𝐓𝐇𝐄 𝐌𝐄𝐃𝐈𝐀𝐓𝐎𝐑
for ᴘᴇʀᴄʏ ᴊᴀᴄᴋsᴏɴ

ASPEN O'CONNOR

❝ what's your purpose?
why were you put on earth?
you could be lost
but you belong to the world ❞

• dieciocho • capitán de la cabaña 4 • hijo de deméter • bisexual • he/him •

El sentimiento de no encajar es uno con el que la mayoría de semidioses resuenan alguna vez en su vida, pero que luego muchos olvidan.

Aspen siempre tuvo la sensación de que algo estaba muy mal con él. Desde pequeño se percató de que las cosas, de alguna manera, no encajaban.

Solo podía describirlo como si él fuera el único que estaba boca abajo mientras todos caminaban sobre sus pies con facilidad.

Lo primero de lo que se percató durante su infancia era que veía cosas extrañas. Lo segundo fue que su padre las veía también.

Desde que Aspen era un niño, ambos parecían alimentar la locura del otro. Su padre le convencía de que oía pasos y Aspen se aterrorizaba. Aspen decía que había visto una mujer con alas en el cielo y su padre chillaba y maldecía.

Su padre hablaba de historias mitológicas y de una mujer bella como las hojas en otoño, o el rocío en primavera. Sentado en su sofá y balanceándose de un lado a otro, le contaba sobre la desconocida, a la que llamaba Flor, antes de distraerse con cumplidos para su niño pequeño.

—Qué bueno eres, hijo. Siempre tan tranquilo, siempre tan sereno.

La primera vez que su padre le recordó aquello fue cuando Aspen se encontraba sosteniendo su mano en la oficina de un psiquiatra. Su abuela, con rostro duro, se encontraba al lado de ellos.

El diagnóstico de su padre llegó cuando Aspen tenía ocho años. Aparentemente las historias que su padre había creado tantas veces en su sofá eran producto de una condición llamada esquizofrenia.

En el ambiente estéril del hospital, Aspen ladeó la cabeza mientras su abuela le explicaba la lista de razones por las que ella no podía cuidar de su padre y trataba de convencerle de que su madre estaría allí pronto.

La tercera y última cosa de la que Aspen se percató fue de que su madre no estaba llegando. Lo descubrió al ver que la correspondencia escrita desde el punto de vista de la mujer era en realidad lo que su padre escribía en medio de sus delirios. Quizá para lidiar con el plano hecho de que la mujer se había largado.

La realidad era que nadie se ocuparía de Norman O'Connor si no era él, así que desde los ocho años Aspen se ha considerado un superviviente. Con las pastillas ordenadas perfectamente, un calendario en la nevera y su padre de la mano, ha lidiado con cada una de las crisis que se le han presentado.

Con el diagnóstico en la mano, Aspen se preguntaba si las cosas que él veía eran producto de su mente también.

Al fin y al cabo, su padre había dejado de darle la razón en cuanto había comenzado a tomar los medicamentos, ¿no?

Excepto que, lejos de los oídos de su abuela cuando venía a comprobar que estaban bien, el hombre seguía susurrando sobre Flor y sobre historias de dioses griegos, monstruos y aventuras.

Aspen creció siendo un muchacho reservado, temiendo por lo que veía y por el hecho de que, muy probablemente, compartía un diagnóstico con su padre y aquello era un gran tabú, según lo que tenía entendido.

Aún así, su vida era relativamente normal. Cuatro años después de ese diagnóstico, las notas del chico caían en picado por su dislexia y su TDAH, pero su rutina era totalmente normal.

Iba y venía del colegio, se reía con sus compañeros y volvía a casa para merendar y asegurarse de que su padre estaba bien cuidado.

Esa tarde de junio fue distinta. Feliz porque ya terminaba el colegio por fin en unos días, el chico entró a casa y se encontró una mochila en el suelo y a su padre sosteniendo las llaves del coche con la respiración pesada.

El hombre le instó a que tenían que irse, de forma errática y repitiendo una y otra vez una dirección en Long Island. La señalaba en un papel, iba y venía, le metía prisa.

Con un suspiro, lo primero que hizo Aspen fue no creerle. Fue a mirar si se había tomado sus pastillas pero, efectivamente, lo había hecho. Confuso con la situación, se giró hacia el hombre, que insistía en irse.

Sin tener más remedio que obedecer, el chico tomó la mochila y se la echó al hombro, subiendo al viejo coche a pesar de lo contraindicado que estaba que su padre se pusiera tras el volante.

Absurdamente, en lo primero que pensó fue en que sus pobres plantas iban a morir si aquello resultaba ser un viaje largo.

Y vaya si lo fue, porque su padre optó por parar en medio de una carretera cercana a un bosque tras horas de viaje.

Cuando le agarró de los hombros y le zarandeó, las lágrimas se acumularon en los ojos del chiquillo y su mirada se perdió más allá del rostro de su padre.

Un chillido de horror escapó de su garganta al ver a esa mujer con alas, empujando a su padre lejos de la trayectoria del vuelo.

—¡Sigue adelante! ¡Busca a Flor! ¡Busca a tu madre!

Con los ojos abiertos como platos, el chico dudó en hacerle caso. Cuando su padre le empujó para que bajara el terraplén de la carretera, una vez más el instinto de supervivencia le embargó.

Por demente que sonara, el chico realmente creyó que más allá estaría su madre, tal vez en una cabaña perdida. El miedo le hizo recorrer el terreno en tiempo récord.

De alguna manera, parecía que nada se interponía en su camino, como si el bosque pareciera reconocerle como propio. Las raíces parecían retraerse para no hacerle tropezar y cuando tenía que arrastrarse la hierba parecía crecer mullida.

Aspen encontró el Campamento Mestizo en ese bosque y, sin saberlo aún, encontró también a su madre. Deméter, la diosa de la agricultura, la cosecha, la fertilidad y las estaciones.

Esos fueron los cánticos cuando, un mes después, la marca de su madre apareció sobre su cabeza. Curiosamente, fue el mismo día en el que Aspen se preguntó por primera vez...

¿Y si no estoy loco y todo esto es real?

Con la certeza de que había alguien más cuidando de él, de que su mente estaba sana y de que su padre estaba vivo gracias a que unos campistas habían hecho el favor de buscarle de paso en una misión, el chico contempló el hecho de que podía empezar una nueva vida en el campamento.

Así pues, poco a poco Aspen pasó de ser el chiquillo que pensaba que estaba demente al chico que ponía la mano en el hombro de sus nuevos hermanos y les recordaba que no estaban locos, ni tampoco solos, al menos dentro del Campamento.

Con la paciencia que ha cultivado y el aura de cuidador que la experiencia le ha dado, Aspen fue nombrado capitán de la cabaña de Deméter y, oficialmente, un consejero tremendamente bueno en situaciones de crisis.

¿Respecto a tomar bandos en la guerra? Prefiere mantenerse neutral por ahora, hasta que no le quede más remedio que tomar una decisión. Le parece más lógico mantenerse abierto a que cualquiera que necesite una charla o un consejo acuda a él. Ve los matices grises entre tanto blanco y negro.

Es un mentor excelente, siempre dispuesto a ayudar con lo que pueda. Pacífico y racional, intenta dar pasos que beneficien a todos, aunque a veces peca de mantener sus creencias demasiado cerca de su pecho, calladas y escondidas.

Aún con su actitud silenciosa, tiene el respeto de gran parte del Campamento porque, de manera simple y concisa, es una buena persona con un sentido protector muy evidente.

➥ Pocas veces pelea, pero el arma que mejor maneja, a parte de sus poderes de cloroquinesis, es la lanza.

➥ Sabe mucho de botánica y de remedios naturales, aunque suele dejarle ese lado a los hijos de Apolo, a menos que se trate de una misión y sea imperioso usarlo.

➥ Sabe bastante de cómo es el mundo mortal. Ha salido de misión un par de veces, aunque nunca ha sido nada extremadamente relevante. Prefiere la tranquilidad que le otorga el Campamento de todas formas.

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