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🐺 Capítulo 8.

08. 𝐄𝐗𝐂𝐔𝐑𝐒𝐈𝐎𝐍𝐄𝐒 𝐀𝐋 𝐌𝐎𝐍𝐓𝐄 𝐃𝐄 𝐋𝐎𝐒 𝐂𝐄𝐋𝐎𝐒.

𝐏𝐀𝐑𝐓𝐄  𝐈.

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Temprano por la mañana, cuando el sol apenas comenzaba a asomarse en el horizonte y los pájaros ni siquiera se habían atrevido a iniciar con su canto como era costumbre, el timbre a un lado de la puerta de aquel departamento comenzó a sonar insistente, como si el dedo de la persona que permanecía del otro lado se hubiese quedado pegado al botón.

Algo molesto, el señor Seo frotó su cabello desordenando grandes mechones en los cuales algunas hebras blancas eran predominantes de manera prematura, a pesar de que había aplicado un tinte castaño rojizo hace pocas semanas.

Durante su juventud había creído fielmente que las personas mayores que se aplicaban tintura en el cabello para ocultar sus canas, eran personas que no aceptaban que el tiempo estaba avanzando para ellos y que irremediablemente aunque se pintaran el cabello cientos de veces, las arrugas y manchas en la piel no se detendrían. Y que, la población más juvenil, solo aplicaban tintes en su cabello de colores extravagantes, con la única intención de acaparar la atención de quienes necesitaban por el simple hecho de querer ser el centro de atención de aquellas personas. O también simplemente por seguir alguna moda ridícula que se había impuesto en la sociedad.

Le resultaba una actitud patética en ambos casos, sin embargo; a lo largo de los años y si bien no era la misma situación, cuando comenzó a trabajar como un agente encubierto, cambió su pensar cuando se dio cuenta de que la tintura sutil y un par de lentillas de diversos colores dependiendo de la situación, eran sus más grandes aliadas la mayoría de las veces siendo realmente útiles para poder cambiar su aspecto físico y pasar desapercibido incontables veces.

Sus pasos lentos y desganados se oían cada vez más cerca de la puerta mientras arrastraba los pies descalzos sobre la madera cálida, gracias a la calefacción que provenía de allí, y frotaba su plana barriga pensando en que comería luego de verificar quien era la persona del otro lado.
Porque estaba lo suficientemente seguro como para afirmar que la persona que estaba interrumpiendo su preciado momento de descanso, no debía de tener algo importante para decir. Mucho menos en un fin de semana cuando muchas personas prefieren resguardarse en la comodidad y calidez de sus sábanas.

Gruñó por lo bajo, mataría a quien estuviera del otro lado como no tuviera algo interesante para contarle o se tratara de algo importante en sí.

Apegándose a la mirilla de la puerta blanca, visualizó el inconfundible rostro de la hiperactiva amiga de su hija y bufó molesto mientras tiraba ligeramente del picaporte, poniendo su mejor cara de póker y abría su boca para reprocharle el hecho de ser tan ruidosa a tan tempranas horas, pero esta se le adelantó apresuradamente quitándose sus zapatillas y corriendo al interior en busca de su amiga.

El señor Seo la miró anonadado y cuando estuvo a punto de cerrar la puerta detrás de ella, escuchó algunas voces a la distancia que llamaron su atención y visualizó el familiar rostro de Chan que caminaba más calmado mientras conversaba con otro chico al que no supo reconocer de inmediato pero luego, al intercambiar una mirada rápida, recordó casi al instante de quién se trataba.

Él no quería ser la clase de padre obsesivo y controlador que podía aparentar o del que muchas personas se quejarían si supieran que siempre se aseguraba de obtener un legajo con toda la información requerida de cada persona que se acercaba o estaba dentro del círculo social de su hija; ya sea la edad, la dirección, el número telefónico, el árbol genealógico o lo que fuera, cualquier dato mínimo él lo tenía a su disposición. No iba a ser tan ingenuo de confiar ciegamente y creer que su hija estaría a salvo del peligro solo porque nadie o casi nadie sabía de su existencia. No iba a correr ese riesgo cuando se había ganado muchos enemigos y mucho menos al ya saber y tener presente, que detrás de todo, muchos jóvenes eran utilizados por algunas organizaciones para hacer daño.

—Buenos días suegro —saludó Chan con un exceso de confianza, mientras pasaba por un costado ingresando al departamento mostrando una radiante sonrisa, esperando que el padre de Na-bi lo dejara pasar por alto.

—¿Eh? —lo miró confundido y una pequeña risa se oyó detrás de ambos—, ¡detente ahí, mocoso insolente! —exclamó mientras lo tomaba por detrás de su camiseta y detenía su andar.

No iba a hacerle daño ni mucho menos, pero le gustaba darle algún que otro susto al joven, ya que este solía ser bastante asustadizo y eso le causaba gran diversión.

Chan se encogió en su lugar reconociendo que se había pasado de la raya y miró de reojo al padre de la chica que le gustaba—¿Señor? —soltó una risita nerviosa.

El señor Seo lo ponía incluso más nervioso que la propia hija de él y es que ambos tenían un “no sé qué” que hacían temblar el esqueleto de Chan.

El joven sintió como una mano, incluso más grande y pesada que la suya, se apoyaba sobre su hombro y como un brazo lo rodeaba de inmediato moviendo su cuerpo como la cola de una serpiente sin intenciones de dejar escapar a su presa, el padre de Na-bi lo enrolló en un abrazo con complicidad y se agachó lo suficiente como para estar a la misma altura de Chan y después de mirar hacia los costados asegurándose de que nadie los podía oír, susurró algo fuerte—¿Ya son novios?

—Ya quisiera él —respondió Ji-sung en su lugar, mientras quitaba sus zapatillas y dejaba su mochila a un lado de la de Chan con total confianza.

El señor Seo miró con curiosidad las mochilas grandes que no se había dado cuenta de que ambos llevaban, ignorando al nuevo intruso y rascó su barbilla mientras cerraba la puerta y se dirigía hacia la cocina, no sin antes hacerles una señal a los jóvenes para que lo siguieran.

No iba a quedarse allí de pie a conversar con los chicos, prefería comenzar a preparar algo de desayunar como unos fideos instantáneos levemente picantes, acompañados de un poco de carne de res y un huevo frito.

—¿Te sirvieron mis consejos? —preguntó el mayor, mientras se decidía también por tomar algunas frutas.

Chan suspiró y se quejó mientras se dejaba caer sobre una de las sillas y ocultaba su cabeza entre sus brazos cruzados sobre la mesa.

¿Qué tan patético era que hasta el propio padre de la chica que le gustaba, estaba dando consejos de como conquistar a su propia hija? Realmente debía de darle lástima al señor Seo.

—¿Me lo debo tomar como un no? —miró rápidamente al otro joven que parecía estar aburrido por estar allí, como si lo hubiesen obligado a reunirse en aquel departamento, pero al mismo tiempo sus ojos brillaban con diversión y malicia.

Ji-sung miró al señor Seo captando su atención para luego cerrar sus ojos y negar lentamente—Bang Chan solo sabe meter la pata.

—¡Cállate! —lo reprendió el susodicho, sintiéndose abochornado.

—Es la verdad, ¡mírame a mí! —se apuntó a sí mismo mientras tomaba asiento a su lado—, apenas le di el primer beso a Bo-ra comenzamos a salir y, ¿ustedes qué? ¿Cuántos besos ya se han dado y todavía no ocurre  nada?

—¿Qué? —preguntó el padre de la chica en cuestión.

Chan negó rápidamente y miró de manera desaprobatoria a su amigo, como si quisiera de inmediato sepultarlo bajo tres metros de tierra.
¿Por qué simplemente no podía mantener su boca cerrada?, lo había entregado prácticamente en bandeja de oro.

Sabía que el padre de Na-bi era un hombre amigable y muy cómico de vez en cuando, de hecho ambos se llevaban bien, pero también estaba seguro de que tanto a él como a cualquier padre en el mundo con una buena relación con su hija, no le agradaría escuchar de la boca de unos jóvenes inmaduros cuántas veces su preciada niña había recibido besos.

Chan se removió incómodo en su lugar, deseando que la tierra se abriera bajo sus pies y se lo tragara de una vez. Eso era mil veces mejor que tener la mirada de halcón del señor Seo sobre él.

—Señor Seo, Bang Chan puso sus sucios labios sobre los de su hija —lo delató—. Y lo hizo muchas veces —aclaró innecesariamente.

—¿Pusiste tus sucios labios sobre los de mi hija? —miró lanzando dardos con sus ojos que tenían unas lentillas color pardo.

—¡Muchas veces! —Ji-sung hizo énfasis mientras se reía, ignorando las patadas que su amigo le daba por debajo de la mesa.

Quería gritarle que se detuviera pero era más divertido ignorar el dolor que comenzaba a sentir en sus tobillos y ver cómo Chan se convertía en un tartamudo tratando de explicar lo ocurrido, intentando no complicar aún más las cosas.

—¡Señor Seo, puedo explicarlo! —se apresuró a decir de tirón y luego soltó un fuerte grito, de esos que suelen dejar libres las personas que miran con algo de miedo, una película de terror.

El señor Seo lo había hecho saltar en su lugar con el sonido del afilado cuchillo cortando con un golpe seco, una rebanada de una banana.

Tanto Chan como Ji-sung cerraron sus piernas y llevaron sus manos a su pelvis, cubriendo disimuladamente su hombría, se habían puesto sudorosos de solo imaginar que aquella fruta era reemplazada por una parte del cuerpo de ellos.

Clavó el cuchillo sobre la tabla de picar y lo miró con desaprobación, abrió su boca apuntando en su dirección y nuevamente, como si las chicas se hubiesen alineado en pensamientos, fue interrumpido por una de ellas.

—¿Explicar qué? —preguntó Na-bi, mientras llegaba al encuentro con los demás, con Bo-ra pisándole los talones.

Su amiga tomó una de las sillas libres de la mesa y la movió para estar cerca de su pareja, irremediablemente, Na-bi había logrado captar la mirada de fastidio de Han ante la acción de su novia.

Bo-ra era una chica genial y Na-bi estaba segura de que, luego de Ji-sung, llegaría el chico perfecto para ella. Uno al que le agradara todo de ella, sin pensar o sentir que era una chica intensa, cosa que no lo era, al menos no a su parecer, pues Bo-ra solo era cariñosa a su manera.

—No, nada —se apresuró a decir Chan, mientras juntaba sus piernas por debajo de la mesa y la miraba con una sonrisa de labios cerrados.

Ella lo miró extrañada mientras se acercaba a la barra donde su padre permanecía apretando el cuchillo en su mano izquierda y reanudaba su actividad de picar fruta para poder desayunar.

El estómago le rugía como si tuviese muchos tigres hambrientos enjaulados allí dentro.

Hace poco, a muy altas horas de la madrugada, había regresado a casa después de haber cumplido con una de sus misiones sencillas de rastrear a una persona, lo que sucediera con el sujeto no le importaba mucho, pues de eso se encargarían otros de sus compañeros del trabajo. Pero sí estaba cansado y hambriento, todo lo que quería hacer era ocultarse bajo las sábanas de su cama y dormir por los siguientes tres años si fuese posible.

Observó cómo el grupo de jóvenes hablaban animadamente y se preguntó cuál era la ocasión especial para tenerlos a todos juntos allí, parloteando de cosas que no tenían importancia para él.

Miró a su hija que lucía vestida en capas; una capa de ropa térmica en la base, una capa de ropa aislante en medio como un gran polerón de lana y una campera impermeable roja por encima de todo.

—Na-bi, ¿qué está pasando? —preguntó en cuanto vio como ella sacaba del refrigerador, con la ayuda de Bo-ra, unos envases con aperitivos y botellas de agua, que después los chicos se encargaban de acomodar dentro de sus mochilas.

Miró intrigado como todos se movían sincronizados para acabar rápido y no supo en qué momento exacto habían llegado aquellas mochilas hasta la cocina.

Ella lo miró de reojo—Oh —soltó, frunció sus labios en una mueca torcida hacia la izquierda—. Hoy iremos al parque Bukhansan, haremos una caminata por el monte Dobongsan, ¿recuerdas que te lo mencioné hace unos días? —preguntó.

El señor Seo elevó sus cejas y cerró sus ojos recordando cuando su hija le había comentado aquel plan, mientras la apuntaba con su dedo índice y movía el mismo de arriba hacía abajo suavemente, dándole la razón.

Llevó la palma de su mano a su frente y sonrió al darse cuenta de lo despistado que había sido.

—¿Solo irán ustedes cuatro? —preguntó él, mientras volvía a concentrar su atención en los fideos que ya estaban casi listos.

—Ah, casi lo olvido… —mencionó Chan, mientras se detenía y sacaba el celular de su bolsillo delantero del pantalón y miraba la pantalla—... Chang-bin me dijo que nos vería allí.

El mayor miró de reojo las reacciones del grupo de menores en su cocina y no pasó desapercibida la reacción de dos de ellos, uno con una cara de fastidio total y otra con nerviosismo.

Tenía muchas ganas de preguntar quién era ese tal chico pero se mordió la punta de la lengua cuando sintió el pie de su hija aplastando sutilmente los dedos de su pie izquierdo por detrás de la pequeña isla que dividía la cocina del comedor. Ella parecía tener una especie de sensor para detectar cuando su padre estaba a punto de comenzar a atacar con preguntas que debía guardar para su verdadero trabajo como investigador.

Detestaba cuando su padre soltaba una avalancha de preguntas a las personas que la rodeaban, sabía que solo quería ser precavido pero a veces era algo excesivo y no se daba cuenta.

Bo-ra intercambió una rápida mirada con Na-bi y luego se dirigió a Chan—No sabía que iría con nosotros, creí que haríamos esto como una actividad en parejas —dijo.

Chan sonrió y negó lentamente—Lo sé, Chang-bin me aseguró que iría acompañado.

—Genial —se limitó a responder Han, mientras volvía a tomar asiento y cruzaba sus brazos a la altura de su pecho.

Su novia suspiró y se acercó a él posicionándose detrás suyo, mientras lo abrazaba desde aquel lugar y miraba de reojo a su amiga en busca de ayuda.

Na-bi suspiró no entendiendo del todo la actitud de su amiga.

Bo-ra le había dicho hace algún tiempo atrás, que sentía cierta atracción por Chang-bin y cuando por fin estaba logrando aclarar sus sentimientos, Ji-sung había aparecido en su vida como un torbellino y lo había puesto todo de cabeza, sintiendo que sus emociones estaban tan enredadas como un ovillo de lana.

Había aceptado salir con Han porque también le gustaba, pero ahora que Chan mencionaba a esta misteriosa persona que Chang-bin llevaría para que lo acompañase en el día, no podía evitar sentir unos celos tan efervescentes como espuma saliendo de su boca al igual que un perro rabioso.

—Papá, volveré por la noche —informó Na-bi, mientras miraba fijamente a su padre.

—¿Quieren que los lleve? —preguntó casi al mismo tiempo que se llevaba una gran porción de fideos a la boca.

Bo-ra se acercó y le arrebató un trozo de fruta mientras negaba—Iremos en autobús pero gracias de todas formas —sonrió mientras volvía a alejarse.

El señor Seo asintió y se despidió de aquel grupo, llevando su tazón de fideos junto con él en dirección a su cuarto para descansar.

Na-bi movió su cabeza lentamente negando ante la actitud de su padre, a veces creía que era como un adolescente al que habían obligado a madurar lo suficientemente rápido.

—¿Están listos? —preguntó Bo-ra, mientras volvía a tomar el tazón de frutas picadas y las ofrecía a cada uno de ellos, siendo consciente que el padre de su amiga había picado aquellas frutas para su hija y sus amigos.

El padre de Na-bi se preocupaba realmente por ella y sus amigos, solo que ellos jamás escucharían ni verían su lado cursi porque él se encargaba de esconderlo muy bien, a pesar de que tenía pequeños gestos como el de hace un momento.

—¡Hagamos esto de una vez! —exclamó Ji-sung, con mucho entusiasmo.

De entre los cuatro, el que más deseaba realizar la excursión por el monte Dobongsan.

Ji-sung era el más atlético de los tres allí presentes, él al igual que muchos otros estudiantes que integraban algún equipo en particular de la institución y que además competían en torneos a nivel nacional, como natación, esgrima, fútbol o cualquier otro; no solía recurrir mucho al instituto, casi siempre se retrasaba y sus notas no eran tan buenas como las de Na-bi o Chan, por el contrario, siempre se esforzaba el mínimo con tal de aprobar con el puntaje más bajo.

No tenía en mente estudiar para nada, solo quería dedicarse a jugar baloncesto y ser tan bueno jugando, que las personas deseen encontrarlo en la calle para rogar por una foto con él y por qué no, un autógrafo.

Sus deseos y aspiraciones se reducían a eso y por el mismo motivo, Na-bi creía cada vez más que la relación entre él y Bo-ra era como la mecha de un explosivo que pronto terminaría por consumirse.

Bo-ra también se esforzaba al máximo en las materias como ella, pero mantenía una actitud más lejada porque si no aprobaba el CSAT,  sus padres de igual manera tenían el suficiente dinero como para pagar por una buena universidad de medicina en Corea o el país que ella deseara. Porque sí, Bo-ra también quería ser doctora pero aún no se decidía por lo que deseaba estudiar realmente.

En una fila, todos marcharon hacia la salida, mientras Na-bi suspiraba y admiraba los rostros de cada uno, ¿qué les iba a deparar el futuro? Pensaba constantemente, como si viviera cada segundo pensando en que en un parpadeo, la vida se le podría ir.

Sintió la cálida mano de Chan amoldarse a la suya en un suave agarre que la incitó a entrelazar sus dedos para mantener un agarre firme y sonriéndose mutuamente, se subieron al elevador.

Ella se propuso olvidarse por el resto del día de aquel examen importantísimo, se dedicaría a disfrutar de aquella actividad que sus amigos habían planificado para ella, tratando de despejar sus mentes dado a todo el estrés y cansancio que estaba ocasionando la presión de rendir bien.

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