelaba pasar tiempo con Aegon junto a Helaena, quien, con una sonrisa, le pedía que la ayudara a encontrar los insectos más escurridizos. Antes, Aegon aceptaba sin dudarlo. Pero después, comenzó a preferir la compañía de los hijos de su media hermana, Rhaenyra, en lugar de la de ellas o de Aemond. Desde entonces, Naerys parecía estar siempre de mal humor.
Un chillido resonó por el lugar y Lucerys apareció en su campo de visión, llevando un cerdo atado a una cuerda.
—¡Admiren al terror rosado! —exclamaron Aegon y Lucerys al unísono. Todos comenzaron a reír, excepto Aemond, quien miraba al cerdo con impotencia, y Naerys, que observaba la escena con enojo. Por supuesto, Aegon se aliaba con sus sobrinos para burlarse de su hermano en lugar de protegerlo.
—Asegúrate de montarlo con cuidado —advirtió Aegon burlonamente—. El primer vuelo siempre es difícil.
Los chicos se marcharon riendo mientras imitaban los sonidos de un cerdo. Naerys se acercó a Aemond, quien miraba el suelo humillado, y puso una mano sobre su hombro.
—Está bien, Aemond —dijo con una sonrisa—. Estoy segura de que tendrás un dragón pronto.
—¿Qué pasará si no es así? Nadie me mirará como un verdadero Targaryen sin un dragón.
—No tener un dragón no te hace menos Targaryen. Tienes otras cualidades que te hacen igual de importante para nuestra familia. Probaremos lo equivocados que están, lo prometo.
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El primer capituló de la travesía de Naerys. Espero que haya sido de su gusto, no se olviden de comentar y votar si tienen teorías u opiniones, no duden en dejármelas saber.
-Val ♡
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