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𝟐𝟖. 𝐀𝐒𝐅𝐈𝐗𝐈𝐀

Capítulo 28

Disfrutando del bello paisaje a la luz del sol, la princesa Kathrina se encontraba en compañía de su nana Margot en el balcón de sus aposentos. Apoyada en el barandal de piedra, Kathrina fijaba su vista en el horizonte, sumida en un aire melancólico del cual parecía querer escapar, perdiéndose en el paisaje que rodeaba el castillo.

—¿Te sientes bien, mi niña? Te he sentido muy callada —preguntó Margot, mirándola con dulzura.

—Lo siento, nana, solo estoy cansada.

—¿Quieres que te prepare un té relajante para que descanses un poco?

Kathrina sonrió de medio lado, agachando la mirada. —Ojalá mi cansancio fuera físico, nana —suspiró—. Mi cansancio está aquí, en mi alma. Yo pensé que todo sería distinto ahora que estoy embarazada de Verti, pero la realidad es que me siento más sola que nunca.

—¿Sola, mi niña? —La nana frunció el ceño—. Pero si me tienes a mí y el apoyo de tu esposo.

Kathrina miró a su nana con los ojos empañados. —Ay, nana —la castaña sollozó—. La realidad es que desde la noche de la cena, él no ha vuelto a dormir conmigo y ni siquiera me habla. He ido a la biblioteca, como antes, con la esperanza de que me mire como antes y me pida que esté con él, pero solo me pregunta si me siento bien y después me pide que lo deje solo —hizo una pausa, luchando por contener las lágrimas—. A veces me pregunto si he hecho algo mal.

—No, mi niña. Tú no has hecho nada mal ni tienes culpa de nada —dijo la nana con ternura, acercándose a ella—. A veces, los hombres llevan pesos que no comparten, y eso los aleja, pero no significa que no te quieran.

Kathrina secó sus lágrimas, tratando de mantener la compostura. —He pensado que quizás cuando nazca el bebé todo cambie y él se interese más por nosotros.

—Ya verás que sí pasará. No tienes idea de lo que puede cambiar todo un pequeño.

Ambas mujeres sonrieron, sintiéndose un poco más animadas, cuando una voz masculina interrumpió la conversación frente a ellas.

—Señorita Margot —dijo Verti, captando la atención de las mujeres—. ¿Me permite hablar a solas con mi esposa un momento?

—Oh, claro que sí, mi príncipe.

Margot hizo una reverencia ante Verti y abandonó la habitación, dejando a la pareja sola en el balcón. Kathrina se dio la vuelta, volviendo a colocar su vista en el horizonte, mientras Verti se acercaba a ella, colocándose a su lado. Inesperadamente, su mano se posó con suavidad sobre su cintura, y ella no tardó en sobresaltarse ante su tacto inesperado.

—¿Te sientes bien hoy? —preguntó él, con la vista en el paisaje.

—Sí —murmuró ella sin mirarlo.

—No lo creo.

—Verti, yo…

—Soy consciente de que debes estar molesta por mi ausencia de estos días —interrumpió él, posando su mirada en ella—. Así que por eso no creo que estés bien.

Kathrina se giró, clavando sus ojos en los de su esposo con cierto reproche.

—Pues sí, no he estado bien, Verti. Tú y yo lo hablamos y se suponía que íbamos a tener una mejor relación por amor a este bebé que pensé que te había emocionado.

—Sí me emocionó, Kathrina.

—Pues una cosa es que lo digas y otra es que lo demuestres. ¿O es que no lo quieres?

—Sí lo quiero, pero últimamente he estado lidiando con muchas cosas.

—¿Qué cosas?

—Asuntos del reino y cosas que no conoces…

—Mejor di que estás así por lo que te hacen tus padres, ¿no es así? —lo interrumpió ella, encarándolo.

—No lo entenderías, Kathrina.

—¡Quizás no lo entienda, pero lo quiero entender, Verti! —Ella buscó su mirada—. Sé que quieres que te traten igual que a tu hermano y que te den la misma importancia que le dan a él, pero no lo hacen. No puedes permitir que eso perjudique lo que tenemos. Yo quiero comprenderte, acercarme a ti, pero tú no me dejas ¡y me estoy cansando!

Kathrina dio unos pasos para irse del balcón, pero Verti la tomó de la mano, jalándola con suavidad para detenerla.

—Espera. —Ella se detuvo ante su tacto, mientras él la observaba con la mirada perdida en ella—. ¿De verdad me quieres?

—Sí, Verti, pero también me decepcionas y me desconciertas. A veces no sé ni qué hacer para que sea diferente.

Sin decir nada más, Verti atrajo a Kathrina hacia él, abrazándola con fuerza. Al principio, ella se sintió un poco extraña, pero luego cedió al calor del abrazo de su esposo.

—Yo también te quiero —susurró él, cerrando los ojos, mientras apoyaba la barbilla en su cabello—. Sé que te he dejado sola mucho tiempo y por eso estoy aquí. Quiero que sepas que no los voy a dejar solos, ni a ti ni a nuestro hijo.

Verti se apartó de ella con ligereza, buscando su rostro, mientras ella lo miraba con cautela, buscando la sinceridad en sus palabras.

—¿Me disculpas? —Los dedos de Verti acariciaron con cuidado la mejilla de Kathrina.

—¿Te quedarás conmigo?

—Sí —aseguró él con una leve sonrisa.

—Entonces, sí te disculpo.

Kathrina sonrió con alegría, mientras Verti la miraba aliviado, así mismo, llevó sus manos al rostro de ella y, mirándola a los ojos, preguntó:

—¿Siempre serás incondicional conmigo, verdad?

—Eres mi esposo, Verti; claro que siempre seré incondicional contigo.

Él sonrió. —Me alegra saber que siempre estarás de mi lado y que me apoyarás en todo.

Verti envolvió a Kathrina en sus brazos y ella se aferró a él, cerrando los ojos y reflejando una gran dicha en su rostro. Pero algo cambió en el rostro de Verti tras ese abrazo. Su sonrisa se desvaneció casi de golpe y su mirada cálida se tornó fría y calculadora, mientras ella seguía aferrada a él con tanto entusiasmo que no notó cómo la expresión de su esposo se volvía sombría, reflejando su verdadera malicia.

Los días habían transcurrido en aparente calma en el palacio Escandineva, donde Valerio siguió ocupándose de sus entrenamientos en el patio de armas, no solo con la espada, sino que también dedicó gran parte de ese tiempo a practicar con el arco y la flecha; además, él dividía el resto de su tiempo para estar pendiente de los comunicados que llegaban desde Southlandy y para dedicar tiempo de calidad a su esposa, quien por suerte, ya se encontraba más aliviada de los malestares de su embarazo.

A pesar de que todo parecía estar tranquilo, una mañana al príncipe Valerio le fue entregado un comunicado de carácter urgente que había llegado a Turbios desde Southlandy por parte de la reina Irenia Worwick, y en aquel mensaje se le informó al rubio que su padre, el rey, se encontraba gravemente enfermo y se solicitaba su presencia inmediata de vuelta en Southlandy.

La noticia dejó al príncipe notablemente tenso por el estado crítico de su padre, así que, sin dudarlo dos veces, informó a Lord Whitemount sobre su decisión de partir, ordenándole que organizara a los guardias que habían llegado con él y de paso, Valerio informó a Luna sobre su decisión de partir a Southlandy al amanecer.

Luna se mostró consciente de la gravedad del asunto con el padre de su esposo y aceptó la decisión de Valerio sin objeción alguna, así que, al amanecer del día siguiente, Valerio partió junto a Luna y la señorita Helen hacia el puerto, donde tomaron el barco de la casa Worwick, y atento al bienestar de su esposa y del bebé que venía en camino, Valerio ordenó que un encargado los acompañara en el viaje para que este estuviera pendiente de su esposa y asegurarse de que no surgieran inconvenientes en el trayecto.

En Southlandy, las tensiones entre los miembros de la familia parecieron haber bajado un poco por esos días.

Desde la conversación que sostuvieron Verti y Kathrina, la princesa se mostró más tranquila, y su animosidad cambió significativamente. Por otro lado, el príncipe Verti parecía estar sumido en sus actividades con el consejo, dedicándose a la organización de tratados y estrategias cuando no estaba en compañía de su esposa, con quien compartía más a menudo y como lo había prometido, él comenzó a dormir junto a ella en sus aposentos, estando pendiente de ella y del bebé.

Por otro lado, la salud del rey Dafert había empeorado drásticamente tras haber tenido unos días de mejoría. Sus dolores de cabeza se volvieron más constantes e insoportables, junto a una fuerte debilidad que parecía consumirlo lentamente y por más que Dafert luchaba para mantenerse en pie por más tiempo, su cuerpo no le respondía como antes.

A pesar de su estado delicado, el rey convocó a su lord consejero para compartirle una decisión importante que había estado meditando y que, al final, ya estaba seguro de ejecutar. Dafert deseaba destituir a Verti del consejo y otorgarle un cargo de mayor relevancia para el reino.

Dafert le dejó saber a su consejero que deseaba que Verti se trasladara a Turbios junto con su esposa y su nieto, estableciéndose allí como cuidador y administrador del palacio Escandineva para que trabajara junto a Lord Jensen Whitemount en el manejo de la isla bajo las órdenes de la corona. Sin embargo, los constantes malestares de Dafert le impidieron concretar aquella propuesta.

El rey jamás llegó a reunirse con el consejo ni a comunicar sus deseos directamente a su hijo. Verti, quien decidió ignorar por completo el llamado de su padre, optó por no presentarse en más de dos ocasiones en los aposentos del rey, cuando este solicitó hablar con él.

Sentado en el escritorio de la biblioteca con un libro en mano, Verti se levantó de su lugar y se acercó a su esposa, quien estaba bordando una linda tela azul junto a su nana. Él besó la coronilla de su cabeza con ligereza, diciendo:

—Iré a la armería. Nos vemos más tarde en nuestros aposentos.

Kathrina le sonrió y dijo: —Cuídate.

Sin agregar más, Verti salió de la biblioteca y tomó el pasillo principal del castillo, sumido en sus pensamientos, pero al doblar en una de las esquinas, se detuvo en seco al escuchar voces conocidas que provenían de una conversación privada en el pasillo que daba a los aposentos de sus padres.

Curioso ante los susurros de aquella voz que reconoció como la de su madre, él se quedó oculto tras una de las columnas, escuchando la conversación.

—Es imposible, lord.

—Mi reina, el rey es quien debe exponer directamente su deseo de destituir al príncipe Verti del consejo para enviarlo a Turbios.

El impacto de aquellas palabras golpeó a Verti, desencajándole la expresión del rostro al instante. Él no entendía por qué motivos su padre quería destituirlo y enviarlo a Turbios, y pronto su sorpresa se convirtió en rabia al comprender exactamente lo que deseaban hacer con él, sabiendo que pronto Valerio llegaría a Southlandy.

—Lo comprendo, lord, pero el rey no está en condiciones de levantarse de la cama ahora —respondió la reina con cansancio en su voz—. Mi esposo no ha amanecido bien, y su cuerpo está luchando con una alta temperatura y una fuerte debilidad, así que me temo que es imposible cumplir su petición.

—Entonces, si usted está de acuerdo, yo puedo redactar la petición del rey para que su majestad solo tenga que firmarla —propuso el lord consejero, dando solución al asunto.

—Me parece razonable su propuesta, lord, y creo que es lo mejor. Así ese asunto quedará resuelto pronto, y Dafert estará tranquilo —asintió la reina—. Ahora debo irme; necesito estar al pendiente del rey.

—Con su permiso, majestad.

Verti se asomó un poco más tras la columna y observó cómo su madre se alejaba del pasillo en dirección a sus aposentos, mientras que el consejero de su padre tomó otro camino, alejándose del pasillo principal.

Al estar solo, el Worwick permaneció inmóvil tras la columna por unos momentos, procesando lo que acababa de escuchar. La idea de ser apartado del consejo y enviado lejos de Southlandy no solo lo molestaba, sino que también lo hería profundamente al entender que sus padres no lo querían cerca de la gestión de Valerio ni del consejo, donde él se suponía que era el estratega de la mesa.

Dejando que la furia controlara su mente, Verti caminó en dirección a los aposentos de sus padres, pero cuando estaba por llegar, vio cómo la puerta se abrió de golpe, y de ella salió su madre con urgencia y preocupación, al parecer en busca de un encargado. Verti se hizo a un lado para procurar no ser visto, mientras observaba cómo su madre se alejaba, perdiéndose en el pasillo.

Al verse solo, Verti aprovechó el momento y entró en la habitación de sus padres sin ser visto, y con cuidado, cerró la puerta tras de sí, sintiéndose indiferente a lo que pudiera encontrar ahí dentro, así que al volcar su vista en el interior de la habitación, la luz de las velas le permitió ver el reflejo de su padre postrado en la cama.

Verti caminó con sutileza hacia su padre bajo el eco de sus pasos resonando con ligereza sobre el suelo de piedra, mientras sus ojos recorrían al hombre que parecía luchar por retener aire entre cada respiración.

A pesar del silencio, la pesada presencia de Verti no pasó desapercibida para Dafert, quien al sentir  que alguien lo observaba, giró su rostro con dificultad hacia la puerta, encontrándose con su hijo de pie a cierta distancia de la cama. Verti lo miraba con una expresión fría e inexpresiva, notando su deterioro y un lado de su rostro parcialmente caído. Sin embargo, Dafert logró esbozar una sonrisa débil y con gran esfuerzo, él movió su mano temblorosa extendiéndola hacia su hijo.

—Verti, hijo… —su voz sonó entrecortada—. Hijo, ven…

Pero en los ojos de Verti no había compasión ni ternura. Un fuerte sentimiento de odio y resentimiento salió a flote en ese momento a través de su mirada fría y sin decir una palabra, el príncipe avanzó hacia su padre, se detuvo al borde de la cama y con un movimiento rápido, tomó un cojín de entre las sábanas y lo colocó sobre el rostro de su padre, ejerciendo presión con ambas manos.

Verti observaba cómo su padre luchaba con todas sus fuerzas tratando de apartar el cojín, mientras su hijo lo asfixiaba con más fuerza, al tiempo que su rostro permanecía inmutable viendo como el cuerpo de su padre se retorcía.

Los segundos se hicieron eternos hasta que el rey dejó de moverse poco a poco, y solo entonces Verti retiró el cojín, observando el rostro ahora inmóvil de su padre y durante unos segundos, él permaneció allí, respirando con fuerza, con la mirada fija en el cadáver, y sin un solo rastro de arrepentimiento en sus ojos, que aún se mantenían sombríos.

Verti comenzó a mirar a su alrededor, consciente del riesgo de ser descubierto junto al cuerpo sin vida de su padre, y sin perder el tiempo, él volvió a colocar el cojín en su lugar original y caminando hacia la puerta sin mirar atrás, él salió de la habitación, dejando el cadáver del rey en la cama, en aquella habitación que se sentía más fría que nunca.

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