𝟒𝟏. 𝐋𝐔𝐑𝐃𝐄𝐒
Capítulo 41
HILLCASTER
En el interior del espeso bosque de Hillcaster, que compartía límites fronterizos un tanto distantes con los bosques de Southlandy, se podía escuchar el canto lejano de los pájaros rompiendo el silencio, mientras la luz del sol se colaba entre los árboles, calentando el húmedo suelo.
Quebrando ramas y hojas secas con cada paso minucioso que daba, una joven caminaba entre los árboles, llevando en sus manos unas viejas trampas para conejos, mientras avanzaba con cautela junto a su perro, un Spaniel color caramelo que caminaba alegremente olisqueando el aire, y en ocasiones, el perro se detenía para mirar hacia atrás, asegurándose de que su dueña lo seguía.
—Colibrí, no te alejes mucho —le habló la joven a la distancia, mientras intentaba caminar entre las piedras.
Al oír la voz de su dueña, el perro se detuvo en seco, levantó la cabeza y comenzó a olfatear con insistencia, como si estuviera percibiendo algo más que el olor de las aves que acostumbraba a capturar, y antes de que ella pudiera reaccionar, Colibrí comenzó a correr, como si hubiera detectado algo inusual.
—¡Colibrí! ¿Adónde vas? ¡Regresa! —gritó ella, mientras sujetaba las trampas con fuerza y corría tras él.
Haciendo caso omiso a las palabras de su dueña, el perro atravesó los arbustos con rapidez, dejando a la joven luchando por mantener el paso.
—Por ahí no es el camino de regreso a casa, Colibrí —murmuró, apartando las ramas que le rasguñaban las manos para poder atravesar los arbustos, y después de unos minutos de persecución, ella llegó a un claro donde el olor a agua y musgo impregnaba el aire, escuchando a lo lejos el fluir de un río de bajo caudal.
—Espero que te hayas alejado así por una buena razón, Colibrí, porque sabes que…
Su habla se detuvo al levantar la vista, y al enfocarse en lo que había junto al perro, la impresión recorrió su cuerpo. En la orilla musgosa del río yacía un hombre tendido boca abajo, con las ropas rasgadas, empapadas y con manchas de sangre que teñían lo poco que quedaba de su camisa y partes de su pantalón.
La joven dio un paso atrás instintivamente, llevándose una mano a la boca por la impresión, y luego reaccionó, llamando a su perro.
—Colibrí, ven aquí —susurró ella con miedo, pero el perro no se movió. En lugar de eso, Colibrí se sentó junto al cuerpo y dejó escapar un ladrido hacia su dueña, como si le estuviera exigiendo que se acercara.
En ese instante, un quejido entrecortado se hizo escuchar en medio de aquel silencio, haciéndole saber de inmediato que aquel hombre estaba vivo.
—¡Por todos los dioses! —exclamó la joven, quien corrió hacia el hombre después de haber dejado caer las trampas a un lado.
Ella se arrodilló junto al desconocido y con cuidado, lo giró, viendo cómo el agua goteaba de su rostro y de su cabello rubio, y al mismo tiempo se percató de que ese hombre estaba pálido, cubierto de barro y con heridas abiertas que necesitaban atención urgente, y antes de que ella terminara de acomodarlo, los ojos de aquel hombre se entreabrieron, dejando ver el opaco gris que destilaban.
—¿Puedes oírme? —le preguntó ella con cierto nerviosismo, inclinándose hacia él.
El hombre trató de hablar, pero apenas si salió un murmullo de su boca, y finalmente, logró balbucear una palabra vaga:
—Lu…
SOUTHLANDY
En el castillo Worwick, Luna e Irenia compartían a gusto en la sala privada del rey junto a la señorita Helen y el pequeño Bastian, y un tanto inquieta, ella caminaba por toda la sala con el bebé en brazos, desvelando sus nervios en cada movimiento que daba.
—¿No cree usted que ya debieron haber vuelto, reina? —dijo Luna, tomando asiento en el mueble mientras acomodaba a Bastian en su regazo.
—Debes tener calma, hija —habló Irenia, sentada en el sillón contiguo—. Sofocar una revuelta de cangrinos no siempre es fácil y rápido, y más si logran atraparlos.
—Quizás usted tenga razón, pero ya he tenido malas experiencias cada vez que Valerio sale junto a la guardia a sofocar revueltas.
—Si lo dices por lo que sucedió en Turbios con esos piratas, te comprendo —Irenia extendió su mano, acariciando la mejilla de su nieto—. Lo cierto es que las revueltas de cangrinos son más comunes de lo que te imaginas, mientras que los piratas suelen estar más armados que ellos.
Luna suspiró, observando hacia un punto de la sala con cierta desolación.
—No quiero invocar el mal agüero, pero siento que algo terrible ha pasado.
En ese instante, las puertas de la sala se abrieron de golpe, captando la atención de las mujeres, quienes observaron a Lord Havel ingresar junto al jefe comandante de la guardia, el que se veía sucio y herido, con un pedazo de tela a modo de venda cubriendo su brazo, dejando ver sangre seca sobre esta.
—¡Comandante! —exclamó Luna, observando el estado desastroso de aquel hombre mientras se levantaba de su lugar.
—Mi reina. —El hombre se reverenció.
—Qué bueno que han regresado —ella dejó escapar un leve suspiro—. ¿Dónde está el rey?
El comandante intercambió una mirada fugaz con Lord Havel antes de dirigir sus ojos hacia las dos reinas, pero en vez de una respuesta rápida, lo que se escuchó en la sala fue un espeso silencio.
—Lord comandante, le han hecho una pregunta —Irenia se acercó al hombre, un tanto inquieta ante el silencio de este—. ¿Dónde se encuentra el rey Valerio?
El comandante respiró hondo, y sabiendo lo que su respuesta desencadenaría, dijo:
—No lo sabemos, mi reina.
—¿Qué? —incrédula, encaró Luna al comandante, dando un paso hacia él—. ¿Cómo que no saben dónde está el rey?
—Mi niña, dame al pequeño —intervino la señorita Helen, tomando a Bastian en brazos tras observar la exaltación de Luna.
—Nuestro llamado fue a atender la revuelta de un grupo de cangrinos, mi reina —habló el comandante—. Pero al llegar a ese lado del bosque, todo se salió de control y fue cuando nos dimos cuenta de que se trataba de una emboscada.
La palabra "emboscada" resonó significativamente, no solo en Luna, que sabía de la constante amenaza que corría Valerio por parte de Verti, sino también en Irenia, que desde que Valerio le comentó lo de su sueño, comenzó a desconfiar de su hijo menor y sus intenciones.
—¿Cómo puede ser posible que me diga esto y que se haya presentado aquí sin su rey? —alegó Luna—. ¡El rey Valerio encabezó esa salida con usted, arriesgando su vida para valer su honor, y usted y su guardia deben protegerlo!
—Y lo hicimos, mi reina. Mantuvimos al rey a la vista, priorizando su vida por encima de las nuestras, pero fuimos víctimas de una trampa donde comenzaron a lanzar bolas incendiarias. El rey estaba a unos metros de mí cuando comenzaron a impactarnos, y lo último que alcancé a ver fue cómo una cayó cerca de donde él estaba. Minutos después ellos comenzaron a retirarse, y de inmediato di la orden de que buscaran al rey por toda la zona, pero no logramos dar con él.
—¡No! —sollozó Luna, sintiendo cómo se hundía en el desasosiego al oír aquellas palabras, mientras el mundo a su alrededor empezaba a tambalearse.
—¡Luna! —exclamó Irenia, dando un paso hacia ella justo antes de que pudiera desvanecerse.
En ese instante, las puertas volvieron a abrirse, y Verti entró con urgencia, encontrándose con su madre y el lord consejero tratando de socorrer a la reina.
—¿Qué está sucediendo aquí? —se acercó Verti a su madre y a Luna, mostrando cierta preocupación.
—Lord Havel —Irenia, ignoró la voz de su hijo—, por favor, lleve a la reina Luna a sus aposentos.
Al escuchar esto, Luna levantó la mirada hacia el comandante y con los ojos empañados, dijo:
—Por favor, comandante, vuelva en su búsqueda, haga algo. Yo necesito que usted haga algo.
—Tranquila, hija —Irenia buscó la mirada de Luna—. Ellos lo encontrarán; no te preocupes.
—Tenga por seguro mi reina, que haremos lo imposible por encontrar al rey. —El comandante se reverenció ante Luna, quien se dejó custodiar por Lord Havel fuera de la sala, junto a la señorita Helen y el príncipe Bastian.
—¿Qué es lo que sucede, Lord comandante? —preguntó Verti, acercándose al hombre.
—Hubo una revuelta de cangrinos en el bosque, mi príncipe, pero todo resultó siendo una emboscada donde muchos de los hombres de la guardia murieron, y no hemos podido encontrar al rey.
—¿Cómo que no aparece? —espetó, dando un paso más cerca del hombre, mientras que en silencio, Irenia oía a su hijo con claro descontento, como si sintiera la hipocresía de sus palabras—. Su deber es proteger al rey en todo momento, y aún más cuando él se expone a semejantes peligros como atender un enfrentamiento armado.
—Tiene usted toda la razón, mi príncipe, pero la situación se salió de control, ya que no íbamos preparados para una emboscada de esa magnitud. Por eso quiero pedir su permiso, mi reina, debo volver a ese lugar con una fuerte formación para buscar al rey.
—No se preocupe, Lord comandante —interrumpió Verti—. Usted se ve herido y creo que será mejor que se atienda esas heridas. Yo le ordenaré a Sir Dorco que aliste su formación para que vayan en busca del rey.
—¡No! —exclamó Irenia, alzando la voz mientras observaba a su hijo con esa mirada azul gélida que ella poseía.
—Madre, disculpe usted, pero…
—Cierra la boca —ordenó ella amenazante, cortando las palabras de su hijo, pero más que eso, sus intenciones que en sí no conocía bien, pero no podía arriesgarse.
Un silencio incómodo llenó la sala mientras madre e hijo se miraban fijamente, y tras haber logrado que Verti se hiciera a un lado, ella volcó su vista en el comandante, al tiempo que Verti continuaba mirándola con desdén.
—Lleve a sus hombres, Lord comandante, y haga lo necesario para encontrar al rey.
—Gracias, mi reina —respondió el comandante, reverenciándose antes de salir de la sala.
Cuando las puertas de la sala se cerraron y madre e hijo quedaron solos, Verti se volvió hacia Irenia y con rabia, preguntó:
—¿De verdad usted es mi madre?
Una bofetada seca fue la respuesta de Irenia ante aquella pregunta ofensiva.
—¡Me pregunto cuándo será el día que dejes de decir insensateces! —exclamó ella con indignación, dejando a Verti aturdido—. ¡Claro que yo soy tu madre! Tú, al igual que tu hermano, saliste de mis entrañas, con dolor y esfuerzo.
—¡Pues no lo parece! —replicó Verti, mirándola con rabia—. Usted siempre busca relegarme, humillarme y pisotearme frente a todos.
—Tú te humillas solo al pretender meterte donde no te solicitan —gritó Irenia, perdiendo momentáneamente la calma—. ¿Por qué no sabes guardar tu lugar? ¡Siempre quieres estar donde no se te pide, pisándole los talones a tu hermano y a todo lo que tiene que ver con él!
—¡Solo dije que ordenaría a Dorco que guiara una formación para que buscaran a Valerio! —replicó Verti con vehemencia.
—¿Para qué, Verti? —Ella se acercó a él, mirándolo con los ojos entrecerrados—. ¿Acaso es para que si lo encuentran con vida, lo maten?
—¡Madre!
—¿Crees que no te conozco, Verti Worwick? —continuó hablando Irenia, mientras se acercaba más a su hijo—. Siempre te quejaste de que te relegábamos, de que favorecíamos a Valerio en todo, dejando entre dicho a tu padre y a mí tus verdaderas ambiciones e intenciones desde siempre. ¿O se te olvidan ahora cuántas veces me dijiste que si tu hermano moría, el trono sería tuyo, mientras tenías esa misma mirada maliciosa y fría que veo ahora?
—¡Yo soy el segundo en la línea de sucesión y el claro candidato a ocupar el trono si él muere!
—¡Ya no lo eres! —lo interrumpió Irenia, cortando su confrontación—. Tu hermano ya tiene un heredero y si llega a fallecer, Bastian es quien ocupará el trono. ¿Ves cómo tengo razón cuando digo que no sabes ocupar tu lugar, queriendo estar donde no te corresponde?
—¡Ese niño no puede sentarse en el trono a gobernar este reino! —alegó él con un grito—. ¡Es absurdo!
—Tal vez ahora Bastian no pueda tomar el mando real del trono blanco, pero Luna sigue siendo la reina y yo también sigo siendo la reina madre. Así que yo misma me encargaré de que su lugar sea guardado hasta que llegue a la edad adecuada. Mientras tanto, Luna y yo nos haremos cargo junto al Consejo de cubrir ese lugar, porque te juro Verti que si algo llega a suceder, yo misma me encargaré de sacarte del Consejo y apartarte de todos los asuntos del reino.
El odio de Verti hacia su madre cobró más vida en ese momento, brillando más que las mismas velas que titilaban en la sala, igual que aquel día en el que él le quitó la vida a su padre.
—Usted no puede hacer eso —murmuró, dejando oír su resentimiento.
—¿Y si lo hago, qué harás? —Ella lo encaró, desafiándolo—. ¿Acaso esperarás que me quede dormida e indefensa en mi lecho para matarme asfixiándome?
La acusación cayó como un balde de agua fría sobre Verti, quien se desarmó al oír las palabras de su madre, sintiéndose acusado.
—Mantente alejado de este asunto, Verti Worwick, y no finjas que te importa tu hermano, porque ni Luna ni yo te creemos.
El sol empezaba a ocultarse y la tarde se desvanecía, dándole paso a la penumbra junto a una brisa fría que impregnaba la casa de madera, donde una pequeña y elaborada chimenea crepitaba al lado de una estrecha cama, manteniendo la calidez en el lugar que yacía completamente cerrado.
Valerio yacía dormido sobre aquella cama junto a la chimenea, con mantas que cubrían su cuerpo y vendajes que envolvían su pierna izquierda, su brazo derecho, parte de su torso y su cabeza, mientras que Colibrí descansaba a su lado, al pie de la chimenea, sobre una manta.
No muy lejos, la joven que lo había rescatado estaba junto a una pequeña fogata que usaba como estufa, donde se estaba cocinando un caldo de verduras que ella revolvía con cuidado.
De vez en cuando echaba un vistazo a su huésped inconsciente, para estar al pendiente de cuando este despertara, y fue entonces cuando un quejido rompió el silencio y ella se dirigió de inmediato, dejando el cucharón de madera a un lado, mientras Colibrí levantaba su cabeza junto a sus orejas, reaccionando a ese sonido extraño para el.
La joven se acercó con prisa hacia Valerio, notando cómo su cuerpo comenzaba a moverse con cierto esfuerzo, y al llegar junto a él, vio cómo los párpados del Worwick se abrieron con dificultad, revelando con más claridad el gris de sus ojos, que parecían confundidos y perdidos, encontrando frente a él a aquella joven de cabellos rojos, que poseía unos ojos esmeralda que lo miraban expectantes.
—Hola —susurró ella, intentando no alarmarlo.
Valerio intentó incorporarse, pero al hacerlo, un grito desgarrador escapó de sus labios al sentir un horrible dolor en su pierna y espalda, que lo inmovilizó de inmediato, haciéndolo caer nuevamente sobre el lecho.
—¡No se mueva! —dijo ella, colocando su mano sobre el pecho desnudo de Valerio para mantenerlo quieto—. Está usted muy malherido; su cuerpo está muy golpeado y si sigue moviéndose así, solo empeorará el dolor.
Él respiraba con dificultad, al tiempo que sus ojos intentaban recorrer su propio cuerpo, encontrándose con los vendajes que cubrían sus heridas, y la confusión se hizo aún más evidente en su rostro.
—¿Qué? ¿Qué es este lugar? —Él miró a su alrededor como si intentara entender dónde estaba. Luego fijó su mirada en la joven frente a él y preguntó—: ¿Quién eres tú?
—Soy Lurdes —le dijo ella con una ligera sonrisa mientras se alejaba de él, dándole espacio—. Pero me dicen Rubí. ¿Y tú? ¿Cómo te llamas?
—¿Cómo me llamo? —Él frunció el ceño.
Lurdes asintió, inclinándose un poco hacia él. —Sí, ¿quién eres?
Valerio bajó la mirada con desconcierto, como si estuviera buscando la respuesta. Después de unos segundos, volvió su mirada hacia Lurdes y dijo:
—No, no sé quién soy.
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